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CIENCIA Y RELIGIÓN
4 octubre, 2016
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27 minutos
Es decir, son una evolución estructural (o sistémica) del mundo físico. Es posible, y así
debe admitirse de acuerdo con las evidencias empíricas, que la aparición de nuevas
estructuras o sistemas haya hecho emerger modos de ser real distintos al mundo físico,
con leyes orgánicas y funcionales no aplicables a otras formas del mundo físico (por
esto suele decirse que la epistemología de la biología es distinta de la epistemología de
la física).
Los organismos vivientes son siempre entidades que presentan una unidad psico-bio-
física que constamos en nuestra experiencia fenoménica. Por consiguiente, ¿cuál es el
soporte físico que hace inteligible la ontología unitaria psico-bio-física que surge
evolutivamente y que constatamos en nuestra experiencia fenomenológica?
Esta es, en último término, todavía hoy, la cuestión científica (y filosófica) fundamental
de las ciencias humanas. Que el psiquismo animal y humano ha surgido desde dentro
del universo bio-físico es una evidencia empírica que no puede negarse. Y la ciencia
debe hallar las causas que hacen inteligible que el mundo psíquico se haya producido de
hecho.
La importancia de esta cuestión depende, como decía, de la hipótesis monista acerca del
proceso evolutivo; hipótesis que responde a la expectativa general de la explicación
científica del mundo. Desde el big bang, durante miles de millones de años, sólo existió
un puro universo físico. De esa realidad física debió de haberse producido primero el
tránsito a la génesis de la estructura mecánica de la vida (aminoácidos, ADN, proteínas,
reduplicación, etc.)
¿Existe alguna alternativa científica a este supuesto de principio? Por lo tanto, se trata
de una hipótesis científica esencial para la unidad armónica de nuestra comprensión del
universo: la ontología primordial del mundo físico debe ofrecer una explicación
suficiente del proceso evolutivo posterior que conduce a la emergencia del hecho real
del psiquismo (la conciencia), con las propiedades fenomenológicas que de hecho
presenta. Es decir, a la aparición de los seres vivos con las propiedades
fenomenológicas propias de los animales y del psiquismo humano.
Volviendo, una vez más, a la pregunta anterior, ¿cómo entender que el mundo físico
haya producido evolutivamente la ontología psico-bio-física que soporta la existencia
real del psiquismo animal y humano? La respuesta, obviamente, depende de la imagen
que las ciencias físicas ofrecen de la realidad física.
Pienso que algo tan esencial para nosotros como nuestra propia vida humana, personal y
social, tal como se describe en las disciplinas fenomenológicas, probablemente ha sido
falsificado por una imagen «reduccionista», mecanicista, determinista, esencialmente
«robótica», de la naturaleza del universo, de la vida, y el psiquismo [3].
Cada electrón está en su orbital y también las partículas del núcleo mantienen su
independencia, aunque estén cohesionadas (por las fuerza nuclear fuerte y nuclear débil,
conocidas más adelante). Se pueden formar órbitas de electrones compartidos en enlaces
covalentes, pero están muy localizados y, probablemente, no anulan la independencia de
los electrones. Los enlaces iónicos mantienen también la independencia de las entidades
atómicas microfísicas.
La materia era a la vez corpúsculo y onda (en la luz, Einstein 1905, y en los electrones o
toda la materia, De Broglie 1923). Toda forma de materia, o sea las partículas eran
siempre en el fondo “radiación ondulatoria” que llenaba un campo físico, pero la
vibración que constituía cada partícula podía “plegarse” o “enroscarse”, manifestándose
como corpúsculo.
El electrón en su orbital era una vibración armónica que podía colapsarse como
corpúsculo en muchos puntos, según una cierta probabilidad. Estaba en todas partes y
en ninguna a la vez: estaba “superpuesto” en relación a distintas posibles posiciones. No
sólo el electrón, muchos otros sistemas complejos en estado cuántico podían estar
“superpuestos” en relación a diversos estados posibles. Los modelos matemáticos de
Schroedinger o mecánica ondulatoria, Heisenberg o mecánica matricial y de Dirac o
álgebra de Dirac inspirada en las ecuaciones de Hamilton, describían la posición del
electrón con referencia a un centro atómico imaginario.
