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Violencia de género: introducción

En esta lectura comenzaremos a introducirnos en el campo de estudio sobre la violencia de


género y su necesidad de superación como norte de respeto a los derechos humanos.
Delinearemos cómo se fue dando la circulación de la temática, su campo de investigación y
de acción, así como también cuáles han sido las actitudes de los Estados y de la sociedad en
general para comprender este fenómeno que atraviesa el entramado social.

Para ello, retomaremos el caso de María Da Penha, mujer brasilera, de profesión


biofarmacéutica, que en 1983 fue víctima de un doble intento de femicidio. En un primer
momento, su esposo le disparó mientras dormía, lo que le ocasionó paraplejia irreversible y
otros daños más a su salud. Y, en la segunda ocasión, intentó electrocutarla en el baño.
Luego de catorce años de realizada la denuncia, el Estado brasilero no había tomado aún
medidas al respecto.

Violencia de género: entre el mapa consuetudinario y las relaciones de poder...

La violencia de género es siempre una vulneración a los derechos humanos.

Referencias
LECCIÓN 1 de 3

Violencia de género: entre el mapa consuetudinario y


las relaciones de poder...

...de las estructuras de género

Uno de los principales problemas al hablar de violencia de género, para intentar adentrarnos en una definición del
fenómeno, es la normalidad con la que se nos presentan las relaciones de género. Su complejidad radica en cómo se
convierte en un código de programación, un software que se reinicia constantemente en el campo de las relaciones
significantes de poder entre los géneros. Por ello, cuando hablamos de violencia de género, no nos referimos
solamente a un estado de indefensión o a una forma de victimizar a las mujeres, sino que se debe comprender que se
trata de una violencia patriarcal altamente enraizada en nuestras sociedades. De este modo, debemos comprender la
complejidad del fenómeno, y no quedarnos en la punta visible del iceberg, sin considerar la fuerte y maciza base que
lo sustenta.

Figura 1: Iceberg de la violencia


Fuente: [Imagen sin título sobre la violencia de género]. s.f. Recuperada de https://bit.ly/39nc4Vw

El iceberg de la violencia es una representación gráfica que muestra cómo la violencia de género se entreteje entre
prácticas visibles, donde no habría duda alguna de que se trata de prácticas violentas y prácticas invisibles que se
normalizan y naturalizan, como son el humor, la publicidad y el lenguaje sexista, o bien los ejercicios de
culpabilización o el chantaje emocional.

Además, si bien las mujeres son "víctimas" de violencia de género, también lo son las personas trans, de género no
binario y quienes tienen diversas orientaciones erótico-afectivas. Notamos aquí que la categoría hombre,
heterosexual y de clase media se encuentra fuera de la descripción, porque, en el marco de la matriz heteronormativa
y patriarcal de coherencia entre sexo, género y deseo, en términos de normalidad y de normatividad del género, se
trazan diversas pedagogías de violencia entre los otros del hombre genérico. Se trata de una ficción parecida a la que
la construcción de la raza ayuda a delinear entre los otros de una hegemonía blanca.
Así, se reportan múltiples casos de violación a los derechos humanos de las personas con raíz en la desigualdad de
género, la identidad de género o la sexualidad. Por ejemplo, gais que, por su forma de andar, hablar o gesticular, son
feminizados y, en ese acto, destinatarios de una particular violencia que, en muchos casos, conduce a su muerte. Los
índices de transfemicidio llenan las noticias a diario, aunque no siempre logran una nominación coherente al
particular tipo de violencia que se imprime sobre sus cuerpos, pues, como hemos visto, aún enfrentamos como
sociedad serios problemas de discriminación, cegueras y miopías para reconocer los derechos del colectivo trans a la
existencia, libertad, circulación, ciudadanía, etcétera. Los índices de femicidio presentan un panorama alarmante y
creciente en el contexto de la violencia social, cotidiana y legitimada que viven las mujeres por el hecho de ser
mujeres.

