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REVISTA BÍBLICA

Año 37 – 1975/3
Págs. 197-221

[197]

EL TRASFONDO TEOLÓGICO
DEL DISCURSO MORAL DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Jorge V. Pixley

Vivimos en un momento histórico en que aun las personas que deseamos vivir
responsablemente no sabemos qué debemos hacer. Las críticas al machismo, el
surgimiento de una cultura juvenil semiautónoma, planteamientos sobre el divorcio, la
planificación de la familia y el aborto, nos dejan sin un fondo claro de normas para la
vida familiar. A la misma vez, venimos cobrando conciencia de que nuestras leyes y
autoridades políticas muchas veces son los defensores de la profunda injusticia del
capitalismo, el imperialismo y la dependencia. Aún la autoridad moral de las iglesias se
ha visto seriamente cuestionada por alianzas turbias. En fin, estamos viviendo un
momento en América Latina en que no existen autoridades claramente reconocidas
como legitimas, ni normas universalmente aceptadas para evaluar nuestra conducta.

Esta situación ha llevado a algunos a defender la imposición de normas por la fuerza de


gobiernos militares, y a otras al completo cinismo de pretender que todo es lícito. El
cristiano sabe en su corazón que éstas no son soluciones verdaderas. Si las abraza es
por desesperación al no encontrar alternativas. La verdad es que no podemos prescindir
de un examen nuevo y abierto de las bases de moral. Los colaboradores de Revista
Bíblica creemos que el examen de las fuentes escriturales de nuestra fe es una parte
importante de la discusión de moral que necesitamos. Sin embargo, conviene tener en
claro que en la América Latina de hoy y en la Iglesia postconciliar de hoy, no juega ni
puede jugar el estudio bíblico el
[198] mismo papel que antes se le adjudicaba.. Hemos aprendido que la Biblia tiene
una visión profundamente histórica de la realidad. Habla de proyectos históricos de
Dios y de los hombres orientados hacia circunstancias particulares. Las verdades
eternas que puede contener son bien pocas, como también las normas morales de
permanente vigencia. No podemos más pretender sacar de la Biblia soluciones
reveladas y prefabricadas para nuestros dilemas morales. El lenguaje moral de la
Biblia, sus amonestaciones, mandamientos, reclamos y denuncias, va orientado hacia
provectos históricos particulares, y puede ser pertinente a nuestros dilemas o no. En
este ensayo supondremos que la visión de la realidad que sirve de sostén al lenguaje
moral de las varias tradiciones bíblicas es más importante que las normas morales
concretas. Es esta visión la que hace persuasivas las normas. Y justamente nuestro
problema moral en América Latina no es la falta de normas morales, sino la falta de
una visión común del mundo que dé carácter persuasivo a esas normas. Una
complicación más debe señalarse: En la Biblia hay varias tradiciones literarias, y cada
una refleja cierto grupo social. En cada una de estas tradiciones hay lenguaje moral, y
las visiones teológicas que sostienen este lenguaje no son idénticas. De manera que
estaremos investigando cuatro visiones teológicas relacionadas pero distintas que
sostienen sendas tradiciones de lenguaje moral.

Por moral entendemos la esfera de los juicios sobre las acciones humanas en
términos de lo que es bueno, justo o apropiado. El discurso moral se da en toda
sociedad. En ninguna parte se han satisfecho los hombres con simplemente hacer lo
que les viene en gana. Siempre han sentido la necesidad de evaluar sus actos y sus
proyectos por una medida de lo que es bueno, justo y apropiado. Aun el gobierno
militar más despótico busca justificar su comportamiento como una respuesta
apropiada y necesaria ante peligros que alega serían peores aún. Es con la esperanza de
aportar algo al surgimiento de criterios morales justos y persuasivos que exploramos
los fundamentos teológicos de la moral del Antiguo Testamento, para que el lenguaje
moral logre una dignidad propia entre nosotros y no se prostituya en defensa de
intereses particulares.

Moral en la tradición sapiencial: la amonestación

Dentro de la literatura del Antiguo Testamento se discierne con facilidad una


tradición cuyo interés máximo es encontrar y practicar la sabiduría. El Libro de
Proverbios es la colección básica de esta sabiduría israelita. El objetivo de la sabiduría
israelita no es descubrir lo que realmente es, como entre los filósofos (amantes de la
sabiduría) griegos, sino descubrir esa forma de conducta que realmente lleva hacia la
vida y aparta de la muerte. Su ideal no es el hombre contemplativo, sino el que sabe
comportarse buena, justa, y apropiadamente.
[199] La visión teológica de los sabios israelitas es relativamente sencilla. Yavé es
el creador del mundo. El creó al mundo mediante la sabiduría. Por lo tanto, el hombre
que busque en la observación de la realidad que lo rodea a la sabiduría, es decir, al
camino que conduce a la vida, la encontrará. El sabio israelita se siente confiado de que
vive en un mundo que está bien ordenado y que es justo. Lo importante es buscar ese
orden y vivir en conformidad con él.

La expresión más característica de los sabios de Israel era el proverbio, un dicho


breve que describe un aspecto limitado de la experiencia. El conjunto de la sabiduría se
pretende expresar en la colección de estos breves proverbios. Los proverbios son de
dos tipos, la sentencia y la amonestación. La amonestación le señala al joven el camino
que ha de seguir en algún aspecto limitado de la vida que tiene por delante. Si busca la
vida y no la muerte, ha de hacer esto y no aquello:

No seas insaciable de todo placer,


y no te abalances sobre a comida,
porque en el exceso de alimento hay enfermedad,
y la intemperancia acaba en cólicos.
Por intemperancia han muerto muchos,
pero el que se vigila prolongará su vida (Eclo 37,29-31).1

Mientras hay esperanza corrige a tu hijo,


pero no insistas hasta hacerle morir (Prov 19,18).

No ames el sueño, para no hacerte pobre;


ten abiertos los ojos y te hartarás de pan (Prov 20,13).

La amonestación es evidentemente lenguaje moral. Los mayores advierten desde su


experiencia a los jóvenes cómo han de andar bien.

Pero también la sentencia, que describe brevemente un aspecto la experiencia,


pertenece al discurso moral. No se puede andar bien, justa y apropiadamente sin tener
una noción correcta del mundo dentro del cual se vive. El contenido de las sentencias
de los sabios de Israel demuestra su interés por el hombre; no por el descubrimiento de
qué es el hombre esencialmente, sino por el camino verdadero que ha de seguir para
vivir bien:

El vino es arrogante, las bebidas, insolentes;


quien en ellas se pierde, no llegará a sabio (Prov 20,1 ).

Muerte y vida están en poder de la lengua,


el que la cuida comerá su fruto (Prov 18,21).

1
Las citas bíblicas aquí y en el resto de este ensayo son tomadas de la Biblia de Jerusa1én.
[200]
El que responde antes de escuchar
se busca necedad y confusión (Prov 18,13).

Más afecta un reproche a un hombre inteligente


que cien golpes al necio (Prov 17,10).

Fundamental a la visión moral de los sabios de Israel es el contraste entre el sabio


y el necio. Sabio es el hombre que tiene ante la experiencia propia del mundo y ante
los consejos de quienes han vivido más que él una actitud receptiva. Prefiere escuchar
a hablar. Prefiere la corrección a los halagos. Reconoce la realidad de Dios porque se
topa con Él en los limites de su sabiduría. Ser necio, por la otra parte, no es
simplemente ser ignorante, sino que es una ausencia culpable de buen juicio. Ya que
los caminos de la vida están abiertos para quien los busca, el que anda por los senderos
de la muerte se hace culpable de su propia ruina. La lengua desenfrenada y el orgullo
son defectos tan serios porque dan evidencia de un espíritu ciego a la corrección, que
forja su propia necedad y eventual ruina.

