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DEL SACERDOTE
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Palabra de Dios en el Evangelio Según San Juan
Señor Jesús: creemos que Tú estás aquí en medio de nosotros porque nos hemos
reunido en tu nombre y tú siempre cumples tus promesas.
Nos has traído aquí para sanarnos interiormente del pecado y de todas las heridas
que hemos recibido en nuestro interior a lo largo de nuestra vida. También ahora
nos dices como a tus primeros Sacerdotes. Estaréis tristes pero vuestra tristeza se
convertirá en gozo. Te pedimos que tu promesa se cumpla hoy y durante estos
días en todos y en cada uno de nosotros.
Envíanos tu Espíritu de Amor para que sane todas las heridas interiores y nos de
él corazón nuevo que Él nos anunció por medio del profeta Ezequiel (36, 26). Pon
tus palabras en tus labios y en el corazón de mis hermanos sacerdotes.
Gracias por todo lo que nos ha dado y por todo lo que vas a darnos a lo largo de
este Retiro.
Que tu Madre Santísima que es nuestra Madre espiritual ruegue ahora y siempre
por nosotros sus hijos.
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Pedro puede hablar con tanto énfasis de La Santidad en toda la conducta
porque recibió la plenitud del Espíritu Santo en Pentecostés (Hch. 2,4) y porque
sabía que este Espíritu de DIOS que ha sido derramado sobre toda carne (Hch.
2,17) es el Santificador de la Iglesia y puede renovar a todo el que lo reciba y se
abra a su acción divina.
II- Se me ha señalado como tema para esta reflexión. “La sanación de las
heridas de la vida”, ya que las heridas que hemos heredado o que hemos
recibido a lo largo de nuestra existencia dificultan nuestra vida cristiana y, por lo
mismo, también nuestro crecimiento en la santidad. Estas heridas nos llevan a
cometer acciones y a tener actitudes pecaminosas que perjudican el ejemplo de
Santidad que como Sacerdotes estamos especialmente obligados a dar a los
demás. Felizmente, Cristo que rompió las cadenas del pecado, de la enfermedad y
de la muerte puede curarnos de todas estas heridas y liberarnos para que
podamos conseguir la bondad y la entrega total por amor al servicio de los demás.
Para que un corazón sacerdotal pueda recibir el amor del Espíritu y pueda
comunicarlo a sus hermanos requiere recibir mediante un proceso de sanidad
interior la desintoxicación del odio que ha ido acumulando.
También a los Sacerdotes de este siglo XX, lo mismo que a los primeros
consagrados por Jesús, el miedo nos acosa frecuentemente y nos impide confiar
más en su poder y en su amor y disfrutar con plena alegría interior de su presencia
amorosa en nuestras vidas y en nuestro ministerio.
Es el miedo el que nos impide dar nuestro si total Cristo y decidirnos por la
santidad que él nos exige. Esta santidad no crece son en un corazón sano y libre
de temores infundados.
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Nuestra santidad empieza por la liberación del pecado y de todas aquellas
ataduras que él ha dejado en nosotros. Empieza con la sanación del pecado y de
todas las heridas que él nos ha causado en nuestro interior.
“En los días siguientes, escribe, empecé a orar con una intensidad nueva.
Durante todo el día invitaba a Jesús para que entrase a todas las habitaciones de
mi casa. Le dije que estaba listo a admitir mi bancarrota, mi impotencia para dirigir
mi vida y para encontrar paz y gozo. Invité constantemente al Espíritu Santo para
que derrumbase los muros y destruyese las barricadas que había levantado. Pedí
a este Espíritu Santo que me librase el hábito de la rivalidad, de la insaciable
hambre de buen éxito y de la necesidad de alabanza y de adulación. Lo que
sucedió casi inmediatamente, sólo puede compararse con una primavera. Fue
como si hubiese salido de un largo y frio invierno. Mi corazón y mi alma habían
sufrido todas las arideces, la oscuridad y la desnudez de la naturaleza en invierno.
Ahora en esta primavera del Espíritu parecía que las venas de mi alma se
deshelasen y que la sangre empezaba de nuevo a correr a través de mi alma.
