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paseado en un coche maltrecho bajo un sol sin brillo sin gracia sin ser sol
fatiga.
sentimiento que se acogía. Evocó en ese preciso instante la primera vez que
las miradas negras, que los lentes oscuros les daban a esas personas un aire
callaba nada.
Imaginen un mundo en que todos puedan escuchar el pensamiento de los
otros, imaginen un país una patria en que todos sus habitantes puedan
ciudad, que oye los sarcasmos de su país, que oye la congoja del mundo
Era como una estrella de la música, nadie perdía oportunidad alguna para
Y cuando digo del mundo, realmente abarca todo ser viviente sobre la tierra. El
murmullo quejoso de una flor a causa de la fuerza infame de algún rayo solar;
Los miles de encuentros de los pobladores con la joven, aparte de ser fortuitos,
la eterna pernocta de los moradores. Sus ruegos inacabables, sus lágrimas que
¡¡Ah, si hubieran más como ella!! Así de altas y únicas eran las exclamaciones
sus cuerpos corroídos. Ella, y lo siento si exaspero sus ánimos con los símiles
compresión. Como decía, ella era como el empozado de las gotas de vino
dejadas por la despistada boca del ahogado en sed; y después de que las
isobaro e insensible, por el mágico roce de sus labios con el llanto de la uvas
finas.
Su nueva agenda se hallaba acopada hasta los dos próximos siglos y, tal vez,
mañana, cada tarde y cada noche, debía pasarla en una morada distinta y
acogedora. En cada una de ellas, era empalagada con las mayores atenciones
prueba exquisita, casi igual que hecha por un perfumista parisense. Pero debo
rosadas, tersas, libres y tibias sobres sus muslos descansados, sus piernas
cruzadas a la altura de sus flacos tobillos, y sus pies: el derecho, firme e
extremo las pupilas, se aproximaba tan cerca, que podían percibir el hálito
gasificado de la joven. Por último, retiraban las gafas de sus ojos con una
del habla humana. Sus ojos eran el igual de dos lentes de una misma cámara
muros; y que el día de hoy es liberado para fertilizar los campos baldíos con
maravillosas historias que contaban las doncellas con voz quedita, y que en
grave y áspera y relato a detalle a los viejos de ahora, y que antes fueron
locura irremediable.
acentuadas al pie de las colinas. Entre la diversidad de voces: los lirios, los
abeja persuadiéndola al decirle que eran astros amarrados a la tierra; las rosas,
pétalos solo se oía poesía y del dolor producido por sus espinas, ni la más leve
queja: el tributo por someterla entre los dedos ufanos, era plenamente
compensatorio. De las faltantes como los jazmines, lilas, tulipanes, margarita y
en el mismo idioma.
cine. Cada muchachito sentía una satisfacción morbosa por verla a los ojos, y
eróticas. Ella era un poco más que una meretriz. Una meretriz, ya sin tener la
no había que suprimir los deseos, ímpetus ni pensamientos, al igual que con
ella.
mismos que ya estaban próximos al silencio perpetuo, pero que antes debían
la vaciedad plena.
Fue en el momento del día en que las nubes se tornaban grises al igual que las
más liviana aún. Sus pies sujetos a su cama por sabanas invisibles, se
petrificaban inevitablemente. Fue entonces que decidió concluir, sin antes
Garulla no siempre padeció de tan increíble mal. Fue en los tiempos del César,
cuando la gloriosa Roma era igual al mundo, y La Garulla, aún longeva, era
profundas, los verdes prados que siempre estuvieron allí. Pero entre ellos
había una, ni muy alta ni muy rubia, ni muy bella ni muy fea, una dama
dos, entre las danzas sensuales y los sonidos de la alhajas. Nadie intuía que
ella era una bruja, de esas que proferían hechizos certeros; y que su hija
poseía el don ancestral y más difícil de poseer: oír los pensamientos. Solo iban
ofrecieron sus hijos para acallar sus gritos frenéticos de auxilio. Ella no se iba
resignar a perder a una hija con tal gracia irrepetible. Además, su educación de
hechicera le costó tal paciencia, que había visto morir muchas estrellas de
resoplando de pavor. Le habían despojado de su don. Ahora solo era una niña
aterrada aclamando el consuelo de su madre. Resumiré la parte de la historia,
de la hechicera.
no solo iba darles esa calma interna con la que nace todo hombre por derecho,
obsequiarles lo más preciado; ello a modo de reembolso por una deuda pagada
extensamente de más.
con los números que velozmente representa los días, la verdad es que no
prados de extensiones infinitos y exóticas flores, jamás vistas por sus ojos.
Llevaba a cuesta una mochila tan grande, que al abrirla se podía ver,
las ciento cincuenta linterna con la misma luz fosforescente. Sus zapatillas eran
de esas chillonas al nadar, pero al plantarse con una sutileza artística sobre los
advirtió ni para él ni para nadie. Así fue desde su primera pisada hasta la mil
novecientos setenta y dos, con la que puso fin a su visita fugaz. Lo que vivió allí
realizando señas torpes y confusas; parecían jugar a la ligas pero sin ligas.
Estaban sordos por sus orejas tapiadas. Los animales ni en conjunto producían
sonido onomatopéyico posible. Las flores inventaron un nuevo idioma con sus
un pigmento más concentrado y bello por la mudez. Los objetos caían por una
parte del universo en donde los dioses y los astros reposan a placer. Los
del mundo.
Y por ese motivo, hasta el fin de nuestros días, el amo y señor del pueblo La
nacido en esta parte de la Vía Láctea había nacido con el paradigmático don de
leer los pensamientos; y ahora resulta que todos ustedes pueden profanar la
con el don de ser oídos por los demás sin emitir discurso, protesta, oración,
hasta sus criptas. Entonces todos los seres del planeta, después de una
exclamarán coléricos y frustrados en una sola garganta sin eco del cielo: ¡Aquí
no piensa nadie!