Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
RELIGIÓN Y RELIGIONES
EN LAS EPÍSTOLAS DE LOS HERMANOS DE LA PUREZA
Las Rasā’il Ijwān al-Ṣafā’,1 título que aquí traducimos como Epístolas de los
Hermanos de la Pureza, son una obra enciclopédica de autoría desconocida y discutida,
presumiblemente redactada en el oriente árabe islámico durante la época dorada del
califato ‘abbāsí, en torno a los siglos III H / IX d.C. y IV H / X d.C. Sus cincuenta y dos
tratados en forma de epístolas se agrupan en cuatro secciones o núcleos temáticos:
ciencias propedéuticas, ciencias físico-naturales, ciencias psíquico-intelectuales y
ciencias metafísicas o reveladas. Cada grupo de epístolas da por conocido el anterior, y
los mismos objetos van siendo tratados desde el punto de vista de las distintas ciencias a
modo de una escalera de caracol, en un nivel cada vez más espiritual, menos material,
dentro de un plan pedagógico que afirma querer llevar al lector desde el abismo del
mundo de la materia hasta el cénit sublime del espíritu.
Debido al uso interesado y falto de lealtad que algunos han hecho del texto hay
quien ha llegado a afirmar que estamos ante una obra de autoría shī‘í ismā‘īlí, pero lo
cierto es que el texto predica un universalismo islámico explícitamente enfrentado a
todo tipo de sectarismo, tanto shī‘í como no shī‘í.
[Página 502]
2. EL MUNDO Y EL HOMBRE EN LAS EPÍSTOLAS
1
La edición utilizada, con este título, es la de Beirut (1957), única comercialmente accesible. La
estructura de las referencias que se hacen a ella es como sigue: ep. indica la epístola, identificada por su
número de orden; el número romano (I, II, III, IV) es el del volumen en que se encuentra dicha epístola;
terminando con la(s) página(s) de referencia. [Las referencias fueron eliminadas en la versión impresa.]
2.2. La imagen del hombre
Sin embargo, el ser humano posee una cuarta dimensión, la dimensión espiritual,
que integra todas las otras dimensiones y que abarca la totalidad del hombre, de un
modo análogo a como el ser humano resume y refleja en sí mismo la estructura de la
creación entera.
3. RELIGIÓN Y RELIGIONES
En cada una de estas dimensiones el ser humano está en el centro del universo:
desde un punto de vista cognitivo, como vehículo de las formas desde la materia ha-
[página 503]cia el intelecto pasando por el alma; también desde un punto de vista
pragmático como vehículo de las formas, pero en este caso desde el intelecto hacia la
materia, pasando igualmente por el alma; y desde un punto de vista social la centralidad
humana en el cosmos se manifiesta como ámbito, empíricamente interpersonal y
espiritualmente suprapersonal, que encabeza y asume el retorno de la emanación
hipostática hacia su Origen Divino.
Para las Epístolas, los primeros sabios «se servían de los ángeles para intentar
acercarse a Dios», práctica cuyas apariencias fueron adoptadas después por otras
personas sin saber realmente lo que hacían y, así, aquel servirse de los ángeles fue
transformándose primero en una adoración de los ángeles, luego de los astros y,
finalmente, de meros ídolos inertes. El transcurso del tiempo y la degeneración religiosa
aparecen, en un primer momento, como realidades paralelas.
[Página 504]
c) Los misterios y verdades revelados: divididos entre las distintas
religiones y escuelas para contrarrestar las interpretaciones estrechas,
impedir la autocomplacencia y empujar a la búsqueda del saber.
En cualquier caso, los profetas son médicos de las almas, y éstas se ven
afectadas por enfermedades bien diversas, aunque pueden resumirse en la ignorancia y
la conducta agresiva. Con lo cual tenemos que cada religión es una especie de
medicamento contra algunas enfermedades del alma: aquéllas contra las que está
providencialmente dirigido. Recordemos que esa conducta agresiva no es más que una
traducción material de la ignorancia del alma que está sumergida en el océano opaco del
cuerpo y sus servidumbres.
