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SESIÓN 2

PARTE 1
Debates sobre la Sociedad Civil en América Latina
Sergio De Piero* 
I. Introducción
Esta clase tiene por objetivo presentar los diversos debates y posturas en torno a la sociedad
civil. Para ello, se propone sistematizar distintos enfoques a través del análisis y resumen de textos
o declaraciones. Sin pretender agotar el tema, presenta los desarrollos históricos y conceptuales más
destacados de los últimos 20 años, con énfasis en la Argentina.

Al hablar de la sociedad civil, nos estamos refiriendo a un tema de antigua tradición en la teoría
política. Se trata de una cuestión que ha tenido un extenso tratamiento a lo largo del tiempo, en el
cual se ha ido produciendo una diversidad considerable de enfoques. Dicha extensión nos ha
llevado a realizar una opción metodológica, a fin de poder abordar la cuestión de un modo más
claro y acotado: concentrarnos en los debates actuales que se suscitan sobre el tema, en particular
desde la década del ’80, es decir, desde el retorno de la democracia en la región.

Hemos desarrollado el tema en dos puntos: Un breve encuadre teórico y un recorrido histórico
respecto a la conformación y debates sobre la sociedad civil en los últimos 20 años en la región.
II. Perspectivas teóricas
El debate teórico acerca de la sociedad civil nace en los albores de la modernidad, cuando la
también naciente teoría política necesitaba legitimar tanto la autoridad estatal como el espacio de las
relaciones sociales que nace con el nombre de sociedad civil. No fueron pocas las tensiones que esta
discusión planteó, en particular sobre cuáles eran los límites de la acción del Estado sobre el
conjunto de la sociedad y, visto desde la sociedad, el grado de autonomía y sometimiento que ésta
debía guardar respecto de aquél.

En primer lugar, la noción de “civil” proviene en contraposición a la idea de naturaleza: la


formación de la sociedad es producto de la voluntad de los hombres que, de manera libre, deciden
vivir en comunidad, para luego someterse a una ley que adoptará la forma del Estado. Estos temas
constituyeron las principales preocupaciones de los filósofos políticos de los siglos, XVII y XVIII,
y en particular para la corriente contractualista, según vimos.

Desde luego ésta no fue sino la apertura a una discusión que las ciencias sociales mantienen hasta el
día de hoy y que, justamente, se ha revitalizado en los últimos años. Los debates originarios se
articularon en torno de la distinción, aunque no percibida por todos, entre sociedad civil y sociedad
burguesa. Es decir, la conformación de la autonomía de la sociedad no se refería de manera
exclusiva a la cuestión de los intereses de la nueva clase capitalista (los burgueses) sino que, si bien
lo implicaban, trascendía el nacimiento del capitalismo para entroncarse en la construcción de la
modernidad.
Sin duda fue el filósofo alemán Georg Hegel* el primero en ahondar con mayor profundidad sobre
el concepto de sociedad civil. En primer lugar porque señala con claridad que la sociedad civil es
una construcción eminentemente moderna. En este devenir, marcado por el crecimiento numérico
de la sociedad y la formación de nuevas instituciones, “la teoría social de Hegel presenta a la
sociedad moderna como un mundo de alienación y a la vez como una búsqueda abierta de
integración social. Su sistema filosófico, por el contrario, llega a la conclusión de que esta búsqueda
ha terminado en el Estado moderno” (Cohen y Arato, 2001: 121). Como puede verse, su obra está
orientada por una fuerte tensión entre dos supuestos: la alienación moderna, que marcaría el fin de
la sociedad tradicional, protectora, orientada por la familia; y, por otro lado, la idea de que la
respuesta a esta crisis, esta resolución digamos, vendrá de parte del Estado moderno. Pero lo que
debe tomarse como ruptura para este filósofo es la capacidad del Estado moderno de resolver las
tensiones existentes en la sociedad civil, imponiendo un orden “desde arriba”. El éxito de esta
empresa deriva del ejercicio pleno de la soberanía interior (es decir fronteras adentro, cohesionando
y disciplinando a la sociedad) siendo que hasta ese momento el Estado sólo se había mostrado
exitoso, en algunos casos, en la soberanía exterior. Ello lo presenta sumamente importante porque la
sociedad civil para Hegel es del mismo nivel de conflictividad que representaba el estado de
naturaleza para Hobbes; conflicto manifestado en el interés privado e individual. No es pues la
sociedad civil el conjunto de individuos aislados como proponían los liberales, ni una comunidad
uniforme de pertenencia, como argumentaban los democráticos. Para Hegel la sociedad civil se
constituye a partir de los comunes intereses particulares que son administrados por las
corporaciones de la comunidad, establecidas a partir de los oficios y las clases sociales.
De este modo podríamos afirmar que “gran parte del esfuerzo de la filosofía hegeliana gira en torno
de la construcción de las mediaciones que llevan al individuo aislado (en sus puras necesidades y
arrojado a las contingencias del mercado) a formar parte de un todo universal, de una comunidad
política (Estado ético). Las mediaciones que elevan, según Hegel, al individuo desde el puro
aislamiento hasta la intersubjetividad fueron ubicadas en la sociedad civil. Es decir, a sociedad civil
es presentada como el camino que parte desde el ámbito estrictamente privado (del individuo
particular) y culmina en el espacio puramente público (del ciudadano en el Estado ético)” (Biglieri,
2009: 12). Los aportes de Hegel son desde luego, muchos otros respecto a este tema y la filosofía
moderna en general. Pero a los fines de este manual, queremos dejar presente estos principales
conceptos del filósofo: Este recorrido dialéctico, en los sucesivos momentos de su desarrollo, va
elevando al individuo, cada vez un peldaño más, hacia el ámbito universal. La sociedad civil es
entonces el punto de encuentro entre lo particular y lo universal, el interés individual y el general, el
ámbito público y el ámbito privado. La política nace en su seno, en el propio centro de la sociedad
civil” (Ídem). La sociedad civil no está separa, entonces, de la acción política, sino que es su campo
propicio de formación.
Ahora bien, los liberales y los socialistas han comprendido a la sociedad civil de manera bastante
diferente; haciendo una breve y esquemática referencia podemos decir que para los primeros la
sociedad civil es, principalmente, el espacio de autonomía respecto del Estado, en particular en lo
que hace al derecho a la propiedad privada, aunque también refiere a la libertad de pensamiento,
conciencia, etc.; en las versiones neoliberales actuales, se genera una contraposición casi absoluta,
en donde la relación entre Estado y sociedad es siempre de suma cero (uno se beneficia a expensas
del otro), e incluso la idea de sociedad civil es igualada a la de sociedad de mercado.
En el campo del socialismo, en cambio, es difícil encontrar una visión unívoca respecto a la noción
de sociedad civil ya que, mientras para algunos no es más que una construcción ideológica del
modo de producción (en nuestro caso del capitalismo) y que por lo tanto no escapa a la
preponderancia de ésta, para autores como Antonio Gramsci se puede convertir en el espacio de
creación de las condiciones y organizaciones que lleven a la erosión del capitalismo en su conjunto,
es decir un lugar donde la ideología juega un rol proponderante, lo mismo que la propia acción
política. El hecho de que en el marxismo no se profundizara esta noción, según vimos en el capítulo
II, proviene de la preponderancia del concepto de “clase social”.
A estas dos grandes escuelas debemos agregar los aportes del comunitarismo. Éstos "defienden la
concepción de una sociedad civil donde las personas poseen una pertenencia definida, cercana y no
anónima, que favorece la formación de grupos y asociaciones de mutua colaboración. Se forma
parte no como individuo anónimo, sino por adhesión a determinados valores o creencias
compartidas." (De Piero; 2005: 33) Su reconocimiento teórico suele ser menor, pero en la creación
de organizaciones de la sociedad civil (OSC) está claramente presente su impronta. Hannah
Arendt*, es una de sus representantes más notables de esta escuela.
Desde luego la reflexión ha continuado hasta nuestros días desde múltiples enfoques. Presentamos
en los párrafos anteriores solo los “títulos” de las principales discusiones. Para completar este
cuadro introductorio, en esta breve introducción que hacemos al tema, basta mencionar dos
concepciones que, aunque generales, marcan los límites y alcances del concepto.
La primera de éstas consiste en una definición del filósofo político Norberto Bobbio quien busca
establecer el espacio que le corresponde al concepto: "se entiende por sociedad civil la esfera de las
relaciones entre individuos, entre grupos y entre clases sociales que se desarrollan fuera de las
relaciones de poder que caracterizan a las organizaciones estatales". (Bobbio y otros; 1997: 1523).

