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Contar una historia es levantarse en armas contra la amenaza del tiempo, resistirse al
tiempo o dominarlo. Contar una historia preserva al narrador del olvido; una historia
construye la identidad del narrador y el legado que dejará al futuro.
Que un relato es una confrontación con el tiempo está implícito en el intento por
crear un tiempo especial en el cual ubicarlo: un tiempo fuera del tiempo, un tiempo sin
tiempo. Es el tiempo del mito, el tiempo del cuento de hadas (“Había una vez...”).
Puede ser el tiempo de ciertos recuerdos personales: la fórmula “Allá en los tiempos
de la esclavitud...” que se usa en la tradición negra para iniciar tanto los cuentos
folklóricos como las narraciones personales o familiares; la fórmula “Antes de la
guerra...” o “Antes del Fascismo...”, que saca los acontecimientos de la cronología
ordinaria en muchas historias de vida y reminiscencias personales, y que incluso
contribuye a convertir a una figura histórica como Antonio Gramsci en un personaje
semimítico.1 El tiempo, entonces, es una de las cosas esenciales de las que tratan las
historias.
∗
En: Aceves, Jorge (compilador). Historia oral. Partte III: Algunos de los temas. Instituto mora-
UAM. Mexico. pp. 195-218.
•
Publicado en Intenacional Journal of Oral History, vol. 2, núm. 3, noviembre 1981, pp.
162-180. Traducción de Victoria Schussheim.
1
Véase Alessandro Portelli, “Gramaci evase con me da¡ carcere, ci nascondemmo per se¡ mesi
sui monti. Tutti paradossi della storia orale”, Il Manifesto, 25 de noviembre de 1979.
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Hay momentos para contar historias. Por ejemplo, la lectura del Evangelio en la
misa. También, hay momentos favorables y disponibles para las historias personales
las reuniones familiares, las trillas, las fiestas, las reuniones locales de sindicatos o
partidos, la larga tarde del anciano en el banco del parque o en la cantina, bebiendo
vino. Por otro lado, todo tiempo puede ser tiempo de contar historias, -en una
construcción difusa, cotidiana, de la autobiografía de una persona:
Las historias se van con el tiempo, crecen con el tiempo, se deterioran con el
tiempo. Es por eso que se desarrollan métodos comunales para arrebatarle cierta
independencia al tiempo, para preservar las palabras. Uno de esos métodos es la
poesía: las fórmulas utilizadas por los poetas orales son una herramienta que vuelve
más lento el tiempo y les permite componer mientras representan, mientras hablan o
cantan. La formalización del discurso es, entre otras cosas, un arma en la lucha contra
el tiempo.3 En algunos casos individuos, familias y linajes especializados pueden tener
a su cargo la preservación de las palabras, como ocurre con los griots africanos.
Pero las historias cambian. Incluso los mitos cambian y mueren (Lévi-Strauss
dice que cambian, no con el tiempo, sino con el espacio; en mi opinión, esto no es más
que inclinarse ante los requisitos establecidos por una teoría. Los cuentos de hadas, al
menos, cambian con el tiempo, como lo sugiere Propp cuando menciona las
4
relaciones genéticas en la base de la metamorfosis del cuento folklórico.) Los mitos
2
SG, ama de casa, nacida en 1929, RG, estudiante, nacida en 1958; grabado en Temí,
Umbria, 26 de septiembre de 1980.
3
Eric A. Havelock, Preface to Plato, Cambridge, 1963; Albert Lord, The singer of Tales,
Cambridge, 1960.
4
Claude Lévi-Strauss, Anthropologie structurale deux, París, 1973 [Antropología estructural,
Siglo XXI, México, 1979.]; Vladirnir Propp, “Transformaciya vol'sebñij skazok“, Poetika,
Leningrado, 1928 (Las transformaciones del cuento de hadas”, de la traducción al francés en
Tzvetan Todorov (comp.), Théorie de la littérature, Editions du Seuil, París, 1965).
