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PARTE 1
Debates sobre la Sociedad Civil en América Latina
Sergio De Piero*
I. Introducción
Esta clase tiene por objetivo presentar los diversos debates y posturas en torno a la sociedad
civil. Para ello, se propone sistematizar distintos enfoques a través del análisis y resumen de textos
o declaraciones. Sin pretender agotar el tema, presenta los desarrollos históricos y conceptuales más
destacados de los últimos 20 años, con énfasis en la Argentina.
Al hablar de la sociedad civil, nos estamos refiriendo a un tema de antigua tradición en la teoría
política. Se trata de una cuestión que ha tenido un extenso tratamiento a lo largo del tiempo, en el
cual se ha ido produciendo una diversidad considerable de enfoques. Dicha extensión nos ha
llevado a realizar una opción metodológica, a fin de poder abordar la cuestión de un modo más
claro y acotado: concentrarnos en los debates actuales que se suscitan sobre el tema, en particular
desde la década del ’80, es decir, desde el retorno de la democracia en la región.
Hemos desarrollado el tema en dos puntos: Un breve encuadre teórico y un recorrido histórico
respecto a la conformación y debates sobre la sociedad civil en los últimos 20 años en la región.
II. Perspectivas teóricas
El debate teórico acerca de la sociedad civil nace en los albores de la modernidad, cuando la
también naciente teoría política necesitaba legitimar tanto la autoridad estatal como el espacio de las
relaciones sociales que nace con el nombre de sociedad civil. No fueron pocas las tensiones que esta
discusión planteó, en particular sobre cuáles eran los límites de la acción del Estado sobre el
conjunto de la sociedad y, visto desde la sociedad, el grado de autonomía y sometimiento que ésta
debía guardar respecto de aquél.
Desde luego ésta no fue sino la apertura a una discusión que las ciencias sociales mantienen hasta el
día de hoy y que, justamente, se ha revitalizado en los últimos años. Los debates originarios se
articularon en torno de la distinción, aunque no percibida por todos, entre sociedad civil y sociedad
burguesa. Es decir, la conformación de la autonomía de la sociedad no se refería de manera
exclusiva a la cuestión de los intereses de la nueva clase capitalista (los burgueses) sino que, si bien
lo implicaban, trascendía el nacimiento del capitalismo para entroncarse en la construcción de la
modernidad.
Sin duda fue el filósofo alemán Georg Hegel* el primero en ahondar con mayor profundidad sobre
el concepto de sociedad civil. En primer lugar porque señala con claridad que la sociedad civil es
una construcción eminentemente moderna. En este devenir, marcado por el crecimiento numérico
de la sociedad y la formación de nuevas instituciones, “la teoría social de Hegel presenta a la
sociedad moderna como un mundo de alienación y a la vez como una búsqueda abierta de
integración social. Su sistema filosófico, por el contrario, llega a la conclusión de que esta búsqueda
ha terminado en el Estado moderno” (Cohen y Arato, 2001: 121). Como puede verse, su obra está
orientada por una fuerte tensión entre dos supuestos: la alienación moderna, que marcaría el fin de
la sociedad tradicional, protectora, orientada por la familia; y, por otro lado, la idea de que la
respuesta a esta crisis, esta resolución digamos, vendrá de parte del Estado moderno. Pero lo que
debe tomarse como ruptura para este filósofo es la capacidad del Estado moderno de resolver las
tensiones existentes en la sociedad civil, imponiendo un orden “desde arriba”. El éxito de esta
empresa deriva del ejercicio pleno de la soberanía interior (es decir fronteras adentro, cohesionando
y disciplinando a la sociedad) siendo que hasta ese momento el Estado sólo se había mostrado
exitoso, en algunos casos, en la soberanía exterior. Ello lo presenta sumamente importante porque la
sociedad civil para Hegel es del mismo nivel de conflictividad que representaba el estado de
naturaleza para Hobbes; conflicto manifestado en el interés privado e individual. No es pues la
sociedad civil el conjunto de individuos aislados como proponían los liberales, ni una comunidad
uniforme de pertenencia, como argumentaban los democráticos. Para Hegel la sociedad civil se
constituye a partir de los comunes intereses particulares que son administrados por las
corporaciones de la comunidad, establecidas a partir de los oficios y las clases sociales.