En cambio el filósofo alemán Jürgen Habermas* propone una diferenciación más profunda: "la


sociedad civil, en tanto que base social de los espacios públicos autónomos se distingue tanto del
sistema económico como de la administración pública" (Habermas; 1998: 375). En la perspectiva
que utilizaremos aquí, y que se completa con la mirada histórica que realizaremos en el 2º punto,
presentamos una observación que hemos realizado en otra parte:
"Si bien no optaremos por una enunciación definitiva, antes de adentrarnos en el debate,
señalamos que, en primer lugar, en nuestro caso acompañamos una noción de sociedad civil que
se construya a partir de la conformación de grupos o movimientos plurales y autónomos de las
acciones estatales y del mercado; vale decir: cuyo objetivo inmediato o primario no es la
dominación política ni la acumulación de capital. Pero no se encuentran escindidos de estos dos
fundamentales espacios de las sociedades modernas, ya que sus intervenciones se manifiestan e
influyen en el campo de lo político, lo económico, lo social y la cultura en términos generales, al
trabajar y buscar la representación de los derechos, del espacio público, de tradiciones y opciones
culturales o sociales, constituyendo a su vez las prácticas propias que hacen a la vida de los
ciudadanos. Esta noción de sociedad civil puede construirse desde los grupos, la clase, el pueblo,
la comunidad o los individuos según la óptica que se tenga, que en nuestro caso no se ata
necesariamente a un sujeto único vertebrador. Es autónoma en cuanto también busca la defensa de
su multiplicidad interna, pero no es esencialista ni autorreferenciada, sino que se construye en el
devenir de las relaciones que establece con el Estado y el mercado. Esta concepción nos distancia
de aquellas que la toman como un espacio absolutamente diferenciado y escindido del Estado, en
tanto establecerlo como un reino absoluto de lo privado, pero también de la visión de comunidades
cerradas y corporativas." (De Piero; 2005: 27)
Esta visión nos permite acercarnos a la sociedad civil con la posibilidad de aprehender todos sus
rasgos y variadas expresiones, que descubrimos en la actualidad.
Finalmente debemos observar que el desarrollo teórico no puede ser separado del devenir histórico.
En este sentido podemos afirmar que la categoría sociedad civil, era percibida y discutida durante el
período de posguerra dentro de la de pueblo o la de clase.
De este modo, la sociedad civil, desde la primera mitad de los ’80, fue caracterizada con nuevos
rasgos. La categoría de pueblo comenzó a perder su peso específico y tendió a reemplazarse por "la
gente" o la sociedad civil, ya que aquél implicaba un marco ideológico-político aparentemente
desaparecido. Como señala Néstor García Canclini*:

"Todavía se escucha en manifestaciones políticas de ciudades latinoamericanas: si este no es el


