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Consideraciones sobre el

Amparo Constitucional a
Propósito de los 30 años de la
Ley Orgánica de Amparo sobre
Derechos y Garantías
Constitucionales
por Cultura Jurídica Centro de Investigación y Promoción de | Abr 8, 2018 | Academia

Armando Luis Blanco Guzmán


Profesor de Postgrado en la Universidad Monteávila y en la Universidad Central de
Venezuela.
Doctorando en derecho de la Universidad Católica Andrés Bello.
 
Introducción
I. La situación competencial y procedimental del amparo.
II. De la procedencia del amparo.
III. De los medios de terminación anormal.
Conclusiones.
 
Introducción
 
Como afirma Díaz Revorio (2007. 314), la justicia constitucional se compone  de una serie de
procesos constitucionales que en esencia, tienen dos objetivos. Por una parte, los que están
destinados a determinar la adecuación de ciertos actos a la Constitución y por otra parte, los
que sirven de garantía de los derechos constitucionales, que por supuesto, añaden a la
justicia constitucional una dimensión subjetiva (ello sin menoscabo del fenómeno de
hibridación que ha permitido la mixtura entre distintos mecanismos) y entre las cuales se
encuentra el amparo constitucional.
 
En ese mismo orden se pronuncia Gozaini (1995. 154), al clasificar las garantías
constitucionales en aquellas que buscan la defensa de la Carta Fundamental y de sus
disposiciones y en segundo lugar, las que tienen como fines la defensa de los derechos
humanos, que es precisamente el objeto del amparo constitucional.
 
Bernal Pulido (2005. 4), también ubica al amparo constitucional dentro de las técnicas de
protección del derecho procesal constitucional, como una garantía eminente subjetiva, que
busca salvaguardar los derechos de las personas.
 
Se trata así de una institución que “obedece al tránsito del Estado de derecho al Estado de
derecho basado en la Constitución” (Landa. 2011. 208), es decir, al proceso de
constitucionalización de los Estados y con ello, a la necesidad de asegurar el disfrute y la
defensa de los derechos fundamentales.
 
Por tanto, se incardina dentro de los institutos del derecho procesal constitucional como un
“mecanismo judicial específico e irrestricto de protección de los derechos” (Almeida. 2012. 18).
 
Para Brewer (2008. 72), es el derecho constitucional que tiene toda persona a ser protegida
en el goce y ejercicio de los derechos y garantías constitucionales. Se trata así de una
garantía de garantías que obra como acción autónoma, de forma recursoria o como
mecanismo cautelar nominado.
 
En ese mismo orden se expresa Chavero (2001. 32), al sostener que el amparo es algo más
que una simple acción autónoma. Es un derecho que se ejerce a través de varias vías
judiciales (principales o incidentales) provistas de algunas características especiales donde se
agiliza la protección judicial frente a la transgresión de un derecho.
 
Según lo expuesto, puede ejercerse como acción principal (artículo 18 de la Declaración
Americana de los Derechos Humanos; artículo 27 de la Constitución y los artículos 1, 2, 3, 5,
7, 10, 11, 20, 21, 23, 24, 39, 50 y 51 de la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y
Garantías Constitucionales) y por ende, como una acción “propia de la justicia constitucional”
(Peza. 1993. 140) que se diferencia de otras vías procesales, por su especialidad, en cuanto
al objeto de tutela (no cualquier situación jurídica de poder, sino, sólo los derechos
fundamentales), su universalidad (obra contra cualquier actividad positiva o negativa, pública o
privada, formal o material que pueda ser lesiva de un derecho fundamental) su carácter
restitutorio (no innovador, ni resarcitorio), así como sus particulares rasgos procedimentales.
 
También, puede operar de forma recursoria, tal como lo prevén los artículos 8 de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos; artículo 2.3 del Pacto Internacional de los
Derechos Civiles y Políticos; artículo 25 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos y los artículos 13 de la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y Garantías
Constitucionales, conforme a los cuales se puede ejercer como un medio impugnatorio o de
gravamen contra actos lesivos de derechos humanos.
 