Yavé se da a conocer a cualquier hombre sensato en los límites misteriosos que se


descubren en la observación del diario vivir. No hace falta ninguna intervención
estruendosa ni la autoridad de los textos sagrados para conocerle. De ahí que sea una
culpable necedad negar a Yavé:

Dice en su corazón el insensato:


“¡No hay Dios!” (Salmos 14,1).

Se prepara el caballo para el día del combate,


pero Yahveh da la victoria (Prov 21,31).

El corazón del hombre medita su camino,


pero es Yahveh quien asegura sus pasos (Prov 16,9).

La maldición de Yahveh en la casa del malvado,


en cambio bendice la mansión del justo.
Con los arrogantes es también arrogante,
otorga su favor a los humildes.
La gloria es patrimonio de los sabios
y los necios heredarán la ignominia (Prov 3,33-35).

En toda esta instrucción es evidente la confianza de que la experiencia cotidiana es


un libro abierto para quien tenga los ojos abiertos y no se obstine en su ignorancia. Esta
confianza descansa en una cierta visión del mundo, como un lugar donde las riquezas
mal adquiridas no duran y las pruebas del justo son pasajeras. Algunos intérpretes
creen descubrir aquí una doctrina de la retribu-
[201] ción. Para los sabios, sin embargo, no se trata de un dogma que descanse ni
en la revelación ni en la autoridad de los antiguos, sino que es el fruto de la experiencia
que cualquiera puede comprobar. Existe un orden moral. No se trata de una ley natural
que se pone en juego con férrea necesidad, ni tampoco de un dogma deducido de una
teología revelada.2 Es una confianza que el sabio necesita para vivir bien, justa, y
apropiadamente, y que se confirma en su experiencia, a pesar de casos aparentemente
contrarios:

El que excava una fosa caerá en ella,


al que hace rodar una piedra se le vendrá encima (Prov. 28,27).
Pues los caminos del hombre están en la presencia de Yahveh,
él vigila todos sus senderos.
El malvado será presa de sus propias maldades,
con los lazos de su pecado se le capturará.
Morirá por su falta de instrucción,
por su gran necedad se perderá (Prov. 5, 21-23).
Hacer tesoros con lengua engañosa,
es vanidad fugitiva de quienes buscan la muerte (Prov 21,6).

¡Recuerda! ¿Qué inocente jamás ha perecido?


¿dónde han sido los justos extirpados?
Así lo he visto: los que labran maldad
y siembran aflicción, de ellas cosechan.
Bajo el aliento de Dios perecen éstos,
al soplo de su ira desaparecen (Job 4,7-9).

A primera vista el libro de Job parece rechazar esta confianza en un orden moral
sostenido por Yavé. Job es un varón íntegro y justo que sufre calamidades indecibles.
Sin duda, el libro explora los límites del orden moral, y excluye cualquier
interpretación simplista del mismo, pero no la niega. Job y Yavé se hacen al final
colaboradores en el afianzamiento de este orden.3 Las preguntas de Yavé en Job 38-40
revelan la ambivalencia moral del orden creado. Ni Job ni Yavé pueden crear un orden
en que no quede margen para el desorden de la injusticia, en donde el sol no salga
también

2
La confianza en la existencia de este orden moral que sostiene la vida justa no es peculiar a la
sabiduría israelita. Aparece en forma casi idéntica en la sabiduría egipcia, como el concepto de Ma’at,
el orden cósmico. Véase Henri Frankfort Ancient Egyptian Religion, New York, Columbia University
Press 1948; Harper Torchbook, 1961, págs. 73-80, y Hans Heinrich Schmid Gerechtigkeit als
Weltordnung, Tübingen 1968, pp. 46-61.
3
Para una exposición detallada de esta interpretación de Job véase Jorge V. Pixley, La ironía,
antesala de la teología de la liberación: el caso de Job, en: Cuadernos de Teología 3 (1973) 51-80.
[202] para los injustos (Job 38,12-15; 40,6-14). Lo que esto dice es que el orden no es
algo estable y garantizado de una vez para siempre. Yavé lo tiene que mantener
constantemente contra los entuertos de hombres impíos. Lo que Job había exigido
durante su desgracia era que se le hiciera la justicia que merecía, pues no se
conformaría con rogar el favor de un Dios que podía darlo o quitarlo según su real
gana. Yavé en sus palabras finales confirma como verdad esta pasión de Job por la
justicia y denuncia la falsedad de los consoladores que pidieron a Job que abandonara
su apelación a la justicia (Job 42,7.9). Este argumento no es más que una confirmación
dramática de la enseñanza sapiencial que quien lucha por vivir justamente triunfará, y
quien no vive de acuerdo con la justicia es, en última instancia y frecuentemente contra
las apariencias primeras, un necio. Las riquezas injustas no duran:

No te acalores por causa de los malos,


no envidies a los que hacen injusticia.
Pues aridecen presto como el heno
como la hierba tierna se marchitan (Salmo 37,1-2).

Lo poco del justo vale más


que la mucha abundancia del impío;
pues los brazos de los impíos serán rotos
mientras que a los justos los sostiene Yahveh (Salmo 37,16-17).

Mejor es ser humilde con los pobres


que participar en el botín con los soberbios (Prov 16,19).

Aunque en general los sabios enseñan que la sabiduría es accesible a quien la


busca y que el orden cósmico es patente a todo el que quiera ver, también se admite
una sabiduría profunda que el hombre no puede sondear. Yavé se ha reservado la razón
ultima de las cosas. Por eso a veces la justicia se presenta como una obra de fe y virtud
más que de inteligencia. Es posible vivir para acumular riquezas, el soborno da
resultados, y los amigos poderosos pueden efectivamente facilitarle el camino al
hombre inicuo. El misterio de la necedad de este camino corto a la felicidad es un
misterio que solamente Yavé puede sondear:

Mas la Sabiduría, ¿de dónde viene?


¿cuál es la sede de la Inteligencia?
Ignora el hombre su sendero,
no se le encuentra en la tierra de los vivos.
Sólo Dios su camino ha distinguido,
sólo él conoce su lugar (Job 28,12-13.23).
[203]
Muchos proyectos en el corazón del hombre,
pero sólo el plan de Yahveh se realiza (Prov 19,21).

El rico y el pobre se encuentran,


a los dos hizo Yahveh (Prov 22,2).

La bendición de Yahveh es la que enriquece,


y nada le añade el trabajo a que obliga (Prov 10,22).

El límite hasta donde alcanza la sabiduría humana, el horizonte donde se topa el


sabio con el misterio reservado está más próximo en Qohélet que en el resto de la
literatura sapiencial. No niega que Yavé tenga propósitos, pero es escéptico de nuestra
capacidad para discernir sus caminos:

¿Qué gana el que trabaja con fatiga? He considerado la tarea que Dios ha puesto
a los humanos para que en ella se ocupen. Él ha hecho todas las cosas
apropiadas para su tiempo; también ha puesto el afán en sus corazones, sin que
el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin (Qoh
3,9-11).

Porque, ¿quién sabe lo que conviene el hombre en su vida, durante los días
contados de su vano vivir, que él los vive como una sombra? Pues ¿quién
indicará al hombre lo que sucederá después de él bajo el sol? (Qoh 6,12).

En conclusión, los sabios de Israel creyeron haber discernido un orden moral que
sostiene la vida, y que hace transitorio el éxito de los malvados. Sin embargo, esta
sabiduría que es criatura de Yavé, es un elemento dentro de un campo de fuerzas donde
también el desorden de la injusticia logra sus victorias, aunque sean transitorias. Un
Job, al aferrarse contra viento y marea a la justicia, hace su parte por mantener el orden
justo que sostiene la vida.4 Las profundidades de esta dinámica explican por qué el
éxito de los impíos está fuera del alcance de la sabiduría humana. Con este dinámico
trasfondo teológico para el discurso moral, verdad se entiende como la constancia del
sabio en su actitud de apertura y en su conducta recta. Falsedad es mostrarse
empedernido en la soberbia intelectual y en la búsqueda de riquezas mal adquiridas.
Vivir como si Yavé no mantuviera un orden justo es una actitud necia, cuyo fin es la
muerte. Esta necedad no deja de ser culpable, aún cuando se presenta en un disfraz
piadoso, como sucede con los

4
Schmid op. cit., págs. 50-51, discute en forma iluminadora cómo Ma’at tiene que ser realizado,
creado o engendrado, por obra de los dioses y de los hombres, y recoge textos egipcios pertinentes. Las
acciones justas establecen a Ma’at.
[204] consoladores de Job. Mejor es vivir con poco en confianza en Yavé que correr
con los necios tras las riquezas de maldad, que no llevan sino a la muerte.

