Está en la página 1de 8

Requisitos para ser un buen psicoterapeuta

Además de la preparación específica que se requiere para las diversas


profesiones que ejercen la psicoterapia, hay ciertas cualidades generales que
parecen exigirse un buen psicoterapeuta. Por lo que toca a los conocimientos y
capacidad de tipo intelectual, es evidente que el psicoterapeuta necesita saber
mucho más acerca de la psicopatología y de las diversas manifestaciones del
comportamiento mal adaptado.

El terapeuta no sólo necesita saber cuáles son los casos que se suelen
beneficiar de los métodos psicoterapéuticos, sino que tiene que estar también
alerta con respecto a los problemas que hay para llegar a un diagnóstico
acertado del comportamiento perturbado; tiene que saber cuándo hay que
utilizar otros métodos, y cuando hay que remitir al cliente a otras personas o a
otras agencias.

Tiene que estar informado acerca de las teorías de la personalidad y del


desarrollo, no sólo por su relación con la psicopatología, sino también para
comprender mejor el comportamiento y los conflictos del individuo. Estos
conocimientos proporcionan una base para abordar debidamente al paciente y
para saber prever la conducta que va a manifestar la terapia. Esto tiene su
importancia, ya que no existe ninguna técnica específica que pueda aplicar el
terapeuta en forma rutinaria en todos los casos de perturbación de la
personalidad.

Por ejemplo el individuo cuya integración está en grave peligro puede necesitar
un apoyo muy fuerte por parte del terapeuta y un contacto muy frecuente con él.
Un intento precipitado por explorar el caso psicológicamente para obtener un
conocimiento “profundo”, puede en realidad resultar contraproducente en lugar
de terapéutico. Por el contrario, otro caso, el método de apoyo podría fomentar

©Todos los Derechos Reservados


una dependencia demasiado prolongada por parte del paciente, obstaculizando
de esta manera el progreso hacia un funcionamiento más independiente y
maduro.

Por consiguiente, en el sentido más pleno de la palabra, el terapeuta tiene que


saber comprender el comportamiento humano.

Además de comprender el comportamiento, el terapeuta, necesita también estar


informado acerca de los procedimientos terapéuticos, de las principales teorías
de la psicoterapia, y acerca de los diversos problemas con que se suele tropezar
en ella. Aun cuando con el tiempo el terapeuta llega a preferir un método
terapéutico por encima de todos los demás (Fey, 1958), tiene que estar
razonablemente informado acerca de otros métodos, no sea que vaya a resultar
demasiado estrecho en su actitud hacia la terapia (Watkins, 1960; Wolberg,
1967). El individuo que sigue exclusiva y casi inflexiblemente, un proceso
particular de terapia, exige esencialmente que el paciente se a adapte a su
método en lugar de procurar modificar su método y sus procedimientos para
acomodarlos a las necesidades de cada paciente particular.

Es necesario que el terapeuta sea un individuo bien educado y culto, en el


sentido amplio de la palabra. No se trata de adquirir una gran cantidad de
conocimientos eruditos y esotéricos. Más bien nos referimos a un conocimiento
general acerca de cómo vive la gente, acerca de los distintos patrones de
respuesta en las diversas subculturas de nuestra sociedad, y a cierto
conocimiento sobre los problemas particulares de adaptación propios de estos
grupos.

Por ejemplo, si el terapeuta ha de comprender plenamente lo que el paciente le


dice acerca de las circunstancias en las que vive y de cómo concibe él el
mundo, tiene que tener por lo menos algunos conocimientos acerca de esas
condiciones y acerca de ese mundo. No hay un consentimiento claro sobre el

©Todos los Derechos Reservados


modo de lograr estos conocimientos, y no estamos del todo seguros que los
cursos de las ciencias sociales logren infaliblemente este objetivo. No obstante,
hay ciertos datos de investigación que confirman la importancia de estos
conocimientos para el psicoterapeuta. Por ejemplo, ¿Podrá un terapeuta de un
ambiente social de clase alta, comprender y apreciar plenamente lo que un
paciente de un estrato social muy inferior al de él le dice con respecto a los
valores y patrones de su propio grupo (Hollingshead y Readlich, 1958)?

Ser un buen psicoterapeuta es algo más que tener una mente atiborrada con
todo tipo de conocimientos psicológicos. Como ya hemos dicho, la psicoterapia
es un proceso interpersonal. Como consecuencia de esto, la personalidad del
terapeuta es parte integral del proceso terapéutico y supone mucho más que
conocimientos puramente verbales y razonamientos intelectuales. Los
sentimientos en ambas partes también entran en esta interacción.

