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CICLO DE LAS ESTACIONES

LA PÉRDIDA DE LA INOCENCIA

El pasillo de piedra discurría en una pendiente cada vez más pronunciada que se extendía y
extendía. Las hornacinas podían verse aquí y allá a lo largo de las paredes. Huecos y más
huecos con los restos de cientos, miles de ancestros. Waliokimbia había hecho el mismo
trayecto en tres ocasiones en las últimas estaciones. El terror cerval ya no se apoderaba de él
cada vez que dejaba atrás la necrópolis que se extendía bajo Dzimba-Hwe. Ya no temía que los
ancestros K´hlata se levantasen de sus lugares de descanso para recriminar su ofensa. Ahora
solo le preocupaba que su espíritu se hubiese mancillado.

La primera vez, la vieja prácticamente había tenido que arrastrar Waliokimbia a golpes y
apalearlo. Todo ello pese a haber utilizado sus malas artes para mantenerlo relajado. El terror
se había transformado en una mezcla de temor y curiosidad malsana, aderezada con una gran
dosis de escepticismo e incredulidad. Aquellas ruinas escondían cientos, tal vez miles de años
de historia y cultura K´hlata. A unos pasos de su poblado. Sin embargo, nadie quería afrontar la
realidad. Sería demasiado dura. Los tabús se sostienen porque no existen hechos para
enfrentarlos. Era una frase de la vieja.

Waliokimbia continuó su recorrido. Por lo menos había recorrido veinte veces veinte pasos
para alcanzar su destino la segunda ocasión. Los había contado con sus dedos, pero no era
capaz de llegar a más. Además, en cada viaje salía una cuenta diferente. Era fácil desorientarse
en aquel lugar. El pasillo central solo se distinguía por ser más ancho que los pasillos laterales.
Una densa maraña de piedra que subía y bajaba sin ningún tipo de salto vertical. En un
momento dado podías encontrarte a dos pasos bajo tierra y en otro, a una decena. El efecto
era angustiante. Una telaraña de piedra donde miles de huesos se mantenían atrapados como
cadáveres digeridos. Waliokimbia se preguntaba quién o qué sería la araña de aquel reino. Le
preocupaba descubrirlo.

El joven llegó a su destino. Una gran bóveda natural cuya pared serpenteaba trepando
perezosamente hasta alcanzar una altura de por lo menos veinte pasos, puede que más, ya
que la luz de la llama no alcanzaba. La vieja esperaba pegada a una de las paredes de piedra.
Se podían ver perfectamente grandes agrupaciones de pinturas ocres, negras, rojas, … Colores
siempre relacionados con la tierra, muy presentes en la Gran Sabana. La bruja los iluminaba
con cuidado a cierta distancia sin dañarlos con la llama o el humo que se desprendía de la
antorcha. Toda la bóveda se encontraba repleta con esas pinturas. Decenas y decena de ellas.
Sin orden ni concierto aparente. Era una de las ambiciones de la bruja. Encontrar la senda
entre las pinturas. Revelar la pauta que daba sentido al conocimiento allí recogido.

Había hecho algunos progresos con los años. Costaba interpretar los elementos. Algunos eran
claros. Animales y figuras negras parecidas a los K´hlata corriendo tras ellos con palos en las
manos. Escenas de caza. Otras eran inexplicables, reflejando lo que parecían bestias de cuatro
patas con cuellos de proporciones gigantescas si los comparabas con los minúsculos hombres
que aparecían alrededor. Las bestias parecían inclinarse sobre las copas de unos árboles
igualmente enormes, pero del todo desconocidos. Recordaban a los tocados de trenzas de las
mujeres K´hlata cayendo por todos lados del tronco, como si se tratasen de enormes hojas.
Treinta años recorriendo aquella penumbra. Toda una vida de trabajo en aquel páramo de
muerte. Y allí estaba Waliokimbia, preguntándole el porqué de todo aquello y su utilidad.
Seguía sin conocer porqué su madre lo había enviado con Nkombe. Seguía sin acostumbrarse a
usar su nombre. Siempre pensaba en ella como la vieja bruja. Le preocupaba que algún día se
le escapase.

La respuesta de la vieja fue un guantazo. Waliokimbia nunca respondía, el mal yuyu de la vieja
lo intimidaba - Estúpido bisonte tarado. Son nuestras raíces ¡¡Nuestras raíces!! ¡Mira aquí!,
¿qué ves? – dijo acercando la luz.

