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TAXONOMIA MÍTICA:
UNA NUEVA FORMA DE ENCARAR LOS RELATOS
En este trabajo, la autora presenta una clasificación de los mitos en ocho categorías según el
tema al que hagan referencia, la cual favorece el ordenamiento de las narraciones míticas.
ABSTRACT
In this paper, the author presents a division of myths into eight categories, depending on he
topic they deal with. This classification is useful for organizing mythic narrations.
G. Dumezil
1. Mitos cosmogónicos
Los mitos cosmogónicos son aquellos que narran el origen del universo, el origen del
cosmos, el origen del mundo. En la primera parte del Popol Vuh, por ejemplo, los maya-qui-
ché difundieron una historia cosmogónica, en la cual impera el silencio de la inmensidad:
Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil,
callado, y vacía la extensión del cielo (Popol Vuh 1979: 25).
Sólo el Creador, el Formador, Tepeu Gucumatz, los progenitores, estaban en el agua rodeados
de claridad (Popol Vuh 1979: 25).
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Luego la tierra fue creada por ellos. Así fue en verdad como se hizo la creación de la tierra: —
¡Tierra!, dijeron, y al instante fue hecha.
Como la neblina, como la nube y como una polvareda fue la creación, cuando surgieron del
agua las montañas; y al instante crecieron las montañas (Popol Vuh 1979: 26).
donde se ubica el medio día y luego se oscurecía todo en derredor. Habiendo imperado las ti-
nieblas, la gente fue devorada y, a partir de lo acontecido, hubo una práctica coloquial común.
Consistía en saludar con la cláusula: “que no caiga usted”, pues el que caía, lo hacía para siem-
pre. Este sol duró 364 años, bajo la tutela de Quetzalcóatl. En relación con las implicaciones
simbólicas del tigre o jaguar en mención, podemos afirmar que es el animal devorador por an-
tonomasia: se comía el sol durante un eclipse total o parcial. Era un demonio de la oscuridad
y las manchas de su piel son las estrellas del cielo. De ahí su ligamen con la ausencia de luz
de la dimensión telúrica (el inframundo, el estrato ctónico).
Al tercer sol, bajo el signo “cuatro quiauhuit” (cuatro-lluvia) se le advoca Quiauhto-
natiuh (sol de lluvia). En tal lapso, llovió fuego y todo ardió en el acto. Además, se precipita-
ron piedras, las cuales son las que vemos actualmente; entre ellas puede citarse el tezontle, una
roca liviana llena de agujeros. El fuego posee un carácter detersivo innato: destructor, purifi-
cador y generador. Por otro lado, los hombres de este período fueron convertidos en pájaros,
mariposas y perros, animales que por lo general se asocian con el fuego celeste y terrenal. Es-
te sol tuvo una duración de 312 años, bajo la rectoría de Tláloc.
El cuarto sol, bajo el signo “cuatro ehécatl” (cuatro-ciento) fue Ehecatonatiuh (sol de
viento). Todo fue arrasado por el viento y la gente se transformó en monos, esparcidos por el
bosque. El viento implica no sólo lo celeste sino también el hálito fecundador; no obstante,
sus calidades destructivas son inherentes. Este ciclo duró 676 años y fue dedicado a Chalchi-
huitlicue, esposa de Tláloc.
El quinto y último sol es el “actual”, pues el mito azteca así lo configuró. Se ubica ba-
jo el signo “cuatro-ollin” (cuatro-movimiento), pues se movió “caminando”. Según los mayo-
res, habrá terremotos y hambre por doquier, por lo que hemos de perecer. Este período tuvo
origen en el año 726 de la edad cristiana y su fin se esperaría para el año 2195.
Los bribris, por su parte, son poseedores de un curioso relato cosmogónico: la tierra
era pura roca, piedra desnuda, carente de vida; entre tanto, Pikiru, el Gran Murciélago, se in-
ternó en el inframundo y allí se encontró con Iriria, la Niña Tierra, quien estaba dormida y sin
nacer; no obstante, le hacía compañía la Gran Abuela. Pikiru voló hacia el exterior y, de sus
deyecciones, las rocas comenzaron a cubrirse y rodearse de musgo, hierba, incluso árboles. Si-
bú, el Hacedor, estaba estupefacto ante los acontecimientos e inquirió directamente al Gran
Murciélago sobre su medio de alimentación. Pese a sus primeras negativas, Pikiru al final con-
fesó que había una niña, quien duerme bajo las rocas, a la cual le extrae sangre de sus dedos.
Sibú ordenó la presencia inmediata de Iriria, la Niña Tierra. Nadie pudo con la tarea, ni el Gran
Murciélago, ni el Dueño del Puercoespín, ni la Dueña del Tigre. No pudieron romper la roca
y, con ello, traerla al mundo exterior. Aún Kerma, el Trueno, mediante grandes retumbos, no
logró sacar a la Niña Tierra, quien pesaba demasiado. Sólo fue posible llevar a cabo la misión
con el concurso de la Gran Abuela: tras un fortísimo estruendo, subió a la Niña Tierra en bra-
zos y la colocó en el suelo. Sibú convocó a una fiesta de danza y de música. La Gran Abuela
estaba presta para recibir a la Niña Iriria, con tan mala fortuna que, untada de manteca de ca-
cao, resbaló y recibió un golpe mortal. La Gran Abuela lloró desconsoladamente y de sus lá-
grimas surgieron los tigres, las águilas, los ríos, los lagos, el cacao, la avispa, el mosquito y la
hormiga negra. Entre tanto, los danzantes pasaban por encima del cuerpo inerte de Iriria, has-
ta convertirla en polvo, del cual surgió el maíz, la yuca, la palma y los árboles frutales.
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2. Mitos cosmológicos
Estos mitos cuentan el origen del cosmos, pero ese saber es elitista y sectario. En otras
palabras, es un mito cosmogónico que sólo se maneja en un nivel de grupo cerrado, no está al
alcance de la colectividad. Buen ejemplo de estas historias es el relato de los órficos, una co-
fradía mistérica griega de la Antigüedad. Orfeo sería el iniciador de los misterios que llevan
su nombre. Empero, su génesis cultual está ligada intrínsecamente con los rituales dionisía-
cos: contábase que había sido descuartizado por unas furibundas ménades, partícipes de las
bacanales, quienes lo habían confundido con el macho cabrío del sacrificio. Situación similar
atravesó el célebre Penteo, motivo central de la tragedia Las Bacantes de Eurípides. Antes del
mortal desconcierto, Orfeo se había casado con Eurídice. Todo transcurría apaciblemente has-
ta que encuentra la muerte, al ser mordida por una serpiente venenosa. Orfeo, músico subli-
me, no soportó el dolor de la pérdida y decidió descender él mismo al Hades, en procura de
su mujer. Astutamente, duerme al can Cerbero con las dulces notas de su lira y así se encuen-
tra cara a cara con el temible Hades, rector del inframundo. Luego de una larga discusión, el
rey de los muertos accede a que Orfeo se lleve a Eurídice al mundo de los vivos, pero le im-
pone una condición: la fémina iría siguiendo a Orfeo y éste por ningún motivo debía mirar ha-
cia atrás. Así se acordó y pronto emprendieron el trayecto a casa. Sin embargo, la duda carco-
mía a Orfeo, quien dudaba de la palabra de Hades: ¿vendría Eurídice detrás de él o habría si-
do objeto de la más infame de las burlas? Traicionándose a sí mismo, giró su cabeza de inme-
diato, sólo para contemplar cómo su amada era devuelta a la zona de los muertos por una fuer-
za poderosa e invisible. Lo sustancial aquí es cómo Orfeo logra penetrar a un mundo vedado,
tabuado por la ley de la vida y logra salir de allí sin tacha física alguna, no obstante, con el
irreparable dolor de la doble pérdida de su esposa Eurídice. Obviamente, la idea de la trans-
migración de las almas era base del culto órfico.
