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Introducción
Luego de la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, los círculos
intelectuales de la izquierda mundial entraron en un grave ciclo de estancamiento y
capitulación teórica. Los revolucionarios de ayer, en un desesperado intento por mantenerse
en la cresta de la ola que vaticinaba en fin de la historia, buscaron una descarada
renovación conceptual y se dotaron de nuevas “herramientas críticas” para enfrentar este
escenario. Lo que a la larga los terminó poniendo como vagón de cola del Consenso de
Washington y la doctrina neoliberal, esgrimiendo sus esperanzas no en una transformación
real de la estructura de dominación del capital, sino en el inocente y poco dañino discurso
del capitalismo con rostro humano. En este contexto, todo el andamiaje conceptual
desarrollado durante dos siglos de arduas luchas de clases, fue enviado al museo de las
figuraciones epistemológicas en pos de un nuevo bienestar acorde a los intereses del equipo
vencedor: la democracia liberal y sus “innegables y efectivos” métodos de administración
del poder político y económico.
Hay una relación directa entre el fracaso del chavismo como horizonte político en la
construcción del Socialismo del Siglo XXI, y la historia de Latinoamérica en sus procesos
emancipatorios. Esta es, en esencia, la incapacidad de crear una nueva teoría jurídica de la
revolución, lo que la mantiene atada a las normas, procedimientos y fines del derecho
liberal haciendo de este, ante los ojos del reformismo, la única manera de organizar la
sociedad posible. Y mientras desde el discurso oficial nos encantamos con la idea de la
Comuna, el Poder Popular y el progresismo latinoamericano, en la práctica, los viejos
métodos de la política siguen vigentes y con la muerte física del comandante Chávez, han
vuelto a aparecer con más fuerza que nunca anidándose en el burocratismo, el caudillismo y
la corrupción estructural que atraviesa de forma transversal desde los altos mandos de
gobierno hasta a los pequeños dirigentes de base. Existe en el reformismo, una tendencia
que se niega a ser superada, y que, a pesar de los tristes fracasos del siglo XX, durante el
siglo XXI la nueva ola progresista ha mantenido el apego casi teocrático al derecho liberal
y todo su andamiaje cultural y valórico, además de las mismas relaciones de poder entre
estructura y superestructura, o sea, entre gobernantes y gobernados.
• Durante este periodo, los gobiernos de turno, se mostraron incapaces de crear las
condiciones necesarias para delegar el poder institucional en las organizaciones
de base. Por otro lado, las bases, demasiado apegadas al discurso reformista de
sus gobiernos y su lealtad, no pudieron romper con la institucionalidad y fueron
perdiendo terreno en el manejo de la maquinaria estatal, terreno que ganó la
burguesía desmovilizando los elementos del Poder Popular nacientes.
• La mala lectura de la dinámica que conlleva la lucha de clases, hizo que estos
gobiernos mantuvieran plena confianza en las instituciones militares, las que no
fueron modificadas en su esencia, y mantuvieron dentro de sus filas a altos
oficiales con un marcado sentimiento anticomunista, entrenados muchas veces
por EEUU en la Escuela de las Américas, quienes después se convirtieron en los
principales golpistas y represores de las organizaciones revolucionarias. Una
revolución que no se hace por las armas, tarde o temprano deberá defenderse
con las armas.
• Si bien, muchos estudiosos del tema se han enfocado en buscar chivos
expiatorios para sacarse las culpas del frustrado intento reformista, considero
que uno de los factores principales de este fracaso histórico fue de carácter
teórico. Ya que los principales partidos y organizaciones que impulsaron esta era
de cambios no fueron capaces de alcanzar consensos respecto a factores
fundamentales como el rol de la violencia en la lucha de clases, el papel del
Estado, el poder dual, el protagonismo de las expropiaciones, control de la
producción y distribución, etc., que son elementos fundamentales en todo
proceso de construcción del socialismo y de resistencia a la agresión
reaccionaria.
Estos problemas fundamentales del reformismo, son también el tumor que consume
a la Revolución Bolivariana. En estos últimos años va en un profundo retroceso, producto
no sólo del bloqueo criminal sino por su propia dinámica interna, además del actuar
pusilánime de las organizaciones que están tanto dentro como fuera del gobierno. En el
proceso venezolano es posible evidenciar una serie de elementos de los fracasos
progresistas del siglo pasado entre ellos la incapacidad de profundizar la revolución, y ahí
donde hay indecisión de avanzar, es donde se cuelan los elementos reaccionarios, se
fortalecen las hienas del fascismo y la desesperanza entre los explotados de siempre.