Lo que nos queda, pues, como concepto de religión es una revelación múltiple
del conocimiento de Dios y de diversos métodos para que la humanidad ignorante pueda
alcanzar ese mismo saber y librarse de la opresión de la materia. Esa vía práctica de
conocimiento liberador que es cada religión termina refractándose en un arco iris
religioso, plasmación lógica de la revelación en el mundo de la multiplicidad, que
necesariamente ha de incluir las formas más degeneradas de la idolatría.
Ese método práctico, la «Ley» enseñada por cada profeta, tiene en cuenta a la
vez el interés de todos y cada uno, a diferencia de los precipitados juicios del más sabio
que se atenga a sus luces naturales, el cual nunca podrá librarse de la parcialidad. En ese
camino que nos lleva desde la superficialidad a los aspectos más profundos de la
realidad hay quien saca un provecho que sólo es material, pero también hay quien extrae
un provecho global de la religión; hasta tal punto es importante la intención y la
finalidad que se pretenda en esta vía que toda modificación que el ser humano realice
dentro de ella se valorará diferentemente según la intención: si la finalidad es material,
se trata de una rebeldía y oposición contra el profeta que transmite ese método; si el
objetivo es espiritual, la modificación es disculpable porque la acción, aunque fuera del
camino, sigue orientada hacia su mismo fin.
El tema de la religión gira, para nuestra obra, en torno a uno de los indefinidos
modos en los que cabe formular la relación entre el Creador y la criatura, entre el
Principio y los seres particulares, concretamente humanos. Ese modo de relación
consiste en la revelación de una visión del mundo y en el establecimiento de unas prác-
[página 506]ticas expresivas y evocadoras de dicha cosmovisión. El profetismo consiste
en este doble momento vivido en un ser humano particular, el profeta, portador de un
mensaje y maestro de una comunidad. A continuación pasamos a tratar estos tres
aspectos de la profecía así entendida.
Por profetas hay que entender a los mensajeros enviados por Dios para que los
hombres puedan perfeccionar las virtudes del alma. Esa actualización de las
potencialidades del alma consiste en curar una afección, diagnosticándola y
prescribiendo el tratamiento. La enfermedad que afecta a las almas y cuya curación es
tarea de los profetas es la ignorancia, una enfermedad no sólo pandémica sino también
carente de reconocimiento, ya que la mayoría de las personas son ciegos que son
guiados por otros ciegos, ajenos al remedio gradual y secreto que aportan los profetas.
En la misma naturaleza de la enfermedad está el que la curación deba venir por el
conocimiento, no mediante engaños ni tretas; por ello no cabe coacción alguna en la
actuación de los profetas sino sólo educar al alma humana para liberarla de la
insatisfactoriedad del mundo material, del mundo de la generación y la corrupción, y
conducirla al mundo eterno del Paraíso espiritual.
El sentido, pues, de la unión del cuerpo y el alma se cifra en que ésta adquiera
conocimientos, en que acumule en sí misma las formas que encuentra en la materia, sin
dejarse llevar por la inercia de ésta, es decir, por las pasiones corporales, abandonando
así el infierno de la ignorancia por acción de los profetas, los cuales se han sumergido
en el mundo material para llevar a cabo esta labor de salvamento.
1) Existe una Causa del mundo, entre los aspectos de la cual están: su
independencia respecto del tiempo, no actuar por mera inercia, tener un
aspecto cognitivo, actuar con sabiduría, estar dotada de capacidad,
constreñir a los seres particulares, produciendo su existencia y
disponiendo de ellos, siempre de acuerdo con lo que les conviene, por un
acto de voluntad.
[Página 507]
5) Cada ser particular materializa un grado de salud o de corrupción
mediante sus acciones, de acuerdo con su conocimiento o su ignorancia.
