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Cap. 4.

- PSICOLOGÍA SOCIAL COMUNITARIA


Lilian Cruz
María de Fatima Quintal de Freitas
Juliana Amoretti

En el contexto de la llamada “crisis” del Modelo de las Ciencias Humanas y Sociales, que ocurrió
enseguida de la guerra fría, en los años 50 y 60 del siglo XX, en que el compromiso social y político de
los intelectuales, así como el papel de la universidad en la formación de profesionales implicados y
conocedores de la realidad, fueron fuertemente cuestionados y exigidos, se explica y adquiere visibilidad
en el campo específico de la Psicología y de sus prácticas, hay también, una gran insatisfacción para
con el quehacer psicológico dirigido a las minorías. Esos cuestionamientos señalaban la búsqueda de
prácticas diferentes de las tradicionales que se habían constituido en los fundamentos de la creación de
esta profesión en nuestro país (Andery, 1983), a comienzos de los años 60, así como esos modelos
tradicionales eran predominantes en la formación de los psicólogos. Aún así, ante esta fuerte
hegemonía de los modelos individualistas y elitistas presentes en el trabajo psicológico, durante el
proceso de formación de los primeros grupos de estudiantes de psicología en el Brasil, a mediados de
los años 60, encontramos una especie de “minoría activa” en la psicología –constituida por profesores,
estudiantes de psicología y psicólogos en centros como São Paulo y Porto Alegre- que intentaban
desarrollar trabajos con los sectores desfavorecidos de la población, en la búsqueda de la construcción
de un quehacer psicológico menos elitista y más comprometido con los rumbos de la realidad social
(Freitas, 1998a; Montero, 1994).
Es en este clima que encontramos las bases para aquello que, dos décadas y media más tarde,
iríamos a conocer la emergencia y consolidación de lo que llamamos hoy Psicología Comunitaria. De
este modo, podemos decir que, en parte, esta inquietud con los diferentes quehaceres de la Psicología,
junto con la preocupación por buscar una práctica diferenciada, dirigida a la mayoría de la población,
vinculada a los servicios psicológicos, fue un fuerte elemento que impulsó, desde la década de los 60, la
construcción de la trayectoria de esta Psicología Social Comunitaria, con características
latinoamericanas distintivas.
En la coyuntura histórico-política de América Latina, el clima de terror y la pérdida de los derechos
humanos básicos, la violencia manifestada en diversos contextos y dinámicas sociales, así como los
mas deprivados, la exclusión social de los servicios básicos como vivienda, salud, educación y empleo,
junto a una constante opresión y sumisión, como marcas indelebles del sistema dictatorial, configuraban
un proceso social que no podría ser simplemente negado. Se trataba de una realidad silenciada y
perversamente vivida por la mayoría de los brasileños y latinoamericanos (Betto, 2000; Freire, 1977).
Inclusive así, la vida de las personas y su sufrimiento se resalta, y se vivencian junto a la riqueza cultural
de los diferentes segmentos de la población que traía consigo, potencialmente, muchas alternativas. Es
en este escenario que cuestionamientos sobre el compromiso social y político do los intelectuales y
profesionales en donde emerge un movimiento desde el corazón de la Psicología, al lado de otros
campos, explicitando la responsabilidad de los profesionales con las transformaciones sociales, con el
propósito de luchar contra las relaciones injustas, indignas e inclusive sub-humanas, presentes en los
sistemas de gobiernos autoritarios. Se pretendía un Psicología que rompiese con la dualidad entre lo
social y lo individual, que eliminase la visión individualista y psicologizante, que propusiese trabajar con
grupos, que reflexionase sobre los asuntos y problemáticas de esos sectores, para, a través de
prácticas y saberes compartidos, potenciar estas comunidades para ganar autonomía en la cotidianidad
de las relaciones.
Podemos decir, así, que el período histórico que vivió América Latina reunió condiciones objetivas
para que emergiese una nueva mirada psicológica comprometida con la realidad de la cotidianidad de
esas poblaciones, maximizando la salud de los ciudadanos, que solo puede ser alcanzada con el
acceso a la educación, a la cultura, a la vivienda, al ocio y a salubridad, buscando así relaciones mas
dignas e igualitarias. Esta nueva mirada va ganando fuerza a través de los años, y está acompañada de
una postura diferenciada por parte de los profesionales, que argumentaban que no era posible ser feliz
sin la posibilidad de tener empleo, vivienda, educación, salud y diversión (Freitas, 1996; Martín-Baró,
1987). Esta perspectiva teórica de la construcción psicosocial del hombre (en la cual su posición
dialéctica como producto y productor de su propia historia y de su cotidianidad, pasa a tener relevancia)
acaba significando una postura epistemológica en términos de una nueva concepción de hombre y
concepto de lo que es el fenómeno psicológico (Freitas, 2001; Montero, 1996; Martín-Baró, 1997). En
este sentido, los referidos autores afirman que el abordaje teórico-metodológico representado por la
Psicología Social Comunitaria, a lo largo de las últimas décadas, implica una especie de enfrentamiento
epistemológico con la Psicología Tradicional, cuya postura era la de legitimar el orden social, sirviendo
de instrumento de dominación.

