Está en la página 1de 6

Teletón (noesnalaferia)

¿No le da a Don Francisco, cuando baila sonriente haciéndole publicidad a toalla Nova,
un poco de pudor? ¿Por qué diantres no puede decir simplemente “toalla Nova está en la
Teletón”? ¿Por qué tiene que decir “limpia seca y se va”? Y por si fuera poco ¿por qué
tiene que decir, además de “limpia y seca”, absorbe, abrillanta, cuida, salva, higieniza,
enfría, arregla, trapea y se va? ¿No le producirá un poquito de ruido el pensar que hay
gente que se puede ofender por una tan burda dádiva a una empresa que estafó
-coludiéndose- por casi una década a todo un país, ricos y pobres, con 800 millones de
dólares, y que aún no informa cuál va a ser su método de retribución? No, no le da pudor,
porque nadie impidió el año pasado que Confort de todas formas participara en la Teletón,
aportando el miserable monto de 460 millones de pesos, piolita, sin publicidad, y aun
recibiendo el beneficio tributario permitido por la Ley de Donaciones, que por la mínima
ganancia que provoca en la empresa donante anula cualquier atisbo de verdadero
desprendimiento, de verdadera solidaridad.
La Teletón, la fundación surgida en dictadura y controlada hasta hace poco por el
recientemente privado de libertad Carlos Alberto Délano, la fundación que suple la
construcción del Estado de centros de rehabilitación, contratación de profesionales y
adquisición de equipos, ha rehabilitado a más de setenta mil chilenos, y sigue tratando al
85% de los menores de veinte años en situación de discapacidad, por un acuerdo con
Fonasa. Nadie podría estar en contra de la Teletón, a secas. Todos tenemos en el barrio
a un amigo que se ha tratado en la Teletón, todos sentimos el cariño de un equipo médico
cuando vemos el logo de la Teletón detrás de una silla de ruedas en el centro. Hay un
vínculo emocional, porque no puede haber nada más noble que el trabajo desmedido por
ayudar a un ser humano a caminar, a volver a comer, a hablar. Pero ese legítimo vínculo,
ese agradecimiento por la nobleza, no puede cegarnos, no puede impedir que sintamos
rabia cuando en todos los medios de comunicación las marcas, que representan sólo el
30% de la meta final, sacan provecho económico a través de las publicidades más
burdas. Empresas que, en más de un caso, no son de los trigos más limpios y solidarios.
¿Hay solidaridad en Homecenter Sodimac, que en los mismos días en que sus
trabajadores –de sueldo de 350 mil pesos promedio- iniciaban una huelga larga y triste,
lanza un comercial en que una niña usa el logo de la marca como una alcancía? Una niña
feliz dentro de la tienda, donde los trabajadores sonríen y son felices, imagen en las
antípodas de la infinita decepción de los que hace días tuvieron que informar en sus
casas que el patrón descontó tanto que la liquidación llegó por doce mil pesos. ¿Ningún
periodista dirá nada al respecto en el Teatro Teletón, cuando los gerentes de Somimac,
los mismos que mandan soberbios retos a sus sublevados súbditos por Youtube, hagan
un aporte burlesco, como los 155 millones del año pasado? Pero claro, para Sodimac,
propiedad de Falabella, que a la vez es dueño de Mega –canal que transmitirá el show
desde esta noche-, el objetivo está cumplido: El logo de la marca, convertido en alcancía,
en manos de una niña, se ha quedado en miles de espectadores como símbolo de la
mayor generosidad, la ejercida hacia los niños. Bueno sería que Mega, bueno sería que
los rostros que brillen esta noche, se detengan un poquito a pensar si es o no generoso
dejar sin navidad a los hijos de los trabajadores en huelga en Valdivia, como Sodimac
informó hace unos días para luego rectificar, como reacción al repudio en redes sociales.
Ruin.
“¿Por qué Daily es el endulzarte de la Teletón? Porque con Daily todo queda exquisito”,
dice otro comercial. Qué violento, Don Francisco contando las bondades de la stevia. A mí
-y a muchos- ese abuso, el ejercido aprovechándose del sentimiento noble que mueve a
colaborar por niños enfermos, para destacar las virtudes de una marca y por consiguiente
vender más, me violenta, me agrede. ¿Qué cresta tiene que ver el sabor de un endulzante
con la obra de la Teletón? Es burdo tratar al espectador como alguien pasivo ante esta
jugada comercial, es burdo pensar que nadie se va a indignar, es burdo asumir que todos
van a tolerar esa falta de respeto. Si ya es indignante que marcas que aportan a una
cruzada -que llena el espacio de un rol que debería ser del Estado- hagan publicidad de
su aporte -que además les beneficia tributariamente- con la exposición de los niños, más
indignante es que expriman la imagen hasta más no poder y exploten la emocionalidad de
la Teletón vinculándola al sabor de un aceite, o de una comida para perros.
Por respeto a los niños, por respetos a nuestras familias y a nosotros mismos –que si el
día de mañana tenemos un accidente deberemos ser atendidos, agradecidos, en la
Teletón-, es justo indignarse y decir que es grotesco el show publicitario de marcas que,
además, aportan una cifra minoritaria de la meta. Es justo pensar que si la Teletón la
subvencionan en forma minoritaria las empresas, ¿por qué prestarse de todas formas
para un show en que las marcas son durante dos meses las protagonistas y beneficiarias
directas –a nivel de imagen y ventas- de la campaña? porque Don Sergio de San Joaquín,
que se pone con cinco lucas, no tendrá ningún beneficio de impuestos a fin de año, y
además será constreñido, chantajeado emocionalmente por una marca que le dice que la
