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“Emprender en la Argentina es como entrar en una selva.

Te sentís perdido, te atacan de todos


lados, no sabés cómo moverte”. La frase es de Tito Loizeau, emprendedor serial que incluso
hoy, casi a los 50 años, está planificando la apertura de su próximo proyecto para mayo. Un
restaurante, en plena recesión económica. ¿Por qué? “El ser humano se mueve
constantemente entre la seguridad y la libertad. A nivel laboral, la seguridad es la relación
de dependencia. Del otro lado está el emprendedor: no tiene obra social, tiene que pagarles
a los empleados, si algo sale mal pierde su plata…”, enumera Loizeau. A pesar de que todo
podría parecer negativo al principio -las trabas burocráticas de crear una empresa, las presiones
laborales e impositivas, la inestable coyuntura económica argentina-, los emprendedores
aprenden a moverse en ese ambiente tan hostil. Lo disfrutan. ¿Por qué? “A medida que
aprendés, tenés lo mejor de los dos mundos: la libertad de la selva pero la seguridad de
conocerla. Cuando lográs ese equilibrio, no hay vuelta atrás. Es un mindsetmental. Siempre vas
a salir adelante, porque la sensación de pasar por eso es la razón por la cual nadie vuelve para
atrás”, dice Loizeau.
El que habla es uno de los jugadores más activos de un ecosistema pujante, que en los últimos
años se vio envalentonado por el boom emprendedor que pone a estos hacedores de empresas en
el centro del escenario.
Hoy, el emprendedurismo como valor se enseña en las universidades y está dentro de los
requisitos de los candidatos a ocupar puestos en grandes corporaciones. Sin embargo, el camino
no es un lecho de rosas y menos en un país como la Argentina, caracterizado por cambiar las
reglas a la mitad del partido.
Temerarios, en 2018 muchos se animaron a lanzar su propia empresa, algunos con proyecciones
más optimistas a los que el día a día los terminó sorprendiendo. Otros, convencidos de que el
momento justo para emprender no existe y que si son capaces de salir airosos de un primer año
en crisis, luego nada podrá tumbarlos. Por convicción, pero también por necesidad, los casos de
emprendedores que empiezan su propio camino por amor al arte se cruzan con aquellos que,
indemnización en mano, buscan en una start-up un camino de autoempleo y reinserción social.
Los argentinos, curtidos después de ciclos constantes de crisis, pareciera que no se acobardan.
Sin embargo, el último informe Global Entrepreneurship Monitor (GEM) que publica el IAE
Business School mostró que la tasa de actividad emprendedora (TEA) cayó a 6% en 2017,
contra 14,5% de 2016. Igualmente, aunque los resultados que hablarán de 2018 no están
publicados aún, se espera que vuelvan a subir y recuperen los niveles anteriores.
“Tengo una visión muy esperanzada de que esto empiece a revertirse y, si lo hace rápido, por lo
menos las expectativas, están lo suficientemente livianos como para desplegarse de nuevo. No
veo baja en la actitud emprendedora. No quiere decir que no empiece próximamente, porque al
que tiene un trabajo hoy le va a costar dejarlo. Pero sí van a aumentar los emprendedores por
necesidad, como pasa siempre en las crisis argentinas”, explica Silvia Torres Carbonell,
directora del centro de Emprendedores del IAE. Y aunque de a poco las instituciones se
consolidan y el espíritu emprendedor se contagia, sí es cierto que es un ecosistema que apenas
tiene 20 años de historia en la Argentina. Sin ir más lejos, firmas icónicas del sector, como
Despegar o MercadoLibre, se fundaron, recién, en 1999. Todavía, el stock de compañías
existentes en la Argentina es de solo 20 por cada 1000 habitantes, mientras que en países como
Chile ese indicador es de 58 empresas cada 1000, en México 34 y en Brasil 25, según datos de
la Fundación Observatorio PyME. Y aunque las iniciativas de a poco se hacen ver, como la Ley
de Emprendedores aprobada en 2017 que crea la figura de SAS y que permite abrir una empresa
en 24 horas (N.d.R.: todavía no se aplica en todas las provincias del país), aún queda mucho
camino por recorrer. Endeavor es una de las organizaciones pioneras en el apoyo a
emprendedores argentinos, fundada en 1998. Su directora Ejecutiva, Julia Bearzi, ve un entorno
cada vez más sofisticado: “Hoy los emprendedores no están solos. Todas las instituciones y el
Estado cumplen un rol fundamental, porque necesitan que tanto lo micro como lo macro esté
ordenado”. Sobre lo macro, asegura que la coyuntura difícil del año pasado fue “innegable”,
pero se anima diciendo que es en esas situaciones en las cuales los emprendedores tienen la
capacidad de leer las oportunidades y pensar nuevas soluciones. “La primavera que tuvimos en
los últimos años va a continuar de todas maneras, aun en un contexto difícil”, agrega. El punto
en el que todavía falta profundizar es el del financiamiento. Los VC (Venture Capital) que
suelen buscar empresas de alto potencial y, mayoritariamente, tecnológicas, todavía se cuentan
con los dedos de la mano y ofrecen solución solo a un pequeño y exclusivo grupo de startups.
Así y todo, a principios del año pasado Arcap pronosticaba números récord de inversión:
en el primer semestre contabilizaban US$ 444 millones desembolsados entre fondos de
venture capital, semillas y capital privado, contra US$ 440 millones de todo 2017.
El perfil más micro aún encuentra muchas trabas, con pocas opciones desde los bancos y tasas
cada vez más restrictivas. El friends & family es un clásico que sigue siendo indispensable para
que los emprendedores puedan dar sus primeros pasos, pero también es cierto que, de a poco,
aparecen otras alternativas. Bearzi nombra los casos de open innovation a través de los cuales
grandes empresas abren convocatorias para acercarse a start-ups que estén desarrollando
soluciones para sus industrias y las apoyan de diversas maneras. “Es fundamental no solo
para acceder al capital, sino para generar sinergias a través de una corporación con canales,
carteras de clientes más consolidadas y la validación de una gran compañía”, destaca. “Este
será un año para normalizar el sacudón de 2018. En el micromundo emprendedor, es un año
de oportunidades”, proyecta Daniel Tricarico, director Ejecutivo de Asociación de
Emprendedores de la Argentina (ASEA). “Va a ser un año de tratar de acomodar un poco la
nave de cada emprendimiento, de buscar si se puede crecer acá o afuera y de estar a la
expectativa de variables macro y políticas”, reconoce el representante de la asociación que
impulsó la Ley de Emprendedores y que, en materia de políticas públicas, asegura que 2019 será
un año para impulsar los proyectos de Ley de Economía del Conocimiento (que reemplazará a
la Ley de Software) y la Ley de Sociedades de Beneficio e Interés Colectivo (o BIC, que dará
entidad a empresas de triple impacto). “Todavía hay oportunidades, hay que estar a la caza. Hay
inversión y empresas que quieren hacerlo, además de instituciones que trabajamos para
promover la cultura emprendedora. Sigue siendo un buen momento a pesar
de la coyuntura. Es como un oasis”, concluye Bearzi.

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