En estos últimos años la crisis que ha presentado en rentismo petrolero, pudo haber
sido una oportunidad histórica para su superación en términos materiales y subjetivos, pero
una mala política de gobierno ha obligado a ir modificando el patrón rentista petróleo, por
el oro. Y el arco minero del Orinoco se ha convertido en un potencial conflicto en
Venezuela. Desde la mirada ambiental, estamos ante una profunda devastación de la flora y
fauna de la zona minera; en lo social, un atropello enorme a las comunidades indígenas
desalojadas que habitaban el territorio; en lo político, una total clausura de los derechos
constitucionales al convertir el sector en una Zona Estratégica Nacional bajo control
militar; y, por último, desde lo energético, gran parte de la electricidad que consumimos,
1
Me es preciso destacar el nombre usado para este programa y su similitud conceptual con la época colonial.
“Las misiones” fueron espacios construidos con el fin de “elevar” a los pueblos originarios a los altos valores
de la cultura europea y enseñarles la disciplina del trabajo y la sumisión. Pero, por otro lado, también eran
sectores donde se practicaba la economía conuquera y ciertos niveles de autonomía comunal, todo bajo la
estricta vigilancia económica y social del misionero venido de España. Se hace urgente estudiar cuál de las
dos posturas es la que se ha impuesto en este proceso y cuáles son sus verdaderos potenciales de liberación de
la dependencia económica y política del Estado o una extensión de este.
alrededor del 75%, proviene de las aguas de esa gran reserva, que prontamente podría verse
amenazada por las prácticas de las corporaciones internacionales que operan ahí.
A estas alturas cuesta identificar qué tipo de Estado es el que controla el gobierno.
Por un lado, las consignas nos invitan a leer un profundo pero problemático desarrollo del
socialismo, el fortalecimiento del poder popular y toda la simbología de un gobierno de
transición. Pero por otro, los porfiados hechos nos muestran un panorama desolador. Las
reformas a la carga impositiva empresarial, interna como externa, hacen que en esta crisis
sean los pobres los más afectados, ante el anclaje de una nueva “boliburguesía” que
controla los mercados de importación, la producción y distribución de mercancías e incluso
los mecanismos electorales del manoseado Poder Popular.
• Al emerger como una fuerza política por fuera de los partidos burgueses
tradicionales, se le atribuye –erróneamente– un carácter (o una potencialidad)
anti-burgués al programa populista nacional del chavismo.
Ante estas inconsistencias del proceso bolivariano bajo el nombre de Socialismo del
Siglo XXI ¿A qué se debe el amplio apoyo popular que ha recibido el chavismo desde la
izquierda latinoamericana, más allá del progresismo institucional, sino también de
movimientos de base del continente?
1) La fuente de este poder no está en una ley, previamente discutida y aprobada por
el parlamento, sino en la iniciativa directa de las masas populares desde abajo y en cada
lugar, en la “conquista” directa del poder.
2
Lenin, La Dualidad de Poderes, en 1917 V.I. Lenin, editorial Monte Ávila Editores, Caracas, 2017.
fuerza se construye en forma paralela y en contradicción con el estado burgués,
es decir como alternativa a este. Es por ello que una huelga de trabajadores, con
el objeto de conseguir un alza de salarios, no sería una expresión de poder
popular, ya que no se realiza dicha huelga, por lo menos expresamente, con
miras a la toma del poder y, por otro lado, no se construye como poder
alternativo al poder burgués ya que la fábrica sigue siendo manejada y de
propiedad de los patrones. Es decir, no se cuestiona siquiera el poder burgués,
solo se hace una solicitud con miras a un objetivo económico, que es el alza de
los salarios. Por otro lado, si en la fábrica, frente a una posible negativa del
aumento de salarios, los obreros se toman la fábrica e inician un proceso de
producción y distribución, esta acción inscrita en un proyecto revolucionario,
constituiría una expresión de poder popular a nivel local”.3
3
Leiva-Neghme: La política del MIR durante la UP y su influencia sobre los obreros y pobladores de Santiago.
