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Ernst Cassirer
Ernst Cassirer
Autor: María G. Amilburu
Índice
1. Introducción
2. Datos biográficos
3. Itinerario intelectual
5.1. El símbolo
5.4.2. El lenguaje
5.4.3. El arte
5.4.4. La ciencia
6. Valoración crítica
8. Bibliografía
1. Introducción
Ernst Cassirer (1874-1945) es un filósofo poco conocido en el ámbito de
lengua española. Formado en la epistemología kantiana, era especialista en
historia del pensamiento, sobre todo en el periodo de la Ilustración, y puede
considerarse el iniciador de una filosofía de la cultura de corte antropológico
o, con otras palabras, de una antropología en la que se otorga una gran
importancia al estudio de la cultura en cuanto dimensión esencialmente
constitutiva de la naturaleza humana. Dado que la filosofía de la cultura de
Cassirer constituye su aportación más original al pensamiento filosófico de
siglo XX, se centrará la exposición en este aspecto.
El núcleo del pensamiento de Cassirer puede resumirse así:
2. Datos biográficos
Ernst Cassirer nació en Breslavia (Silesia) el 28 de julio de 1874. Era hijo
de un comerciante judío acomodado y realizó sus estudios en Berlín,
Leipzig, Heidelberg y Marburgo. En esta ciudad conoció a Hermann Cohen,
que se convertiría en su maestro. En 1899 Cassirer defendió su Tesis
Doctoral titulada La crítica de Descartes al conocimiento matemático y
científico. En 1902 se casa con su prima Toni Bondy, con la que tuvo tres
hijos: Heinz, Georg y Anne. Tras una breve estancia en Munich, se traslada
a Berlín en 1903, ciudad en la que permanecerá hasta 1919.
3. Itinerario intelectual
La dilatada trayectoria intelectual de Cassirer puede agruparse en tres
periodos, de acuerdo con la evolución de su pensamiento y la temática
tratada en cada uno de ellos: los años de Berlín, los de Hamburgo y el
exilio.
5.1. El símbolo
La noción de símbolo es el elemento clave de la filosofía de la cultura de
Cassirer. En la antropología filosófica distingue entre lo que llama señales y
los símbolos [Cassirer 1975: 56 y ss]. Las señales forman parte del mundo
físico del ser. Son operadores que hacen referencia a eventos físicos y la
relación de la señal con lo señalado es una relación estable. Dentro del
mundo animal también tienen cabida este tipo de señales, y el “lenguaje” de
los animales superiores es un ejemplo de ello. Los símbolos, por el
contrario, forman parte del mundo humano del sentido. Son designadores
que tienen únicamente un valor funcional. No son rígidos e inamovibles,
sino que gozan de una cierta flexibilidad, aunque no son arbitrarios. Y el
significado de cada símbolo es intrínseco a sí mismo y no se debe entender
por referencia a otro objeto distinto de sí.
Cassirer define el símbolo como «una realidad material que indica otra
cosa. Es algo sensible que se hace portador de una significación universal,
espiritual» [Cassirer 1972,1: 36]. Se trata de «un contenido individual,
sensible, que sin dejar de ser tal, adquiere el poder de representar algo
universalmente válido para la conciencia» [Cassirer 1972,1: 56] y así, en el
símbolo se produce la «síntesis de mundo y espíritu» [Cassirer 1972,1: 57].
— No nos pone ante los ojos algo que ya es, y que existe tal cual lo
percibimos más allá de nuestro conocer. El símbolo es entendido como
un instrumento para la creación del significado dentro del ámbito de la
experiencia;
Así, los objetos culturales, por ser simbólicos, no poseen una existencia
real como parte del mundo físico sino que, propiamente, poseen un
“sentido” [Cassirer 1975: 90]. Aunque el hombre no pueda dar el ser en
términos trascendentales, por medio de su actividad simbólica dota de
nuevos sentidos a las cosas, convirtiéndolas en algo distinto sin necesidad
de alterarlas físicamente. Y así, por ejemplo, puede tomar una piedra y
convertirla en “arma” o en “frontera”, en “adorno” o en “regalo” sin de ejercer
ninguna acción física que la altere. Pero la piedra “se transforma” en una
cosa o en otra, en función del sentido que le otorga el ser humano.