pueblo, ¿el pueblo dónde está? ... la crisis de los modelos liberales, populistas y socialistas, el
agotamiento de las formas tradicionales de representación y la absorción de la esfera pública por
parte de los medios masivos volvieron dudosa aquella proclama" (García Canclini; 1995: 27). Esta
cita parece oportuna por la complejidad que implica la cuestión de la sociedad civil. En general, la
literatura ha abundado en destacar el "resurgimiento" de la misma en contraposición al Estado, dada
la faz represiva con la que este último se presentó durante las dictaduras militares. Con la
reinstalación de las democracias en el Cono Sur, comenzaron a destacarse, en las lecturas de los
teóricos, "las pretensiones de autonomía de la sociedad civil, frente al Estado y la sociedad política,
con éxito variado en América Latina"(Flisfisch y otros; 1994), lo cual claramente manifestaba la
ruptura del tipo, hasta entonces vigente, de relación entre ambos términos.
Es en este contexto social y político que los autores no dudarían en afirmar la creciente importancia
de la sociedad civil en el fin de siglo, en una época paradójicamente marcada por la ausencia de
proyectos populares transformadores, la crisis de las ideologías hegemónicas del siglo XX, el
individualismo y la amenaza de un creciente dualismo social. Sin embargo, es posible que esta
contradicción o paradoja no fuera más que aparente, constituyendo dicha emergencia de la temática
de la sociedad civil, en verdad, una respuesta a esta nueva dinámica. También como búsqueda de
nuevas certezas, convirtiéndola en un espacio de solución de conflictos múltiples, donde lo social y
lo individual, la política y el ámbito de la familia o tantos otros conflictos podrían canalizarse,
expresarse y lograr un desarrollo, constituyendo un nuevo universo de significados variables sujetos
a las distintas dimensiones que atravesaran. Incluso, sostenía esta tendencia, en la sociedad civil
todos estos conflictos podían llegar a encontrar una solución. Sin embargo, lo que la sociedad civil
produce no implica de ninguna manera la sustitución del rol del Estado. El accionar de este, de
manera creciente en América Latina en la última década, lo demuestra.
El concepto de sociedad civil, como hemos podido ver, adquiere diferentes dimensiones y está
directamente vinculado a otros debates políticos y de las ciencias sociales en general, que la
acompañan. Vale por ello la extensión de la siguiente cita para comprender este debate:
“La sociedad civil sirve para que se haga oposición al capitalismo y para que se delineen
estrategias de convivencia con el mercado, para que se propongan programas democráticos
radicales y para que se legitimen propuestas de reforma gerencial en el campo de las políticas
públicas. Se busca en esa idea el apoyo tanto para proyectar un Estado efectivamente democrático
como para atacar a todo y a cualquier Estado. Es en nombre de la sociedad civil que muchas
personas cuestionan el excesivo poder gubernamental o las interferencias y reglamentaciones
hechas por el aparato de Estado. Es en su nombre que se combate al neoliberalismo y se busca
diseñar una estrategia a favor de otro tipo de globalización, pero también es basada en ella que se
hace el elogio de la actual fase histórica y se minimizan los efectos de las políticas neoliberales.
Muchos gobiernos hablan de sociedad civil para legitimar programas de ajuste macroeconómico
tanto cuanto para practicar las mismas políticas de siempre con una retórica levemente
modernizada, del mismo modo que otros tantos gobiernos progresistas buscan sintonizar sus
decisiones con las expectativas de la sociedad civil. En suma, el apego a esta figura conceptual
sirve tanto para que se defienda la autonomía de los ciudadanos, como para que se justifiquen
programas de ajuste fiscal y desestatización, en los cuales la sociedad civil es llamada para
compartir encargos, hasta entonces eminentemente estatales.” (Nogueira; 2003)
De este modo, la configuración de las relaciones Estado-sociedad civil se comprende al interior de
un debate de larga data en las ciencias sociales y que implica el desarrollo y los nuevos procesos
que viven cada uno de ellos. La laxitud del concepto de sociedad civil, tiene que ver con el anclaje
histórico y las geografías en que vayamos a plantear ese debate. Por eso la necesidad de un
recorrido histórico por América Latina, que analizaremos en el punto siguiente.
III. Perspectiva histórica
III.1. La cuestión de la transición-consolidación democrática
III.1.1. El ensayo más relevante sobre la cuestión de las transiciones lo constituye la
obra Transiciones desde un Gobierno Autoritario, compilación de Guillermo O"Donnell y Philippe
Schimiter. Además de la descripción y teorización del tipo de transición que se dio en cada país
(tanto de América Latina como de Europa del Este), en el volumen IV se intenta establecer algunas
conclusiones en el plano más general, de manera de poder hablar de una teoría de la transición. En
él encontramos el capítulo V, "Resurrección de la sociedad civil". El título mismo denota una cierta
visión rupturista respecto al pasado de la sociedad civil.
En primer lugar, los autores (que son los de la compilación) describen que las transiciones constan
de dos movimientos: uno realizado por las elites (los dirigentes políticos y militares, donde
corresponda) y otro vinculado a la sociedad civil, el cual abarca un abanico amplio y diverso. Este
segundo movimiento se constituye a través de distintas etapas: partiendo inicialmente de intereses
particulares, se construye un nivel de enfrentamiento al régimen hasta poner en cuestión su
legitimidad y su estabilidad
Este espacio heterogéneo, entonces, va siendo constituido por los actores a medida que éstos
deciden hacer público su desacuerdo con el régimen.
Así encontramos, en primer lugar, la acción individual de "personas ejemplares" que expresan su
denuncia al régimen. Le sigue el cuestionamiento que desde el arte se realiza a la falta de libertad de
expresión, y luego el de los sectores privilegiados (terratenientes, comerciantes, banqueros, etc.)
que ya no encuentran en el régimen una solución a sus intereses. También suelen organizarse
quienes ejercen las profesiones liberales y los que detentan el poder del conocimiento en general.
Dentro, también, de los sectores medios, quienes ejerzan la mayor presión sobre los gobiernos
autoritarios desde la sociedad civil van a ser las organizaciones de derechos humanos, de familiares
de perseguidos, y, a menudo las iglesias, quienes en conjunto constituyen una nueva autoridad
moral, que permite construir una nueva deslegitimación del régimen (ya no sólo en términos
políticos, sino desde una perspectiva ética).
Sin embargo, el actor más relevante de esta sociedad civil "resucitada" va a ser el movimiento
obrero y de los empleados asalariados, en su mayor parte sindicalizados, ya que la puesta en
cuestión no sólo afecta al régimen sino a la relación con los empleadores, a quienes el régimen
tendió a beneficiar. Junto a todos estos actores, los autores resaltan la explosión de movimientos de
base, quienes por lo general se constituyen con criterios de carácter territorial o temáticos,
circunscriptos y poco articulados entre sí, pero que al mismo tiempo generan una amplia
participación, que suele tener marcados componentes democráticos y horizontales.
Todas estas manifestaciones y organizaciones tienden a tener un importante impacto en la cultura
política de las sociedades, que influirá decididamente en los gobiernos democráticos por venir, y en
el comportamiento de los partidos políticos.
En síntesis, en esta visión, la sociedad civil, constituida por un cúmulo de expresiones identificadas
en tanto que no estatales, se consolida en su lucha por la oposición a un régimen autoritario; es
decir, en torno a la libertad.
III.1.2. En un debate cercano al anterior, Juan Carlos Portantiero afirma: "Estado y Sociedad son
dos sistemas interpenetrados por una cantidad creciente de relaciones mutuas que se organizan en el
sistema político y desde allí se proyectan hacia el gobierno" (Portantiero; 1988: 163). Desde esta
visión, se afirma la imposibilidad de la separación taxativa, como puede proponer el liberalismo,
entre Estado y sociedad civil. Ahora bien, para el citado autor, la noción de sociedad civil es de
difícil aplicación para América Latina, por lo menos como se la construyó en Europa, ya que, en
nuestro caso, fueron numerosas las experiencias donde los Estados nacionales "dieron vida" a la
sociedad civil. Para Portantiero, dos elementos influyeron de manera capital en la región: por una
parte, la cuestión de la diferenciada, y en algunos casos tardía, modernización en América Latina
(es decir, el proceso de autonomía de las esferas de la vida social, tal cual lo propugnaba Max
Weber), trajo aparejado el retraso en la constitución de la sociedad civil. Por otra parte, la dificultad
para generar procesos de desarrollo de carácter inclusivo marcó de manera decisiva la construcción
de las democracias en la segunda mitad del siglo XX, lo que también conllevó una dificultad para
conjugar a la democracia con el liberalismo político. En síntesis, constituida básicamente por los
partidos políticos y los grupos de presión (las cámaras empresariales, los sindicatos, la Iglesia), la
democracia no logró consolidarse y adquirir prácticas regulares, debido a los problemas de
afianzamiento de un sistema político estable.
III.1.3. La idea de que la transición desde la dictadura a la democracia había marcado la
conformación de estas últimas. Otros trabajos han resaltado sobre lo que entienden es una situación
de debilidad de la sociedad civil en la región. Ésta se expresa en una cantidad de "ausencias": de
partidos efectivos; de sindicatos inclusivos, estructura de intereses cristalizada, etc. Estas
instituciones existen, pero no tomaron el camino de la institucionalización, como lo hicieron en
Europa Occidental o en los EE.UU. Los partidos populistas alentaron la movilización social y
propendieron a la distribución del ingreso, pero no crearon estructuras institucionales sólidas, es
decir, no lograron generar instituciones estables para la representación de intereses, por motivos
varios, afirman algunos autores.
Ya instaladas las "nuevas" democracias, surgieron varios problemas en lo que hace a su desarrollo.
En relación con lo que a nosotros nos interesa, cabe señalar que uno de los rasgos centrales
señalados por estos autores se refiere a la creciente apatía de la sociedad, que se traduce en la baja
participación política en sus diferentes formas, y la también escasa tasa de sindicalización. Esta
apatía se reproduce debido al creciente espíritu individualista que domina la vida social, en
particular en la faz económica, influyendo también grandemente el peso de la historia, plagada de
regímenes autoritarios, lo cual tiende a traducirse en un importante nivel de delegación hacia la
clase política. Esta realidad hace que tampoco florezcan, según los autores, otras formas de
organización, de redes sociales, las cuales, si existen, además de estar muy fragmentadas, sufren de
la misma debilidad que las nombradas instituciones. Este análisis, algo generalizado, por momento
no incorpora las distintas formas de participación que pueden presentarse en la sociedad civil y que
veremos más adelante.
III.1.4. Ahora bien, en general los discursos políticos y académicos, ponderan la propuesta de
fortalecer a la sociedad civil, como un espacio que favorece a la democracia. Sin embargo la noción
de “fortalecimiento” o “reforzamiento” no es unívoca. Hace la varios años se planteó que estos
conceptos se pueden interpretar de diferente forma. En efecto, dependerá de qué entendamos por
sociedad civil y qué rol le asignemos respecto de otros dos grandes actores: el Estado y la sociedad
política, como así también de cuál es la idea de sujeto que prevalezca.
La conjetura del autor señala que en las prácticas sociales se pueden hallar ocho tipos distintos de
ideas de reforzamiento de la sociedad civil, centrada cada una de ellas en:
El aumento de la capacidad asociativa voluntaria en las sociedades (vinculándola al impulso del
teórico francés Alexis de Tocqueville, quien creía en la importancia de la autodeterminación de la
sociedad frente al Estado).
La defensa de los intereses corporativos (es decir la defensa organizada de los intereses económicos
como los sindicatos, las cámaras empresariales, etc.), en detrimento de una politización excesiva de
la sociedad.
Un proceso de democratización, es decir, de expansión de las posibilidades de intervención y
control por parte de las mayorías, tanto en la política como en la economía.
El desarrollo de una determinada clase social, según la concepción marxista, esto es la clase obrera
(en este sentido, la visión de Gramsci respecto de la hegemonía estaría bastante cercana a la visión
del reforzamiento de la sociedad civil).
La implantación de organizaciones productivas (cooperativas, fábricas empresas autogestionadas,
etc.), de cogestión, potencialmente anticapitalistas, lo cual en el largo plazo podría derivar en
formas de transformación social.
En un sentido menos complejo, la idea del robustecimiento del conjunto de las organizaciones
populares distintas de los partidos políticos, como la sjuntas vecinales, clubes, centros culturales,
bibliotecas, etc.
El proceso de descentralización administrativa y política, donde el objetivo sería reforzar aquellas
organizaciones de carácter regional o local, al derivar funciones estatales desde le Estado nacional
hacia las provincias o municipios (y a vez permitiendo la participación de las organizaciones
sociales).
Finalmente (recordemos que se trata de un texto escrito en plena dictadura militar chilena), el
refuerzo de los movimientos de resistencia social frente a los intentos de penetración estatal, es
decir, el objetivo de dotar a la sociedad de poder frente al poder del Estado cuando este solo
desarrolla tareas represivas.
Detrás de todas estas posturas, para Flisfisch se esconde una noción más importante como es la de
ciudadano, la cual se vincula a su vez a la sociedad política, donde intervienen otros aspectos como
el espacio organizativo (el partido político), la constitución de lealtades, la separación entre
representantes y representados, etc. Como habíamos adelantado, la otra institución de relevancia en
este aspecto será el Estado, con sus características propias.
De allí que no se trate de pensar el reforzamiento de la sociedad civil en una esfera autonomizada y
escindida, sino que, por el contrario, la visión que construyamos respecto de su rol se generará a
partir de la relación e interconexión con la sociedad política y el Estado. Según la concepción de la
que se parta, hará que en el proceso de fortalecimiento que se elija, dos de ellos quedarán
subordinados al tercero.
De esta manera, según hablemos de una concepción de raíz hobbesiana, liberal, marxista o
conservadora del orden social y político y de la figura del ciudadano, encontraremos diversas
subordinaciones y "disoluciones" de uno en otro.
Esta serie de diferenciaciones complejas no es antojadiza, pues parten de las mas importantes
escuelas teóricas que ya hemos trabajado; de allí que las orientaciones mencionadas expliquen el
desarrollo que presentamos: "La caracterización que antecede sólo persigue destacar algunos puntos
de vista, que permiten evocar una larga y complicada historia, en la que se entrelazan disquisiciones
teóricas, eventos críticos, prácticas transformadoras." (Flisfisch; página 17).
III.1.5. En el análisis desde la perspectiva del sistema político, ha tomado especial énfasis la visión
construida desde el llamado neoinstitucionalismo.
En primer lugar, haremos alguna referencia al neoinstitucionalismo. Esta perspectiva, tomando la
