Está en la página 1de 2

Cuento “Alegrita y Doña Chicharra”

Adaptación Sara Zapata

La hormiga Alegrita era la más trabajadora de todo el hormiguero. ¿Quién traía las hojitas más
verdes y sabrosas, las hojitas más prolijas y cortaditas con festón? La hormiguita Alegrita.
¿Quién traía las semillas más tiernas y grandotas, las semillas amarillas que tenían siempre
gusto a turrón? La hormiga Alegrita, quién otra podía ser. Andaba todo el día de aquí para allá.
Subía y bajaba y corría y no se cansaba ni un poquito así. Era una suerte que no usara zapatos
porque se le habrían gastado una enormidad. Pero Alegrita no sólo era trabajadora, ¡oh, no!
Era simpática, alegre y buena moza y siempre andaba ayudando a los demás.

Un día la reina del hormiguero que se llamaba Reina Hormiga y que hablaba muy bien pero
suavecito, se puso la corona para decirle a todo el mundo: '¿Qué les parece si le damos un
premio a Alegrita, porque es un amor?'. '¡Claro que sí! ¡Claro que sí!', dijeron todas las
hormigas a la vez. Y entonces la Reina Hormiga llamó a Alegrita y le puso en el cuello una
medalla preciosa que tenía forma de cascabel y que sonaba como un cascabel.

Un día de verano Alegrita se acercó al árbol que había en la vereda y que se llamaba Jacarandá.
Era un árbol muy alto pero muy bueno que siempre se dejaba subir, más todavía si le pedían
permiso de buenas maneras.

'Señor Jacaranda, ¿me deja subir?' le pidió Alegrita. 'Si señorita, cómo no.'

Y Alegrita subió hasta el primer piso y hasta el segundo piso y hasta el último piso, que es la
última rama de arriba del señor Jacarandá. Cuando llegó a ese lugar tan alto, tan alto, encontró
a una chicharra que tomaba el sol. Y cuando la chicharra vio a Alegrita dejó de cantar y la miró.

'¡Qué lindo suena tu cascabel!' le dijo doña Chicharra. 'Se ve que te gusta la música como me
gusta a mí.' 'Podríamos ser amigas.' le contestó Alegrita. 'A mí me gusta mucho tu forma de
cantar.' Y allí mismo se hicieron muy amigas las dos.

Todas las tardes iba Alegrita al último piso del señor Jacarandá y le contaba a doña Chicharra
todas las cosas que pasaban en el hormiguero y en la vereda y en el jardín. Doña Chicharra le
cantaba todas las canciones que sabía, que eran muchas y se llamaban así: la canción larga, la
canción cortita, la canción ni larga ni corta y la canción.

Pero pasó el verano y llegó el otoño. Al señor Jacarandá se le cayeron todas las hojitas y
quedaba muy desabrigado. Aunque el señor Jacarandá hacía lo que podía la pobre doña
Chicharra se moría de frío. Una tarde, cuando ya empezaba el invierno, Alegrita fue a visitar a
doña Chicharra y la encontró temblando y sin poder cantar siquiera la canción cortita, que era
la más fácil de cantar.

'Esto no puede seguir así.' dijo Alegrita. '¿No es cierto señor Jacaranda?' 'Claro que es cierto.'
dijo el señor Jacarandá. 'Yo hago lo que puedo pero hasta la primavera que viene no me va a
salir ni una hojita más.' Entonces Alegrita le dijo a doña Chicharra. 'Ahora mismo te irás
conmigo a mi hormiguero, que allí se está calientito y te vas a sentir bien.' 'Eres muy amable
Alegrita,' dijo doña Chicharra, 'pero no puedo decir que sí. Tus compañeras hormigas quizá no
me quieran y, si no pides permiso, la Reina Hormiga se puede enojar.'
¡Qué bien había hablado doña Chicharra! Cuando Alegrita volvió al hormiguero muchas de sus
compañeras no querían darle la razón. 'Que doña Chicharra se quede en su casa', decían. 'Acá
tenemos mucho trabajo y poco lugar. ¿Qué sabe doña Chicharra, eh? ¿Sabe cortar hojitas,
sabe recoger semillas, sabe barrer el piso, sabe poner huevos de hormiga? No, no sabe.
Entonces que se quede en el jacaranda'. Pero las hormigas más chiquitas se pusieron a llorar
porque querían conocer a doña Chicharra para que les enseñara a cantar la ronda lironda. Y las
hormigas más viejas dijeron que cómo iban a dejar a la pobre señora toda muerta de frío en el
jacarandá. Después de mucho que sí y mucho que no, decidieron invitar a doña Chicharra.

Esa misma tarde doña Chicharra se despidió del señor Jacarandá y Alegrita le ayudó a hacer la
mudanza. La Reina preparó una fiesta de bienvenida y mandó hacer agrandar la entrada
principal, a doña Chicharra le andaba chica por todos lados.

En poco tiempo las hormigas estuvieron encantadas con doña Chicharra porque era alegre y
les recordaba el tiempo de verano. Cuando doña Chicharra cantaba ellas trabajaban mejor.
Pero doña Chicharra también era servicial, claro que si: todas las noches les cantaba a las
hormiguitas chiquitas que no querían dormir y no dejaba de cantar hasta que las veía con los
ojitos bien cerrados y dormidas de verdad.

Los que pasaban a esa hora por la vereda se paraban muy sorprendidos frente al jardín y se
ponían a escuchar. '¡Qué cosa más rara!', decían. '¡Una chicharra cantando en invierno!' Y
después de oírla, aunque hacía mucho frío, sentían un poquito de calor.

Cuando llegó la primavera y el señor Jacarandá se puso precioso con hojitas de color y
campañillas azules, doña Chicharra se despidió de Alegrita, de la Reina Hormiga y de las
hormigas grandes y chiquitas, que ahora la querían de verdad. Antes de irse invitó a todas a
que fueran a visitarla y todas dijeron que si.

Ese verano la gente se paraba en la vereda a mirar. ¿Qué miraba la gente? Una fila larga larga
de hormigas que no terminaban nunca de pasar. Ustedes saben que eran Alegrita y sus
compañeras, que iban a pedir permiso al señor Jacarandá. Subían al primer piso, al segundo y
al último piso donde doña Chicharra las esperaba con chocolate y masitas de nuez.

También podría gustarte