Está en la página 1de 10

Intervención psicológica recreativa para afrontar la hospitalización en niños con

cáncer

El modelo biopsicosocial de concepción de la salud (Organización Mundial de la


Salud-OMS / Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia-UNICEF, 1978), así como
los avances tecnológicos en la medicina, contribuyeron a la inserción de varios
profesionales no médicos en las instituciones de salud. Entre estos profesionales, se
encuentra el psicólogo, cuya labor se ha ampliado más allá de la atención de la salud
mental, para incluir el área de la salud en general. De acuerdo con esta posición, la
medicina ha dirigido la atención a los determinantes y consecuencias psicológicas de
la enfermedad para el individuo, con miras a mejorar su calidad de vida (Tovian,
Rozensky & Sweet, 2003).

Un área con la que ha contribuido el modelo de atención psicológica en salud es la


pediatría, en la que aspectos del desarrollo físico y mental de niños y adolescentes,
relacionados con el proceso de salud y enfermedad, han sido el foco de estudios
(Crepaldi, Rabuske & Gabarra, 2006). ; Miyazaki, 2001).

Siguiendo los desafíos de la amplia área de la psicología de la salud, en la psicología


pediátrica también se ha considerado fundamental que la investigación se agregue a la
práctica, permitiendo la aplicación de resultados y la evaluación de la efectividad de
las técnicas y procedimientos de intervención en la asistencia psicológica a los
hospitalizados. Niños (Días, Baptista & Baptista, 2003). Para Drotar y Lemanek (2001),
el número de estudios que discuten la efectividad de la intervención psicológica con
niños está creciendo. Sin embargo, estos autores advierten de la necesidad de cerrar
la brecha que permanece entre los tratamientos empíricamente probados en
psicología pediátrica y su aplicación práctica.

La revisión de la literatura sobre psicología pediátrica muestra la relevancia de


estudios relacionados con la evaluación e intervención psicológica con niños y
adolescentes con cáncer, con énfasis en aspectos como el manejo de procedimientos
médicos invasivos y estrategias de afrontamiento, tanto a nivel nacional (Arruda &
Zannon, 2002; Costa Jr., 1999; Miyazaki, 2001; Motta & Enumo, 2002; Soares, 2003;
Zannon, 1999), así como internacionales (Chen, Zeltzer, Craske & Katz, 1999; Claar,
Walker & Smith, 2002; Cohen, 2002; Cohen, Bernard, Greco y McClellan, 2002; Klosky
y cols., 2004; MacLaren y Cohen, 2005; Manne, Redd, Jacobsen, Gorfinkle y Schorr,
1990; Peterson, Sherman y Zink, 1994; Slifer, Tucker Y Dahlquist, 2002; Tak y Van
Bon, 2006; Williamson, Walters y Shaffer, 2002).

Considerando que el cáncer se identifica como la tercera causa de muerte en niños y


adolescentes brasileños de 1 a 14 años (Ministerio da Saúde, 1997; Rodríguez &
Camargo, 2003), parece coherente que las variables psicológicas relacionadas con
esta enfermedad y su el tratamiento se estudian con frecuencia. Además, la
preocupación por los aspectos psicosociales del tratamiento del cáncer infantil ha
recibido énfasis en estudios en el área, principalmente por la observación de una
mayor supervivencia y la posibilidad de cura, lo que abre espacio para la atención de
las necesidades globales del niño (Patenaude Y Kupst, 2005).
Con el fin de facilitar la comprensión de la experiencia vivida por el paciente
oncológico y su familia, Katz, Dolgin y Varni (1990) propusieron 10 fases: diagnóstico,
inicio del tratamiento, remisión, fin del tratamiento médico, supervivencia, curación,
recurrencia, terminal. fase, muerte y adaptación familiar posterior a la muerte del
paciente. Cada una de estas fases se caracteriza por factores estresantes, que
constituyen una variable que puede influir en las estrategias de afrontamiento de los
niños con cáncer (Kupst, 1994). En este contexto, la hospitalización se caracteriza por
ser un factor estresante presente en cada una de las etapas de la enfermedad y que
cubre una serie de otros estresantes, lo que implica consecuencias para el desarrollo
normal del niño.

