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intento?
CLAUDIA MAESTRE
Copyright © 2016 Claudia Maestre.
ISBN: 9798577678630
¡ADVERTENCIA!
Es más bien una historia sencilla y breve que quise contar, así que la puedes
leer muy rápido; en lo que dura el ciclo de la lavadora, mientras calientas
algo en el micro, o mientras esperas a que la mascarilla haga efecto.
SINOPSIS
***
***
El vuelo: fenomenal.
La compañía: más allá de estupenda.
En la recepción del Four Seasons, aguardo pacientemente a que la
sonriente recepcionista nos anuncie que ha habido un error con las reservas
y mi jefe y yo debemos quedarnos en la misma habitación. Donde,
curiosamente, solo hay una cama y han agotado todas las auxiliares.
—Aquí están sus llaves. Bienvenidos al Four Seasons y que disfruten su
estadía. El botones los llevará a sus habitaciones.
“Sus habitaciones” suena a que mi fantasía no se hizo realidad…
Bueno, no importa.
Caminamos a través del elegante pasillo hasta las habitaciones. No me
desgastaré describiendo lo hermosa que es, basta con resumir que este hotel
es fabuloso, para saber que todo dentro de él exhuma elegancia y placer
visual.
Inmediatamente nos instalamos, pasamos al restaurante donde
apresuramos el almuerzo más costoso de mi vida y vamos directamente a
los salones donde ya tiene lugar una de las actividades programadas. Todos,
como era de esperarse, conocen a Jacob Drummond, lo saludan
efusivamente y él se encarga, emocionado, de presentarme y relacionarme
con todos.
Me sorprende que me anuncie directamente como su asistente, y la gran
mayoría pregunta por Lissa. A lo que él responde sin muchas largas que
está cubriéndolo en el museo.
La convención va de publicistas, diseñadores y expertos en marketing.
Me siento en mi lugar, todo me encanta y me amoldo gustosamente.
Serán cuatro días de mucho provecho, de eso estoy segura.
Me siento como pez en el agua.
Por la noche, terminada la última conferencia del día, el señor
Drummond y yo nos despedimos, me voy hasta mi habitación y llamo a mi
hermana. ¿Adivinen qué? ¡Consiguió el empleo! Ha estado tan ocupada que
poco hemos hablado, ya que llega muerta del trabajo y solo quiere dormir.
De todas formas, me siento muy feliz por ella.
—Hola, Sav. Te extraño. ¿Qué haces? ¿Cómo está Armando?
—Hola, yo no te extraño. Estoy comiendo y adelantando trabajo. Y no sé
de qué Armando me hablas.
Escucho mucho ruido del otro lado y su boca llena. El miedo de que algo
pudo haberle pasado a mi gato se disipa ante la confianza que me da saber
que mi hermana no haría ninguna cosa que pudiera hacerme daño.
—Cuídalo, por favor. Ya bastante tiene con quedarse solito todos los
días.
—En serio, no sé de quién me hablas.
—Tonta.
Se ríe y sigue trasteando cosas.
—¿Por qué estás llevando trabajo a casa? ¿Qué trabajo?
—Un cuadro que llevaron esta mañana. Está muy deteriorado, y tengo
mucho interés en terminarlo pronto. Me ha emocionado. Además, hay
mucho acumulado allí y poco personal. No me importa hacerlo.
—Lo sé. Amas esas cosas.
—¿Y tú? ¿Te diviertes con tu candente jefe?
—Bueno, digamos que solo está en el modo jefe, y la diversión ha sido
de otra manera. Esto es espectacular, Sav —me muevo hacia la ventana que
da a la ciudad. Y siento cómo la emoción va bullendo dentro de mí. — Es
magnífico, hay tantas personas que tengo como referencia en el mundo de
la publicidad, los he conocido a todos. Jacob me ha presentado con todos
sus colegas, hay tantas cosas de las que absorbo todo lo que puedo. No te
imaginas.
—No, no me lo imagino. Odiaría estar entre tanta gente. Creo que no
soportaría dos minutos.
—Lo sé. Pero yo estoy encantada.
Cuando quiero seguir detallando cosas que mi hermana solo escuchará
por cortesía, dos golpes en la puerta me callan de repente.
—Espera un segundo, alguien llama a la puerta.
Estoy algo desconcertada, ya que no he pedido nada a la habitación. Con
el teléfono aun en la oreja me pongo un poco de puntitas y observo a través
de la mirilla.
Mis ojos se abren escandalosamente al ver del otro lado a un hombre en
camiseta y jeans al que reconozco como Jacob Drummond.
—¿Quién es? —mi hermana me habla desde el otro lado.
—No me lo vas a creer.
—¿Qué?
—Mi jefe. Del otro lado. Seximente vestido, esperando que yo abra la
puerta —hablo como si el hecho fuera un sueño, una ilusión que debo
pronunciar en voz alta para creérmela.
—Pues abre, entonces ¿No?
—Te hablo después —es lo único que puedo decir. Corto la llamada y
doy vueltas por todas partes buscando la blusa y que ya me había quitado.
Un instante después abro la puerta y encuentro a mi jefe apoyado al
marco, sonriendo y guardando su teléfono móvil en el bolsillo de sus jeans.
Sí, mencionaré que se ve exquisitamente sexy.
—Supongo que no te habías dormido.
—No, no señor. Estaba hablando con mi hermana. No tengo sueño, en
realidad.
—Quería saber si te gustaría salir un rato.
¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!
—Sí, claro.
Espera, esto no era lo que había planeado. Se supone que debía decir que
no y… ¡Al diablo!
—Perfecto. Estaré en el lobby. Y no me digas señor.
—De acuerdo.
Se da la vuelta y camina hasta el ascensor sin mirar atrás. Yo, mientras
tanto, me giro y empiezo a correr hasta encontrar algo que combine con su
atuendo. Elijo jeans ajustados, converse, camiseta sin mangas y una
chaqueta. Me suelto el cabello y retoco mi maquillaje.
—Me parezco a Savannah —le digo a mi reflejo. Quiero decir, que más
allá del físico, he imitado su estilo.
Evitaré planificar los sucesos a continuación.
Bajo hasta la primera planta y lo ubico inmediatamente en el lobby. Las
personas alrededor lo observan y las mujeres no disimulan. Me acerco hacia
él con toda la naturalidad que puedo manejar en este momento. Cuando me
sonríe y me invita a la calle, sonrío en respuesta y miro a las demás
destilando un poco de triunfo sobre ellas.
Caminamos tranquilamente por la calle hasta llegar a un restaurante
llamado Sweet Flavor, donde comemos una deliciosa tarta de arándanos.
Si, a esta hora de la noche. Un poco de dulce hará fluir las cosas…
—Te desenvuelves muy bien. Maurice McLoud estuvo viéndote largo
rato, creo que llamaste su atención.
Mi corazón se detiene ante esa mención. Está hablando del CEO de una
de las compañías más grandes del país. Él se da cuenta de mi gesto y sonríe,
apuntándome con el tenedor.
—Espero que no nos abandones ahora que te he dicho eso.
—Claro que no. Todavía.
Reímos tontamente por un momento y volvemos a nuestros platos.
Mientras juego con un poco de mermelada sobre el borde de la vajilla,
pienso en lo mucho que había fantaseado con esto, pero no logro sentirme
como lo esperaba. Tal vez sea por la misma emoción que anula cualquier
sentimiento al mismo tiempo.
—¿Y… tu novio no se molesta por este viaje? —pregunta, con un tono
muy natural. Me debato entre fingir que tengo novio o decir la verdad.
—No tengo novio.
Parece extrañado. Frunce el ceño y me mira con desconfianza. Dando
muestras evidentes de no creerme.
—Mientes. ¿Cómo una chica tan bonita no tiene novio?
—Bueno, tenía hasta hace poco… pero las cosas no funcionaron.
El recuerdo me hace detenerme un momento en ese lugar al que siempre
llego, pero del que definitivamente no hablaré con Jacob Drummond en este
momento.
—Entiendo.
Termina su postre y paga la cuenta.
Feliz de la vida abandono el restaurante acompañada de mi galante jefe y
caminamos por el boulevard, en definitivas intenciones de perder el tiempo
un rato antes de volver al hotel.
Llegamos hasta un pequeño parque y nos dejamos caer sobre una silla de
madera. Alrededor las personas caminan centradas en sus cosas, como si
fuese cualquier hora del día. Una pareja bastante joven se sienta delante de
nosotros. Están de lo más cariñosos mientras mi jefe y yo empezamos una
nueva plática y yo me centro en su rostro tratando de obviar la incomodidad
que me generan las personas al frente, ya que no dejan de demostrarnos lo
mucho que se quieren y se desean.
—Gracias por el postre —le digo.
—De nada, gracias a ti por aceptar.
Se remueve un tanto incómodo, incluso cruza y descruza las piernas
como tratando de liberar tensión. Después de un momento me mira a la
cara, bastante cerca, lo suficiente como para que la luz artificial me permita
detallar su hermoso rostro.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Oh, pero claro que puedes.
—Sí, claro. Por supuesto.
Una pequeña emoción se instala en mi vientre. Controlo mi respiración y
ofrezco toda la serenidad que me puedo permitir.
—¿Cómo le dirías a alguien que te gusta… eso: que te gusta?
Oh, Dioooooos.
—Pues, así; le diría que me gusta. A veces no son necesarias tantas
palabras.
—Pero ¿Y si tienes un temor muy grande al rechazo? de pronto ves a esa
persona un poco difícil de alcanzar —habla con algo de nerviosismo, mi
corazón late desbocado y quiero encontrar las palabras adecuadas para
llevarlo al lugar indicado— no llevas mucho de conocerle, además de todo,
pero el solo hecho de ver su cara hace que todo tu día sea diferente.
—Wow, esas son palabras hermosas. Muy hermosas, de verdad. Solo di
eso un par de veces y la tendrás donde quieras.
El impulso de sus palabras me hace acercarme a él y cerrar el espacio
entre nosotros ofreciéndole un beso. Como toda romántica ridícula cierro
los ojos, y una milésima de segundo después los abro al ver que mi gesto no
tiene respuesta. Al separar mis parpados me encuentro con unos ojos muy
abiertos cubriendo los míos.
Suelta un suspiro como si algo pesado se liberara de él y me separa
delicadamente por los hombros. Empiezo a sentir un fuego aterrador en la
nuca.
—Gracias por eso, pero creo que jamás me va a gustar besar a una mujer.
¡¿Qué?!
¡¿Qué?!
¡¿Qué?!
Mi cerebro no lo procesa, la información solo está dando vueltas en mis
oídos sin saber qué hacer. Él se da cuenta de mi gesto y se apresura a
disculparse.
—Creo que has malinterpretado lo que dije, yo no… hablaba de ti.
Aunque sus palabras tratan de ser suaves no pueden deshacer el
monumental desastre que acabo de hacer.
Ni siquiera tengo tiempo para contemplar opciones. No sé si correr calle
abajo, lanzarme de frente a un auto o inventarme algún desmayo a ver
dónde despierto. Siento que mi cara empieza a arder y me tapo los ojos
dramáticamente. Lo siento, en este momento necesito como mínimo una
combustión espontánea.
—¡Ay Dios! Moriré esta noche y será de vergüenza. Esto no puede estar
pasando. Señor, permite que al menos deje un bonito y joven cadáver.
Llamaré a mi hermana para despedirme. ¿Y ahora quién cuidará al pobre de
Armando?
Gracias a un tenso nerviosismo las palabras salen de mi boca, como
impulsadas por una metralla. Jamás en mi vida había pasado por una
situación tan vergonzosa. ¡Nunca!
El drama que hago en este momento es el crudo producto de mi desatino
y no es para menos.
En un momento en el que interiormente hiperventilo, Jacob me aprieta la
mano suavemente y trata de hacerme ver que le resta importancia a lo
sucedido.
—Oye, cálmate, ¿sí? no es para tanto… ¿Quién es Armando?
—Mi gato —contesto en un sollozo estúpido y ridículo.
La escena empieza a tener el menor de los sentidos; él me sujeta la mano
mientras mi cara arde y estoy segura de que ha enrojecido al punto de poder
confundirse con la luz del semáforo.
Mientras busco un escape visual que me dé el aliento para asumir con
madurez lo que acabo de hacer, veo en su rostro una risa que puja por
explotar en su cara.
—¡No te atrevas a reírte de mí! —le doy un golpe en el hombro,
zafándome de su agarre y, como respuesta, el hombre al que últimamente he
considerado como el más varonil y maduro, empieza a reírse fresca y
descontroladamente de mí.
En mi cara.
¿Qué he hecho para merecer esto?
Su risa es contagiosa, ya que no es lo suficientemente malintencionada
como para enojarme seriamente y termino riendo con él.
No tengo idea de cuánto tiempo pasa hasta que acabamos abrazando
nuestros estómagos y totalmente descompuestos sobre la silla de madera.
—Será mejor que volvamos al hotel —propongo, al recuperar el aliento.
—Sí, creo que sí. Vamos.
Se levanta siendo otra vez el galán que por naturaleza es y me tiende una
mano, que, gustosa y tranquila acepto.
Al recomponerme, de pie, observo al frente y descubro que durante toda
la velada hemos sido el espectáculo de la pareja frente a nosotros.
¿Esto podría haber salido mejor?
8
Esto definitivamente no es lo mío. No tengo idea de cómo funciona el
romanticismo y me siento incluso ridículo por eso. He hecho algunas
pruebas y nada me satisface, todo lo encuentro demasiado cliché. Siento
que a nadie le va a gustar.
Guardo el último lienzo del día de hoy y se me ocurre descansar un
momento. Aunque nadie lo crea, esto es agotador si lo presionas.
Una idea da vueltas en mi cabeza. A pesar de saber perfectamente que es
una idea terrible, me lanzo a ella sacando mi teléfono móvil.
Suena una, dos, tres y cuatro veces.
—Pff —suelto un bufido— de pronto el destino me quiere hacer desistir
—me digo a mi mismo, tratando de convencerme de no volver a marcar.
Otra vez; una, dos, y tres veces. Justo al cuarto repique, cuando estoy por
colgar la llamada, una voz profunda y melosa me responde del otro lado.
—¿Sí?
Respiro profundo y pongo la mejor de mis voces, una cordial y
amigable.
—Hola, Julianne. ¿Cómo estás? soy Dylan.
—Ah, hola —su tono cambia y siento el odio cruzando la línea, mientras
atraviesa sin piedad mi oído.