Tenemos, pues, que los profetas son unos médicos que aportan un remedio para
curar la ignorancia que tienen las almas respecto de la realidad del mundo y salvarlas
del infierno de la materialidad en la que están sumergidas. Esa medicina es un
conocimiento práctico que les llega a través de ese mundo inteligible inmaterial y que
ellos expresan en las lenguas de sus pueblos. Conocimiento que la mayoría de los
profetas reciben en sueños; de hecho, el sueño significativo es un fenómeno de orden
profético, o revelacional, del que participan también otros tipos humanos. En su sentido
pleno, esa revelación proporciona datos sin intervención de la sensibilidad habitual, a
través de una presentación inmediata e involuntaria de los mismos en el alma humana,
ya sea durante el sueño o, si es durante la vigilia, mediante una voz o una presencia
visible. No se trata de razonamientos lógicos ni de ejercicios filosóficos, sino de una
depuración del alma humana que la pone en sintonía con el mundo inteligible de lo
espiritual.
Una nota, por lo tanto, fundamental de ese conocimiento práctico de los profetas
es que «se les viene encima», no como resultado de una elaboración construida
personalmente, sino como una visión que les viene dictada sin intervención de su
voluntad.
En su calidad de médicos de las almas, los profetas son como las estrellas: cada
uno sirve de ejemplo y guía útil para un tipo de personas. El objetivo y el mundo
espiritual de todos los profetas es el mismo, con la única diferencia del método
particular, de la sharî‘a particular, que enseñan a sus discípulos; diferencia de ningún
modo perjudicial para el hombre, ya que viene establecida en interés de la propia
diversidad indefinida constitutiva del mundo de los seres particulares, del mundo de la
multiplicidad. De modo y manera que cada profeta predica y enseña una escuela, entre
otras, de la única religión posible, que consiste en el retorno a Dios.
En virtud de la revelación los profetas son seguidos por sabios y soberanos.
Puede ocurrir que profeta y soberano coincidan en la misma persona, como en el caso
de Muhammad, o que profecía y soberanía vengan ejercidas por personas diferentes;
pero hay una necesidad mutua. El poder material protege el ámbito material en el que se
mantienen vivas las enseñanzas del profeta, y la autoridad espiritual, basada en el
[página 508] conocimiento, legitima el ejercicio del poder con esta condición protectora:
el poder es legítimo sólo si se somete a la autoridad.
Por lo que se refiere a los sabios, coinciden con los profetas en afirmar que todas
las cosas son causadas por una sola Causa, que lo es de la existencia y de todos los
estados de aquellas cosas, y en afirmar que el mundo no tiene un valor intrínseco, sino
que se remite a su Causa, ante la cual cada acción encuentra su eco más allá de su
simple inmediatez material. Pero cuando el sabio conoce el mensaje del profeta
reconoce la verdad del saber que le es desvelado.
Leemos que los profetas transmiten su mensaje «en la lengua del pueblo en el
que nacieron y con las palabras de aquéllos a los que fueron enviados». Y es que no se
trata de una simple exposición, sino de una receta médica dirigida a un destinatario
enfermo, cuyo primer interés es entender lo que se le prescribe.
Esos mensajes revelados presentan varios aspectos temáticos, pero entre éstos
destacan los siguientes: qué es el alma, cuál es el origen del mundo, por qué las almas
disfrutan de salud o sufren rebeldía, por qué se transmutan y corrompen y cómo llegan a
verse afectadas por distintos tipos de enfermedades. El centro de atención, como vemos,
es siempre la salud del alma, la salud de la dimensión dinámica del ser humano.
Así, pues, aunque la misión de los profetas es salvar a las almas del infierno de
la mera materialidad, sus medicinas, sus enseñanzas, también aprovechan a los cuerpos,
a los cuales están dirigidos los envoltorios, esos sentidos aparentes que complementan,
sin negarlos, los sentidos ocultos en su interior y dirigidos a las almas.
Complementariedad, por lo demás, plenamente lógica y esperable en el cosmos unitario
de las Epístolas, en el cual cuerpo y alma son dos aspectos solidarios de una misma
realidad, cuya salud o enfermedad nunca dejaría de serlo de la totalidad. Por ello no
cabe que una medicina dirigida al ser humano actúe sobre uno de sus aspectos
descuidando el resto; si es tal medicina, actuará sobre el hombre en su totalidad.
