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DESCARTES.

EL PROBLEMA DEL MÉTODO Y LA EVIDENCIA DEL


COGITO

Descartes: vida y obra


René Descartes nació en la villa francesa de La Haye en 1596. Hijo de un miembro de la
pequeña nobleza, ingresó a los 10 años en el colegio de La Fléche, dirigido por los
jesuitas. Se licenció en Derecho por la Universidad de Poitiers. En 1618 se incorpora a
la vida militar en la Escuela de Guerra Internacional fundada por el príncipe holandés
Maurice de Nassau. Posteriormente se enrolará en las tropas del duque de Baviera que
participan en la Guerra de los Treinta Años. En 1620 abandona la carrera militar y
regresa a Francia. Después de un largo viaje por Italia, se da a conocer en los círculos
filosóficos de París. Una pensión familiar le permitirá vivir, modestamente, dedicado en
exclusiva a la filosofía. En 1628 se instala en Holanda, en donde cree encontrar acogida
y libertad para sus estudios. A finales de 1633, se da entera de la condena de Galileo por
la Inquisición y decide renunciar a la publicación de su obra en la que defendía, al igual
que el físico italiano, la teoría heliocéntrica combatida por la Iglesia. Toda su vida
mantendrá esta actitud de cautela frente a los poderes eclesiásticos y civiles, lo que no
le evitará ser objeto de acusaciones de ateísmo y sufrir persecuciones judiciales. La
publicación de sus primeras obras le concede fama en toda Europa. En 1649 la reina
Cristina de Suecia lo invita a viajar a su país. El helado invierno sueco le produjo una
neumonía y morirá en febrero de 1650.
Descartes es uno de los primeros filósofos en publicar obras escritas en su lengua
vernácula, el francés. No obstante, la mayoría las escribe en latín, la lengua de las
Universidades y de los círculos cultos, firmándolas con su nombre latinizado: Cartesius,
de ahí proviene la denominación de “cartesiano” como todo lo concerniente a Descartes
y a sus ideas.
Obras:
 Discurso del Método (1637). Publicada originalmente en francés, acompañada
de tres tratados científicos: Dióptrica, Meteoros y Geometría. El Discurso
constituía un prólogo que indagaba sobre el método, método que luego sería
aplicado a tres ciencias. Pretendía el racionalista crear una ciencia universal. Fue
publicado en francés, (auténtico acto de rebeldía contra la lengua culta, el latín,
en las que se publicaban las obras de ciencia y filosofía).
 Meditaciones metafísicas (1641). En ella demuestra la existencia de Dios y la
inmortalidad del alma.. En ella se elabora el sistema filosófico cartesiano que fue
introducido en el Discurso del método.
 Los Principios de la metafísica (1644). En él expone sus ideas en tono
pretendidamente escolar, con el objetivo de que pudiera ser utilizado como texto
en las escuelas, reemplazando los tratados clásicos escolásticos.
 Las pasiones del alma (1649)
 Póstumamente se publicarán: EL Mundo o el Tratado de la Luz, Tratado del
hombre y las Reglas para la Dirección del Espíritu, obra que dejó inacabada. En
ella se describen las reglas del método.

