Está en la página 1de 31

Las pruebas del modelo geocentrista

(parte III)
La disputa entre geocentristas1 y heliocentristas2 se remonta varios siglos atrás y aún no
ha sido zanjada. Es verdad que en la actualidad, la inmensa mayoría ha recibido una
educación en la que el modelo heliocéntrico se presenta como algo plenamente
confirmado (aunque la realidad es que no se ha podido probar). No obstante, el
pensamiendo geocentrista nunca desapareció del todo y a finales del siglo XX resurgió
notoriamente, manifestándose en diversos libros, reportes y conferencias.

En esta serie de artículos tomados del libro Los Movedores de la Tierra, de Roger
Hamilton, se analizan las pruebas del modelo astronómico geocentrista.

En esta tercera entrega se continuará el análizis de las pruebas del modelo


geocentrista. Según se mencionó antes, respecto a estas pruebas, puede
decirse que las hay de dos tipos: pruebas científicas y pruebas religiosas.

Habiendo anteriormente dedicado un esfuerzo considerable al estudio de los


argumentos científicos, toca ahora analizar los argumentos religiosos del
modelo geocéntrico. En este tópico, el resultado es diferente.

Las pruebas religiosas del modelo geocéntrico pueden clasificarse como


sigue:

1. Basadas en la Sagrada Escritura

2. Fundadas en los Santos Padres de la Iglesia

3. Basadas en documentos pontificios

1 Geocentrismo: modelo astronómico en el que el movimiento de los astros se explica considerando que la Tierra,
nuestro planeta, está en el centro del universo y que los demás cuerpos celestes giran a su alrededor.

2 Heliocentrismo: modelo astronómico que explica que los planetas de nuestro sistema planetario, incluyendo a la
Tierra misma, giran en torno al Sol. Esos planetas tienen, además, un movimiento diurno o de rotación sobre su
propio eje.
Pruebas en la Sagrada Escritura
En la Santa Biblia, es posible encontrar varios pasajes en los que se hace
referencia al movimiento del Sol y de otros astros o a la inmovilidad de la
Tierra. Tales pasajes se suelen presentar como prueba de que los cuerpos
celestes giran en torno a nuestro planeta. Sin embargo, esto siempre se puede
contraargumentar diciendo que los sagrados autores pudieron haber usado un
lenguaje alegórico o simbólico o también uno humano o de apariencia,
—esto es, acorde a lo que les sugerían sus sentidos—, según lo cual no sería
determinante el que ellos hayan expresado con toda claridad la idea de que el
sol se mueve o que la Tierra es inamovible.

Tomemos como ejemplo el Salmo 92 (93), en el que se lee que «El Señor se
reviste de poder, se ciñe las armas; da estabilidad al orbe de la tierra, que no
se moverá.»

Estas palabras que parecen claramente sostener que nuestro planeta no tendrá
movimiento, es decir, que permanecerá estático, son interpretadas por
muchos exégetas en otro sentido, como la idea de que la Tierra no se
bamboleará ni caerá e incluso aquí algunos ven en el planeta una prefigura de
la Iglesia, la cual ciertamente nunca caerá. Esto mismo se aplica a otros
textos bíblicos similares.

También en Eclesiastés, 1, 4, se lee: «Una generación se va y otra


generación viene, pero la Tierra permanece», lo que algunos han entendido
como una prueba de geocentrismo. No obstante, en este caso, el verbo latino
stare no parece significar que la Tierra se mantenga eternamente fija, sino
que por más generaciones que se sucedan en el mundo, la Tierra continúa
siendo la misma.

Entonces, para sortear la dificultad de una interpretación errónea, ha de


recurrirse a los exégetas y, por supuesto, a los Santos Padres de la Iglesia.

Pero antes de llegar a eso, parece oportuno mencionar que en las Santas
Letras, los partidiarios del heliocentrismo, también han creído encontrar
pruebas que soportan el modelo heliocéntrico:
En Job 9, 6 se lee «Él (el Señor) mueve la tierra de su lugar, y sus columnas
se estremecen». Hay quienes ven en estas letras una evidente señal de que el
planeta Tierra no permanece estático. Pero cuando se lee el versículo junto
con el anterior, entonces la palabra “tierra” parece más bien referirse al
elemento y no al planeta:

«Él (el Señor) trasladó los montes, y los mismos que transtornó en su furor,
no lo conocieron. Él mueve la tierra de su lugar, y sus columnas se
estremecen»

Así mismo, en el evangelio de San Lucas se nos dice que el día en que el
Señor vuelva, unos estarán en el campo y otros moliendo, en tanto que otros
estarán en el lecho durmiendo: «Os digo que en aquella noche estarán dos en
una cama; uno será tomado y el otro será dejado. Estarán dos mujeres
moliendo en el mismo lugar; una será tomada y la otra será dejada. Dos
estarán en el campo; uno será tomado y el otro será dejado.»

Algunos heliocentristas luego dicen que la única forma de que en la Tierra


simultáneamente unos estén despiertos y otros durmiendo, es que el planeta
sea redondo y gire alrededor del sol; de esa manera mientras una parte de la
Tierra es iluminada y es de día, en la otra habrá oscuridad y será de noche.

Pero, ¿acaso si el sol gira alrededor de la Tierra, no se tiene una parte de la


Tierra iluminada y otra oscura? Ya se ve que ese argumento cae por sí
mismo.

De todo esto, como corolario, se puede afirmar que no pocas veces el deseo
de probar algo nos hace ver pruebas en donde no las hay. Es por ello que
los argumentos han de analizarse objetivamente y sin apasionamiento; con un
sincero deseo de acercarse a la Verdad.

Pasemos ahora a ver lo que los Santos Padres nos dicen.


Opinión de los Santos Padres de la Iglesia
Sin duda alguna, uno de los libros que presenta más argumentos a favor del
geocentrismo es Galileo was wrong, the Church was right3, escrito por
Robert Sungenis y Robert Bennett; ambos con grado de doctorado.
Sungenis y Bennett recopilaron una cantidad abrumadora de citas de los
Santos Padres y las presentan en su libro como pruebas del modelo
geocéntrico. No obstante, es importante analizar cuidadosamente esas citas y
no dejarse impresionar por el número, ya que la patrística estipula que para
que una interpretación escriturística de los Santos Padres tenga una validez
incuestionable, se exigen dos condiciones:

1. Que todos los Padres que escriban sobre un texto lo expliquen en el


mismo sentido. Ese consenso unánime de los Padres significa que
debe haber una unanimidad moral: si muchos de los Santos Padres
interpretan el texto de una misma manera y ningún otro los contradice,
la exégesis puede ser aceptada como una interpretación universal de los
Padres.

2. Que los Padres tienen que afirmar, implícita o explícitamente, que el


texto que se está considerando sea referente a materia de fe o de
moral.

Así lo afirma el teólogo y sacerdote Jerome Langford, y con él muchos otros,


apoyándose en las actas del Concilio de Trento, en las que al respecto se
puede leer:

«Para reprimir los ingenios petulantes, decreta que nadie, apoyado en su


prudencia, sea osado a interpretar la Escritura Sagrada, en materias de fe y
costumbres, que pertenecen a la edificación de la doctrina cristiana,
retorciendo la misma Sagrada Escritura conforme al propio sentir, contra
aquel sentido que sostuvo y sostiene la santa madre Iglesia, a quien atañe
juzgar del verdadero sentido e interpretación de las Escrituras Santas, o
también contra el unánime sentir de los Padres, aun cuando tales

3 Galileo estaba equivocado, la Iglesia estuvo en lo correcto. N. del T.


interpretaciones no hubieren de salir a luz en tiempo alguno» (Conc. Trid,
sesión IV)

Decreto que fue renovado en el Primer Concilio Vaticano:

«Ya que cuanto saludablemente decretó el concilio de Trento acerca de la


interpretación de la Sagrada Escritura para constreñir a los ingenios
petulantes, es expuesto erróneamente por ciertos hombres, renovamos dicho
decreto y declaramos su significado como sigue: que en materia de fe y de
las costumbres pertinentes a la edificación de la doctrina cristiana, debe
tenerse como verdadero el sentido de la Escritura que la Santa Madre Iglesia
ha sostenido y sostiene, ya que es su derecho juzgar acerca del verdadero
sentido e interpretación de las Sagradas Escrituras; y por eso, a nadie le es
lícito interpretar la Sagrada Escritura en un sentido contrario a éste ni
contra el consentimiento unánime de los Padres» (Conc. Vat. I, sesión III)

En el mismo tenor, el propio Robert Sungenis afirma que no todo lo que


sostuvieron los Santos Padres, aunque sean la mayoría de ellos, es
automáticamente materia de fe y que es necesario que la materia sea de
origen divino para que la unanimidad de los Padres sea vinculante y
normativa:

«Es el origen divino de una doctrina particular lo que hace que la doctrina
sea un requisito de fe para la salvación, no la opinión mayoritaria o común
de los Padres, ni de los medievales ni de los teólogos y prelados de hoy»
(Epístolas a los Romanos y de Santiago Apóstol)

Otro tanto dice en su Never Revoked y también en su Intense Dialogue on


Romans.