De este modo podríamos afirmar que “gran parte del esfuerzo de la filosofía hegeliana gira en torno
de la construcción de las mediaciones que llevan al individuo aislado (en sus puras necesidades y
arrojado a las contingencias del mercado) a formar parte de un todo universal, de una comunidad
política (Estado ético). Las mediaciones que elevan, según Hegel, al individuo desde el puro
aislamiento hasta la intersubjetividad fueron ubicadas en la sociedad civil. Es decir, a sociedad civil
es presentada como el camino que parte desde el ámbito estrictamente privado (del individuo
particular) y culmina en el espacio puramente público (del ciudadano en el Estado ético)” (Biglieri,
2009: 12). Los aportes de Hegel son desde luego, muchos otros respecto a este tema y la filosofía
moderna en general. Pero a los fines de este manual, queremos dejar presente estos principales
conceptos del filósofo: Este recorrido dialéctico, en los sucesivos momentos de su desarrollo, va
elevando al individuo, cada vez un peldaño más, hacia el ámbito universal. La sociedad civil es
entonces el punto de encuentro entre lo particular y lo universal, el interés individual y el general, el
ámbito público y el ámbito privado. La política nace en su seno, en el propio centro de la sociedad
civil” (Ídem). La sociedad civil no está separa, entonces, de la acción política, sino que es su campo
propicio de formación.
Ahora bien, los liberales y los socialistas han comprendido a la sociedad civil de manera bastante
diferente; haciendo una breve y esquemática referencia podemos decir que para los primeros la
sociedad civil es, principalmente, el espacio de autonomía respecto del Estado, en particular en lo
que hace al derecho a la propiedad privada, aunque también refiere a la libertad de pensamiento,
conciencia, etc.; en las versiones neoliberales actuales, se genera una contraposición casi absoluta,
en donde la relación entre Estado y sociedad es siempre de suma cero (uno se beneficia a expensas
del otro), e incluso la idea de sociedad civil es igualada a la de sociedad de mercado.
En el campo del socialismo, en cambio, es difícil encontrar una visión unívoca respecto a la noción
de sociedad civil ya que, mientras para algunos no es más que una construcción ideológica del
modo de producción (en nuestro caso del capitalismo) y que por lo tanto no escapa a la
preponderancia de ésta, para autores como Antonio Gramsci se puede convertir en el espacio de
creación de las condiciones y organizaciones que lleven a la erosión del capitalismo en su conjunto,
es decir un lugar donde la ideología juega un rol proponderante, lo mismo que la propia acción
política. El hecho de que en el marxismo no se profundizara esta noción, según vimos en el capítulo
II, proviene de la preponderancia del concepto de “clase social”.
A estas dos grandes escuelas debemos agregar los aportes del comunitarismo. Éstos "defienden la
concepción de una sociedad civil donde las personas poseen una pertenencia definida, cercana y no
anónima, que favorece la formación de grupos y asociaciones de mutua colaboración. Se forma
parte no como individuo anónimo, sino por adhesión a determinados valores o creencias
compartidas." (De Piero; 2005: 33) Su reconocimiento teórico suele ser menor, pero en la creación
de organizaciones de la sociedad civil (OSC) está claramente presente su impronta. Hannah
Arendt*, es una de sus representantes más notables de esta escuela.
Desde luego la reflexión ha continuado hasta nuestros días desde múltiples enfoques. Presentamos
en los párrafos anteriores solo los “títulos” de las principales discusiones. Para completar este
cuadro introductorio, en esta breve introducción que hacemos al tema, basta mencionar dos
concepciones que, aunque generales, marcan los límites y alcances del concepto.