debe preferir, que la debe comprar, por noble, y aceptar su posterior beneficio tributario.
La recompensa para Don Sergio será simplemente la belleza de ayudar al otro,
ratificando, de paso, la idea de que la salud e integridad de un compatriota depende del
nivel de nuestra compasión, sin garantías, sin derechos.
Por último, no se debe dejar de insistir en lo falso del argumento que dice que está bien
que la rehabilitación en este país sea obra de una campaña solidaria privada, porque el
Estado no puede. Es falso, porque el Estado sí puede, miren la cantidad de plata irrisoria
que todos los años se va a las Fuerzas Armadas por las ventas de Codelco. Lo que pasa
es que ha pasado tanto tiempo que ya hasta nos agota cuestionarnos, estamos tan
acostumbrados a un modelo de desarrollo en que las ganas o no ganas de un privado
solucionan todo, que cada vez afecta menos ver el problema de que un niño enfermo, hijo
de un Estado, bajo la responsabilidad jurídica de un Estado, dependa del azar que es la
voluntad compasiva de un circunstancial donante, de una empresa que usó tu imagen en
silla de ruedas durante dos meses para vender más productos, donar una migaja y salir
en la foto de una fiesta que no les pertenece. Porque la fiesta del sábado de madrugada,
en el Estadio Nacional, es realmente la fiesta de los vecinos más humildes de Chiloé,
Vallenar o Punta Arenas, esos que caminarán sin ningún afán más que el de colaborar,
para entregar un par de luquitas en la sede de un banco. Ese corazón, ese espíritu de la
Teletón, es el espíritu más profundo de la nobleza que podemos tener los chilenos. Por
eso indigna, una vez más, que tantas intenciones y obras buenas sean aprovechadas,
otra vez, por entidades que han dado tantas muestras del lucro y el provecho económico
como único -o por lo menos principal- móvil de sus actos. Me sigue indignando que las
empresas se aprovechen de la Teletón.
Por Richard Sandoval
Inmigrantes (noesnalaferia)
Es el sol de Antofagasta, de uñas áridas y violentas, el encargado de extender la
empolvada alfombra que da la bienvenida al migrante después de un viaje extenso,
tortuoso, sufrido.
Llega silente el migrante, con la piel seca de tanto calor y las piernas cansadas de tanto
viaje. Pero más que cualquier otra cosa, llega solo, llega sin nadie.
La oscura soledad del migrante recién llegado es lo que no logran comprender aquellos
populistas fascistoides empeñados en que nada ni nadie logre incomodar su trono nunca
satisfecho de privilegios.
Tampoco logran comprender que, además de solo, el migrante llega sin nada. Las
sandalias ajadas por culpa del peregrinaje y unos trapos sucios de sal de sudor son todo
lo que lleva. El migrante llega con la esperanza de algo nuevo, algo que sirva para ventilar
la pobre caldera que significó la vida que deja. Llega sin casa y sin trabajo a vivir a la
región más cara de Chile. Llega con sus brazos fuertes y su piel oscura a encontrar
arriendos que deberían ser motivo de vergüenza en la ciudad en que los ricos lucran de
los tajos del suelo y en la que los pobres pican la tierra por ellos.
El migrante llega con el único amparo que le presta un artículo de la Declaración de los
Derechos Humanos. Ese que afirma que toda persona tiene derecho a salir de cualquier
país, incluso del propio. Sabe que no es garantía. Durante su vida se le han vulnerado
tantos otros.
Ni trabajando la extenuante doble jornada de 16 horas al día al migrante le alcanza para
dormir bajo la indigna legalidad de un suelo sobrevaluado. Cae en la irregularidad de la
toma. Un terreno habitado por muchos de sus pares que, a pesar del techo de cartón y el
suelo de tierra, sonríen en medio del aire sofocante que, contaminado por la sucia
industria minera, se ven obligados a respirar.
Durante los últimos 5 años la cifra de campamentos en la región de Antofagasta ha
crecido en un 478%. Si bien no son todos migrantes -los chilenos también sufrimos las
consecuencias del inaccesible costo de vida de la región con un PIB digno de Europa-
forman una porción importante. ¿Y con qué cara los vamos a apuntar con el dedo?
Vienen a hacer el trabajo que nosotros no queremos, tristemente por menos dinero y
además están obligados a reprimir sus quejas para que no los expulsen de su nuevo
hogar. Guagua que no llora no mama, y no hay nadie a quien le cueste más mamar que a
un migrante en un país lleno de una xenofobia cada vez menos discreta.
Entiéndelo Piñera, entiéndelo Ossandón, la migración no es un fenómeno evitable.
Mientras más fuerza apliques en su contra, más fuerte será la emboscada.
El migrante termina la faena y vuelve a casa. Recuerda, sumido en la nostalgia, a su
familia. Acá tiene poco más que allá. Y hablamos de dinero. Si alcanza guarda un poco en
un sobre que mañana mandará de viaje.
Hoy el migrante lucha contra la discriminación de muros que, rayados, lo acusan de
delincuente. Carga con el juicio de quienes en la calle le gritan que se vaya. Hoy, además,
tendrá que llevar en sus desgastados hombros el peso que significa que un Estado racista
y un gobernante xenófobo lo apunten con sus dedos claros por el hecho de hablar
distinto, de hablar bien, de hablar poco.
Por Martín Espinoza C.
Teresa Calderón “Celos que matan pero no tanto”
Ya había visto sus ojos en los tuyos
que no me miran que se mueren por verla.
Era un desliz definitivo.
Desde un bolsillo de secretos
un nombre de mujer
tu letra un número la prueba final
en la estructura mítica del héroe
-consultar Villegas, Juan-
desde el bolsillo
esa mujer ese cuerpo de tus delitos.

