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Citas:

La máquina traduce la formula verbal o escrita de la ley a impresión corporal, trabajo


estético de la maquina

(Lyotard, Jean-François. (1997). Lecturas de infancia. Buenos Aires: EUDEBA.)

“¿Por qué llamar a este tejido de motivos, a ese memento mori, estético? Ser estéticamente
(en el sentido de la primera Crítica kantiana) es ser ahí, aquí y ahora, expuesto en el
espacio-tiempo y al espacio-tiempo de un algo que toca antes de todo concepto e incluso de
toda representación. Evidentemente, no conocemos ese antes, porque está allí antes de que
lo esté uno. El allí en cuestión se llama cuerpo. No soy yo quien nazco, quien soy
alumbrado [enfanté]. Yo mismo naceré después, con el lenguaje, al salir de la infancia
[enfance], precisamente. Mis asuntos habrán sido tratados, decididos, antes de que yo pueda
responder por ellos. Y esto de una vez para siempre, y esa infancia, ese cuerpo, ese
inconsciente se quedarán ahí durante toda mi vida. Cuando me viene la ley, con el yo y el
lenguaje, ya es demasiado tarde. Las cosas ya habrán tomado cierto giro. Ese primer toque.
La estética concierne a ese toque primero que me tocó cuando yo no estaba.” (44-45)

“Ese toque es necesariamente la culpa en cuanto a la ley. Tiene lugar y momento en un


espacio y un tiempo salvajes o peregrinos, extraños a la ley. Y, por lo mismo que se
mantiene, persiste, conforme ese espacio-tiempo inmemorial, el salvajismo o peregrinación
culpable está siempre ahí, como potencia del cuerpo.” (45)

“Será preciso que, a la manera de un toque salvaje, la escritura, la santa escritura, sea
inscrita sobre el cuerpo que no le pertenece. Este cuerpo no será santificado sino por esta
inscripción prescrita de la prescripción. Esta inscripción debe suprimirlo como salvajismo
fuera de la ley. Sólo su muerte puede redimirlo, rescatarlo. La redención exige la
perención.” (45-46)

“La culpa es indiscutible, de que fuimos tocados “antes” de que nos tocara la ley. La ley no
puede sino retocarnos. El retoque no retoca más que si es perentorio. Es decir, si pone fin a
al diferendo del “antes” que es el cuerpo con el “después” que es la ley.” (47)
“Entre el cuerpo y la ley, el diferendo es inconvertible en litigio. Sólo el sacrificio del
cuerpo mantiene la santidad de la ley. La ejecución sacrificial deberá repetirse cada vez que
advenga el nacimiento criminal, sin debate ni juicio fundado, automáticamente. La crueldad
será maquinal. El condenado no se salva en otro mundo, es arrojado, muerto, a la fosa
común. Se afirma así la ley, y en el mundo. Si la ley debe ejecutarse, ella decidirá, pues, en
el cuerpo, con los medios del cuerpo, pero contra ellos. Con la sangre, pero para que corra y
escape.” (48)

“Lo que el oficial describe es la condición absoluta de la moral. Su crueldad para con la
inocencia. Ésta es indiscutiblemente el pecado porque no sabe nada del bien y del mal. No
está jenseits, más allá, sino de este lado, diesseits.” (48)

“¿Por qué la antigua ley prescribe que su ejecución, su incisión sobre el cuerpo culpable se
dilate? ¿Por qué no la muerte, rápidamente? Porque la muerte está celosa del nacimiento.
O, si se quiere: la ley tiene celos del cuerpo. O incluso: la ética tiene celos de la estética. La
ley tiene celos porque surge en segundo lugar, y porque el sanguis no la esperó para
circular “libremente. (…). Es preciso que la ley sea una demasía de muerte para el cuerpo
porque el cuerpo tiene la ventaja de ser una demasía de nacimiento sobre la ley. La incisión
del cuerpo por la ley debe ser tal que retarde la decisión. El intervalo entre la decisión y la
incisión repite y anula el intervalo entre el nacimiento estético y el nacimiento ético. Lo
repite porque mantiene al cuerpo en la estética por el sufrimiento de sus heridas, lo anula
porque esa estética de la crueldad no tiene lugar y tiempo sino a título de ética.” (51-52)

“Debe concederse, pues, que la ley tiene necesidad del cuerpo, y de su demora sobre el
cuerpo, y de la resistencia del cuerpo, para poder inscribirse, es decir, ejecutarse. Y que no
puede ser justa sin ser cruel. Si no hace correr la sangre, la ley no es descifrable y por lo
tanto no es en absoluto, no tiene existencia. Y esa crueldad, necesaria en sí misma, es
también el homenaje que la ley rinde al cuerpo, su manera de reconocer una pre-inscripción
más antigua que su inscripción, su manera, en fin, de ser justa con la aisthesis que no nació
de ella. Una forma de justicia celosa, que es justa por celar.” (52)

“La ley no prescribe solamente lo que debe hacerse, prescribe que eso se haga. (…). El acto
difiere del código por el soporte de inscripción. La ley se escribe sobre el papel, el acto de
justicia sobre lo real. La máquina efectúa la transcripción de lo uno a lo otro. Y lo real es
necesariamente lo que le resiste, inocentemente, no estándole en modo alguno dirigido.”
(53)

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