Por consiguiente la personalidad del terapeuta, en especial para la interacción


con el cliente, es una de las variables más importantes en psicoterapia.
Ciertamente la necesidad de ese aspecto es evidente para la mayoría de los
estudiantes de esta materia. Como resultado de esto, se ha convenido en que
ciertos rasgos de personalidad que se deben considera como requisitos para un
terapeuta competente. Una de estas cualidades es la habilidad de empatizar con
el paciente y con sus dificultades.

En particular hay una escuela terapéutica en la que insiste mucho en la habilidad


del terapeuta para colocarse en el lugar del paciente y experimentar, lo más
profundamente que se pueda, lo mismo que el paciente experimenta o ha
experimentado ( Rogers, 1951) y se ha hecho cierta cantidad de investigación
que apoya este postura (Truax y Carkhuff, 1967). Esta habilidad para hacer
hincapié es muy importante, no solamente para comprender al paciente, sino
para hacer entender al paciente que el terapeuta realmente lo comprende y se
interesa por ayudarlo.

©Todos los Derechos Reservados


Algo relacionado con lo anterior está la necesidad de mucha sensibilidad por
parte del terapeuta. También en este atributo han insistido muchos terapeutas,
el terapeuta tiene que ser sensible no solamente a la comunicación verbal del
paciente, sino a todos los aspectos de la comunicación interpersonal. El modo
como el paciente dice ciertas cosas, el modo como ve al terapeuta, sus gestos y
otras cosas como ésas, todo ello comunica algo de sus sentimientos, a los
cuales el terapeuta debe ser sensible.

Si el terapeuta es una persona que carece de sensibilidad, muy probablemente


no logrará comprender plenamente los sentimientos y percepciones del
paciente, ni lo que el paciente está procurando comunicarle, ni que sentido
tienen las reacciones del paciente hacia él como persona.

Como la personalidad del terapeuta está íntimamente implicada en el proceso


interpersonal de la psicoterapia, también es evidente que el terapeuta tiene que
tener algún conocimiento de sí mismo como persona, del efecto que produce en
los demás, de cómo reacciona a los estímulos que le son amenazantes, y de
sus propios conflictos y defensas.

El terapeuta tiene que ser sensible a sus propios sentimientos y conducta, al


igual que a los del paciente. Debido a esto, muchos psicoterapeutas creen que
todos y cada uno de ellos deberían someterse a psicoterapia personal. (Fromm-
Reichmann, 1950). Así el futuro terapeuta no solamente obtiene algún
conocimiento de lo que el paciente experimenta en la psicoterapia, sino que
logra una importante autocrítica y comprensión de sí mismo.

Es muy de desear que el terapeuta sea una persona emocionalmente madura,


que este razonablemente seguro de sí mismo y que sus condiciones de vida,
fuera de la terapia, sean tales que le proporciones adecuadamente los medios
necesarios para vivir. Sus propios conflictos y tensiones deberán de ser

©Todos los Derechos Reservados


mínimas, de suerte que no se manifiesten en su trabajo psicoterapéutico o no
influyan en él. Deberá estar razonablemente bien integrado, de suerte que
pueda entender los problemas del paciente sin compartir indebida ni
emocionalmente estos problemas y sin que interfieran sus propios problemas.

Aunque tenga que tener simpatía y sensibilidad hacia los sentimientos y


mentalidad del paciente, el terapeuta también necesita mantener una orientación
muy objetiva. Finalmente, el terapeuta deberá ser de una integridad intachable,
con un profundo sentido de responsabilidad hacia sus pacientes.

Como es de suponer que el paciente hablará con él de aspectos íntimos de su


personalidad, es absolutamente indispensable que el terapeuta sea una persona
en la que el paciente pueda depositar una fe y una confianza incondicionales. Lo
que el paciente revela durante las sesiones terapéuticas deberá tratarse en
forma absolutamente confidencial.

Excepto en circunstancias muy extraordinarias, las confidencias del paciente


son algo completamente privado y no podrán revelarse a ninguna persona.
Cualquier desviación de este patrón de conducta suele tener consecuencias
negativas para la psicoterapia. En forma paralela, el terapeuta tiene que saber
aceptar lo que el paciente le dice sin pretender hacer evaluaciones morales.