Entonces, teniendo esto en consideración, veamos algunas de las citas que


ponen Sungenis y Bennett en su libro:

Citas geocentristas de los Santos Padres


«Anatolio de Alejandría: Eudemo relata en sus Astrologías que Enópides
descubrió el círculo del zodíaco y el ciclo del gran año. Y Tales descubrió el
eclipse de sol y su período en los trópicos en su constante desigualdad. Y
Anaximandro descubrió que la tierra está equilibrada en el espacio, y se
mueve alrededor del eje del universo. Y Anaxímenes descubrió que la luna
tiene su luz del sol, y averiguó también la forma en que sufre el eclipse. Y el
resto de los matemáticos también se han sumado a estos descubrimientos.
Podemos ejemplificar los hechos: que las estrellas fijas se mueven alrededor
del eje pasando a través de los polos, mientras que los planetas se separan
unos de otros alrededor del eje perpendicular del zodíaco.»

Aquí San Anatolio simplemente hace referencia a algunos


matemáticos sin manifestar el estar o no de acuerdo con ellos.
No puede decirse que esté enseñando algo específico.
Adicionalmente, las cuestiones astronómicas son mencionadas
desde un punto de vista natural, y no doctrinal, ya que en ningún
momento hace alusión a una revelación divina.

Lo mismo aplica a la siguiente cita de San Hipólito:

«Hipólito: [Refutando el punto de vista del griego Ecfanto]: “Y que la tierra


en medio del sistema cósmico se mueve alrededor de su propio centro hacia
el este”»

Sungenis y Bennett afirman que se está refutando a Ecfanto, pero


en realidad San Hipólito sólo cita al filósofo griego sin señalar
error ni desacuerdo algunos.

Es probable que Sungenis y Bennett se hayan engañado por el


título que se ha dado a la colección de escritos atribuídos a San
Hipólito: “La refutación de todas las herejías”. Lo cierto es que el
primer libro de la colección no refuta herejías, sino que es un
resumen de la filosofía griega que circulaba por separado en
varios manuscritos y era conocido como el Philosophoumena
(griego: Φιλοσοφούμενα - “enseñanzas filosóficas”.)

«Gregorio de Nisa: “... la bóveda del cielo se prolonga de tal manera


ininterrumpidamente que rodea todas las cosas consigo mismo, y que la
tierra y sus alrededores se colocan en el medio, y que el movimiento de todos
los cuerpos giratorios es alrededor de este centro fijo y sólido...”.»
Esta cita de San Gregorio de Nisa parece sacada de contexto.
Veamos ese contexto:

«¿Y cómo, entonces, pregunté, es que algunos piensan que por el


inframundo se entiende un lugar real, y que alberga dentro ella
misma las almas que por fin se han alejado de la vida humana,
atrayéndolas hacia sí como el receptáculo adecuado para tales
naturalezas?

Bien, respondió el Maestro, nuestra doctrina no se dañará de


ninguna manera por tal suposición. Porque si es verdad lo que
dices, y también que la bóveda del cielo se prolonga de manera
tan ininterrumpida que rodea todas las cosas consigo misma, y
que la tierra y sus alrededores están en el medio, y que el
movimiento de todos los cuerpos es alrededor de este centro fijo
y sólido, entonces, digo, hay una necesidad absoluta de que, pase
lo que pase con cada uno de los átomos en el lado superior de la
tierra, lo mismo ocurrirá en el lado opuesto, ya que una sola
sustancia abarca toda su masa.»

Como puede verse, Sungenis y Bennett han omitido las


condicionales (“si es verdad... y también que… y que …”) y al
quitarlas cambia totalmente el sentido de lo escrito. Ya en el
contexto y dejando las condicionales en su lugar, queda claro que
San Gregorio no afirma “que la tierra y sus alrededores se
colocan en el medio” ni que “el movimiento de todos los cuerpos
giratorios es alrededor de este centro fijo y sólido”, sino que tal
supone, pero en ningún momento concede que eso sea verdad.

Interesante también notar que San Gregorio se equivoca al decir


que “lo que pase con cada uno de los átomos en el lado superior
de la tierra, lo mismo ocurrirá en el lado opuesto.” El error es
evidente y no precisa ser explicado.

«Atanasio: Porque el Sol es llevado y está contenido en todo el cielo, y


nunca puede ir más allá de su propia órbita, mientras que la luna y otras
estrellas dan testimonio de la ayuda que les brinda el Sol... Pero la tierra no
se sostiene sobre sí misma, sino que se asienta sobre el reino de las aguas,
mientras esta de nuevo se mantiene en su lugar, estando atada firmemente en
el centro del universo.»

Al privar a estas palabras de su contexto, se muda su sentido.


Veamos el texto sin elipsis:

«Pero tal vez aquellos que han avanzado más allá de estas cosas,
y que temen la Creación, avergonzados por estas exposiciones de
abominaciones, se unirán para repudiar lo que es fácilmente
condenado y refutado por todos, pero pensarán que tienen una
buena opinión fundamentada e incontestable, a saber, la
adoración del universo y de las partes del universo. Porque se
jactarán de adorar y servir, no simples cepos y piedras y formas
de hombres y pájaros irracionales y reptiles y bestias, sino el sol y
la luna y todo el universo celestial, y la tierra nuevamente, y todo
el reino de agua: y dirán que nadie puede demostrar que éstos en
todo caso no son de naturaleza divina, ya que es evidente para
todos, que no carecen de vida ni de razón, sino que trascienden
incluso la naturaleza de la humanidad, en cuanto uno habita en
los cielos, en tanto que el otro en la tierra. Vale la pena, entonces,
mirar y examinar estos puntos; porque aquí también, nuestro
argumento encontrará que su prueba contra ellos es cierta. Pero
antes de que miremos o de comenzar nuestra demostración,
basta que la Creación casi alce su voz contra ellos y señale a Dios
como su Hacedor y Artífice, que reina sobre la Creación y sobre
todas las cosas, el Padre de nuestro Señor Jesucristo; de quien
los aspirantes a filósofos se vuelven para adorar y deificar la
Creación que procede de Él, que sin embargo adora y confiesa al
Señor a quien ellos niegan por su causa. Porque si los hombres
están así asombrados por las partes de la Creación y piensan que
son dioses, bien podrían ser reprendidos por la dependencia
mutua de esas partes; que además da a conocer y da testimonio
al Padre del Verbo, quien es el Señor y Hacedor de estas partes
también, por la ley inquebrantable de su obediencia a Él, como
también dice la ley divina: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y
el firmamento muestra la obra de sus manos". Pero la prueba de
todo esto no es oscura, sino lo suficientemente clara en la
conciencia para aquellos cuyos ojos no están completamente
incapacitados. Porque si un hombre toma las partes de la
Creación por separado, y considera cada una por sí misma, como
por ejemplo, el sol solo, y la luna aparte, y nuevamente la tierra y
el aire, y el calor y el frío, y la esencia de lo húmedo y de lo seco,
separándolos de su conjunción mutua, seguramente encontrará
que ninguno es suficiente para sí mismo, pero todos necesitan la
ayuda de los demás, y subsisten con su ayuda mutua. Porque el
Sol es transportado junto con todo el cielo y está contenido en él,
y nunca puede ir más allá de su propia órbita, mientras que la
luna y otras estrellas dan testimonio de la ayuda que les brinda el
Sol: mientras que la tierra, evidentemente no da sus cosechas sin
lluvias, que a su vez no descenderían a la tierra sin la ayuda de las
nubes; pero ni siquiera las nubes aparecerían por sí mismas y
subsistirían sin el aire. Y el aire es calentado por el aire superior,
pero iluminado y hecho brillante por el sol, no por sí mismo. Y los
pozos, de nuevo, y los ríos nunca existirán sin la tierra; pero la
tierra no se sostiene sobre sí misma, sino que está asentada
sobre el reino de las aguas, mientras que ésta nuevamente se
mantiene en su lugar, atada firmemente en el centro del mundo.
Y el mar, y el gran océano que fluye afuera alrededor de toda la
tierra, es movido y llevado por los vientos dondequiera que la
fuerza de los vientos lo golpee. Y los vientos, a su vez, se
originan, no en sí mismos, sino según los que han escrito sobre el
tema, en el aire, del calor ardiente y la alta temperatura del aire
superior en comparación con el aire inferior, y soplan por todas
partes a través del último. Porque en cuanto a los cuatro
elementos que componen la naturaleza de los cuerpos, calor, es
decir, y frío, húmedo y seco, ¿quién está tan pervertido en su
entendimiento que no sabe que estas cosas existen realmente en
combinación, pero si separados y tomados solas, tienden a
destruirse incluso unas a otras de acuerdo con el poder
predominante del elemento más abundante? Pues el calor es
destruido por el frío si está presente en mayor cantidad, y el frío
nuevamente es eliminado por el poder del calor, y lo seco,
nuevamente, es humedecido por húmedo, y este último secado
por aquél.»

