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La Revolución Bolivariana ante los límites del Derecho Liberal

Quienes hacen revoluciones a medias no hacen


sino cavar su propia tumba.
Saint Just

Introducción

Luego de la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, los círculos
intelectuales de la izquierda mundial entraron en un grave ciclo de estancamiento y
capitulación teórica. Los revolucionarios de ayer, en un desesperado intento por mantenerse
en la cresta de la ola que vaticinaba en fin de la historia, buscaron una descarada
renovación conceptual y se dotaron de nuevas “herramientas críticas” para enfrentar este
escenario. Lo que a la larga los terminó poniendo como vagón de cola del Consenso de
Washington y la doctrina neoliberal, esgrimiendo sus esperanzas no en una transformación
real de la estructura de dominación del capital, sino en el inocente y poco dañino discurso
del capitalismo con rostro humano. En este contexto, todo el andamiaje conceptual
desarrollado durante dos siglos de arduas luchas de clases, fue enviado al museo de las
figuraciones epistemológicas en pos de un nuevo bienestar acorde a los intereses del equipo
vencedor: la democracia liberal y sus “innegables y efectivos” métodos de administración
del poder político y económico.

Ante esta “catástrofe”, en Latinoamérica se levantan nuevas esperanzas de libertad e


igualdad para los explotados. La aparición de Hugo Chávez en el escenario mundial fue un
nuevo impulso a la historia y las luchas emancipatorias. Si bien, su gobierno no se declaró
socialista en un principio, sino que estaba enfocado en una nueva distribución de la riqueza
y administración del rentismo con fines de desarrollo endógeno, e incluso la misma
Constitución De La República Bolivariana de Venezuela dista mucho de ser socialista. Fue
producto de la dinámica de la lucha de clases, de la resistencia de la oligarquía histórica y
su lumpenaje empresarial, lo que fue empujando el proceso a buscar una alternativa real
que tuviera la capacidad de cambiar la estructura del Estado y la sociedad en su conjunto.
Ya en el 2005 Chávez sentenció: “El capitalismo no se va a trascender por dentro del
mismo capitalismo, ¡No! Al capitalismo hay que trascenderlo por la vía del socialismo”.

Hoy, a 15 años de esta sentencia ¿Qué es lo que ha pasado con el proceso de


profundización del socialismo? ¿Nos hemos quedado estancados en el dialogo de la
transición, sin crear las formas reales para vencer al capitalismo evitando la confrontación?
¿O simplemente, está inscrito en el ADN del proyecto chavista la incapacidad de superar la
contradicción histórica entre trabajo y capital?

Hay una relación directa entre el fracaso del chavismo como horizonte político en la
construcción del Socialismo del Siglo XXI, y la historia de Latinoamérica en sus procesos
emancipatorios. Esta es, en esencia, la incapacidad de crear una nueva teoría jurídica de la
revolución, lo que la mantiene atada a las normas, procedimientos y fines del derecho
liberal haciendo de este, ante los ojos del reformismo, la única manera de organizar la
sociedad posible. Y mientras desde el discurso oficial nos encantamos con la idea de la
Comuna, el Poder Popular y el progresismo latinoamericano, en la práctica, los viejos
métodos de la política siguen vigentes y con la muerte física del comandante Chávez, han
vuelto a aparecer con más fuerza que nunca anidándose en el burocratismo, el caudillismo y
la corrupción estructural que atraviesa de forma transversal desde los altos mandos de
gobierno hasta a los pequeños dirigentes de base. Existe en el reformismo, una tendencia
que se niega a ser superada, y que, a pesar de los tristes fracasos del siglo XX, durante el
siglo XXI la nueva ola progresista ha mantenido el apego casi teocrático al derecho liberal
y todo su andamiaje cultural y valórico, además de las mismas relaciones de poder entre
estructura y superestructura, o sea, entre gobernantes y gobernados.

El Fracaso Histórico del Reformismo en Latinoamérica


Para entender estos profundos cuestionamientos, debemos indagar en la experiencia
histórica del reformismo en Latinoamérica durante el siglo XX y la nueva oleada de
principios del siglo XXI como también, los elementos principales de su fracaso.

En Nuestra América, durante la segunda mitad del siglo XX existieron diversos


intentos de construir un mundo nuevo, que, debido en gran parte a sus propias
contradicciones, fueron catastróficamente destruidos por una alianza entre EEUU y las
burguesías locales, dejando al descubierto la esencia de la lucha de clases entre otros
aspectos que vale la pena destacar:

• Los proyectos reformistas fueron incapaces de construir el socialismo como


propuesta real, ya que quedaron entrampados en la legalidad burguesa y sus
mecanismos constitucionales creados específicamente para limitar el acceso al
poder de las clases populares. Y esas mismas leyes que tanto respetaron los
gobiernos de “izquierda” para evitar desatar la furia de las clases poseedoras,
fueron salvajemente violadas por las burguesías con el fin de mantener sus
privilegios y borrar de cuajo el “cáncer marxista” de nuestro continente.