Toda clase de arcanos rodean el pensamiento de este grupo mistérico, hasta su famo-
sa contraseña: “macho cabrío, caí en la leche”. La fórmula no invita a suponer un baño ritual
de leche para la purificación del mystes; más bien, sugiere que el iniciado, macho cabrío mís-
tico, identificado con la víctima y con el dios del misterio, ha encontrado la felicidad, la ga-
rantía de la salvación eterna.
Según los órficos, el principio de todas las cosas era Cronos, junto con el cual existía
desde siempre la ley fatal de la necesidad (Adrasteia). De Cronos nacieron Eter, Caos y Erebos.
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Cronos formó en el Eter un huevo brillante como la plata y de éste nació Phanes (el que bri-
lla), el Protógonos de los dioses. De Phanes procede su hija, la Noche, y de la unión entre am-
bos surgen la Tierra (Gaia) y el Cielo (Ouranos). Del ayuntamiento de estos dos últimos na-
cieron la siempre mortífera Equidna y las Moiras (Cloto, Láquesis y Atropos). Por tanto, Pha-
nes es considerado el hacedor del universo y, además, era andrógino, es decir, contenía los dos
opuestos genéricos. Otras versiones indican que hubo un huevo primitivo, se partió en dos mi-
tades, de las cuales emergen el Cielo y Tierra.
Una tradición órfica aislada señala que en un principio existía un caos formado con
base en el agua y el fango (hyle: materia). Esta mixtura se endureció para constituir la tierra.
De ahí, brotó un dios serpiente con alas y con tres cabezas: de dios, de toro y de león. Su nom-
bre era Cronos, quien existía junto con la necesidad (Ananké), la cual domina sobre todo el
cosmos. Cronos engendró de sí mismo al Eter, al Caos, al Erebos y a un huevo, del cual na-
ció el Protógonos, quien tenía cabeza de toro, rematada por una serpiente con alas de oro.
Aflora Zeus, el ordenador de todas las cosas, Pan y un globo de cristal, que, al escindirse en
dos mitades, genera el cielo y la tierra.
De lo anterior, podemos inferir lo siguiente: los órficos poseían la firme convicción
de que hubo un Protógonos o primigenio entre los dioses, llamado Phanes, creador de todo lo
existente y de la estirpe de Cronos. Por otra parte, hubo un huevo, o en su defecto un globo
de cristal, que al separarse da origen a la esfera celeste y al dominio terráqueo. El huevo está
ligado con la génesis del universo, pues es semilla de la multiplicidad de los gérmenes. Sus
rasgos sexuales se visualizan en el amarillo (humedad femenina) y en el blanco (el esperma
masculino); en términos cosmobiológicos, la tierra es generalmente femenina y el cielo es ge-
neralmente masculino. Encierra la fecundidad en sí misma y, por ende, la capacidad de en-
gendrar el universo entero.
Grecia dio a luz una élite mistérica muy singular, jefeada por Pitágoras de Samos (na-
cido probablemente en el 580 a.C.), cuyo eje de pensamiento era el orden cósmico impuesto
por el número y sus infinitas combinaciones. Se atribuye a Pitágoras la introducción del nom-
bre “filósofo”, mas su sentido primario de “amar a la sabiduría” adquirió un valor religioso,
pues es considerado el medio y el camino adecuados para la purificación espiritual y para la
salvación del alma (metempsícosis). De esta manera, los pitagóricos comparten con los órfi-
cos las ideas del alma y de una especie de pecado original, el cual debe ser expiado en la cár-
cel corpórea, al pasar de un cuerpo a otro en una serie de vidas (transmigración de las almas).
Una vez que logre la purificación, el individuo es liberado del ciclo de los nacimientos. Se-
gún los órficos, tal redención se cumple a través de la iniciación religiosa y de la participa-
ción en los ritos sagrados. Para los pitagóricos, aquella se obtendría mediante el culto del sa-
ber. Dicho basamento se ve reflejado en un fragmento de Píndaro:
Pero aquellos que han pagado la expiación del antiguo pecado a Perséfone, ella envía su alma
después de nueve años a la suprema luz del sol, para vivir como reyes ilustres, hombres de po-
tente fuerza y superiores en sabiduría, y luego son llamados, por los hombres, para siempre,
santos héroes (Píndaro, fragmento 133).
Así, la vida dedicada a la sabiduría es la vía de retorno del alma al estado divino (san-
tos héroes), como se aprecia en estas citas extraídas de Platón:
Son sacerdotes y sacerdotisas que se han aplicado a dar razón de lo que concierne a su minis-
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terio. Es Píndaro y otros poetas; entiendo los verdaderamente divinos. Y es eso lo que dicen;
examina si te parece justo.
Dicen que el alma humana es inmortal, y que tan pronto abandona la vida -lo que llaman mo-
rir-, muy luego a la vida vuelve sin que nunca se destruya; y, por tanto, conviene vivir lo más
piadosamente que se pueda, porque las almas de aquellos que han pagado a Perséfone la deu-
da de sus antiguas faltas, son devueltas a la luz del sol, al cabo de nueve años. De estas almas
se forman los reyes ilustres, los hombres poderosos por su fuerza o grandes por su saber, hon-
rados luego como héroes intachables entre los mortales.
Así, el alma, inmortal y renaciendo muchas veces, habiendo contemplado todas las cosas, sobre
la tierra y en la morada de Hades, nada hay que no haya aprendido (Platón, Menón: 81 ab).
La verdad es en realidad purificación de toda pasión; (...) y los que han establecido las inicia-
ciones no son hombres despreciables, sino genios que desde hace tiempo nos han hecho com-
prender que quien sin purificación y sin iniciación en los misterios llegare a la morada de Ha-
des yacerá en el lodo; mas quien vaya purificado e iniciado morará con los dioses. Porque di-
cen los que presiden las iniciaciones- son muchos los que llevan el tirso, mas pocos los inspi-
rados (Platón, Fedón: 69 d).
Pero los que parecen haber vivido mejor a causa de la santidad de su vida, son lo que se ven
liberados y separados de estos lugares de la tierra como de prisiones, y llegan allá arriba a la
morada pura, y son colocados allí como habitantes. De éstos, los que han sido suficientemen-
te purificados por la filosofía viven por toda la eternidad separados de sus cuerpos y llegan a
moradas más bellas todavía (Platón, Fedón: 114 c).
Entonces es cuando el alma está frente a la prueba y combate supremos. Las almas llamadas
inmortales, cuando han subido a lo más encumbrado de los cielos, se elevan sobre la convexi-
dad de la bóveda celeste, y las arrastra su movimiento circular mientras contemplan las reali-
dades que están fuera del cielo (Platón, Fedro: 247 d).