Y por último, puede fungir como una medida cautelar, a tenor de lo dispuesto en el artículo 14
de la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales; artículo 130 de
la Ley Orgánica del Tribunal Supremo de Justicia; artículos 4 y 69 de la Ley Orgánica de la
Jurisdicción Contencioso Administrativa y en general dentro de cualquier procedimiento
jurisdiccional, tal como lo reconoció la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia en
la sentencia N° 1084, dictada el 13 de julio de 2011, en el caso José Rafael García, según la
cual, cualquier pretensión ejercida ante los órganos jurisdiccionales, puede ser acompañada
de un amparo cautelar a los fines de la salvaguarda de los derechos fundamentales que
pudieran encontrarse comprometidos en el juicio principal, pues los amparos cautelares (como
medidas nominadas de salvaguarda de derechos humanos), no son un efecto del derecho
positivo (Entrena Cuesta. 1968), sino que constituyen parte del catalogo abierto de medidas
que pueden adoptar los tribunales en el desarrollo de la función jurisdiccional que desarrollan.
 
De este modo, concluyó la Sala afirmando que mal podría limitarse la viabilidad del amparo
cautelar a los juicios anulatorios, cuando, como afirma Rodríguez Zapata J. (1995),  la tutela
cautelar es de orden público y es un poder jurisdiccional que debe ejercerse en salvaguarda
de los justiciables aun cuando no se reconozca expresamente en la ley.
 
Según lo expuesto, el amparo constitucional es un derecho adjetivo que se materializa a
través de diversos canales y que en Venezuela, tiene un origen  relativamente reciente, si lo
comparamos con otros países latinoamericanos. Verbigracia, en México la Constitución
Yucateca lo reconoció en 1841; en Guatemala se instauró en 1879; El Salvador lo acogió en
1886;  Honduras hizo lo propio en 1894; Nicaragua en 1991; Brasil en el año 1934; Panamá
en 1941; Costa Rica en 1946; Bolivia, Paraguay y Ecuador en 1967; Perú y Chile en 1976 y
Colombia en 1991. De manera sui generis, en Argentina surgió de forma pretoriana con la
famosa sentencia Siri, dictada por la Corte Suprema de Justicia en 1957, siendo
posteriormente positivizado en 1994.
 
En nuestro ordenamiento jurídico, se recogió expresamente en el artículo 49 de la
Constitución de 1961, luego del infructuoso intento de incorporarlo en el Texto Fundamental
de 1947. Sin embargo, tal reconocimiento no tuvo los efectos que pudiera pensarse, pues la
entonces Corte Suprema de Justicia declaró a través de sendos fallos proferidos el 14 de
diciembre de 1970 y 24 de abril de 1972, que ante la inexistencia de una legislación que
regulara el amparo reconocido en la Constitución, no podía más que reconocerse carácter
programático a la institución.
 
Con ello, se obstaculizó la vigencia del artículo 49 de la Constitución de 1961, hasta el 20 de
octubre de 1983, cuando se produjo un cambio de jurisprudencia y el Máximo Tribunal
empezó a reconocer la eficacia y la vinculatoriedad de la referida norma constitucional. No
obstante, pasarían más de 4 años, hasta que el legislador finalmente y con una mora
legislativa mayor a 26 años, dictó la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y Garantías
Constitucionales de 1988.
 
Dicha Ley, mantuvo “plena” vigencia hasta la promulgación del Texto Fundamental de 1999,
cuando la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, consideró necesario adaptar
la institución del amparo constitucional, a los paradigmas del artículo 27 del nuevo Texto
Fundamental y para ello, a lo largo de estos años, ha venido dictando una serie de “decisiones
normativas” que han venido a “regular” la competencia, el procedimiento, los supuestos de
procedencia y los medios de terminación anormal de esta institución.
 
Sin embargo, la necesidad de normar y compilar la regulación adjetiva del amparo, dio lugar a
que a mediados de 2014, se sancionara una nueva ley, que aun no ha sido promulgada y que
para bien o para mal, tiene la vocación de unificar y juridificar su regulación adjetiva, dando así
cumplimiento a lo que Díaz Ricci (2011. 82) califica como uno de los desafíos más importantes
del derecho procesal constitucional, a saber, la necesidad de proveer legalmente de los
instrumentos procesales concebidos para la tutela judicial de los derechos públicos subjetivos.
 