Es obvio que Sungenis y Bennett confunden el sentido de la


palabra “tierra” al interpretarla equívocamente como el planeta y
no como el elemento que conforma los continentes y esto queda
manifiesto al poner la cita en su contexto, puesto que el santo
expone una serie de dependencias de los diversos elementos
hasta llegar a afirmar que los pozos y los ríos nunca existirán sin
la tierra; pero la tierra no se sostiene sobre sí misma. Es decir,
que una cosa depende de otra y el elemento tierra no se sostiene
por sí mismo.

Resulta importante notar que se habla de estos elementos y


fenómenos bajo una perspectiva natural y no como una doctrina
parte de la Revelación: nótense las palabras “según los que han
escrito sobre el tema”.

«Atanasio: Porque con una inclinación de cabeza y con el poder del Verbo
Divino del Padre que gobierna y preside todo, el cielo gira, las estrellas se
mueven, el sol brilla, la luna da su vuelta y el aire recibe la luz del sol y el
éter su calor, y los vientos soplan: las montañas se elevan en lo alto, el mar
está agitado por las olas, y los seres vivos en él crecen, la tierra permanece
fija...»

Una vez más, la elipsis de Sungenis y Bennett desliza un error de


interpretación. Si vamos al texto completo, podremos ver que
San Atanasio usó la palabra “tierra”, no para hacer referencia a
nuestro planeta, sino para referirse al elemento, el cual
ciertamente da fruto y permanece fijo en contraste con el mar
agitado por las olas:
«Porque con una inclinación de cabeza y con el poder del Verbo
Divino del Padre que gobierna y preside todo, el cielo gira, las
estrellas se mueven, el sol brilla, la luna da su vuelta y el aire
recibe la luz del sol y el éter su calor, y los vientos soplan: las
montañas se elevan en lo alto, el mar está agitado por las olas, y
los seres vivos en él crecen, la tierra permanece fija y da fruto, y
el hombre se forma y vive y muere de nuevo, y todas las cosas,
cualesquiera que sean, tienen su vida y movimiento; el fuego
arde, el agua se enfría, las fuentes brotan, los ríos fluyen, las
estaciones y las horas llegan, las lluvias descienden, las nubes se
llenan, el granizo se forma, la nieve y el hielo se congelan, los
pájaros vuelan, los reptiles avanzan, los animales acuáticos
nadan, el mar se navega, la tierra se siembra y produce cosechas
a su debido tiempo, las plantas crecen y algunas son jóvenes,
algunas maduran, otras en su crecimiento envejecen y se
descomponen, y mientras algunas cosas se desvanecen, otras se
engendran y salen a la luz.»
«Arnobio: La luna, el sol, la tierra, el éter, las estrellas, son miembros y
partes del universo; pero si son partes y miembros, ciertamente ellos no son
criaturas vivientes.»

Esta cita no aporta algo—ni a favor ni en contra— de ningún


modelo astronómico. Lo mismo puede decirse de esta de San
Basilio el Grande:

«Basilio: Los filósofos de Grecia han hecho mucho ruido para explicar la
naturaleza, y ninguno de sus sistemas se ha mantenido firme e
inquebrantable, siendo cada uno anulado por su sucesor. Es vano refutarlos;
son suficientes en ellos mismos para destruirse unos a otros.»

¿Por qué ponen Sungenis y Bennett estas citas que nada tienen
que ver con los modelos astronómicos que se discuten? Y como
estas, ponen muchas otras más.

«Efraín el Sirio: El sol en su camino te enseña que descansas del trabajo.»


Tampoco esta cita de San Efraín el Sirio tiene aportación alguna.
La expresión “el sol en su camino” corresponde al lenguaje
natural y no al científico; mucho menos al doctrinal.

«Cirilo de Jerusalén: La tierra es como el centro de una rueda comparada


con toda la extensión de ésta. Tal es la comparación entre la tierra y el cielo.
Pero, además, el cielo que observamos es el primero, que tiene menos
importancia que el segundo, y éste menos que el tercero. Estos son los que la
Escritura denominó... »

Nuevamente se pone una cita que nada tiene que ver con algún
modelo astronómico. Veamos la cita en su contexto:

«Compara, por ejemplo, la ceniza con una casa, y la casa con una
ciudad, la ciudad con una provincia, la provincia con el territorio
de los romanos y el territorio de los romanos con el mundo
entero y, por último, toda la tierra, con todos sus detalles, con el
cielo que la envuelve en su regazo: en proporción al cielo, la tierra
es como el centro de una rueda comparada con toda la extensión
de ésta. Tal es la proporción entre la tierra y el cielo. Pero,
además, el cielo que observamos es el primero, que tiene menos
importancia que el segundo, y éste menos que el tercero. Estos
son los que la Escritura denominó como cielos»

San Cirilo no se está refiriendo a la posición del planeta Tierra en


el universo, sino simplemente está poniendo como ejemplo la
proporción entre el centro de una rueda con la rueda entera, para
ejemplificar la diferencia de tamaños.

De pronto pareciera que Sungenis y Bennett hubieran hecho


búsquedas en un editor de textos tratando de encontrar palabras
clave como: sol, tierra, centro, órbita, etc., y que,
descuidadamente y sin revisión alguna, hubieran copiado y
pegado fragmentos de texto poniéndolos como citas.

«Ambrosio: Seguramente era digno de destacarse como un hombre que


podía detener el curso del río y que podía decir: "Sol, quédate quieto", y
retrasar la noche y alargar el día, como para presenciar su victoria. ¿Por
qué? sólo él fue elegido para guiar al pueblo a la tierra prometida, una
bendición negada a Moisés. Fue un hombre grande en las maravillas que
hizo por la fe, grande en sus triunfos. Las obras de Moisés fueron de un tipo
superior, las suyas trajeron mayor éxito. Cualesquiera de estos entonces,
ayudado por la gracia divina, se alzó sobre todo humano. Uno gobernaba el
mar, el otro el cielo.»

Aquí San Ambrosio ensalza las grandezas, tanto de Moisés como


de Josué y menciona el milagro del sol. Pero de ninguna manera
nos hace ver que la descripción de ese milagro deba ser
entendida de un modo o de otro. Siempre queda la posibilidad de
entenderlo tanto de manera literal como suponiendo que se usa
un lenguaje de apariencia, que es lo más común.

