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La Provocación, como una forma particular de Comunicación *1

Por provocación entendemos un tipo particular de


comunicación que nos induce emociones generalmente
desagradables (tensiones) y nos promueve re-acciones casi
automáticas que no son las que elegiríamos en condiciones más
relajadas y distendidas. Para identificarlas, ya que a distintas personas
nos provocan distintos tipos de mensajes, nos es útil la metáfora de
imaginar ciertas frases o actitudes como si fueran un anzuelo que
"engancha" y hace "picar" al interlocutor, que queda así enredado en
una trama interaccional particular. El interlocutor que se "enganchó"
en el anzuelo queda insatisfecho y tenso, con la sensación de que "no
era eso lo que quería hacer o decir" y que ni siquiera sabe por qué
entró en ese canal comunicacional. En lenguaje popular, queda
"pagando".

Coincidimos en nuestras apreciaciones con los terapeutas


italianos del grupo de M. Andolfi, C. Sacu, A. M. Nicoló y P. Menghi
(Istituto de Terapia Familiare, Roma), así como también con R.
Piperno, que han estudiado especialmente la provocación y han hecho
propuestas muy valiosas tanto teóricas como técnicas. Ellos
reconocen la presencia regular de esta forma de comunicación en los
miembros de los sistemas familiares que funcionan rígidamente, es
decir, que repiten conductas sintomáticas.

¿Por qué nos interesan tan especialmente las provocaciones dentro del
espectro de las comunicaciones? Nosotros vemos que este tipo de
mensajes provocadores son típicos de personas pertenecientes a
familias en las que se repiten conductas de la serie "psicótica", y
también en las que presentan conductas de la que llamamos "serie
abusiva" (abuso de sustancias y abusos en las relaciones).

Estructura

La provocación tiene una estructura identificable. Consiste en


actitudes, frases, gestos, que, más o menos sutilmente, esperan ser
1
Autora: María Cristina Ravazzola . Buenos Aires, Argentina, 1995. Artículo revisado en octubre
de 2016.
complementados por el gesto o la frase del OTRO a quien el sujeto se
dirige. Se formula de tal modo que eleva la tensión del destinatario a
la manera de una coreografía compartida en una danza o del turno de
cada jugador en un juego. En su diseño entran reglas que, aunque no
se explicitan, se supone que son de alguna manera compartidas por el
OTRO, como miembro del mismo sistema social. De hecho, la
provocación se completa cuando al OTRO, el interlocutor, da una
respuesta previsible. Y, por lo común, éste se ve obligado a dar alguna
respuesta a menos que sea sordo, ciego o que desconozca el idioma en
que aparece la provocación(muy raro), que es también un código del
que se participa. Un insulto, por ejemplo, es una provocación grosera,
que induce una emoción de ofensa. La experiencia de la ofensa
promueve una reacción limitada, generalmente agresiva para con el
que insultó, que, entre personas que se importan afectivamente, o
que, por alguna razón no creen que puedan salirse de la inducción,
estimula una danza a veces en escalada.
En una entrevista reciente con una familia que trae a su hijo
adicto a las drogas para ser atendido en un programa de
rehabilitación, en un momento dado el adolescente mira el terapeuta
y le dice: "¿Sos estúpido vos?, que, ¿no entendés que así va a ser
peor?".
¿Qué significa? ¿Cuál es la utilidad de este tipo de mensaje en
un sistema social? La consideramos una contraseña entre miembros
de estos sistemas rigidificados, un testeo de que ellos están y siguen
estando muy próximos y muy de-pendientes unos de otros, de que se
toman MUY en cuenta, y de que, entre ellos, la reacción emocional
automática es más fuerte que la reflexión.
En esta situación descripta, la familia, a través del adolescente,
testea al terapeuta y su reacción. En este caso, el terapeuta optó por
ponerle un límite. Le dijo que saliera de la habitación, diera una
vuelta, y, si quería volver a entrar, se disculpara con él por el insulto.
Los padres no intervinieron para nada, manteniéndose como
espectadores del duelo entre los dos paladines, y tal vez de su propio
tironeo contradictorio entre el amor al hijo y la necesidad de poner un
límite a sus desbordes. Obviamente el insulto al terapeuta debía tener
numerosos antecedentes de insultos a los padres, y ellos estaban
incluidos en el testeo que hace su hijo.
3