Mañana marcaré ese número.


Repetiré la operación
hasta dar con la palomita.
Pienso decirle
menos cosas de las que pienso.
Pero a ti, te lo advierto
nos encontraremos los tres
y sean cuales fueren los resultados te lo prometo
habrás un muerto en la familia, querido mío.
Todos mis sentidos están alerta. Dije todos
Menos el sentido del humor.
Cuídate de mí, maldito,
porque te amo.

Más vale que te cuides. Tú sabes


una caída en la ducha
esas son caídas fatales, me entiendes
un remedio de más o equivocado, te fijas
un accidente casero cualquiera tiene en la vida:
arreglabas un enchufe
Y ¡oh, sorpresa, Fiat Lux!, me comprendes
o el cuchillo de la cocina guardado dentro de la cama
o el gas lento pero seguro, no olvidemos.
Por eso, cuídate mejor que te encuentre confesado
oleado, sacramentado todo si te descubre
amadísimo héroe.

En esta guerra sangrienta


las matemáticas están claramente de tu parte
yo soy una y una no es ninguna
antes una ventaja así no cabría más
que deponer las armas con las que no cuento
y saludarlos con mis mejores deseos:
que sean tremendamente infelices que se pudran.
Quiero que reciban periódicamente
a la cigüeña cargada de imbunches
que no falten al himeneo las reinas de la muerte
las parcas de infalibles tijeras
¡Oh, Mnémesis, diosa fantástica de la ventaja!

También podría gustarte