Empezaron aparecer nuevo follaje y nueva hermosura en mí y en torno a mí. Fue
como si hubiese unos anteojos nuevos para poder ver todo aquello que había
permanecido oscuro hasta entonces. Con la visión de la fe el mundo aparece
amable y maravilloso. Es el universo de Dios. Los demás ya no parecen
amenazantes. En verdad son mis hermanos y hermanas porque Dios es nuestro
Padre y Jesús es nuestro hermano” (Pág. 53).
Sin ninguna duda nuestro salador y liberador Jesús quiere en ese Retiro
sacamos del invierno en que tal vez hemos estado sumidos y regalamos una
primavera espiritual que nos permita disfrutar en plenitud de su amor y abrirnos
generosamente a la acción santificadora de su divino Espíritu.
Jesús tomó este nombre porque vino para salvar al pueblo de sus pecados
(Mt. 1,21).Con razón el Bautista lo Señaló con estas palabras: “he aquí el Cordero
de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1,29), y sabemos como con sacrificio
redentor nos compró y “su Sangre nos purifico de todo pecado” (I Jn. 1,7).
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La liberación que realiza Jesús en los hombres es la de pecado y la de
todas las secuelas que el pecado ha dejado en todo el ámbito de la persona
humana.
No hay dolor humano que sea ajeno al amor redentor de Cristo. El, como
escribe S. Mateo citando a Isaías: “Tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras
enfermedades (8, 17) Solamente el amor Sacerdotal de Cristo podía y puede
llegar a todo el mundo enfermo de nuestras emociones para sanarlo y restaurarlo.
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curadas por el amor que abrasa el corazón de Cristo. Sólo el amor sana lo que
hirió el pecado.
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Otro gran obstáculo para llegar a la Santidad es el miedo que hemos ido
acumulando y que llega hasta impedir nuestro acercamiento a Jesús y l apertura a
su acción salvífica.
Dos veces les dice: “La paz sea con vosotros” (Jn. 20, 19-21).
Este Apóstol negó tres veces a su Maestro junto a una hoguera en la casa
del Pontífice. Ya había sido perdonado cuando lloró amargamente su pecado,
Pero ahora recibe de su Señor la Sanación del complejo de culpa cuando junto a
otra hoguera tres veces puede decir a Cristo que lo ama y que lo ama más que los
otros.
Lo que hizo ayer en este campo de la sanidad interior, lo hace ahora con
nosotros porque Él es el mismo y cumple la promesa de estar siempre con
nosotros.
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Oración
Señor Jesús ¡estamos delante de ti, Nuestro Señor y Salvador con todas
nuestras heridas interiores, pero con una gran fe en tu poder, en tu amor y en tu
fidelidad. Sabemos y creemos que Tú tomaste nuestras flaquezas y cargaste con
nuestras enfermedades. (Mt. 8,17).
Somos los heridos que hoy acudimos con confianza a tu Amor de buen
Samaritano para que tengas compasión de nosotros, vendes nuestras heridas y
eches en ellas el vino y el aceite de tu Amor que todo lo sana. Haz que siempre te
busquemos en la oración personal, litúrgica y comunitaria para que en un diálogo
amoroso contigo avance siempre en nosotros el proceso de Santidad interior. Pero
que sea principalmente en el Sacramento de la reconciliación y en tu Eucaristía
donde busquemos y hallemos esta sanación que tanto necesitamos.
“Señor, tú mismo eres esa fuente que hemos de anhelar cada vez más,
aunque no cesemos de beber de ella. Cristo Señor, danos siempre esa agua,
para que haya también en nosotros un surtidor de agua viva que salta hasta la
vida eterna. Es verdad que pido grandes cosas, ¿quién lo puede ignorar? Pero tú
eres el Rey de la gloria, y sabes dar cosas excelentes y tus promesas son
magníficas. No hay ser que te aventaje. Y te diste a nosotros; y te diste por
nosotros.
Que no falten en mí esas heridas, Señor. Dichosa el alma que está así
herida de amor. Esa va en busca de la fuente. Esa va a beber. Y por, más que
bebe, siempre tiene sed. Siempre sobre con ansia, porque siempre bebe con sed.
Y así siempre va buscando con amor, porque halla la salud en las mismas heridas.
Que se digne dejar impresas en lo más íntimo de nuestras almas esas saludables
heridas el compasivo y bienhechor médico de nuestras almas, nuestro Dios y
Señor Jesucristo, que es Uno con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los
siglos. Amén.
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