En otras palabras, el legislador sancionó una nueva Ley para codificar el universo de
decisiones que determinan la competencia, la sustanciación, los criterios de procedencia y la
terminación del procedimiento de amparo, sistematizando una de las principales herramientas
de defensa de los derechos fundamentales y por tanto, dando un paso necesario y esencial
para la seguridad jurídica.
 
Sin embargo, como quiera que aun no ha sido promulgada, nos corresponde desarrollar las
presentes consideraciones a la luz de la doctrina jurisprudencial conforme a la cual opera el
amparo en la actualidad, para así, hacer un balance de su situación y de su congruencia con
los principios que deben orientar el desarrollo de esta institución del derecho procesal
constitucional.
 
La situación competencial y procedimental del amparo
 
Los criterios atributivos de competencia para conocer de las solicitudes de amparo
constitucional, se encuentran recogidos las siguientes sentencias:
 
1.- La sentencia N° 1, dictada por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, el
20 de enero de 2000, en el caso Emery Mata Millán, pasó a regular el régimen general de
competencias en materia de amparo, que se encuentra previsto en los artículos 7 y 8 de la
Ley de Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales de 1988.
 
2.- Luego, la decisión N° 1555, dictada por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de
Justicia, el 8 de diciembre de 2000, en el caso: Yoslena Chanchamire complementó la
doctrina que pasaría a regular los criterios atributivos de competencia en materia de amparo
en el área contencioso administrativa.
 
3.- Posteriormente, las sentencias números 1.700 y 1659, dictadas por la Sala constitucional
el 7 de agosto de 2007 y 1° de diciembre de 2009, respectivamente, en los casos Carla
Mariela Colmenares y Superintendencia de Bancos y otras Instituciones Financieras,
establecieron con carácter vinculante, la doctrina que imperaría en materia de competencia de
amparo autónomo contra actuaciones administrativas (salvo los casos de los amparos contra
los actos administrativos dictados por la inspectorías del trabajo, que pasarían a estar bajo el
fuero de los tribunales del trabajo y no de los tribunales contencioso administrativos. Vid.
sentencia número 955, dictada por la Sala Constitucional del Máximo Tribunal el 23 de
septiembre de 2010, en el caso Bernardo Jesús Santeliz Torres y Otros. Éste último criterio
incluso pasó a regir de forma retroactiva conforme lo estableció la referida Sala en su decisión
número 10, dictada el 25 de febrero de 2011, en el caso Libia Torres Márquez. No obstante, la
decisión N° 311, dictada por el Máximo Juzgado el 18 de Marzo de 2011, en el caso Grecia
Carolina Ramos Robinson, precisó que en los amparos incoados contra actos dictados por las
inspectorías del trabajo, en los cuales la competencia ya hubiese sido asumida o regulada de
por los Juzgados Superiores de lo Contencioso Administrativo, debía aplicarse el
principio perpetuatio fori y por tanto, debían ser dichos tribunales los que siguieran conociendo
de las acciones).
 
4.- En el mismo sentido de las decisiones que determinan la competencia en materia de
amparo está la sentencia N° 187, dictada por la Sala Constitucional del Alto Tribunal el 8 de
abril de 2010, en el caso Juan Ismael Herrera, en la cual se precisó que el amparo
constitucional en materia electoral no está sometido a los parámetros generales que establece
la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales de 1988, sino que
responde a un fuero especial que debe ser ejercido por dicha Sala. Ésta doctrina fue
posteriormente positivizada en la Ley Orgánica del Tribunal Supremo de Justicia de 2010,
reservando a la Sala Constitucional los amparos contra el Poder Electoral y sus órganos
subalternos.
 
Con relación a la sustanciación de las solicitudes de amparo, la sentencia N° 7, dictada por la
Sala Constitucional del Máximo Tribunal el 1° de febrero de 2000, en el caso José Amado
Mejía, estableció el procedimiento a través del cual se tramitarían las acciones de amparo,
que hasta la fecha, se venían sustanciando conforme a las normas que a tal efecto establece
la Ley de Amparo sobre Derechos y Garantías Constitucionales.
 