tradición de la ciencia política norteamericana surgida en la segunda mitad del siglo XX, describe el
orden social a partir del peso de sus instituciones, en particular las de gobierno. De allí que el
desarrollo de los países y sus economías dependerá de la estabilidad de su orden político, es decir de
sus democracias. El neoinstitucionalismo ha puesto especial interés en establecer el grado de
institucionalidad de las democracias, medido por la cultura política, la independencia de los poderes
constitucionales, el apego a los procedimientos y la existencia y funcionamiento de los mecanismos
de accountability.
En algunos autores de esta corriente, el eje de su propuesta consiste en vincular la tradición del
constitucionalismo con la institucionalización de una moderna sociedad civil, es decir que la
formación y existencia de una sociedad civil dinámica y moderna, cuyo objetivo central consiste en
la defensa de los derechos del ciudadano, sólo puede ser posible bajo la vigencia y supremacía de la
Constitución. Esta referencia viene a cuenta de la historia argentina, en la que estos autores no
encuentran una sociedad civil estable, debido a la violación sistemática de la Constitución y la
supremacía o de dictaduras militares o de gobiernos elegidos, pero con sectores que no tenían
acceso a la disputa electoral (la proscripción del peronismo entre 1958 y 1973), y a su vez
afirmando que cuado los denominados populismos ejercieron el poder, lo construyeron intentando
abolir el marco constitucional preexistente.
De este marco general se derivará su concepción sobre la sociedad civil, que cuenta con dos
dimensiones: "una activa que se refiere a las asociaciones, movimientos y formas de acción
colectiva que contribuyen a la reproducción, expansión o defensa de la sociedad civil; en segundo
lugar, una dimensión "pasiva", que hace referencia a las instituciones que diferencian y estabilizan a
la sociedad civil como una esfera autónoma de interacción social" (Peruzzotti; 1999: 156). Si al
primero lo componen la extensa gama de asociaciones que en principio se definan como no
estatales, en la segunda dimensión el autor se refiere a los derechos. Las asociaciones hacen al
"movimiento" de la sociedad, los derechos a su constitución como tal. Al producirse ello, la
sociedad civil, siguiendo la lógica del liberalismo clásico, se autonomiza y crea límites respecto
tanto del Estado como de lo que el autor llama la economía, y que podría leerse como el mercado.
Un ciclo virtuoso en la sociedad civil será aquel en el cual, al generarse movimientos y diversas
formas de acción colectiva, éstas logren traducirse en una configuración institucionalizada, es decir
en derechos. Por ello la vinculación de esta lógica al proceso de modernización de la sociedad civil,
ya que si su construcción se limitase a su faz "activa" (donde se lee una crítica a los populismos), no
podría constituirse como una sociedad civil moderna, pues no se autonomizaría, no generaría
derechos ni ciudadanía.
III.2. La perspectiva del cambio estructural
Los cambios que se generaron en el Estado nacional, en particular en la década de 1990 con los
procesos de reforma que implicaron privatizaciones de empresas públicas, reducción del aparato
estatal, desregulación de la economía, descentralización de políticas, entre otros aspectos,
produjeron importantes modificaciones e la relación entre el estado y la sociedad civil y los roles de
cada uno de ellos.
Para comprender esta nueva configuración, algunos autores analizaron justamente los cambios en la
relación entre ambos. Por ejemplo se propuso en primer lugar analizar la sociedad civil a la luz de
dos variables: en primer lugar, el rol jugado por la tradición política y la existencia y persistencia de
dos corrientes centrales de la vida política argentina: la liberal republicana y la tradición popular
(Garcia Delgado; 1989). En segundo lugar, el impacto generado por la transformación estructural
generada durante la década del 1990. Estas dos variables nos permiten conocer las características
que la sociedad civil en ese período.
En lo que hace a las organizaciones de la sociedad civil, nos interesa describir los aportes hechos
por este autor en materia de las características que asume la movilización social. En este sentido,
señala que una nota fundamental del período estaría dada por el paso de la movilización de masas
(propia de las sociedades de posguerra) a los nuevos movimientos sociales. Este cambio también
implica el paso de un neocorporativismo imperfecto a una sociedad caracterizada por el pluralismo
(que tiende a describir al sistema político). El resultado de estas transformaciones consiste en una
nueva configuración de la demanda social expresada a través de movimientos sociales (compuestos
por ONG"s, organizaciones de base, de origen religioso, cooperativas, etc.), cuyos contenidos son
de carácter puntual, desagregados, al tiempo que la estructura de la acción parece abandonar el
matiz claramente político que caracterizó a los movimientos del período anterior, siendo
reemplazada por espacios más acotados. En la formación de estos grupos, muy particularmente en
la década del 90, se manifestó un creciente desprestigio de la política (vinculada a los partidos) y el
intento por redirigir la canalización de estas demandas a través de movimientos informales, redes
sociales, movimientos asamblearios, etc. Se trató, en fin, de una fuerte tendencia hacia la debilidad
institucional. A la hora de tipificar a estos movimientos, el autor establece tres tendencias centrales,
las cuales no abarcarían todo el universo existente, sino más bien las novedades: i) los movimientos
de protesta contra el ajuste; ii) los movimientos de calidad de vida; iii) los nuevos movimientos
religiosos. Todos ellos estarían constituyendo una nueva trama asociativa. Pero este nuevo
entramado asociativo no sólo repercute en el interior de la sociedad civil, sino que también
interviene, de manera creciente, en la formulación de las políticas públicas.
Ahora bien, para comprender de manera más acabada esta nueva configuración, García Delgado
señala que se trata de un cambio en la manera de comprender la sociedad y las organizaciones
populares, que descansa sobre un cambio en la concepción de la misma sociedad. El autor ubica el
modelo anterior denominándolo "modelo del Estado social" (1940-1976). Éste incluye como parte
predominante de su concepción la figura de pueblo, la cual, junto con la de nación, significó "la
configuración de lo político proyectivo, lo homogéneo y una ética nacional" (García Delgado; 1994;
226). Esta idea de pueblo estructuró y dio sustento a las diversas organizaciones surgidas en el
período, que tendían a identificarse en la línea de lo popular como enfrentado a las elites, a la
oligarquía. Por ello, "la emergencia de la sociedad civil viene en reemplazo de la fuerza que tuviera
la idea de pueblo y de clase en el modelo anterior, así como la de sujeto histórico y la primacía del
principio estatal" (ídem). Es importante destacar, entonces, que la concepción de la sociedad civil se
inscribe en el interior de cambios más profundos operados en la configuración del Estado. Ello es
particularmente importante para el caso de América Latina, donde el rol de este último en la
construcción de la sociedad fue de suma importancia.
Para otros autores se trata de realizar un análisis que articule los cambios operados en las sociedades
latinoamericanas y la teoría política clásica. La explicación de los cambios remite tanto a factores
de tipo estructural (el modelo de Estado) como al fin de una era (el posmodernismo), con el
consecuente cambio en las prácticas sociales y políticas de los actores, recalando también en los
procesos de construcción de subjetividad. En lo específico de nuestro tema, destacamos la
diferenciación en torno al concepto de sociedad civil. En primer lugar, el autor llama la atención
sobre el giro que ha tomado la demanda por la participación, desde la orientación estatal hacia la
sociedad civil. (Lechner 1997; 44)Esta particularidad, que puede explicarse a partir de la
transformación del Estado y del descreimiento generalizado hacia la política (entendida como
política estatal), hace que el concepto de sociedad civil pase a ocupar un lugar central en las
sociedades actuales. Esta valoración genera una cierta dificultad, ya que el término mismo se
resiente de cierta ambigüedad. De esta manera, y pensando desde América Latina, Lechner
distingue "dos contextos: la sociedad civil en contraposición al estado autoritario y la sociedad civil
en referencia a la sociedad de mercado". (Ídem; 45).
En la primera figura, confluye la aversión a las dictaduras militares y la demanda por democracia.
Este discurso antiestatal traslada la solución de los problemas a la sociedad civil. Puede apoyarse
tanto en la valorización del mercado como principio autoorganizado, como en la crítica al Estado
burgués. La cuestión es que mientras genera una crítica positiva al autoritarismo y a la política
excesivamente autoreferenciada, puede devenir en una crítica violenta hacia las instituciones de la
democracia. Es decir: se produce una dicotomía entre Estado (donde se incluyen a las instituciones
de gobierno) y sociedad civil (donde queda incluido el mercado) como espacios escindidos, en la
cual, mientras el primero representa una tendencia a la opresión de la vida social, el segundo
simboliza la emancipación del ciudadano.
En el segundo caso, (invocación de la sociedad civil como sociedad de mercado), se plantean tres
enfoques diversos. En el primero, bajo la óptica neoliberal, fortalecer la sociedad civil significa
trabajar por el mejoramiento de la sociedad de mercado, mediante el desmantelamiento del tutelaje
estatal, para "liberar" a los individuos, ya que "la libertad del ciudadano se funda en la libertad
de mercado". (Ídem) Bajo esta prédica, se propuso la despolitización de la vida social, para
entregarla a la regulación del mercado.
En otra visión, por el contrario, se trataría de fortalecer la sociedad civil en contraposición a la
expansión del mercado, para contrarrestar la exclusión que éste genera. Sin embargo, para Lechner,
debido a las características de las sociedades latinoamericanas, este tipo de organizaciones tienden a
construirse bajo criterios más clientelísticos que democráticos.
Pero un tercer enfoque trabaja por el fortalecimiento de la sociedad civil como correctiva de la
sociedad de mercado "...asumiendo el proceso de modernización en curso, y tal concepción ve en la
reorganización de la acción colectiva un antídoto contra sus tendencias desintegradoras". Ídem; 46).
Aquí es donde se apoyan las organizaciones de base y las ONG´s como canales de participación y
desarrollo ciudadano. Pero es un error común derivar de este "auge" la pretensión de que estas
organizaciones puedan desarrollar capacidades para reemplazar a las partidarias.
Con todas las consideraciones del caso, el enfoque de Lechner no deja de llamar la atención sobre la
importancia de pensar de qué manera las democracias actuales podrán dar expresión a la
subjetividad social, a las percepciones de las personas respecto de su vida social.
Otros enfoques, han buceado la posibilidad de genera runa definición propia, no residual, de las
organizaciones de la sociedad civil (o no gubernamentales) como las representantes más novedosas
de ese espacio social en los años 90.
Para la generación de una descripción de estos espacios sociales, se señala un hecho histórico como
clave nodal para una nueva caracterización del sector: la lucha encarada por los organismos de
derechos humanos durante y después de la última dictadura militar, cuya característica principal
consistió en generar actores colectivos distintos de los existentes. Una segunda instancia, aunque de
menor importancia, radica en la participación local y vecinal. Pero contrariamente a las posturas que
desarrollamos en párrafos anteriores, en esta lectura se cree que los procesos de reforma del Estado
y la primacía de la lógica de mercado ayudan a la expansión del tercer sector, ya que su lógica de
acción funciona más cercanamente al mercado que hacia la política y el Estado.
Ahora bien, esta conceptualización implica una visión negativa sobre el rol del Estado en la relación
con las organizaciones. Así, se afirma que "lo que caracteriza más precisamente a la Argentina en el
pasado -desde 1930 a la década del "90- es la carencia de la distinción misma entre lo social y lo
estatal. Si algo signó a la sociedad civil en ese ciclo es una cierta colonización por el Estado, una
extremada labilidad de la esfera de lo privado, y un intenso sentido de lo colectivo (que asumió en
muchos casos la forma corporativa)" (González Bombal; 68). Esta definición, que refiere
directamente aunque no únicamente al peronismo, ya había sido señalada por Lechner como una de
las posturas existentes: tomar a la relación como una hiperpolitización de la sociedad por invasión
del Estado. Esta "invasión" del Estado, habría producido el consecuente retraimiento de la sociedad
civil (juego de suma cero, si uno se beneficia el otro se perjudica), de manera que la libertad de
asociación y participación de los ciudadanos se habría visto "ahogada" por el excesivo tamaño e
injerencia del Estado. De allí que las identidades que se construyeran desde la sociedad civil no
siguieran la lógica de los países occidentales desarrollados, sino que la regla estuviera dada por las
identidades totalizantes (es decir "el pueblo"), con un carácter altamente confrontativo.
Entonces a partir del fin de esta matriz organizadora y con la llegada de la democracia, la sociedad
civil y sus organizaciones, a las que denomina ONG´s, comienzan el recorrido de un nuevo camino.
El principio movilizador y vertebrador de la sociedad civil en general y del tercer sector en
particular (ya que este último sería el componente más relevante de la primera) adquiere un carácter
fundante. En efecto, para González Bombal, depende de la sociedad civil el generar un marco para
erradicar la exclusión social, ya que el principio de la solidaridad le es propio, y por ello debe
proponer y generar un nuevo contrato social con ese objetivo.
III.3. La sociedad civil post neoliberal: los debates sobre el desarrollo
Ahora bien, estos debates se realizaron en pleno desarrollo de los cambios pro mercado llevados
adelante en la década del ’90. A fines de la misma comenzaron a estallar sucesivas crisis en casi
todos los países de la región. Sin lugar a dudas el año 2001 tiene un espacio reservado en la historia
de los movimientos sociales en Argentina; pero con diferentes fechas pueden rastrearse crisis
semejantes, en otros países de la región. En esas coyunturas, las OSC, tomaron diferentes
estrategias, de donde sobresalió la caracterizada por la politización. Esto es, comenzaron a lograr
mayor visibilidad las expresiones de la sociedad civil vinculadas a la ocupación del espacio público
mediante la protesta, en relación a diversos sectores que estaban sufriendo las consecuencias del
ajuste. Estas protestas se vincularon también con la búsqueda de soluciones desde organizaciones y
movimientos sociales que generaron proyectos de autorresolución de demandas, las cuales
alcanzaron distintos grados de desarrollo.
La sociedad civil también se expresó en este período por un creciente rechazo hacia el sistema
político en su conjunto. Primero a través de movimientos de protesta de carácter defensivos y luego
en acciones que combinaban lo territorial con la búsqueda de espacios de construcción política. Sin
embargo, pensando en el caso argentino, en la faz política, al no tratarse de un crisis de legitimidad,
sino de una vinculada a un aumento de la desconfianza, no se tradujo en un quiebre institucional,
sino en un distanciamiento, en (mal)humores sociales y como tales cambiantes hacia el cuerpo
político.