• Estos gobiernos difícilmente se plantearon construir el socialismo, más bien sus


programas estaban enfocados a la redistribución de la riqueza, a desarrollar la
revolución democrática-liberal, las reformas agrarias pendientes desde el siglo
XIX en nuestro continente y como mucho, construir un Estado de Bienestar en
base a la nacionalización de los recursos naturales y empresas estratégicas, con
el fin de afianzar una especie de Capitalismo de Estado para potenciar con esas
rentas diversos programas sociales y un aumento salarial acorde a la
reproducción social de la fuerza de trabajo, manteniendo casi intacta la relación
trabajo-capital existente.

• Durante la arremetida de la burguesía (boicot de la producción, inflación


inducida, paros patronales, desabastecimiento y actos terroristas), los gobiernos,
en vez de profundizar sus bases de Poder Popular, intentaron salir a flote de las
crisis con concesiones a las clases pudientes, desarmaron al proletariado,
devolvieron fábricas y tierras ocupadas por las organizaciones de base, se
apoyaron en la legalidad burguesa en vez de ir construyendo los elementos
jurídicos necesarios para dar sustento a las nuevas fuerzas productivas en
desarrollo. Razón por la que fueron perdiendo apoyo popular. Esta situación
mostró el verdadero carácter de clase del Estado en su estructura y el
burocratismo imperante de los partidos conciliadores.

• Durante este periodo, los gobiernos de turno, se mostraron incapaces de crear las
condiciones necesarias para delegar el poder institucional en las organizaciones
de base. Por otro lado, las bases, demasiado apegadas al discurso reformista de
sus gobiernos y su lealtad, no pudieron romper con la institucionalidad y fueron
perdiendo terreno en el manejo de la maquinaria estatal, terreno que ganó la
burguesía desmovilizando los elementos del Poder Popular nacientes.

• La propuesta celapiana de Industrialización por Sustitución de Importaciones


(ISI), no fue capaz de realizar el desarrollo económico esperado debido a la nula
capacidad competitiva de nuestros modos de producción, manteniendo una
economía dependiente de importaciones que se ve profundamente afectada con
cualquier tipo de bloqueo económico o aumento de precios de los productos de
importación. Por otro lado, la existencia histórica de burguesías lumpenizadas
incapaces de impulsar el desarrollo industrial endógeno crearon “economías de
puerto” basadas sólo en la mono exportación de materias primas sin valor
agregado, lo que fue el talón de Aquiles de nuestros proyectos, demasiado
ligadas a la variación constante de precios en la economía mundial. Estas
falencias históricas, fueron incapaces de ser superadas

• La mala lectura de la dinámica que conlleva la lucha de clases, hizo que estos
gobiernos mantuvieran plena confianza en las instituciones militares, las que no
fueron modificadas en su esencia, y mantuvieron dentro de sus filas a altos
oficiales con un marcado sentimiento anticomunista, entrenados muchas veces
por EEUU en la Escuela de las Américas, quienes después se convirtieron en los
principales golpistas y represores de las organizaciones revolucionarias. Una
revolución que no se hace por las armas, tarde o temprano deberá defenderse
con las armas.
• Si bien, muchos estudiosos del tema se han enfocado en buscar chivos
expiatorios para sacarse las culpas del frustrado intento reformista, considero
que uno de los factores principales de este fracaso histórico fue de carácter
teórico. Ya que los principales partidos y organizaciones que impulsaron esta era
de cambios no fueron capaces de alcanzar consensos respecto a factores
fundamentales como el rol de la violencia en la lucha de clases, el papel del
Estado, el poder dual, el protagonismo de las expropiaciones, control de la
producción y distribución, etc., que son elementos fundamentales en todo
proceso de construcción del socialismo y de resistencia a la agresión
reaccionaria.

Estos puntos, son fundamentales para entender el fracaso del reformismo en


Latinoamérica y cómo esta constante desmovilización de las fuerzas populares fue abriendo
paso al fortalecimiento de la burguesía, lo que conllevó al triunfo del fascismo como
respuesta lógica de la dinámica de la lucha de clases. En una revolución se triunfa o se
muere en el intento, por lo que hacer revoluciones a medias es cavar la tumba del
movimiento social y destruir por décadas la iniciativa popular y su acumulación histórica.

Estos problemas fundamentales del reformismo, son también el tumor que consume
a la Revolución Bolivariana. En estos últimos años va en un profundo retroceso, producto
no sólo del bloqueo criminal sino por su propia dinámica interna, además del actuar
pusilánime de las organizaciones que están tanto dentro como fuera del gobierno. En el
proceso venezolano es posible evidenciar una serie de elementos de los fracasos
progresistas del siglo pasado entre ellos la incapacidad de profundizar la revolución, y ahí
donde hay indecisión de avanzar, es donde se cuelan los elementos reaccionarios, se
fortalecen las hienas del fascismo y la desesperanza entre los explotados de siempre.