«Ambrosio: Pero dicen que se puede decir que el sol está solo, porque no
hay un segundo sol. Pero el sol mismo tiene muchas cosas en común con las
estrellas, porque viaja a través de los cielos, es de esa substancia etérea y
celestial; es una criatura, y se cuenta entre todas las obras de Dios. Sirve a
Dios en unión con todas, lo bendice con todas, lo alaba con todas. Por lo
tanto, no se puede decir con precisión que esté solo, porque no está aparte
del resto.»

En esta cita, San Ambrosio nos dice que el sol viaja a través de los
cielos, pero nuevamente no da indicios de querer enseñar esto
como parte de la revelación. Lo que nos enseña es que el sol,
junto con las otras obras de Dios, bendicen y alaban a su Creador.

«Afrahat: Porque el sol en doce horas da vuelta, desde el este hasta el


oeste; y cuando ha cumplido su curso, su luz se oculta en la noche, y la
noche no es perturbada por su poder. Y en las horas de la noche el sol gira
en su rápido curso, y girando comienza a correr en su camino
acostumbrado.»

Estas palabras de San Afrahat bien pudieran ser pronunciadas


por cualquier astrónomo heliocentrista usando un lenguaje de
apariencia o lenguaje natural. No hay enseñanza doctrinal en
ellas.

«Aristedes: Se equivocan quienes creen que el cielo es un dios. Porque lo


vemos que gira y se mueve por necesidad y es compactado de muchas partes,
siendo de ahí llamado universo ordenado (kosmos). Ahora, el universo es la
construcción de algún diseñador; y lo que ha sido construido tiene un
principio y fin. Y el cielo con sus luminarias se mueve por necesidad.

Porque las estrellas se llevan en orden a intervalos fijos de signo a signo, y,


algunos poniéndose, otros levantándose, recorren sus cursos a su debido
tiempo para marcar veranos e inviernos, como se ha designado para ellos
por Dios; y obedeciendo la inevitable necesidad de su naturaleza de ellos no
transgredir sus propios límites, haciendo compañía con los celestiales
pedido. De donde es evidente que el cielo no es un dios sino una obra de
Dios.»

Es claro que San Arístides está atacando la falsa idea de que el


cielo es un dios y no que quiera enseñar acerca del movimiento
de los astros. Y dice “lo vemos [al cielo] que gira”, lo cual puede
deberse a un movimiento real o a uno aparente. Y si dice
“vemos” es porque se atiene a lo que puede ser advertido por los
sentidos, no porque le haya sido revelado.

«Athenágoras: Pero el sacrificio más noble para Él es que sepamos quién


extendió y construyó la bóveda de los cielos, y fijó la tierra en su lugar como
un centro»

Veamos la cita en su contexto original:

«Pero, como la mayoría de los que nos acusan de ateísmo —y


eso porque no tienen ni la más soñadora concepción de lo que es
Dios, y son tontos y desconocen por completo las cosas naturales
y divinas, y miden la piedad por la regla de los sacrificios—, nos
acusa de no reconocer a los mismos dioses como las ciudades,
complázcanse en atender las siguientes consideraciones, oh
emperadores, en ambos puntos. Primero, en cuanto a que no
sacrifiquemos: el Creador y Padre de este universo no necesita
sangre, ni el olor de los holocaustos, ni la fragancia de flores e
incienso, ya que Él mismo es una fragancia perfecta, que no
necesita nada ni dentro ni fuera de Él; pero el sacrificio más noble
para Él es que sepamos quién extendió y construyó la bóveda de
los cielos, y fijó la tierra en su lugar como un centro, quién reunió
el agua en mares y separó la luz de las tinieblas, quién adornó el
cielo con estrellas e hizo la tierra para producir simiente de toda
especie, el que hizo animales y modeló al hombre. Cuando,
teniendo a Dios como este Hacedor de todas las cosas, que las
preserva en el ser y las supervisa todas con conocimiento y
habilidad administrativa, "alzamos manos santas" a Él, ¿qué
necesidad tiene Él de una hecatombe?»

San Athenágoras menciona que Dios fijó la tierra en su lugar


como un centro, justamente después de hacer referencia a la
bóveda celeste y apenas antes de decir que Dios reunió el agua en
los mares. Entonces no queda claro si la palabra tierra se refiere
al planeta o al elemento.

Sea como sea, lo que aquí enseña el santo es que el sacrificio más
noble es reconocer en la creación la grandeza del Creador.

«Agustín: Sucedió por entonces también un eclipse de sol. La gente,


ignorante de que era debido a las leyes inalterables que regulan su curso, lo
atribuyó a los méritos de Rómulo.»
San Agustín no pretende en modo alguno enseñar sobre el
fenómeno astronómico, sino sacar de la ignorancia a quienes
pudieran atribuir el eclipse a Rómulo.
«Sucedió por entonces también un eclipse de sol. La gente,
ignorante de que era debido a las leyes inalterables que regulan
su curso, lo atribuyó a los méritos de Rómulo. Como si aquel
supuesto llanto del sol no indicara más bien que el rey había sido
asesinado, mostrando incluso la privación de la luz del día. Así
ocurrió en la realidad cuando el Señor fue crucificado por la
crueldad impía de los judíos. Este oscurecimiento del sol no fue
según las leyes normales del curso de los astros, puesto que
entonces era la Pascua judía, y ésta se celebra en plenilunio. En
cambio, los eclipses regulares del sol coinciden solamente con el
final del cuarto menguante de la luna.»
«Crisóstomo: Porque no sólo lo hizo, sino que también dispuso que cuando
fuera hecho, debe continuar sus operaciones; no permitir que sea todo
inamovible, ni mandando que esté todo en un estado de movimiento. El cielo,
por ejemplo, ha permanecido inmóvil, como dice el profeta, “Puso el cielo
como una bóveda, y lo extendió como una tienda sobre la tierra." Pero, por
otro lado, el sol con el resto de estrellas, corre sobre su curso a través de
todos los días. Y de nuevo, la tierra está fija, pero las aguas están
continuamente en movimiento; y no solo las aguas, sino las nubes y las
lluvias frecuentes y sucesivas, que regresan en su estación adecuada.»

San Juan Crisóstomo refiere que la tierra está fija en tanto que las
aguas están en continuo movimiento. No es difícil entender que
donde dice “la tierra” está haciendo referencia al elemento tierra
y no al planeta, ya que contrasta las aguas que están en continuo
movimiento con el elemento tierra, que está fijo.

«Minucius Felix: Mira también el año, cómo lo hace el circuito del sol; y
mira el mes, cómo la luna lo mueve en su aumento, su declive y decadencia.»

Como es fácil notar, esta cita no pretende enseñar algo doctrinal.

Podríamos continuar con muchas más citas puestas en el libro, pero resultaría
una hartera del todo redundante. Sungenis parece haber olvidado su propio
principio:

«Es el origen divino de una doctrina particular lo que hace que la doctrina
sea un requisito de fe para la salvación, no la opinión mayoritaria o común
de los Padres, ni de los medievales ni de los teólogos y prelados de hoy.»
Por otra parte, es de esperarse que los Santos Padres creyesen en el modelo
geocentrista, ya que este prevalecía en su tiempo y en su cultura. Pero uno
puede deducir por sus escritos que creían en él de una manera meramente
natural y no como una revelación; creían en él porque así lo advertían a
través de sus sentidos o porque así lo aprendían de los filósofos y no porque
fuese una enseñanza transmitida por los Apóstoles.

Así pues, en las citas que Sungenis y Bennett ponen en su libro, debe verse
que los Santos Padres refieren el comportamiento de los cuerpos celestes
desde un punto de vista natural y no como una doctrina de origen divino.

Por esta razón, el padre Melchor Inchofer, uno de los tres teólogos
consultores que señalaron el error de Galileo Galilei en 1633, escribió:

«Acerca de los Santos Padres, debe ser notado que ellos presupusieron, más
que argumentaron, que la Tierra está estática, de acuerdo con la opinión
común de los filósofos» (en R. J. Blackwell, Behind the Scenes at Galileo’s
Trial)

Es decir, los Santos Padres creían que la Tierra estaba estática de


acuerdo con la opinión de los filósofos y no porque así les hubiese sido
revelado.