Desde esta perspectiva, los purificados por la filosofía son liberados de la cárcel cor-
pórea y vuelven a vivir el tiempo futuro en las regiones celestiales.
Habiendo tomado los principios de Anaximandro (ápeiron) y Anaxímenes (pneuma),
Pitágoras postula que la realidad primordial es el pneuma ilimitado, el vacío (kenón) o el es-
pacio. Dentro del pneuma ilimitado, agitado por el movimiento eterno, se formó un cosmos
esférico, limitado, lleno y compacto. Este cosmos es el uno, la mónada, lo Impar, y constitu-
ye el principio de la unidad. Era una esfera viviente, dotada de respiración. Al hacerlo, en
tiempos inmemoriales, inhaló el pneuma ilimitado y el vacío, los cuales penetraron en el inte-
rior y disgregaron su unidad. De esta manera, se origina la pluralidad numérica de las cosas,
cada una de ellas es igual a una unidad o a un número.
La naturaleza estaba hecha a imagen de los números, los primeros en la naturaleza,
constitutivos de todos los seres, de ahí que el universo entero es armonía y número. Los pita-
góricos habían notado, en lo numérico, las determinaciones y las proporciones de las armonías,
producto del descubrimiento personal del gran maestro, a partir de los acordes musicales de
octava, de quinta y de cuarta: la correspondencia entre cada nota y la longitud de la cuerda vi-
brante, por lo que las variedades de los sonidos se hacían geométricamente mensurables (“mú-
sica de las esferas”). Varrón atribuía el hallazgo a la observación de los intervalos armónicos
en los sonidos de los martillos de un forjador sobre el yunque y, luego, hallóse que concernían
a la diferencia de peso entre los martillos. El concepto de armonía musical se encuentra, por
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Los hombres ignoran que lo divergente está de acuerdo consigo mismo. Es una armonía de ten-
siones opuestas, como la del arco y la lira (Heráclito, fragmento 51).
El sitial de honor del reino de los números puede ser apreciado incluso en la China
milenaria, donde toda la clave de la armonía macro-microcósmica, de la conformidad del im-
perio con las leyes celestes, de la noción de los ritmos cósmicos están en relación directa con
la ciencia numérica. De ahí, su alianza con la música y la arquitectura. Beocio, ya en Roma,
aseguraba que el conocimiento supremo pasaba por los números y Nicolás de Cusa, en el Me-
dioevo, opinaba que el número era el mejor vehículo para acercarse a las verdades divinas: to-
do está dispuesto según su exacto designio.
Para algunas culturas, como la peul (pueblo africano de origen beréber, establecido en
Guinea y Malí), no conviene utilizarlos con propósitos erróneos, pues los números encierran
una fuerza desconocida: es el resultado de la palabra y del signo, más esencial y más miste-
rioso que sus componentes. Así, no se debe revelar la edad, la cantidad de hijos, mujeres, bue-
yes y demás posesiones, ya que al ser enunciados —sea un nombre o un número— desplazan
las fuerzas invisibles, pero presentes, como arroyos subterráneos. Si, desde esta óptica, la pa-
labra es la explicación del signo, el número es efectivamente la raíz críptica.
La periodicidad residente en unidades numerables de los ciclos cósmicos pudo haber
sugerido la idea de que los números no son meros auxiliares del orden introducidos por el
hombre, sino cualidades primarias del universo, huellas absolutas de poderes sobrehumanos
y, por ende, sacros símbolos de la deidad. Novalis (1993: 327), poeta alemán, experimentó tal
poder mágico-numérico por medio de su incursión en la mística:
Es muy probable que en la naturaleza exista una maravillosa mística de los números; también
en la historia. ¿Acaso todo lo importante no es simetría y relación? ¿No puede Dios revelarse
en la matemática como en cualquier otra ciencia? (En Biederman: 327).
Según el criterio pitagórico, sin el número todas las entidades serían ilimitadas, incier-
tas y oscuras, pues la naturaleza numérica es ley, guía y maestra de cada cosa dudosa e igno-
ta. Nótese que se le están confiriendo, al número, categorías cosmificadoras y cosmogónicas,
sea ordenadoras. De los diez primeros dígitos ordinales, tres tienen una relevancia capital: el
uno, el tres y el diez. La mónada o el uno es el principio de todo; sin embargo, el todo y todas
las cosas están determinados en tres dimensiones: el principio, el medio y el fin (trinidad o
tríada). El número completo es el diez, la suma de los cuatro primeros (1 + 2 + 3 + 4: tetrac-
tis o número cuaternario). La eficacia y la esencia del número, en la Década, son grandes, per-
fectas, omnipotentes y divinas. Puesto que la Década albergaría el estado de perfección, en las
vidas celeste y humana, los pitagóricos afirmaban que son diez los cuerpos del cielo en movi-
miento: nueve son visibles y uno invisible —la antitierra—, el cual completa la suma exacta
(ver Aristóteles, Metafísica: I, 5, 985).
Por otro lado, las sectas, como la Masonería, comprenden una visión cosmológica, a
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pesar de la constante negación de un vínculo mítico-religioso por parte de sus adeptos. Por
ejemplo, la iniciación hermético-alquímica está presente por igual en los tres grados masóni-
cos de aprendiz, compañero y maestro, los cuales reproducen las tres etapas de la “Gran
Obra”, las que incluyen una muerte, un renacimiento y una resurrección. Las leyes herméticas
de las correspondencias y analogías entre el macro y el microcosmos están resumidas y sinte-
tizadas en el esquema general del templo o Logia masónica, verdadera imagen simbólica del
mundo. La aritmética es sagrada en la simbólica de los números en su vertiente cosmológica
y metafísica. Aquí se observa, con mayor claridad, el influjo del pitagorismo en la Masonería.
Ambas tradiciones ponen el acento en el sentido cualitativo de los números, de por sí vincu-
lado estrechamente con en el simbolismo geométrico, el que, a su vez, está relacionado con la
construcción del templo exterior y del templo interior. Contábase que, en el frontón de la Aca-
demia de Atenas, Platón hizo grabar una inscripción que rezaba: “Nadie entre aquí que no se-
pa geometría” (“Meedeis areoometreetos eisitoo moy teen stegeen”), claúsula atribuida a los
pitagóricos que bien podría estar escrita en el pórtico de una Logia.
El legado de la cosmogonía grecorromana unida a la espiritualidad cristiana, dio co-
mo resultado la creación de la catedral gótica, edificada por los gremios de constructores. Una
catedral, o un monasterio, es un compendio de sabiduría; en ella, grabada en piedra, se plas-
man los diferentes episodios bíblicos que conforman la historia de la tradición judeocristiana.
Allí aparecen los diversos reinos de la naturaleza —según su criterio, eran el mineral, el ve-
getal, el animal y el humano— lo mismo que las jerarquías angélicas que circundan en el li-
bro de imágenes y símbolos herméticos reveladores de la estructuras sutil y espiritual del cos-
mos. Ahora bien, el nexo de esto con la masonería se remonta a su génesis: el grupo de alba-
ñiles que levantaron la catedral de Edimburgo durante los siglos XIV y XV. De ahí que la sec-
ta en cuestión conciba el cosmos como una obra arquitectónica y a la divinidad como un Ar-
tesano o Gran Arquitecto del Universo, también llamado Espíritu de la Construcción Univer-
sal.
