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E L ANIVE R S AR IO

DE LA

C OLONIA “ S AN JOS É ”
(2 DE JULIO DE 1878)

AMIGOS MIOS:

Me alegra estar nuevamente entre vosotros, tras


una larga ausencia, para celebrar un gran y glorioso
aniversario.
Hace veinte años, os encontrabais acampados en
la selva que cubría la margen del Uruguay, en el
lugar donde hoy se levanta la villa Colon.
Hacía frío, un sol de calentaba a duras penas
vuestros miembros entumecidos, la brisa reinaba, el
pampero silbaba entre los árboles; por la noche el
frío partía las piedras. Nada estaba preparado para
recibirlos. Os fue necesario tomar vuestras hachas
para talar el monte y las cañas para construir
refugios, algo así como una tienda de campaña
apoyada contra los troncos de algarrobos y
ñandubays, en un recoveco del terreno.
Un hacha y una azada son todo lo que el hombre
necesita para domar la naturaleza y conquistar el
mundo.
Y bien... A pesar de aquellos sinsabores,
recuerdo que vosotros estabais contentos y
pletóricos de esperanzas. La alegría reinaba en torno
a los campamentos, y las canciones resonaban en el
bosque.
Esperabais pacientemente que el agrimensor
trazara las concesiones. Y cuando el momento de la
instalación llegó, se cargaron en carretas de las
estancias vuestros equipajes, se os dejo en medio del
campo, diciéndoles: Arréglatelas!
Sin embargo, no se podía dormir bajo las
estrellas. Y pronto se levantaron refugios de trecho
en trecho.
Los animales sorprendidos, las tropillas de
caballos semi salvajes, parecían preguntarse qué
significaba aquello; los avestruces, los ciervos
huyeron, desterrados de sus dominios.
Muy pronto el arado abrió el seno de la tierra
virgen; el campo cambió de aspecto; la colonia “San
José” estaba fundada.
Han pasado veinte años desde entonces. Quien
viera este campo, cuando todavía era sólo una
estancia con tres o cuatro chozas con techo de paja,
colocadas sólo en las cuatro esquinas, anunciaban la
presencia del hombre, y quien lo vería hoy, ¿creería
en sus ojos? ¿No pensaría que ha sido transportado a
un mundo fantástico?
La agricultura ha obrado estos milagros: la
agricultura ha renovado la faz de la tierra, como
dicen la Escrituras.
Amigos míos, otros se reúnen para celebrar el
aniversario de una batalla, es decir, de una jornada
en que miles de criaturas humanas fueron asesinadas
y muchas más quedaron lisiadas.
Es un medio magnífico para abonar un terreno.
Cuando se le ha regado con la sangre de veinte o
treinta mil hombres, y los esqueletos pulverizados se
han mezclado con la tierra, es indudable que
producirá abundantes cosechas. Durante mucho
tiempo no necesitaremos estiércol.
¡Mientras tanto los vencedores cantan el
hosannah, se coronan de laureles y levantan arcos de
triunfo! se llama la gloria militar.
Y bien, confieso que prefiero el arte de
alimentar a los hombres al de matarlos, y que pongo
el mérito del granjero infinitamente por encima del
guerrero.
El aniversario de la fundación de una colonia es
mucho más importante que el de una batalla.
¡Los agricultores, señores, estos son los
verdaderos soldados de Dios! Estos son los
verdaderos conquistadores.
¡Que los famosos guerreros dejen sus coronas
para ceñir la frente de estos trabajadores! Que los
héroes, bronceados por la pólvora, inclinen sus
espadas ensangrentadas ante las rejas de los
pacíficos arados. ¡Que el cañón Krupp se humille
ante la segadora Mac Cornick! ¡Que el mismo
Napoleón, el gran Napoleón, ceda su sitio a Mathieu
de Dombasle!
Así lo entendieron los autores de la Constitución
que rige la República Argentina. El Dr. Alberdi
establece un paralelismo entre el héroe antiguo y el
moderno, del que destruye y del que crea;
naturalmente da preferencia a este último, y,
elevándose a consideraciones más elevadas,
pronuncia el axioma fundamental de la política
sudamericana: “gobernar es poblar.” “El ministro
que no ha duplicado en diez años la población de
estas tierras, ha perdido el tiempo en vano”.
Apenas el gobierno nacional estaba instalado, se
apresuró en tomar este rumbo, a pesar de las
formidables dificultades de la situación contra la que
tuvo que luchar. Y los gobiernos provinciales
siguieron su ejemplo.
Esto fue en 1854. La provincia de Corrientes
celebró contratos con el doctor Brougnes y con el
señor John Lelong para el establecimiento de varias
colonias. La provincia de Santa Fe lo realizó con el
Sr. Aarón Castellanos.
Una nueva era se abrió para la República. Los
hombres que rodearon al general Urquiza, Carril,
Gutiérrez, Gorostiaga, Fragueiro, Peña, habían
comprendido que el asentamiento del territorio
argentino debía ser el complemento de la victoria de
Caseros; vieron que no bastaba con hacer la más
bella de las constituciones, que ésta quedaría en
estado de quimera inaplicable, de letra muerta,
mientras se redujera a reinar sobre el desierto.
Gracias a ellos, la Colonia “Esperanza” se
convirtió en el punto de partida de la colonización de
Santa Fe: había que sembrar para cosechar. Aunque
reducido a sus propios medios, el Gobierno de
Paraná no dudó en hacer un gran sacrificio para
asegurar el futuro. Señores, no temo decir que se
trató de un acto de la mayor magnitud, de esos que
la historia tendrá en cuenta y que lo mantendrá vivo
en la memoria de la posteridad.
La colonización de Corrientes no fue tan feliz.
La colonia del señor Brougnes se dispersó después
de algunos años de existencia; los colonos se vieron
obligados a emprender una nueva emigración; sin
embargo, algunos permanecieron agrupados y se
establecieron en las antiguas Misiones del Uruguay,
donde han conquistado bienestar y prosperidad.
En cuanto a la colonia proyectada por el Sr.
Lelong, nunca se realizó. Me equivoco: esta colonia
es la que ven ante ustedes. Los emigrantes que
tenían que ir a Corrientes debieron cambiar de
destino. El contrato había caducado. El empresario
los había enviado a la aventura. ¿Qué sería de ellos?
El agente que les había precedido, el Sr. Bek
Bernard, también había venido con intenciones
colonizadoras; su responsabilidad moral y material
estaba comprometida; no sabía dónde acudir. Se le
sugirió la idea de dirigirse al Presidente de la
Confederación.
Pero como ya he dicho, el gobierno era pobre.
Quedaba por hablar con el ciudadano. El general
Urquiza, actuando como simple particular, no dudó
en intentar la empresa. Acogió a los colonos en sus
dominios y los instaló a su propio costo.
Faltaba determinar la posición más adecuada. Se
pensó primero en los terrenos del Ibicuy en el
departamento de Gualeguay; y los emigrantes fueron
dirigidos a este punto. El coronel Sourigues,
encargado de reconocer la localidad, no tardó en
convencerse de que no era de ninguna manera
adecuada para una colonia agrícola. Los colonos
debieron regresar y navegar durante varios días más.
Finalmente llegaron al final de su larga
peregrinación, y anclaron a orillas del río Uruguay.
Habían llegado a la tierra prometida.