Con relación a lo anterior es necesario señalar lo siguiente:
 
En primer lugar, la legislación adjetiva es materia de reserva legal, conforme lo dispuesto en el
artículo 156.32 del Texto Fundamental. De este modo, la atribución de competencias y la
regulación de los procedimientos jurisdiccionales se encuentra bajo “el dominio de la ley
formal” (Moles. 1974. 15), por lo que, corresponde sólo al Poder Legislativo Nacional, dictar
las normas conforme a las cuales se desarrolla esa materia.
 
Es decir, que los tribunales conocen de los asuntos que le son planteados, previa habilitación
legislativa y en nuestro caso, esa habilitación debe cumplir con las condiciones de validez de
una ley formal. Por lo tanto, la Máxima Instancia jurisdiccional no debió entrar a regular
asuntos que están reservados al Poder Legislativo, pues ello se presenta lesivo del
mencionado principio de reserva legal y además constituye una usurpación de funciones.
 
En segundo lugar, la reserva legal en materia de competencias y procedimientos es
igualmente una exigencia del principio de seguridad jurídica, que entre otros elementos,
comprende la expectativa de aplicación o sujeción al ordenamiento jurídico o como afirma
García Morillo (2000. 65) a la “conformidad a derecho y la previsibilidad de la actuación de los
Poderes Públicos y, muy especialmente, de la interpretación y aplicación del derecho por
parte de las Administraciones públicas, los jueces y los tribunales”.
 
Ciertamente, la confianza legítima va ligada a la noción de previsibilidad en el comportamiento
y en la aplicación del derecho por los Poderes Públicos y entre ello, obviamente, los
tribunales. Entonces, los administrados o justiciables deben gozar de un margen de certeza en
la actuación del Estado y ello inicia con la sujeción a la juridicidad y dentro de ella, que sus
asuntos o conflictos, serán atribuidos a los juzgados y sustanciados por ellos, conforme al
marco jurídico vigente, es decir, conforme a normas de derecho positivo y no sobre la base de
la doctrina judicial, aun cuando ésta emane de la Máxima Instancia jurisdiccional.
 
En tercer lugar, la legislación judicial constituye un ejemplo típico de lo que Manili (2005. 342)
denomina activismo judicial disvalioso, esto es, aquel que no se encuentra gobernado por las
normas jurídicas, sino donde el juzgador implementa soluciones ajenas al ordenamiento.
 
En cuarto lugar, no sólo podía haberse ordenado la aplicación supletoria de un procedimiento
idóneo, sino que la Sala Constitucional del Máximo Tribunal, bien pudo haber resuelto la
eventual incongruencia entre las disposiciones de la Ley Orgánica de Amparo sobre Derechos
y Garantías Constitucionales y la Constitución de 1999, a través de la institución de la omisión
legislativa a que se refieren los artículos 336.7 de la carta Magna y 25.7 de la Ley Orgánica
del Tribunal Supremo de Justicia, ordenando al legislador que dictara una nueva ley de
amparo, adaptada al nuevo orden constitucional.
 
De la procedencia del amparo
 
Tal como firmamos supra, el amparo constitucional es una garantía que tiene por finalidad la
tutela de los derechos humanos (De Esteban y González-Trevijano. 1993. 343). Incluso de
aquellos no enunciados expresamente en el Texto Fundamental. Por tanto, su finalidad es
salvaguardarlos de cualquier amenaza o lesión que obstaculice su goce y ejercicio.
 
Entonces, independientemente de la vía a través de la cual se ejerza (acción autónoma, de
forma recursoria o como medida cautelar) funge de “instrumento de protección para los
derechos” (Ayala (1996. 15) y por ende, tiene por objeto:
 
1.- Prevenir la afectación de un derecho a consecuencia de una amenaza inminente, posible y
realizable.
 
2.- Restablecer el derecho al status jurídico previo a la lesión o a la situación que más se le
asemeje, siempre que ello sea posible.
 
Ahora bien la Sala Constitucional del Alto Tribunal ha señalado que la finalidad preventiva o
restitutoria del amparo depende de la vía procesal a través de la cual se ejerce. Así, cuando
se trata de una acción autónoma, tiene un carácter eminentemente restablecedor (sentencia
N° 7, del 1° de febrero de 2000, caso José Amado Mejía), mientras que cuando se ejerce de
manera cautelar, puede tener carácter preventivo (sentencia N° 1719, dictada el 30 de julio de
2002, en el caso Pablo López Ulacio).
 
