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TANTAS VOCES O

EL TESTIMONIO EN EL PERÚ

Marcel Velázquez Castro

Un grupo de estudiantes de Literatura de la Universidad Nacional Mayor de


San Marcos obtuvo este año el prestigioso premio internacional de Memoria
Oral Andrés Bello. El libro Oía mentar la hacienda San Agustín se inscribe en
una rica tradición nacional de testimonios que permiten apreciar la complejidad
ideológica y la riqueza discursiva de los sectores populares.

1. LA AMBIVALENTE NATURALEZA DEL TESTIMONIO

El testimonio es una forma narrativa del discurso no ficcional que


documenta de fuente directa un aspecto de la realidad. Desde Biografía de un
cimarrón (1966) del cubano Miguel Barnet, esta forma se ha convertido en una
modalidad literaria muy frecuente y harto controvertida en el campo cultural
latinoamericano. Sus críticos lo han llamado “épica popular” y han
desenmascarado sus estrategias para crear un metadiscurso populista
alentado institucionalmente (por ejemplo, los múltiples y desvaídos testimonios
de la experiencia guerrillera en Cuba y en Nicaragua después del triunfo
revolucionario).
El testimonio clásico realiza tres operaciones centrales: a) equipara
historia de vida individual con historia de grupo o pueblo, la denominada
“singularidad representativa”; b) refleja la compleja relación entre un interlocutor
que escucha, recopila y trascribe; y un informante que actúa como narrador
oral; c) proclama su carácter subversivo por la denuncia y la invitación a
cuestionar las formas hegemónicas del discurso y el poder.
Toda subjetividad es un río pleno de significados y estos sentidos se
materializan y exponen en el contexto de la compleja comunicación
interpersonal entre el hablante y el investigador. Ese modo de transmisión
testimonial deviene, finalmente, en una trascripción, la voz se convierte en
letra.
Franco Ferraroti plantea que cada vida humana revela una síntesis
vertical de una estructura social y cada acto individual es una síntesis
horizontal de una estructura social. En consecuencia, la historia de nuestro
sistema social está completamente dentro de la historia de nuestra vida
individual. Por ello, la vida individual no es un mero reflejo de la dimensión
social, sino una reapropiación creativa mediante mediaciones y filtros y una re-
configuración de esta que la proyecta a otra dimensión.

2. TRES CLÁSICOS PERUANOS: EL AFROPERUANO, EL INDÍGENA, Y


LA MUJER

La heterogeneidad cultural del Perú y sus diversas lenguas y cosmovisiones


forman una riqueza que no ha sido explorada cabalmente desde la memoria
oral y el testimonio. Sin embargo, existe un pequeño corpus de libros de
testimonio, entre ellos destacan: Erasmo. Yanacón del valle de Chancay
(1974), Gregorio Condori Mamani. Autobiografía (1977) y Soy señora.
Testimonio de Irene Jara (2000).
La vida de Erasmo Muñoz representa los avatares, sociabilidad y
sensibilidad de un yanacón afroperuano. Su historia personal está íntimamente
ligada a la hacienda Caqui y a los procesos de desintegración del yanaconaje
en la costa sur. Las décimas, las historias fantasmagóricas, la pretensión del
buen vestir, el duro trabajo, el buen yantar, la vida cotidiana de los campesinos,
la imagen de los hacendados, la esquiva ciudad de Lima son algunos de los
asuntos que aparecen una y otra vez en el discurso oral de Erasmo Muñoz. En
el registro predomina la celebración de la existencia antes que la denuncia o la
crítica social.
“Me llamo Gregorio Condori Mamani, soy de Acopía y hace cuarenta
años que llegué de mi pueblo. Vine de mi pueblo porque no tenía padre ni
madre. Era totalmente pobre y huérfano y estaba en poder de mi madrina”. Con
estas frases se inicia uno de los más fascinantes recorridos por la mentalidad
del mundo andino. Gregorio y su esposa Asunta logran por medio de una
narrativa intensamente emotiva “que se conozcan los sufrimientos de los
paisanos”. El libro incluye la versión en quechua de los dos testimoniantes.
Francesca Denegri presenta la visión de Irene Jara de su propia vida.
Irene fue cajamarquina de origen minero, emigró hacia Trujillo y Lima, y,
después, se convirtió en dirigente vecinal. Posteriormente, se instaló en
Londres. Su voz nos llega con toda su vitalidad, poblada de giros íntimos y
auténticos: “Comencé atrabajar a la edad de ocho años chancando el mineral
que sacaban de las minas de Algamarca, Mi madre más antes había quedado
viuda”. Lo singular no es solo la extraordinaria aventura de autoconstrucción y
emigración, sino su peculiar perspectiva de mujer que exige a todos sus
interlocutores el respeto y la decencia ya conquistados por su propio accionar
social.

