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Las Violetas son flores del deseo, Ana 

Clavel

Clavel

Es la historia, contada en primera persona, de un hombre que desea sexualmente. Da la impresión


de que lo que le gusta son las jóvenes o niñas inocentes, lo mismo que al alemán que era socio de
su padre en la fábrica de muñecas y que, tras la muerte del progenitor,  es su propio socio y amigo.
Tiene la precaución de tener una hija, Violeta, en quien vuelca su deseo, en un intento de que la
perversión empeore al volverse incestuosa. Entonces se dedica, junto al alemán, a crear una línea
de muñecas púberes, de las que parece abusar, sin que se mencione explícitamente.
Hace su aparición epistolar un tal Horacio Hernández, uruguayo, que se declara hermano de
Felisberto. Después, cuando aparece en vivo y en directo, dice que es el propio Felisberto, pero
parece que no lo es sino que es un integrante de una asociación que busca la luz y la pureza y se
dedica a cazar pervertidos, o algo así.
El relato se dedica a seguir los deseos de un hombre, pero lo hace con una mirada que suena
femenina, nada creíble y tampoco inquietante como parecía pretender, que se regodea en una
densidad lenguajosa que hunde un poco más a una historia de por sí escasa e inverosímil. Y, si
venía mal, el desenlace es incluso ininteligible.

La violación comienza con la mirada. Cualquiera que se haya asomado al pozo de sus deseos, lo
sabe. Como contemplar esas fotografías de muñecas torturadas, apretadas cual carne floreciente,
aprisionada y dispuesta para la mirada del hombre que acecha desde la sombra. Quiero decir que
uno puede asomarse también hacia afuera y atisbar, por ejemplo, en la fotografía de un cuerpo
atado y sin rostro, una señal absoluta de reconocimiento: el señuelo que desata los deseos
impensados y desanuda su fuerza de abismo insondable. Porque abrirse al deseo es una condena:
tarde o temprano buscaremos saciar la sed –para unos momentos más tarde volver a padecerla.

Calificación: malo
Editorial: Alfaguara, 2007
ISBN: 978-970-58-0053-5

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