San Agustín ya nos advertía acerca de los posibles errores de interpretación


de las Sagradas Escrituras, según se lee en El Sentido Literal del Génesis (o
Del Génesis a la letra, N. del T.):
Libro I, capítulo XIX: 38-39

«Recapacitemos sobre lo que se escribió: dijo Dios hágase la luz y la luz fue
hecha. Una cosa es hacer notar que fue hecha la luz corporal, y otra que fue
hecha la luz espiritual. No duda nuestra fe que exista la luz espiritual en la
creatura espiritual. Que exista una luz corporal celeste sobre el cielo o debajo
del cielo a la cual hubiere podido suceder la noche, tampoco es contra la fe,
mientras no se refute con evidencia clarísima. Si esto llegara a suceder,
diremos que no lo afirmaba la divina Escritura, sino que lo creía la humana
ignorancia. Pero si lo demostrara un contundente argumento, aún sería
incierto si quiso en estas palabras de los libros santos decir esto el escritor
sagrado, o si intentó decir otra cosa no menos cierta. Si el contexto del
discurso probara que no quiso decir esto el autor, no será falso otro sentido el
cual quiso él fuese entendido, aunque deseó se conociera el verdadero y más
útil. Pero si el contexto de la Escritura no se opone a que haya querido decir
esto el escritor, aún nos falta indagar si puede tener algún otro. Por lo tanto, si
hubiéremos podido encontrar algún otro sentido, sería incierto cuál de los dos
quiso expresar el autor; es conveniente creer que uno y otro quiso exponer, si
ambos se apoyan en fundamentos ciertos.

Acontece, pues, muchas veces que un infiel conoce por la razón y la


experiencia algunas cosas de la tierra, del cielo, de los demás elementos de
este mundo, del movimiento y del giro, y también de la magnitud y distancia
de los astros, de los eclipses del sol y de la luna, de los círculos de los años y
de los tiempos, de la naturaleza de los animales, de los frutos, de las piedras y
de todas las restantes cosas de idéntico género; en estas circunstancias es
demasiado vergonzoso y perjudicial, y por todos los medios digno de ser
evitado, que un cristiano hable de estas cosas como fundamentado en las
divinas Escrituras, pues al oírle el infiel delirar de tal modo que, como se dice
vulgarmente, yerre de medio a medio, apenas podrá contener la risa. No está
el mal en que se ría del hombre que yerra, sino en creer los infieles que
nuestros autores defienden tales errores, y, por lo tanto, cuando trabajamos
por la salud espiritual de sus almas, con gran ruina de ellas, ellos nos critican
y rechazan como indoctos. Cuando los infieles, en las cosas que
perfectamente ellos conocen, han hallado en error a alguno de los cristianos,
afirmando éstos que extrajeron su vana sentencia de los libros divinos, ¿de
qué modo van a creer a nuestros libros cuando tratan de la resurrección de los
muertos y de la esperanza de la vida eterna y del reino del cielo? Juzgarán
que fueron escritos falazmente, pues pudieron comprobar por su propia
experiencia o por la evidencia de sus razones, el error de estas sentencias.
Cuando estos cristianos, para defender lo que afirmaron con ligereza inaudita
y falsedad evidente, intentan por todos los medios aducir los libros divinos
para probar por ellos su aserto, o citan también de memoria lo que juzgan
vale para su testimonio, y sueltan al aire muchas palabras, no entendiendo ni
lo que dicen ni a qué vienen, no puede ponderarse en su punto cuánta sea la
molestia y tristeza que causan estos temerarios y presuntuosos a los prudentes
hermanos, si alguna vez han sido refutados y convencidos de su viciosa y
falsa opinión por aquellos que no conceden autoridad a los libros divinos»
Libro II, capítulo IX:20

«Suele también preguntarse qué forma y figura atribuyen nuestros libros


divinos al cielo. Pues muchos autores profanos disputan largamente sobre
estas cosas, que omitieron con gran prudencia los nuestros por no ser para los
que las aprenden necesarias para la Vida bienaventurada, y además porque
los que en esto se ocupan han de malgastar, lo que es peor, tiempo
sobremanera precioso restándole a cosas más útiles. Pues a mí ¿qué me
interesa que el cielo siendo como una esfera envuelva por todas sus partes a
la tierra, equilibrada en medio de la masa del universo, o que la cubra por la
parte de arriba como si fuera un disco? Mas porque se trata de la autoridad de
la divina Escritura y como quizá alguno no entienda las palabras divinas,
cuando acerca de estas cosas encuentre algo semejante en los libros divinos u
oiga hablar algo de ellos que le parezca oponerse a las razones percibidas por
él, cosa que no he recordado solamente una vez, para que no crea en modo
alguno a los que le amonestan o le cuentan o le afirman que son más útiles las
cosas profanas que la verdad de la santa Escritura, brevemente he de decir
que nuestros autores sagrados conocieron sobre la figura del cielo lo que se
conforma a la verdad, pero el Espíritu de Dios, que hablaba por medio de
ellos, no quiso enseñar a los hombres estas cosas que no reportaban utilidad
alguna para la vida futura.»

Todavía Santo Tomás de Aquino, cuando diserta sobre la cosmología


geocentrista en la Summa, lo hace basado en las observaciones de Claudio
Ptolomeo, un científico de lo natural y un pagano, y no en las Sagradas
Escrituras ni en los escritos de los Santos Padres. Esto parece ser un indicio
de que esa cuestión es del orden meramente natural y no doctrinal.

Sobre esto mismo, debemos considerar lo que SS León XIII escribió al


respecto en su encíclica Providentissimus Deus. En el número 42 se lee:

«No habrá ningún desacuerdo real entre el teólogo y el físico mientras ambos
se mantengan en sus límites, cuidando, según la frase de San Agustín, “de no
afirmar nada al azar y de no dar por conocido lo desconocido”. Sobre cómo
ha de portarse el teólogo si, a pesar de esto, surgiere discrepancia, hay una
regla sumariamente indicada por el mismo Doctor: “Todo lo que en materia
de sucesos naturales pueden demostrarnos con razones verdaderas,
probémosles que no es contrario a nuestras Escrituras; mas lo que saquen de
sus libros contrario a nuestras Sagrada Letras, es decir, a la fe católica,
demostrémosles, en lo posible o, por lo menos, creamos firmemente que es
falsísimo”. Para penetrarnos bien de la justicia de esta regla, se ha de
considerar en primer lugar que los escritores sagrados, o mejor el Espíritu
Santo, que hablaba por ellos, no quisieron enseñar a los hombres estas cosas
(la íntima naturaleza o constitución de las cosas que se ven), puesto que en
nada les habían de servir para la salvación de sus almas, y así, más que
intentar en sentido propio la exploración de la naturaleza, describen y tratan a
veces las mismas cosas, o en sentido figurado o según la manera de hablar en
aquellos tiempos, aún hoy vigente para muchas cosas en la vida cotidiana
hasta entre los hombres más cultos. Y como en la manera vulgar de
expresarnos suele ante todo destacar lo que cae bajo los sentidos, de igual
modo el escritor sagrado —y ya lo advirtió el Doctor Angélico — “se guía
por lo que aparece sensiblemente”, que es lo que el mismo Dios, al hablar a
los hombres, quiso hacer a la manera humana para ser entendido por ellos.»