En otros países de Sudamérica como Venezuela, Bolivia y quizás Ecuador, sí presenciamos


cambios sustanciales en su sistema político en donde mucho tuvieron que ver los movimientos
sociales y otras expresiones de la sociedad civil.
Esta crisis, generó que los lazos de mediación social del Estado fueran redefinidos, con la aparición
de otros grupos que ocupan de manera decidida la esfera pública, y la conflictividad se torna
explícita para el Estado, con una notable influencia en la vida cotidiana; esta presencia está marcada
por expresiones no institucionalizadas (como lo representan los movimientos sociales y las acciones
como los cortes de calles) que obliga a replantear los modos de relación e intervención de la política
pública sobre la sociedad, en particular buscando recomponer la relación, frente a una sociedad que
ha cambiado en muchos aspectos, pautas de cultura política, estructura socioeconómica, el modo de
concebir la participación.
No es menos cierto que las expresiones que surgen de estos procesos no tienen un único eje
vertebrador, ya que los actores protagónicos pueden provenir de diferentes espacios sociales y
perseguir fines no siempre equivalentes. Ahora bien, en términos generales es importante observar
que "la politización de la cultura se refiere a la lucha por la transformación de las relaciones de
desigualdad y por una nueva cultura de derechos, que incluyen las relaciones en lo privado tanto
como en lo público, redefiniendo y ampliando la relación con el Estado." (Di Marco y Palomino:
2004; 36). Es decir que las manifestaciones de los nuevos movimientos sociales que aparecen en los
últimos años no surgen sólo como respuesta a la exclusión social, o son meramente refractarios a
ella, sino que plantean a su vez demandas que buscan un tipo de articulación política distinta.
La conformación de un movimiento de protesta puede encontrarse ya en la primeras "puebladas".
durante la década del "90, en general se trataba de levantamientos más o menos espontáneos en
contra de políticas públicas que generaban fuertes y negativos impactos en el empleo y en los
servicios públicos, sumadas en ocasiones a denuncias de corrupción. Como así también
movimientos de protesta de los sectores agrarios, de pequeño productor, o todos aquellos
vinculados a las economías regionales. Por ello, lo que sucedió en el 2001 en Argentina, significó
una combinación de distintas trayectorias: La participación efectiva genera algo de voluntad
colectiva, que se expresó en aquellos días, aún dentro de las distintas demandas que se cruzaban
dentro de la misma sociedad (deudores de bancos, ahorristas, desocupados, comerciantes en crisis,
desencantados con el gobierno de la Alianza). Hubo claramente una voz inconfundible que
demandó un cambio. No importa en este sentido cuál era la dirección exacta del cambio, lo que
cuenta es la expresión que demandaba en ese sentido.
Si pensamos en América Latina en su conjunto, el surgimiento de los Sin Tierra en Brasil a fines de
los ‘70 y del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional en México en 1992. Ambos se conforman en
referentes claves para los nuevos movimientos sociales de la región, caracterizados por la fuerte
vinculación territorial, el modo organizacional comunitario y la definición de la identidad como un
componente clave. Estos movimientos, a su vez, si bien se los puede considerar como politizados,
en tanto apelan a estrategias de poder, renuncian a convertirse en partidos políticos, como
mecanismo para lograr la reivindicación de sus demandas, lo que les da una rasgo peculiar. A su
vez podemos encontrar centenares de movimientos de protesta liderados por sectores sindicales por
la precarización o caída del empleo, especialmente en los sectores estatales (los más afectados por
el ajuste en cuanto a cambios en las condiciones de trabajo).
A este proceso recién caracterizado, es decir al relacionado a la cuestión social, debemos sumar
otro, vinculado a la diversificación de las demandas sociales. Alain Touraine fue de los primeros en
llamar la atención sobre el peso que las demandas por la diferencia, adquirían hoy en el espacio
público y con ello la importancia de los procesos subjetivos, antes que los estructurales (Touraine;
2000). En términos generales nos referimos a una diversidad que se constituye a partir de demandas
de tipo subjetivo, no derivadas de una situación estructural (la conflictividad capital – trabajo) sino
de los propios sujetos, de lo que estos construyen a partir de sus vivencias, pertenencias e
identidades. Este nuevo peso de la subjetividad impacta a su vez en la forma de asumir los
conflictos, procesarlos y de reclamar en el espacio público. (De todos modos no es posible
establecer una separación taxativa entre lo subjetivo y lo estructural; recordemos que siempre nos
referimos a categorías analíticas. La emergencia de lo subjetivo deriva sin duda de un capitalismo
en reestructuración y muy particularmente del fin del fordismo y de los procesos que implican las
desindustrialización, por ejemplo el desempleo o las nuevas formas de trabajo). Por ejemplo la red
de radios comunitarias asociadas en FARCO (Foro Argentino de Radios Comunitarias) trabajó
desde fines de los 90, por una nueva ley de servicios audiovisuales que modificara un mercado que
favorecía las grandes empresas; por ello tuvieron una activa participación cuando el proyecto se
debatió en el año 2009 y luego en su implementación.
Ante esta situación crítica, los canales de reclamos y los grupos sociales que los portan, tienden a
ser cada vez más en número y en identidades representadas e imaginadas; en apelaciones y en
dirigentes, muchas veces efímeros. Las luchas se emprenden de modo cada vez más diferenciado,
tal vez no en la metodología, pero sí en la estrategia y en los objetivos políticos primero y último.
No hay, no parece necesario repetirlo, un discurso capaz de integrar la diversidad de demandas.
De este modo, los reclamos se expresan en el espacio público y unos se superponen sobre otros, a
veces por un plazo muy breve que no les permite obtener sino una respuesta de carácter coyuntural,
que no llegó a institucionalizarse como política pública. En este sentido, no puede descubrirse con
facilidad una ruta “exitosa” de las demandas para poder acceder a una respuesta afirmativa y eficaz
por parte del Estado. Implica muy particularmente detectar los espacios y centros de poder con
capacidad de condicionar la agenda. Se menciona repetidamente a los medios de comunicación pero
desde luego nos son los únicos; por el contrario, la ocupación del espacio público, en sentido físico,
ha sido “redescubierto” por distintos actores sociales, como lo han expresado los desocupados, las
puebladas, los asambleístas en contra del emplazamiento de la emprendimientos sospechados de
contaminantes, víctimas de atentados o violencia política o inseguridad, o productores
agropecuarios. Los fragmentos ocupan un espacio público en sí mismo fragmentado.
Pero es particularmente importante analizar si los movimientos sociales perciben el futuro y la
construcción que se dan del mismo modo que lo hicieron en el siglo XX. Al respecto han surgido
diferentes interpretaciones. Uno de los autores más reconocidos en esta orientación es Boaventura
de Souza Santos. Sus trabajos se centran en lo que entiende es la originalidad de los movimientos
sociales recientes en América Latina. Así, afirma: “La novedad más grande de los NMS’s reside en
que constituyen tanto una crítica de la regulación social capitalista, como una crítica de la
emancipación social socialista tal como fue definida por el marxismo” (De Souza Santos;
2001,178). Esta ruptura con los grandes movimientos políticos de la modernidad, genera a su vez la
dificultad de encontrarles un eje vertebrador, según afirma el mismo autor; pero justamente, esa
“impureza” como él la llama, es decir el no encasillamiento en un tipo específico de movimiento y
estructura social, es lo que le otorga novedad. Lo comunitario, también ocupa un lugar central: “No
es sorprendente que, al regresar políticamente, el principio de la comunidad se traduzca en
estructuras organizacionales y estilos de acción política diferentes de aquellos que fueron
responsables de su eclipse (De Souza Santos; 2001, 182). Entra en juego, por la acción de los
NMS’s, la lucha por las lógicas de regulación social, donde estos, según el autor, se oponen tanto a
la propuesta por el mercado, como a la estatal.
En este mundo entonces de movimientos de nuevo tipo, podemos incluir también, a un conjunto de
demandas que se agrupan en lo que se denomina la subjetividad vinculada al mundo de vida
(Habermas; 1981). Podemos observar que durante la misma etapa emergen lentamente nuevas
temáticas, reclamos y demandas hacia el Estado, que ya no pueden explicarse exclusivamente en
derredor del eje capital–trabajo. De todos modos, que las manifestaciones se vinculen con
elementos subjetivos no quiere decir que dejen de estar relacionadas con cuestiones estructurales
del capitalismo del siglo XXI. Lo cierto es que, en el espacio público, desde hace al menos treinta
años, comienzan a manifestarse múltiples demandas que se presentan como no articuladas con los
reclamos y los discursos propios de las luchas sindicales del siglo XX, como así tampoco en
consonancia con los discursos y tradiciones políticas que protagonizaron ese siglo. Se trata de
expresiones variadas en su forma organizativa, ya que pueden formarse en torno de un liderazgo,
pero también en red. En cuanto a los discursos, estos se estructuran sobre una demanda más o
menos puntual y, claramente, con escasa capacidad de agregar otros reclamos, de unir a distintos
grupos, cuyas necesidades no sean las mismas o no estén planteadas en términos semejantes.
Finalmente, si nos preguntamos por los contenidos de estas expresiones, el paisaje se amplía a
temáticas tan diversas como pueden ser las vivencias desde la subjetividad: discapacidad, género,
emergentes culturales, nuevas identidades, conflictos familiares (en particular, violencia doméstica
hacia la mujer, pero también disputas por la tenencia de los hijos), la cuestión indígena, temas
propios de las distintas realidades etarias, víctimas o familiares de víctimas de tragedias naturales o
no, afectados por una enfermedad particular o una adicción, opciones de consumo como los
vegetarianos. En fin, las múltiples manifestaciones, no siempre vinculadas entre sí, que implican los
procesos diferenciados que caracterizan a la vida (post)moderna, en la cual la exclusión puede
entenderse de múltiples formas. Buena parte de estas realidades no son nuevas, están presentes
desde hace décadas, pero se distinguen hoy por el ingreso a la agenda política, cada una de ellas con
su propio peso. O bien eran temas que podían resolverse a través de otros canales como los partidos
políticos cuya característica justamente era la de agregar demandas y organizarlas frente al aparato
estatal.
Hemos recorrido, esquemáticamente, algunos de los debates planteados en torno a la cuestión de la
sociedad civil, pero en particular a la luz de tres procesos históricos claves en la historia reciente,
con énfasis en Argentina, pero que lo son también para América Latina: la transición desde la
dictadura en los 80, las reformas estructurales de los 90 y los planteos post crisis, que instalan una
discusión sobre el desarrollo. Si bien los autores presentados no agotan el debate sobre el tema,
exponen sí las principales características y cuestiones en juego respecto de la sociedad civil: como
espacio de democratización; espacios de control sobre el Estado y de “resolución” de la cuestión
social; también de resistencia frente al ajuste y finalmente una nueva articulación – tensión con el
Estado, en torno de lo social y lo subjetivo.
Como veremos más adelante nuevos desafíos y problemas se suman al debate a fines de la década y
en la presente. Por de pronto partiendo desde las reflexiones presentadas y a modo de conclusiones,
desarrollamos el siguiente cuadro:

Dimensiones Transición "80 Reformas estructurales `90 Neodesarrollismo

Agenda política Implantación políticas Cuestionamiento del modelo


Fortalecer la democracia.
del período neoliberales. neoliberal. Inclusión.

Denuncia y defensa de derechos Atención a los excluidos - Protesta. Nuevas demandas.


Rol de la sociedad
humanos - Grupos de base, control, nuevas demandas - Politización Colocar temas en la
civil
espacio ético. protesta. agenda.

Valores políticos Democracia - defensa de la vida - El mercado - sociedad civil - Redefinición de la intervención
en juego la sociedad política. ataque a la corrupción. estatal

Espacios de Las instituciones - El ciudadano - El mercado - La sociedad civil


Lo territorial. La región
referencia El pueblo. - El Consumidor.

Número reducido - Concentración Expansión numérica y


Grupos de interés y protesta.
Perfil de las OSC de temas - Baja participación en lo temática -Alta exposición
Heterogeneidad
público. pública. (mediática)

Organismos de derechos humanos ONGs de asistencia directa - NMS, Cooperativas de trabajo.


Protagonistas
- grupos de base. de control sobre la política. Grupos identitarios

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SESIÓN 2
PARTE 2
Los aportes de la teoría crítica latinoamericana
Verónica Soto Pimentel*
Introducción
Queremos compartir con ustedes un pasaje breve sobre algunos autores latinoamericanos que han
problematizado la relación entre Estado y Sociedad Civil desde una perspectiva alternativa a las
más tradicionales o las más progresistas de las últimas décadas. Con ello, queremos mostrar una
mirada complementaria a los debates teóricos que ha revisado el profesor Sergio De Piero en esta
segunda clase de la diplomatura.

Una primera aclaración para revisar estos autores es que no necesariamente describen la relación
entre Estado y Sociedad Civil en dichos términos, pero refieren precisamente a la histórica tensión
en América Latina entre la clase dirigente dominante y las masas dominadas, dándole un lugar
preferente al rol de los movimientos populares e indígenas en las transformaciones sociales para
alcanzar una sociedad inclusiva y justa.
Este lugar preferente de lo popular y lo indígena en las transformaciones sociales significa, tanto en
términos epistemológicos como ontológicos, incorporar en la discusión sobre la relación entre
Estado y Sociedad Civil, la perspectiva de la pluriversalidad (Mignolo, 2014).

En términos de construcción epistemológica, la pluriversalidad permite cuestionar y revertir la


pretensión de universalidad de las teorías críticas para describir a las clases subalternas, su
situación de opresión y la superación de ésta. Ello no quiere decir que estos pensadores rechacen el
legado crítico emancipador de sus predecesores intelectuales críticos. Por el contrario,
circunscribiendo al marxismo y a la militancia de izquierda socialista y/o comunista, lo que llevan
a cabo es un ejercicio de contextualización e historización de dicha corriente de pensamiento a
la realidad latinoamericana y a la de cada uno de sus países en particular.  En términos
ontológicos, la pluriversalidad le da realidad, capacidad de acción y validez a los discursos y
prácticas de los grupos subalternos, que por lo general han sido determinados
como saberes populares, asociados despectivamente a la mera opinión y el sentir subjetivo de las
gentes.

