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El Contexto
La Argentina de los primeros años del siglo XX presentaba dos características básicas.
En primer término, aparecía como el producto exitoso de un sueño que en cierto momento
había parecido irrealizable. El modelo de desarrollo que Juan Bautista Alberdi había
anunciado en su libro Bases y Punto de Partida para la Organización Constitucional de la
República Argentina en 1852 y que constituyera el ideario de los gobiernos de Bartolomé
Mitre (1862-1868), Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) y Nicolás Avellaneda
(1874-1880); llegaba a colmar hacia 1890 todas las expectativas; no solo de los dirigentes,
sino también la de los miles de inmigrantes que habían llegado a nuestras tierras corridos por
el hambre, la miseria y las persecuciones políticas y religiosas. El Presidente Julio Argentino
Roca y sus sucesores podían jactarse durante los festejos del Centenario de la Revolución
de Mayo, de dirigir un país moderno y pujante que exhibía – con soberbia de nuevo rico – su
condición de granero del mundo.
Ese país, por lo tanto, no había construido su presunta grandeza sobre bases
demasiado sólidas. El mito posterior de los “Años Dorados” escondería la gran inestabilidad
económica y política que jalonó esa etapa histórica. En 1873-1875 y nuevamente entre 1889-
1899, el modelo agroexportador había sufrido varias crisis, las que evidenciaban que
Argentina era demasiado dependiente de los avatares de la globalización capitalista. Cuando
los flujos de inversión y de población inmigrante se cortaban, el crecimiento se detenía,
perjudicando las exportaciones y presionando sobre los salarios, generando a su vez, un
creciente endeudamiento público y privado. Sin divisas, la economía se mostraba incapaz de
cubrir los déficits producidos por la entrada de bienes de consumo importado, indispensables
para mantener alta la demanda de una población cada día más numerosa a precios aceptables.
Todo en el marco de reiteradas explosiones de mal humor político, que impugnaban no tanto
el “modelo de acumulación”, como el poder fraudulento y no representativo del Roquismo y
sus aliados. Impugnación violenta que incendiaría las grandes ciudades del Litoral, con
revoluciones cívico militares.
De esta manera, es posible afirmar, que hacia 1910 la República no ignoraba las crisis
económicas y políticas. Lo que a veces se concibe como un “progreso lineal e indetenible”,
había demostrado ser lo suficientemente precario como para acostumbrar a gobernantes y
gobernados al uso de expedientes transitorios – la emergencia financiera, el fraude y el
peculado, las proscripciones electorales, el alzamiento armado con apoyos civiles – que con el
tiempo se terminarían convirtiendo en permanentes.
Es posible, pues, realizar un breve repaso de las actividades más afectadas entre 1890
y 1899, por la política industrialista de Carlos Pellegrini y sus sucesores. En 1897, por
ejemplo, la rama lechera de la Industria Láctea, elaboraba 1,7 millones de kg de manteca,
exportados casi en su totalidad a Gran Bretaña; mientras que para la misma fecha, la
agregación de valor llegaba a los cereales, con la creación de molinos y elevadores de granos
en Buenos Aires y Rosario. Los ingenios azucareros, por su parte, empleaban en 1895
11.000 trabajadores, cifra similar registrada por el sector maderero. En lo que respecta a la
Industria Frigorífica, en la década de 1890 se produjo el pasaje de la carne ovina a la vacuna,
exportándose en 1899 450.000 toneladas de la primera y 30.000 toneladas de la segunda,
en todos los casos enviadas a Londres y Liverpool en barcos congeladores.
En fin, resumiendo, podemos afirmar que la crisis económica surgida entre 1889 y
1891, fue el punto de partida para la creación de una Industria Nacional y de un
Movimiento Obrero poderosos, siempre en términos americanos naturalmente. Su fuerza –
aún dormida – iba a verse durante la década siguiente, aunque entre los sucesos Del Parque y
las Revoluciones Radicales de 1892 y 1893, no se evidenciaran la participación masiva de
los trabajadores en huelgas y protestas de apoyo a los reclamos esgrimidos en contra del
Régimen Conservador. La Política era una actividad ajena todavía a esos miles de italianos,
españoles, rusos y árabes que poblaban las incipientes fábricas y los establecimientos rurales
que producían con su trabajo cotidiano el despegue de una nueva y floreciente economía.