Sobre la disciplina
En términos de presupuestos teóricos y conceptuales, se verifica que los orígenes de este campo
se localizan en el ámbito de la Psicología Social, específicamente ligada a las tradiciones históricas y
políticas del continente latinoamericano.
En este contexto, y a partir de la constatación de que estudiar a los seres humanos aislados de la
sociedad, refuerza una visión fragmentada y ahistórica de los fenómenos psicosociales, en donde la
Psicología Social va ocupando cada vez mas, espacios de investigación y análisis, inclusive dentro de
las formas tradicionales de trabajo, poniendo la interacción/relación entre individuo y sociedad como
objeto prioritario de estudio (Guareschi, 1996; Sandoval, 2000). Diferentes autores (Serrano-García et
al, 1992; Lane, 1983, entre otros) a lo largo de estas últimas décadas, se han preocupado por construir
una psicología mas comprometida con la realidad, retoman o explicitan la discusión sobre la falsa
dicotomía que se establece entre el individuo y la sociedad, como si aquel pudiese prescindir de ésta
para su constitución, y el establecimiento como sujeto –actor y autor de su historia personal y colectiva-,
al mismo tiempo en que la sociedad, a su vez, solamente se constituiría como una organización societal
a partir de las fuerzas dialécticas derivadas de las interacciones. La discusión sobre esta supuesta
dicotomía se constituye en un punto permanente de tensión, no solo en la práctica de los trabajos, como
en los análisis teóricos sobre los fenómenos psicosociales. Para Serrano-García et al (1992) en cuanto
la Psicología Social entienda el funcionamiento social como una concepción limitada e individual de la
práctica humana y utilice el método experimental de las ciencias naturales, no podrá comprender la
complejidad de las relaciones sociales.
Es importante señalar que la Psicología no era el único campo de conocimiento preocupado en
buscar alternativas para mejorar las condiciones de vida de las personas y en procurar entender la
complejidad de las relaciones sociales. La Sociología y la Educación también trabajaron en esa
dirección, comprometiéndose con la transformación social (Cedeño, 1999). Cedeño (1999) resalta que
los primeros trabajos comunitarios1 (final de los años 50 y década de los años 60) se caracterizan por la
realización de prácticas medio clandestinas –o muy discretas-, razón por la cual fueron surgiendo
simultáneamente, a pesar de aislada. El carácter de clandestinidad posibilitaba que estos continuaran
siendo realizados, minimizaban la identificación de sus autores. Freitas (1996) señala dos principales
vertientes como subsidio del campo de acción de las prácticas psicosociales en la comunidad: una
proveniente de la Educación y la outra consecuencia de las reflexiones acontecidas en el campo
sociológico. En la primera, “Se verifica que la inserción y la participación del psicólogo en la comunidad
tuvo como propuesta contribuir con la formación de una consciencia política en la población” (Freitas,
1996, p. 70). De esta forma, “la cultura y la educación pasan a ser entendidas como vehículos a través
de los cuales pueden forjarse los procesos de concientización” (Freitas, 1996, p. 71).
El llamado Paradigma de la Educación Popular (Pereira, 2001) puede ser considerado una
expresiva corriente de apoyo a los trabajos comunitarios, englobando un conjunto de ideas políticas y
filosóficas que nacieron con los Movimientos de Educación de Base y Cultura Popular al final de la
década de los años 50 y comienzos de los años 60 y que crecieron dentro de la resistencia popular en
los años 70 y comienzos de los 80. en ese periodo, la Educación Popular se coloca a servicio de la
sociedad, procurando un proceso de auto concientización sobre los problemas que dificultan al
ciudadano el ejercicio libre de la ciudadanía, de forma colectiva y democrática. No podemos dejar de
destacar que, a lo largo de los años, integrando el contexto del saber popular, el arte surge como aliado
importante del desarrollo de los trabajos comunitarios en nuestro continente, en la medida que se forja
en la dinámica popular. Así, saber popular y el arte han sido dos aspectos relevantes en el contexto
histórico en donde surgen la Educación Popular y las formas de concientización de la población. El arte
puede, entonces, ser considerado como expresión de lo libre, como potencia de ideas, ideas y deseos. 2
1
Según Lane, ya en la década de los años 40, existia en Brasil – y en otros países de América Latina - programas
de trabajo comunitario, pero estos tenían una orientación positivista de la sociedad , que llevaba a intervenciones
paternalistas.