Por otra parte, la resolución de la tensión entre Estado y Sociedad Civil para estos autores pasaría
necesariamente por la construcción de una sociedad totalmente diferente a la existente. Ello se
desprende del supuesto del que parten estos pensadores: las experiencias de liberación de la clase
oprimida en América Latina no habrían logrado desprenderse totalmente de las lógicas de operación
del sistema capitalista o de la sociedad neoliberal actual, la cual opera en base a la exclusión y
explotación del pueblo. En este sentido, observan en lo popular y lo indígena y sus luchas por la
justicia y la inclusión en la región, lógicas diversas para la construcción de una sociedad y de
una otra relación Estado-Sociedad.
Por último, señalamos que esta presentación preliminar y abierta a nuevas actualizaciones es fruto
de la construcción y discusión colectiva del Seminario Interno sobre Pensamiento Crítico
Latinoamericano que funciona desde el año 2016 en nuestra diplomatura[1].

[1] De este seminario forman parte, quien escribe, Agustina Gradin, Zahiry Martínez Araujo y
Darío Di Zácomo.

Algunos aportes del pensamiento crítico latinoamericano


En lo que sigue, pasaremos a revisar algunos autores del pensamiento crítico latinoamericano que
han discutido, desde perspectivas poco comunes, la relación entre el Estado y la Sociedad Civil.
Juan Carlos Mariátegui (1894-1930): socialismo indigenista o indoamericano
Mariátegui es un intelectual y militante peruano, práctica y teóricamente comprometido con el
marxismo y la construcción del socialismo en su país. Propuso una perspectiva teórica y política
alternativa para observar y solucionar la problemática indígena que aquejaba al Perú desde la
llegada de los españoles a la región.

Propio de su época eran las perspectivas que tocaban la problemática indígena desde aspectos
administrativos, jurídicos, étnicos, morales o educaciones, visión hegemónica que había sido
elaborada por la clase dirigente, tanto en el período del Virreinato, como en la República post-
independencia y, por lo mismo, dejaba fuera la experiencia de los indígenas frente a la cuestión.

Para Mariátegui, las problemáticas indígenas no podían tener una solución definitiva sino se
construían con y para la población indígena:

“La nueva generación peruana siente y sabe que el progreso del Perú será ficticio, o por lo menos
no será peruano, mientras no constituya la obra y no signifique el bienestar de la masa peruana
que en sus cuatro quintas partes es indígena” (Mariátegui, 2007: 37).

Y, precisamente, el paso del Virreinato hacia la independencia, no se habría dado por medio de una
revolución constituida por el movimiento indígena, pese a su importante número. Difícilmente,
entonces, sería una revolución que los sacara efectivamente del yugo y los beneficiaría  (Mariátegui,
2007).

Haciendo una reinterpretación de la teoría marxista sobre el rol del proletariado en la revolución,
Mariátegui sentencia que “la solución del problema del indio tiene que ser una solución social. Sus
realizadores deben ser los propios indios” (Mariátegui, 2007: 38), sean estos obreros o campesinos.

Es en la población indígena donde Mariátegui identifica el germen de la revolución, y lo que lo


llevará a pensar en la posibilidad de construir en Perú un socialismo indigenista o indoamericano.
En efecto, en las propias formas de vida indígenas, aun cuando han sido aniquiladas o negadas,
persisten elementos de supervivencia comunitarios y socialistas, específicamente, en sus prácticas
agrarias.

“Por esto, en las aldeas indígenas donde se agrupan familias entre las cuales se han extinguido los
vínculos del patrimonio y del trabajo comunitario, subsisten aún, robustos y tenaces, hábitos de
cooperación y solidaridad que son la expresión empírica de un espíritu comunista. La
“comunidad” corresponde a este espíritu. Es su órgano. Cuando la expropiación y el reparto
parecen liquidar la “comunidad”, el socialismo indígena encuentra siempre el medio de rehacerla,
mantenerla o subrogarla. El trabajo y la propiedad en común son reemplazados por la
cooperación en el trabajo individual (Mariátegui, 2007: 67)”.
Pablo González Casanova (1922-): explotación y democracia incluyente
González Casanova es un intelectual mexicano más cercano a nuestros tiempos. Las relaciones
sociales de explotación, las estructuras del colonialismo interno y el desarrollo (González Casanova,
2015) son los pilares sobre los cuales ha desarrollado sus reflexiones (Roitman Rosenmann, 2015).
Desde una crítica al neoliberalismo, plantea la necesidad de construir un mundo alternativo con un
tipo de democracia diferente a la existente en nuestras sociedades, una democracia que no sea
excluyente y que sea acorde a la concepción que tiene el pueblo sobre la misma.

Ello se fundamenta en la constatación de que las estructuras de poder que han determinado el
asentamiento y forma de los regímenes políticos en América Latina, la democracia representativa,
ha estado marcada por el colonialismo interno y la explotación -propia del modelo capitalista-,
independiente del color político de los gobiernos.

En este sentido, este sistema democrático no puede ser otro que el de una democracia excluyente:

“todas las democracias han sido excluyentes y la falta de democracia incluyente implica el fracaso
de cada uno y de todos los proyectos humanistas (…). La explicación general del fracaso de las
utopías democráticas es que para alcanzar sus objetivos fueron incapaces de construir una
democracia no excluyente. (…). La libertad sólo se alcanza con una democracia no excluyente, y
una política menos injusta se alcanza con la democracia incluyente, y un mundo menos violento y
autodestructor sólo se puede alcanzar con una democracia incluyente” (Gonzalez Casanova,
1997).

La realidad de esta experiencia de democracia en América Latina es incompatible con un sistema


político que pretenda respetar la soberanía de los pueblos latinoamericanos, y, por ende, la justa
redistribución de los recursos.
González Casanova observa que esta concepción tradicional de la democracia “es distinta de la que
sostienen las fuerzas populares y revolucionarias. Los conceptos son incluso
antagónicos” (Gonzalez Casanova, 1989). La alternativa democrática desde lo popular recoge la
experiencia liberadora de la condición humana, única manera de romper con la explotación y
articular proyectos emancipadores (Roitman Rosenmann, 2015).
Esta concepción de democracia, que González Casanova denomina democracia incluyente, implica
construir hegemonía popular donde las fuerzas sociales explotadas y dominadas participen
ampliamente de todos los ámbitos de decisiones, es decir, donde el pueblo efectivamente sea parte
constitutiva de una democracia inclusiva (Roitman Rosenmann, 2015).
René Zavaleta Mercado (1938-1984): abigarramiento y autodeterminación
Zavaleta es un intelectual y político boliviano. Su obra ha tenido una importante repercusión en la
vida académica y las ciencias sociales de Bolivia para estudiar la tensa relación entre el Estado y la
sociedad civil. Sus recursos teóricos han sido especialmente referidos para la conformación del
Estado plurinacional de Bolivia, donde se reconoce la existencia de diversos tipos de sociedad, a la
vez que se les otorga autonomía y autodeterminación a las comunidades indígenas. Un requisito
esencial en la elaboración de sus argumentos es la necesidad de estudiar y reconstruir la historia de
los pueblos y las naciones (Zavaleta, 2009).

En esta línea, Zavaleta ha tenido un rol fundamental para entender la pluriculturalidad de los países
en América Latina, es decir, para el reconocimiento de la existencia y validez de
diversas sociedades dentro de una sola sociedad. En paralelo a las teorías de la modernidad, que
proponían la construcción en América Latina de un Estado-nación moderno homogéneo que pudiera
alcanzar el progreso y el desarrollo, Zavaleta ve que este punto de partida ha sido uno de los
principales obstáculos para la construcción y reproducción del orden social en Bolivia, ya que obvia
otras formas de unidad política (Tapia, 2009). La tensión entre el Estado y la Sociedad civil
derivaría de la pretensión de aunar en un Estado Nación homogéneo y articulado “una diversidad
de sociedades, es decir, un conjunto de relaciones sociales, modos de producción, concepciones del
mundo, lenguas y estructuras de autoridad o tiempos históricos, cuyo rasgo central es la condición
de una sobreposición desarticulada” (Tapia, 2009: 24).

Esta formación social desarticulada y diversa la llama sociedad abigarrado o abigarramiento, y


con ello expresa, entre otras cosas, la complejidad y conflictividad que trae consigo la diversidad
cultural, cuando está en los intersticios de un modelo de Estado universal. El abigarramiento de una
sociedad, complejo y conflictivo se identifica con la presencia o persistencia de estructuras de
autoridad, autogobiernos de otros sistemas de relaciones sociales en una sociedad que pretende
ordenarse bajo la figura del Estado-Nación. Pero éste, en este contexto, termina por convertirse en
un Estado aparente, ya que no se ha construido orgánicamente en relación con los territorios y la
diversidad político-cultural y social de las comunidades (Tapia, 2009). En este sentido, para
Zavaleta la forma abigarrada y desigual de la sociedad impide en gran medida la eficacia de la
democracia representativa como cuantificación de la voluntad política.