La pintura parecía una enorme extensión de color verde o azul, con cientos y cientos de
pequeñas formas de flecha agrupadas aquí y allá. En el centro de todo se elevaba una montaña
donde había varias figuras humanas negras. Waliokimbia no terminaba de entender su
significado. La bruja lo clarificó - Es el mar muchacho. Un mar enorme, y extenso. Y esto… -
apuntó con la antorcha – esto es Dzimba-Hwe – terminó por concluir.

Waliokimbia la miró con perplejidad. La vieja estaba loca. El mar no existía en la Gran Sabana.
El mar estaba a millas y millas al norte y al oeste. No porque él lo supiera. Nunca había visto el
mar. Pero otras tribus “intercambiaban dádivas” con pueblos cercanos al gran mar. En una
ocasión incluso había visto un abalorio de conchas marinas. Lo que trataba de decirle la vieja
bruja estaba fuera de todo sentido.

- Sí, sí. Yo misma pensé así – dijo la bruja adivinando su escepticismo – Pero esta pintura
refleja el pasado. Un pasado muy lejano. Pero que existió sin duda. No tienes ni idea Bambú,
ni idea. Lo que he encontrado en este lugar. Tablillas de piedra con dibujos. Lanzas con
puntas de piedra que parecían hechas para pescar, no para cazar depredadores de la Sabana.
Este lugar es nuestro origen. Ven, ven… - le dijo la vieja enseñándoles otras pinturas. En esta
los hombrecillos llevaban a otro hombrecillo o lo que parecían los huesos de uno, tumbados en
un palo. Parecía que danzaban y se encaminaban a otras dos figuras, una con lo que parecía el
pelo largo y falda, otra sin pelo y taparrabos, ambos con un cetro o vara de mando.

- Lo que ves es un rito funerario Bambú. Me llevó mucho tiempo interpretarlo. Pero hace
mucho tiempo, nuestra muerte se festejaba. No como ahora, en estos tiempos. Se
presentaba a los muertos ante sabios, hombre y una mujer ¿Entiendes? ¡¡La sabiduría era
depositada en hombres y mujeres!! ¡¡¡Por igual!!! – elevó su voz resonando en la caverna.

- ¿Y eso que quiere decir? Da igual, ¿no? Aunque fuese la verdad. El pasado, pasado está –
indicó Waliokimbia.

La vieja lo miró como si contemplase una boñiga, con cara de repugnancia y conmiseración –
¡Chacal descerebrado! – le brindó – Nuestras tradiciones, nuestras leyes y tabús. Se apoyan
en nuestro pasado. Si pudiese enseñar esto, si las tribus lo pudiesen ver y entender. Nuestras
tradiciones serían otras ¡¡¡Romperíamos el ciclo!!! – espetó al joven K´hlata – Pero yo estoy
vetada ¡De por vida! – le dijo mirándole con intensidad.

Waliokimbia sufrió una epifanía. Entendió el razonamiento de la vieja. Quería romper con la
tradición. Quería decir que no tenía sentido, que era una mera invención, una pose, un artificio
de los actuales patriarcas. Quería una voz propia ante los K´hlata. Lo quería a él.

Era una loca. Era una revolucionaria. Era su abuela.

- ¡¡¡Oh espíritus!!! Estúpido, estúpido, ¡¡estúpido!! -


II

Esa noche entera Waliokimbia trató de abordar el tema que lo había llevado allí, sin saberlo, la
primera ocasión. Quería saber por qué Nkombe, nunca podría llamarle “Ugogo”, había sido
expulsada del pueblo, que relación tenía con su madre y por qué lo trataban así a él en la tribu
de los Caimanes Negros.

Nkombe le explicó como había descubierto de joven que tenía el “regalo”. Así lo llamaba ella.
La capacidad para ver, conversar y requerir a los espíritus. Waliokimbia dudaba de ello, pero
tenía que reconocer después de algunas demostraciones prácticas que Nkombe tenía acceso a
algún tipo de extraño poder. Eso preocupaba a Waliokimbia. Existen espíritus benignos y
espíritus malignos. Le costaba poco hacerse una idea de cuales prestaban atención a la vieja.

La vieja relató como un poderoso espíritu ancestral le habló de las ruinas y su poderoso
legado. Por aquel entonces la Tribu todavía no se había asentado cerca de Dzimba-Hwe. El
espíritu la compelía a viajar al lugar. Pero sólo se trataba de una mujer en un mundo de
hombres. Así que, con el tiempo, Nkombe empezó a influir en la opinión del abuelo de
Waliokimbia, hombre cercano al patriarca de la Tribu. La vieja no indicó nunca mediante que
medios. Waliokimbia no preguntó.