Para nuestro modelo de intervención terapéutica (P.I.A.F.F.) 2 ,


la presencia de mensajes provocadores siempre fue una señal a la vez
de cierre y de apertura del sistema o grupo que nos consultaba. A la
vez que nos veíamos vulnerables a la emoción y reacción detonada
por el "anzuelo" provocador, también aprendimos que, al nivel de la
dinámica de su estructura, la familia nos señalaba así un camino para
ponernos en contacto. Entendimos desde entonces que esos mensajes
representaban los temores y contradicciones de los miembros de la
familia, pero que también eran el instrumento con el que ponían a
prueba nuestra capacidad para lidiar con las cuestiones que los
atormentaban.
A partir de nuestra experiencia, para que nos sea posible salirnos
del canal inductor emocional, nos proponemos y proponemos a los
terapeutas pensar la provocación como si se tratara de una invitación
que nos hace alguien que necesita de nosotros pero no se siente en
condiciones de hacer una invitación acogedora y atractiva por estar
enredado en una dinámica particular, y entonces la hace como puede.
A pesar de los aspectos agresivos del mensaje, todos sabemos que una
invitación se hace a alguien que importa. El sujeto que provoca
expresa una intención de búsqueda de atención y dedicación, y al
mismo tiempo, se muestra atrapado en una interferencia importante
con la demostración plena de su interés en esa persona y esa
búsqueda. La dimensión "me importa tu persona y lo que puedas
hacer o decir" del mensaje provocador queda eficazmente oculta
detrás del ataque. La provocación esconde la parte "buena", de
vinculación, del mensaje y deja visible sólo la grosera.

Quien provoca está conflictuado entre acercarse y alejarse de


aquel a quien se dirige de este modo. Y "resuelve" el conflicto
haciendo un test a ese OTRO a quien agrede provocándolo, y de
quien habitualmente recibe, completando el circuito comunicacional,
una respuesta automática confirmatoria de sus peores expectativas. La
respuesta, totalmente previsible para quien provocó, es, tal vez,
garantía de que el OTRO continúa "respondiendo", "perteneciendo" al
sistema y eso alivia una parte del conflicto. Pero, lamentablemente,
también suponemos que el provocador espera -alguna vez- una
respuesta diferente de la esperada, que le abra otros canales de
2
Programa de Investigación, Asistencia y Formación en Familias, coordinado por
la Dra. C.Ravazzola y Dr. Gastón Mazieres, que funciona desde 1983 hasta la
fecha actual.
relación, aunque le signifiquen una inseguridad en cuanto a la
sujeción del OTRO a su sistema.

La hija de diez años, le grita a su mamá adoptiva que sabe muy


bien que ella no la quiere, y que es por eso que la hace dormir con la
hermana y cederle su dormitorio a los abuelos (el abuelo que está muy
enfermo, vive en la provincia y necesita hacerse tratamientos en la
capital, por lo que necesita ser alojado por su familia). La madre, entre
enojada por la poca solidaridad de la nena y aflijida porque ella piense
realmente que no es querida, le explica largo rato que su dormitorio es
el más grande y cómodo para los abuelos, y le relata ejemplos de
cuánto la quiere. La nena continúa protestando y la madre se pone
cada vez peor hasta que el episodio termina con un cachetazo. La
madre llora sintiéndose culpable y el padre, que tal vez piensa que la
madre debería manejar mejor estas situaciones, la mira con censura.
Posiblemente podrían cortar este penoso circuito si la mamá se
autorizara a sí misma a tratar a la nena con menos deferencia, no se
dejara acusar ni culpabilizar ni por su marido ni por su hija, por lo
tanto, tampoco se enojara "realmente" con ella. Probablemente le
pondría entonces un límite a tiempo como a cualquier niño que
molesta. En el test provocador, en la medida en que se cierra el
circuito y quien provoca recibe la respuesta temida – esperada,
pierden todos ellos la posibilidad de hacer por una vez algo diferente.
A esta nena se le confirma que ella no es querida, no sólo por el golpe
de la madre, sino también por todas las explicaciones que le ha dado
con evidencias de que sí la quiere; a la madre se le confirma que hay
aspectos indeseables, egoístas, en su hija y que su marido no la aprecia
suficientemente como madre; y al padre se le afirma aún más la
descalificación a su esposa como madre de esta nena.