El chavismo en el atolladero del rentismo liberal

La sociedad venezolana y por ende su economía, ha estado desde hace más de un


siglo marcada fatalmente por su dependencia rentista, lo que ha reducido la discusión
política netamente al manejo y administración de sus ganancias en vez de propuestas reales
de desarrollo económico endógeno. Existieron también episodios de diversificación de la
producción y creación de importantes empresas privadas y estatales durante la dictadura de
Pérez Jiménez y la IV República, pero siempre ligadas a la renta petrolera que, como un
minotauro, yacía bajo la tierra. Desde los años 30 Uslar Pietri acuñó el concepto de
sembrar el petróleo, como una forma de administrar sus ganancias de forma que sirviera
para un verdadero desarrollo económico del país y así escapar de la dependencia rentista,
pero producto de la falta de visión política, la mediocridad de la clase gobernante y
obviamente, sus intereses, es que este proyecto nunca se llevó a cabo en su totalidad.

Durante la primera década del gobierno de Hugo Chávez, se vio un aumento


considerable del ingreso de la renta petrolera debido al precio del mercado internacional, lo
que permitió generar una suerte de Estado de Bienestar impulsando las llamadas
“Misiones”1. Estos importantes proyectos de distribución de la riqueza fueron capaces de
generar un amplio apoyo al gobierno y el proceso al socialismo fue ganando terreno entre la
sociedad, sobre todo entre las clases populares que fueron los beneficiados directos de la
bonanza económica.

En estos últimos años la crisis que ha presentado en rentismo petrolero, pudo haber
sido una oportunidad histórica para su superación en términos materiales y subjetivos, pero
una mala política de gobierno ha obligado a ir modificando el patrón rentista petróleo, por
el oro. Y el arco minero del Orinoco se ha convertido en un potencial conflicto en
Venezuela. Desde la mirada ambiental, estamos ante una profunda devastación de la flora y
fauna de la zona minera; en lo social, un atropello enorme a las comunidades indígenas
desalojadas que habitaban el territorio; en lo político, una total clausura de los derechos
constitucionales al convertir el sector en una Zona Estratégica Nacional bajo control
militar; y, por último, desde lo energético, gran parte de la electricidad que consumimos,

1
Me es preciso destacar el nombre usado para este programa y su similitud conceptual con la época colonial.
“Las misiones” fueron espacios construidos con el fin de “elevar” a los pueblos originarios a los altos valores
de la cultura europea y enseñarles la disciplina del trabajo y la sumisión. Pero, por otro lado, también eran
sectores donde se practicaba la economía conuquera y ciertos niveles de autonomía comunal, todo bajo la
estricta vigilancia económica y social del misionero venido de España. Se hace urgente estudiar cuál de las
dos posturas es la que se ha impuesto en este proceso y cuáles son sus verdaderos potenciales de liberación de
la dependencia económica y política del Estado o una extensión de este.
alrededor del 75%, proviene de las aguas de esa gran reserva, que prontamente podría verse
amenazada por las prácticas de las corporaciones internacionales que operan ahí.

El problema del rentismo en Venezuela, es tema de una acalorada discusión entre


gobierno, oposición y los movimientos sociales, y en lo que sí están todas de acuerdo, o en
parte, es que no hay un planteamiento serio para salir de este atolladero y los que existen se
presentan como una solución local y aislada incapaz de reproducirse a nivel general.

A la crisis del rentismo debemos sumarle también la grave catástrofe inflacionaria


por la que atraviesa el país. No es netamente producto del bloqueo imperialista ni de los
miles de dólares inyectados al trabajo conspirativo de la oposición como plantea desde el
oficialismo, en gran parte, se debe a una mala política monetaria, el colapso del modelo de
regulaciones al capitalismo rentista, la caída de los ingresos petroleros, la fuga
descontrolada de divisas y el desproporcionado aumento de la liquidez monetaria, por lo
que se ha hecho imposible garantizar una vida digna ni satisfacer las necesidades básicas de
la población. Las regalías en las que viven los dueños del capital han sido tocadas con
guante de seda y mientras la dolarización de la economía sigue ganando cada espacio de la
cotidianidad, los salarios aún se pagan en bolívares sin un aumento acorde a la canasta
básica, lo que ha hecho imposible la supervivencia de los trabajadores y un lucrativo
negocio para los dueños de empresas que cobran sus productos en precio dolarizado, pero
el trabajo lo pagan acorde a la devaluación del bolívar.

A estas alturas cuesta identificar qué tipo de Estado es el que controla el gobierno.
Por un lado, las consignas nos invitan a leer un profundo pero problemático desarrollo del
socialismo, el fortalecimiento del poder popular y toda la simbología de un gobierno de
transición. Pero por otro, los porfiados hechos nos muestran un panorama desolador. Las
reformas a la carga impositiva empresarial, interna como externa, hacen que en esta crisis
sean los pobres los más afectados, ante el anclaje de una nueva “boliburguesía” que
controla los mercados de importación, la producción y distribución de mercancías e incluso
los mecanismos electorales del manoseado Poder Popular.