En aquellos tiempos se había intensificado en gran medida la presión de otras tribus sobre los
Caimanes Negros. Las palabras de Nkombe empezaron a calar en el Patriarca. Hasta que una
razzia especialmente violenta de los Esclavistas de la Linde terminó por convencer al Patriarca.
Muchos jóvenes Caimanes habían sido capturados ese día. Comenzó un éxodo. Nkombe
consiguió su objetivo, se habían asentado cerca de Dzimba-Hwe. Pero su éxito se había
convertido en la sospecha de otros. Especialmente del chamán de la tribu.

Nkombe dedicó varias estaciones a buscar la entrada a la necrópolis de Dzimba-Hwe. No podía


ausentarse del poblado. Tenía obligaciones de mujer. Hijos que atender. Sin embargo, las
enseñanzas del espíritu ancestral seguían su curso. El Gran Espíritu del Buitre le permitía
adelantarse a los guerreros de la tribu y escabullirse en su búsqueda. Durante años visitó
Dzimba-Hwe, desentrañó algunos de sus secretos y estudió la historia de los K´hlata allí
registrada.

Nkombe asumía que los K´hlata, o mejor dicho sus ancestros lejanos, habían sido los primeros
humanos que habían habitado el mundo. Que en su pasado eran un pueblo nómada que fue
asentándose en sus idas y venidas. Con el tiempo, la cultura K´hlata mantuvo la tradición de
realizar grandes peregrinaciones una vez en la vida para recordar y reforzar los vínculos con
sus pueblos hermanos. Los años pasaron y esos pueblos cambiaron, se adaptaron físicamente
a su entorno y ya se no parecían a los que habían partido de esas tierras ancestrales. Pero los
pueblos recordaban. Los escritos ancestrales reflejaban la historia y así las tradiciones, aunque
cambiasen, eran ramas de un mismo tronco. Y en su base cultural una única raíz.

Waliokimbia asimilaba la locuacidad de Nkombe como podía. Le costaba seguir el hilo. Pero
aquella historia no podía ser inventada. Sencillamente era demasiado irreal y compleja para
serlo. Nkombe lo atropellaba con más y más sin dejarle un respiro hasta que sus sienes
palpitaron.

- Por favor, por favor – dijo Waliokimbia - Es demasiado, ¡Para! – El choque cultural, la
contraposición de sus creencias más arraigadas contras las evidencias que se le presentaban.
Waliokimbia siempre había mostrado curiosidad y eso lo hacía vulnerables, sugestionables.
Waliokimbia lo sabía. Su madre zarandeaba su espíritu de similar forma. La diferencia es que
Nkombe lo apabullaba con su lógica rabiosa.

- Lo que pretendes es imposible. Nadie creería una palabra. No soy más que un K´hlata
recién destetado. Si mi padre oyese todo esto me haría azotar – declaró.

- Tu padre haría mucho más Bambú – sentenció la bruja.

- ¿Qué quieres decir? – inquirió Waliokimbia.

- ¿A causa de quién crees que estoy aquí muchacho? Tu padre me entregó. Mi propio hijo.
Sangre de mis entrañas ¿No lo sabías eh? ¿Tu madre nunca lo mencionó? Claaaro, déjaselo al
viejo buitre. Envíalos ciegos para que ella les abra los ojos o la destrocen por ello – se
lamentaba la vieja.

A Waliokimbia le costaba admitir que su padre fuese capaz de cualquier cosa. Sabía que había
algo en su interior que lo consumía. Los comentarios velados a su madre. El no querer pasar
demasiado tiempo con su propio hijo menor. Pero de ahí a entregar a su propia madre. Los K
´hlata no dudaban en condenar la brujería y matar, torturar o en el mejor de los casos exiliar al
responsable. La vieja tenía que haber provocado algo. No podía ser de otra forma.

- ¿Por qué? - preguntó Waliokimbia - ¿Por qué te denunció a la Tribu? –

La vieja le miró en silencio – Tu padre sigue las tradiciones, igual que su padre. No pudieron
soportar el peso de la responsabilidad por trasladar la tribu a las tierras de Dzimba-Hwe. En
su interior siempre creyeron que fueron embrujados. No podían soportar ser responsables
de sus propios actos y la vergüenza que les lastraba. Pero no tenían pruebas para
denunciarme. Pero las encontraron – indicó la vieja.