2
A título de ilustración de esta producción artística, podemos citar algunas canciones populares que tuvieron
inclusive un papel político en el escenario de acontecimentos sociales, durante el período de la dictadura, en el
continente latinoamericano. Así, sería imposible no recordar algunas canciones de Chico Buarque, ya que su
poesía retrata bien cuestiones y temáticas de la cotidianidad, así como abordan las relaciones de estos sistemas
dictatoriales con la vida de la sociedad civil, como las composiciones Construção, Atrás da Porta, Minha História,
Apesar de Você, Deus lhe Pague, Angélica e Samba de Orly, todas compuestas en los años 70. No podEn os dejar
La influencia de la Sociología Rural en los trabajos comunitarios, denominada segunda vertiente,
por Freitas (1996, p.71), aparece como una alternativa a los modelos tradicionales vigentes, revelando
una “insatisfacción con el positivismo y una adopción de la investigación participante. Esta proviene de
las críticas, que a partir de los años 50, comenzaron a hacerse en el campo de las Ciencias Sociales”,
principalmente en relación a la rigidez de esta área de conocimiento, ya que se consideraba “como
fuente de error para la investigación científica cualquier práctica que implicara la transformación de la
realidad”3 esta posición llevaba a la dicotomía entre teoría y práctica, y a la defensa de una postura de
neutralidad y de distanciamiento político-social para el profesional y para su trabajo. Sin embargo, esa
concepción no podía sostenerse más, debido a los trabajos desarrollados en el campo comunitario, que
contaban con la participación de varios profesionales, oriundos de campos diferentes. Las fuertes
críticas dirigidas a las formas tradicionales de trabajar en psicología derivan del hecho de que sus
modelos explicativos “se apoyaban en el positivismo lógico y en el empirismo estricto, sin poder dar más
cuenta de explicar estas situaciones de la realidad latina, ni mucho menos de indicar caminos para
transformarlas” (Freitas, 1996, pp.71/72). Es en este clima de fuerte crítica al carácter supuestamente
neutro de la práctica psicológica que grupos de intelectuales se vincularon con las luchas populares con
el fin de unir la actividad científica con los procesos de transformación social. A partir de este escenario
de discusiones, surgen los primeros trabajos en contextos comunitarios, con el objetivo de facilitar la
formación de conciencia crítica y participación política. Estos pasaron a tener mayor visibilidad a través
de diversos eventos y simposios que pasaron a ser realizados, especialmente por la ABRAPSO
(Asociación Brasileña de Psicología Social), teniendo como eje orientador la preocupación de
acercamiento y comportamiento de la psicología con la realidad.
El Congreso Interamericano sobre Psicología, realizado en La Habana, en 1980, puede
considerarse como uno de los primeros e importantes foros de fomento a los debates relativos a los
paradigmas dominantes en el campo de las prácticas de la psicología en las comunidades, abordando
las exigencias teóricas y metodológicas. Según Nascimento (2001), en este evento fueron identificadas
visiones de hombre y, por lo tanto, diversos tipos de intervenciones en la comunidad, estando presentes,
también, trabajos con prácticas paternalistas y asistencialistas. Tal diversidad, ya presente a inicios de
los años 80, señalaba la necesidad de ser demarcados los aspectos teórico-metodológicos de una
psicología social crítica, mostrando un tipo de actuación que pasó, más tarde, a ser conocida como
Psicología Social Comunitaria (Nascimento, 2001; Freitas, 1998a).

De la Psicología Social a la Psicología Social Comunitaria


La discusión sobre las ligaciones que existen y pueden existir entre algunos campos muy cercanos
en la psicología, como es el caso de las Psicología Social, Comunitaria y Política ha sido intensa y
prolífica, especialmente a comienzos del presente siglo. Aunque no sea nuestro objetivo, aquí, presentar
una discusión detallad finalizada sobre las interinfluencias entre tales campos, consideramos relevante
recuperar algunos elementos ya señalados por estudiosos del área.