Entrenamiento de Terapeutas en Contraprovocaciones

Cuando quienes trabajan en el entrenamiento del SELF de los


terapeutas (como G. Mazieres, Ma. C. Ravazzola, H. Aponte, W. Santi
y otros) describen las escenas que ellos evocan para ejemplificar sus
momentos difíciles o sus "escenas temidas" 3, éstas son generalmente
3
Psicodramatistas y psicoanalistas argentinos como F.Moccio, C.Martínez,
E.Pavlovsky, L.Friedlevsky y H.Kesselman han hecho trabajos específicamente
5

escenas de provocación. Representan un momento en que un paciente


nos aborda de un modo particular, tal que nos gatilla una reacción
que, sabemos, no va a ser útil para producir conversaciones
promotoras de autorreflexión. En esas escenas producimos
automáticamente una respuesta que lamentablemente va a cerrar la
relación y a continuar promoviendo un contexto de emociones
defensivas con interacciones no deseadas. Si podemos, en cambio,
vencer aspectos nuestros "enganchados" con problemas semejantes a
los de ellos, la provocación será una oportunidad de entrada, de
contacto con cada uno y hasta de profundizar las grietas que
amenazan la estabilidad sintomática del sistema.
Siguiendo la línea propuesta por el Istituto de Terapia Familiare
de Roma 4 en sus estudios e investigaciones especiales sobre la
provocación, vemos que ellos elaboran una técnica terapéutica que
llaman contra-provocación, que consiste en tomar la provocación
como si fuera el ataque del OTRO en las artes marciales tipo jiu-jitsu y
utilizarla como herramienta para desbaratar ese juego comunicacional
propuesto y dar un paso hacia el contacto fuerte y la construcción de
otro juego menos previsible y menos sostenedor de la repetición. Un
ejemplo es el de una familia cuyo padre viene a la 2da entrevista
mostrando su disconformidad con la terapia. Dice al terapeuta: “Ud.
no es eficaz. La entrevista no nos sirvió para nada". El terapeuta sabe
qué no debe hacer: 5 no debe dar una explicación en la que se disculpa
por los pocos logros, ni enojarse por lo injusto y desmesurado del
reproche ni por el modo maltratador. Eso sería una actitud que el
sistema familiar puede asimilar fácilmente y para la que, seguramente,
conocen modos ya muy aceitados de manejarse.

Para ilustrar las posibles contra provocaciones que desbaratan


estos juegos y abren otras alternativas a las familias, es que en los
entrenamientos de psicoterapeutas se ensayan diferentes
intervenciones. Las escenas de descalificación de la terapia o del
mismo terapeuta como la del ejemplo, son de las más frecuentemente
evocadas cuando se trata de explorar dificultades. Los terapeutas en
entrenamiento pueden distribuirse y jugar distintos roles (de

con estas escenas.


4
Ver el libro "Detrás de la máscara familiar" de Mauricio Andolfi. Buenos Aires:
Amorrortu editores. 1985.
5
Citando a R.Piperno en "La Funcione della Provocazione nel mantenimento
omeostatico dei sistemi rigidi". Revista "Terapia Familiare", nº5, junio de 1979.
provocador, de terapeuta, etc.), y probar cuál es la intervención que
logra que la perturbación vuelva al polo consultante, sin otros efectos
indeseables. Por ejemplo, en el caso citado, el terapeuta podría
ensayar decir: "Por suerte para mí van ustedes despacio. De lo
contrario, correría el riesgo de no poder pagar mis vacaciones". Pero, tal
vez, al ensayarla se vería que eso suena demasiado contra-provocador,
especialmente al principio de una relación, y el terapeuta correría el
riesgo de quedar en una relación poco cordial con la familia. Esto es lo
que sucede si la respuesta tiene una dosis un poco fuerte de ironía, en
un "timing"6 inadecuado. En cambio puede ensayar decir: "Gracias por
orientarme en el ritmo que ustedes necesitan. Me doy cuenta así de que
son más rápidos de lo que yo creí. Igualmente no sé si estaré a la altura
de lo que ustedes necesitan. A lo mejor, yo soy demasiado "lenteja"(se
usa como “lento” de un modo más simpático). Probablemente con esto
termine la escena provocadora, y hasta pueda ser que alguien de la
familia se disponga a tranquilizar al terapeuta en cuanto a sus
habilidades. Vale la pena el trabajo de entrenamiento pero no es
tampoco tan predecible el resultado.

Tenemos que pensar que nunca hay una sola respuesta


adecuada. Siempre hay muchas que son útiles. Importa no caer en
algunas sabemos de antemano que son perpetuadoras de las funciones
rígidas del sistema. Están incluidas entre estas últimas las respuestas
emocionales de enojo, ofensa o ganas de echarlos, o, la peor que es
que el terapeuta haga como que no pasa nada pero "quede" molesto,
atontado, o acelerado, lo que indica que ha sido afectado, cargado
negativamente por la provocación y que la tensión se incrementó en
el polo terapéutico. Aunque no encuentre inmediatamente una
respuesta adecuada, el terapeuta puede reflexionar acerca de sus
propios "enganches" narcisísticos en la propuesta provocatoria.
Obviamente no es útil para el polo consultante disminuir sus
tensiones y "descargarse" a través de que quede cargado el terapeuta,
porque sólo cabe que se descarguen las tensiones a través de que
consigan solucionar el problema que los aqueja. Eso significa que la
respuesta del polo terapeútico DEBE devolverles la carga tensional de
un modo tal que puedan aceptarla y no defenderse ahora del
terapeuta. Toda esta gimnasia comunicacional es muy necesaria e
ineludible si estamos queriendo ayudar a familias en situaciones de
"psicosis" o de abusos, lo que ahora llamamos problemas psicosociales
6
Tiempo terapéutico
7