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Introducción

Descartes pasa por ser el “padre” de la filosofía moderna porque su pensamiento


supone una ruptura con el dogmatismo anterior. Descartes reivindica la autonomía de
la razón y tiene confianza en su capacidad para alcanzar la verdad. Toma como
modelo la deducción matemática que tan buenos resultados estaba alcanzando
para la nueva ciencia inaugurada por Galileo, y trata de probar que es posible la
construcción de un método exclusivamente racional capaz de proporcionar
conocimientos verdaderos.
En el Discurso del Método, somete a crítica todos los saberes de su tiempo. Nada
superará esa crítica excepto las matemáticas, única ciencia que proporciona
evidencia y certeza en sus demostraciones. El proyecto cartesiano va a radicar
justamente en aplicar la certeza matemática para ir más allá del ámbito de esas
“artes mecánicas”, esto es, de lo que hoy llamaríamos física mecánica o física
aplicada. De lo que se tratará es de construir una “matemática universal” mediante
la cual, partiendo de unos axiomas elementales, o sea, de unas verdades evidentes
por sí mismas, deducir de ellas todo conocimiento posible sobre la totalidad de lo
real. Descartes entiende, por lo tanto, que el método que comenzaba a aplicarse con
éxito en la física – el método matemático deductivo – debería convertirse en método
científico universal, aplicable sobre cualquier objeto de estudio, porque todas las
ciencias tienen en común el conocimiento a través de la razón y la aplicación de un
método.
Racionalismo es el nombre que recibirá la corriente filosófica promovida por
Descartes, a la que también pertenecen el holandés Spinoza, el alemán Leibniz y el
francés Pascal. Las características comunes del racionalismo pueden ser sintetizadas en
las siguientes:

a) La confianza en la posibilidad de fundar una ciencia universal capaz de dar


respuesta a cualquier tipo de problema tomando como modelo la ciencia
matemática.
b) El razonamiento axiomático deductivo, propio de la matemática requiere la
identificación de los axiomas básicos y la garantía de que sean verdaderos.
c) Estos principios, axiomas o primeras verdades no pueden ser encontrados
mediante el conocimiento sensorial, sino derivados exclusivamente de la
propia razón.
d) El optimismo del conocimiento y las posibilidades que tiene para conocer el
mundo sin error. En este optimismo juega un papel fundamental la concepción
de Dios como ser perfecto, por lo que garantiza el orden del mundo y de la
capacidad de la mente humana para conocer y explicar ese orden.

El método cartesiano

Descartes se propone la construcción de un método que, al aplicarlo, permita desterrar


cualquier error y avanzar en el conocimiento de la verdad.

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En El Discurso del método tan sólo nos propone cuatro sencillas reglas que encerrarían
la esencia de la “matemática universal”. El método de esta matemática universal
podemos definirlo como axiomático deductivo o también intuitivo deductivo, en el
sentido de que la identificación de los axiomas que deberemos adoptar como principios
para todo procedimiento deductivo es el resultado de una evidencia intuitiva, esto es,
se nos presenta a la razón como verdaderos, no como el resultado de un proceso
argumentativo (como será en el caso de las verdades deducidas) sino como algo
inmediato.
Descartes da la siguiente definición del método:  "una serie de reglas ciertas y fáciles,
tales que todo aquel que las observe exactamente no tome nunca a algo falso por
verdadero, y, sin gasto alguno de esfuerzo mental, sino por incrementar su conocimiento
paso a paso, llegue a una verdadera comprensión de todas aquellas cosas que no
sobrepasen su capacidad".
El método consta de las siguientes reglas:
1. La evidencia consiste en aceptar como verdadero solo aquello que es claro y
distinto. Una idea es clara en tanto que se presenta manifiesta en la inteligencia
que la intuye. Una idea será distinta en tanto que está separada de otras ideas y,
por lo tanto, no contiene nada que pertenezca a las demás ideas. La claridad y
distinción serán las notas distintivas de las ideas evidentes o naturalezas
simples.
2. El análisis consiste en dividir los problemas complejos en sus partes con
objeto de identificar en esas partes las evidencias intuitivas, si las hay,
porque muchas veces no somos capaces de distinguirlas por presentarse
mezcladas con otras ideas o juicios no evidentes. El análisis permite descubrir la
verdad de las ideas más simples mediante la intuición.
3. La síntesis de integración de elementos diversos en una unidad
argumentativa, en la que las evidencias intuitivas o axiomas de la razón deben
ocupar el lugar de los fundamentos a partir de los cuales, mediante un
procedimiento inferencial, se deriva la verdad de otros elementos no
intuitivamente verdaderos. (Inferencia de otras verdades más complejas a partir
de las simples).
4. La enumeración implica volver sobre todo el proceso para asegurarnos de que
no omitimos ningún paso, ni cometemos error alguno en la aplicación de cada
uno de los pasos y que, por lo tanto, la síntesis final es correcta. Implica, por
tanto, hacer en todo unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan
generales, de manera que podamos estar seguros de no omitir nada.
Cabe, pues, distinguir los siguientes elementos implicados en el método: la intuición y
la deducción y el orden.
La intuición es la base del conocimiento y gracias a ella separamos lo verdadero de lo
que no es cierto. Es una especie de “luz o instinto natural”, por el que captamos, sin
posibilidad de error, y de forma inmediata, los conceptos simples que surgen de la razón
misma.

