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diversiones “bárbaras” -por milagro del traslado- en distracciones más “dignas” y
modernas. La existencia de un inmueble urbano ad hoc declara regulada la
práctica de una diversión, sometiéndola, siquiera en imagen, a las reglas de
civilidad que exige la gente “decente”.
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Teatro Municipal de Santiago de Chile
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Cada quien en su lugar
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Muy justas fueron las razones expuestas por el Concejal Guachalla
en la última sesión, para que no vuelva a concederse el Teatro al
empresario del cinematógrafo, en vista de los inconvenientes
anotados en la primera exhibición de ese aparato, prodigioso en
verdad, pero que no es apropiado para Teatro, sino para salón, por su
escasa capacidad, razón por la cual los espectadores se quedaron
muchas veces sin distinguir lo que se representaba, pues el tal
aparato necesita ser observado de cerca. En dicha primera función
hubo a causa de la oscuridad necesaria que se produjo, desórdenes,
agresiones y hasta actos ilícitos, sin que la policía pudiera intervenir,
por supuesto.
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Los desórdenes y faltas al “debido comportamiento” que acarrean estas
veladas a oscuras se observan con disgusto. En Bogotá, un diario local repite la
sentencia emitida meses antes en La Paz: el cine “no cabe” en los teatros.
Esta exhibición es más apropiada para un salón que para un teatro. Los
gritos y vocerío del miércoles en el Municipal no son una invitación a
volver.
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Las ciudades de provincia ejecutan medidas más radicales. A mediados de 1899,
“en Guadalajara y Puebla, se pidió a los munícipes que reconsideraran su actitud al
conceder los permisos: los teatros municipales debían tener una categoría determinada,
sus puertas no debían abrir a cualquier compañía de titiriteros ambulantes o de
cinematógrafos (...). En lo futuro se dieron funciones cinematográficas en lugares de
menor categoría” (De los Reyes, 1984: 140).
Pocas perspectivas admite el cine inicial sobre su posible desarrollo como arte
culto. Es necesario, entonces, distinguir que el criterio ejercido para valorar al
cinematógrafo como avance científico, progresista y educador de las masas, no es el
mismo que aplica al ubicarlo en una sala de espectáculos:
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equivalencia alguna con manifestaciones como el espectáculo lírico, el ballet o el
teatro grande.
Este juicio se mantiene mucho más allá de los años introductorios. Aún en
1929, el reglamento de espectáculos de Ciudad de México permite vislumbrar el
puesto que ocupa el cine en la categorización cultural:
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audiencias no ostentan la “seriedad” de aquellas que ameritan una respuesta
intelectual.
-¡Ah que caray!... no nos haga tan de al tiro, pos ¿cómo quieren
que camine los que está no más pintado?... menearán el papel.
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...Nuestros campesinos se marcharon, jurando que el
cinematógrafo es una combinación, no de luces ni de seres
fotográficos, sino un mecanismo con hilos y pitos, ruedas y ejes,
piñones y tornillos que hacen mover aquellas imágenes.
Notas
(1) En 1845, el ayuntamiento mexicano declara “vagos” a “los que con linternas mágicas, animales
adiestrados, chuzas, dados u otros juegos de azar ganan su subsistencia” (Pérez Toledo, 2000:
25). *La linterna mágica es un proyector de imágenes fijas, muy popular durante los siglos XVIII y
XIX. La relación que el público establece entre este aparato y las nuevas sesiones de vistas se
patentiza en una temprana nota de prensa uruguaya, donde el cinematógrafo es definido como
“una maravillosa linterna májica (sic) a cuyas vistas comunica vida y movimiento la electricidad” (El
Siglo. Montevideo, 21 de julio de 1896. Citado a través de Sanjurjo Toucon, 1996: documento en
línea].
(2) El tema del campesino ignorante que no entiende lo que ocurre en la pantalla es, incluso, un
asunto habitual en el repertorio de vistas procedentes de Francia, Inglaterra y Estados Unidos.
Cfr., p.e., Burch, 1987 o Musser, 1990.
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FUENTES CONSULTADAS
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Iberoamericana.
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Fundación Cinemateca Argentina.
1984. Los orígenes del cine en México (1896-1900). México, FCE, Secretaría de Educación Pública. 1ra ed. 1973.
-Duque, Edda Pilar, 1992. La aventura del cine en Medellín. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, El Áncora.
-García Mesa, Héctor (Coord. Gral.), 1992. Cine latinoamericano (1896-1930). Caracas, Fundación del Nuevo Cine
Latinoamericano-Consejo Nacional de la Cultura-Foncine-Fundacine UC.
-Granda Novoa, Wilma, 1995. Cine silente en Ecuador. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Cinemateca Nacional,
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-Gumucio Dagrón, Alfonso, 1982. Historia del cine en Bolivia. La Paz, Editorial Los Amigos del Libro.
-Lemus Obregón, Marina, 1998. Teatro en Colombia 1831-1886: práctica teatral y sociedad. Santa Fé de Bogotá, Ariel.
-Musser, Charles, 1990. The Emergence of Cinema: The American Screen to 1907. Nueva York, Simon & Schuster
Macmillan.
-Pérez Toledo, Sonia, 2000. “El teatro en la Ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX” en José A. Ronzón y
Saúl J. Romero, Formatos, géneros y discursos: memoria del segundo encuentro de historiografía. Azcapotzalco, México,
Universidad Autónoma Metropolitana, pp. 21-40.
-Susz, Pedro, 1992. “Orígenes de la expresión cinematográfica en Bolivia” en Héctor García Mesa (Coord.), Cine
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-Thompson, E. P., 1997. Historia social y antropología. México D. F., Instituto Mora.
-El'Gazi, Leila, 1997. “Abril 13 de 1897: Cien años de la llegada del cine a Colombia” [en línea]. Disponible en Revista
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Asamblea Legislativa D.F., México <http://www.asambleadf.gob.mx/princip/informac/revista/Num12/histo.htm>
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