.
En cuanto a las familias con miembros abusadores, que son las
que nos interesan especialmente, vemos que en ellas la provocación
funciona más distribuída entre todos, generalmente cuidando de que
el abusador sea el que resulte menos tensionado. El terapeuta no es
siempre el blanco principal, también lo es la persona sistemáticamente
abusada. Pero el problema del terapeuta es que no sólo debe interferir
provocaciones para con él mismo sino que también debe interferir las
que van dirigidas a otros. Voy a tratar de explicar por qué esta
intervención es tan importante, casi un eje de la terapia, tomando
algunas ideas nada nuevas, ya expresadas por R.Piperno en 1979.

Función-Persona. Balance de Tensiones.

Piperno describe a las familias rígidas, como aquellas en las que


sus miembros están constreñidos a ser solo lo que los otros
significativos de su coexistencia esperan de ellos. Ninguno puede
libremente ser. A lo sumo, algunas personas del grupo tienen algún
permiso de ser (siguiendo una clasificación antropofenomenológica
propuesta por Ludwig Binswanger) ellas mismas, pero no todas. Y esta
forma de interactuar permanece a lo largo del tiempo. Piperno usa la
metáfora de la capacidad de definir confines claros de los espacios
personales como posibilidad de expresión del "sí mismo" y casi como
un signo de salud mental. "La falta de autonomía, la imposibilidad de
proponerse con un espacio personal propio, lleva a buscar compañeros
de juego con los que se confunde "el ser por mí" y "el ser por el otro.
La intrusión en el espacio personal del otro a través de la pérdida del
propio se vuelve la única posibilidad de co-existencia. La
protectividad, la indiferencia, el rechazo, la victimización y la locura
se transforman de atributos individuales en roles para un libreto
rígido".

La modalidad de ser en el grupo familiar puede definirse ahora como


"el coexistir a nivel de función". La trágica descripción de R.Piperno de
la existencia en función del otro, no es tan extraña a nuestra cultura.
Si nos detenemos a pensar en los roles familiares tradicionales, las
expectativas puestas sobre las madres son que ellas deben vivir parte
o toda su existencia en función de las necesidades de sus hijos. Esto
¿las pone en un mandato social de ser - según la definición de Piperno
- seres desviados de la normalidad? Entonces, ¿entendemos que las
madres, por coexistir casi sólo en función de sus hijos, son enfermas
por prescripción social?
El sistema que forma un operador social convocado como
terapeuta por un lado, y los miembros de la familia, o el paciente
individual por el otro - llamado sistema terapéutico-, también puede
transformarse en un sistema rígido, y sus componentes actuar sólo
desempeñando aquellas conductas a las que están constreñidos. La
presencia de este miembro nuevo del sistema -el terapeuta- amenaza
desestabilizarlo, por lo que los miembros de la familia lo aceptan en
tanto el nuevo miembro circule sin provocar efectos de verdadera
ruptura. El sistema puede (corre el riesgo de) ser mirado o actuado
por este miembro nuevo de un modo que les genere sorpresa y
alternativas temidas y no previstas. Pero eso, seguramente, es deseado
y temido a la vez. Por lo tanto, es más tranquilizador anular el efecto
de novedad posible. Es decir, se lo llama, se lo convoca, pero a la vez,
se trata de anular su potencia diferenciadora.

En nuestra experiencia, el balance de tensiones en estas familias


suele ser tal que asegure una tensión óptima entre un mínimo y un
máximo que el sistema conoce y tolera y que no está necesariamente
en relación con síntomas que tal vez estén presentes desde hace
mucho. Estas familias "rígidas", están entonces acostumbradas a un
monto de tensión previsible que no siempre es el mismo que cada uno
de nosotros toleraríamos. El aumento de la tensión más allá de ese
monto es razón suficiente para acudir a pedir ayuda. En la demanda
de terapia, buscan un alivio, un cambio, en general algo que podría
pensarse como una disminución de la tensión que están soportando,
lo que no siempre es homologable a que busquen la desaparición de
las conductas sintomáticas.