El terapeuta no debe hacer las veces de juez para el paciente en cuestiones


morales o de consentimiento social; es simplemente una persona que se
interesa sinceramente por comprender al paciente y por ayudarlo a resolver sus
problemas.

Al aceptar al paciente bajo su responsabilidad terapéutica, el terapeuta se


impone a sí mismo, cierta obligación de liberar al paciente de sus dificultades.

©Todos los Derechos Reservados


Por lo tanto, tiene que ser una persona responsable con suficientes recursos
psicológicos como para cumplir con su papel y sus obligaciones.

Al aceptar a un paciente para psicoterapia, el terapeuta acepta


consecuentemente una verdadera responsabilidad, que tratándose de ciertas
formas de terapia, puede durar por varios años. Algunas de las cualidades
deseables del terapeuta, de que acabamos de hablar, han sido objeto de
definiciones y de estudio muy precisos por parte de los que patrocinan el método
de Rogers o del cliente como centro, para la psicoterapia.

Hacen hincapié en tres características que consideran esenciales para el avance


y el éxito en la psicoterapia: empatía acertada, genuinidad y cariño no posesivo
o aprecio positivo (Rogers, 1959; Truax y Mitchell, 1971).

Ya hemos hablado de la empatía. La genuinidad se refiere a que el terapeuta no


debe tomar una actitud defensiva, sino que debe ser sincero o auténtico en su
interacción con el cliente, mientras que el cariño no posesivo se refiere a que el
terapeuta debe crear una atmosfera tranquila y de confianza durante la terapia,
mediante una aceptación y valoración objetiva del cliente.

Aun cuando otras corrientes dentro de la psicoterapia también insisten en


cualidades muy semejantes a estas en el terapeuta, lo terapeutas del método
centrado en el cliente han definido de una manera muy especial estos atributos,
han elaborado escalas para medirlo y han explorado su importancia mediante la
investigación positiva ( Truax y Carkhuff, 1967).

Aunque la lista precedente de atributos parezca indicar a un individuo un poco


súper humano, y entre paréntesis, a un individuo que raras veces se encuentra
en la vida real, convendrá mucho tener en cuenta que estas son las
características deseables en un buen terapeuta. Muy probablemente son muy

©Todos los Derechos Reservados


pocos los que tiene estos atributos, aunque los mejores entre ellos, ciertamente
tienen mucho de estas cualidades. Los principios que hemos establecido
tampoco deberán interpretarse como si con ellos se quisiera decir que el
individuo mejor adaptado es el que necesariamente hace el mejor terapeuta.
Puede dar el caso de que dicho individuo se relativamente insensible a los
problemas de los demás o que reaccione a ellos principalmente con una actitud
intelectual, ya que están muy lejos de su propia experiencia.

Por el contrario, tampoco el individuo que está gravemente perturbado podrá


fácilmente ver los problemas del paciente en la debida perspectiva, ni evitar que
sus propias dificultades se entremezclen con las del paciente. Sin embargo, a
pesar de cierto consentimiento general sobre las cualidades deseables en los
psicoterapeutas ( Holt, 1971; Holt y Luborsky (1958), todavía no se ha resuelto
el difícil problema de cómo seleccionar y predecir a los buenos candidatos para
la psicoterapia.

La intensa investigación que Holt y Luborsky (1958) han llevado a cabo con
psiquiatras residentes de la escuela Menninger de psiquiatría es una
confirmación clara de que es mucho lo que nos falta por saber en este campo.
Por lo general las predicciones de competencia terapéutica basadas en la
entrevista o en los datos de pruebas psicológicas resultaron bastante pobres.

Mientras que otros estudios han comparado a terapeutas experimentados con


terapeutas sin experiencia, y algunos pocos han evaluado ciertas variables de
personalidad de terapeutas, nuestra descripción de las cualidades deseables se
basa principalmente en la opinión de terapeutas muy experimentados.

Sin duda alguna que en la actualidad estamos todavía bajo el intenso influjo de
nuestra propia experiencia terapéutica, pero como ya lo hemos dicho, no es
mucho lo que sabemos a base de la investigación acerca de qué tipo de
terapeuta obtiene los mejores resultados con ciertos pacientes determinados

©Todos los Derechos Reservados


(Bergin, 1971; Kiesler, 1971; Knupfer, Jackson y Krieger, 1959; Paul, 1967).

Según vayamos dilucidando este problema, sin duda alguna que también iremos
descubriendo que ciertos terapeutas tienen relativamente más éxito que otros
con ciertas categorías de pacientes.

©Todos los Derechos Reservados

También podría gustarte