La primera de éstas consiste en una definición del filósofo político Norberto Bobbio quien busca
establecer el espacio que le corresponde al concepto: "se entiende por sociedad civil la esfera de las
relaciones entre individuos, entre grupos y entre clases sociales que se desarrollan fuera de las
relaciones de poder que caracterizan a las organizaciones estatales". (Bobbio y otros; 1997: 1523).
Valores políticos Democracia - defensa de la vida - El mercado - sociedad civil - Redefinición de la intervención
en juego la sociedad política. ataque a la corrupción. estatal
Bibliografía
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SESIÓN 2
PARTE 2
Los aportes de la teoría crítica latinoamericana
Verónica Soto Pimentel*
Introducción
Queremos compartir con ustedes un pasaje breve sobre algunos autores latinoamericanos que han
problematizado la relación entre Estado y Sociedad Civil desde una perspectiva alternativa a las
más tradicionales o las más progresistas de las últimas décadas. Con ello, queremos mostrar una
mirada complementaria a los debates teóricos que ha revisado el profesor Sergio De Piero en esta
segunda clase de la diplomatura.
Una primera aclaración para revisar estos autores es que no necesariamente describen la relación
entre Estado y Sociedad Civil en dichos términos, pero refieren precisamente a la histórica tensión
en América Latina entre la clase dirigente dominante y las masas dominadas, dándole un lugar
preferente al rol de los movimientos populares e indígenas en las transformaciones sociales para
alcanzar una sociedad inclusiva y justa.
Este lugar preferente de lo popular y lo indígena en las transformaciones sociales significa, tanto en
términos epistemológicos como ontológicos, incorporar en la discusión sobre la relación entre
Estado y Sociedad Civil, la perspectiva de la pluriversalidad (Mignolo, 2014).
Por otra parte, la resolución de la tensión entre Estado y Sociedad Civil para estos autores pasaría
necesariamente por la construcción de una sociedad totalmente diferente a la existente. Ello se
desprende del supuesto del que parten estos pensadores: las experiencias de liberación de la clase
oprimida en América Latina no habrían logrado desprenderse totalmente de las lógicas de operación
del sistema capitalista o de la sociedad neoliberal actual, la cual opera en base a la exclusión y
explotación del pueblo. En este sentido, observan en lo popular y lo indígena y sus luchas por la
justicia y la inclusión en la región, lógicas diversas para la construcción de una sociedad y de
una otra relación Estado-Sociedad.
Por último, señalamos que esta presentación preliminar y abierta a nuevas actualizaciones es fruto
de la construcción y discusión colectiva del Seminario Interno sobre Pensamiento Crítico
Latinoamericano que funciona desde el año 2016 en nuestra diplomatura[1].
[1] De este seminario forman parte, quien escribe, Agustina Gradin, Zahiry Martínez Araujo y
Darío Di Zácomo.
Propio de su época eran las perspectivas que tocaban la problemática indígena desde aspectos
administrativos, jurídicos, étnicos, morales o educaciones, visión hegemónica que había sido
elaborada por la clase dirigente, tanto en el período del Virreinato, como en la República post-
independencia y, por lo mismo, dejaba fuera la experiencia de los indígenas frente a la cuestión.
Para Mariátegui, las problemáticas indígenas no podían tener una solución definitiva sino se
construían con y para la población indígena:
“La nueva generación peruana siente y sabe que el progreso del Perú será ficticio, o por lo menos
no será peruano, mientras no constituya la obra y no signifique el bienestar de la masa peruana
que en sus cuatro quintas partes es indígena” (Mariátegui, 2007: 37).
Y, precisamente, el paso del Virreinato hacia la independencia, no se habría dado por medio de una
revolución constituida por el movimiento indígena, pese a su importante número. Difícilmente,
entonces, sería una revolución que los sacara efectivamente del yugo y los beneficiaría (Mariátegui,
2007).