Hugo hace 6 años que vive con sus padres ancianos después de una
tormentosa separación matrimonial. Su hermano mayor, Sergio, en
tratamiento por sus problemas personales, relata a su psicoterapeuta
actitudes maltratadoras y conductas violentas de Hugo. Le cuenta que
Hugo no trabaja porque ningún trabajo se ajusta a sus exigencias y
necesidades y también la aflicción de sus padres que suponen a Hugo
afectado por el fracaso de su matrimonio con Elena y les piden
constantemente ayuda a él y a su otra hermana. El terapeuta sugiere a
9

Sergio una entrevista de terapia familiar con nuestro equipo. La madre


es quien solicita telefónicamente la consulta, definiéndola como
urgente.

Es fácil pensar que el motor de la consulta no han sido los síntomas de


Hugo, sino la preocupación del psicoterapeuta de Sergio, a su vez
gatillada por aquellos aspectos de los relatos de Sergio que
representan los focos de tensión en las relaciones entre él y sus
padres, y entre él y su hermano. Esta "pelota picando" en esa área
presiona a su vez a la relación Sergio-madre quienes se movilizan para
consultar a nuestro equipo. Dicho de otra manera, la mirada del
"extraño" (el terapeuta de Sergio) aumenta el nivel de tensión habitual
y el grupo busca restablecer el nivel tolerable que les garantiza poder
continuar lo que Mara Selvini Palazzoli llama "el juego" relacional
psicótico.

El juego comunicacional provocador habitual parece un


instrumento hábilmente aceitado entre los miembros de estas familias
por el cual uno de ellos (no siempre el mismo) se ha hecho cargo de
absorber las tensiones de distintos modos. Cuando un "extraño" se
aproxima, es blanco de mensajes provocadores y es probable que
asuma entonces esos excedentes de tensión que podrían perturbar el
juego habitual. De esto se deduce que es importante para el terapeuta
estar en condiciones de esquivar o transformar los mensajes
provocadores, de tal manera que vuelvan a inducir mayores tensiones
en el sistema que consulta, pero cuidando de mantener siempre una
aceptación de las personas y un clima de relación cordial.

En este caso que comento, al comienzo de la reunión a la que vienen


Sergio, Luisa (la hermana) y la madre, Luisa cuestiona (con
vehemencia) la modalidad de trabajo del equipo. Ella se manifiesta en
desacuerdo con el uso de la cámara de Gessell y de las grabaciones,
exigiendo que se haga la entrevista prescindiendo de esos instrumentos.
De no complacerla amenaza con irse mientras permanece de pie
discutiendo y mientras Sergio intenta negociar con nosotros para que
cedamos y así su hermana se queda. Finalmente, ante la declaración de
los terapeutas de que con mucho gusto la complacerían pero que en
estas situaciones de larga data trabajamos sólo de esta manera porque
sabemos que si no es así no cambia nada, es la madre la que define que
va a quedarse y aceptar las condiciones del equipo. Allí Luisa se
tranquiliza y se sienta.

Nosotros, como equipo, entendimos la reacción de Luisa como una


provocación. De alguna manera, conociendo el funcionamiento de
estas familias, estamos preparados para estos momentos. No dejamos
que nos invadan emociones que nos harían reaccionar
defensivamente, sino que mantenemos nuestro rumbo sin descalificar
ni al provocador ni su propuesta. Cambiar algo que se repite durante
años no es fácil para nadie, y aceptamos que da mucho miedo y
promueve pataleos y berrinches. Pero somos conscientes de que esos
berrinches precisan límites.

¿Por qué es tan importante saber manejar la provocación? Para


responder a esta pregunta es necesario pensar acerca de los factores
que, tal como pregunta Carlos Slutzki, mantienen los síntomas.
Vemos que la serie de factores que coexisten en una familia con un
miembro sintomático son las siguientes:
- que el grupo familiar comparta un criterio consensual de
"enfermedad" como condición por la que no se exige al sujeto-
problema que se responsabilice por sus conductas. Este sistema de
creencias coincide con la búsqueda de una resolución médico-
psiquiátrica del problema.
- que, de producirse tensiones entre las personas, estas tensiones se
mantengan bajo control. Si las tensiones aumentan más allá de un
rango aceptable para ellos, entre todos van a “designar” a alguien para
que se haga cargo de ellas. En consecuencia las tensiones tienden a ser
permanentemente delegadas sobre alguien.
- que cada uno disminuya la intensidad del registro de su
propio placer o disgusto (habitualmente lo delegan de uno a otro).
Ninguno se compromete con sus propias necesidades vitales.
- que se mantengan fijamente algunas pautas a lo largo del tiempo
como si la gente no creciera o como si el tiempo no pasara.
- que la estructura jerárquica en algunos subsistemas permanezca
inamovible, incuestionable.