Y en el número 43 dice:

«Pero de que sea preciso defender vigorosamente la Santa Escritura no se


sigue que sea necesario mantener igualmente todas las opiniones que cada
uno de los Padres o de los intérpretes posteriores han sostenido al explicar
estas mismas Escrituras; los cuales, al exponer los pasajes que tratan de cosas
físicas, tal vez no han juzgado siempre según la verdad, hasta el punto de
emitir ciertos principios que hoy no pueden ser aprobados. Por lo cual es
preciso descubrir con cuidado en sus explicaciones aquello que dan como
concerniente a la fe o como ligado con ella y aquello que afirman con
consentimiento unánime; porque, “en las cosas que no son de necesidad de
fe, los santos han podido tener pareceres diferentes, lo mismo que nosotros”,
según dice Santo Tomás. El cual, en otro pasaje, dice con la mayor
prudencia: “Por lo que concierne a las opiniones que los filósofos han
profesado comúnmente y que no son contrarias a nuestra fe, me parece más
seguro no afirmarlas como dogmas, aunque algunas veces se introduzcan
bajo el nombre de filósofos, ni rechazarlas como contrarias a la fe, para no
dar a los sabios de este mundo ocasión de despreciar nuestra doctrina”.
Pues, aunque el intérprete debe demostrar que las verdades que los estudiosos
de las ciencias físicas dan como ciertas y apoyadas en firmes argumentos no
contradicen a la Escritura bien explicada, no debe olvidar, sin embargo, que
algunas de estas verdades, dadas también como ciertas, han sido luego
puestas en duda y rechazadas. Que si los escritores que tratan de los hechos
físicos, traspasados los linderos de su ciencia, invaden con opiniones nocivas
el campo de la filosofía, el intérprete teólogo deje a cargo de los filósofos el
cuidado de refutarlas.»

Aún más: Sungenis y Bennett citan a varios Padres de la Iglesia como


argumento de que los seis días de la Creación que se refieren en el libro
bíblico el Génesis, fueron días naturales o de veinticuatro horas. En ese
respecto se debe notar que no hay una opinión común entre los exégetas.

En el texto del Génesis se usa el vocablo hebreo yôm, que ha sido traducido
al castellano como “día” y que puede significar más de una cosa. En efecto,
el vocablo yôm puede referirse al período de tiempo de veinticuatro horas,
puede significar un período de la luz del día entre el amanecer y el anochecer,
y también puede referirse a un período de tiempo indeterminado. Como
ejemplos podemos considerar que en Génesis 7, 11 se le usa para hacer
referencia a un intervalo de veinticuatro horas; se le usa para referirse al
período de luz del sol entre el amanecer y el atardecer en Génesis 1, 16; y se
le usa para significar un período de tiempo no especificado en Génesis 2, 4.

La duda respecto al significado del vocablo, fue expuesta a la Pontificia


Comisión Bíblica durante el pontificado de San Pío X:

Duda VIII: Si en la denominación y distinción de los seis días de que se


habla en el capítulo I del Génesis se puede tomar la voz Yôm (día) ora en
sentido propio, como un día natural, ora en sentido impropio, como un
espacio indeterminado de tiempo, y si es lícito discentir libremente sobre
esta cuestión entre los exégetas.

Respuesta: Afirmativamente. (Denz. 2128)


Documentos Pontificios
Tanto el modelo geocentrista como el heliocentrista surgieron en tiempos
anteriores a Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, quizá porque es más
fácil de entenderlo de acuerdo con lo que advierten nuestros sentidos, el
sistema geocentrista se fue imponiendo en diversas culturas mientras que el
heliocentrista fue siendo olvidado.

En el siglo II de nuestra era, Claudio Ptolomeo —el gran astrónomo—,


escribió su Almagesto4, una obra monumental en la que describe, entre otras
muchas cosas, el sistema geocéntrico y el movimiento de estrellas y planetas.
A pesar de que Ptolomeo afirmó explícitamente que su sistema no pretendía
descubrir la realidad, sino que sólo era un método de cálculo, este fue
utilizado ampliamente por los árabes en un principio y luego por los europeos
hasta la alta Edad Media.

No obstante, ya en el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino sugería que el


movimiento de los planetas pudiese ser distinto de como en ese entonces se
creía —esto es, diferente al definido por el modelo geocéntrico—:

«Los astrónomos han imaginado diversas maneras de explicar este


movimiento. Pero esas suposiciones no es necesario que sean verdaderas;
porque acaso las apariencias que presentan las estrellas pueden ser
explicadas por algún otro movimiento, todavía desconocido de los hombres.»

Esta cita es del Comentario sobre De cælo II, lect. 17.

Esto motivó al Cardenal Nicolaus von Kues5 para que, en el siglo XV (1445
AD) enunciara la hipótesis del movimiento de la Tierra en un modelo no
geocéntrico y, casi un siglo más tarde, a Nicolás Copérnico para que
presentara su modelo heliocéntrico.

4 Título traducido como El Gran Tratado y también como Composición Matemática N. del T.

5 Nicolás de Cusa. N. del T.


Todavía antes que ellos, en el siglo XIV, el obispo Nicole Oresme discutió la
posibilidad de que la Tierra girara sobre su eje, con lo cual contradecía al
sistema de Ptolomeo.

La jerarquía eclesiástica no censuró estas teorías astronómicas cuando


surgieron ni durante mucho tiempo después. Antes bien, en diversos
momentos mostró interés en ellas. Por lo mismo, hasta aquí no encontramos
documentos pontificios o de la jerarquía que aprueben o condenen algún
modelo astronómico.

Fue hasta principios del siglo XVII, —cuando Galileo Galilei pretendió
defender el modelo heliocéntrico desde el campo de la teología, ya que
algunos de sus críticos lo contradecían con argumentos de la Sagrada
Escritura—, que las autoridades eclesiásticas vieron un peligro en la teoría
heliocentrista.

Galileo Galilei y el Santo Oficio en 1616


Entre 1613 y 1615, Galileo defiende el copernicanismo apelando al
argumento bíblico y hablando del modelo heliocéntrico como de algo
plenamete demostrado. En su afán de defender su opinión, llega a sugerir
que las Sagradas Escrituras podrían ser modificadas en su redacción para
aclarar algunas ideas.

Por añadidura, en aquellos días se divulgaron dos obras que intentaban


concordar el sistema copernicano con la Escritura: el Commentarium in Job
de Diego de Zúñiga, sacerdote agustino y la Carta sobre la opinión
pitagórica y copernicana del movimiento de la Tierra y el reposo del Sol y
sobre el nuevo sistema del mundo pitagórico en el que se armonizan y
reconcilian esos pasajes de las Sagradas Escrituras y esas proposiciones
teológicas que podrían aducirse contra esta opinión, del carmelita Pablo
Antonio Foscarini. Todo esto incitaba a la interpretación alegórica de la
Biblia dejando de lado el sentido literal, y revivía de alguna manera la
doctrina pagana de los pitagóricos6.

6 Los pitagóricos habían deducido que la fuerza divina debía configurar lo ilimitado desde el centro del universo, por
lo que los cuerpos celestes —incluyendo la Tierra—, se moverían alrededor de ese centro de fuego. Así propusieron
la primera explicación documentada de un movimiento aparente de los astros por el movimiento diurno de la Tierra.
A partir de este sistema se desarrollaron las teorías de los movimientos de traslación y de rotación de nuestro planeta.
Galileo fue denunciado ante el tribunal del Santo Oficio y la Sagrada
Congregación del Santo Oficio atrajo su caso. Esta congregación envió a una
comisión de once teólogos consultores, dos proposiciones para ser
analizadas:

1. Que el sol es el centro del universo y está del todo inmóvil.

2. Que la tierra no es el centro del universo y que gira en torno al sol y


tiene además un movimiento diurno.

La comisión de consultores emitió el siguiente dictamen:

• La primera proposición es, desde el punto de vista filosófico, falsa y


absurda, y además formalmente herética porque contradice
expresamente a varios textos de la Escritura conforme a su sentido
literal y a la interpretación común de los padres.

• La segunda proposición merece la misma censura desde el punto de


vista filosófico. En el terreno teológico es a lo menos errónea en la fe.

Mucho se ha criticado el que la comisión de consultores estuviese integrada


exclusivamente por teólogos y que no hubiese matemáticos (astrónomos) en
ella. Hay incluso autores católicos y libros de apología cristiana que se han
sumado a esta crítica o que la han usado como defensa de la Iglesia. Tal
parece que quienes lanzan tales críticas se olvidan que de lo que allí se
trataba era una cuestión méramente teológica, de la cual dependía lo
filosófico y de esto lo matemático.

De cualquier manera, el parecer de los teólogos consultores no tenía de por


sí ningún valor doctrinal o formal, puesto que su función se limitaba a
asesorar al tribunal del Santo Oficio, constituído por los cardenales
miembros y presidido por el Papa. A este tribunal correspondía la decisión
final acerca de la doctrina examinada, y si era el caso, condenarla
públicamente mediante un decreto de la Congregación. Pero esto no ocurrió.