Así las cosas, el mundo fue creado a hechura de un templo/catedral, resumen del macro-
cosmos y que es también la imagen del microcosmos (mundo y hombre). Todo allí se halla orde-
nado, amén de la cohesión que realiza el eje del mundo (axis mundi), que concatena las tres re-
giones cósmicas: cielo, tierra e infierno. El techo (cabeza) es el cielo, las columnas, las paredes y
el piso (tronco) son la tierra y, por último, las bases (pies) son el inframundo, la zona ctónica.
De acuerdo con los registros ancestrales, los orígenes de la fraternidad masónica da-
tan desde la construcción del Templo de Salomón, como lo estipula la Biblia: 60 codos de lar-
go, 20 de ancho y 30 de altura (cada codo mediría en la actualidad 42 centímetros aproxima-
damente). El pórtico delante del templo tenía 20 codos de longitud —en el sentido de anchu-
ra del templo— y 10 codos de anchura —en el sentido de longitud del mismo (1 Re 6,3). El
santuario fue diseñado para situar en él el arca de la alianza. El interior del santuario, de for-
ma cúbica, poseía 20 codos de longitud, 20 codos de anchura y 20 codos de altura (1 Re 6,20).
Allí, dos querubines de madera de acebuche medían 10 codos de altura y sus alas medían ca-
da una 5 codos. La altura de cada querubín era igualmente de 10 codos y ellos se hallaban ala
contra ala (1 Re 6,23).
En el Libro de los Reyes se pueden apreciar los prototipos de los grados de la Maso-
nería, desde el propio Rey Salomón, hasta Hiram (rey de Tiro, quien brindó los materiales, so-
bre todo madera de cedro), Adoniram y otros. Algunos grados del ritual escocés datan de los
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períodos antiguos, como la dispersión de los hebreos (Libro de los Números), la mitología del
antiguo Egipto, el lapso postdiluviano de los hijos de Noé. Conectados con el saber de los Mis-
terios de la Antigüedad, los masones compartían con ellos los ritos iniciáticos y la transmisión
de secretas enseñanzas, en primera instancia arcanos del arte de la construcción.
Generalmente, se ha aceptado la génesis de esta cofradía a partir de los gremios de al-
bañiles de la Edad Media. El término “libre” (“free”) en la palabra Fracmasonería indica que
ellos no estaban supeditados a un territorio en particular, sino que viajaban libremente a tra-
vés del país que fuere y, por ende, se les requería en cualquier parte para las edificaciones de
gran envergadura, en especial las grandes catedrales. Así, se nutrieron de los principios de la
geometría, de la aritmética y de la ingeniería, y el gremio de albañiles y arquitectos cultivó sus
enseñanzas de generación en generación, alrededor de la secta, cofradía, hermandad o Logia.
El período moderno de la Masonería data de la fundación de la Gran Logia el día de San Juan
en 1717, en Londres. Aglutinaba a todos los libres pensadores de Occidente. De aquí, el mo-
vimiento se expandió a otras naciones europeas y luego al territorio americano.
La Masonería en sí misma es un ideal de vida —dicen sus cofrades—, con base en el
amor a la humanidad mediante la iniciación y el orden cósmico generado por el Gran Arqui-
tecto. Su utopía es la búsqueda de un mundo mejor gracias a una sociedad fraternal. La Ma-
sonería alberga el viejo arquetipo de la lucha de los hijos de la luz contra los hijos de la oscu-
ridad, plasmada siglos atrás en los mismos textos de Qumram (rollos del Mar Muerto). La res-
puesta masona a la violencia sin sentido es el diálogo; la respuesta masona a la guerra es la
paz. Supónese inclusive que el lema libertad, igualdad y fraternidad y sus implicaciones en la
Revolución Francesa y, por añadidura, en la redacción de todas las constituciones republica-
nas ulteriores, fueron producto de la Masonería y del Gran Libro de la Arquitectura: libertad
es la condición básica del hombre (eje de toda sociedad), igualdad es el ideal ante los ojos de
la ley y fraternidad es la esencia para el mutuo entendimiento entre los hombres.
3. Mitos etiológicos
eternidad, el sueño de su amada. De ahí, la forma particular de ambos volcanes que llevan el
nombre de estos personajes.
Los bribis se refieren al origen del achiote mediante la historia de la rana de achiote
o Kchabuká. Según ellos, el color rojo sirve para oficios de purificación, para librarse del mal.
Sibú hizo a Kchabuká roja, pequeña, con patitas negras. Es tan antigua como la tierra, pues
existió desde el principio. La ranita vivía feliz bajo su árbol, cazando gusanos y otros anima-
les pequeños. Sucedió que Sibú no quería prestarle su bastón a la Mujer Mar, porque ella era
peligrosa. Sin embargo, accedió a dárselo, pero el bastón se transfiguró en serpiente y la mor-
dió mortalmente en la mano. La colocaron debajo de un túmulo para enterrarla. No obstante,
el estómago de la Mujer Mar crecía sin remedio, por lo que el túmulo se iba levantando. En-
tonces Sibú llamó a Kchabuká y le ordenó subir al túmulo y detener su crecimiento al colo-
carse en la cumbre. Allí se posó, pero la tierra seguía estremeciéndose. Pasaron varios días y
el hambre se apoderaba de la pequeña rana, mas al ver un gusano, fue tras él. Después, cuan-
do quiso retornar a su sitio, hubo un gran estallido y, con ello, un terrible terremoto. Se abrió
la tierra y brotó el Árbol Mar. Entre tanto, la rana fue expulsada de allí con gran fuerza. Sibú
se dio cuenta de que Kchabuká había abandonado su puesto para ir a comer. Así, el Hacedor
la colocó en un árbol como castigo; permaneció quieta como una bolita roja con espinas ne-
gras y suaves. El árbol en cuestión se convirtió, desde entonces, en el árbol de achiote y Kcha-
buká, la rana de achiote, es su fruto.
En Grecia está el Monte Sípilo y su génesis es como sigue. Níobe era una mujer muy
vanidosa e impía, ya que se burlaba de la diosa Leto, madre de Artemisa y Apolo, a causa de
su escasa fecundidad, pues la deidad sólo logró dar a luz a los gemelos arqueros, Artemisa y
Apolo, con mucha dificultad. Níobe, por su parte, se jactaba de su abundante fertilidad: había
parido siete hijos y siete hijas. Leto no soportó más las infames sátiras de la fatua mujer y ur-
dió un plan de venganza en su contra: sus hijos divinos asesinarían, con sus mortales saetas,
a los hijos de Níobe. Así lo hicieron, para desagraviar el honor mancillado de su madre. Las
flechas de Artemisa liquidaban a las mujeres y las de Apolo a los varones. Ante la contempla-
ción de tal horror, Níobe se retractaba, entre sollozos, por el ultraje cometido; sin embargo, su
llanto pudo más y se metamorfoseó en monte, en el Monte Sípilo, el monte que llora, pues en
él existe un ojo de agua, que vierte el líquido vital cual lágrimas de madre sufriente. Cabe des-
tacar que en todos los mitos etiológicos el volcán, el árbol o el monte no son “representación”
o “alegoría” de alguien o de algo, sino que son la cosa misma: Iztaccihuatl ES la mujer dor-
mida, Kchabuká ES el achiote, Níobe ES el Monte Sípilo. Obviamente este principio es apli-
cable a todos los mitos de igual condición.