La Teoría del Estado en la Revolución Bolivariana


“Toda revolución se presenta, en primera instancia, como una lucha de poderes en
torno al Estado”, nos decía Lenin y es deber de todo militante entender su naturaleza,
sentido y alcance histórico. No es lugar para este escrito indagar en los pormenores del
origen, desarrollo y funciones del Estado hasta la sociedad moderna, sino enfocarnos en la
noción de Estado en la era de la transición al socialismo con el fin de desenfundar una serie
de mitos que rodean al proceso bolivariano.
En la actualidad existe una grave confusión entre las izquierdas respecto al rol del
Estado en los gobiernos progresistas y los límites de su poder. Mientras la derecha liberal
plantea debilitar el Estado, excepto en tiempos de crisis, la izquierda hace un histérico
llamado a fortalecer su presencia en variadas esferas de la vida social. Lamentablemente, en
esta discusión es donde se ha quedado históricamente entrampada la izquierda y las razones
para no escapar de su atolladero intelectual han sido de índole militar, desarrollo económico
o la manoseada agresión imperial. Por lo que el Estado sigue siendo el gran Dios intocable
de la izquierda que se debate esquizofrénicamente ente el Estado de bienestar o Capitalismo
de Estado, sin entender que la mayor o menor presencia de este enorme aparato es una
pugna histórica entre conservadores y liberales que debería estar fuera de nuestra discusión.
Acá lo que debería ser el seno de nuestros debates es la articulación de la sociedad civil
como elemento orgánico constitutivo y temporal del Estado para que, con su empuje, al ir
recuperando cada vez más espacios de la vida social, apostar a su paulatina disolución. En
el caso de Venezuela, esta “disolución” se corona en ese oxímoron cuyos intelectuales han
llamado creativamente: Estado-Comunal. Un concepto que podría llevarnos una vida entera
desentrañar debido a las contradicciones internas en su caracterización y peor aún, en su
aplicación práctica. La construcción de la comuna, en principio debería ser el elemento
constitutivo del poder dual, necesario e innegable en todo proceso de cambio histórico
revolucionario, del que hablaremos más abajo.

Desde otras perspectivas, y si somos esperanzados, el ideal bolivariano no ha sido


capaz de salir del Estado de Bienestar de corte keynesiano, procedimiento que con la
agudización de la crisis se ha ido deteriorando abriendo paso a un proceso lento pero
sostenido de privatización de los derechos básicos (garantizados en la Constitución
Política), que no ha sido asumida institucionalmente, pero sí en la práctica.
Lo que caracteriza al Estado de Bienestar es que efectivamente se comporta como
un freno al empuje popular por sus reivindicaciones, entregando ciertas regalías que hacen
sostenible la autorreproducción del capital y garantiza la existencia mínima de su clase
trabajadora. Esta definición encaja profundamente en lo que podríamos llamar los años
dorados del chavismo, donde la renta petrolera y la “democratización del consumo” fueron
capaces de sacar a amplias capas de la sociedad de la pobreza material. Pero el Estado, al
igual que todo virus, se sostiene en el tiempo en base a mutaciones acordes a las
necesidades de sus clases dirigentes, y en el caso de la Revolución Bolivariana, el ascenso
de una nueva clase dominante fue empujando, bajo banderas rojas, a la estructuración de
una maquinaria estatal que responde a lo que me atrevería a llamar bonapartismo sui
generis debido a sus similitudes con este tipo de Estado que bien definía Marx en el
proceso de las luchas de clases y refundación de la Republica bonapartista de Francia.

Tesis sobre el chavismo o la tímida revolución

• El chavismo es una forma particular de bonapartismo burgués establecido en un


país capitalista de acumulación extremadamente débil (rezago tecnológico, baja
productividad, dependencia de materias primas, mono exportador, etc.).

• Surge de una situación de profunda crisis de conducción política en el seno de la


burguesía venezolana, que trajo como consecuencia el colapso de todo el
sistema de partidos e institucionalidad burguesa vigente hasta el momento (IV
República). Entre los gatillantes de dicha crisis se encuentran la implementación
tardía y el afianzamiento fallido del neoliberalismo.

• Al emerger como una fuerza política por fuera de los partidos burgueses
tradicionales, se le atribuye –erróneamente– un carácter (o una potencialidad)
anti-burgués al programa populista nacional del chavismo.

• No surge como respuesta a un escenario de equilibrio de fuerzas entre las clases


fundamentales del capitalismo: la burguesía y la clase obrera. De hecho, la clase
obrera es la gran ausente durante todo el fenómeno chavista, tanto antes como
después de su advenimiento al poder.
• Con el chavismo cristaliza como clase dirigente una burocracia de capitalismo
de Estado, cuya función es asegurar la dominación del capital mediante la
clientelización de los sectores populares pauperizados de la sociedad
venezolana. Es precisamente montado sobre estos –los cuales son su argumento
de fuerza y especificidad como partido del orden burgués– que el chavismo le
“impone” al conjunto de la burguesía venezolana un nuevo pacto de
gobernabilidad: el rentismo popular.

• La dominación del capital terminó por asumir dicha forma en Venezuela


producto de la incapacidad hegemónica de su burguesía, que responde en lo
fundamental al carácter lumpenizado que adquiere esta clase debido al atraso y
el carácter rentista del capitalismo venezolano.