Al respecto, consideramos que el carácter preventivo o restablecedor del amparo
constitucional, no depende de cómo ha sido ejercido (autónomo o cautelar), sino de los
efectos del hecho lesivo. Así, si la lesión constituye una amenaza el amparo tendrá una
finalidad preventiva, pero si la amenaza se concretó el amparo tendrá una finalidad
restablecedora.
 
Ciertamente, aun cuando el amparo cautelar, tiene como toda medida cautelar, una finalidad
preventiva que busca evitar la materialización de la lesión que se denuncia,  ello no es óbice
para que el amparo autónomo pueda invocarse frente a una amenaza inminente, posible y
realizable, para así, evitar que se concretice la violación constitucional que se denuncia.
 
Por otra parte, cabe hacer mención a la doctrina que en su momento desarrolló la Corte
Suprema de Justicia (Vid. sentencias dictada por la Sala Político Administrativa del 12 de
agosto de 1992, en el caso Colegio de Abogados del Distrito Federal, Así como la sentencia
dictada por la misma Sala el 24 de mayo de 1993, en el caso Universidad Nacional
Experimental de los Llanos Ezequiel Zamora), y que hoy hace suya la Sala Constitucional del
Tribunal Supremo de Justicia (Vid. Sentencia N° 864, dictada el 28 de julio de 2000, en el caso
Braulio Sánchez, posteriormente ratificada en la decisión N° 1505, dictada el 5 de junio de
2003, en el caso Colegio de Médicos del Distrito Metropolitano de Caracas), sobre el
denominado amparo contra norma, que según la Máxima Instancia Jurisdiccional, no puede
estar dirigido contra el propio texto legal “sino contra los actos que deriven o apliquen el
mismo; toda vez que, las normas no son capaces de incidir por sí solas en la esfera jurídica
concreta de un sujeto determinado y, en consecuencia, lesionar directamente sus derechos y
garantías constitucionales, incluso como simple amenaza, por cuanto no sería, en principio,
una amenaza inminente, en los términos del artículo 2 de la referida Ley Orgánica, esto es,
inmediata, posible y realizable”.
 
Según la referida doctrina, las normas son incapaces per se de vulnerar directamente
situaciones jurídicas concretas, incluso como simple amenaza, con lo cual, los actos
normativos no presentan, por regla general, una amenaza tutelable mediante amparo, puesto
que el legislador no tiene a su cargo la ejecución de la norma que dicta.
 
Salvo que la norma objeto de amparo tenga lo que el Máximo Tribunal ha calificado como el
carácter “autoaplicativo” de una disposición (Vid., sentencias de la Sala Político Administrativa
de la Corte Suprema de Justicia del 08 y 12 de agosto de 1994, dictadas en los casos Banco
Venezolano de Crédito y José Muci-Abraham, respectivamente. Así como la sentencia N°
1505, dictada el 5 de junio de 2003, en el caso Colegio de Médicos del Distrito Metropolitano
de Caracas,) es decir, que sea una norma cuya efectividad sobre la esfera jurídica de los
particulares no amerite un acto posterior. En otras palabras, “cuando su entrada en vigencia
pueda suponer, respecto de un supuesto de hecho determinado, una violación o amenaza de
violación de derechos constitucionales”.
 
Según el Alto Tribunal, el amparo contra norma “no alude a la norma en abstracto, sino a la
aplicación de la misma al caso concreto, por lo cual el amparo se dirige esencialmente contra
el correspondiente acto de ejecución. Es ineludible que en el amparo contra norma –como en
todas las modalidades de amparo-, puede denunciarse tanto la lesión que la misma produce
como la amenaza que en ella se encierra, con la cual basta con que se den fundados temores
de que esta última se produzca para que pueda prosperar la acción ejercida. Igualmente,
como se señalara precedentemente, en cada situación es menester determinar el grado de
aplicación que la norma posee, el cual resulta variable de acuerdo con su naturaleza”.
 