—Hola —repito.
—¿Qué estará pasando en tu vida que me has llamado? — ¿debo
mencionar que está molesta?
—Oh, por favor. No digas eso. Te llamo porque no he dejado de pensar
en ti y quería saber cómo estabas —caigo en el tono bajo y meloso que
alguna vez le gustó, esperando que surja el efecto que busco.
—Imagino que sí.
—Es en serio. Me siento muy mal por no haberte llamado en todo este
tiempo y la verdad es que no te lo mereces. Eres una chica genial, Julianne.
En verdad paso los mejores momentos contigo.
Me arrepentiré de esto después. Lo sé.
—No dudo que sea todo lo que dices, pero no suenas sincero. ¿Por qué
me estás llamando? debes estar detrás de algo…
—Por favor, no pienses tan mal de mí. Solo quería verte. Es todo. Salir
un momento, tomar algo. Lo que tú prefieras.
Hay un pequeño silencio del otro lado, espero que al final acepte.
—Está bien —dice después de un largo rato— ¿A dónde me vas llevar?
—Estaba pensando en Caroline ´s. ¿Qué opinas?
—Bien.
—¿Te recojo a las ocho?
—No. Te veré allá.
—De acuerdo. Estoy feliz de verte.
—Y yo a ti. Hasta entonces.
Corta la llamada con una voz melosa y suave. Julianne es una mujer muy
atractiva, teníamos una buena relación hasta que me dijo algo más allá de
un “me gustas mucho”
Para mí, esas frases desencadenan la monotonía y me alejan de
inmediato. Es una mujer inteligente, como siempre me han gustado, pero en
la misma medida; melosa, y en exceso romántica. Con sus regalos envueltos
en papeles brillantes y cenas con rosas rojas como centro de mesa.
Justo lo que necesito en este momento.
Instintivamente me siento una basura por utilizarla de esta manera, pero
creo convencernos a ambos más adelante si le digo que en realidad es mi
musa.
Las ocho de la noche caen sobre mí con el movimiento nervioso de una
llama débil sobre la mesa, en el elegante restaurante Caroline ‘s. El viento
que llega a través de las ventanas hace que el pequeño fuego baile delante
de mí, ofreciéndome un espectáculo diminuto y decadente, a fin de
entretenerme hasta la llegada de mi acompañante.
El mesero llega una vez más a mi mesa y me pregunta si ordenaré.
—Espero a alguien —insisto.
—De acuerdo, señor.
Se retira con la cortesía habitual de un mesero insistente en un caro y
fino restaurante. Pasan los primeros quince minutos de la hora en punto y le
concedo la demora por causarme intriga.
Se va el otro cuarto tras un vaso de whisky y me preocupo por ella
levemente; media hora después de lo indicado era su habitual.
Faltando veinte minutos para las nueve saco el teléfono móvil y decido
llamar.
Timbra hasta enviarme al buzón y pienso que debe tener problemas con
el tráfico.
En el momento menos imaginado llega a mi mente un pensamiento que
me ilustra en luces neón una frase contundente:
Ella no vendrá.
¿La razón? La última vez que quedamos en vernos, ella me había citado
en este mismo lugar.
Y nunca aparecí.
Me paso las manos por la cara ante la revelación y suspiro sintiéndome
como el más grande de los idiotas y como si fuera poco, llega a mi móvil un
mensaje que lo confirma.
“Me aseguré de que estuvieras allí y muy complacida te hago pasar lo
mismo que tú me hiciste pasar a mí. Disfruta tu velada”
Julianne.
Entonces así se siente.
He sido una basura, al parecer.
Llamo al mesero que ha estado haciéndome rondas toda la noche y le
pido la cuenta. Parece aliviado de saber que pagaré. Sorteo algunas
personas de camino a la salida, cuando estoy a punto de cruzar el umbral,
un cuerpo choca contra el mío. Me alejo un poco pidiendo disculpas y
descubro a la encantadora señorita del museo.
—¡Hey! —la saludo.
—Hola. —Parece un poco nerviosa cuando enfrentamos nuestros rostros.
—Tú… por aquí.
Mientras se recompone me tiende la mano y sonríe. Lleva el cabello
recogido en una cola de caballo y luce muy elegante.
—Sí. Qué casualidad.
Recuerdo fugazmente nuestro encuentro anterior y ella parece captarlo.
Se gira hasta enfocarse en las personas que están detrás de ella y descubro,
para mi sorpresa, una copia de ella y un joven moreno. No puedo evitar
detener mis ojos en su gemela. Son idénticas.
—Ella es mi hermana Savannah —dice, de pronto. Como explicándome.
—Mucho gusto —tiendo mi mano a la joven, quien me devuelve un
apretón firme y una sonrisa cordial que se queda solo en sus labios —soy
Dylan Cox —y de pronto veo una mirada diferente. Una especie de
reconocimiento, que de inmediato se traslada a su hermana y muere en una
finiquitada presentación.
—Y este es nuestro amigo Gregory.
—Encantado, amigo Gregory —el chico sonríe y estrecha mi mano.
Por un instante nos quedamos detenidos en un momento incómodo y sin
mucho sentido, se me ocurre seguir mi camino y dejarles hacer el suyo.
—Me gustó verte. Creo que pasaré mañana por el museo, necesito la
opinión de un experto para algo en lo que estoy trabajando.
Abre la boca y la vuelve a cerrar sin decir nada, pues ya he cruzado el
umbral y detengo un taxi.
***
Es una tarde un poco fría y transcurre tan lenta como es posible. Llego a
las puertas del gran edificio y me planteo si debo preguntar por Sabrina o
espero algún casual encuentro dentro de esta visita advertida.
A todas estas, ni siquiera sé por qué estoy aquí, o porqué le dije eso.
Asumiré que estaba siendo víctima de un eventual piloto automático.
Deambulo por algunas salas después de saludar al guardia de seguridad y
pasados varios minutos me doy cuenta que mi esperado evento fortuito no
llegará, tal parece. Pregunto por ella al guardia, quien le avisa de mi
presencia a través del interno y me sugiere esperar en la sala contigua.
Diez minutos más tarde siento los tacones venir desde afuera, resuenan
por toda la habitación y aparece delante de mí la morena de ojos verdes que
recuerdo.
—No creí que fuera en serio —me dice al estrechar la mano.
—Soy un hombre de palabra, qué puedo decir.
Sonríe y dos hoyuelos se dibujan en su rostro. Tiene una mirada
increíblemente expresiva.
—¿Vas a vengarte de mí? porque te advierto que hay muchos guardias y
cámaras en este lugar. Además de que grito como soprano.
—Siempre puedo sacarte del edificio con alguna excusa en la que cruces
esa puerta encantada y de mi brazo. Así la policía verá que no te presioné.
La risa que sale de ella es fresca y abandonada.
>>Pero no te preocupes por eso, mis planes asesinos no los traje
conmigo, los dejé en la otra agenda. Vine por otra cosa, pero tiene que ver
con lo del otro día.
—Lo sabía.
—Es menos dramático de lo que sea que te estés imaginando.
—Yo —vuelve a parecer apenada, incluso veo un pequeño rubor en sus
mejillas— lo siento. En serio que no quise ofenderte, es solo que a veces no
controlo lo que sale de mi boca y… por otro lado no sabía quién eras tú.
—¿O sea que si lo hubieras sabido me habrías mentido?
—No, tampoco. Quiero decir, que habría dicho lo que pienso con un
poco más de tacto. Creo.
No parece muy convencida de sus propias palabras.
—No suelo hacer estas cosas, pero me gustaría mostrarte algo de lo que
estoy preparando, como te comenté. A ver qué opinas. Por alguna razón me
interesa tu opinión.
—¿Y dónde está? —se muestra interesada.
—Tomé algunas fotografías —señalo mi mochila y le muestro el iPad
que llevo conmigo— ¿Qué te parece si tomamos algo?
—No voy a caer —contesta, recordándome la broma de hace un
momento.
—No tienes de qué preocuparte, ya te dije que hoy no tengo planes de
venganza.
—No salgo con extraños —cruza los brazos sobre su pecho y levanta
una ceja.
—En ese caso —estiro mi mano hacia ella— soy Dylan Cox, el pobre
intento de artista al que le debes una disculpa por haber maltratado su obra
en plena exposición. Justo cuando buscaba una oportunidad en esta ciudad
tan grande y en la que abundan artistas reconocidos que pueden ser
escogidos antes que él.
—Vaya, qué conmovida estoy.
Me encojo de hombros y finjo cara de víctima.
—Deja de hacer eso. Es más, ya no me siento culpable por nada.
—De acuerdo, no insistiré. Pero en verdad me hubiera gustado saber tu
opinión, en serio.
Ajusto mi chaqueta y me doy la vuelta dispuesto a marcharme. Cuando
estoy por salir de la sala, su voz viene desde atrás y detiene mi próximo
paso.
—Está bien. Dame unos minutos.
Sonrío en su dirección y le hago una venia cuando pasa delante de mí.
Cuando la veo de vuelta estamos afuera del edificio, viene abrigada y
aún parece dudar de mis intenciones, por la expresión que no abandona su
rostro.
—¿A dónde quieres ir?
Mira a todas partes y se detiene en un pequeño restaurante justo al frente
del museo, pasando la calle.
—Allí.
Niego con la cabeza y nos encaminamos al bistró.
Después de entrar, ella va directamente a la barra. El lugar es una viva
explicación de la palabra comodidad. Tiene impreso en el ambiente el
aroma exquisito de la tranquilidad y al mismo tiempo el movimiento.
Vino tinto para ambos y una conversación de mi parte intentando hacerla
sentir más cómoda.
—Nunca hubiera imaginado que tienes una gemela.
Da un trago a su bebida y se reacomoda en el asiento.
—La tengo, sí… —responde como si no quisiera más detalles.
—Y ella acostumbra a tratar a las personas como lo haces tú.
—No, ella suele decir lo que piensa sin mucho reparo.
—¡Oh, vaya!
—¿Y dónde están las fotografías? —Parece un tanto desesperada por
irse.
Doy otro trago a mi copa y le muestro el empobrecido catálogo que llevo
hasta ahora. Ella parece abandonar la prisa que hasta hace poco traía y
observa detenidamente las fotografías. Sinceramente no tengo mucha fe en
el proyecto, sumado a los pocos eventos que me han inspirado –por así
decirlo- hacen de esta, la peor de todas las ideas que he desarrollado.
—Debo decir… —empieza y sé que tata de adornar lo que va responder.
—Sin consideraciones.
—Es muy simple —dice de golpe. —Yo no me quedaría mucho tiempo
observando ese cuadro. No pagaría por ello, de hecho.
Deja el iPad delante de mí y pasa las fotografías. Lentamente, como si
tratara de hacerme ver lo que siente. Aunque no acaba de gustarme aún el
trabajo, me ha herido minúsculamente escucharlo en voz alta.
—Bueno, estoy buscando algo que refleje lo que es el amor. En el
entendimiento de las personas comunes, las que están enamoradas.
—Entonces deberías mostrarles lo que en verdad es —pone la copa vacía
delante de ella, haciendo un pequeño chasquido con la lengua—. Eso que
nadie te dice cuando estás empezando a sentir mariposas en el estómago,
cuando no quieres pasar un minuto lejos de esa persona. Nadie te advierte
sobre lo que viene después —se ríe frescamente y niega con la cabeza.
Como burlándose— nadie te dice en lo que te estás embarcando.
Pienso un momento en sus palabras y me intriga el pequeño dejo de
amargura que hay en sus palabras. No preguntaré, pero me quedo
encontrándole un sentido muy coherente a lo que acaba de decir.
—Si expongo eso tal vez no le agrade a las personas.
—¿Entonces tu arte es únicamente para agradar a los demás?
Parece un poco decepcionada y tengo la urgente necesidad de aclarar lo
que acabo de decir.
—No es eso precisamente. Quiero decir que si la temática es el amor,
hablar de lo mal que puede ir a continuación de las mariposas y los
corazones, no es precisamente romántico.
No se ve complacida con lo que digo. Mira la copa de vino que el
mesero dejó hace un momento delante de ella y golpea suavemente el
cristal con la uña. Vuelve a ver el iPad y ojea una vez más las fotografías.
Sus ojos esmeralda se mueven de un lado a otro y, al final, se detienen sobre
la fotografía de una pareja en el parque. El hombre y la mujer se dan un
beso tierno y parecen querer fusionarse en un abrazo, el uno con el otro. El
sol se está poniendo al lado de ellos y el lago refleja los rayos débiles
haciendo que mágicamente las cosas brillen alrededor.
—¿Qué es precisamente romántico para ti?
Me he quedado tan absorto en la fotografía que el sonido de su voz me
saca de manera abrupta de mis pensamientos sobre imagen. ¿Qué es para mí
el romanticismo? Por favor, eso no existe en mi diccionario.
—No lo sé. Creo que tengo muy poca experiencia al respecto.
—Entonces, querido amigo —se levanta como un resorte de la silla y se
ajusta la bufanda— tienes mucho que practicar.
—¿Insinúas que debo enamorarme a propósito?
—Dudo que funcione de esa forma, pero siempre puedes intentarlo. Sin
embargo, en mi escaso conocimiento al respecto, también, creo que la idea
de lo romántico es muy relativo. Más bien subjetivo. Piensa en eso y haz tu
tarea.
Dejo suficiente dinero sobre la barra y la sigo afuera del local.
—Déjame llevarte a tu casa.
—No. No es necesario.
—Por favor, es lo menos que puedo hacer por mi asesora de proyectos.
—No. Y no soy tu asesora de proyectos.
—Bueno, ¿Qué te parece si consideras el empleo?
—De ninguna manera. Además, ya tengo un empleo.
—¿Siendo la asistente del asistente?
Me arrepiento interiormente de mis palabras pero no pude detenerlas. He
estado caminando tras ella por toda la calle. Al escuchar lo que digo se
detiene en seco y me enfrenta.
—Sí. Siendo la asistente del asistente. No me molesta para nada.
No parece molesta, en realidad.
—Que tengas un buen resto de día. —Se gira y se despide con la mano,
sin mirar atrás. La dejo seguir su camino pero antes grito desde donde
estoy:
—Nos vemos en la próxima muestra.
Levanta la mano sin hacer ningún gesto en particular. No sé si es un sí o
un no. Me quedo un momento de pie en el mismo lugar. Sostengo el iPad en
la mano y borro las fotografías que le mostré hace un momento.