4. Mitos teogónicos
Los mitos teogónicos reseñan el nacimiento de los dioses. Grecia ofrece singulares
ejemplos de este tipo de narración. En el período de los Titanes, al castrar Cronos a su padre
Uranos, aquél lanza los órganos genitales al océano, que, al combinarse con la esperma, la san-
gre y la espuma marina, da como resultado a la diosa Afrodita, quien es recibida en la playa
por las Horas.
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Por otra parte, el origen de Diónisos es muy particular. En la época de los Olímpicos,
Zeus visitaba, en calidad de amante, a la Semele, mujer mortal. Hera, esposa de Zeus, al en-
terarse de la infidelidad de su marido, se transforma en anciana y se dirige a la casa de Seme-
le, con el afán de sembrar la duda en ella, pues le cuenta que su amante no es sincero y que
oculta su verdadera identidad. La joven cae en el ardid y, cuando Zeus llega, Semele le exige
revelarse tal como es. El dios se niega, mas ante la insistencia de su amada, se manifiesta con
poderosos rayos, los cuales pulverizan a la mujer. Sin embargo, Zeus logra extraerle del seno
el fruto de sus amoríos, pero para completar su gestación, el padre de los dioses lo inserta en
su muslo hasta que llegue el tiempo del alumbramiento. Es así como Diónisos nace dos ve-
ces: del seno de Semele y del muslo de Zeus; la etimología de su nombre parece indicarlo así:
“nacido por dos puertas” (“nacido dos veces”).
Otro ejemplo es éste. Zeus mantenía relaciones amorosas con Metis. Gea y Uranos le
habían pronosticado que un hijo de ella sería capaz de destronarlo. Así las cosas, Zeus tomó
la decisión de engullir a Metis, quien estaba grávida. Pasaron los meses, al cabo de los cua-
les, le sobrevino una fortísima jaqueca a Zeus, quien le pidió a su hijo Hefesto que le partie-
ra la cabeza para ver el origen del dolor. El herrero de los dioses lo hizo, a la orilla del río Tri-
tón, según el mandato de su padre y de la herida brotó Atenea, profiriendo gritos de guerra.
De esta manera, del cerebro de Zeus, nace la diosa de la sabiduría, de la prudencia, de las ar-
tes marciales, del tejido y de los ardides.
5. Mitos androgónicos
Los mitos andrónicos se ocupan de contar cómo aconteció la creación del hombre.
Los maya-quichés afirmaban que hubo modelos anteriores e inservibles, hasta llegar al arque-
tipo perfecto. Primero, los Progenitores modelaron al hombre de barro (agua y tierra), pero
observaron que era demasiado blando, carecía de fuerza, estaba ciego y poseía otros defectos
más. Deshicieron su obra. Optaron por un hombre de madera, mas vieron que no tenía alma
ni entendimiento. Habiendo visto los fracasos precedentes, decidieron hacer al hombre con
base en el maíz (mazorcas amarillas y blancas); su perfección, su buena presencia, su color,
su sabiduría complacían a los Progenitores.
Una variante curiosa e interesante del hombre de maíz se encuentra en la cultura cack-
chiquel. Los primeros hombres se modelaron con base en la tierra, sin embargo, no poseían
carne, ni sangre, ni podían caminar. Había dos animales que sabían que el maíz se hallaba en
un lugar llamado Paxil: el coyote y el cuervo. Encontróse el preciado maíz en su excremento.
El creador mató al coyote, le abrió los intestinos y le extrajo el dichoso grano. Con la ayuda
de un colibrí se amasó, añadiéndole sangre de la serpiente de tapir. Así fue formada la carne
del hombre por parte del creador. Este mito se asocia con la generación del hombre bribri, pro-
ducto de la semilla del maíz y del excremento del Gran Murciélago Pikiru, quien se había ali-
mentado con la sangre de Iriria, la Niña Tierra. En Babilonia, Marduk modeló al hombre con
arcilla, hecha del cuerpo de Tiamat y la sangre del archidemonio Kingu.
Nótese que la materia prima se liga siempre a un elemento telúrico (tierra-maíz) y a
su contraparte acuático-celeste (agua-sangre-excremento). La cadena de medios acuáticos se
relaciona con lo celeste, en virtud de sus poderes germinativos y fecundadores, como lo es el
244 REVISTA DE FILOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA
6. Mitos soteriológicos
actual habría sido mitraista. Constituyeron el culto mistérico más firme en el ámbito occiden-
tal en el siglo III de nuestra era, mientras la propaganda cristiana llegaba a su culminación.
En Oriente, el budismo ostenta como su fundador a Siddhartha Gautama, llamado el
Buda, que en sánscrito (Buddha) significa “el que ha despertado”. Las cronologías de su na-
cimiento varían desde el 624 al 448 a. C. Su madre murió luego del alumbramiento, no sin ha-
berse visto favorecida con todas las premoniciones que le anunciaban el nacimiento de un ser
milagroso. Según las versiones docetas (doctrinas gnósticas) del nacimiento de Buda, su con-
cepción y su gestación fueron inmaculadas y su nacimiento virginal. Su cuerpo había eviden-
ciado todos los signos de un rey del mundo. A los 16 años se casó Siddhartha con dos prince-
sas y empezó a llevar una vida disipada en el palacio paterno. Pero al salir del lugar, en tres
ocasiones diferentes, conoció los tres males ineluctables que azotan a la humanidad: la vejez,
el sufrimiento y la muerte. En su cuarta salida de palacio, Buda intuye cuál es el remedio, al
contemplar la paz y la serenidad de un asceta que vive de limosnas. Cuando se despierta en
medio de la noche, los cuerpos fláccidos de sus concubinas dormidas le revelan una vez más
el carácter efímero del mundo. Abandona definitivamente la vivencia palaciega y se entrega a
la vida ascética, cambiando su nombre a Gautama. Después de haberse alejado de sus dos
maestros, que le habían enseñado respectivamente la filosofía y las técnicas del yoga, Buda
practica un régimen de mortificaciones muy severas en compañía de cinco discípulos. Mas,
habiendo comprendido la inutilidad de ese género de ascesis, acepta una ofrenda de arroz y la
come. Indignados por semejante prueba de debilidad, lo abandonan sus discípulos. Sentándo-
se bajo una higuera, decide no moverse de allí hasta no haber recibido el Despertar. Sufre el
asalto de Mara, que compagina en sí la Muerte y el Maligno. Al amanecer de ese mismo día,
vencida la tentación, se convierte en el “buddha” (el que ha despertado), conocedor de las
Cuatro Nobles Verdades, las cuales predica en Benarés a los discípulos que antes lo habían re-
pudiado. Contaba entonces con 35 años de edad.
Luego de este primer sermón, la comunidad de convertidos se multiplica espectacular-
mente con la adhesión de brahamanes, reyes y ascetas. A lo largo de su existencia, Buda enfren-
tó grandes querellas y sinsabores, entre ellos con su sobrino Devadatta, quien había intentado ma-
tarlo. Aparentemente, Buda murió a la edad de 80 años, como consecuencia de una indigestión.