Haciendo una reinterpretación de la teoría marxista sobre el rol del proletariado en la revolución,
Mariátegui sentencia que “la solución del problema del indio tiene que ser una solución social. Sus
realizadores deben ser los propios indios” (Mariátegui, 2007: 38), sean estos obreros o campesinos.
“Por esto, en las aldeas indígenas donde se agrupan familias entre las cuales se han extinguido los
vínculos del patrimonio y del trabajo comunitario, subsisten aún, robustos y tenaces, hábitos de
cooperación y solidaridad que son la expresión empírica de un espíritu comunista. La
“comunidad” corresponde a este espíritu. Es su órgano. Cuando la expropiación y el reparto
parecen liquidar la “comunidad”, el socialismo indígena encuentra siempre el medio de rehacerla,
mantenerla o subrogarla. El trabajo y la propiedad en común son reemplazados por la
cooperación en el trabajo individual (Mariátegui, 2007: 67)”.
Pablo González Casanova (1922-): explotación y democracia incluyente
González Casanova es un intelectual mexicano más cercano a nuestros tiempos. Las relaciones
sociales de explotación, las estructuras del colonialismo interno y el desarrollo (González Casanova,
2015) son los pilares sobre los cuales ha desarrollado sus reflexiones (Roitman Rosenmann, 2015).
Desde una crítica al neoliberalismo, plantea la necesidad de construir un mundo alternativo con un
tipo de democracia diferente a la existente en nuestras sociedades, una democracia que no sea
excluyente y que sea acorde a la concepción que tiene el pueblo sobre la misma.
Ello se fundamenta en la constatación de que las estructuras de poder que han determinado el
asentamiento y forma de los regímenes políticos en América Latina, la democracia representativa,
ha estado marcada por el colonialismo interno y la explotación -propia del modelo capitalista-,
independiente del color político de los gobiernos.
En este sentido, este sistema democrático no puede ser otro que el de una democracia excluyente:
“todas las democracias han sido excluyentes y la falta de democracia incluyente implica el fracaso
de cada uno y de todos los proyectos humanistas (…). La explicación general del fracaso de las
utopías democráticas es que para alcanzar sus objetivos fueron incapaces de construir una
democracia no excluyente. (…). La libertad sólo se alcanza con una democracia no excluyente, y
una política menos injusta se alcanza con la democracia incluyente, y un mundo menos violento y
autodestructor sólo se puede alcanzar con una democracia incluyente” (Gonzalez Casanova,
1997).
En esta línea, Zavaleta ha tenido un rol fundamental para entender la pluriculturalidad de los países
en América Latina, es decir, para el reconocimiento de la existencia y validez de
diversas sociedades dentro de una sola sociedad. En paralelo a las teorías de la modernidad, que
proponían la construcción en América Latina de un Estado-nación moderno homogéneo que pudiera
alcanzar el progreso y el desarrollo, Zavaleta ve que este punto de partida ha sido uno de los
principales obstáculos para la construcción y reproducción del orden social en Bolivia, ya que obvia
otras formas de unidad política (Tapia, 2009). La tensión entre el Estado y la Sociedad civil
derivaría de la pretensión de aunar en un Estado Nación homogéneo y articulado “una diversidad
de sociedades, es decir, un conjunto de relaciones sociales, modos de producción, concepciones del
mundo, lenguas y estructuras de autoridad o tiempos históricos, cuyo rasgo central es la condición
de una sobreposición desarticulada” (Tapia, 2009: 24).
La salida a esta tensión está en el develamiento de estas otras formas de gobierno, que representan
la autonomía política y la lucha frente a proyectos políticos y económicos hegemonizantes (Tapia,
2009). Ello quedaría de manifiesto, en la emergencia de procesos de resistencia y revisión de
alternativas locales, nacionales y plurinacionales para dicho modelo económico. Así, es en el
ámbito de la autonomía política de las clases sus alternas -mineras y campesinas para el caso
boliviano-, desde donde se pueden pensar “las alternativas a los modelos de dominación económica
y política transnacional y mundial. Es en el ámbito de la autonomía de lo político donde se puede
pensar la democracia, en particular la democracia multicultural y plurinacional” (Tapia, 2009).