Es difícil dejar la patria; abandonar los campos


que nos han visto nacer; no volver a ver el
campanario de nuestro pueblo ni los árboles a cuya
sombra descansábamos, ni las montañas donde
pacían nuestros rebaños. Hemos contemplado esas
montañas durante mucho tiempo, y al irse alejando y
perdiéndose en las brumas del horizonte, nuestros
ojos húmedos les enviaron un eterno adiós.
Pero la ley del trabajo pule al género humano:
cuando la tierra carece de su fértil actividad, debe ir
a buscarla más lejos.
La emigración es una de las leyes de los
pueblos: tanto si se realiza por medios violentos, por
la guerra y la conquista, como por medios pacíficos,
por la colonización.
¡Que el emigrante se consuele! por encima de la
patria está la humanidad: antes de ser ciudadano de
un cantón, es un hombre, un habitante del globo, un
ciudadano del universo.
¡Marcha, marcha pues, conquistador pacífico,
trabajador infatigable, pionero de la civilización,
explorador del desierto, señor de la idea, soldado del
progreso! ¡Ve lejos, más lejos todavía! Para ti no
hay barreras, ni columnas de Hércules, ni montañas,
ni torrentes, ni valles. Mira siempre delante del
triunfo, consuélate: el futuro pertenece a tus hijos.