Tal y como lo evidencia el caso Da Penha, existe una suerte de naturalización de ciertos tipos de violencia contra la
mujer que puede conducir a un grado de complicidad por parte de los Estados. En 2001, fue condenado el Estado de
Brasil por la Corte Interamericana de Derechos Humanos por omisión, negligencia y tolerancia en relación con la
violencia de género, y cuatro años más tarde, en 2006, luego de un largo proceso de lucha, Brasil aprobó la Ley 11
340, conocida como Ley María Da Penha, como una forma de adecuación de las leyes nacionales a la Convención de
Belém do Pará. Dicha ley establece tribunales especiales y condenas más estrictas junto a instrumentos de prevención
y auxilio, como comisarías de la mujer, casas hogares y centros de referencia para mujeres (Cifuentes, 2019).

Podríamos aún dar un paso más y pensar que las violencias espectacularizadas, los empalamientos, los
descuartizamientos, las quemaduras con ácidos, las incineraciones, las violaciones reiteradas y los derechos de
mujeres, mujeres trans, mujeres lesbianas, etcétera, en bolsas de consorcio, en obras en construcción, en
descampados, son el principio y fin del fenómeno de la violencia de género y que se trata solo del accionar de
algunos hombres patológicos, asesinos seriales, degenerados o perversos. Son el fin sí de la más exacerbada
violencia, la más cruda, la más brutal, la que consigue ahogar la existencia misma, pero son a su vez la expresión
máxima de un conjunto de diversas economías de violencia que hacen el campo fértil para su circulación. Debemos
pensar, entonces, cuáles son aquellos otros caminos, recorridos y subterfugios de la violencia que pasan inadvertidos,
normalizados, cotidianamente aceptados, que abonan la condición de posibilidad, que hacen inteligibles, esperables o
aceptables los más cruentos desenlaces.

A su vez, también debemos entender que limitar el actuar violento al discurso de lo patológico, lo enfermo, lo
perverso puede llevarnos a quedar entrampados en los discursos medicolegales de excepcionalidad, borrando las
diversas manifestaciones de violencias normalizadas, tanto en el ámbito privado como en el público. Por supuesto
que muchas veces encontraremos perversiones, psicopatías y demás patologías, pero lo que debemos considerar es
que, al reducir el intento de comprensión de las economías de violencia a estas ejemplificaciones de la enfermedad,
se tiende a olvidar el emplazamiento violento de las relaciones de poder en el género, la raza, la clase, la etnia, la
edad, y se pierde la posibilidad de comprenderlas en un entramado mayor, en la matriz heteronormativa y patriarcal
de nuestras sociedades.
LECCIÓN 2 de 3

La violencia de género es siempre una vulneración a los


derechos humanos.

Violencia contra las mujeres

Cuando nos referimos a la violación de los derechos humanos de las mujeres, en la mayoría de los casos, nos
encontramos con connotaciones de vulneración que se relacionan con la específica condición de ser mujer, de haber
devenido mujer. En este sentido, el caso Da Penha puede ser caracterizado como el epítome de la tolerancia estatal
respecto de la violencia de género, debido a la dilación injustificada del proceso y a la tramitación negligente del
caso.

La complejidad de las relaciones entre hombres y mujeres y sus causas y efectos, las distintas
formas de discriminación, los estereotipos en que se reproducen y la violación a los derechos
humanos de las mujeres no se reducen tan solo al problema de la violencia. Sin embargo, no se
pueden analizar las diversas dimensiones de la inequidad social sin tomar en consideración este
hecho como expresión dramática de la desigualdad y la asimetría de género. (Rico, 1996, p. 9).

Los estudios sobre la violencia de género contra las mujeres han tenido un
largo desarrollo en el ámbito internacional y actualmente está cobrando
fuerza en la escena local de diversos Estados. El caso Da Penha fue el
primero en el que se aplicó la Convención de Belem do Pará, donde se
responsabiliza a un país por la violencia ejercida contra las mujeres.
Un problema concreto que comenzó a ser advertido a partir de estos acontecimientos está relacionado con la falta de
información, de datos estadísticos de la realidad, que nos permitan dimensionar el fenómeno de la violencia contra
las mujeres. Si bien a partir de mediados de la década del 80 comenzó un proceso de investigación y sistematización
de datos sobre las situaciones de violencia contra las mujeres, las investigaciones muchas veces se agotaban en un
esfuerzo descriptivo o exploratorio del problema, lo que volvía dificultoso el trabajo comparativo o poder trazar
proyecciones que diagramaran fases preventivas acordes a las situaciones de violencia. Estas dificultades radican
también en que, por mucho tiempo, la violencia contra las mujeres fue considerada como algo que acontecía en la faz
privada de la vida, en la intimidad de cada hogar y, por lo tanto, extraña al campo de las políticas públicas.