El Buda hace derivar todo proceso cósmico de la ignorancia y toda salvación de la ce-
sación de la ignorancia:
a. La verdad del sufrimiento: Buda descubre que la solución del problema del sufrimien-
to comienza con el reconocimiento de que la vida es en sí misma un sufrimiento. Es-
ta es la primera de las Cuatro Nobles Verdades. Si la gente examina sus propias expe-
riencias observará que la vida está colmada de sufrimiento, que puede ser físico o
mental. Lo cierto es que el sufrimiento del nacimiento, de la vejez, de la enfermedad
y de la muerte es inevitable. Empero, cuando Buda afirmó lo inevitable del dolor, no
negaba con esto que existía la felicidad de una amistad, la felicidad en el seno fami-
liar y demás. Sin embargo, este tipo de formas no son duraderas, son efímeras, pero
la pérdida del vínculo afectivo con el ser querido genera dolor.
b. Causas del sufrimiento: las causas directas del sufrir son el deseo o anhelo y la igno-
rancia. Esta sería la Segunda Noble Verdad. El anhelo es un deseo profundo que to-
dos los seres vivientes tienen por los placeres de los sentidos y por la vida en sí. Cuan-
do se disfruta de una comida, buena compañía y música adecuada, experimentamos
un placer fútil, pues una vez concluida la consumación del placer, no hay satisfacción
plena. Por ello, nos gustaría gozar de los placeres una y otra vez, en una interminable
cadena de prácticas insulsas. La ignorancia, por su parte, es la inhabilidad de ver la
verdad de las cosas, la incapacidad de observar las cosas tal como son. Hay innume-
rables verdades sobre el mundo que la gente ignora a causa de la limitación en su en-
tendimiento. Una vez desarrolladas nuestras mentes y adquiridas la sabiduría, el pen-
samiento y la meditación, veremos la Verdad, entenderemos el sufrimiento y su per-
manencia en la existencia, la ley de causa y efecto y las Cuatro Nobles Verdades. Abo-
liendo el anhelo y la ignorancia, obtendremos felicidad y “despertar” (iluminación)
como lo hiciera el Buda hace alrededor de 2.500 años atrás.
c. El fin del sufrimiento: esta es la gran meta de los enseñanzas de Buda y para lograrla
hay que vencer el anhelo, la enfermedad y la ignorancia. Esta es la tercera de las Cua-
tro Nobles Verdades. Buda pensó que el fin del sufrimiento es la suprema felicidad, la
carencia de perturbación, paz absoluta (nirvana).
d. El principal camino para el fin del sufrimiento: señala una vía de ocho pasos que con-
duce a la extinción del dolor o al centro de la espiritualidad. Es una fórmula sencilla
de seguir para obtener la liberación:
Hay algo de noble y heroico en este viaje de Mahoma a Taif; un hombre solitario, desdeñado y re-
chazado por su propio pueblo, se dirige audazmente hacia adelante, en nombre de Dios, y llama a
la ciudad idólatra para que se arrepienta y apoye su misión. Esto derrama una poderosa luz en su
creencia acerca del origen divino de su llamado (Muir 1983: 109) (La traducción es nuestra).
Las enseñanzas de Mahoma, en forma de Corán, otorgan y trazan los principios y me-
canismos para la declaración de la paz y, así, eliminar la guerra y la hostilidad. Dice, por ejem-
plo, que si dos partes están en disputa, la paz debe ser hecha entre ellas y el diferendo debe
ser asentado amigablemente. El Sagrado Corán se constituye en la única solución para la ins-
tauración de la paz en el mundo. Como profeta dador de leyes, Mahoma fue mencionado ve-
ladamente en el Libro del Deuteronomio (18, 18). La más grande enseñanza está delante del
mundo: la aceptación de la unicidad de Dios y su regencia en el universo:
CHINCHILLA: Taxonomía mítica: una nueva forma... 249
¡En el nombre de Alá, el Compasivo, el Misericordioso! Alabado sea Alá, Señor del Universo,
el Compasivo, el Misericordioso, Dueño del día del Juicio, a ti sólo te servimos y a ti sólo im-
ploramos ayuda. Dirígenos por la vía recta, la vía de los que Tú has agraciado, no de los que
han incurrido en la ira, ni de los extraviados (Corán 1, 1-7).
Luego, salvaremos a Nuestros enviados y a los que hayan creído. Salvar a los creyentes es de-
ber Nuestro (10, 103).
Alá salvará a quienes Le hayan temido, librándoles del castigo: no sufrirán mal ni estarán tris-
tes (39, 61).
7. Mitos escatológicos
Estos mitos relatan el final de los tiempos, el momento postrero del mundo y la hu-
manidad. Implica el tránsito de los estadios (edades o eras): caos-paraíso terrenal-caos-resti-
tución del estado edénico. Pues, en algunos casos, no es un fin radical, sino que va seguido de
una humanidad nueva y de una reconstrucción. Empero, supónese generalmente la destrucción
del universo por medio de cataclismos de proporciones cósmicas: temblores, incendios, de-
rrumbamientos de montañas, epidemias devastadoras.
En la India, en los pralaya (relatos del fin del mundo), se desarrolló la doctrina de los
cuatro yugas, las cuatro edades del mundo. Lo esencial de esta teoría es la creación y destruc-
ción cíclicas y la creencia en la perfección en los comienzos. La unidad de medida más pe-
queña es el yuga, la “edad”. Un yuga va precedido y seguido por una aurora y un crepúsculo
que entrelazan las edades entre sí. Un ciclo completo o mahayuga, se compone de cuatro eda-
des de duración desigual, de las cuales la más larga aparece al principio del ciclo y la más cor-
ta al final. Así la primera “edad”, la krita-yuga, dura 4.000 años de aurora a crepúsculo; le si-
guen treta-yuga de 4.000 años, dvarapa-yuga de 2.000 años y kali-yuga de 2.000 años. Por
consiguiente, un mahayuga dura 12.000 años. Luego de las disminuciones progresivas de la
duración de cada nuevo yuga, corresponde, en el plano humano, una disminución de la dura-
ción de la vida, acompañada de un relajamiento de las costumbres y de una declinación de la
inteligencia. El paso de un yuga a otro se marca por el crepúsculo (decrecendo interior), lo
cual implica la reinserción a las tinieblas primordiales. El último yuga, en el que nos encon-
tramos actualmente, se llama “edad de las tinieblas” (kali-yuga). El ciclo concluye con una di-
solución: nacimiento-desgaste-destrucción. Cada “año” de los que venimos hablando es igual
a 360 años, por tanto el Mahayuga de 12.000 años corresponde a 4.320.000 años, como los
entendemos en la actualidad. El fin llegará cuando el horizonte se inflame, siete o doce soles
aparecerán en el cielo, se secarán los mares y se quemará la tierra. El fuego Samvartaka (fue-
go del incendio cósmico) destruirá el universo completo. Luego caerá una lluvia diluvial du-
rante doce años, la tierra quedará sumergida y la humanidad anulada. Sin embargo, para la In-
dia no hay un fin radical en el mundo, hay intervalos más o menos largos entre el aniquila-
miento de un universo y la aparición del otro.