Leemos que los profetas tienen más de cuarenta cualidades, humanas y angélicas.
Con la buena transmisión de su mensaje se las dejan en herencia a sus discípulos,
aunque de modo disperso: «apenas se encuentran todas juntas en uno solo de ellos;
antes bien, ninguno se ve desprovisto de parte de la herencia». Mientras la comunidad
de los discípulos permanece unida y se ayuda mutuamente, disfruta de la felicidad del
cuerpo y del alma, y lo mismo puede decirse de quienes sigan su ejemplo después de
ellos. Pero, si se divide en grupos enfrentados, entonces pierde toda su felicidad del
cuerpo y del alma.
Es propio del vulgo creer que el ser humano se acaba en el cuerpo sensible y, en
consecuencia, entiende que la resurrección es la vuelta del cuerpo a la vida después de
muerto para entonces recibir el pago correspondiente al bien y al mal que hubiera
realizado en vida. Por otro lado, para quien entiende que el cuerpo está acompañado de
un alma la resurrección es el retorno del alma al cuerpo o a otro cuerpo nuevo. Pero para
quien sabe que el vínculo entre alma y cuerpo es una prisión temporal del alma con el
fin de alcanzar su perfección, resucitar sólo puede ser abandonar el mundo de los
cuerpos y orientarse hacia el mundo del alma, hacia el mundo de la vida plena e
ilimitada. Así se entiende que el Infierno sea el mundo sublunar, el mundo de la
generación y la corrupción, habitado por las almas animales, únicas víctimas del dolor,
y que el Paraíso sea el mundo de los espíritus, el mundo de las esferas, habitado por las
almas racionales, que están libres de todo dolor.
[Página 511]
Dentro de lo que hemos llamado, pues, actitudes vitales cabe una diversidad de
posturas alimentadas por las actitudes exegéticas que se tengan a partir de la aceptación
confiada de la revelación y la capacidad de comprender sus sentidos más profundos. Las
diferentes actitudes conviven en la variedad de personas caracterizadas por distintos
grados de comprensión de la revelación, donde la mayor profundidad corresponde al
simbolismo más espiritual y la mayor superficialidad al mero literalismo material.
3.4. El círculo de la religión
En el centro del mundo de la religión está Dios y, a partir de ahí, Su relación con
el mundo en general y con el ser humano en particular. Leemos que, para el vulgo y
para gran parte de la élite intelectual, Dios es un Ser personal que tiene unos atributos
dignos de alabanza, que realiza una actividad múltiple, que no se parece en nada a Sus
criaturas, que está situado en un lugar determinado del espacio (ya sea el cielo o sobre el
Trono celestial), que ve, que oye y que sabe todo. Una concepción más elevada de Dios
niega que tenga una localización determinada en el espacio ni en el tiempo, sino que
entiende que se trata de una forma espiritual que recorre todos los seres, imperceptible,
inmutable, impasible y conocedora de todos los sucesos antes, durante y después de
tener lugar. Por encima de esa concepción está la consideración que Le niega una forma
a Dios, argumentando que la forma es una característica exclusiva de la materia
empírica, dejándolo en una mera Luz espiritual simple. Por último, en la visión más
elevada del tema, Dios no es un Ser personal ni una forma, sino una identidad unitaria,
única en Su capacidad y múltiple en sus acciones, de la que nadie conoce la esencia, ni
el lugar, ni la modalidad; sólo se sabe que es la fuente de la que emana la existencia de
todos los seres, que está en todo y acompaña a todo, pero sin confundirse con nada.