En Febrero 25 de 1616, la Sagrada Congregación del Santo Oficio sesionó


para tratar el caso. En la sesión, el propio Papa Paulo V, decidió turnar el
caso a la Sagrada Congregación del Índice y pidió al Card. Bellarmino
que amonestase a Galileo para que abandonara su opinión sobre el
movimiento de la tierra y que en caso de que se rehusase a hacerlo, el
Comisario del Santo Oficio acompañado de un notario y un testigo, le
intimara el precepto formal bajo pena de cárcel en caso de desobediencia.

Así pues, el Santo Oficio no emitió decreto alguno respecto al caso de


Galileo en 1616, pero sí lo hizo la Sagrada Congregación del Índice. En
Marzo 3, esta congregación decidió suspender los libros de Copérnico y del
padre De Zúñiga donec corrigantur —hasta que fuesen corregidos—, siendo
la enmienda que se solicitaba que en ellos explícitamente se afirmara que el
copernicano era un modelo hipotético que no había sido demostrado. En
cuanto al opúsculo del padre Foscarini, ese quedaba incondicionalmente
incluído en la lista de obras prohibidas por la Iglesia:

«Como quiera que ha llegado a conocimiento de la Sagrada Congregación


que dicha falsa doctrina pitagórica, enteramente contraria a la santa
Escritura, de la movilidad de la tierra y de la inmovilidad del sol, lo que
Nicolás Copérnico en su libro de los giros de los cuerpos celestes, y Didáceo
Astunica, en su libro sobre Job, enseñan igualmente, se halla ya divulgado y
admitido por algunos; a fin que tal opinión no se propague más en
detrimento de la verdad católica, háse decretado que los mencionados libros
de Nicolás Copérnico sobre el giro de los cuerpos celestes y de Didáceo
Astunica sobre Job sean suspendidos hasta que estén corregidos. Pero el
libro del padre Carmelita Paolo Antonio Foscarini sea completamente
prohibido y condenado; del mismo modo, todos los libros que enseñaren las
mismas doctrinas, quedan prohibidos, condenados y suspendidos.»

Hasta aquí, no se puede decir que la Iglesia haya aprobado o condenado


alguno de los dos modelos astronómicos. Si bien, la comisión de consultores
condenó el modelo copernicano, tal condena no fue sino la opinión de esa
comisión, pero de ninguna manera puede decirse que fue la de la Iglesia, pues
no fue siquiera la del Santo Oficio. Por otra parte, el decreto de la Sagrada
Congregación del Índice es un documento disciplinario, ya que esta
congregación nunca estuvo facultada para emitir documentos doctrinales,
pues no era esa su función. Todavía más: el decreto no fue firmado por el
Papa, sino por el cardenal prefecto y por el secretario de la Congregación.
De hecho, el Papa ni siquiera es mencionado en el documento.
Todo esto ya se sabía perfectamente desde entonces, como lo prueba una
carta de Benedetto Castelli a Galileo, escrita en Octubre 2 de 1632, cuando
ya se había ordenado a Galileo que compareciera ante la Inquisición de
Roma. Castelli comenta haber hablado con el Padre Comisario del Santo
Oficio, Vincenzo Maculano, y haber defendido la ortodoxia del modelo
expuesto por Copérnico y Galileo, añadiendo que en diversas ocasiones había
hablado de todo ello con teólogos piadosos y muy inteligentes, y que no
vieron ninguna dificultad en ello. Añade que el mismo Maculano manifestó
estar de acuerdo y que, en su opinión, la cuestión no debería zanjarse
recurriendo a la Sagrada Escritura. Estas opiniones, tratadas con el mismo
Comisario del Santo Oficio, no habrían tenido sentido si el decreto del Índice
de 1616 pudiera ser interpretado como teniendo un alcance de magisterio
infalible o definitivo.

Además, en 1618, la Sagrada Congregación del Índice determinó excluir de


la lista de obras prohibidas el libro de Copérnico, una vez que se le hicieron
las enmiendas requeridas. En 1625 las nuevas constituciones de la
Universidad de Salamanca prescribían para la cátedra de Astrología: “En el
segundo cuadrienio léase a Nicolás Copérnico y las Tablas prunéticas”.

Es verdad que la comisión de consultores afirmó que el sistema heliocéntrico


contradice expresamente a varios textos de la Escritura conforme a su
sentido literal y a la interpretación común de los padres; pero también lo es
que la Sagrada Congregación del Índice deshechó estos comentarios y evitó
en su decreto toda referencia al sentido literal de la Escritura y a la
interpretación de los Padres de la Iglesia. Otro tanto haría la Sagrada
Congregación del Santo Oficio en 1633.

Galileo Galilei y el Santo Oficio en 1633


Durante casi siete años, Galileo guardó silencio en lo que se refiere al modelo
heliocéntrio de Copérnico. Sin embargo, en 1623, a propósito de una disputa
entre el padre jesuíta Grassi y Mario Guiducci, discípulo de Galileo, este
salió en defensa de su discípulo, rompiendo su juramento, y publicó Il
Saggiatore, que era una apología del sistema copernicano muy hábilmente
disimulada. Con todo, la autoridad eclesiástica otorgó el permiso para su
impresión y Galileo dedicó el libro al nuevo Papa Urbano VIII7, quien al
parecer, aceptó la dedicatoria de buen grado. El florentino se desplazó a
Roma en 1624 y fue recibido por el Papa en seis ocasiones en audiencia
privada. Incluso llegó a celebrar con Galileo varias conferencias científicas y
discutir los argumentos del copernicanismo.

Todo ello infundió optimismo en Galileo, quien a través del cardenal Zollern
intentó sondar las disposiciones del nuevo Papa respecto al copernicanismo.
Según Zollern, Urbano VIII afirmaba que la Iglesia no había condenado ni
tenía intención de condenar el copernicanismo como doctrina herética,
sino sólo como temeraria. Así, animado, empezó a escribir su Diálogo
sobre los dos máximos sistemas del mundo, mismo que terminó en 1630.

En mayo de ese año, Galileo volvió a Roma para solicitar el imprimatur del
Diálogo. El Maestro del Palacio Apostólico, el P. Niccolò Riccardi, O. P.
debía conceder el permiso. Este descubrió al leer el manuscrito, que su autor
no respetaba las decisiones de 1616 y exigió entonces que se añadieran un
prólogo y un epílogo, en los que se expresara que el modelo copernicano se
defendía como hipótesis y no como un sistema científicamente comprobado.
Además se debía manifestar que la intención del Diálogo era exponer los
argumentos en favor de uno y otro sistema, para mostrar que Roma había
actuado con pleno conocimiento de causa cuando en 1616 había prohibido
algunas obras copernicanas; y en la parte final de la obra habría de incluirse
el argumento propuesto por el Papa a Galileo, reconociendo que Dios habría
podido producir esos mismos hechos mediante otras causas que ignoramos.
Galileo prometió introducir esos cambios y Riccardi otorgó el permiso para la
impresión del libro en Roma, reservándose la revisión de las pruebas para
cerciorarse de las correcciones.

Galileo regresó a Florencia para hacer los cambios. Sin embargo, las
comunicaciones con Roma quedaron interrumpidas por la peste. Galileo
decidió entonces publicar el Diálogo en Florencia y pidió que se confiara la
revisión al Inquisidor de Florencia. Por su parte, Riccardi veía que le sería
difícil controlar el texto final y pugnaba porque se mantuvieran los acuerdos
pactados. Durante más de un año se produjo un intenso intercambio epistolar
en el que terminó interveniendo la diplomacia toscana en Roma. Al final se
7 Paulo V había fallecido en 1621. Le sucedió Gregorio XV, quien tuvo un pontificado muy breve.
llegó a un acuerdo: el Diálogo sería revisado en Florencia, pero el texto
revisado de la introducción se enviaría desde Roma.

En el verano de 1631 se recibieron las últimas correcciones y fue posible


iniciar la impresión del Diálogo que se completó en Enero 21 de 1632. Los
ejemplares destinados a Roma hubieron de esperar a causa de la cuarentena y
llegaron hasta mayo.