El progreso en la imagen de la materia en la mecánica cuántica llevó a descubrir ciertas
propiedades “extrañas” de la materia en sus estados microfísicos primordiales. Nos
referimos, entre otras, a la coherencia cuántica, la superposición cuántica, la
indeterminación cuántica y la acción-a-distancia o causalidad no-local (efectos EPR,
en referencia a los efectos Einstein-Podolski-Rosen, 1935). La nueva idea de la materia
que fue poco a poco configurándose llevó a la conclusión de que la materia primordial
cuántica poseía propiedades que no se cumplían ya en el mundo macroscópico clásico y
que, en efecto, no habían sido descritas hasta entonces.
No se quería decir, por tanto, que hubiera dos tipos de materia: la clásica y la cuántica.
Toda la materia tenía, en el fondo, las propiedades cuánticas. Sin embargo, la mayor
parte de la materia había sido “atrapada” en la formación de los cuerpos clásicos, de tal
manera que las propiedades “clásicas” en las interacciones entre sistemas clásicos no
coincidían con las propiedades cuánticas primordiales de la materia que en el fondo los
constituye.
Por ejemplo, en la materia primordial (no atrapada en las estructuras de los cuerpos que
constituyen el mundo macroscópico clásico) se cumple la propiedad de coherencia
cuántica (vg. en un sistema de fotones o en los mismos electrones en condiciones
experimentales extremas, como se ha comprobado). Pero entre los objetos clásicos
(digamos, entre la luna y la tierra) no existe la propiedad de coherencia cuántica, ni
puede producirse en absoluto.
Debe existir una teoría armónica sobre la emergencia del mundo clásico desde un
mundo primordialmente cuántico. Esta explicación existe y, para entenderla, ayuda
saber distinguir entre dos tipos de partículas o materia, tal como hoy son descritos en la
física teórica con
Apoyo de amplias evidencias empíricas.
En primer lugar, existe un tipo materia que se denomina materia bosónica, formado por
un cierto clase de partículas que poseen la propiedad de desplegarse más fácilmente en
los campos de vibración unitaria o coherencia cuántica y en las que se cumplen
fácilmente las propiedades cuánticas en general, tanto en su forma ondulatoria o campal
o en la forma corpuscular.
Así, una masa de partículas bosónica, como los fotones, pierde la individualidad de cada
fotón para entrar en un estado de vibración unitaria extendido en un campo
electromagnético que conocemos como un estado de coherencia cuántica. La facilidad
para estar en estados materiales que realizan las propiedades cuánticas depende, como
nos dicen los físicos, de que estas partículas tienen una forma de vibración que se
describe en una función de onda “simétrica”.
Los condensados Bose-Einstein describieron por primera vez estos estados de la
coherencia cuántica hacia 1930 (de ahí la denominación de “bosónicas” para estas
partículas). La física moderna ha descrito después un gran número de estados cuánticos
coherentes dentro de las más rigurosas condiciones experimentales. En condiciones
experimentales extremas hasta los electrones, como hemos dicho, pueden entrar en
coherencia cuántica (hecho que confirma la unidad ontológica de toda la materia).
Pero en segundo lugar existe también otro tipo de materia que ha sido descrita por la
física: es la materia fermiónica (denominación en honor de Enrico Fermi). Se trata de
partículas (también originadas de la energía primordial del big bang) que presentan una
forma de vibración cuya función de onda es “asimétrica”. Esto tiene unas consecuencias
decisivas porque esta forma de vibración dificulta extraordinariamente (pero no en
absoluto) que estas partículas se diluyan, perdiendo su individualidad para entrar en
sistemas de materia en estado de coherencia cuántica. Estas partículas persisten en
mantener su individualidad, no se fusionan con otras partículas para permanecer en un
estado de indiferenciación unitario y coherente.
Los electrones y los protones, constituyentes esenciales de los átomos, por ejemplo, se
unen y se distancian, formando las estructuras materiales de acuerdo con las cuatro
fuerzas de la naturaleza: la gravedad, la fuerza electromagnética, la fuerza nuclear fuerte
y fuerza nuclear débil. Sin embargo, esto es esencial, cada partícula mantiene su
individualidad y cada una está en su orbital o en su nivel de energía. Cada electrón en
un átomo, por ejemplo, tiene su órbital y vibra armónicamente en él de forma
individual; sin embargo, ese electrón posee por su ontología la capacidad de manifestar
propiedades cuánticas.