Estamos todos informados sobre los datos —que no pueden dejar de ser imprecisos y dudosos por
el tipo de realidad que indagan— y los relatos de casos: contamos con estadísticas mundiales y
nacionales de la violencia de género, conocemos los tipos —violencia física, psicológica y sexual,
además de la violencia estructural reproducida por las vías de la discriminación en los campos
económico y social— y sabemos de sus variantes idiosincráticas locales, de la imposibilidad de
confiar en los números cuando el escenario es el ambiente doméstico, de los problemas para
denunciar, procesar y punir en esos casos y, sobre todo, de las dificultades que tienen los actores
sociales para reconocer y reconocerse y, en especial, para nominar este tipo de violencia,
articulada de una forma casi imposible de desentrañar en los hábitos más arraigados de la vida
comunitaria y familiar de todos los pueblos del mundo. "Ninguna sociedad trata a sus mujeres tan
bien como a sus hombres", dice el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD de 1997 y, al
decir eso, no está hablando de la anormalidad o de la excepcionalidad de las familias con hombres
violentos, sino, muy por el contrario, de las rutinas, de la costumbre, de la moral, de la
normalidad. (Segato, 2003, pp. 131-132).

Las ópticas comenzaron a cambiar y, en 1979, la Asamblea General de la ONU aprobó la Convención sobre la
Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés), que significó
el ingreso de los derechos humanos de las mujeres al debate de la arena internacional. Si bien en esta convención no
se encontraba específicamente abordada la violencia contra las mujeres, esta denominación comenzó a resonar a
partir de posteriores conferencias sobre los de derechos de las mujeres (Copenhague y Nairobi), donde empezaron a
establecerse debates específicos sobre la temática. En 1994 se sancionó la Convención Interamericana para Prevenir,
Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, conocida como Convención de Belém do Pará (por el lugar de su
suscripción), a la que ya nos hemos referido anteriormente. En esta convención se definió específicamente lo que se
entiende por violencia de género contra la mujer, estableciendo que implica "cualquier acción o conducta, basada en
su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público
como en el privado"1. A su vez, la convención instó a los Estados parte a modificar los patrones socioculturales de
conducta de hombres y mujeres para permitir desarraigar prejuicios negativos de género, costumbres y prácticas que

se basen en la inferioridad o superioridad de cualquiera de los géneros o en estereotipos normativos sobre aquellos.2

[1] Art. 1. Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, "Convención de

Belém do Pará". (1994). Organización de los Estados Americanos. Recuperado de https://bit.ly/30xe75c

[2] Art. 8, inc. b. Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, "Convención

de Belém do Pará". (1994). Organización de los Estados Americanos. Recuperado de https://bit.ly/30xe75c

Como resultado de estos progresos, en octubre de 2002 —19 años después de acontecidos los hechos—, el agresor de
María Da Penha fue finalmente arrestado y juzgado por la justicia brasileña.

Revisa la siguiente publicación

PDF: Las estructuras elementales de la violencia

Las estructuras elementales de la violencia.pdf


221.6 KB

Segato, R. (2003). Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y

los derechos humanos. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes. Recuperado de

http://dan.unb.br/images/doc/Serie334empdf.pdf
Si bien desarrollaremos en las siguientes lecturas, con mayor extensión, las
normativas para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres, la
mención en este apartado busca demostrar que, a la par de la investigación y
averiguación de datos sobre la violencia, se fueron dando diversos avances
legales en el reconocimiento de una vida libre de violencia como un derecho
humano de las mujeres.