Rodolfo Kusch (1922-1979): el pensamiento popular y la fagocitación
Kusch es un filósofo y antropólogo argentino que cuestiona el carácter peyorativo que se le da
generalmente al pensamiento popular al asociársele con la opinión, como un juicio difuso e
indefinido. Dicho carácter se debería a que las enunciaciones de lo popular están basadas en un
fundamento emocional y no en un juicio seguro basado en la realidad, como los enunciados que
elaboran las ciencias (Kusch, 2008). Esta predeterminación del pensamiento popular tendría una
larga historia a sus espaldas: desde Platón, pasando por Kant, Scheler e incluso el marxismo, el
cual, también habría tratado “de clarificar el pensamiento popular, haciendo notar que éste no sabe
su situación de dependencia y que, por lo tanto, hay que ayudar al pueblo para que logre la catarsis
política necesaria, y se apodere de los medios de producción” (Kusch, 2008: 19-20). En conclusión,
afirma Kusch, estas reflexiones parecerían incidir ciertas pautas sociales que “llevan a despreciar en
general la opinión en tanto es propia del pueblo” (2008: 21). Pero agrega que, si fuera así, no se ve
bien por qué motivos se rechaza el pensar popular y, más, por qué resultaría peligroso.
Llevado este prejuicio al ámbito de las relaciones de colaboración que se han establecido entre el
Estado y la sociedad civil, como resultado de la lucha de movimientos populares e indígenas por la
inclusión social, mediatizado por el Estado, pero bajo sus propias lógicas, desde las ciencias
sociales se ha afirmado que dicho vínculo se construye en términos de coaptación de los
movimientos sociales por parte del Estado, terminando este último por fragmentar las formas
organizativas populares históricamente beligerantes, y por desfigurar su visibilidad como
movimientos verdaderamente autónomos de lucha. Esta idea de relación clientelar es una manera
vacua de reflexionar sobre la incorporación de lo popular e indígena en las formas de gestión del
Estado, que vuelve a poner a lo popular en el ámbito de la opinión, o incluso de lo pintoresco
(Seminario Interno-Flacso, 2017).
La tesis sobre la negación del pensamiento popular que nos ofrece Kusch, nos permite poner en
cuestionamiento esta interpretación sobre las formas de relación y acción entre Estados
Latinoamericanos y movimientos sociales. Y con su tesis sobre los proceso de “fagocitación”, que
propone el autor en su texto América Profunda (1999), podemos proponer otra forma de entender
dicho vínculo: las disputas que se dan en el espacio gubernamental entre ambos sectores, expresan
una interacción dramática, trágica y al mismo tiempo crucial, donde ocurre, más bien,
una absorción del Estado por parte de los movimientos sociales. Este proceso de fagocitación,
consideramos, nos permite iluminar aspectos soslayados por los conceptos de cooptación o de
relación clientelar para comprender la participación de los movimientos sociales en la política
estatal (Seminario Interno- Flacso, 2017). En efecto, hay espacios de gestión social de políticas
estatales, como los Bachilleratos Populares, que han logrado realizar el derecho a educarse de los
sectores excluidos por el sistema oficial, bajo las propias lógicas y prácticas de los barrios populares
y sus organizaciones, sin que ello impida la obtención de títulos oficiales. Esta cuestión, sin duda,
fue un logro de la lucha popular por el reconocimiento por parte del estado de una demanda
educacional que éste no era capaz de abordar.
Aníbal Quijano (1928-): Lo privado-social y lo público-no estatal
Quijano, intelectual peruano, ha hecho un importante aporte a la conformación de la perspectiva
decolonial dentro del Pensamiento Crítico Latinoamericano a partir del concepto de Colonialidad
del Poder (Quijano, 2005).