El Papa ordenó que se detuviera la impresión y distribución del Diálogo, ya


que aunque prólogo y epílogo habían sido incluídos, estaban redactados en un
estilo tal que parecían una burla para los defensores del sistema de Ptolomeo
y aparecían con una fuente o tipo de letra diferente al del texto del libro, de
manera que no parecían ser parte de la obra. Sin embargo, era ya demasiado
tarde para la suspención, pues el Diálogo se había distribuido desde finales
de febrero. Ordenó entonces el Papa que una comisión de teólogos revisara
el libro, y los teólogos opinaron que Galileo había desobedecido los
mandatos recibidos en 1616.

En Octubre 1 Galileo recibió, a través del Inquisidor de Florencia, la orden de


presentarse en Roma ante el Santo Oficio y llegó a esa ciudad en Febrero 13
de 1633.

Las interpretaciones del proceso son muy discordantes por lo que se refiere a
la actuación y motivaciones de los distintos protagonistas y a su valor
jurídico y doctrinal. A pesar de ello, hay varios hechos indiscutibles:

• El primero es tal vez el más sorprendente: en todo el proceso no se


volvió a plantear la cuestión de la validez o falsedad del sistema
copernicano, ni de las pruebas presentadas por Galileo en su Diálogo.

• Al inicio, se tomaron en consideración únicamente los detalles


referentes a la publicación del Diálogo, acusándo al autor de no
haber respetado las condiciones pactadas al solicitar el imprimatur.

• Después, la principal acusación fue que, al publicar el Diálogo, Galileo


contravino el mandato de no enseñar ni defender la doctrina de un
sol estático en el centro del universo y del movimiento de la Tierra.
Además, había ocultado la existencia de este precepto cuando pidió
permiso para publicar su Diálogo, por lo que era sospechoso de haber
actuado con dolo.

El comisario del Santo Oficio, Vincenzo Maculano, quizo dar una salida a la
posición de Galileo, por lo que obtuvo un encuentro extrajudicial con él para
sugerirle una solución que el acusado puso en práctica: solicitó un ejemplar
del Diálogo, y pocos días después presentó un memorial en el que reconocía
haberse excedido en la defensa del sistema copernicano. Confesaba su error,
insistiendo en que no había sido esa su intención. Vincenzo Maculano quedó
satisfecho, pues como escribió al cardenal Francesco Barberini, eso
permitiría concluir rápidamente el caso con una condena benigna.

Pero Urbano VIII, quien había manifestado desde el verano anterior su


irritación ante lo que consideraba un abuso de confianza por parte de Galileo
y sus amigos romanos (en especial Ciampoli y Riccardi), quiso que el caso
fuera ejemplar. En Junio 16, durante la reunión del Santo Oficio, determinó
la sentencia: Galileo sería condenado a prisión al arbitrio de la Congregación,
y el Diálogo prohibido. En Junio 21 se llevó al cabo el interrogatorio final
super intentionem. Al siguiente día Galileo fue conducido para recibir la
sentencia, y abjurar de sus opiniones.

La sentencia inicia con los nombres de los 10 cardenales de la Inquisición, y


acaba con las firmas de 7 de ellos. El Papa, junto con la Sagrada
Congregación, decidió que se condenase a Galileo y que abjurase de su
opinión. No obstante, en el texto de la sentencia no aparece en ningún
momento citado el Papa; por tanto, ese documento no puede ser
considerado como un acto de magisterio pontificio, y menos aún como un
acto de magisterio infalible ni definitivo.

Hay que decir que en el texto de la abjuración se lee “maldigo y detesto los
mencionados errores y herejías”, pero no se trata de una doctrina definida
como herejía por el magisterio de la Iglesia: en el texto de la abjuración se
dice, como así es, que esa doctrina fue declarada contraria a la Sagrada
Escritura, pero como ya se aclaró antes, esta declaración se hizo citando un
decreto de la Congregación del Índice, que no constituyó un acto de
magisterio infalible ni definitivo.
Tenemos pues, que nuevamente no hay un documento en el que la Iglesia
apruebe o condene ninguno de los modelos astronómicos.

Bula Speculatores Domus Israel


El Papa Alejandro VII publicó su Index Librorum Prohibitorum Alexandri
VII Pontificis Maximi jussu editus que presentaba de nuevo el contenido del
Índice de Libros Prohibidos. Lo precedió con la bula Speculatores Domus
Israel, explicando “para que se conozca toda la historia de cada caso”.
“Con este fin —afirmó el Pontífice—, hemos hecho que se agreguen a este
Índice general los Índices Tridentino y Clementino, y también todos los
decretos relevantes hasta el momento, que se han emitido desde el Índice de
nuestro predecesor Clemente, que nada provechoso para los fieles
interesados en tales asuntos parezca omitido”.

Entre los decretos incluídos estaban los decretos anteriores que colocaban en
el Index diversas obras heliocéntricas, así como muchos otros que incluían en
la lista, libros sobre muy diversos temas.

La bula Speculatores Domus es un documento con la aprobación del Papa in


forma specifica, uno de los vehículos pontificales más altos. Por ello es
importante hacer la distinción: ¿se trata de un documento doctrinal o de
uno disciplinario? En caso de que fuese doctrinal, ¿cuál sería la doctrina
que enseña? Tenemos que reconocer que ninguna: no se encuentra en ella
alguna enseñanza doctrinal. Se trata pues de un documento disciplinario
que no forma parte del magisterio de la Santa Iglesia.

Ciertamente una lista de obras sobre muy diversos temas y prohibidas por
muy distintas causas solamente constituye un documento disciplinario.

Hay quienes agregan, para darle más peso a esta bula, que Pío IX en su
declaración dogmática de la Inmaculada Concepción menciona a
Alejandro VII diciendo de él, “quien autoritativa y decisivamente declaró el
pensamiento de la Iglesia.” Quienes esto hacen, se engañan y engañan a
quienes cándidamente los leen sin corroborar las fuentes. Hay que considerar
que el Papa Alejandro VII promulgó en Diciembre 8 de 1661 la constitución
Sollicitudo Omnium Ecclesiarum, decreto con el que refrendaba en la Iglesia
Católica la creencia de la concepción sin mancha de María Santísima,
aunque sin afirmar la definición dogmática. Es a este Breve Pontificio a lo
que Pío IX se refería. Esto queda del todo claro cuando se lee la Ineffabilis
Deus:

«Pues nuestros mismos predecesores juzgaron que era su deber defender y


propugnar con todo celo, como verdadero Objeto del culto, la festividad de
la Concepción de la santísima Virgen, y concepción en el primer instante. De
ahí las palabras de Alejandro VII, nuestro predecesor, quien autoritativa y
decisivamente declaró el pensamiento de la Iglesia, diciendo: “Antigua por
cierto es la piedad de los fieles cristianos para con la santísima Madre Virgen
María, que sienten que su alma, en el primer instante de su creación e
infusión en el cuerpo, fue preservada inmune de la mancha del pecado
original.”»

No queda duda de que Pío IX elogia a Alejandro VII por su constitución


Sollicitudo Omnium Ecclesiarum y no por la publicación de una lista de obras
prohibidas.

Así pues, nuevamente tenemos que no hay una aprobación ni condenación de


la Iglesia para ninguno de los dos modelos astronómicos…

En todo esto, quizá debamos ver una intervención directa de la Divina


Providencia. Porque, de haber condenado al heliocentrismo en el siglo
XVII, la Iglesia se habría equivocado en los siglos XVIII y siguientes al
excluir del Index los libros copernicanos y permitir que se publicasen obras
que exponían el sistema heliocéntrico. Sin embargo, sabemos que la Iglesia
es inerrante y por lo tanto no erró ni en el siglo XVII, ni en el siglo
XVIII, ni erró jamás ni errará nunca.

Como corolario, debemos reconocer que ni defensores ni opositores de algún


modelo astronómico deben mezclar la doctrina en estas controversias
científicas y no exegéticas. Serario, Caccini, Grassi, Galileo y otros erraron
al no limitar la discusión al campo correspondiente. No hagamos nosotros
otro tanto.

También podría gustarte