De hecho las cumple cuando, de acuerdo con los principios cuánticos, decimos que no
podemos saber exactamente dónde está el electrón y dónde puede producirse en colapso
de su función-de-onda. Su ubicación en el espacio, en efecto, depende del «colapso de
la función de onda», producido, por ejemplo, por la intervención experimental de un
observador (o por la acción microfísica de otra partícula).
El hecho, pues, de que la energía del big bang causó ciertas vibraciones y el
plegamiento de este tipo de partículas “fermiónico” ha producido la existencia del
mundo macroscópico clásico que observamos: los cuerpos estelares, planetas, seres
vivos y el hombre. En los átomos que los constituyen existen partículas fermiónicas que
mantienen su individualidad, sin diluirse en una especie de plasma material
indiferenciado.
La diferenciación de los cuerpos se construye sobre átomos, moléculas y
macromoléculas estables. La materia fermiónica hace posible una multitud de cosas, así
como la supervivencia de los seres vivos con sus cuerpos estables que se mantienen de
pie con firmeza en la superficie de la tierra. El determinismo no es un enemigo de la
vida, sino lo que la hace posible. Gracias al mundo clásico en el que rige el
determinismo nos es posible tener un cuerpo, construir una biografía personal y dejar a
nuestra descendencia nuestro legado (por la firmeza determinista del ADN y de los
procesos embriogenéticos que tienen lugar en el mundo clásico).
Proyección metafísica del nuevo holismo psicobiofísico
Sin embargo, la profundización en la nueva física holística ha supuesto abrir nuevas
perspectivas para explicar al hombre. Se comienza a entender cómo y por qué el mundo
físico puede constituir un “soporte físico” adecuado de nuestra actividad psíquica,
completamente compatible con una imagen humanista del hombre: a saber, la que
poseemos subjetivamente y, además, la que da sentido al orden social.
Este soporte físico sería no sólo clásico (reducción que nos mantendría en el
determinismo robótico), sino también cuántico (haciendo posible así una mejor
explicación del soporte físico de la experiencia campal e indeterminista del psiquismo
animal y humano). Pero esta explicación clásico/cuántica, en equilibrio balanceado, es
enteramente monista y física; es una explicación física mejor que la reduccionista, en
nuestra opinión, porque no está reducida sólo a una parte sesgada de la física. Criticar,
por tanto, el reduccionismo clásico no significa no querer explicar el psiquismo a partir
del universo físico, sino al contrario, es construir una explicación física integral
(balanceada clásico/cuánticamente).
La ciencia no puede argumentar cómo debiera ser la realidad a priori, sino cómo de
hecho es. La metafísica filosófica, sin embargo, como sabemos, más allá de cuanto la
ciencia puede decir de acuerdo con su estricta metodología, se pregunta cuál es el
fundamento último y la explicación final de este universo capaz de generar conciencia
por sus propiedades ontológicas. Creo que este universo con sensibilidad-conciencia,
que me gusta llamar transparencial, puede dar lugar a una metafísica teísta o agnóstica.
Es decir, la nueva física no impone necesariamente una metafísica teísta. Podría ser que
de hecho existiera un universo absoluto, autosuficiente, formado de un sustrato
ontológico primordial que pudiera producir sensibilidad-conciencia, tal como de hecho
constatamos por la experiencia de cuanto ha emergido en el proceso evolutivo
(TUSZYNSKI, Jack A. (ed.) (2006), The Emerging Physics of Consciousness, Berlin-
Heidelberg, Springer-Verlag).
Sin embargo, creemos que esta nueva física holística hace también mucho más
verosímil que el fundamento metafísico y absoluto de la realidad pudiera ser un ser
divino, tal como han creído las tradiciones religiosas que abarcan la historia completa de
la humanidad. La ciencia nos lleva hoy a un campo fundante de la realidad que trata de
entender con complejos conceptos “físicos” como vacío cuántico, mar de energía,
geometría del espacio-tiempo, orden implicado, etc.
En este contexto, yendo más allá de los conceptos físicos, la imagen de una divinidad
que constituye el fondo ontológico de toda la realidad, en la que nos movemos,
existimos y somos, una realidad que, en último término, es un
campo transparencial abarcado por la conciencia divina, nos acerca mucho más a la
idea de que algo así como lo que las religiones han vivido como Dios, pudiera realmente
existir. Una imagen holística, panenteísta (que no debe confundirse con panteísmo),
monista, no dualista del mundo real nos acerca a Dios mucho más, en mi opinión, que el
reduccionismo clásico y las explicaciones dualistas fundadas en el paradigma greco-
romano.