250 REVISTA DE FILOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA
Vio revolcarse
En los espesos ríos
A los hombres, negros asesinos,
Y a los perjuros
Y a los que seducen
A la mujer del prójimo (Niedner 1986: 240).
El lobo Fenris, habiéndose escapado de sus ligaduras, devorará el sol y el otro lobo,
Moongarm, devorará la luna; esto producirá grandes daños; entonces las estrellas serán preci-
pitadas del cielo, la tierra será sacudida tan violentamente que los árboles serán arrancados de
raíz, los fundamentos de las montañas serán estremecidos y todas las cadenas saltarán en pe-
dazos. El mar se precipitará sobre la tierra a causa de la serpiente Midgard: habrá de retorcer-
se con rabia gigantesca y alcanzará la tierra. Sobre las aguas flotará el navío Nagifar, el barco
de los clavos, que está construido con los clavos de los hombres muertos. Por esto, según la
mitología nórdica, se debía tener cuidado en morir con un número par de clavos, de lo contra-
rio proporcionaría materiales para la construcción del barco en cuestión.
La mandíbula inferior del lobo Fenris llega hasta la tierra y la superior al cielo, el fuego
brota de sus ojos y de sus narices. La serpiente Midgard, colocada al lado de Fenris, vomita ríos
de veneno que invaden el aire y la aguas. En medio de tal devastación, los cielos se parten y los
hijos de Muspel cabalgan por la abertura sobre un rayo. Surt cabalga primero, delante y detrás
CHINCHILLA: Taxonomía mítica: una nueva forma... 251
de sí arde un fuego abrasador. Su espada es más brillante que el mismo sol. Bifrost (el arco iris)
se quiebra bajo sus pasos. Se dirigen hacia el campo de batalla (Vigrid), junto con el lobo Fen-
ris, la serpiente Midgard y Loke con todos los compañeros de Hel, Hrym y los gigantes del frío.
Heimdal se levanta y sopla con todas sus fuerzas el cuerno Gjallar para despertar a los
dioses, que se reúnen rápidamente. Odín cabalga hasta la fuente de Mimer y le pregunta có-
mo debe comenzar la acción guerrera. Los dioses y todos los einherjes de Vahal se dirigen al
campo de batalla encabezados por Odín, quien se coloca frente al lobo Fenris. Thor combate
con la serpiente Midgard, a quien logra matar, mas cae muerto, ahogado por los ríos de vene-
no que fluyen del cuerpo de la sierpe monstruosa. Frey se enfrenta con Surt. El lobo devora a
Odín, aunque Vidar trata de rescatarlo con la ayuda de unos zapatos especiales. Loke y Heim-
dal combaten y se matan entre ellos. Surt lanza fuego y llamas sobre el mundo, las más altas
jamás vistas.
El conflicto final es inevitable, incluso pese a que Odín muere en él, pues es el últi-
mo combate entre los que han gobernado y bendecido el cielo y la tierra y los eternos enemi-
gos, los poderes oscuros que existían antes de que el universo fuese creado. Impera una ley de
destructividad y corrupción: todas las cosas poseen una fuerza inherente que las lleva a la rui-
na, un germen de muerte. En la lucha, las fuerzas antagónicas combaten y se destruyen recí-
procamente. El Ragnarok es el desencadenamiento de todos los poderes del caos. El fuego, el
agua, las tinieblas y la muerte trabajan juntos para destruir el mundo. Empero, la tierra se re-
genera; en el incendio producido por Surt, una mujer llamada Lif (vida) y un hombre de nom-
bre Lifthraser se ocultarán en el bosque de Hodminer. El rocío les servirá de alimento y darán
vida a una raza numerosa. Habrá un día del juicio final, cuando los bondadosos y los perver-
sos serán separados. El dios regente, padre de todos, que existía desde antes del tiempo, en-
trará en su reino eterno.
En Irán, se creía que una conflagración universal (ekpyrosis) pondrá fin a toda la his-
toria y será el momento del juicio de esta. Los individuos habrán de responder por lo realiza-
do en “la historia” y sólo los que no sean culpables conocerán la beatitud y la eternidad. Para
los mazdeístas, el mundo fue creado por Dios en seis días y en el sétimo descansó. Su univer-
so tendrá una duración de seis eones, en los cuales el mal vencerá y triunfará en el mundo. Du-
rante el curso del sétimo milenio, el príncipe de los demonios será encadenado y la humani-
dad vivirá mil años de reposo y de justicia perfecta. Sin embargo, pasado el lapso indicado, el
demonio se escapará de sus cadenas y volverá a la guerra contra los justos. Al final será ven-
cido y en el octavo milenio el mundo será recreado para la eternidad.
8. Mitos heroicos
Los mitos heroicos cuentan las aventuras y las hazañas de un héroe, un ser mítico que
ha vencido incontables vicisitudes, entre las cuales se destacan la lucha contra monstruos, pa-
ra salvar al poblado o a la damisela en desgracia; la batalla contra las fuerzas de la oscuridad
que pretenden subyugar al género humano.
En Grecia, Teseo se destacó por haber vencido al Minotauro y así liberó a Atenas de
la tiranía cretense. Primeramente, Poseidón, dios rector de las aguas, le obsequió al rey de Cre-
ta a Minos, un hermoso toro blanco. El rey lo conserva con gran estima, ignorando que había
252 REVISTA DE FILOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA
surgido, en su esposa Pasífae, un antinatural deseo lascivo por el bovino. Sin mayor dilación,
Pasífae le ordenó a Dédalo, arquitecto prodigioso, idear un modo viable para que ella pudie-
se satisfacer sus enfermizos instintos carnales con el toro. Por lo tanto, Dédalo construyó una
vaca artificial de madera, la cual estaba hueca, con el objeto de que la reina se introdujera allí
y se ayuntara con el animal. Así lo hizo y de este contacto nacería una criatura híbrida: mitad
humana y mitad bovina. Se le llamó Minotauro y fue instalado en el célebre laberinto, palacio
de intrincados pasadizos, creación magistral de Dédalo. Empero, como el Minotauro se ali-
mentaba de carne humana, Minos exigió un tributo humano anual de siete doncella y siete
mancebos. Egeo, rey de Atenas, cumplía sin retardo alguno; no obstante, su hijo Teseo deci-
dió que ya era tiempo de imponerse y terminar de esta manera con la macabra tiranía creten-
se. Ofrecióse él mismo para ir entre el grupo de rehenes. Llegó a Creta, mas contempló la di-
ficultad de llevar a cabo su misión. Quien entraba al laberinto inexorablemente era alcanzado
por el Minotauro y, aún con la mejor de las suertes, no podía salir, pues el laberinto era un
rompecabezas de caminos entrelazados. No obstante, con la ayuda de la princesa Ariadna, hi-
ja de Minos y Pasífae, Teseo pudo realizar la ejecución del horrendo y repulsivo monstruo y
salir del laberinto. El ardid sugerido por la princesa fue la utilización de un simple ovillo de
lana: mientras ella lo sostenía en la salida, el héroe ateniense llevaba el hilo de lana amarrado
a su cintura. Esa fue su guía para salir del laberinto.
