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Hécate, la diosa de la noche

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1. Un diálogo entre las sombras
Anoche desperté envuelto en palpitaciones y sudor, avanzadas
las horas de mayor oscuridad, una pesadilla vino a visitarme,
buscándome. En medio de su brumosa atmósfera se encontraron
las fronteras de dos mundos, el sueño y la vigilia, donde
apareció –terrible- la imagen de una mujer que, con imponente
y autoritaria voz, me dijo:
“He llegado hasta tus sueños más oscuros y he entrado en
ellos. Allí donde nacen tus miedos y angustias. Hasta aquí he
venido, en el entrecruce interior de tus caminos. Mi nombre es
Hécate. Soy la diosa de la noche, reina de los
espíritus. Deambulo por cementerios y tumbas, entre umbrales
inhóspitos y desconocidos. Tengo siervos oscuros y
vivo entre la vida y la muerte. Soy la diosa de la luna y la
reina hechicera de los fantasmas. Puedo evitar que el mal
entre o salga. Me gusta merodear por los sepulcros, acompañada
de una jauría de perros y otras fieles servidoras, divinidades
de menor rango llamadas ninfas. Las que están bajo mi imperio
son las ninfas del inframundo ya que también allí habito, en
los dominios del dios del infierno, Hades y de su
esposa Perséfone. Mis compañeras, las llamo “lámpades” porque
tienen antorchas que usamos como lámparas en medio de la
tenebrosa oscuridad. Estas luces que inspiran más terror que
confianza han sido un regalo del dios de los dioses, Zeus. Yo
nunca he estado en el Monte Olimpo de los dioses. Vivo en la
oscuridad y en el submundo. También me encuentran en zonas
salvajes, bosques, murallas y puertas de las ciudades. Yo soy
la ancestral Hécate, de la raza de esos dioses poderosos
llamados “titanes”, la peregrina, la enemiga de la humanidad,
la reina de los muertos”.
La voz de esa aparición era como un trueno. Sentí su mirada
seca y oscura aunque no pude ver su rostro. La niebla del
paisaje la cubría. Para que tuviera total convicción de su
poder, prosiguió con su discurso y me dijo:
“Soy una la diosa oscura desde el principio de los siglos.
Dispenso mi poder y mando en las alturas resplandecientes del
cielo, en las aguas profundas del mar y en los mudos llantos
del infierno. Traspaso los diversos mundos, el de los vivos y
el de los difuntos. Cruzo libremente de uno al otro lado.
Entro y salgo. Estoy donde los caminos se cortan y hasta
acompaño a los marineros a iniciar su viaje. Muchas veces mi
imagen se encuentra donde se están los umbrales y fronteras.
Allí me piden protección y ayuda. Todo lo que entra o sale de
este mundo está a mi cuidado. También colaboro con las mujeres
en los duros momentos del parto. Mis protegidos son los recién
nacidos y los muertos, todos que viajan ya sea de una vida a
otra o de un lugar a otro. Ayudo a los extraviados, los
navegantes, los que se han perdido por alguna razón e incluso
a los que ya no tienen razón, los locos. A todos ellos ampro.
Algunos me ven y me temen. Otros no me ven nunca. Soy una
anciana errante, protectora y dueña de todo lo que está a
medio camino, de lo que no está o de, lo que está por venir a
este mundo y lo que va a pasar de este mundo al otro. Algunos
veneran mi imagen en las puertas de las ciudades y casas. Soy
la diosa de las tierras salvajes y zonas inexploradas. La
gente, temerosa de mi ira –la cual provoca pesadillas y
demencia- deja frente a sus puertas – como ofrendas- corazones
de pollo y un poco de miel. Algunos más devotos me hacen
sacrificios de cachorros de perros, ovejas y, a veces,
hasta me han sacrificado niños, realizando holocaustos para
viajar con seguridad por territorios ignorados. También le
rinden tributo al dios Hermes, el mensajero de los dioses y
cuidador de las fronteras. Yo alejo los espíritus malignos y
perturbadores. Soy la gobernadora suprema de las fronteras
entre el mundo mortal y el de los espíritus, la que acaricio
los largos y oscuros cabellos de la noche y converso con los
muertos mientras se dirigen a su juicio final. Todos ellos,
según sus méritos y pecados, siguen diferentes caminos. Soy
una reina invencible. Presido las ceremonias de penitencia y
purificación de las sombras para que pasen a la otra orilla
limpias de sus malas acciones. Algunos que van al otro mundo
me obsequian hojas del

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