Este estado de situación nos habilita a realizar las siguientes preguntas: ¿el cambio normativo legal de los Estados
alcanza para deconstruir los patrones socioculturales sobre el género? ¿El hecho de contar con leyes y mecanismos
de denuncia abre por sí solo las puertas del cambio? Debemos, en principio, contestar con una negativa, ya que las
leyes por sí solas no pueden promover el cambio de prácticas de violencia inherentes al mismo sistema de relación de
poder del género si no son acompañadas por la comprensión de que erradicar la violencia de género requiere, a su
vez, de "la reforma misma de los afectos constitutivos de las relaciones de género tal como las conocemos y en su
aspecto percibido como 'normal'" (Segato, 2003, p. 133).

Las leyes, en esta materia, como en tantas otras, se asientan sobre el suelo social y, en cuestiones que involucran las
relaciones de género y de género no binario, esta argamasa que sirve de asiento dialoga hace siglos con los códigos
consuetudinarios y las prácticas morales de un sistema patriarcal y heteronormativo que tiene la habilidad de colarse
abiertamente por las grietas de las reformas, en cuanto implica mantener privilegios para diversos sectores
conservadores del orden social y del estatus moral. Por ello, resulta necesario poner en evidencia cualquier tipo de
tolerancia, omisión o inacción estatal, a semejanza de lo acontecido a partir del caso Da Penha.

Y esto, desgraciadamente, no puede modificarse por decreto, con un golpe de tinta, suscribiendo
el contrato de la ley.

No es por decreto, infelizmente, que se puede deponer el universo de las fantasías culturalmente
promovidas que finalmente conducen al resultado perverso de la violencia, ni es por decreto que
podemos transformar las formas de desear y alcanzar satisfacción constitutivas de un determinado
orden sociocultural, aunque al final se revelen engañosas para muchos. Aquí, el trabajo de la
conciencia es lento pero indispensable. Es necesario removerlo, instigarlo, trabajar por una
reforma de los afectos y de las sensibilidades, por una ética feminista para toda la sociedad. Los
medios masivos de comunicación, la propaganda —incluyo aquí la propaganda de la propia ley—
deben ser en esto aliados indispensables. Y el trabajo de investigación y de formulación de
modelos teóricos para la comprensión de las dimensiones violentas de las relaciones de género
aun en las familias más normales y legales debe ser constante. (Segato, 2003, p. 133).

Esta introducción es la que nos guiará para adentrarnos en las posteriores lecturas; de aquí debemos comprender que
el llamado fenómeno de la violencia de género presenta múltiples complejidades y emergencias en el campo social,
que su máxima expresión se vincula con la precariedad de la vida/muerte tanto de las mujeres como de otras
identidades de género no binarias y erótico-afectivas. Pero no agota allí su contenido, ya que el desafío más arduo se
encuentra en poder desandar las prácticas sociales, culturales e históricas que anudan las desigualdades de género, de
raza, de clase, de etnia, en praxis y tecnologías de múltiples escuelas de violencias, simbólicas, afectivas,
psicológicas, estereotípicas, que son "normales" o normalizadas en las formas de relacionarnos.
LECCIÓN 3 de 3

Referencias

Cifuentes, P. (2019). Violencia contra la mujer. Derecho comparado. Recuperado de


https://obtienearchivo.bcn.cl/obtienearchivo?
id=repositorio/10221/27302/2/BCN_Violencia_contra_la_mujer_Derecho_comparado_2019.pdf

Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, "Convención
de Belém do Pará". (1994). Organización de los Estados Americanos. Recuperado de
http://www.oas.org/juridico/spanish/tratados/a-61.html

Imagen sin título sobre la violencia de género. (s.f.). Recuperada de


https://www.pinterest.es/pin/357684395389421497/

Rico, N. (1996). Violencia de Género: Un problema de Derechos Humanos. Santiago: Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (CEPAL). Recuperado de
http://www.cepal.org/mujer/noticias/paginas/3/27403/violenciadegenero.pdf.

Segato, R. (2003). Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el
psicoanálisis y los derechos humanos. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes. Recuperado de
http://repositorio.ciem.ucr.ac.cr/jspui/handle/123456789/156

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