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Amén.
Estas son las palabras que pronuncia Jean, de 41 años, la esposa de Frank Palombo, de 46
años, uno de los heroicos bomberos de Nueva York que falleció en el atentado a las Torres
Gemelas.
Jean, que se casó con Frank en 1982, se queda ahora sola con diez hijos. El mayor tiene quince
años, la menor, Margaret, uno.
«La mañana del 11 de septiembre me desperté totalmente alterada pues creía que estaba encinta
-- revela Jean en una entrevista concedida al semanario italiano «Tempi»--. Le dije a Frank: "No
puedo otra vez, tan pronto, me volveré loca".
Frank me respondió: "No te preocupes por eso..., por cierto, ¿cómo le vamos a llamar?". Me eché
a reír. Siempre sabía cómo hacerme reír...».
«A medianoche supimos que estaban dispersos -añade--. Algunos días después, supe que no
estaba encinta. El 2 de octubre volví a la zona cero (la zona de las Torres Gemelas) con mis
catequistas, y entonces fui capaz de volver a casa y de decir a mis hijos que su padre había
muerto».
La vida de Jean y Frank no siempre fue un idilio, confiesa la esposa. «Hace diecisiete años había
dejado la Iglesia, no quería hijos, mi matrimonio se estaba rompiendo poco a poco en pedazos.
Frank me invitó un día a escuchar algunas catequesis. Le dije: "Es lo último que haré en la Iglesia
católica"».
«Aquella noche pude ver el cristianismo en una pareja itinerante que esperaba a su cuarto hijo
-confiesa--.
Pensé: "Dios me ama tanto que ha suscitado en alguien este deseo para que yo pudiera escuchar
la Buena Nueva"». «Al ver ese amor, comprendí inmediatamente que no tenía ese amor ni
siquiera por mi marido --añade--. Inmediatamente después, en una catequesis, escuché decir a
Giuseppe (el catequista): "Crees quizá que Dios es un monstruo para no dejarle hacer su voluntad
en tu vida...
". Me abrió la vida y hoy, con diez hijos, puedo decir que Dios conocía los deseos de mi corazón».
Ante la pregunta por lo que ahora experimenta Jean, tras la pérdida de Frank, responde: «El
Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea el Señor. Creo que Dios trabaja por el bien de
quienes le aman. Este acontecimiento ha sido un gran mal. De todos modos, el amor de Dios a
sobrepasado este mal.
«Frank --concluye-- ha transmitido la fe a los niños y con frecuencia me consuelan con una
palabra. Los niños son felices por el papá que tienen, pero echan de menos el no poder jugar con
él, el no poder rezar con él, el no poder aprender con él, o no poder estar con él. Yo tengo miedo,
pero me agarro al Señor. Ahora continuaremos, en la Iglesia, haciendo la voluntad de Dios».