Con la imagen de su figura alejándose por la calle me dispongo a
desglosar esa frase con la que dio por concluido nuestro encuentro:
¿Qué es precisamente romántico para ti?
9
Al llegar a casa encuentro a mi hermana ataviada entre un overol
manchado de pintura, el cabello suelto por partes y botecitos de pintura por
todos lados.
—Así que ahora eres adicta a traerte el trabajo a casa —le doy un beso
ruidoso y observo lo que hace mientras me desvisto.
—No me gusta dejar las cosas en “continuará” —responde con un pincel
en la boca. Mientras esparce algo de pintura sobre la paleta.
—¿Qué se supone que estás haciendo?
—Restauro el cuerpo de Evarista de Mashionti. Así estaba ayer por la
mañana —me muestra una fotografía donde se puede ver el cuadro
terriblemente deteriorado. Al compáralo con el que tengo en frente puedo
darme cuenta del impresionante trabajo que ha hecho.
—Wow, eres buena, chica.
Ella se limita a lo de siempre; media sonrisa y sigue en lo que está.
—En la cocina hay comida.
—¿No cenarás conmigo?
—Dame un minuto. ¿Por qué llegas a esta hora?
Después de darme una ducha rápida y besar a mi hermoso y escurridizo
Armando, entro a la cocina mientras le cuento mis últimos momentos antes
de tomar el metro a casa. Savannah parece incrédula ante la historia que,
contada en voz alta, parece inventada.
—Sé que es todo un disparate, pero no sé qué le pasa a ese tipo.
Mi hermana levanta las cejas y sonríe hacia mí.
—Le gustas, seguramente.
—Claro que no.
Nos sentamos en el piso mientras devoramos una de las suculentas
especialidades de mi hermana; puré de patatas.
—Evarista nos ve con desdén —mi hermana gira la cabeza y mira el
cuadro detrás de ella, la mujer adornada con alhajas tiene un aire de
superioridad que llega hasta nosotras— se burla de nuestra cena sin mesa de
comedor, ni finísimos tenedores.
—Pues que se aguante —responde mi hermana y se vuelve hacia mí —
por ahora no puede hacer mucho sin medio cuerpo.
Tras una noche de risas y mucho cansancio, amanezco completamente
renovada y lista para enfrentar un agitado día laboral. El museo está repleto
de personas esta mañana y mi jefa no ha parado de darme órdenes. Desde el
viaje a Nueva York, Jacob y yo nos hemos vuelto muy amigos. El asunto
vergonzoso quedó atrás, convirtiéndose en una broma entre los dos de vez
en cuando. Lissa por su parte se limita a darme miradas reprobadoras cada
vez que me escucha llamarlo por su nombre de pila y me encarga todo tipo
de tareas.
—¡Sabrina!
Desde un lado del pasillo hacia las oficinas una voz familiar detiene mi
decidido andar. Es Jeremiah Stanford.
—¡Hola! —como siempre, trae una sonrisa entusiasta colgada en el
rostro.
—¿Cómo estás?
—Estoy muy bien, gracias por preguntar. Camino a la oficina.
—Estupendo. ¿Qué harás a la hora del almuerzo?
—Pues… supongo que almorzaré.
Sonríe una vez más.
—Acepta una invitación a comer, entonces. Aquí mismo.
Su mirada hace que no pueda rechazar la invitación.
—De acuerdo.
—Paso por tu oficina a las doce.
—A las doce.
Sigo mi camino y encuentro a mi jefa hablando por teléfono. Me pasa un
papel con algunas anotaciones y sin esperar más, me dispongo a trabajar.
A las doce en punto estoy lista. Jeremiah está afuera de la oficina
esperándome y juntos nos encaminamos al restaurante del museo. Un lugar
lujoso, sofisticado y muy exclusivo. Los empleados no suelen comer aquí.
Solo quienes se lo pueden permitir.
Ordenamos y nos relajamos mientras llegan los pedidos.
—¿Y qué tal tu viaje con Jacob? —su pregunta carece de cualquier
interés personal. Se escucha más bien amigable.
—Bien, conocí a muchas personas.
—Eso es un bonus, aunque imagino que los días siguientes no habrán
ido tan fenomenales. De hecho, esperaba que aparecieras en el diario esta
semana —levanta los brazos y extiende las palmas barriendo el aire delante
de él—“Empleada del Museo de Arte Universal de Chicago muere a manos
de su celosa jefa”.
No puedo evitar reírme de la ocurrencia.
—Sí, yo también me esperaba algo así. Pero ya ves, no ha ocurrido nada.
—Todavía —dice él, levantando las cejas y golpeando el cristal de la
mesa con el dedo índice. Se le ve preocupado, algo distinto sutilmente.
—¿Qué ocurre? Te ves, no sé… diferente.
—No —se apresura— no me pasa nada.
Después de una breve pausa decide que la mentira no va a funcionar. Me
he quedado viéndolo directamente a los ojos.
—Si vamos a ser amigos lo último que debes hacer es tratar de
ocultarme las cosas. No soy tan tonta.
—Perdona, no es eso lo que quiero que pienses —se pasa un mano por el
cabello y con gesto distraído se acaricia las manos.
—Lissa y yo salimos.
Parece un niño. Su mirada traviesa esconde un hombre sensible y
seguramente cariñoso. Juega con las manos y espera mi respuesta.
La noticia me cae como lo que es: una gran e inesperada sorpresa. Trato
de no abrir mucho los ojos, pero mis parpados han cobrado vida propia. Eso
no me lo había imaginado.
Nunca.
Ni en mil años.
—O más bien, ya no. O sí, creo. La verdad es que no sé —parece
confundido y desesperado.
—¿Salen o no?
—No lo sé. Me dijo que quiere un tiempo. Y eso es un final, lo sé.
—Bueno, no necesariamente tiene que serlo —me siento en la
obligación de consolarlo. — Tal vez solo es eso; tiempo.
Se ve afectado. De manera fugaz pienso que la quiere. Alguien como él,
quiere a alguien como ella.
—No. Es definitivo, cada vez me convenzo más. No soy la persona que
encaja en su forma de vida.
Las últimas palabras salen de su boca tan triste, que parecen una
exhalación directa de su corazón. Me apena y me siento en la obligación de
ofrecer mi ayuda, aunque sé que terminaré arrepintiéndome más temprano
que tarde.
—Relájate —tomo su mano y le doy un suave apretón— tal vez llevas
las cosas más allá de lo que en realidad pueden ser. Cuenta conmigo para lo
que necesites.
—Ayúdame a saber si aún siente algo por mí —dice tan rápido como sus
propias palabras se lo permiten. Lo sabía, ya me arrepentí.
—Bueno, yo hablaba de cosas menos arriesgadas. ¿Cómo crees que voy
a saber eso? a penas y me da la hora, a regañadientes, por si no lo has
notado.
—Tú eres mujer, las mujeres cotillean. Se comentan esas cosas.
—Sí, pero estamos hablando de Lissa Goddard. Ella no es alguien que
me incluya en su intimidad. No cotillea. Es tan absurdo lo que pides, que ni
si quiera tiene sentido pensarlo dos veces.
—Por favor —vuelve a poner esos ojos de cachorrito, los que
seguramente habrán conquistado a mi jefa.
—No.
—Haré lo que tú me pidas. Solo échame una mano.
Lo pienso… lo pienso… lo pienso.
—No.
—Lo que tú quieras, en serio —hace una pausa mientras adopta un aire
serio—. No quiero perderla. Pero no me deja ir más allá de donde ella
quiere. Siempre tiene esa barrera que la separa de los demás. Necesito saber
qué piensa realmente de mí, porque sé que solo me deja saber lo que le
parece que debo conocer. Y sé también que ese tiempo es por algo. Lo que
no logro identificar es, si es bueno o malo. Y no me lo dirá de buenas a
primeras.
Wow, ese es un hombre al que definitivamente nunca he visto. En ningún
momento de mi vida.
—Te lo cobraré cuando me plazca. Cuando lo necesite y no podrás
negarte ni poner excusas.
Su expresión vuelve a ser la risueña y encantadora de siempre. El
abatido hombre se ha esfumado.
—¡Sabía que eras la indicada!
—¿Planeaste todo esto?
—Digamos que… más o menos. Confié en que eras tú, desde que te vi.
Tienes un aura especial.
—Sí, claro.
El mesero llega con nuestra orden. Disfrutamos un delicioso almuerzo y
nos adentramos cómodamente en ese plácido ambiente familiar de la
amistad naciente. Esa que surge sin protocolo y solo se desliza entre
nuestros corazones sin hacer mucho ruido.
Mientras ideo un plan para el -visto desde este punto- ridículo cometido
que me he fijado, mi teléfono celular suena y sin mucha expectativa
contesto:
—¿Diga?
—Hola, asesora personal.
No puede ser.
—Por Dios. ¿Me acosas?
—Claro que no. Solo te estoy llamando.
—¿Cómo es que conseguiste mi número?
—Las personas tienen formas de conseguir las cosas.
—Me das miedo.
—No tienes que temer. Soy un tipo de lo más normal.
—Los psicópatas suelen ser tipos de lo más normal.
Su risa del otro lado es fresca, pero no deja de alertarme el interés.
—Ya te he dicho que no tienes que temer. Quiero hacerte una invitación.
En plan de trabajo, claro.
—¿Ah sí?
—Si. ¿Estás libre este sábado?
—No trabajo los sábados.
No responde, sé que espera que diga algo más.
—¿De qué se trata? —claudico al fin.
—Nos vemos en el Seventh Cloud Café, a las diez.
Cuelga y acto seguido observo el teléfono, como esperando una
explicación por parte del artefacto.
***
—Esto es estúpido —me digo a mí misma frente al espejo, mientras
ajusto un corbatín, a juego con una camisa beige de manga corta.
Sí, me preparo para ir al café Seventh Cloud.
—¿Y qué se supone que harán? —pregunta mi hermana, recostada en la
pared de la habitación, mientras me observa caminar de un lado a otro.
—No lo sé. Solo dijo que nos veríamos allí.
—Ya…
A través del espejo la veo dirigirme una mirada burlona.
—No me mires así.
Como si no supiera de lo que hablo, Savannah hace un gesto inocente y
se encoge de hombros.
—¿Pero, cómo te estoy mirando?
—No sé, así —imito su gesto.
—Solo pienso que el tipo está loco. Y tiene una forma muy particular de
llamar tu atención.
—No está llamando mi atención —esquivo a Armando mientras voy por
una liga para sujetarme el cabello— solo necesita un poco de ayuda con su
trabajo. Y, viéndolo desde mi perspectiva, eso es algo que beneficiará al
museo cuando llegue la hora de la exposición y, por ende, es un beneficio
para mi trabajo.
—Acabas de sacar toda esa conclusión en este momento ¿Verdad? —
entrecierra los ojos.
—Sí —me doy la vuelta rápidamente y termino de arreglarme.
—¿Qué esperas de esto?
Justo cuando estoy tomando mis llaves mi hermana me detiene con la
pregunta, haciendo que mi mente se detenga y espere atenta mi respuesta.
—Nada —la respuesta es sincera— en verdad no espero nada— y creo
que es la primera vez, desde que me relaciono con hombres, que no espero
nada.
—De acuerdo. Entonces, vete. Yo me quedaré arreglando este lugar y
haciendo algo de trabajo.
—Está bien. Vigila a Armando, le dejé comida afuera.
—No lo haré.
—Sí lo harás —cierro la puerta detrás de mí y camino hasta el ascensor.
10
Sentado a la mesa que he elegido espero tranquilamente su llegada. Un
pensamiento de mi última cita frustrada flashea mi mente y ruego a mi
ángel guardián –si tengo uno- que no me ocurra una segunda vez.
Por alguna razón a la que no encuentro fundamento, sé que vendrá. O
eso quiero creer.
Mis ideas se materializan cuando veo su figura aparecer delante de mí.
Tan agraciada y simpática como la recuerdo.
—Llegas quince minutos tarde.
—Dijiste a las diez, nunca mencionaste que fuera a las en punto.
—Creí que lo asumirías. Está bien, no importa. Toma asiento.
Cruza los brazos sobre su pecho y levanta una ceja. Tardo un segundo en
captar la razón del gesto y me levanto de la silla.
—¡Oh, claro! ¿Pero, dónde están tus modales, hombre? —Voy hasta ella
y retiro la silla. Espero hasta que está cómoda y vuelvo a mi lugar.
—¿Es un buen momento para que me digas qué hago aquí?
—Por supuesto —respondo— el día de hoy vamos a buscar enamorados.
—¿Qué? —su gesto es justo el que esperaba.
—Así. Tal como lo escuchas —mientras dejo algunos lápices y un
pequeño block sobre la mesa, le cuento mi plan. — Estaremos aquí viendo
cómo se manifiesta cupido y entonces lo transformaré, o mejor dicho, lo
representaré.
—Ajá. ¿Y en qué parte súper especial intervengo yo?
En ese momento se acerca una joven con la carta de bebidas y postres,
para tomar nuestras órdenes.
—Tú, mi querida, me ayudarás a darle sentido a todo eso. Serás el ojo
agudo que vea lo que yo no.
—De acuerdo —no está convencida, después de una breve pausa
continúa.
—¿Te das cuenta de que esto no tiene el menor sentido, verdad?
—Sí.
—¿Entonces por qué estás tan decidido?
—Porque es lo que me ha provocado. No tengo ni la menor idea de
cómo funciona esto del amor, así que decidí hacer trabajo de campo con
alguien que parece saber perfectamente de qué se trata.
—No lo sé perfectamente —se defiende— solo hablo por lo que he
vivido y lo que he visto.
—Has vivido muchos eventos amorosos, entonces. ¿Te has enamorado
muchas veces?
Abre la boca para responder, pero inmediatamente la cierra y parece
meditar su respuesta. En ese preciso instante llega nuestra orden humeante.
El aroma de las bebidas invade el ambiente y dejo que los exquisitos
vapores aromaticen el lapsus en que Sabrina considera lo que va a decir.
Toma la taza caliente y da un delicado sorbo. Siento, por su gesto, que he
sido muy imprudente al hacer el comentario.
Idiota.
—Creo que he tenido muchos problemas creyendo que sé a qué me
refiero cuando hablo del amor.
La curiosidad se despierta en mí y sin dedicar mucha atención a lo que
hago, empiezo a trazar algunas líneas en la hoja mientras la escucho.