Perseo, por su parte, es un héroe de origen argivo, quien figura entre los antepasados
de Heracles (llamado Hércules entre los romanos). Acrisio, su abuelo materno, había consulta-
do el oráculo acerca de si tendría o no descendencia. La respuesta fue que el hijo de su hija Dá-
nae lo destronaría y sería el causante de su muerte. De ahí que Dánae fue instalada y encerra-
da en una torre, con el fin de no ser visitada jamás por ningún varón. Sin embargo, pese a to-
das las precauciones, Dánae dio a luz un hijo, concebido por la intervención de Zeus, en forma
de lluvia de oro. Acrisio se dio cuenta de la situación y optó por arrojar al mar a su hija y a su
nieto, encerrados en un cofre de madera. Los naúfragos fueron recogidos por Dictis, quien los
acogió en su hogar y se hizo cargo de la educación del niño. Pasados los años, el rey Polidec-
tes pretendía a Dánae, pero Perseo la cuidaba celosamente. El rey invitó a un banquete a sus
amigos, entre ellos al héroe. Todos habían convenido en que el mejor obsequio para el rey era
un caballo, mas Perseo respondió que, si era necesario, le traería la cabeza misma de Medusa,
una de las Gorgonas. Al día siguiente, todos los invitados llevaron el corcel ofrecido, sólo Per-
seo llegó con las manos vacías, oportunidad que aprovechó Polidectes: le ordenó traer la cabe-
za de Medusa so pena de perder a su madre, ya que él la tomaría por esposa a la fuerza.
En esta coyuntura, los dioses Hermes y Atenea acudieron en ayuda de Perseo y le pro-
porcionaron los medios adecuados para cumplir su imprudente promesa. Habiendo seguido el
consejo divino, el joven fue al encuentro de las hijas de Forcis (Enio, Pefredo y Dino), cono-
cidas como las Grayas, quienes tenían entre las tres un solo ojo y un solo diente. Apoderóse
Perseo del diente y del ojo y se negó a devolverlos mientras no le indicasen el camino hacia
la mansión de las Ninfas. Estas eran poseedoras de sandalias aladas, un zurrón llamado kibi-
sis y el casco de Hades, que tenía la facultad de volver invisible a quien lo ostentara. Las Nin-
fas le entregaron todos estos objetos y Hermes lo armó con una hoz de acero muy incisivo.
Perseo se dirigió entonces a la mansión de las Gorgonas, las cuales yacían dormidas. Medusa
era un horrible monstruo, cuyo cuello se hallaba protegido por escamas de dragón, tenía ca-
bellera de serpientes y colmillos como de jabalí. Sus manos eran de bronce y poseía alas de
CHINCHILLA: Taxonomía mítica: una nueva forma... 253
oro, con las cuales volaba. Además, su mirada era tan poderosa que transformaba en piedra a
cuantos veía. Por ello era imposible vencerla sin ayuda divina: Perseo se elevó por los aires
gracias a sus sandalias aladas y, mientras Atenea sostenía encima de Medusa un escudo de
bronce bruñido a modo de espejo, él decapitó a la Gorgona. Del cuello cercenado de Medusa
surgieron un caballo alado (Pegaso) y un gigante (Crisaor). El argivo héroe guardó la cabeza
en el zurrón y emprendió el viaje de regreso. Las dos hermanas de Medusa lo persiguieron,
pero gracias al casco de Hades, Perseo se volvió invisible.
En el camino, el héroe pasó por Etiopía, donde halló a Andrómeda, atada a una roca,
expiando unas palabras imprudentes que había proferido su madre Casiopea. Al ver a la her-
mosa joven en peligro, Perseo sintió súbito amor por ella y prometió a su padre Cefeo que la
liberaría si se la daba por esposa. El trato fue aceptado y Perseo, gracias a las armas mágicas
que poseía, pudo matar fácilmente al monstruo marino que iba a devorar a Andrómeda y con-
dujo a la doncella al lado de los suyos. Andrómeda tenía un tío, Fineo, quien quería casarse
con ella. Fineo, irritado por la proyectada boda entre ambos, urdió un plan en contra de la nue-
va pareja. Pero Perseo lo descubrió a tiempo y, al mostrarle la cabeza de Medusa, convirtió a
los detractores en estatuas de piedra.
Acompañado de su amada, llegaron de regreso a casa. Perseo se vengó de Polidectes,
transformándolo en estatua pétrea. Resuelto este asunto, se dirigieron a Argos, su auténtica pa-
tria. Acrisio, abuelo de Perseo, huyó del lugar, hacia el país de los pelasgos, para no dar opor-
tunidad al cumplimiento del oráculo. Sin embargo, el rey de los pelasgos había organizado
unos juegos y Perseo se presentó en calidad de participante. Acrisio se apersonó como simple
espectador. Al lanzar el disco, el héroe hiere en el pie, accidentalmente, a su abuelo, lo que le
causa la súbita muerte. De este modo el funesto oráculo se vio cumplido.
En la cultura moderna de la mass-media, Supermán es un redentor comercializado que
viene a llenar un vacío en el deseo colectivo de salvación. Supermán es un ser procedente de
otro planeta (Kriptón) y es invulnerable: las balas rebotan en su pecho, dobla las barras de ace-
ro sin esfuerzo, salta los enormes rascacielos de la ciudad, corre a una velocidad superior a la
de cualquier vehículo, posee poderes inimaginables en su visión. Adopta la identidad secreta de
Clark Kent, un tímido reportero de un periódico, para mezclarse con el común de los mortales.
No obstante, en los momentos de necesidad cambia sus vestiduras y emerge el héroe que se ha-
lla oculto en él. Utiliza sus poderes para el bien, aunque al principio de su saga es perseguido
por la policía pues actúa como justiciero fuera de la ley. Educado con sólidos valores morales
por una pareja de clase media, Supermán defiende al oprimido, respeta la propiedad privada,
ampara a la ciudad de Metrópolis, ayuda a su país adoptivo (Estados Unidos de América), des-
banca a los corruptos en la política y mantiene una fuerte lucha interior entre sus dos persona-
lidades, porque se ha enamorado de su colega periodista en el Daily Planet, Lois Lane, quien
sólo se fija en el héroe y no en el reportero Clark Kent. A lo largo de los sesenta años de publi-
cación y divulgación de las aventuras del Hombre de Acero acontecen infinidad de sucesos,
hasta que, en noviembre de 1992, un villano de nombre Doomsday (día del juicio final) pone
fin a la existencia de Supermán en una lucha sin paralelo: el Hombre de Acero ofrenda su vida
para salvar a Metrópolis del monstruoso destructor de origen desconocido. Empero, fallece y
resucita en el Superman Blue: un ser energético, con un traje de color azul y blanco, sus pro-
pios poderes le son aún desconocidos. Debe aprender a utilizar su potencial, lo cual implica el
tener un cúmulo de energía conciente capaz de manipular la misma energía. No lleva capa y
254 REVISTA DE FILOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA
9. Consideraciones finales
el fin del caos por la entrada en el universo de la forma, de un orden, de una jerarquía. Pascal
decía que el orden basta para caracterizar la invención, la cual es la percepción de un orden
nuevo. La obra del creador precede al caos o le sucede. Este no es más que una primera fase:
una masa elemental e indiferenciada (tohu-bohu, en alemán) que el espíritu o hálito divino pe-
netra, para darle forma.
Bibliografía
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