En este escrito, nos centraremos en las reflexiones del autor que analizan la relación entre el Estado
y la Sociedad civil durante la década de los 80 y 90. Aquí observa un fenómeno social paradójico:
la crisis del capital de los años 80’ y la desmitificación y caída del socialismo realmente existente,
dieron cabida en la década siguiente, a una reconfiguración del orden mundial donde el
neoliberalismo se consolida como relato único, dando cabida a una globalización unipolar.
Por último, plantea Quijano, estas instituciones privado-sociales se articulan formando redes,
incluso a nivel nacional, como lo hacían los sindicatos obreros tradicionales. En ese sentido,
“el privado-social institucionalizado tiende a generar una esfera institucional pública, la cual, sin
embargo, no necesariamente tiene carácter de Estado. Es decir, no se convierte en un aparato
institucional que se separa de las prácticas sociales y de las instituciones de la vida cotidiana de la
sociedad Y se coloca por sobre ellas. La esfera institucional que articula global o sectorialmente lo
privado-social, tiene carácter público, pero no se constituye como poder estatal sino cómo poder
en la sociedad” (Quijano, 1998: 27-28).
Para Quijano, estas dos instituciones, lo privado social y lo público no estatal, constituyen una
nueva “sociedad civil”, que, fundada en la solidaridad, la igualdad, la libertad y la democracia, sería
la única capaz de sobrevivir a la lógica del poder del capital.
Arturo Escobar (1952-): la invención del desarrollo
Escobar es un teórico colombiano que lleva a cabo una crítica a lo que denomina el “Discurso del
Desarrollo” elaborado para Asia, África y América Latina después de la segunda guerra mundial, y
con el cual
“se ha predicado un peculiar evangelio con un fervor interno: el <<desarrollo>>. (…). El modelo
del desarrollo desde sus inicios contenía una propuesta históricamente inusitada desde un punto de
vista antropológico: la transformación total de las culturas y formaciones sociales de tres
continentes de acuerdo con los dictámenes del llamado Primer Mundo” (Escobar, 2007: 11).
Lo anterior, fundamentado en la creencia o confianza de que estas regiones del mundo, con culturas
milenarias y complejas, se convertirían en “clones de los racionales occidentales de los países
considerados económicamente avanzados” (Escobar, 2007: 11).
Contrario a las expectativas, afirma Escobar, el desarrollo habría logrado multiplicar infinitamente
los problemas socioeconómicos de estos continentes, siendo un discurso en crisis, en tanto sus
“recetas de crecimiento económico, <<ajustes estructurales>>, macroproyectos sin evaluación de
impacto, endeudamiento perpetuo, y marginamiento de la mayoría de la población de los procesos
de pensamiento y decisión sobre la práctica social” (Escobar, 2007: 12), habrían profundizado los
niveles de violencia, de pobreza y de deteriorado las relaciones sociales y el medio ambiente.
Pese a ello, el despliegue del discurso del desarrollo “ha producido un aparato muy eficiente para
producir conocimiento acerca de ejercer el poder sobre el Tercer Mundo” (Escobar, 2007: 29), y
donde Occidente ha logrado obtener el dominio sobre el Tercer Mundo.
Escobar hace un llamado a desmantelar y deconstruir el discurso del desarrollo, pero afirma que
este proceso debe ir acompañado por otro análogo de construcción de nuevos modos de ver y de
actuar, cuestión que considera decisiva, ya que lo que está en juego es la supervivencia de los
pueblos. Y este proceso de construcción y deconstrucción “debe enfocarse estratégicamente en la
acción colectiva de los movimientos sociales; éstos no solo luchan por <<bienes y servicios>> sino
por la definición misma de la vida, la economía, la naturaleza y la sociedad. Se trata, en síntesis, de
luchas culturales” (Escobar, 2007: 40-41).
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