La provocación parece ser un instrumento regulador de estas


condiciones, una modalidad de comunicarse y comunicar a
“extranjeros” a la familia que no están totalmente dispuestos a
participar de conversaciones que los perturben. Al testearnos buscan
11

conocernos y saber de nuestras reacciones. También entonces nos


estarían proporcionando una información valiosa que necesitamos
incorporar para poder seguir adelante en conjunto. Es una forma de
darnos a conocer sus miedos y de proponernos incluirlos en el trabajo
compartido.

Juego ambivalente de tensiones en las familias


Algunas reflexiones y paradojas

Pensando que los circuitos interaccionales de las familias en las


que ocurren conductas de abusos se mantienen y repiten debido a
factores muy coincidentes con los que mantienen la existencia de una
manifestación sintomática en alguno de sus miembros, hemos
continuado explorando la línea de intervención contraprovocadora
propuesta por el I.T.F. de Roma, contribuyendo a experimentar,
fundamentar y precisar su aplicación también a las consultas por
problemas de abuso en las relaciones y de abuso de sustancias.
Poner el foco en el juego de tensiones nos llevó a preguntarnos
hace ya años cuando comenzamos con las metáforas de co-
construcción en la terapia7: ¿De dónde pensamos que surgen esas
tensiones? Aluden a algo tendido entre por lo menos dos polos que
tironean. ¿Cuáles son esos polos? Nos respondimos tentativamente
que tienen tal vez que ver con la ineludible danza biopsicosocial
humana por la que pertenecemos a grupos sociales significativos al
mismo tiempo que necesitamos diferenciarnos como sujetos únicos,
lo que nos pone en una, también ineludible, situación de
contradicción personal-grupal. Cada cultura, cada grupo, cada
individuo, propone y se propone formas de resolver esta contradicción
y, quizás, haya habido a lo largo de la historia humana, convergencias
más y menos exitosas.
En nuestra cultura occidental, los valores difundidos desde
medios masivos de comunicación, transmisiones generacionales de
tradiciones, etc., nos sumen en una paradojización flagrante a través
de mandatos como estos: 1) existe el culto al héroe, individuo único
por excelencia, que es tanto más heroico cuanto más se sacrifica por
los demás; 2) las mujeres, como madres heroicas, por ejemplo DEBEN
7
Ver Mazieres y Ravazzola: "Una metáfora de la relación Terapeuta-Familia: co-
autores de nuevos libretos". Revista Sistema Familiares, año2, nº 3, Diciembre
1986.
dedicar su vida a los hijos, pero a la vez realizarse como personas y
prever los años de vida posteriores a la ida de los hijos del hogar
parental, con lo que deben desarrollarse en algún área de su propio
interés; 3) los hijos se deben a sus padres y familias, pero, al mismo
tiempo, son "raros" o "enfermos" si no se alejan y no constituyen un
grupo familiar propio.
Siempre que optamos, algo perdemos.
Las diferentes construcciones de la realidad que hacemos cada
uno de nosotros, pueden incluir la creencia o la ilusión de que
podemos no optar, no perder, no comprometernos en la consecución
de lo que queremos, o sea, que podemos mantener indefinidamente
una oscilación ambivalente. Esta construcción supone una delegación
tanto del aspecto de la contradicción que nos resulta, en cada
momento, más difícil o amenazante, cuanto, a veces de la misma
decisión de elegir. Cuando es así, también tenemos que delegar
nuestro registro de lo que queremos y ya ni lo sabemos. Esta
oscilación permanente coincide con la detención de los procesos
evolutivos en su devenir naturalmente cambiante, "los seres vivos y las
organizaciones sociales cambian permanentemente”8.
Como el burro frente a las dos parvas de paja igualmente
grandes, el sujeto debería comprometer su decisión hacia una de ellas
pero, en los casos en que una conducta indeseada se repite, cualquiera
de los miembros significativos del sistema sino todos, permanece en
oscilación constante9. El circuito oscilante se mantiene en tanto no
haya variables que diferencien las parvas de paja. Por lo tanto, todo el
circuito interaccional debe reverberar ambivalentemente, detenido en
una oscilación constante entre la parva de la pertenencia y la de la
autonomía. Así es que, para mantener la ilusión de no perder, hay
que generar mecanismos (con gasto energético) que mantengan la
oscilación y minimicen permanentemente las diferencias. El
“extranjero” que entra al sistema siempre podría generar alternativas
que son a la vez deseadas y peligrosas.