Entonces, “para que proceda la acción es necesario que el acto aplicativo de la norma lesione
derechos o garantías constitucionales, sin que exista otro medio judicial lo suficientemente
efectivo como para restablecer en forma eficaz la situación jurídica infringida y que,
específicamente, en cuanto a la lesión constitucional, ésta debe ser actual, reparable y no
consentida, entendiéndose por actualidad la posibilidad de ser tutelable el derecho alegado
como infringido mediante el amparo” (Vid. sentencia de la Sala N° 2.181 del 12 de agosto de
2003, caso Andrés José Verde González).
 
Ello así, debemos observar lo siguiente:
 
Usando la terminología de la Sala, las normas “autoaplicativas” son directamente vinculantes
para el Estado y para los particulares, mientras que las disposiciones que tienen carácter
autoaplicativo requieren de un acto posterior que es el que produce efectos jurídicos sobre un
particular. Ahora bien, no es cierto que este tipo de normas no puedan representar una
amenaza inminente, posible y realizable por parte del legislador, ya que, salvo los casos en
que se establece una vacatio legis, toda norma jurídica es de obligatorio, improrrogable e
irrenunciable cumplimiento, con lo cual, se constituye en un mandato jurídico que debe ser
acatado desde que entra en vigencia al momento de su publicación.
 
Ciertamente, toda norma jurídica, tiene un carácter innovador, es decir, que modifica el
ordenamiento y por tanto, cuando entra en vigencia, produce inmediatamente un cambio en
el status jurídico de sus destinatarios (requiera o no de un acto posterior de aplicación) y si
ese cambio da lugar a la vulneración de un derecho humano (por ejemplo, imponiendo una
discriminación), se constituye en una amenaza actual, realizable e imputable al legislador que
la dictó, ya que el órgano que deba aplicarla no tendrá la posibilidad de desatenderla o relajar
su cumplimiento (salvo que se admita la tesis de la extensión del control difuso a órganos
distintos al Poder Judicial y ello, en todo caso, no diluye la amenaza).
 
En otras palabras, el principio de vinculación positiva a la ley, conlleva a que toda norma que
cree una situación jurídica lesiva de un derecho humano, se erija en una amenaza actual,
potencialmente materializable e imputable al legislador, ya que es él quien genera la
amenaza.
 
Por tanto, en ejercicio del carácter preventivo del amparo, resulta perfectamente admisible el
ejercicio de un amparo constitucional contra las amenazas inminentes de una ley promulgada
y precisamente, por ello, es que se admite la tutela cautelar en materia de control concentrado
de la constitucionalidad, para evitar que se puedan aplicar normas que puedan implicar la
violación de un derecho humano.
 
En conclusión, hacemos nuestras las reflexiones de Cruz Villalón (1994. 9), según las cuales,
el amparo constitucional “debe ser reforzado frente al legislador” y en consecuencia, debe
admitirse que la universalidad de tutela del amparo abarca a las leyes y en general, a
cualquier acto normativo que se erija como una amenaza real, efectiva e inminente contra un
derecho humano.
 
En otro orden de ideas, cabe hacer mención a la procedencia del denominado amparo contra
sentencias, que según la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia (sentencia Nº
2839, dictada el 29 de septiembre de 2005, en el caso Sebastián Simancas), procede cuando
un tribunal actúa “fuera de su competencia” (no “en el sentido procesal estricto, sino
esencialmente en el sentido del actuar con ‘abuso de poder’-incompetencia sustancial” y ello
ocurre -según la doctrina que se sigue desde la sentencia dictada por la Sala Político
Administrativa de la entonces Corte Suprema de Justicia el 5 de junio de 1986-, cuando un
tribunal dicta un acto de naturaleza administrativa o legislativa) o cuando en desarrollo de la
función jurisdiccional, produce una lesión de rango constitucional (según las sentencias
números 492 y 828, dictadas por la Sala Constitucional del Alto Tribunal el 31 de mayo y 27
de julio de 2000, en los casos Inversiones Kingtaurus, C.A., y Segucorp C. A., en los amparos
contra sentencia “lo realmente determinante para resolver acerca de la pretendida violación,
es que exista una violación de rango constitucional”, con lo cual, se reeditó la tesis que
desarrolló la Corte Suprema de Justicia en la sentencia dictada por la Sala Político
Administrativa el 28 de octubre de 1983, según la cual, el amparo contra decisiones judiciales
amerita está supeditado a la violación directa de la Constitución).
 