Moral en la tradición legal: el mandamiento

Ninguna sociedad organizada tolera la imposición descarada de la voluntad del más


fuerte. Para regir la conducta de sus miembros, en aquellas áreas que le son de vital
importancia establece leyes. Estas son normas que la sociedad está dispuesta a
implementar con el uso de la fuerza oficial. Es evidente que en una sociedad bien
constituida las leyes tendrán que descansar en los criterios morales que la sociedad
acepta y que, por lo tanto, los códigos legales son pertinentes a cualquier discusión de
la moral de un pueblo.

Dentro del Pentateuco se han preservado varias colecciones de leyes de Israel: los
decálogos (Éxodo 34, 14-26; Éxodo 20, 1-17 y su paralelo en Deut 5, 6-21), el libro de
la Alianza (Éxodo 20,22-23,33), el Deuteronomio y el Código de Santidad (Lev 17-
26). Una peculiaridad notable de estas leyes israelitas es que se presentan como
mandamientos de Yavé. El análisis de las leyes particulares que componen estas
colecciones revela sus orígenes diversos, pero en su redacción final las leyes se
presentan como mandamientos de Dios, revelados a Moisés en el monte Sinaí antes de
que el pueblo organizase un aparato estatal. Que las leyes de un pueblo le hayan sido
dadas por Dios no es extraño en el mundo antiguo en que Israel existía. El Código de
Hamurabi, del siglo XVIII antes de Cristo, fue dado por Shamash, el dios del sol. Sin
embargo, fue dado al rey Hamurabi, para que Hamurabi lo impusiera con su aparato
burocrático y policial sobre Babilonia. El análisis literario de los códigos legales de
Israel revela que con mucha probabilidad ninguno es anterior al período de los reyes.
Sin embargo, estas leyes no cuentan con el rey (con la única excepción de Deut 17,14-
20, cuya intención es limitar al rey). Son mandamientos directos de Yavé para su
pueblo.

Estos mandamientos de Yavé para su pueblo no se preservan en forma autónoma


sino que están ubicados dentro de un marco narrativo, dentro del relato de los orígenes
del pueblo de Israel. Dejando de lado las complejidades de su composición, el
Pentateuco en su forma actual es la historia de cómo la humanidad creada por Yavé se
corrompió y de cómo los castigos divinos no sirvieron para corregirla, de manera que
Yavé escogió para sí a un hombre, Abraham, para que fuera el padre de un pueblo
peculiar suyo que sería de bendición para todos los pueblos de la tierra. El pueblo de
Israel se constituyó en el desierto del Sinaí cuando Yavé había liberado de su
esclavitud egipcia a los descendientes de Abraham. Se constituyó en un pueblo cuando
Yavé le impuso sus mandamientos para que supiera cómo vivir de acuerdo a su
voluntad entre los
[205] pueblos perversos del mundo. Los mandamientos de Yavé van dirigidos,
entonces, al propósito concreto de orientar a un pueblo especial que sea testigo de
Yavé en la tierra. Siendo las leyes del justo Señor del universo tienen que ser justas y
buenas, pero tienen su razón de ser dentro de un proyecto histórico particular, la
formación de un pueblo peculiar de Yavé. Este es el fondo teológico de la moral de la
tradición legal de Israel en su forma final.

Por supuesto, antes de llegara su forma acabada dentro del Pentateuco, hubo una
historia legal en Israel de la que conviene señalar algunos puntos. En primer lugar,
encontramos leyes de dos tipos, las que se formulan como casos hipotéticos (leyes
casuísticas), y las que se formulan como mandatos directos (leyes apodícticas).5 Las
leyes casuísticas están firmemente ubicadas dentro de la cultura legal del antiguo
Cercano Oriente, de la que forman parte tanto en su forma como en su materia. Cubren
una variedad de conflictos que podían surgir en una sociedad antigua de campesinos y
mercaderes:

Si dos hombres riñen y uno hiere a otro con una piedra o con el puño, pero no
muere, sino que, después de guardar cama, puede levantarse y andar por la
calle, apoyado en su bastón, el que le hirió quedará exculpado, pero pagará el
tiempo perdido y los gastos de la curación completa (Éxodo 21,18-19).

Si uno deja abierto un pozo, o si cava un pozo y no lo tapa, y cae en él un buey


o un asno, el propietario del pozo pagará al dueño de ellos el precio en dinero,
y el animal muerto será suyo (Éxodo 21,33-34).

Cuando uno dé a otro dinero o utensilios en depósito para que se lo guarde, y


son robados de la casa de éste, el ladrón, si es hallado, restituirá el doble. Pero
si no es hallado, el dueño de la casa se presentará ante Dios para declarar que
no ha puesto su mano sobre los bienes de su prójimo (Éxodo 22,6-7).

Si uno seduce a una virgen, no desposada, y se acuesta con ella, le pagará la


dote, y la tomará por mujer. Y si el padre de ella no quiere dársela, el seductor
pagará el dinero de la dote de las vírgenes (Éxodo 22,15-16).

Estas leyes reflejan en su forma que tuvieron su origen en la administración de


justicia. En Israel quienes administraban la jus-

5
El estudio clásico sobre esta distinción es el de Albrecht Alt Die Ursprünge des israelitischen
Rechts, en su Kleine Schriften, vol. 1. München 1953, págs. 278-332, que apareció por vez primera en
1934. En detalle ha sido superado su análisis de las leyes apodícticas, y especialmente se ha
cuestionado su teoría sobre el origen de éstas, pero la distinción de dos tipos básicos de leyes ha
quedado firmemente establecido.
[206] ticia eran los hombres libres del pueblo, sentados en la puerta de la ciudad.
Emitían sus fallos sobre la base de la tradición legal que conocerían en forma oral.
Sabemos por la historia deuteronomista (Deuteronomio, Josué, Jueces, Samuel y
Reyes) que los reyes también administraban justicia. Aparentemente nunca hubo una
integración de los dos sistemas, y el que contribuyó a las colecciones del Pentateuco
fue el popular.

Fueron :las leyes apodícticas las que le dieron su sello particular a las leyes de
Israel, y las que mejor se acoplan a la interpretación clásica de las leyes como
mandamientos de Yavé. Son mandamientos directos de Yavé a un tú que es el israelita
o a un vosotros que es el pueblo de Israel:

No tuerzas el derecho de tu pobre en su pleito (Éxodo 23,6).

Tres veces al año me celebrarás fiesta (Éxodo 23,14).

No darás testimonio falso contra tu prójimo (Éxodo 20,16).

No descubrirás la desnudez de tu padre ni la desnudez de tu madre. Es tu


madre; no descubrirás su desnudez (Lev 18,7).

Guardad mis sábados. Yo, Yahveh, vuestro Dios (Lev 19,3b).