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La deducción o inferencia nos permite derivar las nuevas ideas a partir de las que ya
conocemos. Es una intuición sucesiva de las naturalezas simples y de las conexiones
que existen entre ellas.
Finalmente, el orden es el que nos permite situar, en el lugar del caos aparente de la
experiencia sensorial, una disposición racional, que es justamente el objetivo de la
ciencia.

La duda

La primera regla del método, la evidencia, exige la eliminación de cualquier duda sobre
las proposiciones de las que parte el conocimiento. La duda representa la parte crítica
del método, que permitirá discriminar entre todos los saberes hasta entonces aceptados,
cuales serán capaces de superar la crítica metódica y cuales no. Pero desde el primer
momento tendrá cuidado en señalar que esta duda metódica no debe ser confundida
con la “duda de los escépticos”. La duda escéptica renuncia, de hecho, a la verdad, que
considera imposible, mientras que la duda metódica es justamente el camino para
desechar el error y así llegar a la verdad indubitable, a la certeza.
Pero la duda cartesiana no es un mero escepticismo, sino que se trata de un
procedimiento dialéctico de investigación que pretende llegar a la primera verdad
evidente, a la primera naturaleza simple, a la primera idea clara y distinta; se trata, por
tanto, de una duda metódica, no escéptica. Además, es una duda universal, ya que
afectará a todas las certezas y conocimientos que poseemos. Si embargo, es teórica, no
práctica, es decir, afectará a los conocimientos, pero no a la conducta o vida práctica.
Es voluntaria, porque depende de nuestra voluntad. Es hiperbólica o exagerada, ya que
nos invita a dudar no sólo de aquello que consideramos falso, sino también de aquello
que suscitar en nosotros cualquier sospecha.
Descartes propondrá tres motivos fundamentales que nos pueden llevar a dudar de
nuestros conocimientos:
a) El testimonio engañoso de los sentidos: los sentidos nos engañan algunas
veces, además tienen muchas limitaciones por lo que no son fiables y debemos
rechazar la información proporcionada por ellos. Descartes, duda de nuestras
percepciones.
b) La confusión entre sueño y vigilia: Descartes nos recuerda que carecemos de
un criterio firme para distinguir las fronteras entre el sueño y la vigilia, y que por
lo tanto ¿quién te puede asegurar que, en el momento en que estás despierto y
leyendo, no estás dormido y soñando que lees este libro? En este segundo
momento de duda, Descartes, dudará de las percepciones, así como de la
realidad misma y, por consiguiente, de las ciencias como la física.
Estos dos motivos de duda ponen en cuestión todo conocimiento sensible y, con él, a las
ciencias empíricas. Pero aún quedan en pie las ciencias matemáticas puesto que sus
verdades, que establecen relaciones entre ideas, no se preocupan de si existe en la

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realidad lo que afirman. En el sueño las imágenes oníricas y su contenido siguen en pie,
y tan cierto es que 2+2=4 cuando estamos despiertos como cuando estamos soñando.
c) El Dios engañador se asienta en la creencia de que siendo todopoderoso, Dios
pudo crear al ser humano de tal modo que falle incluso en aquellos
conocimientos que considera indiscutiblemente evidentes. Este motivo, a las
claras hipotético, presuntamente admisible, desde la omnipotencia divina, es
incompatible con su perfección, pues la facultad de engañar es indicio claro de
imperfección, y, por consiguiente, no atribuible a Dios.
d) Se presenta como “sustituto” del Dios engañador, la hipótesis del genio
maligno, “ser ficticio que, combinando poder y astucia, puede hacer que nos
engañemos continua y completamente en todo. Con este motivo último el
proceso de duda alcanza un cariz “hiperbólico incontestable”.
Este segundo nivel de duda ya no se limita a lo sensible, sino que alcanza incluso las
verdades más simples del entendimiento, poniendo en cuestión la ciencia matemática.
La duda metódica, es decir, la duda radical incorporada al método como exigencia
primera, nos envolvió en la más oscura de las incertezas. No podemos estar seguros de
nada, ni siquiera de las matemáticas que en un primer momento se mostraban resistentes
a toda duda.