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cambian a pesar del hecho de que quienes los conservan pueden percibirlos como
inmutables, precisamente debido a que su labor consiste en mostrar que es posible
resistirse al tiempo. Las historias de vida, los relatos personales, dependen del tiempo,
si no por otra cosa porque hay adiciones y sustracciones que se les hacen con cada
día de la vida del narrador. Se parecen mucho a esas crónicas medievales que eran
“isomorfas con la realidad: el registro anual de los acontecimientos permitía construir
un texto sin límite final, que seguía creciendo a lo largo del eje del tiempo”.5 Por tanto,
una historia de vida es algo vivo. Es siempre una obra en proceso, en la cual el
narrador revisa la imagen de su propio pasado a medida que avanza. La dificultad que
el recopilador (y la fuente) suelen experimentar para ponerle fin a una entrevista es
señal de que ambos sienten que la historia que han estado narrando es siempre
abierta, provisional y parcial.
No se trata tan sólo de no haber llegado al final. Los mitos tratan del pasado,
pero también cambian... cuando cambia el grupo. Y así, cambian las versiones que la
gente da de su propio pasado... cuando cambian los individuos. El cambio personal
tiende a ser mucho más errático y de corto alcance –pero al mismo tiempo, y con
frecuencia, mucho más consciente y deliberado- que el cambio colectivo. La
pretensión de un individuo cuando cuenta su historia será muchas veces de
consistencia y de cambio (crecimiento): afirmará que es tanto la misma persona que
ha sido siempre y una persona distinta. Así, las historias cambian tanto con la cantidad
de tiempo (la cantidad de experiencias que el hablante ha reunido tras de sí), como
con la calidad del tiempo (el aspecto que, según siente, debe enfatizarse en el
momento en que narra su historia). Ninguna historia se repite dos veces de manera
idéntica. Cada historia que oímos es única.
5
Yuri M. Lotman y Boris A. Uspenski, “O semioticeskom mechanizme kul’tury”, Taartu, URSS,
1971 (“El mecanismo semiótico de la cultura”, de la traducción al italiano en Jure” M. Lotman y
Boris A. Uspenskij, Tipologia della cultura, Florencia, 1975) [Semiótica de la cultura, selec. e
intr. de J. Lozano, Cátedra, Madrid, 19791.
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de selección. “La cultura está dirigida esencialmente hacia el olvido –dic e Lotman-,
supera el olvido convirtiéndolo en uno de los mecanismos de la memoria.”6
Lo cual no significa, desde luego, que carezcan de sentido: sólo que funcionan
en ciertos niveles y no en otros. Esa gente puede tener un sentido de la historia menos
racional, que no vea tan lejos. Por otro lado, nuestro sentido de la historia puede dejar
de ser significativo cuando se trata de la experiencia diaria de la gente. Para un
militante político, o por lo menos para una persona interesada en la política, el
fascismo representó una diferencia desde el primer día (por lo menos se vio obligado a
dejar de ser activo políticamente; tal vez fue a la cárcel o perdió su empleo); para otro,
su era fascista puede haberse iniciado cuando se enfrentó a la cuestión de si debía
sacar la credencial del partido para poder conseguir trabajo, o tal vez cuando el hijo de
su vecino pasó a Francia o, como ocurre muchas veces, sólo cuando su nivel de vida
experimentó las restricciones de la guerra.