5.3. La cultura en cuanto sistema de
las formas simbólicas
Cuando Cassirer se refiere a la cultura, habla de ella como el “sistema de
las formas simbólicas”, “la unidad funcional o red de actividades simbólicas”,
el “sistema funcional de las creaciones del espíritu”, etc. La cultura, en
cuanto ámbito humano, no se considera una realidad substancial, ni un
sistema mecánico compuesto por piezas que gozan de cierta autonomía,
sino que se parece más un “campo magnético”, que se constituye como tal
por el conjunto de relaciones que se establecen entre los elementos que lo
integran [Cassirer 1974: 7].
Lenguaje, mito y religión, arte y ciencia son para Cassirer como «los
distintos escalones que el hombre ha subido en su toma de conciencia, en
su interpretación reflexiva de la vida. Cada una es un espejo de nuestra
experiencia humana que tiene su propio ángulo de refracción» [Cassirer
1974: 166 y ss]. La aparición de cada una —tanto en el transcurso de la
historia como en la vida particular de cada ser humano— se desarrolla
siguiendo una secuencia que va desde lo concreto a lo abstracto, de
acuerdo con el dinamismo propio de las tres funciones fundamentales de la
conciencia humana: las funciones expresiva, representativa y conceptual
[Cassirer 1974].
5.4.1. El mito
5.4.2. El lenguaje
Con la primera comprensión del simbolismo del lenguaje, tiene lugar una
verdadera revolución en la vida humana, pues se da el paso del estado
emotivo a la actitud teórica; es decir se da el paso desde la vida confinada
en los límites de lo meramente subjetivo a la capacidad de objetivación.
5.4.3. El arte
5.4.4. La ciencia
6. Valoración crítica
La extensa producción literaria obra de Cassirer —sobre todo en el
campo de la historia del conocimiento científico occidental— se caracteriza
por su amplísima documentación, su seguridad en la exposición, los agudos
análisis y brillantes descripciones.
Por otra parte, el hecho de que Cassirer preste atención y conceda una
gran importancia a otras instancias humanas que no son específicamente
racionales —como es el caso de la imaginación, los sentimientos, etc.— y
su modo de abordar el estudio del hombre a partir de su obra peculiar, la
cultura, hacen a este autor especialmente interesante. En este sentido, la
definición que hace Cassirer del ser humano como animal simbólico —el ser
que crea cultura— constituye es una aportación muy inspiradora y cargada
de posibilidades de desarrollo posterior.
H. Kuhn se pregunta por qué hay que dar por sentado de antemano el
presupuesto idealista de que la suprema verdad objetiva que se revela al
espíritu es, en última instancia, la forma de su propia actividad. ¿Por qué el
mundo y la realidad empírica han de ser vistos como un caos anárquico, sin
orden ni legalidad alguna? ¿Por qué el símbolo va a provenir de una
“descarga” de nuestro espíritu ante la emoción que lo afecta? Y señala
también que Cassirer no parece haber tenido en cuenta la diferencia que
existe entre las condiciones de posibilidad de la experiencia (es decir, de la
coincidencia entre el sujeto y el objeto en el conocimiento) y las condiciones
de posibilidad de los objetos de experiencia (que pueden existir con
independencia de que alguien los conozca). Por eso, el planteamiento de
Cassirer puede conducir a una cierta confusión entre “ser” y “ser conocido”,
con el inconveniente adicional de que el ser queda absorbido en el hacer
[Kuhn 1949]. Y al estar lastrada por el planteamiento crítico, en ocasiones
Cassirer utiliza la noción de símbolo de modo idealista, y en otras muchas lo
hace desde un marco de referencia realista, sin darse cuenta de este
trasvase [Bidney 1949].
La pregunta clave que había que formular a Cassirer, por tanto sería: ¿Es
posible establecer algún tipo de conexión semántica con la realidad?
Porque si todo producto cultural es mediación entre el mundo y el sujeto, y
todo el mundo humano es un mundo cultural, se puede abrir un proceso al
infinito de mediaciones, quedando instalados en un metamundo ficticio,
irreal.
Una manera de evitar quedar prendidos en las mallas de una sintaxis sin
semántica puede ir por la línea de considerar que, si bien toda cultura es
mediación, sin embargo no todo es cultura [Steiner 1992]. Ciertamente, el
mundo humano es un mundo cultural, pero es preciso admitir que existe un
tipo de realidades de índole precultural, por muy elementales y escasas en
número que éstas sean. A estas realidades preculturales pertenecen las
“intuiciones básicas”, que se corresponden de algún modo con lo que Platón
llamó ideas innatas, y Aristóteles primeros principios: por ejemplo, la
captación de las nociones de identidad y diferencia. Esta captación es
inmediata, no puede estar mediada por ninguna otra mediación. Pues bien,
si se admite que al menos hay semántica en un punto del sistema, hay
posibilidades de encontrar el camino para salir de la caverna, y sacar
partido intelectual y práctico al planteamiento cassireriano de la antropología
filosófica como filosofía de la cultura.