Encontramos en Campos y Guareschi (2000) la indicación de que hay, en el siglo XX, tres
demarcaciones importantes que contribuyeron en la definición de la Psicología Social actual, incluyendo
ahí la Psicología Social Comunitaria. La primera se refiere a la propuesta de la Psicología de las Masas,
nacida en Europa de comienzos de siglo, apuntando como respuesta específica las indagaciones

de citar algunos versos de la música Cálice, en coautoría con Gilberto Gil, que junto con otras, se volvió un
símbolo de la sociedad que deseaba pronunciarse pero que permanecía amordazada por la dictadura y por la
ignorancia. Como é difícil acordar calado/Se na calada da noite eu me dano/Quero lançar un grito desumano/ Que
é una maneira de ser escutado/ ese silêncio todo me atordoa/ Atordoado eu permaneço atento/ Na arquibancada
para qualquer momento/ Ver emergir o monstro da lagoa.( Cómo es dificil despertar callado/ si en el silencio de la
noche me hago daño/ quiero lanzar un grito inhumano/ que es una manera de ser escuchado/) En Argentina,
podemos citar la música Sólo le pido a Dios, de León Gieco y Mercedes Sosa: Sólo le pido a Dios/ Que la guerra
no me sea indiferente/ Es un monstruo grande y pisa fuerte /Toda la pobre inocencia de la gente/ Es un monstruo
grande y pisa fuerte/ Toda la pobre inocencia de la gente. En Chile, uno de los nombres mas importantes de la
nueva canción folclórica es Victor Jara y, entre sus varias composiciones, citamos El pueblo unido, El derecho de
vivir en paz y Manifiesto.
3
Transformar la realidad es buscar formas en la vida concreta que “maximicen una salud mejor para la población y
esta salud emana directamente de las posibilidades reales que esta población puede tener para estudiar, comer, vivir,
hacer cultura, y, por lo menos, para transformar las cosas de su cotidianidad o sea, para trabajar. Al poder hacer
esto, la vida de las personas y sus relaciones – consigo mismas, con el otro y con el mundo que las cerca – podrán
volverse más dignas, más solidárias y éticamente humanas, considerándose una perspectiva psicosocial de
comprensión de la realidad humana (Freitas, 1996, p. 65).
puestas sobre los movimientos sociales urbanos en las sociedades capitalistas modernas. En segundo
lugar, aparece el Modelo de la Psicología de la Opinión Pública, derivado de los cuestionamientos sobre
el funcionamiento de las democracias modernas, basadas en la síntesis de miles de puntos de vista
individuales. Y finalmente, el Modelo de la Psicología Social Comunitaria, basado en el pluralismo
cultural y en la ética igualitaria que se impuso a finales del siglo XX.
Dentro de éste último modelo encontramos una parte considerable de la producción contemporánea
en Psicología Social en América Latina, como se puede verificar en los Congresos realizados por la
Sociedad Interamericana de Psicología (SIP), en que por lo menos desde 1992, se observa una
expresiva participación de los trabajos inscritos en el área de Psicología Comunitaria, a partir de estos,
Montero (1996) propone lo que pasó a ser denominado Paradigma de la Psicología Social Latino
Americana, que en palabras de Campos y Guareschi (2000, p. 9, APUD Montero, 1996) es “el
paradigma de la construcción y de la transformación crítica, caracterizado por la relación dialógica 4 entre
el investigador y los sujetos de la investigación y por el énfasis en la aplicación de la ciencia en la
transformación social”.
Entre los indicadores de esta `Psicología Social Comunitaria latinoamericana, encontramos su
carácter activo y constructor de los “influjos sociales” (Martín-Baró, 1989), teniendo la referencia
histórica, crítica, social para las acciones a ser implementadas (Freitas, 1998b; Lane, 1995; Guareschi,
1996), así como la explicitación de los determinantes políticos (Montero, 2000; Lane, 1995). Hay una
reconocida influencia del construccionismo social de Berger y Luckmann (1996) para las concepciones
relativas a la producción humana y formas de constitución social de existencia, presentes en la obra La
Construcción Social de la Realidad, que presenta la idea del ser humano como producto y productor del
medio social, transformando la realidad al mismo tiempo en que es transformado por ella, siendo una
producción societal y, al mismo tiempo, haciendo de la sociedad una producción humana. El campo de
la Psicología Social Comunitaria ha utilizado, también, la perspectiva crítica y dialógica dirigidas a la
reflexión, revelando una influencia del materialismo histórico y de la Escuela de Frankfurt.
A través de esta combinación, no solamente el aspecto constructor de la acción, sino la
desconstrucción de los análisis de la causa-efecto han aparecido en diferentes trabajos dentro de este
campo. Este aspecto aparece, más recientemente, en Montero (2000) enfatizando que, para eso, “es
necesario incorporar la acción y la reflexión a nuevos actores y oír las voces de aquellos que viven los
problemas y a quien destinan los programas sociales” (p. 75).