Aunque algunas de las leyes apodícticas tienen paralelos materiales entre los
pueblos vecinos (como la prohibición del incesto), su forma de mandamiento resulta
extraña en su medio ambiente. Alt creyó que esta forma legal peculiar surgió por las
exigencias de la predicación levítica de la ley del pacto en las ocasiones .de su
renovación litúrgica. Algunos han visto una confirmación de esta explicación en
paralelos formales a las leyes apodícticas en las estipulaciones de los tratados
internacionales del antiguo Cercano Oriente. Más recientemente, Erhard Gerstenberger
ha sugerido que originalmente la autoridad que exige en esta tradición legal no era
Dios sino el patriarca del clan.6 Ve en la importancia de las prohibiciones sexuales
entre las leyes apodícticas evidencia del origen de esta tradición legal en la familia
nomádica. M. Weinfeld ha señalado otra analogía pertinente a las reflexiones sobre los
orígenes de esta importante tradición legal. Se trata de las instrucciones que los reyes
daban a sus oficiales, y que ellos aceptaban con juramentos, al menos entre los hititas.7

6
Erhard Gerstenberger Covenant and Commandment, en: Journal of Biblical Literature
LXXXIV (1965) 38-51, y su libro Wesen und Herkunft des “apodiktischen Rechts”, Neukirchen/Vluyn
1966.
7
M. Weinfeld The Origin of the Apodictic Law. An Overlooked Source; en: Vetus Testamentum,
XXIII (1973) 63-75.
[207]
Más importante que la pregunta sobre orígenes es saber cómo interpretar el hecho de
que los mandamientos aparecen en el Pentateuco como las obligaciones del pacto
(berit) de Yavé. Según e! relato yavista (J) acerca de la revelación en el Sinaí, la más
antigua de nuestras fuentes narrativas, Moisés escribió sobre dos tablas de piedra lo
que Yavé le mandó, “las palabras del pacto, las diez palabras [mandamientos]”, porque
“con estas palabras establezco contigo un pacto, y con Israel” (Éxodo 34,27-28). Los
mandamientos cubren principalmente el ámbito de las relaciones con Yavé, y el
primero de ellos dice, “No adorarás a ningún otro dios, porque Yavé se llama Celoso,
es un Dios celoso” (Éxodo 34,14). Los mandamientos aparecen, entonces, como los
deberes que Yavé impone a Israel al revelarse como su Dios. El mandamiento principal
es el de lealtad exclusiva a Yavé. Este mandamiento tan central a la religión de Israel
no tiene paralelos entre las religiones de los pueblos vecinos. Es probable que deba
entenderse por analogías políticas. En 2 Samuel 5,1-3 se narra acerca del pacto que
hizo David con los ancianos de Israel al aceptar ser el rey de ellos. No sabemos el con-
tenido del pacto que les impuso, pero sería enteramente natural en tales circunstancias
exigir lealtad exclusiva. Esta comprensión de la relación de Israel con Yavé por
analogías políticas es sin duda premonárquica y probablemente mosaica, y nos da el
contexto teológico para entender los mandamientos. Con el correr del tiempo se
elaboró ampliamente la idea, hasta que encontró su formulación clásica en el libro del
Deuteronomio, cuyo origen es del siglo siete antes de Cristo. El Deuteronomio ha
tomado las formas de los tratados internacionales como modelo para elaborar el pacto
de Yavé con Israel como un instrumento legal. Este instrumento define las condiciones
para que se mantenga el pacto, y las consecuencias de que se violen sus prescripciones.
Se usó como la base pará la restauración nacional bajo el rey Josías, y como la clave
para interpretar el desastre nacional del siglo sexto, como el resultado claramente
estipulado de violar las obligaciones que Israel contrajo cuando aceptó el pacto con
Yavé. Para nuestros fines lo importante es observar que los mandamientos se ubican
sólidamente dentro del pacto con Yavé, y que esta ubicación es muy antigua, aunque la
interpretación de este pacto tuvo su evolución a través de la historia de Israel.8 Los
mandamientos no se interpretan entonces, en el Pentateuco como la ley positiva de un
estado, ni tampoco se interpretan como normas divinas con validez universal para
todos los hombres de todos los tiempos. Son las condiciones que el justo Dios

8
Es notable que la tradición sacerdotal del Pentateuco (P), que deriva del período exílico y
postexilico, no menciona ningún pacto en el Sinaí, contentándose con narrar el pacto con Abraham,
que apenas contiene material legal y es más una promesa de Dios que otra cosa. Quizás es una
alternativa consciente a la rigidez legal de la interpretación deuteronómica del pacto.
[208] de todos los pueblos impone sobre el pueblo particular que ha escogido para
propiedad especial.

La tradición legal de Israel sufrió un cambio importante cuando después de la


destrucción de la monarquía los israelitas se dispersaron entre los pueblos de la tierra.
De ser una comunidad nacional pasaron a ser en cierta medida una comunidad
religiosa, especialmente en las ciudades donde hubo números notables de prosélitos.
Ser judío vino a interpretarse como “aceptar el yugo de la ley.” Surgieron luego sectas,
siendo la más importante la de los fariseos, que se distinguían por el rigor con que
ponían en práctica los mandamientos de la ley. Grupos dentro del pueblo reclamaban
para sí título exclusivo al pacto en virtud de haber cumplido más celosamente la ley.
De modo que las prioridades tienden a cambiar. De ser el pacto el supuesto básico, y
los mandamientos la orientación para vivir en relación pactada con Yavé, vienen a ser
los mandamientos y su cumplimiento la condición para ser considerado parte del
auténtico pueblo de Dios, con quien Dios mantiene su pacto.

Es a la luz de este desarrollo que debemos entender las polémicas de Jesús contra el
legalismo, su valerosa conducta al margen de la ley (“porque el sábado fue hecho para
el hombre, y no el hombre para el sábado”), y los ataques del Apóstol Pablo contra los
cristianos que pretendían condicionar la gracia al cumplimiento de un sistema de leyes.
La Epístola del Apóstol Pablo a los Romanos defiende el valor divino de la ley
mosaica al mismo tiempo que argumenta elocuentemente la imposibilidad de una
salvación por medio de cualquier ley. Ni siquiera una ley perfecta puede dar lo que
solamente la bondad de Dios puede dar, la libertad de los hijos de Dios. La posición de
la ley revelada dentro de la moral cristiana nunca ha sido satisfactoriamente
establecida, y sigue siendo motivo de controversia entre denominaciones y dentro de
ellas. En nuestro tiempo la “ética situacional” es un nuevo intento de exaltar el amor y
tratar de que el mismo amor entre las personas encuentre sus propias normas. Pero la
vida social parece exigir algunas normas aceptadas para canalizar el amor. Además, la
justicia es tan central a la imagen de Dios en la Biblia como el amor.

Parece más correcto, entonces, frente a los mandamientos que son tan importantes
en el discurso moral de la Biblia subrayar su contexto histórico. Los mandamientos se
dieron para establecer las condiciones de vida del pueblo de Yavé dentro de un pacto
que también puede interpretarse, aún en los mismos libros legales, como un vínculo de
amor (ver Deut 7,7-9). Las leyes tienen su validez por el proyecto histórico al cual dan
disciplina y dirección. Cuando dejaren de contribuir a la vida del pueblo al que
orientan, habría que ponerlos en cuestión, como hace Pablo con la ley de la
circuncisión. El trasfondo teológico de-los mandamientos en el Pentateuco es la
elección de Israel y el pacto que Dios establece con su pueblo.
[209]
Moral en los Salmos: la demanda de juicio

Los Salmos son los himnos y las oraciones que se usaban en el culto del Templo de
Jerusalén. Su espiritualidad difiere sustancialmente de nuestra tradición cristiana
occidental de piedad. En la oración típica de nuestra tradición quien ora se acerca a
Dios como Padre, y su actitud es de humilde sometimiento ante la gloria divina, En
cambio, el salmista se acerca a Dios como Juez, y el tono de sus súplicas es, en la
mayoría de los casos, la demanda de quien se siente agraviado y exige que se le haga
un justo juicio. Apela a la integridad de la corte que hace necesaria su intervención
para rectificar un mal, y no tanto a la misericordia del Juez. Además del querellante y
del Juez, ocupan un lugar prominente en estas oraciones los enemigos. Típico de estas
oraciones es el Salmo 17:

Escucha, Yahveh, la justicia,


atiende a mi clamor,
presta oído a mi plegaria,
qué no es de labios engañosos.
Mi juicio saldrá de tu presencia,
tus ojos ven lo recto.
Mi corazón tú sondeas, de noche me visitas;
me pruebas al crisol sin hallar nada, ni un impulso en mi:
mi boca no claudica al modo de los hombres.
Mis enemigos con avidez me cercan;
cerrados en su grasa, habla su boca;
con altivo talante avanzan contra mí y me asedian,
clavan sus ojos para tirarme al suelo,
lo mismo que un león de echar la zarpa ansioso,
o un leoncillo agazapado en su guarida.
¡Levántate, Yahveh, hazle frente, derríbale;
libra mi alma del impío con tu espada,
de los mortales, con tu mano, oh Yahveh,
de los mortales de este mundo: quede su suerte en esta vida!
(Salmo 17,1-3.9-14).