• Si en el bonapartismo clásico la fuerza social de apoyo la constituye la pequeña


burguesía campesina, en el chavismo dicho rol lo desempeñan las capas
pauperizadas urbanas, con las que, una vez en el poder, establece una relación
clientelar, y a las cuales recurre cesaristamente para legitimar el régimen de
dominación burguesa que encabeza.

• Siendo un movimiento gestado al interior de las Fuerzas Armadas por un grupo


de militares nacionalistas, con el chavismo, este cuerpo del Estado cobra un rol
protagónico como fuerza política conductora de la burguesía venezolana (“unión
cívico-militar”). A falta de una fuerza política burguesa alternativa cohesionada,
el esquema de dominación instaurado por el chavismo descansa en forma
importante sobre este proyecto.

• La debilidad y rezago tecnológico de la acumulación capitalista en Venezuela


determinan que su burguesía –aun sosteniéndose sobre la explotación del
trabajo, como cualquier clase capitalista– no posea un carácter imperialista. De
este modo, en el concierto internacional, se ve obligada a asociarse en calidad de
socio menor con uno u otro bloque de potencias capitalistas y mantener un
carácter nacionalista en defensa de sus intereses inmediatos, creando un discurso
de antiimperialismo, pero sin el anticapitalismo que le es característico,
quedando muchas veces entrampado en un chovinismo vulgar. La “defensa de la
patria” es la fraseología que se levanta para unificar a los distintos sectores
sociales venezolanos en torno a sí mismo. Es la lucha implacable de una alianza
de clases que entiende que sus condiciones de reproducción material dependen
decisivamente de su permanencia al frente del Estado.

• El control de los recursos petroleros es solo un factor en el conflicto entre los


gobiernos de Estados Unidos y Venezuela. De hecho, el principal destino de las
exportaciones petroleras venezolanas ha sido durante todo el período chavista
Estados Unidos. Además, la escalada del conflicto se produce precisamente en
un contexto en que la producción interna de petróleo en Estados Unidos se ha
incrementado significativamente –fruto de la implementación de nuevas técnicas
de explotación (fracking)– y de la espectacular caída que ha experimentado la
producción en Venezuela. Todo esto ha liberado de manos al gobierno
estadounidense para emprenderlas contra el régimen chavista.
La cuestión de fondo radica en que el alineamiento de la clase gobernante
venezolana con China, Irán y Rusia, deja abierta la puerta en la región al bloque
de potencias capitalistas que hoy desafía la hegemonía de Estados Unidos a
nivel mundial. El régimen chavista constituye así la cabeza de playa del bloque
ruso-chino en Latinoamérica, un continente que ha sido tradicionalmente un área
de influencia norteamericana.

Ante estas inconsistencias del proceso bolivariano bajo el nombre de Socialismo del
Siglo XXI ¿A qué se debe el amplio apoyo popular que ha recibido el chavismo desde la
izquierda latinoamericana, más allá del progresismo institucional, sino también de
movimientos de base del continente?

El chavismo encontró a la izquierda latinoamericana en su peor momento. Con una


clase obrera derrotada y en reflujo, sin influencia sobre las masas ni respuesta política,
vacía de programa y duramente golpeada por la represión del período de Estados de
contrainsurgencia, la izquierda creyó encontrar un atajo en el caudillismo militar mesiánico
del chavismo. Pero al final este no era sino un callejón sin salida.

Transitando por el descampado neoliberal, la izquierda dio repentinamente con un


oasis en medio del desierto, que además le proporcionaba un maná inagotable de recursos y
esperanzas. Además, en su vaciamiento político-ideológico, todo lo que sonara a crítica al
neoliberalismo o al imperialismo, resultaba un “avance” para la “lucha de los pueblos”.

Apuntes sobre el Poder Popular

Como muchas de las anomalías del proceso bolivariano, en comparación con la


teoría política del socialismo, una de las más interesantes es la proclamación de las Leyes
del Poder Popular. Una serie de legislaciones muy avanzadas para nuestra época y el
conservadurismo jurídico imperante, pero sin una aplicación práctica real. El Poder
Popular, es una manifestación real y genuina del poder dual, un momento histórico en el
que las clases populares en ascenso comienzan a tomar conciencia de su rol como agentes
indiscutidos del cambio social y se hacen cargo de su destino. Este poder es en su esencia,
incompatible con cualquier ordenamiento jurídico y sus procedimientos formales, en lo que
Lenin describe con excelente rigor:

1) La fuente de este poder no está en una ley, previamente discutida y aprobada por
el parlamento, sino en la iniciativa directa de las masas populares desde abajo y en cada
lugar, en la “conquista” directa del poder.

2) Sustitución de la policía y del ejército, como instituciones apartadas del pueblo y


contrapuestas a él, por el armamento directo de todo el pueblo; con este poder guardan el
orden público los propios obreros y campesinos. El propio pueblo en armas (no confundir
el pueblo en armas con las Milicias Bolivarianas y colectivos, ya que estas últimas son
simplemente una extensión del poder del Estado y bajo ninguna circunstancia una
expresión de poder ciudadano).