Destacamos, también que la originalidad de la Psicología Social en la perspectiva latinoamericana
se ubica en el interés por la colectividad y por las comunidades, en el posicionamiento social a favor de
las minorías oprimidas y de los movimientos sociales, en la praxis procurando la transformación social e
individual, en la incorporación de las culturas populares, así como en la participación social (Massini,
2000). La necesidad del enfrentamiento de una realidad política, cultural y social marcada por conflictos,
explotación, injusticia social, exclusión y miseria del contexto latinoamericano, definió las bases sobre
las cuales se desarrolló la Psicología Social Comunitaria. La coyuntura política dictatorial, entre 1960 y
1980, en varios países de América Latina, así como la reproducción de la Psicología norteamericana,
llevó a una amplia revisión crítica de las teorías desarrolladas hasta entonces (Martins, 2001), buscando
la construcción de una Psicología que considera las particularidades nacionales y el momento histórico
por el cual atravesaban estos países. Con un eje basado en el estrechamiento de la relación entre teoría
y práctica, el contexto social pasó a ser referencia obligatoria. Actualmente, la inserción y la práctica de
la Psicología Social Comunitaria han sido reconocidas como nunca antes en su historia de construcción,
desde comienzos de la década de los años 60 (Freitas, 2001).
Tomando como referencia las conceptualizaciones de este campo, se observan varias formas de
concebir la Psicología Social Comunitaria. Una de las primeras definiciones que fue ampliamente
divulgada es la de Montero (1982, p. 16), afirmando que esta disciplina constituye el “área de la
psicología cuyo objeto es el estudio de los factores psicosociales que permiten desarrollar, fomentar y
mantener el control y poder que los individuos pueden ejercer sobre su ambiente individual y social, para
solucionar problemas que los afectan y lograr mudanzas en estos ambientes y en la estructura social”.
Otra definición utilizada es la propuesta por Góis (1993), para quien la Psicologia Social Comunitaria es
un área de la Psicología Social que se interesa por la actividad del psiquismo derivado del modo de vida
en el lugar de la comunidad. En la visión de este autor, el objetivo de la intervención psicológica es el
4
La idea de dialogismo o polifonía fue construida por el escritor Mikhail Bakhtin, a partir de 1920, en el campo de
la teoría literaria y de la filosofía del linguaje. El autor sostiene que el lenguaje y el mundo social son,
fundamentalmente, dialógicos, es decir, son caracterizados por la interacción entre diferentes perspectivas y puntos
de vista. El abordaje dialógico posibilita, así, incluir la cuestión de la alteridad en la discusión en torno de las
Ciencias Humanas, como al método, rigor y cientificidad (Amorim, 2001).
desarrollo de la conciencia de los sujetos, concibiéndolos como históricos y comunitarios. Para esto,
trabaja de manera interdisciplinaria, facilitando el fortalecimiento y el desarrollo de las personas, de los
grupos y de la comunidad.
Además, Montero (2000) destaca que “la psicología Social Comunitaria se da en un mundo
relacional. Su objetivo versa sobre formas específicas de relación entre las personas unidas por lazos
de identidad construidos en relaciones históricamente establecidas, que a su vez construyen y delimitan
un campo: la comunidad” (p,79).
Serrano-García et al (1992) indican que la Psicología Social Comunitaria se propone investigar las
formas de integración del ser humano en sociedad y las formas que esta integración se ha alterado o
pueden alterarse. Para ella, las formas de integración del ser humano en sociedad no deben ser
entendidas como únicamente individuales. La integración debe acontecer colectivamente, en grupos.
Finalmente, como una visión general, podemos decir que la Psicología Social Comunitaria trata de
un campo de trabajo interdiciplinario, comprometido política y socialmente con el desarrollo de saberes y
prácticas que posibiliten el establecimiento de relaciones igualitarias e emancipatorias a través de la
dialógica (Campos, 1996). En diferentes autores (Freitas, 1998; Montero, 2000; Wiesenfeld, 1994;
Serrano-García et al, 1992, entre otros) se verifica que la interdisciplinariedad es un elemento
fundamental de la disciplina, utilizando conocimientos de la Psicología, Sociología, Antropología,
Servicio Social y otras áreas profesionales que estén al servicio de la comunidad, así como incluye el
saber popular proveniente de la comunidad, para su realización.

Encuentro de saberes
¿Cómo se da la producción de conocimiento? Esta es una cuestión que la Psicología Social
Comunitaria, junto a otros campos, también busca responder. Scarparo y Bernardes (2000) afirman que
la producción del conocimiento ocurre a partir del diálogo entre los saberes: el popular, el académico,
así como en el contexto en los cuales estos se inscriben.
Para Montero (2000) “entre sujeto y objeto no hay distancia, puesto que componen una misma
realidad y no se trata de entidades separadas. Ambos, sujeto y objeto, son considerados con parte de
una misma dimensión en una relación de influencia mutua. El sujeto construye una realidad, que a su
vez lo transforma, lo limita y lo impulsa. Ambos están siendo construidos y desconstruidos
continuamente, en un proceso dinámico, en constante movimiento” (p. 75-76).