Las investigaciones se han referido a las consecuencias adversas de la hospitalización


como dificultades y obstáculos en la vida social y familiar, por ejemplo, la restricción de
la interacción social, las frecuentes ausencias escolares y el aumento de la angustia y
tensión familiar (Eiser, 1992; Peterson, Farmer, Harbeck & Chaney, 1990; Siegel y
Hudson, 1992). A esta situación se suman situaciones que no formaban parte de la
vida del niño, como la necesidad de adaptarse a nuevos horarios, recibir inyecciones y
otro tipo de medicación, tener que permanecer en una habitación y verse privado de
jugar.

Así, desde el periodo de diagnóstico, en el que el niño es sometido a exámenes


dolorosos, como biopsia de médula ósea, mielograma y hemograma (que se convierte
en rutina durante el tratamiento), existe la posibilidad de hospitalizaciones frecuentes,
cuyas consecuencias aversivas se discuten en la asistencia sanitaria. Trabaja. En
estos casos, existe la necesidad de movilizar los recursos internos (comportamentales,
cognitivos y afectivos) y externos (recursos del entorno físico y social) del niño, para
que pueda afrontar esta nueva situación, como se muestra en estudios en el área
(Lõhr, 1998; Motta y Enumo, 2002; Nucci, 2002; Valle, 1997).

En el caso de la investigación sobre afrontamiento en contextos de salud, existen en la


literatura sobre cáncer infantil metodologías de evaluación que incluyen entrevistas
semiestructuradas (McCaffrey, 2006) y estructuradas (Weisz, McCabe & Dennig,
1994), además de escalas observación (Blount & cols., 1990; Costa Jr., 1999; Manne,
Bakeman, Jacobsen & Redd, 1993; Tucker, Slifer & Dahlquist, 2001) y autoinforme
(Motta & Enumo, 2004), especialmente diseñado para afrontamiento de identificación
estrategias. El estudio exploratorio de McCaffrey (2006), por ejemplo, identificó la
distracción, caracterizada por comportamientos de ver televisión y escuchar música,
como la estrategia más frecuentemente reportada por los niños sometidos a
quimioterapia.

Se cree que estos estudios dirigidos a evaluar el afrontamiento son los responsables
de generar demandas de intervención en contextos de salud. Dicho esto, refuerza la
necesidad de investigaciones en psicología de la salud y, más precisamente, en
psicología pediátrica, para asociar la investigación con la práctica del psicólogo, en
estudios de tipo investigación-intervención (Drotar & Lemanek, 2001; Roberts &
McNeal, 1995). ).
La revisión de la literatura internacional nos permitió aprehender lo que se ha
priorizado en las intervenciones psicológicas en contextos pediátricos. La exposición
frecuente a procedimientos médicos invasivos y / o aversivos y la posibilidad de
desencadenar reacciones de angustia (3) muestran la necesidad de desarrollar
métodos de evaluación y estrategias de intervención que contribuyan a reducir el
sufrimiento del niño, previniendo el agravamiento de las reacciones de dolor y
ansiedad en procedimientos posteriores ( Dahlquist, Pendley, Landthrip, Jones y
Steuber, 2002; Dahlquist y cols., 2007; Klosky y cols., 2004; Manne, Bakeman,
Jacobsen, Gorfinkle y cols., 1994; Manne y cols., 1990).

En el uso de la mayoría de estas técnicas de intervención, se encuentra la


característica lúdica, en la que el juguete tiene su función de diversión extendida a la
posibilidad de elaborar sentimientos y aprender nuevas conductas. En este caso, el
componente lúdico del procedimiento tendría una función educativa y terapéutica.