El “cogito” como primera verdad

En el seno mismo de esa duda universal se encuentra la primera verdad, la certeza


primera. Por mucho que se quiera dudar, el acto de pensar es incuestionable, porque la
duda es un proceso de pensamiento. Así llega a un enunciado que es verdadero, aunque
exista un genio maligno: Yo pienso, luego yo existo. Una verdad que no puede negar
ni siquiera un escéptico y que constituye el axioma o primer principio sobre el que
se construirá el resto del pensamiento siguiendo las reglas del método. Es el
“cogito” (pensamiento) – de la versión latina: “Cogito ergo sum” – en lo que Descartes
cree encontrar su punto de apoyo con el que, al igual que un Arquímedes de la nueva
ciencia universal, espera poder construir todo un mundo de conocimientos. Descartes
intuye que esta es una verdad que resiste a toda duda, puesto que cualquier duda
reafirma justamente la verdad de la existencia del pensamiento. Mientras pienso existo
como pensamiento.
Cuál es la naturaleza de ese cogito será el objeto de la siguiente investigación de
Descartes. En que consiste ese “ser que piensa” del que no se puede dudar porque
constituye la condición para que la misma duda sea posible. Por supuesto que ese “yo
que piensa” no incluye el cuerpo, que está aún sujeto a la duda, o, dicho de otro modo,
puedo seguir dudando de que yo sea un cuerpo, aunque no puedo dudar de que yo soy
algo.
El “cogito” o el “yo” no es para Descartes más que una cosa que ejecuta actos de
pensamiento, es decir, que duda, que concibe, que afirma, que niega, que quiere,
que no quiere, que imagina también, y que siente” Todas estas acciones del

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pensamiento existen y de ellas tengo certeza. Las ideas que pueblan mi mente existen en
mi mente, pero no puedo saber con seguridad si existen fuera, en el mundo físico, ni
puedo estar seguro tampoco de que existan otros “yo”, otros “res cogitans”.

Las ideas y el criterio de certeza

La primera verdad evidente es el pensamiento (cogito), que existe en sí mismo, con


independencia de cualquiera otra posible (no confirmada de momento) realidad. El
pensamiento es, pues, una sustancia, la primera sustancia conocida, la “res cogitans”
(cosa pensante).
El sujeto pensante opera siempre sobre ideas. Descartes las concibe como contenidos
mentales que pueden representar cosas del mundo físico o imaginario. Puedo tener
certeza de una idea, de su significado y no estar seguro de su “verdad”, de la existencia
fuera de mi mente, de las cosas que representa.
El filósofo divide las ideas en tres tipos para reflexionar sobre la verdad que pueden
proporcionarnos las ideas.
1. Ideas innatas, las que nacen con la mente y no proceden de la experiencia
(conceptos matemáticos)
2. Ideas adventicias, que surgen a través de la experiencia (los conceptos de
objetos físicos o naturales)
3. Ideas ficticias, que crea la mente por composición de otras ideas (los conceptos
de seres imaginarios).
Tanto las ideas adventicias, que dependen de la sensibilidad, como las ficticias que
dependen de la imaginación, no podemos garantizar su verdad, porque lo único que
podemos garantizar es que existen en nuestra mente. En cambio, las ideas innatas que
no dependen de la existencia del mundo exterior para ser seguras, pueden ser los
axiomas a partir de los cuales se construya el conocimiento seguro de las que deberemos
deducir las verdades restantes. Descartes intentará construir su sistema sobre las ideas
innatas, que por ser intuidas por la mente en sí misma, son las más seguras y el
fundamento de todas las demás. Las ideas innatas tienen las mismas cualidades que el
cogito, son ideas claras y distintas. Su verdad es evidente y no necesitan explicación
ninguna.
Pero si estas ideas innatas están en la mente deben tener una causa, si esta no es el
mundo sensible, debe, o bien ser el propio “yo” (cogito), o bien otra entidad
diferente de mi mismo. Descartes afirma que al analizar las ideas innatas encontramos
algunas que, por sus características, no pueden tener el origen en el pensamiento, pues
el pensamiento no puede pensar en cualidades que él mismo no tiene como por ejemplo
la idea de infinito, de eternidad de omnisciencia u omnipotencia.
Para Descartes la presencia de Dios en el pensamiento deber tener su causa en la
existencia de Dios mismo, ya que la idea de un ser perfecto no puede ser producida por