El salmista, en éste y en muchos salmos más, insiste en su inocencia. Su salvación


consistirá en que Yavé intervenga arruinando a sus opresores para que la justicia, la de
Yavé y la del demandante, queden vindicadas.

Los Salmos tienen una visión de la realidad social como profundamente


conflictuada. Por un lado están los adversarios, que se designan como reša‘îm
(injustos, malvados), y que se describen como engañadores, falsos acusadores,
hombres violentos y sanguinarios
[210] que despojan al huérfano y a la viuda.9 Por el otro lado están aquellos que se
denominan tsaddiquîm (justos), jasidîm (piadosos), ‘aniyîm (pobres), dalîm
(indigentes), ‘anawîm (oprimidos). Estos pobres no tienen los medios para defenderse
de los hombres sanguinarios y dolosos, y por ello vienen a demandarle a Yavé el Juez
y Rey de Israel y del mundo que intervenga.

Juzgar (šafat) en el lenguaje bíblico es mucho más que emitir un fallo. Es rectificar
la situación de injusticia. Los llamados jueces (šoftîm) del período premonárquico eran
liberadores, héroes de campañas militares contra los opresores de Israel. En los
idiomas del antiguo Cercano Oriente, gobernar y juzgar se aproximan y usan muchas
veces el mismo vocabulario, ya que el rey es el responsable de rectificar las injusticias.
Las frecuentes peticiones en los Salmos de que los enemigos del querellante sean
destruidos tienen que verse contra este trasfondo. Hacer juicio es emitir un fallo
correcto, para tomar las medidas que rectifiquen la situación de injusticia. La visión de
un mundo en conflicto que suponen estas oraciones se expresa míticamente en la
historia de la victoria de Yavé sobre el monstruo marino en el tiempo de la creación. Se
trata de un mito muy difundido en el entorno de Israel. Su forma más famosa es el
Enuma Elísh, el mito babilónico de la victoria de Marduk, el joven rey de los dioses,
sobre Tiamat, diosa marina que amenazaba las vidas de la corte celestial. Del cadáver
de Tiamat, Marduk creó el mundo. El mito no aparece en forma narrativa en la Biblia,
pero las alusiones a él en los Salmos son patentes. Revelan que era un mito
fundamental en el ámbito del Templo de Jerusalén.

Dios temible en el consejo de los santos,


grande y terrible para toda su corte.
Yahveh, Dios Sebaot, ¿quién como tú?,
poderoso eres, Yahveh, tu lealtad te circunde.

Tú dominas el orgullo del mar,


cuando sus olas se encrespan las reprimes;
tú machacaste a Rahab, lo mismo que a un cadáver,
a tus enemigos dispersaste con tu potente brazo.

Tuyo es el cielo, tuya también la tierra,


el orbe y cuanto encierra tú fundaste;
el norte y el mediodía tú creaste,
el Tabor y el Hermón exultan en tu nombre.

9
Sobre los reša‘îm en los Salmos véase José Porfirio Miranda Marx y la Biblia, México 1971,
págs. 99-102. En la interpretación crítica de generaciones anteriores se pensaba en varias sectas del
judaísmo de tiempos macabeos como la de los contrincantes. Desde los trabajos fundamentales de
Sigmund Mowinckel se reconoce el origen monárquico de la mayoría de los Salmos y ha quedado
desacreditada la interpretación sectaria.
[211]
Tuyo es el brazo y su bravura,
poderosa tu mano, sublime tu derecha;
Justicia y Derecho, la base de tu trono,
Amor y Lealtad ante tu rostro marchan.
(Salmo 89,8-15).

En otra alusión extensa al mito, el monstruo marino recibe el nombre de Leviatán


(Salmo 74,12-17). Rahab o Leviatán representan lo que amenaza el orden justo y
bueno de la creación. Yavé se muestra creador por su victoria sobre el monstruo.

Los mitos, aunque se expresan en forma de narración, no son historia sobre un


pasado remoto, sino discurso simbólico sobre la realidad presente.10 Es un hecho
ampliamente documentado por los historiadores de la religión que los mitos de
creación se reviven ritualmente durante las fiestas de Año Nuevo en muchas y variadas
culturas del mundo.11 Sigmund Mowinckel, el más grande intérprete de los Salmos
bíblicos de nuestro siglo, señaló la importancia de los salmos que celebran la
entronización de Yavé, y postuló de forma persuasiva una entronización ritual de Yavé
como parte de la fiesta de Año Nuevo en Jerusalén (véase especialmente Salmo 47,6-
9).12 Correspondiendo al mito de creación por victoria sobre Leviatán, los Salmos
celebran la realeza de Yavé por su dominio sobre el poderío de las aguas. Y cuando en
los salmos de alabanza se celebra la entronización de Yavé se anuncia y espera la
manifestación concreta. de su señorío en sus intervenciones como juez:

Cantad a Yahveh un canto nuevo,


porque ha hecho maravillas;
victoria le ha dado su diestra
y su brazo santo.

Brama la mar y cuanto encierra,


el orbe y los que le habitan;
los ríos baten palmas,
a una los montes gritan de gozo,

ante el rostro de Yahveh, pues viene


a juzgar a la tierra;
él juzgará al orbe con justicia,
y a los pueblos con equidad (Salmo 98,1.7-9).

10
En nuestro medio, el significado y la interpretación del lenguaje mítico se explora en los
trabajos de varios miembros de la Sociedad Argentina de Profesores de Sagrada Escritura, publicados
bajo el titulo Mito y hermenéutica, Buenos Aires 1973.
11
Véase la importante obra de Mircea Eliade El mito del eterno retorno, Buenos Aires 1952.
12
Sigmund Mowinckel Psalmenstudien II. Das Thronbesteigunsfest Yahwäs und Eschatologie,
Oslo 1911; reimpreso juntamente con todos los Psalmenstudien de Mowinckel por la Verlag P.
Schippers de Amsterdam en 1961. Los más importantes salmos de la entronización de Yavé son los
Salmos 47, 93, 95-99.
[212]
Este juicio que celebran nuestros salmos de alabanza es en términos míticos la
misma victoria de Yavé sobre Leviatán que hizo posible el orden de la creación. El
caos no es un elemento del pasado que quedó en un momento dado eliminado. El caos
es una realidad presente en el conflicto de los injustos contra los pobres que confían en
la intervención de Yavé para rescatarlos. Una de las características típicas del rey en el
antiguo Cercano Oriente, ya sea el rey de los dioses o el rey en la tierra, es reprimir a
los malos para imponer la Justicia. La excelencia de un rey se mide en la literatura de
esa cuenca cultural por su disposición de defender a los débiles, en particular a las
viudas .y a los huérfanos.13 Yavé es celebrado en algunos de los salmos de alabanza
como este tipo de rey, que escucha el clamor de los desvalidos, y viene para juzgar a
sus opresores:

Feliz aquél que en el Dios de Jacob tiene su apoyo,


y su esperanza en Yahveh su Dios,
que hizo los cielos y la tierra,
el mar y cuanto en ellos hay;

que guarda por siempre lealtad,


hace justicia a los oprimidos,
da el pan a los hambrientos,
Yahveh suelta a los encadenados.