El valor terapéutico del juego fue destacado por Brown (2001), quien describió entre
los beneficios del juego, la distracción del miedo, la preocupación o el estrés; la
promoción de una relación terapéutica y de ayuda entre el niño y el adulto; la
posibilidad de mantener un aspecto de la vida normal, a través de actividades
infantiles, entre otras. Por estas razones, el juego puede tener efectos positivos para
los niños que experimentan situaciones de estrés, miedo y ansiedad asociadas a
enfermedades (Brown, 2001), con el uso frecuente de programas de intervención en
los hospitales que incluyen el juego como recurso para afrontar los efectos traumáticos
de la medicina tratamiento (Knell, 1993).

Diante do expuso, la importante que medidas de intervención psicológica sean


incluidas na asistencia à crianza hospitalizada, para amenizar os riscos a
desenvolvimiento global da misma, de forma a permitir que a crianza e sea familia
movilicen recursos adecuados a un enfrentamiento que contribuya también con un
tratamiento médico. Esta intervención debe ir precedida de una evaluación psicológica
adecuada, con el fin de adecuar los procedimientos y técnicas psicológicas disponibles
al contexto hospitalario.

Por tanto, se considera relevante proponer una intervención psicológica para hacer
frente a la hospitalización de niños con cáncer. Aquí surge la hipótesis de que una
intervención con las siguientes características: (a) esté enfocada al problema del
afrontamiento de la hospitalización y la enfermedad; (b) utilizar actividades recreativas,
con contenido específico; (c) ser individualizado, si es posible; y (d) con el apoyo de
una evaluación previa de las estrategias de afrontamiento de la hospitalización,
resultaría más eficaz que la propuesta tradicionalmente utilizada en la zona. Este
último se basa en la función de distracción, como los juegos, dirigidos por profanos y
otros profesionales o libres, desarrollados en el ámbito hospitalario.

A partir de esta hipótesis se realizó una tesis doctoral, parte de la cual se describe en
este artículo. El objetivo general fue evaluar la efectividad de una propuesta de
intervención psicológica con niños hospitalizados por cáncer, sustentada en el uso del
juego como recurso terapéutico para afrontar la hospitalización y la enfermedad,
comparándolo con el uso del juego libre, como ha tradicionalmente se lleva a cabo en
hospitales.
Método

Participantes

En esta investigación participaron doce niños (siete niños y cinco niñas), con edades
comprendidas entre los 7 y los 12 años (M = 9,8 años; Md = 10 años), ingresados en
la Sala de Oncología de un hospital infantil público, vinculado al Sistema Único de
Salud. (SUS), ubicada en Vitória, Espírito Santo. La mayoría de los niños procedían
del interior del estado (7) y de otros estados aledaños (3), lo que corrobora que el
hospital es un referente para el tratamiento del cáncer en estas regiones. En cuanto al
diagnóstico de la enfermedad, hubo predominio de niños con leucemia (7), seguido de
tumor sólido (3) y linfoma (2), variando el tiempo de tratamiento entre 7 días y 5 años
(Md = 120 días). . El motivo de la hospitalización actual varió entre: quimioterapia (4),
diagnóstico inicial (3), complicación (3) y diagnóstico de recidiva (1); hubo un caso de
desnutrición como motivo de hospitalización. El tiempo de estancia, en el momento de
la recogida de datos, varió entre 1 y 11 días (Md = 4,5 días).

En el caso de una muestra de conveniencia (Meltzoff, 2001), la inclusión de los niños


en el estudio se realizó según el orden de llegada a la enfermería, de manera que el
primer niño fue dirigido a G1, el segundo a G2, y así , sucesivamente. Luego de la
distribución en dos grupos, la muestra quedó constituida de la siguiente manera: G1,
compuesto por seis niños, tres niños y tres niñas, con edades entre 7 y 12 años (M =
9.3 años); y G2, compuesto por seis niños, cuatro niños y dos niñas, de 7 a 12 años
(M = 10,3 años).