Hacia fines del siglo pasado – durante la década de 1890 – como ya hemos visto, la
modernización económica había transformado sustancialmente la sociedad argentina. El
“Desierto” empezaba a convertirse en la “Pampa Pródiga”, y “La Gran Aldea” en una ciudad
con las características y los problemas de las grandes metrópolis del mundo; siendo uno de
los rasgos salientes de esa transformación el surgimiento de un vasto Mundo del Trabajo,
característico de las grandes ciudades como Rosario y Buenos Aires. En ninguna otra parte del
país hubo una concentración tal de trabajadores; es lógico que allí crecieran y se desarrollaran
inicialmente los movimientos políticos que apelaban a ellos y que aspiraban a mejorar su
situación.
En varios sentidos, se puede afirmar, que ese complejo mundo de los trabajadores era
heterogéneo. Extranjeros en su mayoría, hablaban lenguas disímiles – ni siquiera los italianos,
con sus diversos dialectos, poseían un idioma común – y tenían tradiciones también
diferentes. Desde el punto de vista ocupacional, lo característico era la diversidad de
condiciones y la inestabilidad de situaciones. Muchos eran obreros no calificados, que
alternaban tareas rurales en tiempo de cosecha con otras urbanas: carga y descarga en el
puerto, construcción de viviendas u obras públicas. Otros se incorporaban al servicio
doméstico, y una cantidad considerable desempeñaba actividades artesanales o comerciales
en pequeños establecimientos. Había también, trabajadores por cuenta propia, empleados de
pequeños patrones y operarios de grandes fábricas. Algunos trabajaban a jornal y cada día
debían resolver el problema del empleo, mientras que otros tenían ocupaciones permanentes;
aunque todos estaban amenazados por la desocupación y el paro forzoso.
Pero fue en 1890, año de crisis y de agitación política y social, cuando un grupo de
organizaciones obreras y socialistas celebraron por primera vez el 1de Mayo, Día de los
Trabajadores. En 1891 anarquistas y socialistas coincidieron en la fundación de la
Federación Obrera Argentina (FOA), central pionera en el país, aunque pronto fuera
disuelta por sus creadores, a raíz de virulentas discusiones ideológicas entre ellos. Intentos
similares se repitieron entre 1894 y 1895, período de reflujo de las luchas de los obreros,
castigados por la recesión general y la desocupación.
Por esos años, sin embargo, maduraron la organización sindical y política de las dos
tendencias principales. Un Grupo Socialista, dirigido por Germán Avé Lallement, publicó en
1890 El Obrero, un periódico de definida orientación marxista, y participó en la organización
de la FOA. Posteriormente se fueron constituyendo diversos núcleos socialistas – ateneos,
centros barriales – que atrajeron a los trabajadores y también a profesionales e intelectuales
destacados. En 1894 comenzó a editarse La Vanguardia, que desde entonces expresó las
tendencias oficiales del Socialismo; y finalmente, en 1896, Juan B Justo fundaba el Partido
Socialista, agrupación de marcada tendencia reformista, inspirada en los postulados
socialdemócratas de Eduard Berstein y Karl Kautsky.
El Socialismo apelaba a sectores calificados del Mundo del Trabajo, con unos
empleos estables y capaces por ello, de adecuarse a ese ideal de vida ordenada que proponía
el Partido Socialista. Pero además, reclutaba simpatizantes en otros estratos de las
sociedades urbanas, en las que ya se advertía una fuerte diferenciación: pequeños
comerciantes, rentistas y otros que admiraban no sólo la probidad de sus dirigentes sino su
eficiencia como administradores y su defensa inclaudicable del consumo popular a precios
accesibles: La dirección del Partido, sin embargo, quedaba siempre en manos de “doctores”
como Juan B Justo y Nicolás Repetto, médicos de indudable talento y devoción por los
trabajadores, pero separados de ellos por razones de origen, formación, juicios y prejuicios.
Tal programa no sonaba enteramente utópico a principios del 1900, cuando el Estado
Argentino, aún no totalmente consolidado, no alcanzaba con su larga mano a toda la sociedad
y cuando las estructuras capitalistas no parecían aún tan sólidas. Para derribar al uno y a las
otras los anarquistas confiaban en un único método: la Huelga General. Ese día, todos los
obreros abandonarían el trabajo, y la sociedad burguesa, paralizada, se derrumbaría. Soldados
y políticos descubrirían al mismo tiempo su condición de hijos del pueblo, arrojarían las
armas y se unirían a los huelguistas.
Ciertamente había una brecha enorme entre el preciso objetivo final y los medios para
alcanzarlo, sobre cuya puerilidad esencial no se reflexionaba demasiado. Sin embargo en una
sociedad popular heterogénea, con tan pocos vínculos y articulaciones, la acción de masas,
la huelga general, suplía rápidamente todas las debilidades organizativas y de conciencia
política. De 1901 a 1910, fue el principal recurso de los sectores obreros y populares de las
grandes ciudades, que encontraron en los anarquistas a sus conductores naturales.