Al respecto, la referida doctrina desconoce el hecho de que la aplicación de la ley, puede
igualmente implicar la violación de un derecho fundamental, tal como lo ha advertido el
maestro Brewer (1996. 35) al señalar, que el amparo no sólo procede cuando se viola
directamente la Carta Política, sino también, cuando hay violación de normas legales que
regulan el ejercicio y goce de un derecho, por ejemplo, el caso de una norma que imposibilite
el ejercicio del derecho a la libertad de pruebas en un proceso.
 
Por tanto, si bien el amparo contra sentencia no debe operar cuando un fallo es simplemente
adverso, pues su naturaleza no es la de un medio de gravamen ordinario. (Vid. Sentencia N°
3081 del 14 de octubre de 2005, caso Vicenzo Caserta Stanco y otros), tampoco debe estar
supeditado a la violación directa de la Constitución, ya que la violación de un derecho
constitucional por parte de una sentencia, depende de lo acordado en la misma, es decir, de
los efectos lesivo de la sentencia sobre un derecho fundamental y no de las normas conforme
a las cuales se emite el juzgamiento o de que el fallo se haya dictado dentro o fuera del marco
de competencias del decisor.
 
Por otra parte, es pertinente hacer mención a la doctrina establecida por la Sala Constitucional
del Alto Tribunal en la sentencia N° 668, dictada el 4 de abril de 2003, en el caso Maroun
Succar, según la cual,  se puede declarar la improcedencia in limine litis del amparo en
aquellos casos en que se observe que la misma no cumple con los presupuestos necesarios
de procedencia.
 
Ahora bien, sin menoscabo de los principios de celeridad y economía procesal, si la demanda
cumple con los requisitos de admisibilidad, precisamente la consecuencia de ello no es otra
que la sustanciación de la misma hasta el Estado de sentencia (si es que el accionante
cumple con sus cargas procesales) y es en dicha fase, donde el juez puede o no constatar lo
fundado o infundado de sus argumentos y la procedencia o no de la pretensión.
 
Ciertamente, incluso la brevísima sustanciación del amparo constitucional, tiene por objeto
trabar la litis y permitir que las partes demuestren sus alegatos y defensas, en el marco de un
contradictorio que debe arrojar certeza sobre los hechos litigiosos. Entonces, sólo después de
que el juez ha tenido la oportunidad de conocer del asunto controvertido dentro del
procedimiento, es que puede estimar o desechar la demanda.
 
De allí, que esta figura podría considerarse lesiva del derecho a la tutela judicial efectiva, toda
vez que con fundamento en un juicio a apriorístico, el juez de amparo pasa a emitir un
pronunciamiento que desecha la pretensión sin que existan los elementos de juicios que
deben incorporarse a los autos en la audiencia constitucional.
 
Lo propio ocurre con la doctrina desarrollada por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo
de Justicia en la sentencia N° 993 dictada el 16 de julio de 2013, en el caso Daniel Guédez
Hernández, en la cual se estableció la posibilidad de declarar procedente in limine litis el
amparo incoado, es decir, sin contradictorio, cuando éste se base en una situación de mero
derecho o en un medio de prueba fehaciente que demuestre la “presunción grave de violación
constitucional.
 
Al respecto, debe observarse lo siguiente:
 
En primer lugar, la posibilidad que tiene el juez constitucional de restablecer inmediatamente
la situación jurídica infringida, en modo alguno implica el desconocimiento del debido proceso
en la materia de amparo. Antes bien, se refiere a que el amparo se informa, con especial
relevancia, del principio de celeridad y con él, del principio de preferencia, lo cual da lugar a
que estas acciones deban resolverse sin dilaciones injustificadas y con prioridad sobre otros
asuntos pendientes.
 