- ¿Lo hiciste? – preguntó seriamente Waliokimbia mientras el sudor frío recorría su espalda.

- No fue necesario. Los espíritus lo dispusieron todo. Momento, necesidad y solución. Yo solo
fui la voz a través de la que hablaron – explicó fríamente.

Waliokimbia no estaba convencido - Pero lo habrías hecho? – insistió.

- Si el gran espíritu lo hubiese requerido, así habría sido - sentenció la bruja con cierta malicia
en sus ojos – Entiéndelo Waliokimbia, esto es más grande que tú, yo o la tribu. Se trata de
unir a las tribus nuevamente bajo una misma raíz. Se trata de conocer nuestras verdaderas
creencias y sacar a la luz el conocimiento ancestral oculto –

- ¿Cómo lo consiguieron? – preguntó el joven K´hlata.

- ¡¡Agggh!! – se quejó amargamente la vieja – De la manera más absurda muchacho. Fui


descuidada. Esa hiena infecta que tengo por hijo me siguió y vio como comulgaba con los
espíritus – comentó la bruja.

- ¿Y eso significa? - quiso aclarar Waliokimbia.


- ¿En palabras que entiendas muchacho? Me vio hablar con mi espíritu animal. Eso fue
suficiente para convencerlo. Le bastó tiempo para buscar a su padre y venderme a los
hipócritas chamanes de la tribu. Me faltó poco para salir de allí de una pieza, pero me llevé
una lanzada en la pierna de recuerdo – concluyó con aspereza.

- ¿Y mi madre? ¿Qué tiene que ver en todo esto? – siguió tirando del hilo Waliokimbia.

- Oh espíritus, hay que decírtelo todo. Tu madre, muchacho, era mi aprendiz. Tu madre es
como yo. Bueno, como yo no exactamente. Pero tiene el “regalo”. Aunque supongo que si
sigue allí es porque lo habrá ocultado durante años. Ha sido inteligente, poco podría haber
hecho salvo dejarse matar – comentó.

La mente de Waliokimbia giraba y giraba. Pertenecía a una familia de brujas. Estaba maldito.
Ahora entendía el porqué de todo.

- ¿Mi madre?, ¿Bruja? No puede ser. Ella es bondadosa, sigue las tradiciones. Respeta a los
ancestros - argumentó Waliokimbia.

- ¿¡Oh!? ¿Así que yo soy el mal? Yo representó las pesadillas de tu tribu, ¿¡eh!? – una lluvia
de palos cayó en las piernas de Waliokimbia que gritó pillándole desprevenido.

- Estúpido ignorante, ¿Cuándo calará? No hay brujas. No hay chamanes. Esos son títulos
autoimpuestos por los K´hlata. Hay mujeres, hombres y seres espirituales. Y algunos de
nosotros, hombres o mujeres, podemos entrar en comunión con ellos. Ni más, ni menos –
explicó mientras seguía con los varazos – Lo que tu atrofiado cerebro de babosa no entiende
es que los hombres nos vilipendiaron en el pasado. Nos arrojaron de su lado, nos apartaron
del conocimiento. ¿Mujer?, ¡Bruja! ¿Hombre?, ¡Santo! ¡¡¡Cómo no!!! El orgullo, el orgullo y el
vicio por el poder tan propios del hombre –

- ¡¡Yo he visto chamanes Vieja!! ¡Ninguno es como lo describes! – luchó Waliokimbia contra
los relatos de la vieja.

- Siiii, estoy segura. Son sacrosantos, verdaderos pilares de la comunidad K´hlata – dijo
dejando la vara momentáneamente – Pero si una mujer se plantara delante de ellos y
mostrase la mínima pizca de poder, cambiarían tanto de parecer como una roca. Se sentirían
amenazados, lo querrían para si y tarde o temprano lo arrojarían a la mujer a los leones –
concluyó la vieja.

- Tú mejor que nadie debería saberlo. Tu estás marcado. Apestaste desde el primer
momento que me acerqué a ti. Los espíritus se muestran interesados en ti. Están a tu
alrededor tratando de mostrársete. Pero estás siego, sordo y mudo a su mundo –

Waliokimbia acusó el impacto de la revelación – ¡Bah!, no se para que te envía a mí. Eres
obtuso como una piedra y yo no buscó aprendices. No tengo tiempo para abrirte los ojos a
este mundo, cunando es tan escaso el tiempo que me queda. Vete, vete, vuelve para cuando
abras tu corazón a la verdad. Aquí no me sirves ¡¡Fuera!! –

El K´hlata se encamino hacia la necrópolis camino del exterior. Su corazón se había dividido.