3) Los funcionarios y la burocracia son sustituidos por el pueblo o al menos


sometidos a un control especial.2

“Entonces, el Poder Popular es la fuerza que es capaz de desplegar el


pueblo en determinados procesos históricos con miras a la toma del poder. Esta

2
Lenin, La Dualidad de Poderes, en 1917 V.I. Lenin, editorial Monte Ávila Editores, Caracas, 2017.
fuerza se construye en forma paralela y en contradicción con el estado burgués,
es decir como alternativa a este. Es por ello que una huelga de trabajadores, con
el objeto de conseguir un alza de salarios, no sería una expresión de poder
popular, ya que no se realiza dicha huelga, por lo menos expresamente, con
miras a la toma del poder y, por otro lado, no se construye como poder
alternativo al poder burgués ya que la fábrica sigue siendo manejada y de
propiedad de los patrones. Es decir, no se cuestiona siquiera el poder burgués,
solo se hace una solicitud con miras a un objetivo económico, que es el alza de
los salarios. Por otro lado, si en la fábrica, frente a una posible negativa del
aumento de salarios, los obreros se toman la fábrica e inician un proceso de
producción y distribución, esta acción inscrita en un proyecto revolucionario,
constituiría una expresión de poder popular a nivel local”.3

Este ejemplo es bastante ilustrativo respecto al rol del control obrero de la


producción en un contexto de dualidad de poderes, este control, como poder alternativo
tiene la característica de ser transitorio, y por lo mismo su aspiración a la toma del poder o
su negativa a este va a ser decisivo en el desarrollo de la lucha de clases.
La preparación histórica de la revolución conduce en el periodo prerrevolucionario,
o de transición, a una situación en la cual la clase llamada a implantar el nuevo sistema
social, si bien no es aún dueña del país, reúne de hecho en sus manos una parte
considerable del poder del Estado. Por lo tanto “la mecánica política de toda revolución
consiste en el paso del poder de una a otra clase”.4 Si El estado es una herramienta de
dominación de clase y la revolución la sustitución de una clase dominante por otra, la
necesidad de la dictadura tan característica lo mismo de la revolución como de la de la
contrarrevolución, se desprende de las condiciones insoportables de la dualidad de poderes.
En el Socialismo del Siglo XXI, estamos bastante lejos de ver realidades similares a
las descritas en la teoría clásica, y si alguna vez existieron o existen levemente, son casos
bastante aislados que han sido gravemente burocratizados, cooptados por el discurso oficial
o desmantelados por falta de recursos e iniciativa popular, los que aún perduran como El

3
Leiva-Neghme: La política del MIR durante la UP y su influencia sobre los obreros y pobladores de Santiago.
Tesis para optar al grado de licenciado en educación en historia y geografía Santiago, año 2000 USACH.
4
Lenin op. Cit. Pp. 12.
Maizal, Panal, Altos de Lídice o algunas experiencias aisladas de empresas recuperadas,
son experiencias que dependen del gobierno en gran parte de sus gestiones, además de su
venia, por lo que sería complejo definirlos como un elemento del Poder Popular.

También es interesante destacar la nula participación del movimiento obrero,


campesino y estudiantil en la gestión de gobierno, o peor aún, su completa desaparición del
plano político y nula autonomía. En términos generales, las clases sociales que son
históricamente el motor de toda revolución, en la Revolución Bolivariana, han sido no sólo
los ausentes, sino las víctimas directas de la crisis política y económica.

Ante esto, la autonombrada izquierda venezolana se refugia en el consuelo de que


ha sido un largo proceso de transición al socialismo, y que el proceso no ha podido avanzar
debido a la presión imperial y el bloqueo económico que ha obligado a su clase gobernante
a ajustarse a los designios del capital nacional y sus intereses, para acumular la fuerza
necesaria para combatir a los “verdaderos enemigos de clase” y por ahora la lealtad al
gobierno y la prudencia serán la receta de la construcción del Estado-Comunal.

La revolución por oleadas y su quehacer inmediato.

En la actualidad, existe un importante debate entre los intelectuales de izquierda


respecto al carácter temporal de la revolución, para muchos (mayormente la izquierda
europea), la revolución es un acto inmediato consagrado en el momento de la toma del
poder, cayendo con esto en el llamado creacionismo revolucionario, en donde todo cambio
social es un “acontecimiento” que rompe de cuajo las viejas estructuras de poder. Para estos
“intelectuales”, esa es la mejor forma de hacer la crítica a los procesos de cambio
impulsados en Latinoamérica debido a su carácter pausado. Por otro lado, y me sumo a esa
postura, existen quienes plantean que la revolución es un acto de flujos y reflujos que se
manifiesta por oleadas, este evolucionismo revolucionario, es más acorde a toda la teoría
impulsada por los grandes pensadores del socialismo quienes ven en la lucha de clases un
constante cambio de equilibrio entre las fuerzas en pugna, la hegemonía subjetiva de las
clases sociales y las fuerzas materiales que las componen. El problema de las
“revoluciones” actuales en Nuestra América no es de temporalidad sino de la profundidad
del cambio estructural en el funcionamiento de la sociedad para que la revolución sea
irreversible.