Yahveh abre los ojos a los ciegos,


Yahveh a los encorvados endereza,
Yahveh protege al forastero,
a la viuda y al huérfano sostiene

Ama Yahveh a los justos,


mas el camino de los impíos tuerce;
Yahveh reina para siempre,
tu Dios, oh Sión, de edad en edad (Salmo 146,5-10).

Un rápido vistazo a otro género literario de los Salmos ayudará a completar el


cuadro de la teología que fundamenta la espiritualidad de los Salmos. Cuando el
querellante era rescatado de su desgracia, invitaba a sus amigos y a los pobres para que
se presentaran con él en el Templo y participaran del sacrificio de acción de gracias por
la salvación recibida. Se suele llamar a estos los Salmos de Acción de Gracias. Sin
embargo, Claus Westermann ha muy bien señalado que no dan gracias en nuestro
sentido de dar gracias. No

13
Véase Schmid op. cit., quien discute ampliamente la ideología real del antiguo Cercano
Oriente en cuanto se aplica al rey de los dioses, y F. Charles Fensham Widow, Orphan and the Poor in
Ancient Near Eastern Legal and Wisdom Literature en: Journal of Near Eastern Studies XXI (1962)
129-39.
[213] es un yo que expresa aprecio y gratitud hacia un tú. El salmista antes bien
alaba a Yavé en tercera persona delante de los invitados, haciendo recuento de la
redención que Yavé ha hecho para con él. Yavé ha escuchado su clamor, ha destruido a
sus enemigos y le ha juzgado justo. Westermann habla de Salmos de Alabanza
Declarativa.14 Podríamos también hablar de Salmos de Testimonio de Redención. Son
importantes como confirmación de la teología de los Salmos porque su tendencia es
tomar el caso particular del juicio favorable de un inocente y generalizar sobre esa base
acerca de la naturaleza de Yavé y de sus justos juicios:

El rostro de Yahveh contra los malhechores,


para raer de la tierra su memoria;
los ojos de Yahveh sobre los justos,
y sus oídos hacia su clamor.

Ellos gritan, Yahveh escucha,


y los libra de todas sus angustias;
Yahveh está cerca de los que tienen roto el corazón,
él salva a los espíritus hundidos.

La malicia matará al impío,


los que odian al justo lo tendrán que pagar.
Yahveh rescata el alma de sus siervos,
nada habrán de pagar los que en él se cobijan (Salmo 34,17-19. 22-23)

El modelo teológico para interpretar la realidad dentro de la espiritualidad de los


Salmos es la victoria de Yavé sobre los mares. En el corazón de la realidad existe el
conflicto. Yavé logra ser rey y creador solamente en virtud de su dominio
constantemente renovado sobre las fuerzas poderosas del desorden, que en la vida del
pobre se experimentan en la opresión de los poderosos. La idea de una lucha cósmica
en el corazón de la realidad viene a la espiritualidad de Jerusalén seguramente de sus
orígenes como ciudad cananea.15 Difiere notablemente de la visión optimista de los
sabios, para quienes la injusticia es necedad. Difiere también de las tradiciones
normativas del Pentateuco, que limitan el mal al corazón corrompido del hombre. Ha
producido una visión profundamente moral de la realidad, a pesar de sus raíces
paganas. La expresión cumbre del lenguaje moral de los Salmos es la demanda de
juicio. En un mundo donde los justos sufren los vejámenes de los poderosos reša‘îm,
Yavé tiene que demostrar su justicia oyendo la justa demanda del inocente y
destruyendo la maldad del opresor.

14
Claus Westermann The Praise of God in the Psalms, Richmond, Virginia 1965.
15
Sobre la teología de Jerusalén me parece sumamente bueno el pequeño libro de Odil Hannes
Steck Friedensvorstellungen im alten Jerusalem, Zurich 1972.
[214]
El poder y la pertinencia de este lenguaje moral de demanda de juicio dentro de
nuestro mundo latinoamericano ha sido demostrado por el poeta nicaragüense Ernesto
Cardenal en sus Salmos.16 Vivimos en un mundo en conflicto, y la injusticia parece
dominar doquiera sobre los pobres. Las apelaciones cristianas a la universalidad del
pecado y a la necesidad de que todos igualmente confiesen sus culpas y pidan perdón
al Padre Celestial son demasiado frecuentemente culpables mistificaciones para cubrir
una realidad en que la culpa por la injusticia es de unos pocos y sus víctimas son los
más. En nuestro ambiente, los Salmos con su identificación con los pobres y sus
denuncias tremendas contra los injustos vienen como una liberación para nuestro
lenguaje moral de la inmoralidad de poner juntos a todos los hombres como igualmente
pecadores ante Dios.

Pero el peligro de este lenguaje moral es un maniqueísmo que puede llevar a


justificar atrocidades contra los agentes de maldad. Hay una verdad en el énfasis
paulino y luterano de que todos somos pecadores y ninguno tiene de qué jactarse
delante de Dios.17 También los salmistas, aún en el momento de defender su inocencia
delante del Juez celestial, no desconocen una medida de culpa que es suya. Sin
embargo, esta culpa a la que nadie escapa no es motivo para ocultar la profunda
diferencia que los salmistas perciben entre fieles que descansan en Yavé y los hombres
malvados que practican sistemáticamente el engaño. Esa postura equivale a negar que
hay Dios. Y permitir que los impíos opriman a los justos sería empañar el buen nombre
de Yavé:

Si en cuenta tomas las culpas, oh Yahveh,


¿quién, Señor, se tendrá en pie?
Mas el perdón se encuentra junto a ti,
para que seas temido (Salmo 130,34)

¿Cuántas son mis faltas y pecados?


¡Mi delito, mi pecado, házmelos saber!
¿Por qué tu rostro ocultas
y me tienes por enemigo tuyo?
¿quieres asustar a una hoja que se lleva el viento,
destrozarme como una paja seca?
Pues escribes contra mí amargos fallos,
me imputas las faltas de mi juventud (Job 13,23-26).

Sí, el impío se jacta de los antojos de su alma,


el avaro maldice, a Yahveh menosprecia el impío:

16
Buenos Aires 1969.
17
Tiene observaciones valiosas sobre los Salmos, aunque dentro de un esquema
tradicionalmente luterano, Henning Graf Reventlow Rechtfertigung im Horizont des Alten Testaments,
München 1971.
[215] “¡Allá arriba su cólera, nada vendrá a indagar!
¡No hay Dios!”, es todo lo que piensa (Salmo 10, 3-4).

Se alegrará el justo de haber visto la Venganza,


sus pies bañará en la sangre del impío;
y se dirá: “Sí, hay un fruto para el justo;
sí, hay un Dios que juzga en la tierra” (Salmo 58,11-12).

Admitiendo, entonces, que delante de Yavé nadie es capaz de erguirse sin tacha, los
salmistas ven con todo al mundo dividido entre los pobres que andan en justicia y los
poderosos que los oprimen. No cifran su esperanza en un orden moral presente
misteriosamente en el aparente desorden del mundo, como lo hacen los sabios. Antes
bien, su esperanza está en el justo Juez que dondequiera surjan los hombres de maldad
oye el clamor y la justa demanda del oprimido e interviene para derrotar al mal y salvar
así a los justos. La victoria de Yavé sobre Leviatán en los tiempos míticos es modelo
para la intervención de Yavé en contra de los impíos en todo tiempo.