III
Los modos y los niveles nunca están totalmente separados ni son discretos, ya
que todos fluyen de manera simultánea y se mezclan en la forma en que la gente
piensa y cuenta su vida. Se entretejen, se comunican y se influyen unos a otros. Un
acontecimiento puede atravesar todos los niveles y ser accesible en todos los modos:
una guerra es un acontecimiento político que puede destruir el medio de una
comunidad e involucrar personalmente al narrador, como soldado o como pariente de
una víctima. El amor y el matrimonio son asuntos privados, pero algunos narradores
los verán como socialmente condicionados y políticamente relevantes (como en el
caso de los referendos sobre el divorcio y el aborto en Italia). Además, cada persona
dividirá su vida en periodos, escogiendo acontecimientos de todos los niveles. Pero en
cada relato prevalecerá un modo, y los acontecimientos tendrán que adecuarse a la
continuidad establecida por aquél. Por ejemplo, el ordenanza de la marina que se
mencionó antes nos contó, durante una hora y media, una fascinante historia de cómo
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manipuló a sus oficiales para que le permitieran compartir los privilegios de a bordo
(con lo que trató de demostrar que estaba socavando la estructura de poder). Mientras
tanto se estaba llevando a cabo una guerra, y todos los episodios que relató con
minucioso detalle tenían lugar justo en la primera línea. Sin embargo, sólo los últimos
cinco minutos se emplearon para describir una batalla en la cual, incidentalmente,
hundieron su barco. Éste sería un buen ejemplo del predominio del modo personal
(mientras que las aseveraciones “políticas” acerca de la identidad del narrador indican
su intento de pasarlo al modo institucional) . Podemos complementar este ejemplo con
uno literario: la forma en que Miss Rosa Co1dfield, un personaje de Absalom,
Absalom!!, de William Faulkner, percibe la guerra de Secesión, “oyendo y dejando de
oír el toque de difuntos por su tierra nativa entre dos puntadas tediosas y torpes a una
prenda”.11
11
William Faulkner, ¡Absalom, Ambsalom!, Harmondoworth, 1973.
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12
CP, ama de casa, nacida en 1912, Terni, 26 de junio de 1979; SP, funcionario público,
Gaeta, provincia de Latina, Lacio, 30 de agosto de 1980.
13
AV. administrador municipal, edad no especificada, Terni, 4 de enero de 1974.
14
CC, obrero fabril, nacido en 1916, Terni, 5 de enero de 1979; AF, agrimensor, nacido en
1930, Terni, 11 de mayo de 1979.
15
BZ, peluquero, nacido en 1908, Terni, 7 de junio de 1979.
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Lo cual no significa, desde luego, que carezcan de sentido: sólo que funcionan
en ciertos niveles y no en otros. Esa gente puede tener un sentido de la historia menos
racional, que no vea tan lejos. Por otro lado, nuestro sentido de la historia puede dejar
de ser significativo cuando se trata de la experiencia diaria de la gente. Para un
militante político, o por lo menos para una persona interesada en la política, el
fascismo representó una diferencia desde el primer día (por lo menos se vio obligado a
dejar de ser activo políticamente; tal vez fue a la cárcel o perdió su empleo); para otro,
su era fascista puede haberse iniciado cuando se enfrentó a la cuestión de si debía
sacar la credencial del partido para poder conseguir trabajo, o tal vez cuando el hijo de
su vecino pasó a Francia o, como ocurre muchas veces, sólo cuando su nivel de vida
experimentó las restricciones de la guerra.
III
Los modos y los niveles nunca están totalmente separados ni son discretos, ya
que todos fluyen de manera simultánea y se mezclan en la forma en que la gente
piensa y cuenta su vida. Se entretejen, se comunican y se influyen unos a otros. Un
acontecimiento puede atravesar todos los niveles y ser accesible en todos los modos:
una guerra es un acontecimiento político que puede destruir el medio de una
comunidad e involucrar personalmente al narrador, como soldado o como pariente de
una víctima. El amor y el matrimonio son asuntos privados, pero algunos narradores
los verán como socialmente condicionados y políticamente relevantes (como en el
caso de los referendos sobre el divorcio y el aborto en Italia). Además, cada persona
dividirá su vida en periodos, escogiendo acontecimientos de todos los niveles. Pero en
cada relato prevalecerá un modo, y los acontecimientos tendrán que adecuarse a la
continuidad establecida por aquél. Por ejemplo, el ordenanza de la marina que se
mencionó antes nos contó, durante una hora y media, una fascinante historia de cómo
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manipuló a sus oficiales para que le permitieran compartir los privilegios de a bordo
(con lo que trató de demostrar que estaba socavando la estructura de poder). Mientras
tanto se estaba llevando a cabo una guerra, y todos los episodios que relató con
minucioso detalle tenían lugar justo en la primera línea. Sin embargo, sólo los últimos
cinco minutos se emplearon para describir una batalla en la cual, incidentalmente,
hundieron su barco. Éste sería un buen ejemplo del predominio del modo personal
(mientras que las aseveraciones “políticas” acerca de la identidad del narrador indican
su intento de pasarlo al modo institucional) . Podemos complementar este ejemplo con
uno literario: la forma en que Miss Rosa Co1dfield, un personaje de Absalom,
Absalom!!, de William Faulkner, percibe la guerra de Secesión, “oyendo y dejando de
oír el toque de difuntos por su tierra nativa entre dos puntadas tediosas y torpes a una
prenda”.11
11
William Faulkner, ¡Absalom, Ambsalom!, Harmondoworth, 1973.