Jovchelovitch (2000) profundiza la discusión acerca de la construcción de los saberes sociales,
fundamentándose en la Teoría de las Representaciones Sociales, que básicamente enfoca la
construcción del saber social, envolviendo diversas dimensiones y naturalezas del saber y sus
relaciones en la cotidianidad. La teoría está principalmente preocupada en saberes producidos en y por
la cotidianidad y, de esta forma, son presentadas tres dimensiones constitutivas de cualquier saber
social: el significado, la comunidad y la cultura. Así, la autora muestra el aspecto de la construcción
simbólica como esencial para entender la sociedad en la cual vivimos, completamente mediada,
mediatizada y dependiente de lo simbólico –de una manera fundamentalmente diferente de lo que se
pretendía hace 50 años. Jovchelovitch (2000) también se refiere, al tratar los saberes sociales, a la
dimensión de la comunidad, que puede ser una gran sociedad, una institución, un grupo o una villa
miseria, pero que de cualquier forma es delimitada por la cultura. Aparece, entonces, la cultura como
elemento importante, tratando de los símbolos, de las tradiciones, comportamientos, reglas, modos de
vivir y hacer las cosas que dan identidad a un grupo humano.
Considerando los aspectos relativos a los significados de la comunidad, así como la complejidad de
la vida contemporánea, encontramos también los trabajos de la Psicología Social Comunitaria que
buscan implicarse con la comunidad, incorporando sus miembros en todas las etapas del trabajo
comunitario y desarrollando las diferentes propuestas de intervención en la relación establecida, en las
dimensiones de la práctica y de los saberes. Montero (2000) recuerda, de esta forma, que el
conocimiento producido es relativizado, en el sentido de ser específico al contexto particular del cual
emerge, respondiendo al momento y espacio determinados, ya que es históricamente producido y está
marcado por su carácter social.
Estando en consonancia con esto, encontramos las matrices teóricas oriundas, también, de Marx y
Gramsci, que se constituyen en orientadores para las prácticas de intervención comunitaria, rompiendo
con la noción de comunidad pasiva y estática. Podemos percibir la fuerte influencia de la Pedagogía
oriunda de la Educación Popular, ya que la temática central de la Psicología Social Comunitaria es la
concientización de la comunidad. A continuación, consideramos oportuno rescatar los conceptos de
participación y conciencia.
La participación puede ser comprendida como fenómeno indicador de transformación psicosocial.
Según Montero (1996), mediante la participación, el fenómeno del cual participamos pasa a ser
parcialmente nuestro, generándose una relación peculiar del fenómeno con el sujeto participante, de tal
suerte que el participante transforma el objeto o el acontecimiento del cual participa, y de la misma
manera es por él, también, modificado.
El nivel de participación entre los miembros de la comunidad dependerá del grado de identificación
y compromiso que las personas establecen con determinado proyecto (Hernández, 1996). Para esta
autora, según el compromiso, la participación puede significar una asistencia, una participación
permanente e inclusive una participación orgánica. Asistencia sería el grado de participación de la
mayoría de los miembros de un proyecto o de una comunidad y no es caracterizada por el
comprometimiento efectivo. La participación permanente exige que se asuma alguna responsabilidad,
implicando un trabajo en equipo. La participación orgánica sería el mayor grado de participación, propio
de las personas que se identifican con el programa o proyecto y lo asumen como suyo, participando del
planeamiento, la implementación, pasando por evaluaciones y así sucesivamente (Hernández, 1996).
La participación de la comunidad en actividades políticas, culturales, familiares, de barrio, etc.,
produce movilización de la conciencia sobre las circunstancias de la vida, transmite patrones de
comportamientos y nuevas formas de aprender estas circunstancias, lo que Montero (1996) denomina
acción concientizadora y socializante.
Así, la conciencia es, por un lado, la captación a nivel individual de la experiencia social y personal
del ser humano y, por otro lado, es la captación de la conciencia y de la acción de un grupo o clase
social (Serrano-garcía et al, 1992). El dearrollo de cualquiera de las formas de conciencia requiere una
inversión. La conciencia política, por ejemplo y en especial, requiere una formación continua, sistemática
y permanente, dentro de un compromiso de acción para transformar la realidad. De esta forma, se
asume el desafío del cambio personal en función de las metas que se tienen convirtiendo la persona en
un sujeto político (Hernández, 1996).
Serrano-García et al (1992) señala la importancia del psicólogo social comunitario para tener una
comprensión de los factores que determinan la conciencia y las posibilidades de captación de un
proyecto social por parte de los grupos.