El Movimiento Sindicalista
Además de lidiar con los anarquistas, los gremialistas socialistas debieron hacerlo
con su propio partido, cuyos dirigentes les imponían una férrea conducción y les daban muy
poco espacio en la toma de decisiones. Un importante grupo se apartó en 1903 y constituyó
una novedosa tendencia “sindicalista”, que en 1906 ganó el control de varios sindicatos y
progresivamente conquistó un amplio espacio en el Movimiento Obrero. Inspirados en los
principios de George Sorel, apelaban a los trabajadores incluidos en gremios numerosos y
calificados, como los ferroviarios y los marítimos, y también los portuarios. En ellos
predominaban los trabajadores nativos, en especial aquellos que empezaban a recorrer los
peldaños iniciales del ascenso social: la casa propia en algunos de los nuevos barrios de la
Capital Federal, la educación de sus hijos, quizá. En algunos de los casos se trataba de
inmigrantes – o hijos de ellos - , que habiendo decidido radicarse en el país, aceptaban la
sociedad como era, y en lugar de rehacerla, se conformaban con modificarla y reformarla. Es
significativo que el gremio donde más ampliamente dominó la tendencia sindicalista – la
Federación Obrera Marítima – los extranjeros estuvieran excluidos de la dirección.
En éste contexto se sancionó en el año 1902 la Ley 4144, llamada “De Residencia”,
propiciada por el Senador Miguel Cané, que confería al Gobierno “la facultad de expulsar al
extranjero revoltoso o anárquico, incapaz de incorporarse pacíficamente a la
sociabilidad argentina”. La Ley aludía sin duda alguna a los conflictos sociales, de los cuales
responsabilizaba, como ocurría habitualmente, a un grupo minoritario de agitadores
extranjeros. Su sanción marcaba uno de los extremos de la actitud dura y anticonciliadora de
la élite, la misma que llevó a reprimir con violencia el alzamiento radical de 1905 o a negarse
a cualquier flexibilización política. En épocas de crisis aguda predominaban estas actitudes,
como volvió a ocurrir en 1910. En ese año, no sólo se sancionó la llamada Ley de Defensa
Social, que autorizaba a reprimir con dureza a los grupos responsable de actos de violencia,
sino que se coartaba la misma acción sindical, imponiendo severas sanciones a quienes
participaban de huelgas o paralizaciones de la producción.
Pero junto a quienes defendían con dureza sus privilegios, había otros que
comprendían las ventajas de asumir una posición más flexible que concediera conquistas en
ciertas áreas, evitando la presión sobre el conjunto del edificio social. Así, en 1904 Joaquín V
González presentó al Congreso un Proyecto de Código del Trabajo, inspirado en el ejemplo
francés, y elaborado conjuntamente por personalidades como José Ingenieros, Manuel
Ugarte y Juan Biallet Massé; este último, autor de un minucioso trabajo de campo, encargado
oportunamente por el mismísimo Presidente de la Nación, el General Don Julio Argentino
Roca, titulado: Informe Sobre el Estado de la Clase Obrera en la Argentina.
La década de 1910 estuvo marcada por el ascenso al poder del primer Gobierno electo
por sufragio libre, universal y secreto masculino, dirigido por el líder de la Unión Cívica
Radical, Hipólito Yrigoyen. El nuevo elenco de funcionarios, todos procedentes de las clases
medias, tuvo que administrar el país en medio de la I Guerra Mundial, iniciada dos años
antes, en 1914; hecho que motivo la emergencia de múltiples y variados movimientos
huelguísticos y sociales, que fueron su consecuencia. Frente a ellos, el Presidente y sus
Ministros trataron de ofrecer un criterio uniforme: arbitrar, generalmente a favor de los
trabajadores, y en ciertas oportunidades imponiendo soluciones a las patronales a través de
“decretos” del Poder Ejecutivo, ayudado por la activa colaboración de los dirigentes
gremiales moderados vinculados a la FORA del IX Congreso.
Pero, es importante aclararlo, en otras oportunidades el Radicalismo en el Poder, se
mostró débil o contradictorio y esta falta de decisión fue aprovechada, tanto por los sectores
privilegiados como por los grupos anarquistas partidarios del Comunismo Libertario, para
desatar levantamientos violentos seguidos de brutales represiones. Sin embargo, la tendencia
general mostrada por Don Hipólito fue la de una acabada comprensión de los reclamos
obreros, muy distinta a la de muchos – no todos – de los gobiernos anteriores.