Si observamos las tareas pendientes de los proyectos reformistas del siglo pasado en
Latinoamérica, nos daremos cuenta de las similitudes que tienen con el Socialismo del
Siglo XXI y el actual progresismo latinoamericano, quizá, la gran diferencia, es que han
impulsado cambios constitucionales, restableciendo ciertas garantías jurídicas de la
democracia liberal clausuradas por los gobiernos de facto que azotaron al continente, y
algunos han ido más allá, creando mecanismos jurídicos de participación popular en la
toma de decisiones. Pero son sólo cambios en la forma, y en el fondo la relación trabajo-
capital y la estructura jurídica del Estado sigue estando intacta y, por ende, el poder en las
manos de la burguesía. Tanto en Argentina, Bolivia, Ecuador y Brasil, estas “revoluciones
superficiales” por distintas vías les abrieron el paso a gobiernos de carácter autoritario y
protofascistas que de a poco intentaron borrar toda huella de sus antecesores.

Por ahora, y ante la necesidad táctica y coyuntural que nos obliga como
revolucionarios, a coquetear con el reformismo imperante, tenemos como norte inmediato
ciertas tareas que son o pueden ser la punta de lanza de una profundización real de los
proyectos de cambio para salir del atolladero progresista que de a poco está dando un grave
retroceso y un triste vuelco a la derecha. Para esto nos planteamos las siguientes tareas que
han sido la debilidad constante del Socialismo del Siglo XXI en Venezuela y desde las
cuales debemos emprender el camino hacia una revolución irreversible.

• La economía como base de la fortaleza política: no hay proyecto real que se


sustente en el largo plazo sólo con el discurso. Y ese ha sido el pecado original
de nuestra Izquierda. Si bien, la nacionalización de los recursos naturales y de
empresas estratégicas ha sido la gran panacea de los proyectos sociales de la
redistribución de la riqueza, este no ha sido el garante de la estabilidad material
de las clases populares. Debemos ser capaces de entender, como bien decía
Gramsci, que el Estado no es una herramienta que puede ser tomada con la
mano izquierda o la derecha, es una construcción social y detrás de él o contra él
es que deben establecerse los verdaderos parámetros de una economía nueva,
bajo el control directo de los productores. El discurso antiimperialista no es
suficiente para llenar los estómagos vacíos de las grandes mayorías. Por lo que
el Estado de Bienestar no es la solución definitiva al problema económico, sólo
es un sucedáneo temporal que en el largo plazo irá socavando todo el andamiaje
social construido, ya que en sus entrañas crea una clase media que se irá
aburguesando lentamente y cual bomba de racimo explotará el proyecto
revolucionario desde dentro. Redistribuir la riqueza a manos del Estado es
volver a caer en el socialismo utópico que sólo genera un mayor acceso a los
bienes de consumo, pero mantiene intacta la relación del sujeto social con los
valores y leyes del mercado. El Socialismo del Siglo XXI no es nada más que un
intento de gestión más eficiente y equitativa del capital y sus recursos.

• La revolución cultural pendiente. Las victorias políticas o militares sólo


constituyen un triunfo moral sobre el viejo régimen. Por lo que la acción
colectiva en el caso de triunfar la revolución debe ser capaz de incorporar al
adversario y construir sobre él una hegemonía cultural con la posibilidad de
desarticular toda iniciativa de restauración neoliberal. Esta iniciativa debe ser
constante, ya que es ahí donde se generan los principales problemas de una
revolución. Luego de siglos de condicionamiento cultural y un “sentido común”
acorde a los designios de un eficiente sistema que posee múltiples dispositivos
mentales y coercitivos para su reproducción, pensar un mundo nuevo es algo
evidentemente complejo. En la Latinoamérica del bloque progresista, en estos
últimos años un importante porcentaje de personas han pasado a formar parte de
las filas de la clase media. Se ha ampliado la capacidad de consumo de los
trabajadores y la “democratización política” se ha convertido simplemente en
una descarada democratización del consumo. Pero si esta ampliación de la
capacidad de consumo no viene acompañada de una politización social
revolucionaria, con una nueva narrativa cultural y nuevo orden lógico y moral
del mundo, se creará una nueva clase media con capacidad de consumo pero que
arrastra los viejos valores conservadores. Cuando vemos que una gran cantidad
de dirigentes de base abandona su trabajo histórico por entrar en las riendas del
Estado (debido a su ampliación democrática), deja tras de sí un gran vacío
cultural en la base, que es inmediatamente llenado por la mediocridad y los
vestigios del viejo sentido común conservador revitalizando las condiciones
ideológicas para su restauración.

• Golpear la corrupción con todas las fuerzas posibles. el neoliberalismo es un


estado constante de corrupción institucionalizada, ya que convierte bienes
públicos acumulados por décadas en bienes privados. Una revolución es una
voluntad general dirigida a construir una nueva sociedad que supere todos los
males heredados del viejo régimen, y combatir la corrupción que se encierra
dentro de las filas de los gobiernos progresistas es condición fundamental para
dar avances significativos y desmarcarse de la clase política burguesa.