—En este momento de mi vida ni siquiera sé si en verdad he estado
enamorada.
Esta última frase se escapa en un aire ausente, como si no me lo dijera a
mí directamente. Sigo haciendo trazos y me imagino a una joven muchacha
de ojos verdes abrazando una fotografía, suspirando esperanzada, víctima
de un enamoramiento adolescente.
—Pero —se anima a sí misma y es como si se convirtiera otra vez en la
chica que ha llegado antes— tal vez te pueda ayudar descubriendo algunos
rostros de gente enamorada.
—Sí, es eso lo que creo. ¿Y cómo luce uno de esos rarísimos
especímenes? —mi mano sigue animada sobre el papel. Tanto, que no me
molesto en prestar mayor atención a lo que hago.
—Bueno —mira a nuestro alrededor y detiene su mirada en un punto
más allá de mi hombro derecho— por ejemplo aquél par.
Disimuladamente giro la cabeza y descubro una pareja joven que apenas
y cruza palabras entre sí.
—¿Qué con ellos?
—Míralos, son novios, se dieron un beso hace unos segundos.
—No lucen muy enamorados.
—No, la verdad no.
La chica le ofrece al joven una media sonrisa y le limpia la comisura de
los labios. Luego toma una galleta y la come desviando la mirada hacia la
calle.
—Creo que se acostumbraron a estar enamorados —prosigue.
—¿Cómo está eso? —vuelvo a las hojas en mis manos y paso a un folio
nuevo.
—Puede que no sea como lo pienso, pero esa es la impresión que me dan
—un nuevo sorbo al café mocaccino moja sus labios. Con una delicadeza
que me divierte, los seca y continúa:
—Se me ocurre que son de esas personas que tuvieron un comienzo
fantástico. Ya sabes; cine, flores, chocolates, en fin. Y luego, una vez se
vieron enamorados, detuvieron el romanticismo, la conquista y se
acomodaron allí. Se están conformando con saber que sienten algo, pero no
se molestan en animarlo.
Mientras la escucho imagino lo que siente.
Hago trazos retratando someramente a nuestra pareja. Encuentro lo que
dice totalmente interesante, aunque ella parezca no acabar de convencerse
de sus propias palabras.
Dejo el lápiz y acabo de un trago el capuccino.
—¿Esto era todo? —pregunta, mientras me observa devolver todo a la
mochila.
—Creo que tengo suficiente material para algunas cuantas cosas. Sin
embargo no es todo. Ahora quiero conocer un poco más a mi asesora.
—Ya que soy tu asesora, ¿cuánto vas a pagarme?
—¿Cuánto vale una hora de tu trabajo?
—¿En este momento de mi vida? Mucho.
—¿Acaso quieres hacer una fortuna y retirarte joven?
Se ríe frescamente y empieza a jugar con la servilleta.
—No tanto eso. Quiero ayudar a mi hermana con su carrera y construir
un futuro estable y sólido para las dos.
Una ligera preocupación de saberla sola en el mundo me hacer inquirir
algo más sobre su vida.
—¿Y tus padres?
—Ellos… —en el último momento decide no seguir— otro día te
contaré. No arruinemos mi segundo primer día de trabajo.
—¿El segundo?
—Sí. Ser la asistente de Lissa Goddard es mi primer empleo —lo dice
con tanto triunfo, que hasta yo me siento emocionado.
—¡Vaya! Qué bien. Eso está bien. No te preocupes, en verdad voy a
pagarte. Solo no pidas muchos permisos ni armes un sindicato.
—De acuerdo, puedo hacer eso. ¿Y qué horario tendré?
—Bien, en vista de que tienes otro empleo, algo más formal y que soy
una persona excesivamente considerada, solo te llamaré cuando lo requiera
y no interrumpiré tu horario en el museo. Espero que no hayas firmado
ninguna cláusula de exclusividad. De ahora en adelante, cambia tu política
de no trabajar los sábados.
—Ya te odio.
—Eso significa que soy un buen jefe.
El tiempo que transcurre a continuación es una entretenida tertulia de
vivencias y temas actuales sobre lo que dos desconocidos deciden hablar
para romper el hielo. Al cabo de dos cafés más decide que es hora de irse,
alegando que su hermana la espera. Por ser su primer día, le concedo el
privilegio de abandonar temprano su puesto.
—Saluda de mi parte a tu gemela.
—Seguro —sonríe y desaparece dentro del taxi.
En mi pecho se construye, inesperado, un sentimiento que reconozco de
algunos días pasados, cuando las ideas explotaban repentinamente en mi
cabeza y debía correr a liberarlas.
Lo siento gratamente; la inspiración ha llegado.
En mi lugar perfecto; la sala de mi apartamento, desato mis ánimos y me
entrego entusiasta al placer que me consume desde que tengo memoria: el
arte.
Algunas veces es la fotografía y otras, la pintura.
En momentos que no puedo prever ni planear, un lienzo vacío me seduce
y me atrapa. Me hipnotiza y sin que pueda objetar, me ase y caigo.
No puedo, siquiera, decir cuánto tiempo paso frente a un caballete,
llenando la tela con formas que saltan enloquecidas en mi cerebro, que
bailan delante de mis ojos y luchan, ruegan porque las libere.
Así me ocurre ahora.
Tengo en mi mente la nítida imagen del Seventh Cloud.
La Pareja que antes hemos visto se dibuja sin esfuerzo y dejo en sus
miradas el aire ausente que recuerdo. Rememoro las palabras de Sabrina y
me concentro más en el dibujo, trato de que todos vean lo que busco
decirles, eso que ahora se aclara en mi mente.
Cuando siento que estoy satisfecho con lo que he logrado -aun no
habiendo terminado, por supuesto- decido parar.
11
—Es otra fuente de ingresos, es todo —mi hermana y mi gran amigo
Gregory están delante de mí sosteniendo sus bebidas, mientras me
interrogan acerca de la cita de esta mañana y me esfuerzo por hacerles
entender que solo ha sido trabajo.
—Claro, trabajo.
—Basta los dos. Ya les he contado todo con lujo de detalle, y los únicos
que pueden encontrar algo malicioso en la escena son ustedes dos.
La música es buena, el pub está medianamente lleno. Es un sábado ideal;
luces, buena bebida, buena compañía, ningún gasto a la vista, ya que todo
está yendo por cuenta de Greg. Pero los dos no han hecho más que inventar
disparates acerca de Dylan y su –según ellos- pretexto para salir conmigo.
Ya no sé de qué otra manera hacerles ver que no hay nada más allí.
—Está bien, dejémoslo ahí por un rato —dice mi amigo, al tiempo que
levanta la mano para llamar al mesero y ordenar nuevamente.
—Qué considerado, gracias —exagero un gesto de agradecimiento en su
dirección.
—Ahora quiero saber cómo va lo de tu jefa. ¿Aún está haciéndole falta
un revolcón? —levanta las cejas sugerentemente haciéndome reír de
inmediato.
—Pues… —inmediatamente recuerdo la confesión de Jeremiah y me
debato mentalmente entre contarles o no. Al final, apelando a mi siempre
oportuna habilidad para acomodar las cosas, decido contar a medias lo que
sé— digamos que no parece ser ese exactamente el problema.
Ambos me miran esperando que cuente más. Saben que sé mucho más
de lo que acabo de decir.
Parágrafo: ya no tengo esa tal habilidad que he mencionado
anteriormente.
—Cuéntalo todo —mi hermana me apunta con la pajita de su Bloody.
Suelto un bufido y bajo la cabeza, no se siente bien revelar secretos
ajenos. —Al parecer, sale con alguien del museo.
—¡Oh Dios! No inventes —Sav no lo puede creer— ¿Y tú como lo
supiste?
—Resulta que tengo encomendada la misión de saber si ella aún está
interesada en él.
—Qué tarea tan encantadora.
—Sabrina —Gregory planta ante mí una de sus caras de incertidumbre—
¿Te has dado cuenta de que a ti te pasan las cosas más inusuales de todo el
mundo?
—Sí, definitivamente algún día escribiré un best seller con mi vida. Pero
antes debo saber cómo sacarle información a la hermética Goddard.
—Bien, eso es sencillo —dice mi amigo— dale celos.
—¿De qué hablas? No haré eso.
—Entonces fracasa en tu misión —se encoje de hombros y mira
descaradamente el trasero de una chica que pasa a su lado, coqueteándole.
—Tampoco fracasaré, debe haber otra forma.
—Seguro la hay —vuelve a centrar su atención en nosotras, mientras las
luces azuladas se reflejan intensas en su rostro, haciendo que los ojos le
brillen— Es más, el lunes llega a su oficina, te plantas frente a ella y le
preguntas si aún le gusta su amante. Sencillo.
Medito la alternativa que Greg me ofrece. No parece una mala idea,
salvo que puedo terminar siendo una víctima mortal de una doblemente
celosa jefa, quizá.
—Piénsalo, Ángeles, es la forma más efectiva de saber si a una persona
le gusta otra.
—No me digas Ángeles —le lanzo unas gotas de lo que queda en mi
vaso a mi hermana. Sabe que no me gusta que me llamen de esa forma.
—Aunque no negaré que parecen tener razón, sería echarme a la fiera
encima. Si de por sí ya tiene celos profesionales, ¿se imaginan que además
tenga celos amorosos? me asesinaría sin contemplaciones.
—Si, después aparecería tu hermana gemela en busca de venganza —
Gregory levanta teatralmente el cabello de Savannah, haciendo gestos
graciosos.
—Está bien, pero necesito un plan de escape, por si las cosas no resultan.
—Siempre puedes decir que tienes pareja. Soy un buen pretexto.
—De acuerdo, creo que es suficiente trabajo por hoy. Quiero bailar,
bailemos los tres. Te envidiarán.
Me levanto de la silla y los arrastro a la pista. Usualmente mi hermana
no baila, pero siempre hago mis mejores esfuerzos por hacerla cambiar de
opinión.
En la pista bailamos según nuestro propio ritmo. La gente nos mira
extrañada y nosotros obviamos sus miradas. Quiero sentir que soy libre y
feliz, porque lo soy. Ahora lo soy.
Algunos chicos se acercan y miran a Gregory con admiración, o envidia,
según sea el caso. No cualquiera tiene un par de gemelas, a pesar de que
tenemos perfectamente definida nuestra amistad.
Al acabar la canción somos risas y saltos. Un chico alto y rubio se acerca
a mi hermana y la toma del brazo, sonriendo. Aunque el gesto no es brusco
veo la mirada de mi hermana y sé que no le ha gustado. Me detengo un
poco y observo su reacción. Gregory no se ha dado cuenta y decido seguir
saltando, sin perder de vista a mi hermana.
El chico insiste y ella está empezando a ponerse nerviosa, de inmediato
me acerco y la tomo del brazo. La música está muy alta, cualquier palabra
se perdería en el aire.
En el justo momento que el chico me mira molesto, Gregory se da la
vuelta y nos observa. Acerco a Savannah hasta nosotros y nos alejamos del
hombre, quien pierde su mirada entre la multitud que se aglomera delante
de él.
Savannah está nerviosa, así que la abrazo y trato de contagiarla
nuevamente del ánimo fiestero.
—Estamos bien, ¿verdad? —le digo sobre el ruido. Dentro mi corazón se
encoge, sé perfectamente qué pensamientos cruzan por su mente.
***
***
***
***
***
Son las seis de la mañana, menos de tres semanas me separan de la
exposición “El día de los enamorados” reviso mi colección una y otra vez,
corrigiendo detalles que antes no he advertido, cuando mi teléfono celular
empieza a sonar. Odio las interrupciones, pero la insistencia me hace
detenerme y contestar la llamada.
—¿El señor Dylan Cox?
—Sí.
Una voz suave y con acento marcado me saluda del otro lado.
—¿Cómo está? Soy Anna Gormovic, de la Academia de Bellas Artes de
Múnich. En este momento estoy enviando a su correo electrónico un
formulario para iniciar el proceso de selección. Debe diligenciarlo en su
totalidad y enviarlo en un plazo máximo de cuatro horas.
—De acuerdo. En seguida estoy en ello. Muchas gracias, señorita
Gormovic.
—Le deseo éxitos.
—Muchas gracias, otra vez.
Cuelgo y termino mi tarea sobre el lienzo. Esta oportunidad en Múnich
sería fenomenal, es un lugar con mucho campo. Sería maravilloso si resulta,
así que pongo todo mi empeño en hacer llegar el formulario resuelto
pulcramente y en menos tiempo del solicitado.
Tal vez eso les agrade.
En seguida recibo una respuesta automática informando que lo han
recibido. Vuelvo a mis labores en la sala de estar y me detengo en una de
las obras que hice hace varios días. Hay algo en la mujer que ya no me
agrada mucho, tal vez sea el tono de su piel… lo corregiré de inmediato.
Espera, su cabello está muy ondulado, tal vez deba alaciarlo. Me llama
más la atención así.
La pintura se esparce sobre la tela, me concentro en el rostro; sigo
encontrando detalles que ya no me parecen tan atractivos. Creo que debo
acentuar más las cejas, y sus labios están muy delgados. Corregiré eso
también.
¿Qué tal si pongo un poco más de pestañas? No estaría mal.
Ambiento mi espacio con un ingrediente especial: música.
Dejo que la melodía me guíe, que se adentre en mis sentidos y me ayude
a enfocarme más en lo que quiero lograr. El rostro de la mujer empieza a
agradarme más, solté más su cabello y definí más los rasgos. El cabello
negro tiene un mejor efecto, los labios gruesos le dan un mejor toque y su
mirada, viendo más allá del espectador, es lo que más me gusta. Es una
especie de mona lisa, no sé si sonríe o está triste.
Aún falta algo.
Lo veo de cerca una vez más, tratando de encontrar ese detalle que no
descifro todavía.
Empiezo a jugar con el color de sus ojos, pondré un poco más de verde
aquí. Eso es. Ahora les daré más luz, definiré la pupila y…
¿Sabrina?
Me alejo del caballete, observo la pintura desde otro ángulo y me
sorprendo a mí mismo. Es ella. ¿Qué se supone que estoy haciendo?
¡Demonios! Debo estar afectado de alguna manera.
19
—¿Estás prestándome atención?
—¿Perdón? ¿Qué dices?
—Sabrina —Jacob me mira con la diversión brillando en sus ojos—
dime que no he estado siendo ignorado todo este tiempo.