Al mismo tiempo, los sindicatos pequeños y los de “oficios varios” tendían a ser
reemplazados por “Federaciones” y a extenderse al interior del país. Estos cambios se
advertían con claridad en la década del veinte, que comprende la Presidencia del Doctor
Marcelo Torcuato de Alvear; en cuyo transcurso fueron escasas las huelgas y los conflictos
laborales. A Yrigoyen, en cambio, le tocó gobernar en medio de los efectos de la guerra, pero,
incluso con las contradicciones ya señaladas anteriormente – efecto de la heterogeneidad
ideológica y social de su propio partido - , la relación entre el estado y los trabajadores mejoró
sustancialmente. Más aún, quedó entendido que el Estado tenía la obligación de contrapesar la
debilidad de los obreros en su relación con los patrones, y que su acción legislativa debía
tender a que como afirmara el propio Primer Magistrado en su mensaje al Congreso de
Mayo de 1920 “bajo el cielo argentino no haya un solo desamparado, pues la democracia
no consiste sólo en la garantía de la libertad política; entraña a la vez la posibilidad de
poder alcanzar siquiera un mínimo de felicidad”.
Es así como el marco ofrecido por la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias
directas, se convirtió indispensablemente en un elemento fundamental para la comprensión
de los hechos que a continuación se relatarán. Por un lado, la paralización de las inversiones y
las dificultades para importar y exportar provocaron carestía y pérdida del poder adquisitivo
del salario: se calcula que entre 1914 y 1918 éste descendió un 38,2%: Por otro lado, la
Revolución Rusa aterrorizaba a las clases altas y medias: cada sindicato parecía un “sóviet”,
y cada huelga, el preludio de un gobierno Bolchevique dirigido por Comisarios del Pueblo.
El Presidente debió moverse en el estrecho espacio que le quedaba para la acción
conciliatoria, con toda su inexperiencia y su perplejidad, pero también con un sabio instinto
de lo que era posible y lo que no.
En 1917 hubo, por ejemplo, 136.000 trabajadores en huelga; al año siguiente fueron
133.000, pero en 1919 la cifra subió a más de 300.000. El 70 % de los huelguistas
pertenecían al sector de los transportes, lo que también marcaba una diferencia con los
movimientos de la primera década del siglo, que en su mayoría se daban en pequeñas
empresas y que no tenían mayor trascendencia pública.
La semana Trágica
El día 7 de enero de 1919, en las puertas de los Talleres Vasena, en el Barrio porteño
de Balvanera, efectivos de la Policía de la Capital, enardecidos por la muerte de un suboficial,
cargaron contra un grupo de huelguistas nucleados en el Sindicato Metalúrgico, provocando
con ello 4 muertes y dejando cerca de 40 heridos. Dos días más tarde – el 9 de enero.- un
cortejo fúnebre con los caídos intentó llevar sus cuerpos desde Pompeya hasta La Chacarita,
siendo su marcha profusamente jalonada con disturbios. Hubo un asalto en regla contra las
instalaciones de la firma y una subsiguiente represión de las fuerzas del orden, que volvieron
a dejar un saldo trágico; esta vez, 40 muertos. Algunas iglesias recibieron ataques, se
saquearon armerías y tuvo lugar, cerca del Cementerio una verdadera batalla campal. Más
tarde, bandas de jóvenes de clase alta, apresuradamente armados por oficiales de la Marina y
del Ejército, recorrieron los barrios donde presumían la existencia de “soviets” y hostilizaron
a presuntos sospechosos, quemaron comercios y cometieron oda serie de desmanes.
La acción de las tropas fue brutal, ya que los heridos y muertos se contaron por
centenas. El Ejército – politizado irresponsablemente por el Radicalismo durante casi treinta
años, había hecho valer por su cuenta la autoridad que el Gobierno fuera incapaz de
garantizar por los mecanismos legales. Cuando todo pasó, los diarios y las revistas se dieron a
la tarea de identificar “bolcheviques” y construir supuestos organigramas revolucionarios;
creando intranquilidad y mucha incertidumbre, sobre todo entre los ciudadanos de clase
media y clase media baja. Los “peligrosos ácratas y maximalistas”, terminaron siendo
finalmente simples trabajadores.
La Semana Trágica fue el pórtico de violento del año 1919, pródigo en huelgas. Pero
esta vez usaron este recurso gremios que no lo habían hecho antes, como bancarios,
empleados de comercio, maestros, periodistas, telegrafistas, etc…En la mayoría de los
conflictos el triunfo fue de los trabajadores, que obtuvieron mejoras salariales importantes.