Instrumento e intervención

Para la evaluación del afrontamiento de la hospitalización se utilizó el Instrumento


Computarizado de Afrontamiento de la Hospitalización (AEHcomp), ya utilizado por
Moraes (2007) con niños hospitalizados con otras enfermedades, excepto cáncer. El
AEHcomp está compuesto por 20 lienzos ilustrados con dibujos coloreados (una
versión para niñas y una versión para niños, diferenciados por el personaje principal
representado en las pantallas, niña y niño, respectivamente), en los que cada una de
las pantallas presenta escenas con comportamientos previamente. clasificados como
"facilitadores", refiriéndose a aquellas conductas potencialmente favorables para
afrontar la hospitalización (jugar, ver televisión, cantar y bailar, rezar, estudiar, hablar,
escuchar música, leer cómics, tomar medicamentos y buscar información), y "no
facilitadores ”, refiriéndose a aquellas conductas potencialmente desfavorables ante la
hospitalización (llorar, enojarse, esconderse, estar triste, desanimado, chantajear,
pensar en huir, sentirse culpable, sentir miedo y pensar en milagros). El AEHcomp
permite, mediante un análisis psicológico, identificar las estrategias de afrontamiento
presentes en los informes de los niños. Estas estrategias se incluyen en las categorías
de afrontamiento de "nivel superior", considerando las 13 estrategias propuestas por
Skinner, Edge, Altman y Sherwood (2003), a partir de una revisión de las escalas de
afrontamiento, especialmente con niños: solución de problemas, búsqueda de apoyo,
evasión, distracción, reestructuración cognitiva, rumiación, desamparo, retraimiento
social, regulación de la emoción, búsqueda de información, negociación, oposición y
delegación. Estas categorías fueron adaptadas por los autores de este estudio al
contexto del afrontamiento de los niños hospitalizados por cáncer, sin modificar su
significado.

La aplicación del instrumento dura, en promedio, 30 minutos y consiste en presentar al


niño una escena a la vez. El niño debe describir la escena y luego indicar cuánto se
parece a lo que ha estado haciendo durante su estadía en el hospital. Al niño se le
presentan cinco opciones: nunca, un poco, a veces, casi siempre o siempre. Después
de elegir, para cada escena, una de las opciones de respuesta, se le pregunta al niño
sobre el motivo de su respuesta, que se registra y transcribe a una hoja de registro.

El Programa de Intervención Psicológica Hospitalaria (PIPH) fue diseñado para


promover estrategias de afrontamiento favorables a la hospitalización, minimizando
aquellas estrategias que pudieran poner en riesgo la adaptación y el desarrollo del
niño. Consta de 24 actividades especialmente elaboradas, relacionadas con una
actividad lúdica centrada en el problema, con el fin de agregar un componente
terapéutico al juego del niño. Se hizo una excepción a la actividad "ver televisión", que
no se utilizó como recurso terapéutico para la intervención psicológica, ya que no
existía la posibilidad de conectar ningún aparato de VCR o DVD. En algunos casos, la
misma técnica de intervención incluyó más de un tipo de recurso recreativo.

Basado, más específicamente, en el juego psicoterapéutico, las actividades


involucradas: (a) identificación de sentimientos, mediante búsqueda de palabras de
sentimientos, pintura de rostros de sentimientos, lanzamiento de sentimientos,
expresión de sentimientos con instrumentos musicales; (b) técnicas de
reestructuración cognitiva, como el ejercicio de analogías "transformando el
pensamiento de oruga en pensamiento de mariposa"; (c) técnicas de "modelado de la
conducta", a través de la manipulación de objetos y personajes que retratan la rutina
médica; (d) técnicas de búsqueda de información sobre la enfermedad y el
tratamiento, mediante la lectura de relatos centrados en el problema; (e) técnicas
enfocadas a la distracción cognitiva y conductual, favoreciendo la participación del
niño en actividades placenteras, como "jugar", "mirar televisión", entre otras. Para la
selección, elaboración y preparación de estas actividades se consultaron materiales
sobre intervención psicológica con niños (Brown & Davis, 1995/1998; Friedberg &
McClure, 2001/2004), a partir de los cuales se adaptaron las tareas que componen el
PIHP.