—No, claro que no. Hablabas de… Dark Moon y…
—No te esfuerces —suelta las hojas que trae en las manos, pero no está
enfadado. —Creo que te estamos sobrecargando estos últimos días.
—No, para nada. Es que tenía la mente en otra cosa —otra cosa de
cabello lacio y una boca que hace maravillas, sin mencionar sus dedos que
no solo sirven para pintar…
—¿Y esa otra cosa tiene nombre?
Jacob y yo hemos llegado a ser muy buenos amigos, pero no me siento
cómoda en este momento para decirle lo que me pasa.
—Luego te contaré.
—De acuerdo. Por lo menos ya sé que hay un “alguien”
—No es nada —me lo repito a cada rato, buscando convencerme.
—Sí, tu cara me deja claro eso.
—Sigamos ¿quieres?
—Está bien, pero no te enojes.
Mientras seguimos la reunión, Lissa está en una de las salas siguiendo
una nueva exposición, Jacob y yo revisamos la agenda de esta semana y
repasamos una vez más los detalles de la que se espera, sea una de las
mejores temporadas. El catorce de febrero.
Trato de no pensar en el asunto, pero me resulta imposible. Llego por la
noche a casa y mi hermana no está. Últimamente llega bastante tarde, me
dice que tiene mucho trabajo y que están con poco personal. Solo le pido
que tenga mucho cuidado. Gregory me dice que debo dejar de preocuparme
tanto por ella, pero no puedo evitarlo.
Me desvisto y caigo sobre la cama, pensando en lo único que me ha
tenido desvelada estos días: Dylan Cox.
No puedo dejar que se adueñe de mi cerebro, no esta vez. No voy a caer
en ese círculo vicioso una vez más, ya sé quién es él y no es la persona que
busco. Así que solo me relajaré y disfrutaré, tal y como me aconsejó.
Pedí encontrar el amor de mi vida este año, aunque solo fuera un simple
deseo, guardo una minúscula, medio invisible esperanza de lograrlo.
Me duele un poco pensar que no será él, porque creo que en verdad me
gusta.
Será mejor que me repita todas las mañanas que él no está interesado en
enamorarse de nadie, o acabaré en el mismo lugar de siempre. Con el
corazón roto y llorando porque fui la única con sentimientos dentro de una
relación.
—¿Por qué siempre tiene que ser así?
Mi hermana ha regresado, ella sabe todo hasta ahora. Es una cosa difícil
ocultarle algo.
—Porque somos seres humanos tontos y con ideas ridículas implantadas.
—Todo es culpa de la televisión y los escritores. Si no se pasaran la vida
inventando historias, no creeríamos en ellas. Y no esperaríamos nada de las
personas.
—No puedo decir nada, no espero mucho de nadie.
—¿Estoy incluida?
—Claro que no.
Empieza a lavar sus manos llenas de pintura.
—¿Te ayudo con algo?
—¿En la cocina?
—Puedo disponer los utensilios que usarás… y lavar platos.
—Eso estará bien.
—Enséñame a cocinar.
Se gira y me mira como si le hubiera dicho que el gato me habló.
—¿Te sientes bien?
Finge medirme la presión y tomar la temperatura.
—Mejor que nunca.
—Estás enamorada.
—No fastidies. No estoy enamorada de nadie, ya me preparé
mentalmente.
—Sí, claro. Como digas.
Nos damos a la tarea de preparar una cazuela de pollo con crema. A Sav
se le da muy bien la cocina, lo aprendió de la tía Carlee; experta cocinera y
alfarera.
—Oye, Sav, por cierto, no me has dicho cómo es tu jefe.
—No lo conozco.
—¿Cómo es eso?
—Es un hombre muy ocupado, según me ha dicho Hans, su encargado.
—¿Y nunca se ha aparecido por tu trabajo?
—No. Nunca. Solo llama por teléfono a Hans y aprueba las
contrataciones que él hace. No vive aquí, nadie pregunta por él.
—Qué misterioso ¿no crees?
—¿Por qué misterioso? Hay gente que quiere tener su vida fuera del
alcance de los demás. No me parece nada misterioso.
—Claro que sí. ¿Qué tal que sea un hombre que esté metido en negocios
turbios?
—No lo creo.
—¿Y cuántos años tiene? ¿Es viejo?
—Creo que no. Angeles, nadie en la galería pregunta por él, solo sé lo
que medio suele decir Hans.
Me indica cómo picar las verduras y me pongo en ello.
—¿Y qué suele decir ese tal Hans?
—Que el señor Cavallaro es muy hermético y no tengo porqué molestar
con preguntas tontas.
—¿Me estás diciendo tonta?
—Sí.
—Te odio.
—No es cierto, me amas.
Le lanzo unas cascaras de tomate y empezamos una estúpida guerra en la
cocina, que acaba con nuestro cabello lleno de restos de tomate y pimentón.
Mi hermana es divertida, cuando quiere serlo. Y, aunque me parece
demasiado extraño ese tal señor Cavallaro, decido no molestarla más. Otro
día me dedico a eso.
Llego al trabajo muy temprano por la mañana, tengo algunos pendientes
y quiero organizarlos antes de que empiece a moverse el museo. Saludo a
todas las personas que conozco a mi paso, incluyendo a un muy contento
Jeremiah.
—Hola, hada madrina.
—Hola, tú.
—Luces radiante esta mañana —sonríe y me pasa un café.
—Gracias, tú te ves… entusiasmado.
—Tienes mucho que ver en eso.
—No me cuentes más.
Cuando quiero iniciar una plática mañanera con mi buen amigo
Jeremiah, una voz firme y definitivamente conocida, me sorprende desde
atrás.
—Sabrina.
Me giro de inmediato y saludo a mi jefa.
—¿Sí, Lissa?
—Nos reunimos esta mañana con el departamento de eventos a las ocho,
en la sala de reuniones principal.
—Claro.
Asiento sin molestia, ya me acostumbré a su tono autoritario.
—¿Siempre es así contigo?
Jeremiah parece embobado cuando de ella se trata.
—Y me encanta. —Suspira y me deja pensando una cantidad de cosas
demasiado pervertidas para considerar decirlas en voz alta.
—Dejemos así por ahora ¿quieres? Gracias por el café, me gustaría
quedarme charlando contigo, pero tu dómina ya me ha dado una orden.
Sonríe y se da la vuelta. Quiero creer que no va pensando en las cosas
que yo acabo de imaginarme. Aunque creo que no hay otra posibilidad.
Lissa no ha mencionado el asunto y, sinceramente, lo agradezco. No me
sentiría cómoda hablando con ella al respecto, no después de la llamada por
teléfono. Ella por su parte sigue igual, como si yo no hubiera intervenido en
su vida de ninguna manera. No me molesta, solo quiero resaltar esa forma
tan profesional que tiene de separar su vida personal de la laboral.
Ojalá yo pudiera hacer lo mismo.
De camino a la oficina encuentro a Jacob en el pasillo, está como
siempre reluciente y demasiado atractivo. Una sonrisa galante adorna su
rostro y sé que ha tenido una mañana fantástica.
Tampoco quiero detalles.
—Hola, bonita mujer.
—Hola, hombre simpático.
—Te ves muy bien.
—Gracias, tú igual.
—Estoy yendo a la sala de reuniones. Las espero a ti y a Lissa allá.
Lleva prisa, camina con una mano en el bolsillo de su pantalón y la otra
en su parte del cuerpo extra; el móvil. Organizo todo lo necesario para la
reunión y espero a mi jefa. En menos de cinco minutos está de vuelta, luce
impecable –como siempre- y me indica que vayamos de inmediato a la
reunión.
Hacemos el camino en silencio, organizo en mi cabeza que las próximas
dos o tres horas estarán llenas de ideas revueltas y planes a futuro,
presupuestos y demás.
Al ingresar me doy cuenta que hay más personas de las acostumbradas.
Recorro con la vista a los asistentes y me detengo en uno especial.
Mi corazón salta sin mi permiso, él me ve y sonríe en mi dirección.
¡Dios, está guapísimo! Imágenes de mis últimas noches se proyectan en mi
cabeza. Sus ojos, su piel, su cabello…
¡Un momento, es suficiente!
Sacudo la cabeza y sonrío cortésmente de vuelta. Me ubico al lado de
Lissa y espero que empiece la reunión, fijando la mirada en el block de
notas que tengo delante. La reunión la inicia Jacob, como siempre, con un
protocolo entusiasmado y profesional. Hoy se definirán las fechas de
exposición para cada artista participante, entre esos Dylan. Interiormente
me obligo a no dirigirle la mirada, pero es tan difícil, que caigo al menor
intento.
No puedo decir que es algo nuevo para mí, me refiero a estar atraída por
un hombre, pero debo admitir que cada cosa que él hace, me provoca más y
más. Como por ejemplo, lo que acabo de descubrir en mi móvil:
Dylan:
*¿Ya te lo dijeron hoy?*
Yo:
*¿Qué cosa?
Dylan:
*Que estás hermosa*
Una mujer quiere ser fuerte e insensible, pero entonces el chico que le
gusta le dice que está hermosa y se vuelve risas bobas.
Después de regocijarse con mi reacción se reacomoda y presta atención a
su hermano Alfred, quien habla de lo importante que será esta actividad
para ellos como artistas.
El museo está muy comprometido con los artistas independientes, ha
hecho mucho por ellos; dándoles un espacio para mostrar su trabajo, a
cambio de publicitarse él mismo. Digamos que es un ganar-ganar.
Es una de las cosas que me gustan de este lugar.
La otra, en este preciso momento, está sentada varios lugares después de
mí, mirándome de vez en cuando con malicia y diversión.
—¿Cómo van con sus respectivos proyectos, a propósito? —pregunta
Jacob.
Una chica a la que he visto varias veces, levanta la mano y le responde
que todo va viento en popa, que de hecho ya le falta muy poco. Así, todos
van dando su opinión, hasta llegar a Dylan.
—Muy bien, sigo perfeccionando detalles.
No dice nada más. No lo necesita.
Su hermano actúa como si no lo conociera. Muy profesional. Yo por
dentro quiero lanzarme sobre él, pero creo que eso no sería nada decoroso.
No, no lo sería. Mejor suspiro y sigo anotando cosas en la libreta.
Mi teléfono vuelve a vibrar y sonrío. Imagino que es Dylan, otra vez,
pero la vibración se prolonga, por lo que debe ser una llamada. Miro la
pantalla y encuentro un número desconocido. No puedo abandonar la
reunión, así que rechazo la llamada. Llamaré después.
La reunión acaba justo a la hora del almuerzo, ha sido agotador pero
todo está organizado y dispuesto. Solo falta esperar el gran día. Se prevé
mucha concurrencia, ya que desde ahora está teniendo buena acogida en el
público. Las personas están a la expectativa. ¡Qué emocionante!
Desde la sala de reuniones hay que bajar varios pisos hasta las plantas
principales, así que me apresuro a tomar el ascensor. Camino a toda prisa,
solo para que se cierre en mis narices. Jacob y Lissa bajaron ya, Dylan se ha
quedado hablando con su hermano, así que me planto delante de las puertas
metálicas esperando mi turno.
Algunas personas se ubican a mi alrededor, esperando también. Siento a
alguien detrás de mí, su aliento me rosa el cuello y me giro, molesta.
Sí, es él.
Me vuelvo, ignorándole. El estúpido ascensor tarda una eternidad, quiero
bajar pronto y nada coopera. Me iré por las escaleras.
Todo maravilloso, hasta que siento pasos detrás de mí. Obviamente sé
que es él.
—¿Por qué me sigues?
Me giro y lo encuentro acomodando su bufanda, mirándome como si no
supiera de qué le hablo.
—No la sigo, señorita. Solo estoy tomando las escaleras como segunda
opción, ya que el ascensor parece tener problemas.
—No es cierto.
—¿Qué le hace pensar eso?
Quiero discutir, pero tomo su juego y sigo bajando como si nada. Son
varios pisos, así que el recorrido se tarda un poco. En ese lapso solo pueden
pasar dos cosas: que nos sigamos ignorando, o que nos dé un ataque
frenético y efusivo y dejemos que la pasión dirija el mom…
Dos brazos me sujetan y me lanzan a una pared. Su cuerpo me cubre y
no estoy interesada en apartarlo. Disfruto los besos, las caricias apresuradas
y el olor de su piel. Ruego porque no haya cámaras en este lugar, porque de
lo contrario verán mi vestido recogido en mi cintura y mis manos en todas
las partes de su cuerpo que puedo alcanzar.
Seguramente me iré al infierno de los museos por esto.
La boca de Dylan me vuelve loca. Sus labios se mueven tan bien, que me
siento incluso atrevida deseándolos en todo momento, en todas partes.
Me gustan sus manos, también. Como ahora, que mete las manos debajo
de mi ropa interior y aprieta mi piel.
―Me pones tan caliente ―susurra en mi oreja.
―Y tú a mí.
Siento su pene justo sobre mi entrepierna, empujando, endurecido. Bajo
la mano y lo acaricio, mientras me siento segura entre sus brazos.
― ¿Qué tal si alguien viene? ―digo entusiasmada.
―Sería terrible.
Habla sin dejar de besarme.
Ninguno de los dos quiere parar. Sus ojos claros se estrellan con los mío
y no dejamos de vernos mientras hace a un lado mi ropa interior y mete uno
de sus dedos dentro de mí.
Gimo contra su boca, mientras él saca la lengua y lame mi labio inferior.
Dylan es un hombre muy particular; luce fresco y relajado a simple vista,
pero en cuanto saca las garras, es completamente explosivo y salvaje.
Siento que es demasiado intenso. La forma en la que me hace sentir no
se parece a nada que haya sentido antes.
Mueve sus dedos dentro de mí y me hace gritar, así que tiene que tapar
mi boca con un beso.
Siento una risa que hace vibrar su garganta y me deshago en sus manos.
Cómo me gusta…
Cuando saca su dedo de mi vagina, me mira con una sonrisa y lo lame.
Mis músculos se contraen porque es lo más erótico que he visto.
Las piernas me duelen, aunque él me sujeta. Mientras lo beso, agarrando
su cabello y sin poder creer que estamos teniendo sexo en un pasillo, saca
su pene y después de enfundarlo empieza a penetrarme.
El calor me inunda, la dulce sensación me impulsa a gritar, pero me
contengo.
Subo y bajo sobre Dylan mientras él me mira como si no quisiera dejar
una parte de mí intacta.
Es tan hermoso, que no quiero dejar de verlo.