Luego, el amparo, a diferencia del control difuso, tiene un carácter contencioso y por tanto,
debe desarrollarse en el marco del debido proceso a que se refiere el artículo 49 de la
Constitución, permitiendo que el supuesto agraviante participe en el juicio con las debidas
garantías, es decir, con la posibilidad de acceder a las actas del expediente, la garantía de
racionalidad de los lapsos, la garantía de exclusión de las pruebas ilícitas, la garantía del
derecho al juez natural, imparcial y preparado, el derecho a ser oído y en consecuencia, a
alegar y probar todo cuanto considere necesario para la defensa de su situación jurídica (se
insiste, sin menoscabo de la posibilidad de restablecimiento inmediato de la situación jurídica
vía cautelar y mediante la aplicación de los principios de celeridad y preferencia, que dan lugar
a que el amparo se decida sin dilaciones indebidas).
 
En otras palabras, el hecho de que un amparo pueda calificarse como un asunto de mero
derecho o se sustente en unos elementos de prueba contundentes, no debe ser obstáculo
para que se desarrolle a espaldas del debido proceso constitucional (Girón. 2003. 12).
 
En consecuencia, consideramos que la procedencia del amparo in limine litis, contraría al
debido proceso, al derecho a la tutela judicial efectiva y con ello al principio de interdicción de
la arbitrariedad del Poder Público ya que hace nugatoria la posibilidad de controvertir los
argumentos del presunto agraviado.
 
De los medios de terminación anormal del proceso
 
La Sala Constitucional del Máximo Tribunal, ha establecido jurisprudencialmente un medio de
terminación anormal del procedimiento de amparo denominado el abandono del trámite por
pérdida del interés, que ocurre en los siguientes supuestos:
 
El primero, cuando el presunto agraviado no acude a la audiencia constuticional, tal como se
señaló supra (Vid. sentencia N° 7, dictada por la Sala Constitucional del Máximo Tribunal el 1°
de febrero de 2000, en el caso José Amado Mejía).
 
En segundo lugar, por inactividad procesal de seis meses (Vid. sentencia N° 982, dictada por
el Supremo Tribunal el 6 de junio de 2001, en el caso José Vicente Arenas Cáceres). Es decir,
cuando el accionante no impulsa la causa “en la etapa de admisión o, una vez acordada ésta,
en la práctica de las notificaciones a que hubiere lugar o en la de la fijación de la oportunidad
para la celebración de la audiencia oral”.
 
Ahora bien si analizamos el procedimiento al que hemos hecho referencia, ello pareciera que
no debería ocurrir en ningún caso toda vez que una vez que se interpone la acción de amparo,
se deben practicar las notificaciones de manera oficiosa y una vez verificadas éstas, debe
convocarse la celebración de la audiencia dentro de las 96 horas siguientes, con lo cual, la
causa no debería paralizarse. Antes bien, si la causa pasa 6 meses sin tramitación, se está
ante una violación de los principios de preferencia y celeridad del amparo, lo cual, debe dar
lugar a la responsabilidad del Estado por retardo judicial.
 
CONCLUSIONES
 
Las consideraciones vertidas anteriormente, evidencian que el amparo constitucional en
Venezuela representa un ejemplo típico de lo que Manili (2005. 342) denomina activismo
judicial disvalioso, esto es, el fenómeno a través del cual los tribunales no juzgan conforme a
las normas que regulan el desarrollo de la potestad jurisdiccional, sino que implementan
soluciones ajenas al ordenamiento.
 
En otras palabras, el amparo ha sufrido una desjuridificación que viola la reserva legal, el
principio de seguridad jurídica, el derecho al debido proceso y más grave aún, el propio
derecho a amparo, toda vez que, no solo se cambiaron jurisprudencialmente sus parámetros
competenciales y procedimentales, sino que, se han establecido una serie de criterios
restrictivos que han terminado obstaculizando su operatividad.
 
De allí, que es uno de los ejemplos más relevantes del desmantelamiento del Estado de
derecho en Venezuela, pues hoy día, ninguno de sus aspectos funcionales está determinado
por la ley y ello, es particularmente grave, por cuanto es producto del desarrollo de la
denominada “jurisdicción normativa” que es per se, una usurpación de funciones que ha
conducido a que todos los tribunales incurran en graves violaciones del derecho al debido
proceso y de los principios de competencia y seguridad jurídica, al conocer y sustanciar
amparos conforme a criterios metalegales.
 
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