3 VOCES MÚLTIPLES E IDENTIDADES MIGRANTES

La denominada hacienda San Agustín se encuentra en el Callao. Es un


extenso terreno flanqueado por fábricas y el aeropuerto que solo tiene una
entrada y se encuentra encapsulada, rodeada de los signos de la modernidad,
pero atrapada en una dinámica, principalmente, agrícola. En su interior, en el
pueblo joven “El Ayllu”, conviven pobladores de origen costeño, andino,
afroperuano, selvático y japonés. Ellos solo tienen título de posesión porque la
propiedad se encuentra en disputa legal. Además, dicho terreno será
expropiado por el Estado para construir la segunda pista del aeropuerto.
Oía mentar la hacienda San Agustín no se construye alrededor de una
figura principal, sino de un coro de voces multiforme que hablan desde el
mismo lugar. Es un testimonio que articula decenas de informantes de cuatro
generaciones, desde la octogenaria maestra de escuela hasta niños de cinco
años. Sus autores declaran que es “la historia de trabajo, lucha, solidaridad,
conflictos, discriminación, explotación pobreza, sueños, logros, leyendas, mitos,
migración y alegría de una localidad que va a desaparecer por el proyecto de la
modernidad” (24)
El horizonte de la agricultura y la calidad de migrantes andinos de varios
pobladores explican los relatos asociados a la agencia de la pachamama y
revelan los profundos senderos andinos que habitan nuestra ciudad. El
pishtaco, qarqacha y chullachaqui forman parte del bestiario imaginado que
cohesiona a dicho pueblo y da legitimidad a sus normas morales.
La memoria del pasado social y el acontecimiento traumático de la
irrupción del aeropuerto en sus vidas se relatan así: “Los primeros pobladores
de San Agustín éramos los criollos, los costeños y los negros (…) a partir del
año 38 o 40, más o menos, comenzaron a venir los paisanos” (50). “La acequia
antes no olía mal, eran unos puquiales, yo me bañaba ahí, había camarones.
(…) Por el aeropuerto fue que se ensució la acequia, se malogró todo” (100).
Más adelante, un vecino relata como la “gente anda medio sorda” y como
murieron sus animales, constata amargamente: “así se acabó todo, luego de
que apareció el aeropuerto” (119). El costo de la modernización y los daños
colaterales causados por nuestro aeropuerto pueden parecer numéricamente
insignificantes, pero adquieren una fuerza cualitativa impresionante en este
libro.
La singularidad del espacio condiciona las expectativas de vida: “yo
también tengo planes de irme, de trabajar en otro lado, aquí no hay progreso
(…) la hacienda es un pueblito en medio de la ciudad, estamos a la espalda del
aeropuerto y a espalda de la civilización como dice la gente” (144).
La última sección del libro es la más entrañable porque recupera la
alegría, los deseos y los miedos de los niños. Fantasía e imaginación, pero
también realismo, son las marcas principales de sus breves historias que
formalizan ora un sentimiento de pertenencia, ora los conflictivos sentidos que
le asignan a su precario presente. Una niña de seis años declara: “El avión, mi
mamá le canta, le sabe cantar y después veo mucho a los aviones, después mi
mamá me enseña a hablar a los aviones”. “Antes venía bastante juguete por la
acequia: muñeca, vasitos, jarritos y una muñequita de barro que le faltaba sus
bracitos y nosotros los chapábamos (…) ¡Papa Noel la acequia!” (214)

Oía mentar la hacienda San Agustín constituye un hervidero de voces que


narran la Historia (su historia) de un modo alternativo a los discursos
hegemónicos contemporáneos, su mérito es recuperar una memoria y una
praxis conflictiva que vuelve a colocar en nuestra agenda la diversidad cultural,
las encrucijadas de la modernidad y el carácter andino de nuestra ciudad.

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Elizabeth Lino, Kristel Best Urday, María Gonzáles Chumpitaz y Alejandro Hernández
Panaifo, alumnos del profesor Manuel Larrú, desarrollaron esta excepcional labor
durante varios meses. Algunos vez tuvieron que sembrar rabanitos con los pobladores
para recoger sus relatos de siembra y cosecha, también construyeron con los niños un
avión con los carrizos de las chacras para observar sus juegos y escuchar sus historias.

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