Pronto recuerdo que estamos en un sitio muy expuesto y como si él
también lo tuviera presente, acelera los movimientos y después de un
momento nos dejamos ir.
Tan liberador es, que sonreímos al mismo tiempo como tontos.
El beso que me da al final no se queda solo en mis labios y hace que mi
corazón se estremezca.
20
—¿Y? ¿Qué tal está?
El rostro de Sabrina en este momento es algo que guardaré en mi
memoria por el resto de mi vida. Bajo la cabeza hacia el plato,
delicadamente servido. Enrollo otro poco de pasta en el tenedor, con
movimientos intencionadamente lentos, bajo el ojo escrutador y ansioso de
una persona que presenta su opera prima culinaria.
El plato no está tan mal, pero la haré sufrir hasta donde pueda. Su
hermana me sigue el juego y hace lo mismo con su plato.
—Bueno…
Corto la pasta y llevo a mi boca. Mastico exageradamente lento y miro a
Savannah.
—¿Entonces? Me voy a la horca o puedo seguir intentándolo.
Otra de las personas que nos acompaña es su amigo Gregory, quien no se
ha atrevido a probar la pasta, torturándola adrede.
—Si supieran cuánto los odio, a los tres, en este momento…
—No está mal —empiezo a comer animadamente— podías haber sido
un poco más generosa con el ajo y menos con la sal, claro.
Los otros dos se ríen y asienten.
—Es cierto, Ángeles —interviene su amigo— creo que te pasaste un
pelín. Pero tienes futuro. Pasaste la prueba, se lo diré a mi madre.
—Mejor esperemos hasta terminar…
Savannah y Sabrina son gemelas idénticas, pero cada vez que están
juntas se me hacen tan claras sus diferencias. Una es todo lo opuesto a la
otra, aunque físicamente sea difícil distinguirlas a la primera. Sabrina es
extrovertida, dulce, divertida, sociable, carismática… mientras que su
hermana es más sobria, divertida a su modo, introvertida…
—Por lo menos a Armando le gusta.
Todos fijamos la vista en el gato, quien revuelve las tiras de espagueti
con la pata y al final, opta por irse y abandonar el tazón.
—¿Qué te hizo creer que el gato se comería eso? —pregunta Savannah.
—No lo sé, para mí quedaron bien.
Se sienta a la mesa y sonríe, haciendo pucheros y comiendo sus pastas.
—Bueno, al menos se pueden comer.
La cena transcurre en medio de un ambiente juvenil y fresco, de esos en
que pocas cosas te importan y tus prioridades son otras.
—¿En qué piensas?
Mis pensamientos son interrumpidos por la voz melódica y suave de
Sabrina. Trae un delicado vestido sin mangas, el cabello suelto extendido a
lo largo de su espalda, y la mirada más suave que he visto jamás.
El viento frío ha dado a sus mejillas un toque rosa muy particular, la
punta de su nariz se enrojece también y no puedo evitar pasar mi pulgar
sobre ella. Cada vez hace algo que me invita a conocer un poco más acerca
de su personalidad, de sus gustos, sus deseos, sus miedos. No sé qué fuerza
esté obrando sobre mí, pero debo admitir que Sabrina tiene un efecto que
ninguna otra mujer ha tenido.
Tal vez sea su espontaneidad, o la forma en que afronta la vida y sus
propios retos. También puede ser esa manera que tiene de mirarme; como si
estuviera complacida con lo que soy.
Me apena no ser lo que busque. Me apena ser el hombre que figura en su
mente como “no tocar” a pesar de que se ha arriesgado a acercarse mí.
¿Estaré haciendo bien?
—Me pregunto si estoy haciendo bien —contesto.
—Específicamente ¿a qué te refieres?
Se acomoda a mi lado mientras extiende una manta sobre sus piernas.
—No te tapes. Me gustan tus piernas. —Obediente, retira la cobija y
mueve las piernas, sacudiéndolas como si fuera una pequeña— preferiría
algo más sexi.
A continuación, dobla una pierna mientras la otra permanece extendida,
dejándome ver una piel tersa y endiabladamente provocativa.
—Así está mejor.
—Entonces, ¿qué quieres decir con eso?
—Que si no te molestará estar perdiendo el tiempo conmigo.
Pareciera reflexionar un momento en mis palabras. Dentro de mí, tengo
algún tipo de temor por su respuesta.
—Ahora mismo no siento que me moleste. Tal vez mas tarde, cuando
esté arrepintiéndome de todo esto, puede que me moleste. Ahora solo están
pensando mis hormonas, así que no hay mucha esperanza para mi cerebro.
—¿Quieres decir que solo te importa mi físico? Me hieres, yo creí que
iba más allá.
—Tú no vas más allá —sus palabras son un rezo a mis convicciones.
Esas de las que ahora no estoy tan seguro.
—Es cierto, pero eso no quiere decir que no pueda haber algo más de mí
que te llame la atención.
Pasa las manos por la cobija, haciendo figuras invisibles.
—No quiero ponerme a pensar en qué otras cosas me gustan de ti —
levanta la vista y sus ojos están vidriosos— no quiero acabar como siempre,
haciéndome ideas falsas, animando sofismas autodestructivos. Seré la única
afectada.
—Yo no…
Me interrumpe levantando una mano y tomándome por la barbilla.
—Lo que sea que vayas a decir, no lo digas. Mientras menos cosas digas,
mejor.
En contra de lo que siento ahora mismo decido hacerle caso. Tal vez sea
lo mejor. Puede ser posible que esté confundido, es la primera vez que me
acerco tan íntimamente a una mujer. Espiritualmente hablando.
Las palabras cesan en medio de un beso profundo, uno que siento que
necesito.
Nada puede resultar más gratificante que eso.
***
***
Las cosas con papá han pasado a una especie de período de prueba. Por
lo menos de mi parte.
Él nunca fue un padre descuidado, mentiría si dijera que así fue, así que
no me extraña que llame cada minuto y vaya a casa muy seguido.
Mi hermana no le habla y yo libro enormes batallas internas mientras
tomo un camino decisivo en esta extraña e incómoda situación.
No puedo negar que me enternecen sus actos, siempre tuve a mi papá en
un concepto de hombre tierno, amoroso y leal.
Lo idealicé como el hombre perfecto.
Tal vez por eso me duele tanto la situación en que estamos. Por eso me
afecta tanto que todo haya sido una mentira. Que a esta edad me haya
tenido que enterar, de una forma muy brusca, que todo fue una ilusión.
Sin embargo, él asegura que su amor no es una ilusión, que no ha dejado
de ser nuestro padre y que no dejará de serlo nunca.
Soy una sensiblera, bajo la guardia y pienso mejor las cosas. Con calma
y serenidad. Extraño mi familia y tras horas y horas de meditación, llegué a
la conclusión de que si aún hay algo que pueda rescatarse, es mejor hacerlo
ahora y no lamentarse después, cuando ya todo esté perdido.
Aunque no es fácil… no puedo decir que todo será como antes.
Ha decido llevarnos a comer. Mi hermana se mantiene muy reservada y
ninguno la obliga a comportarse diferente. Por lo menos vino con nosotros.
Lo mira pocas veces y contesta con gestos y sonidos casi inaudibles.
De momento solo yo he preguntado por su familia -con un dejo de
amargura que creo que es evidente- y me ha contado pocas cosas. Como por
ejemplo, que su otra hija se llama Laura y que tiene cinco años. Su mujer se
llama Victoria y es doctora. Me detengo cuando siento que la cortesía se
convierte en molestia.
Por ahora, ese es un progreso.
Mi hermana lo mira fríamente y me duele ver el dolor en los ojos de
ambos. Pero no intervengo, a menos que llegue a considerarlo oportuno. No
me sentiría bien moldeando los sentimientos de ella, no creo que se buena
idea.
Él hace lo que puede, no nos presiona, pero tampoco ha desaparecido.
Nos dice que no vive aquí, que solo está de vacaciones, pero que estará todo
el tiempo que sea necesario para recuperarnos.
Sinceramente, no sé cuánto tiempo vaya a ser eso.
Después de una tarde extraña y reconfortante al mismo tiempo,
volvemos a casa. Me permito recibir un abrazo de papá y el contacto me
lleva a lugares que había querido olvidar: mi infancia, mi adolescencia y
algo de los últimos momentos que compartimos los cuatro. Mi hermana
entra al apartamento sin despedirse y mi padre me pide abrazarla por él. Le
prometo que lo haré y quedamos en volver a vernos.
Después del trabajo, me encuentro con Dylan. Mi corazón salta al verlo
fuera del museo, con las manos en los bolsillos del abrigo y el cabello
escapando del diminuto recogido en su cabeza. Me gusta más de lo que
quiero admitir.
Me recibe con un beso que estremece cada fibra de mi ser. De esos besos
que te hacen cerrar los ojos y creer que no hay un mundo más allá de los
labios que acarician los tuyos. No me importa si alguien nos ve y al parecer
a él tampoco, porque permanecemos un instante sin separarnos, presos en el
momento.
—¿Qué tal ha ido tu día?
—Bien —digo, mientras me dejo tomar de la mano y caminar hasta la
otra acera— nerviosa, ansiosa, expectante… ¿Qué más puedo decir?
—Hay muchos adjetivos que se ajustan a eso que describes; emocionada,
deseosa, excitada.
—Bueno, todo eso. ¿A dónde vamos?
—Hay un lugar al que quiero llevarte —rápidamente llegamos a la
estación del metro y no me dice a dónde vamos. En el trayecto no para de
darme besos y decirme cualquier ocurrencia. Cuando bajamos, me dice que
no me moleste, pero que en serio quiere mostrarme algo.
No entiendo sus palabras hasta que estamos frente al edificio Legend and
Art Museum.
—No me odies por traerte a la competencia.
Pongo los ojos en blanco mientras cruzamos la entrada, donde al parecer
lo conocen muy bien. Sonríen a su paso y él -pocas veces dado a la gente-
los saluda y les sonríe de vuelta.
—Este es uno de los museos que más me gustan en la ciudad. Después
de… —me mira con cautela, sin disimular la sonrisa que lo envuelve.
—No tienes que ser condescendiente —me hace gracia su explicación.
El lugar es muy hermoso, ahora que trabajo en el gremio, me vuelvo más
observadora y crítica. No hay nada que desagrade, al contrario, es bastante
grande y muy bien organizado. Sin embargo, debo decir que el nuestro lo
supera.
¿Qué? Es cierto.
—Mira esto —me hala del brazo y entramos con prisa a una sala, cuyo
nombre no alcanzo a ver.
—Si tuvieras algo de calma…
Me detengo en seco cuando voy a replicarle algo más. Una hermosa
estatua de cristal me cierra la boca de repente.
—Esta es la colección de un artista ruso. Maksim Semiónov. La
colección lleva por nombre “Ángeles”
Voltea y me mira, expectante. Las esculturas miden unos dos metros y
son de una belleza celestial. Parecen gigantes entre nosotros. Me siento
como una simple mortal, al lado de aquella majestuosidad. La sala está
concurrida y las demás personas parecen estar bajo el mismo
encantamiento. Todos miran embelesados las figuras transparentes.
—¡Qué hermoso!
—Como tú —le oigo decir, pero estoy demasiado embobada como para
pedirle que lo repita. Hay una docena de figuras en el lugar y cada una tiene
magia propia, digna de admiración.
—Irreal… —es lo único que sale de mi boca.
—Cuando supe que estaban aquí las esculturas, vine a verlas de
inmediato. Las había seguido desde que me enteré que estaban en
exposición en su ciudad natal. Planeaba ir a verlas allá, pero por suerte han
venido ellas primero. Casi no tengo palabras para describir lo que me
producen, pero están llenas de un misticismo que atrapa a cualquiera.
—Ya lo creo —concuerdo.
—Míralas. Mira esa, por ejemplo —señala una a mi derecha. No sé si es
hombre o mujer -se supone que los ángeles no tiene sexo- tiene los brazos
extendidos a lo largo. Sonríe enigmáticamente, algo dulce y misterioso al
mismo tiempo, por lo que puedo percibir. Y lleva el cabello rodeando su
fino rostro. Nos mira desde su altura; sublime, inalcanzable.
—Me da la impresión de que es un ser superior. Me gusta.
—Es la que más me gusta —dice, mirando más allá de la escultura— es
tan perfecta, que me da miedo acercarme. Siento que mi presencia no es
digna de ella. No tan cerca. Su rostro es tierno, pero al mismo tiempo firme.
Se ve frágil y a la vez inquebrantable. A pesar de que me gusta mucho, que
es la que más llama mi atención, temo acercarme y dañarla de alguna
manera.
Pareciera estar hablando de algo más. Pero me limito a guardar sus
palabras en el entorno que ahora nos envuelve. Disfrutando de una de las
tantas expresiones de la belleza.
Gastamos el tiempo que resta antes de irnos caminando en algunas de las
salas. Pero siempre deteniendo nuestra atención en los Ángeles.
Cuando salimos, la brisa fría me cubre el rostro y tiemblo ante el
contacto, me aferro al brazo de Dylan y él se gira para cubrirme con un
abrazo que se cala en mi corazón. Riega pequeños besos a lo largo de mi
cuello, provocando que mi piel se erice y la sangre se caliente.
—¿Vamos a tu casa? —pregunto.
—No, iremos a otro lugar. Te encantará —baja la cabeza hasta dejar su
boca en mi oreja, acariciando el lóbulo con su aliento tibio. — Te lo
garantizo.
Y así, sin necesitar de más, me convence y me dejo guiar hasta donde
sea que haya planeado.
¿Me pregunto cuándo lamentaré todo esto?
24
Todo lo que tengo para decir no puede ser expresado con palabras. No es
posible.
Por esa razón utilizo mis manos, mis labios y de vez en cuando alguna
mirada que le haga hacerse una idea de lo mucho que ella ha llegado a
significar en mi vida.
Me tomo mi tiempo para adorarla, allí, tendida sobre la cama, en medio
de sábanas blancas haciendo contraste perfecto con su cabello oscuro.
Dedico especial atención a cada centímetro de su piel. Toda ella es una
obra de arte.
Me gusta cómo me mira, como me toca y cómo suspira cada vez que
hago algo que le gusta.
Lamo sus pezones y los succiono, después vuelvo a sus labios y los
muerdo hasta hacerla gritar.
No puedo evitarlo.
Mis manos se pierden sobre ella, quieren tocarlo todo, quieren apretarla
una y otra vez.