La salida a esta tensión está en el develamiento de estas otras formas de gobierno, que representan
la autonomía política y la lucha frente a proyectos políticos y económicos hegemonizantes (Tapia,
2009). Ello quedaría de manifiesto, en la emergencia de procesos de resistencia y revisión de
alternativas locales, nacionales y plurinacionales para dicho modelo económico. Así, es en el
ámbito de la autonomía política de las clases sus alternas -mineras y campesinas para el caso
boliviano-, desde donde se pueden pensar “las alternativas a los modelos de dominación económica
y política transnacional y mundial. Es en el ámbito de la autonomía de lo político donde se puede
pensar la democracia, en particular la democracia multicultural y plurinacional” (Tapia, 2009).
Rodolfo Kusch (1922-1979): el pensamiento popular y la fagocitación
Kusch es un filósofo y antropólogo argentino que cuestiona el carácter peyorativo que se le da
generalmente al pensamiento popular al asociársele con la opinión, como un juicio difuso e
indefinido. Dicho carácter se debería a que las enunciaciones de lo popular están basadas en un
fundamento emocional y no en un juicio seguro basado en la realidad, como los enunciados que
elaboran las ciencias (Kusch, 2008). Esta predeterminación del pensamiento popular tendría una
larga historia a sus espaldas: desde Platón, pasando por Kant, Scheler e incluso el marxismo, el
cual, también habría tratado “de clarificar el pensamiento popular, haciendo notar que éste no sabe
su situación de dependencia y que, por lo tanto, hay que ayudar al pueblo para que logre la catarsis
política necesaria, y se apodere de los medios de producción” (Kusch, 2008: 19-20). En conclusión,
afirma Kusch, estas reflexiones parecerían incidir ciertas pautas sociales que “llevan a despreciar en
general la opinión en tanto es propia del pueblo” (2008: 21). Pero agrega que, si fuera así, no se ve
bien por qué motivos se rechaza el pensar popular y, más, por qué resultaría peligroso.

Llevado este prejuicio al ámbito de las relaciones de colaboración que se han establecido entre el
Estado y la sociedad civil, como resultado de la lucha de movimientos populares e indígenas por la
inclusión social, mediatizado por el Estado, pero bajo sus propias lógicas, desde las ciencias
sociales se ha afirmado que dicho vínculo se construye en términos de coaptación de los
movimientos sociales por parte del Estado, terminando este último por fragmentar las formas
organizativas populares históricamente beligerantes, y por desfigurar su visibilidad como
movimientos verdaderamente autónomos de lucha. Esta idea de relación clientelar es una manera
vacua de reflexionar sobre la incorporación de lo popular e indígena en las formas de gestión del
Estado, que vuelve a poner a lo popular en el ámbito de la opinión, o incluso de lo pintoresco
(Seminario Interno-Flacso, 2017).

La tesis sobre la negación del pensamiento popular que nos ofrece Kusch, nos permite poner en
cuestionamiento esta interpretación sobre las formas de relación y acción entre Estados
Latinoamericanos y movimientos sociales. Y con su tesis sobre los proceso de “fagocitación”, que
propone el autor en su texto América Profunda (1999), podemos proponer otra forma de entender
dicho vínculo: las disputas que se dan en el espacio gubernamental entre ambos sectores, expresan
una interacción dramática, trágica y al mismo tiempo crucial, donde ocurre, más bien,
una absorción del Estado por parte de los movimientos sociales. Este proceso de fagocitación,
consideramos, nos permite iluminar aspectos soslayados por los conceptos de cooptación o de
relación clientelar para comprender la participación de los movimientos sociales en la política
estatal (Seminario Interno- Flacso, 2017). En efecto, hay espacios de gestión social de políticas
estatales, como los Bachilleratos Populares, que han logrado realizar el derecho a educarse de los
sectores excluidos por el sistema oficial, bajo las propias lógicas y prácticas de los barrios populares
y sus organizaciones, sin que ello impida la obtención de títulos oficiales. Esta cuestión, sin duda,
fue un logro de la lucha popular por el reconocimiento por parte del estado de una demanda
educacional que éste no era capaz de abordar.
Aníbal Quijano (1928-): Lo privado-social y lo público-no estatal
Quijano, intelectual peruano, ha hecho un importante aporte a la conformación de la perspectiva
decolonial dentro del Pensamiento Crítico Latinoamericano a partir del concepto de Colonialidad
del Poder (Quijano, 2005).
En este escrito, nos centraremos en las reflexiones del autor que analizan la relación entre el Estado
y la Sociedad civil durante la década de los 80 y 90. Aquí observa un fenómeno social paradójico:
la crisis del capital de los años 80’ y la desmitificación y caída del socialismo realmente existente,
dieron cabida en la década siguiente, a una reconfiguración del orden mundial donde el
neoliberalismo se consolida como relato único, dando cabida a una globalización unipolar.

Contextualizado en América Latina, y especialmente en la realidad peruana, Quijano observa que


tras la pretensión del neoliberalismo de constituir un orden global económico, político y
culturalmente homogéneo, hay una serie de movimientos sociales que viven de acuerdo con otras
lógicas, y que no ven posibilidades de inclusión y mejora en dicho modelo. Las características
propias de estos movimientos, permitiría sugerir que

“lo privado capitalista o mercantil no es lo único privado posible, ni lo público en el específico


sentido estatal, es la otra cara única de lo privado o de todo lo privado. De hecho, y aunque no
esté presente formalmente en el debate de estas cuestiones, hay otro privado y otro público, que no
solamente forman parte de la anterior historia de América Latina, sino que continúan activos y
tienden a emerger en más amplios y complejos ámbitos” (Quijano, 1998: 25).

Este otro privado lo denomina privado-social, forma institucionaliza de lo social equivalente a la


forma de vida de las comunidades andinas precolombinas de América Latina: la organización
solidaria colectiva, democráticamente constituida, que repone la reciprocidad como fundamento de
la solidaridad y de la democracia como forma de organización cotidiana y de la experiencia vital de
basta poblaciones de la región. Sin embargo, no observa esta similitud como una romántica vuelta
al pasado, sino como resultado, en parte, “de la dramática búsqueda de organizar la sobrevivencia y
la resistencia a la crisis y a la lógica del capitalismo del subdesarrollo” (Quijano, 1998: 25). Esta
cuestión no sólo se ha dado en el ámbito rural, sino también en las zonas urbanas “modernizadas”
de América Latina, constituyéndose un privado-social, alternativo al privado capitalista
dependiente.

Por último, plantea Quijano, estas instituciones privado-sociales se articulan formando redes,
incluso a nivel nacional, como lo hacían los sindicatos obreros tradicionales. En ese sentido,

“el privado-social institucionalizado tiende a generar una esfera institucional pública, la cual, sin
embargo, no necesariamente tiene carácter de Estado. Es decir, no se convierte en un aparato
institucional que se separa de las prácticas sociales y de las instituciones de la vida cotidiana de la
sociedad Y se coloca por sobre ellas. La esfera institucional que articula global o sectorialmente lo
privado-social, tiene carácter público, pero no se constituye como poder estatal sino cómo poder
en la sociedad” (Quijano, 1998: 27-28).

Para Quijano, estas dos instituciones, lo privado social y lo público no estatal, constituyen una
nueva “sociedad civil”, que, fundada en la solidaridad, la igualdad, la libertad y la democracia, sería
la única capaz de sobrevivir a la lógica del poder del capital.
Arturo Escobar (1952-): la invención del desarrollo
Escobar es un teórico colombiano que lleva a cabo una crítica a lo que denomina el “Discurso del
Desarrollo” elaborado para Asia, África y América Latina después de la segunda guerra mundial, y
con el cual

“se ha predicado un peculiar evangelio con un fervor interno: el <<desarrollo>>. (…). El modelo
del desarrollo desde sus inicios contenía una propuesta históricamente inusitada desde un punto de
vista antropológico: la transformación total de las culturas y formaciones sociales de tres
continentes de acuerdo con los dictámenes del llamado Primer Mundo” (Escobar, 2007: 11).

Lo anterior, fundamentado en la creencia o confianza de que estas regiones del mundo, con culturas
milenarias y complejas, se convertirían en “clones de los racionales occidentales de los países
considerados económicamente avanzados” (Escobar, 2007: 11).

Contrario a las expectativas, afirma Escobar, el desarrollo habría logrado multiplicar infinitamente
los problemas socioeconómicos de estos continentes, siendo un discurso en crisis, en tanto sus
“recetas de crecimiento económico, <<ajustes estructurales>>, macroproyectos sin evaluación de
impacto, endeudamiento perpetuo, y marginamiento de la mayoría de la población de los procesos
de pensamiento y decisión sobre la práctica social” (Escobar, 2007: 12), habrían profundizado los
niveles de violencia, de pobreza y de deteriorado las relaciones sociales y el medio ambiente.

Pese a ello, el despliegue del discurso del desarrollo “ha producido un aparato muy eficiente para
producir conocimiento acerca de ejercer el poder sobre el Tercer Mundo” (Escobar, 2007: 29), y
donde Occidente ha logrado obtener el dominio sobre el Tercer Mundo.

Escobar hace un llamado a desmantelar y deconstruir el discurso del desarrollo, pero afirma que
este proceso debe ir acompañado por otro análogo de construcción de nuevos modos de ver y de
actuar, cuestión que considera decisiva, ya que lo que está en juego es la supervivencia de los
pueblos. Y este proceso de construcción y deconstrucción “debe enfocarse estratégicamente en la
acción colectiva de los movimientos sociales; éstos no solo luchan por <<bienes y servicios>> sino
por la definición misma de la vida, la economía, la naturaleza y la sociedad. Se trata, en síntesis, de
luchas culturales” (Escobar, 2007: 40-41).

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