Volvamos a nuestro foco de interés. Como Terapeutas


Familiares nos interesó y nos interesa, de acuerdo a todo lo
antedicho, cómo se producen los "circuitos de mantenimiento" en las
familias con miembros sintomáticos y en las que ocurren repetidas
interacciones de abusos; es decir cuáles son en estas familias, esos
8
H.Maturana: Comunicación Personal Conferencia 1983. Buenos Aires...
9
Watzlawick, Beavin, Jackson: Teoría y Práctica de la Comunicación humana.
13

eficaces mecanismos de mantenimiento de una oscilación. El


mecanismo tiene que ser tal que permita a los sujetos tender hacia
polos cohesivos y diferenciativos a la vez, sin que uno prevalezca sobre
otro (crecería una de las parvas). Encontramos con frecuencia que, en
ellas se formulan declaraciones en un plano (generalmente verbal)
que son desmentidas flagrantemente en otro plano (generalmente
gestual o de acciones concretas). En la vida corriente se escuchan
muchos de estos ejemplos: una mujer dice "a mi marido no le aguanto
más que llegue tan tarde", protestando, mientras arregla la mesa para
servirle la comida cuando llegue. Las palabras hablan de algo a lo que
se pone fin, ya intolerable para el sujeto, mientras los actos y,
seguramente, la actitud de la misma señora al estar frente a su marido,
indican que aguantará muchas veces más. La madre que dice al hijo
"ésta es la última vez que te alcanzo hasta la escuela lo que te
olvidaste" sabe ella misma, mientras se lo lleva, que lo volverá a hacer
la próxima vez que el hijo se lo reclame. En estos ejemplos las
personas hablan la autonomía mientras actúan la pertenencia.

Estas declaraciones que se anulan mutuamente tienen el efecto


de permitir una cierta descarga de tensión en esa interacción en la que
el sujeto estaría, de lo contrario, a punto de registrar un displacer. De
todos modos, al anularse una a la otra, no inclinan el movimiento en
una determinada dirección y, por lo tanto, no hay cambio. Se puede
continuar con la ilusión de que es posible no optar, no
comprometerse; no hay alarma frente a una tensión dolorosa en la
que se sería desleal a la familia, o, por lo menos consciente de una
renuncia personal.
Estamos frente a un fenómeno social habitual. En las familias y
en los grupos sociales en general, se realizan actos propios de lo que
llamamos la danza relacional 10 confirmatoria de pertenencia por un
lado (nos da identidad, seguridad, continuidad, etc.) y por el otro
afirmadores de nuestra individualidad. Sucede en la vida de todos los
días. Cada vez que damos respuesta a una pregunta, estamos, por un
lado, respondiendo a una inducción, certificando una pertenencia a
un código social y, por el otro, dando nuestra propia respuesta. Pero
no siempre el circuito interaccional necesita establecerse de un modo
fijo, y se producen, en cambio, movimientos generados por las
necesidades particulares de cada sujeto.

10
C.Whitaker. "El Crisol de la Familia", Buenos Aires, Amorrortu.
En los casos que nos interesan particularmente (abusos), el polo
diferenciativo de los mensajes parece, por alguna razón, ser muy
difícil de asumir y, por lo tanto, aparece sólo para ser anulado por
algún otro mensaje, generalmente expresado en otra área (corporal-
conductual si el mensaje diferenciado era verbal). También es
importante evaluar el contexto en que se manifiestan estas
ambivalencias, y las expectativas que se generan en función de tal
contexto. A veces, se espera de un sujeto tercero, espectador del
mensaje, que asuma el polo diferenciativo y lo haga su propia causa.
En esos casos, si quienes interactúan son el marido y la esposa,
frecuentemente ese tercero es un hijo, quien hace suya la "causa" de
uno de los padres. Cuando estas familias llegan a hacer una consulta,
sus miembros proponen mensajes ambivalentes, y esperan que el
terapeuta sea quien tome a su cargo la manifestación diferenciada, o,
en otras palabras, que asuma la necesidad de cambio de cada uno. O,
también, que asuma la necesidad de salvaguardar la pertenencia
amenazada.
Es por todo esto que los mensajes ambivalentes resultan
importantes para el terapeuta familiar. Si la ambivalencia está
presente, significa que él es el candidato óptimo para que le sean
delegadas las necesidades diferenciativas de los miembros del sistema
familiar. Si las hace suyas, la familia puede, ahora incluyéndolo como
parte de la misma, seguir oscilando indefinidamente, o, sólo registrar
sus tendencias cohesivas.
A la vez, también es cierto que el terapeuta tiene a través de
estas manifestaciones una oportunidad única de entrar al sistema
familiar, si puede maniobrar desde una devolución total de lo
expresado ambivalentemente, (por uno o entre dos miembros de la
familia) hasta producir la amplificación del aspecto del mensaje que
de otra manera quedaría oculto amplificando también y haciendo bien
visibles los polos en juego.