La ejecución del PIPH implicó el uso del siguiente material: grabadora portátil,
videocámara portátil de colores, cintas de grabación de audio y video, papel bond,
lápices de colores, crayones, bolígrafos hidrográficos de colores, tijeras, pegamento,
arcilla de colores, juguetes (miniaturas de hospital y objetos domésticos, piezas para
ensamblar, entre otros), muñecos, instrumentos musicales, juegos (rompecabezas,
juego de memoria, naipes, dominó, bingo, entre otros) y títeres.

Procedimiento

Inicialmente, los niños fueron identificados y asignados aleatoriamente a dos grupos


(G1 y G2), como se describió anteriormente. Luego, fueron evaluados con respecto a
sus estrategias de afrontamiento. Por tanto, el AEHcomp se presentó como un juego,
en el que un personaje describía diversas conductas vividas durante la hospitalización,
y el niño se encargaba de identificarlas e informarle si también las vivía y por qué
respondían.

Los niños del G1 fueron incluidos en el Programa de Intervención Psicológica del


Hospital (PIPH), cuya aplicación tuvo como objetivo cambiar aquellas conductas que
fueron evaluadas como inapropiadas para hacer frente a la hospitalización por la
AEHcomp. El PIPH se aplicó en sesiones diarias, durante al menos tres días, con una
duración promedio de 51 minutos, en aplicación individual. El número medio de
sesiones por niño fue de 4,2 (de tres a cinco sesiones). Buscamos un total de un
mínimo de cinco sesiones de intervención, pero este número no fue factible debido a
las variables de la rutina de tratamiento: hubo días en los que el niño no estaba
dispuesto o el alta hospitalaria ya se había programado para un tiempo más corto. la
finalización de las cinco sesiones de intervención.

Las sesiones fueron grabadas en video. Ambos grupos estuvieron expuestos a la


rutina hospitalaria, que incluía juego libre promovido por voluntarios y compuesto por
actividades de dibujo y pintura, juegos (memoria, dominó, cartones, entre otros), bingo,
minijuegos, títeres y cuentacuentos. Por tanto, los grupos diferían ya que solo G1
estaba expuesto a PIPH. Todos los niños recibieron asesoramiento psicológico por
parte del equipo de Salud Mental de la Sala de Oncología del hospital.

Después de un período de tres a cinco días, se volvió a aplicar el AEHcomp para


investigar posibles cambios en las estrategias de afrontamiento de la hospitalización
de niños con cáncer, como una forma de evaluar los efectos de la intervención.

La recogida de datos se realizó previa autorización de los tutores, mediante la firma de


los términos de consentimiento para la participación en un proyecto de investigación,
aprobado por el Comité de Ética en Investigación del Programa de Posgrado en
Psicología de la Universidad y por el Comité de Investigación. Ética en Investigación /
CEP del hospital.

Análisis de datos

A la respuesta de cada niño al AEHcomp se le asignó un valor correspondiente, de


acuerdo con las reglas de análisis del instrumento, lo que permitió obtener una
puntuación para cada una de las 20 escenas. Se calculó el promedio de conductas
facilitadoras y no facilitadoras para cada grupo de niños, en las fases pre y postest.
Estos promedios se analizaron de forma descriptiva, comparando G1 y G2 y las
diferencias entre pretest y postest para cada grupo.

A partir de las respuestas a las escenas y el análisis de las justificaciones de los niños,
se identificaron las estrategias de afrontamiento utilizadas por los niños durante la
hospitalización, considerando el sistema de categorías propuesto por Skinner et al.
(2003).

Para evaluar los efectos de la intervención para niños en G1, se calculó la significancia
clínica (4), considerando el criterio de mejoría de al menos 30% en relación a las
evaluaciones basales, en instrumentos que no cuentan con estándares normativos
establecidos (Patterson, Chamberlain & Reid, 1982; Webster-Stratton, 1994; Webster-
Stratton y Hammond, 1997). Así, si del cálculo de la tasa de ganancia (5), el
porcentaje obtenido era superior al 30%, el cambio se consideraba clínicamente
significativo.