Cuando dije la tierra prometida, quizás fui


demasiado lejos; ciertamente debí bajar las
expectativas, pero ¿qué país no tiene sus plagas?
Además, la vida del hombre es una lucha
perpetua. Si conquistara la felicidad con el primer
esfuerzo, pronto se adormecería, y con la riqueza no
tardaría en llegar la relajación, la corrupción, la
muerte moral.
La colonia tuvo que luchar contra los elementos,
contra las plagas, contra la sequía, contra insectos
nocivos, contra las hormigas, contra el bicho moro,
contra la langosta, especialmente la langosta, la
terrible plaga de Egipto.
Amigos míos, ella les dio la bienvenida cuando
llegaron. ¡Qué bienvenida! Fue un comienzo
desafortunado.
Afortunadamente, durante varios años pareció
haberos olvidado, habíamos perdido el hábito de ver
a sus formidables y apretados batallones atacar sus
cultivos, cuando reapareció más devastadora que
nunca.
Sin embargo, a pesar de todos los
contratiempos, a pesar de todas las alternativas y
vicisitudes, la colonia no ha dejado de progresar.
Fundada con un centenar de familias, pronto triplicó
su población con los nuevos contingentes que el
general Urquiza hizo traer de Europa por medio de
un agente especial, adelantando muchas veces el
costo del pasaje. Desde el principio la corriente de la
emigración espontánea no había tardado en
establecerse; habría tomado una gran extensión, si el
terreno colonizable no se hubiera encontrado
demasiado escaso para los recién llegados.
La colonia contaba con un puerto natural: era
necesario abrirlo a la navegación para que tuviera un
comercio directo. Esta medida, que se había previsto
desde el principio, se llevó a cabo en 1863. El
general Urquiza y el gobernador de la provincia,
José María Domínguez, vinieron a colocar la
primera piedra de la villa de Colón. Esta creció
rápidamente y se convirtió en la capital del
departamento en 1869.
La guerra civil sólo detuvo momentáneamente
el crecimiento de la colonia. Los herederos del
general comprendieron la necesidad de ampliar sus
predios, demasiado reducidos. Los puestos y las
estancias que obstaculizaban su desarrollo fueron
finalmente removidos; los colonos ocuparon el lugar
de las vacas y las ovejas; hacia el oeste y el sur, así
la colonia pudo expandirse y triplicar su superficie;
en la actualidad se extiende desde Perucho Verna
hasta el arroyo de Urquiza. Iría aún más lejos si le
permitieran hacerlo. En cuanto a mí, si hubiera
tenido voz en el asunto, si hubiera dependido de mí,
ya ocuparía cuarenta leguas cuadradas; se
extenderían hasta el río de Gualeguaychú y hasta el
Arroyo del Medio, y se conectaría con los suburbios
de la capital de la provincia. La agricultura habría
hecho retroceder al pastoreo; o al menos lo habría
convertido en crianza científica.

Nada esta concluido mientras falte algo por


hacer. El pensamiento de los fundadores de la
Constitución está lejos de cumplirse. En Entre Ríos,
en Santa Fe, en Buenos Aires, se han realizado
algunos ensayos de colonización, es cierto, pero aún
no se ha abordado con franqueza la solución del gran
problema.
La colonización, que debería haber sido una
empresa nacional, patriótica, humanitaria,
filantrópica, amplia y desinteresada, ha permanecido
en todas partes, o en casi todas partes, reducida a las
estrechas proporciones de un cálculo mezquino, de
una especulación egoísta.
Hemos olvidado el axioma de Alberdi
“gobernar es poblar”; en lugar de introducir grandes
olas y propagar la planta humana en el desierto,
dijimos: debemos vender la tierra y venderla lo más
caro posible a los trabajadores del viejo mundo que
los obliga la necesidad a venir entre nosotros a
buscar una nueva patria.
El interés particular primó sobre el interés
general; y el movimiento colonizador amenaza con
detenerse.
Las abejas laboriosas ya no acuden, ¿y por qué
habrían de venir si han de encontrar allende los
mares las pasiones codiciosas y usureras, la avaricia,
los contratos leoninos, la explotación rapaz que han
hecho endémica la pobreza y la miseria en la vieja
Europa?
Y qué es eso! en un país deshabitado, en “un
desierto poblado por excepción”, sigue siendo
necesario todavía crear el vacío, es necesario alejar a
los habitantes y decirles que se vayan a Australia, a
las antípodas!
Esto es lo que no puedo explicar. O más bien lo
entiendo demasiado bien, porque durante más de
veinte años he repetido que la colonización debe ser
un asunto nacional y no una especulación particular.
Mientras no lleguemos a esto, todos los
discursos, todos los mensajes, todos los artículos de
prensa, todos los panfletos, todos los libros serán un
inútil desperdicio de tinta y papel.
La colonización es como una inversión de
capital a largo plazo: un simple individuo no puede
arriesgar su fortuna en una operación sujeta a mil
contratiempos, como la experiencia nos ha
demostrado. Pero el Gobierno, el Estado, siempre
puede hacerlo: pues dispone de medios para
recuperar los anticipos que efectúe. Porque con la
introducción de los inmigrantes aumenta
necesariamente la masa de los consumidores y la
masa de los contribuyentes, el capital humano del
país.
Señores: dicho esto como tesis general, y sin
entrar en desarrollos que cansarían su benévola
atención.
En lo que respecta a esta colonia en particular,
he aquí los resultados que nuestra experiencia nos ha
permitido documentar.
Una falta, una gran falta se cometió cuando no
se cedió suficiente tierra a las familias fundadoras.
Durante mucho tiempo han sufrido, todavía hay
quienes sufren las consecuencias de este error
primordial. Sin tierras, no pudieron cumplir sus
compromisos, especialmente cuando los años malos
agotaron sus recursos.