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12
CP, ama de casa, nacida en 1912, Terni, 26 de junio de 1979; SP, funcionario público,
Gaeta, provincia de Latina, Lacio, 30 de agosto de 1980.
13
AV. administrador municipal, edad no especificada, Terni, 4 de enero de 1974.
14
CC, obrero fabril, nacido en 1916, Terni, 5 de enero de 1979; AF, agrimensor, nacido en
1930, Terni, 11 de mayo de 1979.
15
BZ, peluquero, nacido en 1908, Terni, 7 de junio de 1979.
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Hay dos formas en que la memoria puede enfrentarse a esta herida, y ambas
tienen que ver con el manejo del tiempo. Una estrategia funciona en la disposición
vertical de los modos. La muerte de Trastulli es eliminada del nivel colectivo, donde
duele más, y reubicada en relatos narrados en el modo institucional (donde es
absorbida en un contexto mayor, mientras que el énfasis en el liderato que las
instituciones partidistas o sindicales brindaron en esta crisis tiene un efecto muy
tranquilizador), o en el modo personal, en el cual el sentimiento personal domina por
sobre el significado político, mientras que el narrador recupera el papel protagónico al
colocarse en el centro del relato: “Estaba justo aquí.” “Trabajábamos juntos, uno al
lado del otro, en la fábrica... Todas las mañanas traíamos juntos a la fábrica los
periódicos del partido.”16
16
CC (véase la nota 14); IS, obrero fabril, nacido en 1928, Terni, 16 de diciembre de 1976.
17
MV, vendedor, nacido en 1936, Roma, a, 19 de septiembre de 1980.
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IV
Los fonemas (los acontecimientos) rompen el continuo del sonido (el tiempo)
en unidades discretas y aparentemente puntuales. No obstante, los fonemas no
existen en y por sí mismos: existen en un patrón convencional de relaciones con otros
sonidos pertinentes. Lo que es un fonema en una convención (un lenguaje) puede ser
irrelevante en otra. Lo mismo ocurre con los acontecimientos. Se los identifica como
tales de acuerdo con el patrón de significado por el cual lo que puede ser un
acontecimiento para nosotros (el fascismo) no lo es para los montañeses de Nuto
Revelli, y viceversa (la pérdida de una vaca, por ejemplo). El significado no es
inherente al fonema, sino que depende de la red de relaciones en la que se inserta. De
manera similar, el significado de un acontecimiento está dado por aquellos con los que
se relaciona. La atribución de significado es un acto cultural que depende de un
complejo interjuego de patrones individuales y colectivos. Una vez más, como en el
arte moderno, “el tiempo convencional (el del texto), reemplaza sin cesar al tiempo real
o supuestamente real (la historia, la existencia de la humanidad), y no tiene empacho
en exigir un mayor grado de autenticidad”.18
Un fonema suele concebirse como algo puntual; sin embargo, esto sólo es
efecto de la convención a través de la cual lo vemos.19 De hecho: a) los fonemas (los
acontecimientos) no son discretos, pero lo parecen porque necesitamos verlos así a fin
de organizar nuestra percepción del sonido (del tiempo). La sucesión lineal de sonidos
no existe: los sonidos no se siguen uno al otro sino que se entrelazan; un sonido que
percibimos como si siguiera a otro puede haber sido emitido al mismo tiempo que
aquél. De manera similar, los acontecimientos no vienen uno después del otro, ya que
antes que un acontecimiento “termine” se puede estar produciendo el “siguiente”. b)
Los fonemas tienen también una dimensión temporal (fonemas “morae” o en la
oposición entre “compacto” y “difuso” que les confiere una calidad tanto lineal como
18
Alberto Asor Rosa (véase nota S).