Dejo sus manos sobre su cabeza cuando empiezo a lamer sus pechos y su
cuello.
Entonces se suelta, se incorpora y hace que me tumbe de espaldas.
Decide tomar mi pene e introducirlo ella misma.
La sensación es enloquecedora. El calor de su cuerpo me quema y me
enciende. La tomo por la cintura mientras ella sube y baja sobre mí,
jadeando y con los ojos entrecerrados.
Cada vez que dice mi nombre me excito. Es como si aclarara que soy yo
quien está haciendo que se corra y necesitara decirlo en voz alta.
Me besa mientras su orgasmo nos baña a los dos.
Cuando nuestros cuerpos están tan laxos que vuelven imposible
cualquier acción física, reposamos en la cama disfrutando del silencio,
levemente alterado por las respiraciones.
Busco la manera oportuna de vaciar mi angustia; esos sentimientos
contradictorios que llevan semanas haciendo caos en mi mente,
irrumpiendo en mis pensamientos para revolverme todo y hacerme ilusionar
con cosas que desconozco.
—Sabrina ¿qué piensas de mí?
—¿En qué sentido? —su voz suena ahogada, ya que tiene parte del
rostro contra mi pecho.
—En todos los sentidos.
—Bueno… —se levanta, dejándome una perfecta vista de su cuerpo
desnudo. — Eres un hombre talentoso.
—No disfraces nada. Di lo que piensas sin temerle a las consecuencias,
quiero escuchar lo que piensas de verdad.
Suspira y sé que prepara lo que dirá.
—En ese caso… pienso que eres un hombre dedicado a ti mismo, en la
medida que lo necesitas y lo quieres. Vives para ti, para ser feliz y vivir
haciendo lo que te gusta. No te interesan los compromisos sentimentales,
por eso no te casarás. Te gusta pasarla bien con una mujer y sabes tratarla.
Eres divertido, atractivo y… sexi. Pero no crees en el amor y esas boberías.
Eso no es lo tuyo.
Hay rencor en su voz, lo sé. Se siente el disgusto. Aunque confieso que
me duele, no puedo quejarme, yo mismo labré ese concepto. Yo mismo me
puse en ese lugar y no tengo ni la más mínima idea de cómo lograré salir de
allí.
Tal vez sea mejor no embarcarme en eso.
—¿Y tú? —Se recompone y me habla desde la distancia que han puesto
sus palabras—. ¿Qué piensas de mí?
Lo pienso un momento, pero no porque no sepa qué decir, sino porque
no sé si será buena idea decir lo que siento realmente.
Después de un instante en el que Sabrina se mueve para alcanzar su ropa,
hablo.
—Pienso que eres inteligente y valiente. Una mujer hermosa por dentro
y por fuera… La única que ha logrado meterse en mi vida, tan profundo,
que no hay noche en la que antes de cerrar los ojos no te imagine. Me haces
desearte a cada instante y buscar cualquier excusa para verte y hacerte
sonreír. Porque ver tu rostro mientras ríes me ha dado más felicidad que
muchas de las cosas que antes creía me hacían feliz.
>>Pienso que eres una especie de mujer mágica, que sin mucho esfuerzo
ha logrado que no me afecte la belleza de otras mujeres, porque ahora mi
definición de belleza eres tú.
>>Me río de mí mismo cuando pienso en cosas absurdas como el amor y
peor aun cuando yo mismo creo estar enamorado. Tengo la certeza de que
en mi vida no habrá nunca otra mujer que tenga el impacto que tú has
tenido, porque te has metido en cada fibra y has dejado tu molde en ella.
No me doy cuenta de lo nervioso que estoy, hasta que el temblor en mi
mano me hace ser consciente de ello. Veo que no dice nada. Solo me mira,
expectante, impresionada.
Sigo, a falta de cualquier comentario y para no perder el impulso.
—Tengo miedo de no ser lo que esperas, pero más miedo me da el no
decirte lo que siento y que sepas que causas tantas cosas en mí.
>>Me siento decepcionado porque represento muchas cosas que te han
lastimado y estás en todo el derecho de guardar tu corazón a causa de ello.
Pero seré inmensamente feliz si al menos me dejas intentar entrar en él.
Sé… sé que esa puerta está cerrada, pero encontraré la manera de entrar y
hacer que nunca te arrepientas de ello.
Este es el momento en que, habiéndolo dicho todo, me siento estúpido.
Desnudo y estúpido. Pero no me arrepiento de ninguna palabra, a pesar de
que no era eso lo que había planeado decir.
La mujer a quien acabo de exponerle mi alma permanece inmóvil
delante de mí, con los labios entreabiertos y la mirada estupefacta.
Antes de que piense que en serio ha enmudecido, abre completamente la
boca y frunce el ceño, desviando la mirada hacia sus manos, que se aferran
y juegan con la ropa.
—¿Por qué estás diciendo todo eso? ¿Es alguna broma?
—Por Dios, Sabrina. Nunca en mi vida haría una broma como esa.
—Yo… —está nerviosa. ¡Demonios!
—No tienes que decir nada, si no quieres.
—No es eso —su pecho sube y baja con cierta irregularidad, pero sin
alterarse— Trato de creer que no me lo he imaginado. ¿Es tu primera
declaración de amor?
—Y me encantaría ser tomado en serio.
No aguanto más tiempo las ganas urgentes que tengo de besarla. Así que
con un solo movimiento la tengo sobre mí, adorando con mi boca la suya.
—¿Me dirás que sí?
—No lo sé. Tal vez… lo piense.
—¿Tengo que dedicarte canciones?
—Sí.
—¿Escribirte cartas?
—También.
—¿Darte chocolates, rosas y recordar fechas?
—Chocolate blanco, orquídeas y jamás, jamás olvides una fecha.
—Eso ya es un sí, entonces.
—Eso es un…
Sin darle tiempo de decir algo más, volvemos a adueñarnos del cuerpo
del otro. Voy descubriendo, para mi deleite y asombro, que cada día me
convierto en un ser adicto a ella.
***
***
—Piensa que también está en juego la imagen del museo —La voz de mi
hermana retumba en la habitación, distorsionada por la cantidad exagerada
de galletas que hay en su boca. Con el fin de quitar estrés de mi cabeza y
pensar las cosas con serenidad, hago lo mismo y lleno mi boca con mini
galletas. Pareciera algo tonto, pero hacemos el mismo gesto de aprobación
cuando probamos esas estúpidas galletas.
—Eso es lo que me hace detenerme en mis planes. Quiera o no. Tengo
que distraer a la gente. Y hacerlos ver que todo estará genial.
—Bien, aclarado ese punto, me voy a dar una ducha, antes de que se
seque la pintura.
La veo entrar al baño y me quedo viendo el vaso de leche, donde algunas
migajas aun flotan en la superficie.
Saco mi iPad y tecleo alegres invitaciones al magno evento, que tendrá
lugar mañana. Toda la semana la publicidad me ha estado hartando de
mensajes y sugerencias de cómo pasar de forma increíble esta fecha. Casi
voy a vomitar.
Hoy es el día, el maravilloso catorce de febrero. La gente parece
contagiada por ese espíritu de San Valentín, parecido a la navidad. Corren
de tienda en tienda buscando el mejor regalo para su pareja. Y yo, mastico
amargamente una almendra, mientras los fulmino a todos con la mirada.
¡Váyanse a otro lado con sus dulces vidas enamoradas, no se crucen en mi
camino!
Y lo mejor del día, debo dar el discurso de apertura.
De camino a la sala “Magnum”, donde tendrá inicio la exposición, me
encuentro a Jacob, quien me mira y de inmediato comprende que no me
sienta bien lo que tengo que enfrentar. Sin embargo no hay vuelta atrás y
como nueva jefe de relaciones públicas no me quedaría nada bien delegar a
alguien más esta función.
Hay muchas personas. Demasiadas. Y siento algo de nervios al dirigirme
a ellos.
—Relájate —pido consejo al mejor de todos— imagina que todos son
tus amigos y que los conoces desde hace mucho.
—Claro —respondo, no muy convencida.
—¿Preparaste algo?
—¡Ay, Dios! No.
—Mucho mejor, probarás una vez más tu habilidad para improvisar.
—¡Jacob!
—Todo saldrá bien, despreocúpate.
Recuerdo las clases de protocolo en la universidad y algunos de los
consejos que suele darme Jacob. Levanto los hombros, recuerdo que luzco
bien y sonrío. Doy un rápido vistazo a mi vestido azul celeste y mis recién
comprados Prada. Recordar que luzco bien me hace sentir más confiada.
Suena superficial, pero no deja de ser cierto.
Las personas entran ordenadamente a la sala, su amplitud permite que
todos se acomoden sin dificultad, sin embargo hay tantas personas, que
difícilmente hay sitio para uno más.
—Buenas tardes a todos. Es para el Museo de Arte universal de Chicago,
un verdadero placer ofrecerles una vez más, las mejores presentaciones para
la temporada.
Las palabras fluyen sin dificultad, me concentro en que todos son mis
vecinos.
>> ¿Se han preguntado ustedes qué es el amor? ¿Qué es eso que los
desvela muchas veces, que los hace sentir millones de sensaciones y
ninguna logra definirse en concreto? Hemos dispuesto para ustedes, las
obras de los mejores artistas de la ciudad, artistas de ustedes, para que lo
descubran. Siéntanse libres de dejar que su imaginación vuele a los lugares
con los que sueña su corazón, con esas ideas color rosa que guardan en sus
mentes. Siéntanse con el derecho de admirar cómo otras personas ven el
amor y crean en que tal vez así lo viven ellos.
Manifiesten eso cuando salgan de aquí, vivan el amor y no
desaprovechen cualquier ocasión para decirle a sus parejas cuánto las aman
y dejen que ese sentimiento reine en sus vidas.
¡Sean todos bienvenidos!
Aplausos, sonrisas, saludos a personas que no conozco pero que pronto
se convertirán en amistades y empiezo el recorrido con ellos. Sé que sus
cuadros están allí, en especial por la pequeña multitud que se amontona
frente a ellos, pero no quiero verlos.
—Dylan es un gran amigo mío —esa voz…
—¿Es verdad que no vendrá? —pregunta un joven, con algo de
decepción en su voz.
—Claro que sí, pero…
—No estará acompañándonos —interrumpo. Sutilmente, claro— ha
debido salir de viaje inesperadamente, pero les manda grandes saludos a sus
admiradores y espera poder seguir cautivándolos con sus futuros proyectos.
Ahora mismo, está en curso de uno muy especial.
La mujer a quien reconozco de inmediato, me mira como si me estuviera
metiendo en lo que no me importa. Pero, me importa, es mi exposición.
Bueno, hablo por el gran sentido de pertenencia que tengo con mi
trabajo.
Sarah Mayer, la intensa mujer que veo en cada “me gusta” de las
publicaciones que hago –hacía- para Dylan, pareciera ser su representante,
hablando de sus trabajos, en especial de este. De lo mucho que trabajó para
lograr semejante obra. Por cierto, la curiosidad me gana y me detengo a ver
las fotografías.
Lo que me impacta y me afecta no son las imágenes en sí, sino los
recuerdos que me unen a ellas.
La mujer que tenía la discusión en el parque, por teléfono.
La pareja que luce descuidada, en una cafetería demasiado romántica
para ellos.
Un par de chicos dándose un beso en la sala de cine.
Una mujer susurrando algo al oído de un hombre a su lado, mientras
caminan.
Y una pareja más, sonriéndole a la cámara, mientras sostienen un
pequeño cartel que dice “recién casados”
Las fotografías son geniales, de hecho llaman mucho la atención, el
trabajo es excelente. Pero yo me encargo, obstinadamente, de imprimir lo
personal en ellas. De recordar cada escena completamente y de vivir en mi
interior los momentos que seguían.
No es bueno que siga aquí. Será mejor seguir caminando. A pesar de eso,
siento los ojos de todas las personas en esas imágenes seguir mis pasos.
Instintivamente me vuelvo y los observo, como queriendo obligarlos
mentalmente a dejar de verme.
En definitiva, he enloquecido.
Para cuando termina la inauguración, el museo está a reventar. Me siento
satisfecha. Tomo un taxi hasta mi apartamento y me detengo en la entrada.
Hay un sobre en el piso. Un sobre liso y solitario. Al principio dudo si
recogerlo o no. Pero me gana la curiosidad y al abrirlo me llevo una gran
sorpresa.
Escrita a mano, con una caligrafía demasiado elegante para ser cierta,
hay una carta para mí.
Sabrina.
Hermosa morena de ojos verdes. Sé que justo ahora no soy la persona
más grata para ti. Y cuánto lo lamento. Creerás que me he burlado, que te
hice perder el tiempo, pero no es así.
Ahora mismo, probablemente mientras lees esto, yo estoy en un avión
rumbo a Múnich. Puede que esté excediendo mis pretensiones si te pido que
no me saques de tu corazón, pero me arriesgaré; por favor, no cambies lo
que sientes por mí.
No sé qué espero con esto, pero no podía simplemente irme y no decirte
algo más.
Quisiera decirte que trates de encontrar a otra persona que te haga feliz,
pero no tienes idea de la cantidad de sensaciones desagradables que eso me
produce.
Me siento egoísta, pero no puedo simplemente pensar que no habrá más.
El tiempo que estaré aquí será mucho, según me han dicho. Y tengo
entendido que esas cosas afectan una relación, pero se me ha ocurrido –
aquí, en mi ingenuidad- que tal vez eso no sea un impedimento para
nosotros.
Creo que pido demasiado.
Solo… no pienses que para mí está siendo fácil alejarme de tus besos.
De ti.
Te dejo una carta, porque aunque no te lo parezca, me gustan estos
métodos. Tengo mis cosas tradicionales.
Si la idea de tener una relación a distancia te parece tan ridículamente
propicia, como a mí, házmelo saber. Me hará enormemente feliz saber que
te intereso tanto como para esperarme.
Dylan.
Para cuando termino de leer la carta, tengo los ojos empañados y las
lágrimas caen sin miramientos por mi rostro.
¿Por qué me pasan estas cosas a mí? ¿Por qué no puede ser tan sencillo
como lo ha sido para otras personas?
En medio de mi debate sentimental, advierto la presencia de mi hermana
detrás de mí, en el pasillo. Sostiene su mochila y me mira con
preocupación. Últimamente he tenido tantos vuelcos emocionales que mi
vida parece una novela.