También fue 1919 el año en que se levantaron los obreros de del ingenio maderero Las
Palmas en el Chaco y de La Forestal en Santa Fe, así como varios obrajes en Misiones. Tropas
del Ejército – otra vez los militares – fueron enviadas a puntos conflictivos, pero no hubo en
general sucesos de violencia y los trabajadores vieron satisfecha la mayor parte de sus
reivindicaciones, que no consistían en otra cosa que en el cumplimiento de las leyes
nacionales, violadas en los auténticos imperios de aquellas empresas explotadoras, casi todas
británicas.
La Patagonia Trágica
Activados por dirigentes anarquistas de Río Gallegos, los peones rurales empezaron
a manifestarse en el invierno de 1920. A fines de ese año y a comienzos del siguiente, se
generalizó la huelga en el territorio de Santa Cruz, y algunos grupos ocuparon estancias y
tomaron rehenes, aunque sin cometer hechos irreparables. Las denuncias de la Sociedad
Rural local y las exageradas informaciones publicadas por la prensa de Buenos Aires
movieron a Yrigoyen a enviar al Teniente Coronel Héctor Benigno Varela con efectivos del
10 Regimiento de Caballería a poner orden en la zona. Varela logró que las partes en
conflicto llegaran a un advenimiento, que reconocía la mayor parte de los pedidos de los
huelguistas.
Al llegar el verano de 1921 el conflicto volvió a estallar, pero ahora con mayor encono.
Los obreros, convencidos de que los patrones jamás cumplirían lo acordado, dieron mayor
virulencia a su protesta. El Teniente Coronel Varela, a su vez, creyendo haber sido traicionado
por los huelguistas y sospechando que el Gobierno chileno estaba detrás del movimiento; se
lanzó a la represión indiscriminada. Decenas de huelguistas fueron fusilados, muchos
reintegrados por la fuerza a las estancias y algunos lograron escapar rumbo a Chile.
Cuando los ecos de la represión de Santa Cruz llegaron a Buenos Aires, las
manifestaciones de malestar social estaban remitiendo notablemente. Las causas: los
sustanciales aumentos salariales obtenidos por muchos sectores y, sobre todo la
normalización de la economía producida durante la posguerra. Además los sindicatos
anarquistas habían quedado debilitados. Se había producido a lo largo de los años de
Gobierno Radical, una significativa nacionalización de las fuerzas del trabajo. Un colaborador
de Yrigoyen, el Doctor Víctor J Guillot, sintetizaba así, por esos años, la concepción del Jefe
de Estado sobre este tema: “arrancar al Estado de su posición indiferente u hostil frente a
las colisiones entre capital y trabajo, y practicar un intervencionismo orgánico y
sistemático conducido por elevadas inspiraciones de humana equidad, tuvo sus costos,
realmente graves; pero nunca renunciamos como Gobierno a eso, a ayudar a progresar
a los trabajadores” Lo insoslayable fue, sin embargo, que un oficial adicto a las políticas del
Radicalismo – un fervoroso partidario del Presidente, amigo incluso de sus amigos, como
era Varela – fue probablemente uno de los mayores criminales de la Historia Institucional
del Ejército Argentino, uno de los más acabados antecedentes de los terroristas de estado de
la década de 1970.
La utilización del conflicto como herramienta de presión sobre los privados y sobre
el Estado, para negociar luego condiciones óptimas de labor y mejoras salariales, fue
desde entonces el método más usado sino también el más efectivo. Los obreros identificaron
rápidamente a estos sindicalistas como el vehículo más apto para obtener mejoras
concretas en sus condiciones de vida, y en consecuencia depositaron en ellos –
particularmente en el Sindicato como Organización – una confianza que no tendrían en
ninguna otra institución, ni pública ni privada, hasta bien entrada la década de 1940.
Bibliografía Recomendada.
Balestra, Juan. El 90. Biblioteca Argentina de Historia y Política. Hyspamérica; Buenos Aires,
Argentina; 1985.
Biallet Massé, Juan. Informe Sobre el Estado de la Clase Obrera en la Argentina. Colección
Nuestro Siglo. 2 Tomos. Hyspamérica; Buenos Aires, Argentina; 1984. (1904).
Dorfman, Adolfo. Historia de la Industria Argentina. Biblioteca Argentina de Historia y
Política. Hyspamérica; Buenos Aires, Argentina; 1986.
Godio, Julio. Los Orígenes del Movimiento Obrero. Biblioteca Fundamental del Hombre
Moderno, volumen 24; Centro Editor de América Latina (CEAL); Buenos Aires, Argentina;
1984.
Sánchez Viamonte, Carlos. La ley 4144: Biografía de una Ley Anti Argentina. Editorial Near;
Buenos Aires, Argentina; 1956.