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un ser imperfecto como mi “yo”. La existencia en la mente de esta idea es ya una prueba
de la existencia de Dios, por la marca impresa que deja en la mente.
Además, ese “ser perfecto”, Dios, tiene necesariamente que existir pues su perfección
no puede excluir la existencia. Y si “es” no puede ser un genio engañador, así que las
ideas que percibo de forma clara y distinta, también las ideas de que los objetos físicos y
mi cuerpo existen deben ser verdaderas. Dios es interpretado ahora como garantía de
la certeza de todas nuestras ideas.
La idea de sustancia en Descartes.
Las tres sustancias: sustancia pensante (res cogitans), sustancia extensa (res
extensa) y sustancia infinita (res infinita)

El sistema de Descartes nos lleva a tres ideas claras que se corresponden con las
llamadas tres sustancias: el pensamiento o espíritu: “res cogitans”, Dios: “res infinita” y
las cosas: “res extensa”.
Por sustancia entiende “una cosa que existe de tal forma que ella no necesita más que
de sí misma para existir”. Aunque esta definición sólo se podría aplicar estrictamente a
Dios, ya que, sólo Dios puede existir por sí mismo y, por lo tanto, sólo él es sustancia
propiamente. Sin embargo, también podemos decir, que una vez creadas, las cosas
físicas que captamos por los sentidos son sustancias porque son cosas exteriores y
distintas de nosotros que están representadas en nuestra mente por las ideas
correspondientes.
Estos son los tres tipos de sustancias existentes para Descartes:
Dios (res infinita). Su característica es la perfección. Dios es la causa de la existencia
del universo físico extenso y quien lo dotó de las leyes que rigen su movimiento.
El pensamiento o espíritu (res cogitans), su atributo es el pensamiento.
Las cosas materiales (res extensa). Su característica fundamental es la extensión, es
decir, la propiedad de que su ser puede ser reducible a determinadas cantidades
medibles. Excepto el alma humana, todo cuanto hay en el mundo es sustancia extensa,
incluido e propio cuerpo humano. El mundo está constituido de tal forma que su
funcionamiento se deduce necesariamente de los principios que determinan el
comportamiento de las partes que lo componen. Para explicarlo Descartes recurre en
varias ocasiones a la metáfora del relojero o el constructor de autómatas. De la misma
forma que para prever la marcha futura de las agujas del reloj yo no necesito conocer las
intenciones que su constructor tuvo al hacerlo (para ganar dinero, para obtener fama o
por cualquier otro motivo), sino que sólo las reglas que rigen el funcionamiento de las
piezas mecánicas de que está formado, podremos prever el comportamiento de
cualquiera de los cuerpos físicos – piezas de la gran máquina del mundo – en cuanto
conozcamos las leyes exactas que dirigen sus movimientos. Todo fenómeno físico está,
pues, rígidamente determinado por el lugar que ocupa dentro de la gran máquina o
mecanismo universal. Por eso la concepción física cartesiana puede ser cualificada
como mecanicista y determinista, e implica la exclusión de toda interpretación

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teleológica (finalista) para la explicación del mundo físico y la conversión de la Física
en una ciencia puramente cuantitativa.

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