—Me dejó una carta —la voz me sale con dificultad, hipando y ahogada
por el llanto.
—Ya veo —dice con cautela— ¿Qué te dice?
No tengo ánimos ni fuerza para leerla en voz alta. Así que solo la
extiendo y abro la puerta. Al entrar, el ambiente cálido me hace sentir que
he llegado a mi hogar. El corazón me late tan rápido, que incluso siento la
presión en el pecho.
—¿Qué harás?
Lo único que puedo hacer es encogerme de hombros y sacar una patética
sonrisa llena de lágrimas. ¿Qué voy a hacer?
—¿Si digo que sí, me garantizaré un triunfo al final?
—Eso no lo sé, Ángeles.
—¿Por qué esto me está afectando tanto? Si programé mi cerebro antes
de que todo comenzara.
—Porque tu cerebro no es quien lo controla. Lo hace el corazón y eso no
se programa.
—¿Y si digo que sí y no resulta?
—No lo sabrás hasta…
—Será otro fracaso que no quiero sumar a mi vida —la interrumpo, en
medio de un lamentable y estúpido llanto que no deja de fastidiarme. —
Estoy harta de estas cosas, estoy aburrida de equivocarme una y otra vez.
Me molesta ser tan ilusa. ¡Lo odio!
—Qué tal si esta vez sí es.
—¿Y si encuentra a alguien más allá? ¿Qué tal que solo esté dejándose
llevar por una emoción diferente? Él no cree en esto, Sav. Tal vez somos
dos personas que pasaron mucho tiempo juntas, jugando un tonto juego al
que no debían.
Tomo la carta y me voy a la habitación, la leo otra vez y al final decido
dejarla en la mesa de noche.
En medio de una madrugada agitada gracias a un sueño demasiado
inquietante, me despierto con una idea.
Decido anotarla al respaldo de la carta que me envió Dylan.
Intento dormir asegurándome que es la mejor decisión.
29
Cualquiera que camine a través de estos pasillos, puede sentir sin mayor
esfuerzo cómo la historia se cuenta en cada paso. ¡Cuántos años, cuántas
vivencias! Es un lugar mágico, histórico.
Las personas parecieran notarlo, porque el ambiente aquí dentro es
demasiado surreal.
Jamás me habría imaginado que yo haría parte de este lugar. Siento que
ofendo a los grandes y respetados artistas con mi sola presencia. Así que me
obligo a dar lo mejor de mí, hasta el final.
A mi lado, el profesor Amadeus Krakauer me da un pequeño recorrido,
mencionando que al principio no estaba de acuerdo con que me eligieran,
pues él prefiere seguir con la tradición y escoger solo artistas que estén a la
altura.
Procuro no mostrar mi incomodidad, sin embargo lo nota y una risa
profunda y burlona sale de sus pulmones.
—No se preocupe, Cox. Yo mismo me aseguré de la investigación y me
agradó su trabajo —vuelve hacia mí su rostro lleno de diversión y me relajo
un poco, aunque los nervios no me abandonan del todo.
—Muchas gracias, en realidad me siento sorprendido. Es un verdadero
honor hacer parte de esta institución.
—Sí, por supuesto. Pero concéntrese en demostrar eso durante su
estancia aquí. Nos preocupamos por seleccionar estudiantes que en verdad
demuestren tener vocación, que estén dispuestos a darlo todo por el
aprendizaje. Disciplinados, ordenados y sobre todo talentosos.
A medida que avanzamos, pienso en el compromiso que requiere esta
oportunidad, y lo lejos que estaré de casa… de Sabrina.
De inmediato mi mente vuela a momentos previos, donde le escribía
despidiéndome, y deseando con todas mis fuerzas que decidiera secundar
mis ideas y probar algo en lo que jamás hubiera creído:
Una relación a distancia.
Mientras doblamos una esquina, nos adentramos en una estancia
totalmente diferente. El cristal sobre nuestras cabezas expone un cielo
despejado y reluciente, el alma de la academia se vive de forma diferente en
esta sección y en cada extremo se percibe un espíritu entusiasta y positivo.
Cada joven contando sus sueños.
Recuerdo mis días de estudiante, creía que no eran necesarias las
técnicas y que solo bastaba tener talento. Adoro esa ignorancia que nos hace
capaces de conseguir lo que nos proponemos.
—Espero que se sienta cómodo y no dude en contar conmigo para lo que
necesite.
Su rostro es amable, me inspira confianza.
—Muchas gracias, Sr. Krakauer.
Entramos a una sala amplia, repleta de personas caminando de un lado a
otro. Alguien avisa que en cinco minutos tendrá lugar la reunión con el
director Alois Maschwitz y pareciera que activan una orden simultánea;
todos se ubican en sus lugares, alrededor de una mesa en el centro de la
sala.
Krakauer me señala una silla y me invita a tomar asiento, las personas
alrededor me miran como si fuera un raro espécimen, algo que jamás habían
visto.
Debe ser porque nunca me habían visto…
Un minuto más tarde, el director Mashcwitz deja saber cuán imponente
es, al entrar en la sala y hacer que todos le dirijan miradas atentas. El
formalismo es absoluto, pero cómodo. Como es de esperarse me dan la
bienvenida, y me presentan a mis compañeros de trabajo, todos son mucho
mayores, excepto una mujer a mi derecha. Parece más o menos de mi edad,
se ve bastante joven.
Me presento, miro a los ojos a todos y trato de no sentirme incómodo.
Más tarde llego al apartamento que han dispuesto para mí, cerca de la
academia. Reviso mi teléfono esperando tener noticias de Sabrina, pero
tengo que obligarme a no desalentarme cuando no veo ninguna señal de
ella. No sé en qué pensaba cuando le escribí, sabiendo lo mucho que ya la
lastimé, creerá que lo hice adrede. Sin embargo, guardo la esperanza de que
crea en mis palabras y se dé cuenta de lo mucho que deseo que esté en mi
vida.
¿Qué tal si encuentro la manera de hacérselo saber?
Voy hasta las cajas que aun reposan empacadas a mitad de la sala de
estar. El apartamento está cómodamente amoblado, así que no tengo que
pensar en eso. Tengo ideas lloviendo en mi mente, no pierdo tiempo y las
anoto.
Ahora soy un hombre con grandes ocupaciones, soy el responsable de
una clase y mi tiempo estará absorbido en su mayoría por estudiantes y
deberes.
Por suerte, no tengo problemas pasando las noches de largo, así que
cuando termino de revisar mi jornada en la academia, empiezo con mi
proyecto personal.
Espero que tenga el resultado que busco.
30
Ese número otra vez. ¿Quién es y qué quiere?
Decido devolver la llamada, esperando igualmente que nadie conteste.
Para mi sorpresa, la llamada se abre y escucho una voz que duda del otro
lado.
—¿Sabrina?
—Sí… —la duda pasa a mi voz.
—Soy… Liam.
Que el mundo se detenga. ¡¿Qué?!
—¿Qué quieres? ¿Cómo conseguiste mi número?
—Preciosa, no cuelgues, por favor. Necesito hablarte. Lo he estado
intentando, pero no contestas.
La imagen viva e hiriente de mi “ex – nada” aparece en mi mente.
Trayéndome sin perder detalle cada momento.
—¿Qué quieres?
—Solo hablarte. Pedirte perdón; fui un idiota y tú no te merecías nada de
lo que te hice. Creo que me di cuenta muy tarde de cuántas cosas siento por
ti y nunca te dije.
De todas las cosas sin sentido y absurdas que podía esperar en mi vida;
esta ni siquiera estaba en la lista. No asimilo el momento que estoy
viviendo, pero, para mi sorpresa, no tengo el más mínimo interés en él. Ni
si quiera escuchar su voz me produce anhelo, o algo parecido.
—¿Por qué sales con esto ahora?
Hay un silencio del otro lado. Se me ocurre que está planeando su
respuesta.
—Desapareciste de repente. No supe más de ti.
—¿Tenía que quedarme a ver cómo me pasabas mujeres por la cara? O
no, espera, tenía que tomarme las cosas en serio. Cuando nunca lo fueron.
—Sé que estás dolida. Pero creo que debemos considerar todo lo que
pasamos juntos.
—Ahora que lo pienso, no pasamos nada juntos. Tenías razón, todo
siempre ocurrió solo en mi cabeza —me rio irónicamente ante el recuerdo
— tengo mucha imaginación…
Algo en su voz no acaba de convencerme. Es como si la vida me
estuviera dando una oportunidad. Una de decirle en la cara todas las cosas
que cuando quise, no pude, porque estaba ocupada llorando como estúpida.
Por un estúpido.
—¿Puedo verte? Estoy en Chicago, me hospedo cerca a tu trabajo…
—¿Cómo sabes que estoy en Chicago y dónde trabajo? Y te pregunté
cómo conseguiste mi número.
—No fue fácil, pero tampoco difícil. Y no te enfades, por favor —esto si
es nuevo, me habla en un tono bajo y casi humillado— lo hice por ti.
—Liam, no hay nada que me intere…
—Por favor. Concédeme esto. Sé que no tengo el más mínimo derecho
de hacerlo, de pedirte nada, pero si no fuera tan importante, te juro que no
insistiría.
Estas últimas palabras suenan convincentes, mas no sinceras. Tamborileo
los dedos sobre el escritorio, mientras sopeso ideas.
—Apareces así, de repente…
—Te busqué muchas veces, para que habláramos. Pero parecía que te
hubiera tragado la tierra. No me atreví a preguntar a Gregory…
—En este momento no puedo darte una respuesta, estoy algo ocupada.
Te llamaré si decido verte.
Cuelgo la llamada y no atiendo la siguiente vez que vuelve a marcar. Mi
trabajo insiste frente a la pantalla, mi ordenador está saturado de correos
electrónicos por responder y tengo un par de reuniones qué atender. Lo
último que necesito ahora mismo es a Liam Barnes.
En cuanto tengo el más mínimo espacio conmigo misma, a solas con mis
pensamientos, un dolor en el pecho me recuerda que soy infeliz. Una
punzada atenazadora se hunde en mi estómago y me hace recordar a Dylan.
¿Por qué está siendo todo tan complicado? ¿Por qué no me llama?
Miles de imágenes de mujeres coquetas, desfilando delante de él, se
disparan en mi mente. Es un hombre demasiado atractivo como para
pretender que no llama la atención, que las mujeres no irán tras él.
Una fugaz escena de infidelidad se reproduce sin poder evitarlo. Me
oprime el pecho y gimo, apretando los puños. No quiero eso y sinceramente
no espero eso de Dylan, por muy coqueto que sea. Siempre ha sido muy
honesto.
Rasco el escritorio con las uñas, estoy nerviosa y necesito con urgencia
aclarar mi mente.
Tomo mi móvil y selecciono el número de Dylan. Su sonrisa cubre la
pantalla y el pulgar tiembla sobre el ícono para marcar. Cuando estoy por
presionarlo, cuando ya lo he decidido y toda mi fuerza se desemboca en
ello; una llamada al interno me sorprende, haciendo que de inmediato
cambie de parecer.
Tal vez sea una señal.
—Hola, nena.
—Papá… qué sorpresa.
—Quería invitarlas a salir hoy. ¿Están disponibles?
La voz baja y considerada de papá hace que no tenga muchas negativas
hacia él. Menos cuando estamos intentando arreglar las cosas.
—Le preguntaré a Savannah. Tengo algunas cosas por hacer, así que no
puedo prometerte nada.
—Entiendo.
—En cualquier caso, te llamaré.
—Esperaré tu llamada. Te amo.
Quiero decirle que yo también, pero lo que me queda de orgullo, -un
orgullo inútil, por cierto- me lo impide.
—Ok. Hasta entonces.
Cuelgo y me olvido de mis planes de hablar con Dylan Cox. Reviso las
redes sociales y posteo algunas cosas. Fotografías de sus trabajos, que
guardo en el iPad.
No sé por qué lo sigo haciendo.
A las seis salgo del museo, con la cabeza revuelta y unas ganas de
deprimirme sola, imposibles de evadir.
31
Estar frente a cincuenta pares de ojos que siguen cada uno de mis
movimientos no es nada cómodo. No había pensado en esa parte; en que los
asistentes estarán a la expectativa de lo que digo y hago, una vez logre
llamar su atención.
Me agrada la idea de que mis estudiantes hayan pasado por un filtro y
que en realidad están los que aprecian y merecen el lugar.
La mayoría son jóvenes, ávidos de aprendizaje y conocimiento, hombres
y mujeres que empiezan a soñar con ser grandes artistas.
Miro las caras de todos y me detengo en los rostros de las mujeres,
buscando uno que sé que no estará. Alguna vez había escuchado, que
cuando una mujer te gusta, sueles compararla con el resto. Solo para
comprobar que ninguna se parece a ella.
Es el primer día de abril, hoy comienza el segundo período académico.
No he sabido nada de Sabrina, salvo lo poco que logro obtener de mi
hermano. Y eso se resume al ámbito laboral. No he querido decirle nada de
nosotros, salvo que la contraté para que administrara mis redes sociales, con
una excusa barata de que me había gustado cómo lo llevaba con el museo.
Ojalá todavía haya un “nosotros”
Volviendo a la clase, empiezo haciendo preguntas generales, como ¿qué
saben del arte? ¿Quién es su artista favorito? ¿En qué época les habría
gustado vivir? eso nos lleva a una larga conversación, viajando por
América, Asia, recorriendo Europa y volviendo a nuestros lugares en el
auditorio. El eco de las voces simula una obra de teatro y poco a poco me
descubro encantado con esta vida. Sin embargo, al llegar a casa, -“mi nuevo
hogar”- extraño dolorosamente una voz aterciopelada y una piel suave.
¿Qué has hecho conmigo, Ángeles?
Suspiro, calando en el aire mi pesar. Sostengo un par de pinceles y
rescato los cuadros que traje de Chicago, los que me hubiera gustado que
ella viera.
Ubico los lienzos sobre muebles y mesas, mientras sigo cultivando ideas.
Abro una caja de pinturas, dispongo todos los materiales y busco en mi
ordenador algunas fotografías que conservo.
La estancia se llena de recuerdos almacenados en el disco duro. Toco la
pantalla y sigo con el índice el contorno de sus labios, sus ojos y algunos
mechones de cabello que, desobedientes y atrevidos, caen sobre su rostro.
Empiezo por armarme de sus recuerdos, mientras dibujo en mi mente las
ansias con que espero volver a verla.
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