En cuanto a los datos obtenidos por AEHcomp, también se aplicó la prueba no


paramétrica de Wilcoxon para comparar los promedios de conductas facilitadoras y no
facilitadoras, en el pretest y postest, entre niños en G1 y G2, analizando las diferencias
intragrupales.

Para verificar diferencias significativas intergrupales entre los promedios de conductas


facilitadoras y no facilitadoras de G1 y G2, en cada aplicación del AEHcomp se utilizó
la prueba de Mann-Whitney (análisis estadístico no paramétrico).

En ambos análisis, el índice de significancia adoptado fue 0.05 (p [menor que igual a]
0.05).

Las estrategias de afrontamiento identificadas en las justificaciones dadas al


AEHcomp también fueron sometidas a estadísticas no paramétricas. En este caso, las
proporciones medias de cada categoría de estrategias de afrontamiento en G1 y G2 se
compararon entre sí, en el pre y post test (test de Mann-Whitney), estableciendo
comparaciones intergrupales. Para las comparaciones intragrupales de las medias de
las estrategias de afrontamiento entre la prueba previa y la prueba posterior, se utilizó
la prueba de Wilcoxon.

Resultados

En la tabla 1 se presentan los datos referidos al pre y post test, obtenidos del
AEHcomp, agrupados para favorecer la comparación entre y dentro de los grupos. En
el análisis por tipo de conducta, aparece que, entre las conductas no facilitadoras,
llorar (M = 2,00) fue la conducta más mencionada por G1 en el pre-test, mientras que
estar triste (M = 1,67) fue mayor en el post-prueba. Para G2, triste (M = 1,67) tuvo el
promedio más alto en la prueba previa, mientras que el desánimo (M = 0,83) y el
chantaje (M = 0,83) fueron más altos en la prueba posterior. En ambos grupos, se
negó la ocultación en la prueba previa y posterior.

Entre las conductas facilitadoras, mirar televisión, tomar medicamentos, jugar y hablar
presentaron los promedios más altos en el pre y post test de G1. En el post-test de G1,
la oración también fue mencionada entre las conductas más frecuentes. En el pre y
post test del G2, los promedios superiores correspondieron a las conductas de rezar,
ver televisión y estudiar. En la prueba posterior, se encontró que tomar medicamentos
también recibió una puntuación media más alta. La escucha de música fue menos
frecuente en ambos grupos, en el pre y post test.

Como se indica en la Tabla 2, hubo un aumento en los promedios de conductas


facilitadoras en el postest para ambos grupos, pero la diferencia entre pre y postest no
fue significativa, incluso para G1, que se sometió a la intervención. En el caso de las
conductas no facilitadoras, se observa una reducción de las medias, en el postest,
para ambos grupos, que alcanza valores muy cercanos (G1 = 0,45; G2 = 0,47). El
análisis intragrupo reveló que esta diferencia era estadísticamente significativa, pero
solo para G1. Es posible afirmar que, luego del período de intervención, G1 disminuyó
significativamente el promedio de conductas no facilitadoras, entre ellas, llanto, enojo,
tristeza y miedo.

Para el análisis de las justificaciones de los niños para cada una de las categorías de
conductas facilitadoras y no facilitadoras se utilizó una adaptación del sistema de
categorías de afrontamiento propuesto por Skinner et al.

(2003). El análisis descriptivo de la proporción media de cada una de las estrategias


de afrontamiento, indicada en la Tabla 3, permitió comprobar que la estrategia de
distracción fue la más mencionada en las respuestas de los niños de ambos grupos,
en el pre y post test. Este hecho puede justificarse por la variedad de escenas que
retratan comportamientos que se caracterizan más directamente como distracción. Es
el caso de las conductas de jugar, ver televisión, leer cómics, cantar / bailar y escuchar
música, cuyas justificaciones para su ocurrencia se refieren a la implicación en alguna
actividad alternativa placentera: "Pasar el tiempo"; "Divertirse, divertirse más, no
quedarse quieto" (G2, niño, 12 años).