2
En Dios coinciden conocimiento y voluntad. Por lo que se refiere al habla, el lenguaje humano es una
realidad hilemórfica producto de la quwwa nâṭiqa (potencia lógica o locuente), que es aquello de más
divino que hay en el hombre. Si el habla es expresión del Intelecto (no ya emanación suya, como el Alma),
hablar de hilemorfismo sólo es posible en el caso del lenguaje humano. El lenguaje divino,
necesariamente, en la medida en la que proceda directamente del Intelecto Divino, y no de una criatura
sublunar, ha de carecer de dicha estructura hilemórfica de los seres creados y no podrá contarse entre
ellos.
camino. En todo ello Dios no hace sino el bien, ya que siempre actúa para el bien
general y universal incluso si a veces parece derivarse de Su actividad un daño
particular. Y es que todo ocurre por un motivo, aunque el hombre no lo conozca. Sin
embargo, el decreto divino no ha de ser pretexto para exculpar a quienes cometan
crímenes y delitos y culpar a quienes los denuncien, ya que el mal y el sufrimiento sólo
son un estímulo para que las almas preserven y cuiden a los cuerpos y así puedan
alcanzar su perfección mediante el vínculo entre unas y otros.
Dios y el mal se ven unidos, pero no como opuestos, sino con el mal como
recurso divinamente ordenado para que el alma se dirija a su perfección. Las Epístolas
no se plantean directamente si estamos en el mejor de los mundos posibles, pero sí son
tajantes al hablar de la necesidad del mal en este mundo para que pueda completarse el
ciclo descencente de la emanación con la reintegración del mundo en su Principio.
Si el núcleo del mundo religioso es Dios en sus relaciones con el ser humano, la
actitud de éste en dicha relación es el primer punto que debe interesarnos.
Para las Epístolas la vida humana es breve y, por ello, carente de valor en
términos absolutos. Ante esa constatación invitan al hombre a apartarse de todos los
grupos y todas las opiniones, con sus enemistades y odios mutuos, y a prestar atención a
la realidad y al sentido de las cosas como única vía que conduce hacia Dios. Como
[página 513] siempre, esta afirmación tajante viene atemperada en otro momento: «no
es posible llegar allí [a la morada permanente: dâr al-julûd] sino con dos rasgos de
carácter: uno es la pureza del alma, y el otro es la rectitud del método». La realidad y el
sentido de las cosas, por un lado, podría hacer pensar en requisitos exclusivamente
cognitivos para acercarse a Dios; pero también se nos recuerda que ese conocimiento
ha de ser efectivo y actuar de una forma ordenada hasta producir aquella pureza del
alma que consiste en liberarse de los vínculos que unen a ésta con el cuerpo. De hecho,
ambos procesos, la comprensión del sentido de la realidad y la purificación del alma, se
dan en paralelo: un alma dominada, o paralizada, por la inercia de la materia es incapaz
de ejercer su capacidad intelectiva, y sin ejercerla no cabe salir del círculo de la materia.
En esta disyuntiva el ser humano puede dirigirse hacia Dios siguiendo a Sus
profetas, en lo cual puede quedarse en una simple aceptación formal o puede avanzar al
punto de que su vivencia confirme el mensaje del profeta, en cuyo momento su temor y
su esperanza estarán puestos sólo en Dios.
La salida del Paraíso por parte de Adán , de Eva y, con ellos, de su descendencia,
representa las diversas actitudes y vicisitudes posibles del hombre ante Dios: su
responsabilidad, su rebeldía y rechazo, su mirada retrospectiva hacia su Origen, y su
restitución en su estado soberano original. Tanto cabe descender del Paraíso y alejarse
[página 514] del amor creativo de Dios como morir al mundo y ascender a los cielos,
tras lo cual las almas no desean volver a habitar en el vergonzoso mundo material.
Resumiendo, tenemos que el ser humano que tiene en cuenta todos los aspectos
de la existencia en su integridad termina orientado hacia Dios como base de todo lo
existente, mientras que aquel que se queda en la sola superficialidad del mundo rechaza
todo sentido transcendente y se niega a sí mismo su propia existencia más allá del
derrumbe del mundo material. Satisfacción y frustración son los frutos de ambas
actitudes ante el mundo, y son los dos polos entre los cuales elige su destino el ser
humano. Aunque ya nos avisan las Epístolas de que sólo una minoría elige la
sensibilidad ante la profundidad infinita de la existencia, es decir, que sólo una minoría
elige la satisfacción.