Por lo tanto, una familia necesita una extensión


considerable para poder combinar la agricultura
propiamente dicha con la ganadería. Por cierto es
reconocido por todos los agrónomos que lo uno no
va sin lo otro. La tierra más fértil del mundo no tarda
en agotarse; debe ser restaurada con estiércol y
fertilizantes los elementos que la vegetación le ha
quitado. La ciencia nos dice: los vegetales y los
animales forman una cadena en el vasto laboratorio
de la naturaleza; reciben la vida unos de otros, se
alimentan, se mantienen recíprocamente. El animal
debe devolver al vegetal lo que éste le ha dado.
Por otra parte, sólo a través de los asentamientos
semi agrícolas y semi pastoriles se puede resolver el
gran problema de poblar el territorio argentino.
La lejanía de los centros de población, la falta
de mercados y la dificultad de los transportes no
permiten limitar a los colonos a la agricultura
propiamente dicha.
Esto es lo que proclama la experiencia y la
razón!
Ahora, pasemos a otros temas.
No basta con establecer una colonia en un punto
determinado y abandonarla a si misma. Al cabo de
algunos años veréis reproducirse en su seno los
vicios sociales del viejo mundo unidos a los
inconvenientes del nuevo, es decir, la desigualdad, la
usura, la explotación del hombre por el hombre.
Por consiguiente me gustaría que hubiera
instituciones cooperativas en las colonias, bancos de
crédito agrícola para proporcionar capital barato a
los trabajadores rurales y protegerlos de la
expropiación. Es doloroso para una familia que ha
regado durante diez años la tierra con su sudor y
verse obligada a dormir bajo las estrellas,
abandonando el suelo fecundado y valorizado por su
trabajo.
Me gustaría ver depósitos en cooperativas
donde el agricultor pudiera almacenar su cosecha
mientras espera el momento de venderla a precios
rentables, en lugar de verse obligado a abandonarla
por falta de refugio, y entregarla al primer
especulador que se presenta.
Me gustaría también que las cooperativas
vendieran a los colonos, a precio de costo, todos los
artículos de consumo local. De este modo los
colonos gozarían de los beneficios y utilidades que
hoy van a llenar los bolsillos de algunos
comerciantes. Podrían también de esta forma
asegurarse artículos de excelente calidad.
Me gustaría que hubiera fabricas cooperativas
para la explotación de todos los productos agrícolas,
molinos de vapor, destilerías, trilladoras, arados de
vapor, todas las máquinas necesarias para
centuplicar las fuerzas del trabajo humano, y
distribuir los beneficios entre todos en lugar de
permitir que se repartan entre unos pocos.
Me gustaría que hubiera granjas modelo, con
viveros centrales, cabañas, haras, en fin, todo lo
necesario para realizar experimentaciones y colocar
la ciencia agronómica al alcance de todos.
Esto es, me parece y no quiero extenderme
demasiado, lo que se debería lograrse. Estas
instituciones son necesarias, son indispensables para
el éxito de una colonia.

Amaos los unos a los otros, dice el Evangelio.


No basta con amarse, hay que unirse, es necesario
ponerse de acuerdo, es necesario asociarse para
llevar más fácilmente la carga de la vida. El interés
bien entendido en si mismo se convierte en una ley,
y entonces ya no hay obstáculos insuperables. La fe
mueve montañas y cubre los valles, como dice el
Evangelio. ¿Cual es esta fe todopoderosa? Es la fe
de la solidaridad social, de la fraternidad humana.
En estas manifestaciones morales, que no dudo
que se extenderá entre vosotros, os felicito, mis
viejos camaradas, mis viejos amigos con los que he
convivido tanto tiempo.
Todo hombre debe tener un ideal al servicio del
cual consagra su existencia.
El mío fue la colonización, por él sacrifiqué
muchos años de mi vida, pues creía trabajar por la
felicidad de la humanidad y por el futuro del mundo
en estas hermosas tierras de América del Sur que
ofrecen tan magnifico teatro para el desarrollo de las
actividades humanas.
Mi ideal no lo he visto realizado sino en parte.
Que otros continúen la obra! Y se vera cumplido; no
tengo dudas.
Y ojala, todos los que me estáis escuchando,
todos sería mucho pedir, pero la mayoría, os reunáis
aquí dentro de veinte años para celebrar un nuevo
aniversario, y entonces ofrecer un recuerdo a los que
los ayudaron a sentar las bases de esta colonia, como
se lo ofrecemos a todos aquellos a los que la muerte
les impidió asistir a esta fiesta del trabajo, a este
banquete de fraternidad. Los hombres pasarán, los
colonos pasarán, la colonia “San José” no pasará
jamás.

ALEXIS PEYRET.

Julio de 1878.

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