Moral en la tradición profética: la denuncia y la sentencia

Cuando en el seno de una sociedad surgen clases sociales dominantes que oprimen a
los indefensos, y las víctimas de la injusticia no tienen los recursos, y quizás ni siquiera
el ánimo, para romper su yugo, la indignación moral provoca en conciencias sensibles
expresiones de denuncia. El florecimiento del comercio y el crecimiento del aparato
del estado en los tiempos monárquicos de Israel produjeron una sociedad dividida en
clases. En este contexto fue que surgió el movimiento profético, considerado
generalmente como la más perfecta expresión de la moral bíblica. Su forma más carac-
terística de expresión fue el oráculo de juicio, que combina la denuncia contra la
injusticia con el anuncio de la sentencia del soberano celestial.

Los profetas se presentaron como mensajeros de Yavé.18 Eran figuras carismáticas.


Con esto queremos señalar que su autoridad no venía por los usuales canales
institucionales. No tenían nombramientos estatales ni ordenación sacerdotal. Para
justificar los pronunciamientos y exigir atención a su autoridad, contaban sus
experiencias de llamamiento. Yavé en un momento dado de sus vidas los había
tomado, a veces contra su propia voluntad, y los había enviado para que pronunciaran
su palabra. Sus voces venían desde afuera del sistema social establecido, y cualquier
autoridad que

18
Sobre los profetas como mensajeros, véase Claus Westermann Basic Forms of Prophetic
Speech, Philadelphia, Westminster 1967; original de München, 1960.
[216] pudieron alcanzar tuvo que lograrse a base del poder persuasivo de su palabra.
Todo indica que no tuvieron problemas psicológicos de dudas en cuanto a su autoridad
Hablaban con entera certeza de ser los mensajeros de Yavé. No habiendo formas
objetivas de confirmar esta autoridad carismática hubo, como es natural, conflictos
entre profetas “auténticos” y profetas “falsos”. Sin embargo, la posteridad ha
confirmado la autenticidad de los mayores entre ellos.19

El género típico de la predicación profética era el Oráculo de juicio entre los


profetas clásicos de Israel. Esta es una expresión poética, relativamente breve, que
tiene dos partes. Su parte principal es el anuncio de la sentencia que Yavé ejecutará
contra los interpelados. Pero antes de pronunciar la sentencia, en el caso típico, el
profeta proclama en su oráculo una denuncia contra los pecados que forman la base del
fallo de Yavé. Los estudios de Hans Walter Wolff llevan a la conclusión de que la
sentencia se formula directamente como un solemne anuncio de Yavé, mientras que la
denuncia o acusación toma una forma más libre, pues el profeta se siente en libertad
para formular creadoramente y expandir el motivo de la sentencia.20 El punto de
transición entre la denuncia y la sentencia se marca a menudo con un laxen (por eso),
con o sin la fórmula “así dice Yavé”:

Pregonad en los palacios de Asur,


y en los palacios del país de Egipto;
decid: ¡Congregaos contra los montes de Samaría
y ved cuántos desórdenes en ella,
cuántas violencias en su seno!
No saben obrar con rectitud
-oráculo de Yahveh-
los que amontonan violencia y despojo en sus palacios,
Por eso, así dice el Señor Yahveh:
El adversario invadirá la tierra,
te echará abajo tu poder
y serán saqueados tus palacios (Amós 3,9-11).

Escuchad, pues, esto jefes de la casa de Jacob,


y notables de la casa de Israel,
que abomináis el juicio
y torcéis toda rectitud;
que edificáis a Sión con sangre,

19
Sobre la autoridad del profetismo, véase Jorge V. Pixley La actualidad del fenómeno
profético; en: Cuadernos Teológicos XV (1966) 63-75.
20
Hans Walter Wolff Die Begründung der prophetischen Heils- und Unheilsprüche. en su
Gesammelte Studien zum Alten Testament, München 1964, págs. 9-35 (publicación original de 1934), y
Das Zitat im Prophetensprüche: Eine Studie sur prophetische Verkündingungweise; en la misma
colección, págs. 36-129 (original de 1937).
[217] y a Jerusalén con maldad.
Sus jefes juzgan por soborno,
sus sacerdotes enseñan por salario,
sus profetas vaticinan por dinero,
y se apoyan en Yahveh diciendo:
“¿No está Yahveh en medio de nosotros?
¡No vendrá sobre nosotros ningún mal!”
Por eso, por culpa vuestra,
Sión será un campo que se ara,
Jerusalén se hará un montón de ruinas,
y el monte de la Casa un otero salvaje (Miqueas 3,9-12).

Para sus denuncias los profetas utilizaron todos los recursos de la tradición moral de
Israel, incluyendo las amonestaciones de los sabios y los mandamientos de la ley.
Utilizaron también un sarcasmo hiriente, con una refinada técnica de citar las palabras
de los denunciados para condenarlos por su propia boca. Pero la fuerza moral de su
indignación, la autoridad moral que hace devastadora su acusación, es la convicción de
compartir y expresar las pasiones de Yavé. Es el fenómeno que el teólogo judío
Abraham J. Heschel designa acertadamente “antropopatía”, en cuanto al lenguaje
profético que insiste en las pasiones de Dios (su ira, su cólera, su desprecio, su
compasión, etc.), y “simpatía”, en cuanto a la experiencia profética de vibrar con las
mismas pasiones que conmueven a Yavé.21 El profeta se siente en alguna libertad para
formular su denuncia porque sabe que comparte la justa indignación de Dios que
inspira las palabras. Jeremías expresa la experiencia así:

Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir;


me has agarrado y me has podido.
He sido la irrisión cotidiana:
todos me remedaban.
Pues cada vez que hablo es para clamar:
“¡Atropello!”, y para gritar: “¡Expolio!”.
La palabra de Yahveh ha sido para mí
oprobio y befa cotidiana.
Yo decía: “No volveré a recordarlo,
ni hablaré más en su Nombre.”
Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente,
prendido en mis huesos,
y aunque yo trabajaba por ahogarlo no podía (Jer 20,7-9).

La denuncia profética, con su enorme tensión emotiva, revela el poder psicológico que
está detrás de esta predicación. ‘Pero la parte del oráculo que para los profetas
constituía el punto principal

21
Abraham J. Heschel Los profetas, Buenos Aires 1973.
[218] era el anuncio de la sentencia del Señor Celestial. El profeta se atreve a anunciar
cuál es el plan de juicio que Yavé ha determinado realizar contra los pecadores que no
se ocupan de la desgracia de los miserables del pueblo. Los profetas nos dicen que
ellos pueden hacer estos atrevidos pronunciamientos porque se han sentado en el
“consejo de Yavé”, en la asamblea celestial que rodea el trono del Juez de las naciones
(Isaías 6; Jer 23,16-22). De la tradición israelita los profetas saben que Yavé es un Dios
justo que escucha el clamor de las viudas y los huérfanos y los libra con mano
poderosa de las garras de sus opresores, como hizo con los esclavos hebreos en la tierra
de Egipto. De la autoridad carismática de haber participado en el consejo de Yavé
saben que el justo juicio de Yavé en esta ocasión no será ocasión de gozo para los
líderes de Israel sine de ayes y lamentos: “como si un hombre huye del león y se topa
con un oso, o si al entrar en casa, apoya una mano en la pared y le muerde una culebra”
(Amós 5,9). La situación está preñada de ironía. El pueblo rescatado de la impotencia
de su esclavitud por Yavé, quien oyó sus gemidos y los rescató destruyendo al ejército
de Faraón, ahora tiene en su futuro próximo otro gran acto de juicio divino, provocado
esta vez por los gemidos de los pobres del país, que están siendo explotados por los
grandes de Israel, ¡incluyendo a los mismos sacerdotes cuya función es mantener vivo
el recuerdo de los justos juicios de Yavé en pro de Israel! Y los profetas de Israel,
maestros del sarcasmo, supieron aprovechar las posibilidades irónicas de la situación,
como cuando Jeremías utiliza el lenguaje del éxodo para anunciar la venida de
Nabucodonosor para conquistar y destruir la ciudad de Jerusalén (Jer 21,1-10).