Referencias:
ANDERSEN, P.B., Y OTROS (2000), Downward Causation: Minds, Bodies and
Matter, Aarnus, Dinamarca, Aarnus University Press. BEAUREGARD, M. (Ed.)
(2003), Consciousness, Emotional Self-Regulation and the Brain, Amsterdam,
Benjamin. BEORLEGUI, CARLOS, “Los emergentismos sistémicos: Un modelo
fructífero para el problema mente-cuerpo”, en: Pensamiento, vol. 62 (2006) 391-439.
DAMASIO, Antonio (1999), The Feeling of What Happens: Body and Emotion in the
Making of Consciousness, Florida, Harcourt, Inc. EDELMAN, G.M., Tononi, G.
(2000), A Universe of Consciousness: How Matter Becames Imagination, Basic Books,
Nueva York. FUSTER, JOAQUÍN M. (2003), Cortex and Mind. Unifying Cognition,
Oxford, Oxford University Press. KAUFFMAN, S. (1995), At Home in the Universe:
The Search for the Laws of Self-Organization and Complexity, New York, Oxford
University Press. LAUGHLIN, R.B. (2005), A Different Universe. Reinventing Physics
From the Bottom Down, New York, Basic Books. MONSERRAT, J. (2000), “Penrose y
el enigma cuántico de la conciencia”, In: Pensamiento, vol. 56 (2000) 177-208.
MONSERRAT, J. (2001), “Engramas neuronales y teoría de la mente”,
In: Pensamiento, vol. 57 (2001) 176-211. MONSERRAT, J. (2002), “John Searle en la
discusión sobre la conciencia”, In: Pensamiento, vol. 58 (2002) 143-159.
MONSERRAT, J. (2003), “Teoría de la mente en Antonio R. Damasio”,
In: Pensamiento, vol. 59 (2003) 177-213.MONSERRAT, J. (2005), “Génesis evolutiva
de la representación y del conocimiento”, en: Martínez-Freire, Pascual F., Cognición y
representación, Contrastes, Suplemento 10, Málaga 2005, 51-70. MONSERRAT, J.
(2006), “Gerald M. Edelman y su antropología neurológica: Presentación y discusión de
su teoría de la mente”, In: Pensamiento, vol. 62 (2006) 441-170. MONSERRAT, J.
(2007), “Neural Networks and Quantum Neurology: Speculative Heuristic Towards the
Arquitecture of Psychism”, en: Mira, J., Álvarez, J.R. (Eds.), Bio-inspired Modeling of
Cognitive Tasks, Berlin-Heidelberg, Springer Verlag. Part I, 1-20. MONSERRAT, J.
(2008), La Percepción Visual. La arquitectura del psiquismo desde el enfoque de la
percepción visual, Biblioteca Nueva, Madrid, 2da. Edición. SCOTT, A.C. (2003), Non-
linnear Science: Emergence and Dynamics of Coherent Structures, 2nd. Edn, Oxford,
Oxford University Press. TUSZYNSKI, Jack A. (ed.) (2006), The Emerging Physics of
Consciousness, Berlin-Heidelberg, Springer-Verlag. ZELAZO, PHILIP DAVID,
MOSCOVITCH, MORRIS, THOMPSON, EVAN (Eds.) (2007), The Cambridge
Handbook of Conciousness, Cambridge, Cambridge University Press.
Notas:
[4] Sin embargo, la verdad es que hoy sabemos (más allá del Demonio laplaciano) que
estos sistemas clásicos pueden dar lugar a estados de interminación, tal como describe la
mecánica estadística. No sabemos el efecto preciso de un estado clásico y su evolución
entre una multitud de estados posibles. Atribuimos el efecto del azar y del caos que se
han convertido también en protagonistas del mundo clásico. Esto ocurre en la física de
los sistemas caóticos y en la biología, por ejemplo, en bioquímica citoplasmática que da
lugar a una selección darwiniana. La evolución mecanoclásica del universo ha
producido estados o los bucles de indeterminación. Por ello, lo que finalmente se
produce en este entorno indeterminado, aunque sea “indeterminado” sólo dentro de las
leyes del caos, es causado por series ciegas y deterministas de sistemas causa/efecto en
cadenas interactivas. Así, podríamos decir, que la idea popperiana de que vivimos en
un universo abierto puede aplicarse también hoy a la mecánica clásica en un cierto
sentido.
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