A la luz de estas reflexiones, lo que llamamos "provocación"


sería entonces un tipo especial de mensaje también ambivalente, en el
que el sujeto induce violentamente a otro a dar pruebas de su lealtad
al sistema de expectativas mutuas en el que se manejan ambos.

Veamos un ejemplo: Un adolescente puede decir al terapeuta,


mientras sus padres miran y escuchan atentos "¿Ud. va a hacer algo por
mí"? "si ni siquiera conoce los nombres de los medicamentos que
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tomo"..., con tono despectivo. Este mensaje presenta algunas


ambivalencias que es útil reconocer e identificar:
a) Adolescente despreciativo y provocador coincidente con
padres reconocidos que piden ayuda.
b) Adolescente despreciativo coincidente con el mismo
adolescente sentado en el consultorio del "despreciable" terapeuta.
c) Adolescente necesitado de atención y garantías coincidente
con el mismo adolescente agresivo y despectivo.
Lo esperado y previsible sería que el terapeuta diga: "Bueno,
justo no conozco esos medicamentos, pero si me decís la droga que los
compone"...o, "bueno, yo no estoy de acuerdo con dar remedios, por
eso es que...", en fin, alguna explicación que lo defienda y devuelva al
adolescente y su familia, la idea de que él funciona con las mismas
pautas que ellos.
Como un aspecto especial de la ambivalencia a la que nos
referimos, la provocación del sistema familiar (a través de alguno/s de
sus miembros) al terapeuta, le provee un camino de intercambio
intenso con él mismo y con todos. Claro que, no respondiendo en la
línea defensa-ataque prescripta por la familia, sino ofreciendo otra
propuesta que incluya los polos de la ambivalencia. Por ejemplo puede
decir al joven: "Te agradezco que te hayas molestado hasta aquí a
pesar de mis ignorancias. Espero que me ayudes en lo que desconozco
porque lo voy a necesitar".
Si el terapeuta elude la trampa de tener que responder a la
inducción, los miembros de la familia también pueden hacerlo.
Cuanto menos el terapeuta intente "convencer" o "tironear" o "mover"
a los clientes en una dirección, menos cargará con delegaciones que
lo posicionan como reforzador del no-cambio. Este balance es difícil
porque a la vez un terapeuta conectado y atento tenderá a ayudarlos a
cambiar.
Por todo lo antedicho, resulta obvio que los terapeutas que se
enfrenten a situaciones de abuso en las relaciones familiares tienen
que poder registrar estos fenómenos comunicacionales provocadores.
Muchas veces se trata de desafíos claros como los descriptos pero,
muchas otras veces, las manifestaciones son más sutiles. En el
contexto terapéutico, estas últimas son una forma de "síntomas en
sesión". ¿Qué son? Se manifiestan como incongruencias de sentido en
los discursos, como afirmaciones que no entendemos bien, que no
conseguimos abarcar en su lógica. Sabemos que esas manifestaciones
se relacionan con las mismas ambivalencias que la provocación
porque también "provocan" alguna forma de molestia en el terapeuta,
no tan fuerte ni tan inductora pero existente. Cuanto más entrenado
esté el terapeuta en prestar atención a sus propias imágenes, sus
propios deseos, su propia comodidad y bienestar, más va a ser capaz
de detener las interacciones en las que se le generó un malestar y en
producir una nueva ruta en la conversación.
Es interesante y resulta fructífero poner el foco en lo que
podemos llamar síntomas comunicacionales en la conversación, de
los cuales las provocaciones son algunas de las formas menos sutiles.
Nos ayuda a desarmar las posibles anestesias que pueden circular en
las conversaciones con los actores protagonistas de las situaciones de
violencia. Una enumeración y descripción de estos fenómenos
identificables en la comunicación familiar se encuentra en el capítulo
8 del libro citado como referente de este presente artículo.

María Cristina Ravazzola


Capítulo 9 del libro Historias Infames, los Maltratos en las Relaciones.
Paidos Argentina. 3ª reimpresión 2005. Revisado en octubre de 2016

mravazzo2@mail.com

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