Aspectos relativos al Método y Técnicas


Para que la intervención psicosocial acontezca, se debe reconocer la heterogeneidad y la dinámica
social, aprovechar y fortalecer las experiencias existentes, promover una descentralización de recursos
y necesidades de la comunidad, planear la participación de organismos públicos y privados locales y
trabajar no solamente a nivel local, sino también contemplando el ámbito global (Hernández, 1996). La
misma comunidad, apropiándose de su historia, y reconociendo sus necesidades tiene condiciones de
encontrar internamente recursos y participar de las soluciones que encontró para enfrentar su
problemática.
La articulación de la población y de los técnicos potencia los resultados deseados en el trabajo en
comunidad, implicando madurar, esfuerzo y comprensión. Esta interacción es un proceso que puede
ocurrir con más o menos obstáculos, pero favorece el desarrollo local, así como el desarrollo subjetivo
de todas las personas que participan. en ese sentido, si la comunidad es comprendida como ámbito de
participación eso se constituye en un espacio para el desarrollo local (Hernández, 1996).
El proceso de inserción del psicólogo en la comunidad depende de contactos, agentes
intermediarios, tentativas de conquistar espacio y confianza. El proceso continuo de interacciones
incluye entrevistas, conversaciones informales, visitas, registros de observaciones, recuperación de la
historia, rescate de documentos y encuentros. Las estrategias tienen el objetivo de recolectar
informaciones, identificar necesidades de la vida cotidiana de la población, detectar modos alternativos
de enfrentamiento y resolución de la comunidad con relación a sus problemas, discutir colectivamente
estrategias y evaluar continuamente el trabajo con la comunidad, estando abierto para reformulaciones
(Freitas, 1998).
El psicólogo inicia con grandes incertidumbres y desafíos y poco a poco visualiza el potencial de la
comunidad, percibiendo que la comunidad tiene patrones diferentes del saber técnico-científico, pero
este saber popular tiene igualmente la capacidad de sumir una postura dialógica de comunicación y es
propositiva de acciones y estrategias para ejecutarlas.
La Psicología Social Comunitaria utiliza, prioritariamente, la investigación participante, “en la cual el
investigador y los sujetos de la investigación trabajan juntos en la búsqueda de explicaciones para los
problemas expuestos, así como en el planeamiento y ejecución de programas de transformación de la
realidad vivida” (Campos, 1996, p. 11).
Creemos que las necesidades de la población son los aspectos que deben orientar los caminos
para la práctica del psicólogo, implicando en la construcción conjunta de alternativas y acciones, de
manera que la población se apropie de su cotidiano, de su problemática y de todo el proceso de tratar
con ella. Los procesos sustentados en relaciones participativas, solidarias y éticas contribuyen con el
desarrollo de una conciencia y de la autonomía de la comunidad.

Algunas consideraciones actuales


La trayectoria de constitución de este campo de actuación propició un enfrentamiento filosófico y
metodológico con gran parte de las perspectivas psicológicas tradicionales, fundadas en cosmovisiones
individualistas, con énfasis en la supuesta neutralidad científica. Este enfrentamiento apunta hacia la
proposición de una Psicología Social Crítica e Histórica: hablar del fenómeno psicológico implica hablar
de la sociedad, históricamente construida (Martín-Baró, 1989; Montero, 1996).
Aunque el campo de acción de la Psicología Social Comunitaria, en los aspectos teórico-
metodológicos, haya conquistado importante espacio en la actualidad, dentro y fuera de la academia, lo
que podemos afirmar es que esta práctica se encuentra en proceso de consolidación, inclusive junto a
las políticas públicas de los diversos sectores.
Los primeros trabajos de la Psicología Social Comunitaria estaban vinculados a la academia, en el
sentido de ser de ella que salieron los autores de las primeras iniciativas de acercamiento de la
psicología con la comunidad, aunque, durante años, tales trabajos dentro de la academia hayan sido
despreciados y puestos al margen de una ciencia más valorizada y supuestamente neutra. Eran trabajos
realizados con los esfuerzos de profesores investigadores y sus alumnos, vinculados y comprometidos
con la realización de prácticas consecuentes para los sectores envueltos. Aunque los docentes fueran
remunerados por sus instituciones empleadoras, los trabajos eran considerados ‘extra’ de trabajo y, por
tanto, realizarlos o dar continuidad a ellos se trataba de una elección personal y política que los
profesores y los alumnos hacían, sin esperar el reconocimiento público y/o institucional. Se constituía,
así, un vínculo voluntario y no remunerado, pero directo y fuerte, entre estos investigadores/trabajadores
comunitarios y las comunidades en las cuales actuaban, cuyo tiempo y permanencia en la comunidad
no dependía del tiempo formal del curso, de las prácticas de formación profesional o de la finalización de
la carrera de psicólogo. Así, estos investigadores psicólogos trabajaban de forma voluntaria teniendo
poco reconocimiento, pero estaban convencidos del papel político y social junto a la población.