Seis años más tarde publica un nuevo artículo titulado “Ernst Cassirer,
Critical work 1964-1970” en la misma revista, en el que actualiza revisión
bibliográfica anterior, y señala que en esos seis años se habían publicado
60 trabajos, lo que suponía un incremento de dos tercios en relación con el
número de publicaciones hasta 1964. Señala también que, además del
aumento en número, la calidad y profundidad de los trabajos realizados es
también mayor. En esa recopilación bibliográfica aparecen trabajos
elaborados en Inglaterra, Estados Unidos, Alemania e Italia, y se incluyen
también varias tesis doctorales sobre Cassirer, lo que pone de manifiesto la
extensión de su obra [Verene 1972].
8. Bibliografía
8.1. Obras publicadas o preparadas para su
publicación en vida del autor, ordenadas
cronológicamente
— Leibniz’ System in seinen wissenschaftlichen Grundlagen, 1902.
— The Myth of the State, 1946. (Vom Mythus des Staates, 1949).
—, Language and Art II, en Symbol, Myth and Culture, pp. 194-195.
(Cassirer 1979b)
Auguste Comte
Autor: María Ángeles Vitoria
Índice
1. Vida y obras
2. La filosofía positiva
3. Reflexiones críticas
4. Bibliografía
1. Vida y obras
Augusto Comte nació en Montpellier el 19 de enero de 1798 en una
familia modesta «eminentemente católica y monárquica», como dice él
mismo en el Prefacio personal al Cours de Philosophie positive. Aunque
recibió una educación cristiana, a los catorce años abandonó la fe de sus
padres, declarándose librepensador y republicano. En 1814 entró en l’Ècole
Polytecnique de París, institución promovida en los tiempos de la
Revolución para la formación de técnicos del nuevo régimen. Aquí, dando
muestras de talento precoz, inició la lectura de las obras de Fontenelle,
Maupertuis, A. Smith, Duclos, Diderot, Hume, Condorcet, De Maestre, De
Bonald, Bichat y Gall, que alimentaron en él la idea de una reforma social
orientada a una sociedad gobernada por científicos. Cuando la Escuela se
cerró por sus ideas republicanas, volvió por breve tiempo a Montpellier,
donde se sostuvo económicamente dando clases de matemáticas, mientras
estudiaba anatomía y fisiología en la facultad de Medicina.
2. La filosofía positiva
Para entender el pensamiento comtiano, es necesario tener en cuenta el
contexto histórico-cultural de su tiempo y, particularmente, sus aspiraciones
socio-políticas. «Toda la doctrina de Comte y, en especial, su doctrina
científica, únicamente resultan comprensibles como parte de sus proyectos
de reforma universal, que no sólo abarcan la ciencia sino los demás
sectores de la vida humana» [Kolakowski 1984]. El fundador del positivismo
tiene a las espaldas el inquieto período post-revolucionario francés, en el
que Francia y, en general, Europa están empeñadas en la búsqueda de un
régimen político estable. La doctrina de Comte nace también del intento de
reconstruir el orden social de su tiempo. Él piensa que la crisis política y
moral que atravesaba la sociedad era una manifestación exterior del estado
de anarquía intelectual. Por eso esperaba que con la difusión del
conocimiento científico, la instrucción popular en las ciencias y la riqueza, se
lograría una sociedad pacífica. De ahí que emprendiese la tarea de construir
la unidad del conocimiento poniendo como fundamento la ciencia. En
relación con el Iluminismo del siglo XVIII, el positivismo del siglo XIX tenía la
ventaja de poder referirse a un complejo de ciencias más desarrolladas.
Precisamente este enorme desarrollo del conocimiento científico, que tuvo
lugar en el siglo XIX, ofreció al positivismo la impresión de que la ciencia
podría abrazar de manera exhaustiva y definitiva todo aspecto de la
realidad, tanto natural como humana, sustituyendo a cualquier otra forma de
conocimiento.