• Integración efectiva de la economía continental. En estos últimos años, el


Bloque Progresista Bolivariano avanzó enormemente en integración política y
en resguardo de sus democracias, pero esa integración, para hacer más efectiva
la democracia, debe ser también a nivel económico, ya que constantemente
estamos siendo agredidos por grandes conglomerados empresariales desde las
potencias económicas y financieras y no hemos sido capaces de estar a la altura
de ese desafío. La integración económica latinoamericana es la principal
garantía del desarrollo y profundización de la revolución en nuestro continente.
Además de ser una defensa constante ante el bloqueo criminal que intenta
imponer el imperio y sus lacayos. Los proyectos de intercambio comercial e
integración económica latinoamericana han quedado a mitad de camino y se
hace cada vez más urgente darles prioridad.

• Creación efectiva y real de nuevas herramientas jurídicas: ya desde el


triunfo de Salvador Allende, e incluso desde la Revolución Rusa, teóricos como
Stucka en Rusia y Eduardo Novoa en Chile, problematizaron sobre el poco
desarrollo de una teoría jurídica marxista, ya que siempre esta doctrina se había
enfocado en las relaciones económicas e ideológicas como la solución al
problema social, y el aforismo marxista: pasar de la administración de las
personas, al de las cosas, dejó en blanco la creación de una teoría jurídica de la
transición, lo que ha permitido que toda la estructura liberal del derecho se
mantenga intacta, limitando la iniciativa popular y convirtiéndose a la larga en el
refugio del burocratismo. Lo complejo de la transición es replantearnos el cómo
establecer nuevas relaciones sociales en una sociedad en proceso de
emanciparse, o peor, aún cuáles serán las formas jurídicas que lo reemplacen.

El norte inmediato de estas tareas pendientes no es oxigenar la política conciliadora


imperante, sino apuntalar sólidamente las bases desde donde saldrán los verdaderos
proyectos de cambio, construidos en dialogo constante con la gran masa popular que habita
Nuestra América.

Responsabilidad política de la izquierda y comprensión real del contexto histórico.

Como expusimos más arriba, la destrucción del Estado es condición fundamental para
la existencia de una revolución verdadera, así como el desarrollo del poder popular y las
comunas. Sin embargo, no estamos en tiempos de consignas vacías ni infantilismos baratos.
Y por mucho que queramos construir la revolución soñada tal como dice la teoría, debemos
ser capaces de ver la realidad material como es y entender sus posibilidades.

En Venezuela se vive una constante agresión externa e interna, sería una completa
irresponsabilidad comenzar a vociferar por las calles la necesidad de anular el Estado por
decreto como ilusamente sueñan algunos desde las veredas libertarias y de la izquierda
posmoderna. Lo que sí debemos hacer, es elevar el nivel político y cultural de las bases
sociales, acumulando saberes y prácticas cotidianas, comprendiendo claramente cuál es el
rol del Estado y cuáles son sus límites y alcances. Siendo sinceros, no es desde el Estado de
donde vendrá la respuesta a las necesidades urgentes de nuestra clase, sea un Estado de
Bienestar, un Capitalismo de Estado o un Estado burgués a secas. Toda esta estructura
parasitaria tiene como función principal mantener las cosas tal como están y cambiar todo
para que nada cambie. En este caso, el socialismo en Venezuela es una construcción
pendiente, una tarea importante que hemos aplazado producto de lo urgente: la defensa de
la patria ante la agresión extranjera y pese a todo, el gobierno y nosotros mismos hemos
estado apuntando mal el tiro. El antiimperialismo sin una visión anticapitalista se convierte
en mero chovinismo o nacionalismo vulgar, ya que no es el yanqui el problema de fondo de
las sociedades latinoamericanas, sino el capitalismo del cual el imperio es sólo una de sus
caras visibles. El enemigo de nuestra clase y de la Revolución Bolivariana está más cerca
de lo que creemos, está en las grandes empresas que aún mantienen a nuestra economía
tomada del cuello como Polar y otras tantas que especulan libremente, está en el Estado y
en los parásitos corruptos y burócratas que aún no han podido ser sacados de cuajo. Está
incluso entre nosotros mismos que no hemos sido capaces de cambiar nuestra mentalidad
rentista y esperamos con ánimo el chorreo del petróleo sin desarrollar nuestras propias
fuerzas productivas.

Venezuela está ante una oportunidad histórica de cambiar su patrón rentista y su


mentalidad económica y no será el Estado, demasiado acostumbrado por más de un siglo a
esta dinámica, quien lo haga, serán las fuerzas sociales organizadas, que tomarán en sus
manos el destino de la nación, de la producción y la distribución equitativa de los bienes
sociales, serán las comunas y las instancias de base quienes construyan el Poder Popular.

¡Donde hay comuna no hay Estado!

Javier Cornejo Méndez octubre 2020

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