Pasaron por lo menos algunas décadas. Y ¿qué cambió en relación con este escenario inicial? ¿en
qué avanzamos?
Hoy se puede decir que se hace mas expresiva la producción de trabajos en esta área,
principalmente a través de asociaciones entre Universidades, que realizan trabajos de extensión
comunitaria, y algunas Secretarías Municipales, sea en la salud, en la educación o ciudadanía y justicia.
Ejemplos de esto los encontramos en la ciudad de Porto Alegre, en donde la FASC (Fundación de
Asistencia Social y Ciudadanía), órgano gestor de la Política de Asistencia Social, también añade
trabajos comunitarios, en la perspectiva de la participación popular, no solo en la comunidad local
(región de origen), como en la ciudad. Otros trabajos también aparecen uniendo acciones del campo de
la educación y capacitación política de educadores populares, educadores del campo o de jóvenes y
adultos, como en el estado de São Paulo, Minas Gerais, Ceará, Paraná, entre otros.
El Poder Público, en las áreas de la Asistencia Social, Educación, Salud, Justicia, Derechos
Humanos, pasa a ejecutar proyectos y programas en asociación con la sociedad civil, a través de las
ONGs, reconociendo la necesidad del trabajo interdisciplinario, incluyendo al profesional de la psicología
tanto en su cuadro funcional, como indicando su necesidad para las instancias de ejecución que han
realizado un convenio.
A partir de la consolidación de los consejos populares y del significado que estos adquieren –de
representación en la perspectiva de la administración de la ciudad-, han creado el interés por la
dinámica de funcionamiento de estos espacios de discusión en la comunidad, por parte de la comunidad
científica internacional, evidenciado en el Forum Social Mundial.
La institución del Presupuesto Participativo 5 se da conjuntamente con el fortalecimiento de las
Asociaciones de Moradores de Barrios, Clubes de Madres, provocando, inclusive, la organización de
estas en ONGs, en la ejecución de Proyectos Sociales. Tal vez pudiésemos considerar esta

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Un modelo de gestión pública democrática en que los cidadanos participam de forma directa, voluntaria y
universal, proponiendo, discutiendo y decidiendo sobre el presupuesto y las políticas públicas. Las personas pasan a
conocer el funcionamiento del Estado, analizan las finanzas públicas y definen cuando y donde los recursos del
presupuesto deben ser aplicados con prioridad.
organización como un paso de nivel de participación de asistencia hacia participación orgánica, dado su
nivel de compromiso.
Tenemos otro ejemplo, en el campo de la salud, en donde una experiencia comunitaria de un
pequeño municipio del noreste sirvió de brújula para la elaboración del Programa de Salud de la Familia
-PSF-, a nivel nacional, en donde los Agentes Comunitarios de Salud son personas de la misma
comunidad capacitados en los asuntos de prevención y acompañamiento a la salud.
Con todo, percibimos que el contexto socioeconómico del país también se modificó. La pobreza
aumentó significativamente en las últimas décadas, generando millones de familias sin acceso a los
derechos más elementales, garantizados en la Constitución Federal. También, cada nuevo año,
tenemos centenas de nuevos psicólogos excluidos del mercado de trabajo. Muchas veces, estos
desarrollan trabajos voluntarios, conscientes de su papel político y social, y, por ironía, sin tener fuente
de renta, se sienten también excluidos.
Otro punto importante para ser analizado es la característica asistencialista de muchos proyectos
que observamos diariamente. Estos no tienen nada que ver con los principios de la Psicología Social
Comunitaria. Al contrario, el asistencialismo es una práctica de exclusión, pues resta potencia al sujeto,
además de retroalimentar la miseria.
Innumerables son los aspectos a ser considerados y analizados si pretendemos una evaluación
sobre el estado actual de esta práctica que viene expandiéndose. Es importante para una reflexión
amplia e histórica, considerar los diferentes procesos formativos que han sido implementados en
nuestro país, aunque teniendo en su profesión la formación de profesionales implicados con la realidad.
Esta proposición por sí sola no se presenta como garantía, ni para el compromiso político y su
consecuente politización dirigida hacia la transformación social, ni para una capacitación con cualidad
para que los futuros professionales puedan desarrollar trabajos dentro de la perspectiva latinoamericana
de la Psicología Social Comunitaria y se transformen en catalizadores de la producción colectiva de los
diferentes saberes. Considerar estos elementos tal vez fortalezca el diálogo entre la sociedad política
(Estado), sociedad civil y nuestra profesión.

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