19
Roman Jakobson, Six lecons sur le son et le sens, París, 1976; Roman Jakobson y Linda R.
Waugh, The sound shape of languaje, Bloomington, 1979; Dennis Tedlock, “Phonography and
the problem of tíme in oral narrative events”, ponencia presentada en la conferencia “Oralita:
cultura, letteratura, discurso”, Urbino, Italia, 2 1-25 de julio de 1980.
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20
John K. Galbraith, “Incontrolo al disastro con folle ottimismo”, La Republica, 6 de octubre de
1979.
21
Renzo Del Carria, Proletari senza rivoluzione, Milán, 1970.
22
Walter Benjamín, Schriften, Suhrkamp Verlag, Francfort, 1955 (de la traducción al italiano
“Per un ritratto di Proust”, en Avanguardia e rivoluzione, Turín, 1973).
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sino también los acontecimientos del recuerdo y del relato, los patrones del recuerdo,
las formas del relato.
El primer problema, desde luego, es cómo pasar el texto de la cultura tal como
fue moldeado por las generaciones previas. La cultura desarrollará técnicas de
recuerdo (“Todos tenemos memoria fotográfica, pero nos pasamos una vida
aprendiendo a bloquearlas cosas que realmente están allí... hemos refinado el método
hasta el punto en que podemos recordar cualquier cosa que hayamos leído una vez”,
dice uno de los personajes de Bradbury). Aparte de los métodos futuristas, las culturas
en las que prevalece la oralidad han estado usando, como vimos, las técnicas de
formalización del habla a fin de hacer que los textos existentes sean más duraderos, y
de recordar los materiales ya probados a lo largo del tiempo para construir nuevos
textos y garantizar su transmisión en el tiempo. No obstante, el alcance del proceso
está limitado por el alcance de la memoria total del grupo. Hay un límite, para decirlo
en palabras de Lotman, a la cantidad de “texto” que puede conservarse. Es aquí
donde puede resultar útil el concepto de “censura comunal”.24 La censura funciona, no
tanto como medio de garantizar la conformidad (la formalización, en cierto modo, lo
hace mucho mejor), cuanto como una herramienta de selección, un medio de
mantener en un mínimo práctico el alcance del discurso colectivo que debe llevarse en
la mente de la comunidad.
23
Ray Bradbury, Fahrenheit 451, Nueva York, 1953.
24
Roman Jakobson y Piotr Bogatyrey, “Le folklore, forme spécifique de création”, en R.
Jakobson, Question de poétique, París, 1976.
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Desde luego, la distinción es, una vez más, de valor metodológico y heurístico.
Tal vez no exista un texto “individual” que no tenga significado comunal y que no utilice
recursos comunales. Por otro lado, ningún texto comunal está libre de matices
individuales en la apropiación, la comprensión, el uso y la ejecución. Ningún individuo
identifica toda su experiencia en roles y expectativas socialmente definidos, pero las
innovaciones, transgresiones y acciones idiosincráticas de los individuos sólo se
convierten en parte de la cultura del grupo, se vuelven recuerdo, cuando son recogidos
por otros. Muchas tradiciones también sancionan colectivamente la actividad (en
oposición al contenido) de narrar relatos personales, y la forma que asuman estos
relatos. La narración se vuelve tradicional, aunque no pasa lo mismo con todo relato
que se cuente. Los relatos informales y los discursos pueden ser recordados y
transmitidos a través de los elementos formalizados y colectivos que contienen (forma,
estilo, motivos, tramas); los nuevos elementos se vuelven tradicionales cuando
superan la prueba del recuerdo. Así, esa parte del discurso y la experiencia individual
que se preserva en la memoria comunal tiende a coincidir con la parte del texto
comunal de la que es portador. Una vez más, Bradbury es muy gráfico en su
descripción de este proceso: “Yo soy la República de Platón... Quiero presentarle a
Jonathan Swift... y este otro es Charles Darwin y éste es Schopenhauer. No somos
más que las portadas de los libros, no tenemos otra importancia.”