Aún en relación a las estrategias de afrontamiento, la comparación entre los grupos no


indicó diferencias significativas entre G1 y G2 en el pre-test. En el postest, el análisis
intergrupal de las medias de las estrategias de afrontamiento indicó una diferencia
estadísticamente significativa entre los grupos en la estrategia de solución del
problema (G1 = 0,203 y G2 = 0,130). En este caso, se puede decir que, luego del
período de intervención, G1 presentó un promedio de la estrategia de solución del
problema significativamente superior al promedio presentado por G2. El informe
"Porque si llego al hospital es para que me (sic) esté bien, entonces no pienso en huir"
(G1, niña, 10 años), es un ejemplo de la estrategia para resolver el problema. Al
comparar el desempeño de los grupos, en el pretest y postest, en relación a las
estrategias de afrontamiento de la hospitalización, no hubo diferencias significativas
para ninguno de los grupos.

La Tabla 4 muestra el análisis de significación clínica, que considera que las mejoras
al nivel del 30% son significativas (McGlinchey & cols., 2002). A través de este análisis
fue posible identificar las estrategias más sensibles a la intervención. La mejoría en G1
tras la intervención fue clínicamente significativa al analizar los promedios de las
estrategias de resolución del problema y búsqueda de información, cuyas tasas de
ganancia alcanzaron valores superiores al 30% (43,97% y 80,77%, respectivamente).
Además, después de la intervención, hubo una disminución clínicamente significativa
en los promedios previos y posteriores a la prueba en las estrategias de rumiación,
negociación y evitación. Por otro lado, para G2, solo la estrategia comercial mostró un
cambio clínicamente significativo, caracterizado por un aumento del 125% desde el
pre-test hasta el post-test.

Discusión

Este estudio analizó los efectos de la intervención psicológica con niños con cáncer,
con un enfoque en las estrategias de entrenamiento para el afrontamiento de la
hospitalización y el uso de recursos lúdicos asociados a técnicas de intervención
preexistentes. En este sentido, el análisis estadístico intragrupo identificó una
disminución significativa en la puntuación de conductas no facilitadoras entre los niños
del G1, sometidos a la intervención. Al no verificarse esta disminución entre los niños
del G2, se planteó la hipótesis de que los niños sometidos a PIPH (G1) se beneficiaron
más durante la hospitalización, reportando menor ocurrencia de conductas como
llanto, sentimiento de enfado, miedo y desánimo, que los niños sometidos
exclusivamente al hospital. recreación (G2). Además, es posible sugerir relaciones
positivas con el bienestar psicológico del niño, al considerar la afirmación de Kupst
(1994) sobre el hecho de que la reducción de conductas inapropiadas en situaciones
de afrontamiento del cáncer infantil puede tomarse como un indicador favorable. al
proceso de adaptación del niño.

En cuanto al efecto del PIPH sobre las estrategias de afrontamiento, si bien el análisis
mediante estadística inferencial no mostró diferencias significativas, por el método que
considera los cambios clínicamente significativos se pudo confirmar la hipótesis de que
el PIPH, aplicado a niños en G1, había sido eficaz para reducir las estrategias de
rumiación, evasión y negociación.

En estudios que tienen como objetivo minimizar los efectos negativos de la exposición
a procedimientos médicos invasivos y el consecuente dolor, parece que la estrategia
más utilizada es la distracción, con el uso de diversos recursos, entre ellos, el
videojuego, la televisión y el blow ball. (Cohen y cols., 2002; Dahlquist y cols., 2007;
Klosky y cols., 2004; MacLaren y Cohen, 2005; Manne y cols., 1990). En particular, en
el estudio de MacLaren y Cohen, sobre el uso de la distracción en el momento de la
exposición a procedimientos médicos invasivos, se probaron dos técnicas: una pasiva
y otra interactiva. Aunque ya se ha afirmado la importancia de la participación activa
del niño en actividades de distracción, como una forma de reducir las reacciones de
estrés y sufrimiento (Brown, 2001), estos autores encontraron que la distracción pasiva
era responsable de mejores resultados que la distracción que requería la interacción
del niño.