Aunque Comte usa el término “teológico” para este primer estadio, sería
más exacto reemplazarlo por el término “religioso”, pues el autor del
positivismo piensa más en la conducta religiosa, en la relación del hombre
con Dios o con los dioses, que no en las especulaciones filosóficas sobre
Dios [Sanguineti 1981: 700].
Comte piensa que la ley de los tres estadios está inscrita en la naturaleza
misma del espíritu. Tiene, por tanto, valor de primer principio que no
necesita demostración.
«Me parece que basta enunciar esa ley, para que su exactitud
sea verificada inmediatamente por todos aquellos que tienen un
cierto conocimiento profundo de la historia general de las
ciencias. No hay ninguna de ellas, en efecto, que no se halle
hoy día en el estadio positivo, y que no podamos
representarnos en el pasado compuesta esencialmente de
abstracciones metafísicas, y remontándonos aún más,
completamente dominada por las concepciones teológicas»
[Curso de Filosofía positiva, lec. 1].
Comte plantea, por tanto, la necesidad inicial de una teoría, cuya función
primordial sea la de coordinar los hechos, al margen de su contenido de
verdad.
«No creo que sean necesarios más detalles para aclarar que el
objetivo de este curso no consiste en absoluto en presentar
todos los fenómenos naturales como idénticos en el fondo,
salvo la variedad de sus circunstancias. La filosofía positiva
sería perfecta si esto pudiera ser así. Pero esta condición no es
necesaria, ni para su formación sistemática, ni tan siquiera para
la realización de las grandes y ventajosas consecuencias a las
que está destinada. No hay más unidad indispensable que la
unidad de métodos la cual puede y debe existir y se encuentra
en su mayor parte establecida» [Curso de Filosofía positiva, p.
71].
El “Gran Ser” comprende todos los hombres del pasado, del presente y
del futuro que han contribuido o contribuyen al progreso y a la felicidad del
género humano. Comte asigna a este “Gran Ser” una unidad existencial
superior, incluso, a la existencia real del hombre individual, puesto que esta
existencia descansa en la continuidad biológica de la generación del tiempo
presente con las del pasado y del futuro. Considera el espacio como un ser
místico al que llama “Gran Medio” o “Gran Ambiente” (Grand Milieu), en el
que está situada la Tierra, el “Gran Fetiche”. El “Gran Fetiche”, el “Gran
Medio” y el “Gran Ser” constituyen la trinidad de la religión positivista, cuyo
dogma fundamental es “el amor como principio, el orden como base y el
progreso como fin” (l’amour comme principe, l’ordre come base, le progrés
come but).
3. Reflexiones críticas
Aunque la doctrina de Comte ha recibido muchas críticas, tanto en su
concepción general como en aspectos particulares, su núcleo —la instancia
antimetafísica y la extremada valoración de las ciencias—, sigue presente
en muchas orientaciones de la cultura contemporánea. Se exponen a
continuación algunas de las críticas más significativas a los aspectos
histórico-epistemológicos y metafísicos del pensamiento comtiano.
La idea de que la ciencia puede resolver todos los problemas del hombre
—otra manifestación de la concepción cientificista de la ciencia— es
intrínsecamente ingenua. En efecto, por su misma naturaleza, el
conocimiento científico se circunscribe a ámbitos determinados de la
realidad y, por tanto, existen problemas para los cuales ni siquiera tiene
sentido pedir solución a la ciencia. El conocimiento científico es siempre
parcial y contextual y, por tanto, ninguna ciencia puede proporcionar
soluciones a problemas que tengan un carácter global. Además, incluso los
problemas que la misma ciencia resuelve están, muchas veces, en
dependencia de decisiones humanas que se sitúan en el terreno extra-
científico, en el ámbito de la libertad, de las responsabilidades individuales,
sociales, políticas, etc. [Agazzi 1983: 116-136].
***
4. Bibliografía
4.1. Obras de Auguste Comte
Oeuvres d’Auguste Comte, 12 vol, Anthropos, Paris 1968-1970. Es la
única edición de las obras completas.
―, Discusión sobre la ley de los tres estadios de Comte, en: “Atti del
Convegno Evangelizzazione e Ateismo”, Paideia, Roma 1981,
pp. 697-708.
JAKI, S.L., The Road of Science and the Ways to God, Scottish Academic
Press, Edinburgh 1980.
LLANO, A., La nueva sensibilidad, Espalsa-Calpe, Madrid 1988.