En cierto punto de la vida de todo grupo se introduce una nueva técnica para
preservar la palabra: la escritura. Esta técnica ha convivido con la tradición oral
durante muchos siglos, antes de adquirir hegemonía con la invención de la imprenta,
la difusión de la alfabetización, la creciente producción de papel y el surgimiento del
individualismo burgués. A medida que se difunde la escritura pueden preservarse cada
vez más textos, al margen de su relevancia colectiva: una “proliferación ilimitada
25
Jack Goody, The domestication of the savage mind, Cambridge, 1977.
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26
Jack Goody e lan Watt, “The consequences of literacy”, en J. Goody (comp.), Literacy in
traditional societies, Cambridge, 1968.
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Una vez más, esto no quiere decir que la escritura erosione todas las defensas
tradicionales del habla oral contra el tiempo: el habla oral está impregnada de memoria
todo el tiempo (cuando oímos una palabra no la comprendemos a menos que
recordemos las palabras que hemos oído antes).27 Pero aquéllas ya no son
dominantes. Realizan tareas especializadas, más que el trabajo principal de preservar
la cultura (aunque, desde luego, debemos tener presente que la aculturación de los
niños se lleva a cabo oralmente). De manera fundamental, la escritura devuelve la
narración oral al tiempo y al individuo. Introduce en el discurso oral las formas mismas
de la escritura: el interjuego entre el individuo y su sociedad que conforma a la novela
y que es el patrón básico de las biografías y las películas. Así que cuando la gente usa
el antiguo cliché (gastado por el tiempo: “Mi vida es una novela”,28 quiere decir por lo
menos dos cosas:
a) Mi vida es digna de contarse. Esto es más cierto aún desde que la novela
misma se ha concentrado en la gente común y las experiencias comunes, más que en
los héroes egregios y las aventuras fantásticas. La legitimación del relato no radica de
hecho ya sólo en el contenido, sino en la forma del relato mismo. Por tanto:
b) Mi vida es narrada como una novela, y por la misma razón, el solo acto de
contarla conforma mi identidad; mi manejo del tiempo, mi punto de vista, mis
motivaciones, son muy similares a los que se encuentran en las novelas (en realidad
sobre todo en las novelas contemporáneas). De hecho, podemos invertir esta
formulación y decir que es la novela moderna la que se parece tanto a las
autobiografías orales, lo que demuestra que es correcta la sugerente afirmación de
Asor Rosa de que el arte de avant-garde “es el único arte mimético, es decir realista,
de nuestro tiempo”.
Por tanto, nuestro esfuerzo por adaptar las historias de vida, las narraciones
orales y los relatos personales al discurso histórico –o, cuando menos, por leerlos de
tal forma que se conformen al patrón- no sólo ignora la forma de esos relatos. Ignora
su significado. Pero una vez que somos conscientes de esto, ¿qué hacemos al
respecto? Eliminar el problema de raíz --en el momento de la entrevista- es, como
vimos, imposible. Hay que dar esto por sentado y manejarlo en el nivel de la escritura,
27
Cesare Segre, Le strutture e il tempo, Turín, 1973.
28
MM, modista, nacida en 1988 -Terni, 28 de febrero de 1980- es una de las narradoras que
han utilizado esta expresión.
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donde el texto del historiador se apropia de las palabras de la fuente y las convierte en
parte de su discurso.
Para eso no basta con citar simplemente las fuentes. Se trata más bien de
modificar nuestro propio enfoque narrativo, nuestro propio manejo del tiempo y del
punto de vista. Dejemos que nuestra historia sea todo lo cronológica, fáctica, lógica,
confiable y documentada que, se supone, debe ser en un libro de historia. Pero
dejemos también que sea un texto literario, un libro acerca de sí misma. Permitámosle
contar la historia de su factura, la historia de su hacedor. Que muestre cómo crece,
cambia y tropieza a lo largo de la investigación y del encuentro con otros sujetos.
Hablar del Otro como sujeto no basta, mientras no nos veamos a nosotros mismos
como sujetos entre otros, mientras no ubiquemos el tiempo en nosotros y no nos
ubiquemos nosotros en el tiempo.