¿Qué aporta de nuevo esta predicación profética a la moral del Antiguo Testamento?
No añaden mandamientos nuevos los profetas a los que estaban ya dados en la
tradición legal de Israel. No se puede decir que hayan perfeccionado el conocimiento
moral de su pueblo. En cuanto a su visión de Dios, el Dios de los profetas es el mismo
Yavé de las historias de los orígenes de Israel. El aporte moral de los profetas fue haber
percibido la nueva situación en la que Yavé confrontaba al pueblo que habla escogido
para sí. Con una autoridad carismática, los profetas anunciaban que el mismo Yavé
justo y liberador de los tiempos del éxodo venía otra vez a tumbar de tus tronos a los
soberbios y a los ricos comerciantes y prestamistas que oprimían a los pequeños del
pueblo. Con una radicalidad sin par en la historia de Israel, los profetas respondieron a
la realidad del Dios Vivo en un momento en que el llamado pueblo de Yavé vivía del
pillaje de los débiles La Palabra de Dios no podía respetar ni los símbolos religiosos de
la misma religión verdadera, el Templo, la Ciudad Santa, el linaje de David, ni la ley
del Sinaí. Yavé quien enjuició a Faraón dejando libres a los hebreos, ahora, en la nueva
circunstancia de los siglos ocho, siete, y seis, había emitido
[219] un nuevo fallo y venía otra vez para ejecutarlo. La fuerza moral de la
predicación profética surge de la convicción de esta nueva y terrible realidad en la vida
de Israel.

Conclusión

Hoy en América Latina es difícil aceptar las amonestaciones de los sabios de que la
injusticia es pura necedad. Para los creyentes es cierto que hay un orden moral que
Dios sostiene. Pero los sabios israelitas que mejor hablan a nuestra condición son los
que exploran los limites donde la sabiduría se topa con el misterio. Nuestros sabios
predilectos son Job y Qohélet. Entre nosotros quienes hablan de un orden moral al que
hay que rendir pleitesía son generalmente los que usan la moral como camuflaje para
defender sus intereses en el sistema imperante o ingenuos que no perciben el conflicto
que vivimos.

En cambio, la visión teológica de los Salmos parece hablar mejor a nuestra


condición. Aquí los justos están oprimidos por los impíos poderosos, y la demanda de
la justicia es que Dios intervenga para destruir a los opresores. Desde la conferencia
episcopal de Medellín se ha hablado mucho de una Iglesia que se identifica con los
pobres en sus luchas por la justicia contra una burguesía opresora. Hemos aprendido,
por lo menos al nivel verbal si no en la práctica, que Dios está con los pobres. Los
poemas de Cardenal han abierto los Salmos para muchos cristianos.

Pero los que hemos estudiado la historia de la Iglesia sabemos el peligro de toda
visión dualista de la realidad última. Costó mucho esfuerzo a la Iglesia de los primeros
siglos superar al gnosticismo, y luego combatió al maniqueísmo. Proyectado al nivel
cósmico, un conflicto eterno entre los poderes del bien y los poderes del mal es una
visión pagana que no reconoce la soberanía del Dios único de la tradición bíblica. Y en
la práctica humana este dualismo lleva a fanatismos que corroen el necesario espíritu
de autocrítica de una sana fe. Tenemos mucho que aprender de los Salmos acerca de
una vida espiritual que le dé su justo lugar a la justicia al lado del amor, como pasiones
fundamentales. Pero la visión cósmica de un conflicto en el fondo de la realidad no es
finalmente adecuada para una fe que toma en completa seriedad a la historia.

Es el Pentateuco y son los profetas quienes parecen ofrecernos la visión teológica que
mejor satisface los reclamos de nuestra fe. Dios es el ser supremo justo y amante quien
realiza en el tiempo histórico y con las criaturas libres sus proyectos de justicia y re-
dención. En un tiempo llamó para sí un pueblo para dar a conocer entre las naciones su
gloria. En otro tiempo se manifestó con cólera y justa indignación para terminar la vida
autónoma de ese
[220] pueblo que se había convertido en contrasigno, a medida que sus grandes
explotaban a sus pobres y se desinteresaban en la suerte de sus débiles.

Con un Dios vivo como este Yavé del Pentateuco y de los profetas -y también, con
otros matices, de los sabios y los salmistas- nuestro discurso moral tendrá que
descansar en un estudio cuidadoso y compasivo de nuestro momento histórico
correlacionado con una apertura a la Palabra actual de Dios. El discurso moral, sea
mandamiento, amonestación, demanda o denuncia no se da en un vacío. Se da en el
contexto de un momento histórico y en respuesta a una Palabra concreta de Dios. Si
esto es así, la moral tiene que vincularse a la vez a las ciencias sociales -la sociología,
la psicología, y el estudio de la política y la economía-, y a la autoridad carismática de
la Palabra de Dios. Entender a Dios como lo entendían los profetas de la Biblia, como
un Dios vivo que se relaciona con los hombres de cada momento histórico de una
manera apropiada, significa que dependemos de El, de que nos revela su voluntad para
con nosotros siempre de nuevo. No hay una ley eterna que rinda innecesario el don de
la Palabra de Dios.

No estamos, sin embargo, sujetos a los peligros de cualquier hijo de vecino que se
nos presente como mensajero de Dios. Nuestro discurso moral depende de la Palabra
de Dios, pero nuestro Dios Vivo no nos es desconocido ni es caprichoso. Un puntal de
cualquier discurso moral que responda en cualquier época a la voluntad del Dios Vivo
es su pasión por la suerte de los pobres. Nuestra moral tiene que responder a los
problemas de los pobres. En segundo lugar, tendrá que ser pertinente a la situación real
de nuestro momento, y se le deberá someter, por lo tanto, a un examen riguroso de su
pertinencia a la realidad social de nuestro tiempo. La Palabra de Dios es para personas
históricas y no tiene que temerle a un examen científico de la realidad social a la que
será pertinente. Hay un tercer punto que en toda la Biblia es importante y que se nos ha
vuelto hoy otra vez problemático: el mandamiento de no tener otros dioses al lado de
Yavé. Este primer punto de la moral bíblica no está sujeto a los cambios históricos sino
que responde a la voluntad de Dios para nuestro bien y nuestra justicia en todo
momento. Pero, ¿cuál es hoy la naturaleza de los otros dioses que nos podrían tentar?
Para sorpresa nuestra nos hemos encontrado muchas veces los cristianos en América
Latina con que, a medida que vamos obedeciendo a la Palabra de Dios y nos vamos
identificando con el pueblo pobre, denunciando la opresión de los grandes, y
demandando justicia, tenemos cada vez más a nuestro lado hombres y mujeres que
comparten nuestro amor al pueblo y nuestra pasión por la justicia pero que no tienen la
experiencia de la Palabra de Dios que nos impele. ¿Es este ateísmo tan
apasionadamente moral una negación
[221] del Dios de la Biblia? Nuestro Señor Jesucristo habló de cómo el Hijo del
Hombre llamaría a su lado en el juicio final a quienes le habían rendido culto al servir a
las necesidades de los más pequeños sus hermanos. Entonces, ¿será tan obediente a la
Palabra de Dios el ateo que se pone al servicio de la justicia y el amor como el
cristiano que lucha a su lado? No creo que estemos todavía en condiciones para dar una
respuesta a esta pregunta. Nuestra tarea como cristianos será dar testimonio de nuestra
fe sometiéndonos en obediencia a la Palabra de Dios para nosotros.

Nuestro discurso moral como creyentes tendrá que ser una reflexión sobre esta
Palabra y la vida que exige de nosotros. En la marcha tendremos que ver cómo se
produce, si Dios lo quiere, un consenso sobre los mandamientos para nuestro tiempo.
Quizás llegue un día no demasiado lejano en que, en una sociedad nueva, podamos
descubrir nuevamente la sabiduría como un camino de vida abierto para todo aquél que
abra sus ojos para ver. Entonces será nuevamente cierto que es necio quien diga “No
hay Dios”.

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