Suponiendo que las actividades de distracción con múltiples estímulos sensoriales son
más efectivas que la distracción pasiva, Dahlquist et al. (2007) compararon los efectos
de dos tipos de distracción, ambos con el uso de videojuegos, pero diferenciados por
el uso de un casco que utiliza tecnología de realidad virtual. Los resultados indicaron
que las dos condiciones de distracción aumentaron la tolerancia al dolor en los niños.
Sin embargo, se encontró que los niños mayores obtenían ganancias adicionales con
el uso del casco. Los autores destacan la importancia de futuros estudios para verificar
la aplicabilidad clínica de este tipo de distracción.

En el presente estudio, la actividad de ver televisión (un tipo de distracción pasiva) fue
la más reportada en ambos grupos, como conducta presentada durante la
hospitalización. Incluso sin tener fines terapéuticos, al estar disponible para el niño
hospitalizado, el televisor permite la distracción, ayudando a pasar el tiempo y
divertirse. Además, dado que el niño está físicamente restringido en la locomoción,
clínicamente debilitado por los efectos de la medicación o la propia evolución de la
enfermedad, parece poco probable que, espontáneamente, pueda hacer esfuerzos
para reformar su pensamiento sobre la enfermedad o aún así. participar en actividades
recreativas más dinámicas. En este punto, el acceso a la televisión parece jugar un
papel importante en la promoción de su bienestar durante la hospitalización. Por tanto,
faltan estudios sobre los contenidos televisivos más adecuados a este contexto y
grupo de edad.
La asociación de recursos lúdicos con técnicas de intervención PIPH también encontró
apoyo teórico en Knell (1993), quien enfatizó el uso de juguetes con el objetivo de
promover cambios en conductas, pensamientos y sentimientos, en un enfoque lúdico
de la terapia cognitivo-conductual. De hecho, el uso de títeres asociados a miniaturas
representativas del contexto hospitalario, por ejemplo, en la actividad "Um dia de
Doutor", fue bien recibido por los niños.

Finalmente, discutimos la cuestión de cómo tiene lugar la relación entre el uso de


estrategias de afrontamiento y el proceso adaptativo. Para Skinner et al (2003), la
importancia del estudio sobre el afrontamiento radica en su función de ayudar al
individuo a afrontar el estresante, que caracterizaría su papel en el corto plazo y,
también, su contribución al desarrollo normal, en este caso, abordando su efectos a
largo plazo. En este estudio, el diseño empleado y los resultados obtenidos pueden
considerarse suficientes para sugerir los efectos positivos del programa de
intervención en la forma en que el niño afronta la hospitalización, ya que se logró
obtener una reducción significativa de las conductas no facilitadoras. Si esta reducción
se puede mantener a largo plazo, caracterizando su importancia para el ajuste global
del niño, es una pregunta que no puede ser respondida por este estudio. Para ello,
sería necesario que el diseño de la investigación incluyera el seguimiento de
situaciones futuras de hospitalización del niño, con el fin de verificar el mantenimiento
de la ganancia obtenida tras la intervención, en cuanto a conductas y estrategias de
afrontamiento. Patenaude y Kupst (2005) destacan la viabilidad de la investigación
longitudinal centrada en el ajuste psicológico de los niños con cáncer, así como los
efectos tardíos del tratamiento médico.

En conclusión, los hallazgos de este estudio sugieren la contribución de PIPH a la


reducción significativa de conductas no facilitadoras. De hecho, tales comportamientos
fueron un foco directo de las técnicas de intervención, ya que intentaron alterar y / o
eliminar, cuando era posible, el factor estresante que desencadenaba cada uno de
estos comportamientos. Se hicieron esfuerzos para ayudar al niño a afrontar
favorablemente la hospitalización, mostrando un impacto positivo de la PIPH en los
niños con cáncer que participaron en este estudio y también indicando una posible vía
para que el psicólogo trabaje en el hospital.

También podría gustarte