Tesis para optar al grado de licenciado en educación en historia y geografía Santiago, año 2000 USACH.
4
Lenin op. Cit. Pp. 12.
Maizal, Panal, Altos de Lídice o algunas experiencias aisladas de empresas recuperadas,
son experiencias que dependen del gobierno en gran parte de sus gestiones, además de su
venia, por lo que sería complejo definirlos como un elemento del Poder Popular.
Si observamos las tareas pendientes de los proyectos reformistas del siglo pasado en
Latinoamérica, nos daremos cuenta de las similitudes que tienen con el Socialismo del
Siglo XXI y el actual progresismo latinoamericano, quizá, la gran diferencia, es que han
impulsado cambios constitucionales, restableciendo ciertas garantías jurídicas de la
democracia liberal clausuradas por los gobiernos de facto que azotaron al continente, y
algunos han ido más allá, creando mecanismos jurídicos de participación popular en la
toma de decisiones. Pero son sólo cambios en la forma, y en el fondo la relación trabajo-
capital y la estructura jurídica del Estado sigue estando intacta y, por ende, el poder en las
manos de la burguesía. Tanto en Argentina, Bolivia, Ecuador y Brasil, estas “revoluciones
superficiales” por distintas vías les abrieron el paso a gobiernos de carácter autoritario y
protofascistas que de a poco intentaron borrar toda huella de sus antecesores.
Por ahora, y ante la necesidad táctica y coyuntural que nos obliga como
revolucionarios, a coquetear con el reformismo imperante, tenemos como norte inmediato
ciertas tareas que son o pueden ser la punta de lanza de una profundización real de los
proyectos de cambio para salir del atolladero progresista que de a poco está dando un grave
retroceso y un triste vuelco a la derecha. Para esto nos planteamos las siguientes tareas que
han sido la debilidad constante del Socialismo del Siglo XXI en Venezuela y desde las
cuales debemos emprender el camino hacia una revolución irreversible.
Como expusimos más arriba, la destrucción del Estado es condición fundamental para
la existencia de una revolución verdadera, así como el desarrollo del poder popular y las
comunas. Sin embargo, no estamos en tiempos de consignas vacías ni infantilismos baratos.
Y por mucho que queramos construir la revolución soñada tal como dice la teoría, debemos
ser capaces de ver la realidad material como es y entender sus posibilidades.
En Venezuela se vive una constante agresión externa e interna, sería una completa
irresponsabilidad comenzar a vociferar por las calles la necesidad de anular el Estado por
decreto como ilusamente sueñan algunos desde las veredas libertarias y de la izquierda
posmoderna. Lo que sí debemos hacer, es elevar el nivel político y cultural de las bases
sociales, acumulando saberes y prácticas cotidianas, comprendiendo claramente cuál es el
rol del Estado y cuáles son sus límites y alcances. Siendo sinceros, no es desde el Estado de
donde vendrá la respuesta a las necesidades urgentes de nuestra clase, sea un Estado de
Bienestar, un Capitalismo de Estado o un Estado burgués a secas. Toda esta estructura
parasitaria tiene como función principal mantener las cosas tal como están y cambiar todo
para que nada cambie. En este caso, el socialismo en Venezuela es una construcción
pendiente, una tarea importante que hemos aplazado producto de lo urgente: la defensa de
la patria ante la agresión extranjera y pese a todo, el gobierno y nosotros mismos hemos
estado apuntando mal el tiro. El antiimperialismo sin una visión anticapitalista se convierte
en mero chovinismo o nacionalismo vulgar, ya que no es el yanqui el problema de fondo de
las sociedades latinoamericanas, sino el capitalismo del cual el imperio es sólo una de sus
caras visibles. El enemigo de nuestra clase y de la Revolución Bolivariana está más cerca
de lo que creemos, está en las grandes empresas que aún mantienen a nuestra economía
tomada del cuello como Polar y otras tantas que especulan libremente, está en el Estado y
en los parásitos corruptos y burócratas que aún no han podido ser sacados de cuajo. Está
incluso entre nosotros mismos que no hemos sido capaces de cambiar nuestra mentalidad
rentista y esperamos con ánimo el chorreo del petróleo sin desarrollar nuestras propias
fuerzas productivas.