Le habían robado su inocencia.


Desde los tiempos antiguos, antes incluso de la llegada de los misioneros, el pueblo zulú
había desarrollado unas normas sociales muy sencillas que persisten aún en nuestros
días, y que están basadas fundamentalmente en el respeto a la familia, y la obediencia al
jefe de la tribu o del clan familiar. Sus normas de conducta destacan la clara dependencia
de las jerarquías, la subordinación de los inferiores a los superiores, de las mujeres a los
hombres y de los más jóvenes a los más ancianos.

Los niños aprenden desde muy temprana edad a observar las más elementales reglas de
obediencia hacia sus padres y sus mayores. Se reciben las instrucciones en actitud
respetuosa y en silencio. En las zonas rurales, aún hoy día, un joven no debe permanecer
de pié frente a su padre o dirigirse a un mayor a menos que así se les indique o se les
permita. Tampoco debe dirigirse a ellos en tono de familiaridad, sino con el debido respeto.
Desde pequeños tienen la obligación de vigilar y cuidar al ganado. A los 12 años
comienzan a entrenarse físicamente, pues, aunque el arte de la guerra ya no  tiene
utilidad, sigue siendo preceptivo para los jóvenes mantenerse en buena forma. Dan mucha
importancia al cuidado del cuerpo y a los ejercicios de habilidad y destreza. Las niñas,
cuyo status dentro del pueblo es inferior desde su nacimiento, son educadas para ayudar
en las labores de la casa. Una de las más importantes es aprender a sostener en la
cabeza diferentes cántaros de agua, tarea que exige un lento aprendizaje y merced al cual
las muchachas zulúes caminan erectas con una elegancia exquisita.

Una tarea que realizan las mujeres con asiduidad, pues es la bebida habitual en los
poblados, es la fabricación de cerveza hecha con sorgo y maíz. Tiene una graduación
alcohólica baja (entre 2 y 3 grados). Es muy nutritiva e incluso -dicen ellos- sirve para
mitigar las úlceras estomacales. Como huéspedes suyos, fuimos invitados por una mujer
zulú a probar su cerveza no sin antes efectuar una serie de rituales preceptivos, pues los
espíritus siempre beben primero.

Están bien diferenciadas las tareas entre hombres y mujeres. El hombre tiene a su cargo la
protección y defensa de su familia y de su tierra, toma parte en las reuniones importantes
del poblado donde se dirimen las cuestiones que afectarán a las nuevas leyes y directivas.
Él es el poseedor de cuantos bienes hay en la casa; la mujer no posee nada. El hijo mayor
tiene también el privilegio de acudir con su padre a las reuniones. Asimismo las
transacciones comerciales corresponden al hombre y cualquier decisión tomada por la
mujer no tiene ningún valor. La mujer zulú tiene a su cargo la crianza de los niños día y
noche, así como el cultivo de la tierra, la recogida de la cosecha, las tareas domésticas, el
acarreo de agua y la preparación de la comida. Los zulúes son carnívoros aunque
últimamente, merced al encarecimiento de la carne, utilizan también vegetales. Comen
además maíz, tubérculos y -ocasionalmente- pescado de los ríos cercanos. Paseando por
el poblado vi en una de las chozas a una mujer que preparaba algo en un recipiente de
barro con mucha atención . A través del intérprete le pregunté qué era aquello y la mujer
me contestó que estaba haciendo un guiso de judías. Eran éstas enormes, blancas y de
forma arriñonada. Me dijo que el secreto de esta comida consistía en cocerlas muy
lentamente y echarle unas hierbas muy sabrosas, pues si no se hace así la gente que las
coma puede tener “música por la noche”. La ingeniosa frase hacía referencia a las
mundialmente conocidas diarreas que suelen sobrevenir tras la ingestión de tan sabroso
plato.

Se practica la poligamia por tradición. Un hombre se casa con cuantas mujeres desee
siempre y cuando disponga de las suficientes cabezas de ganado requeridas por el futuro
suegro como pago por su hija. Si un hombre tiene muchas cabezas de ganado y solo una
esposa, puede ser cuestionada su hombría. Cuantas más mujeres tenga un zulú, más
reputación e influencia tendrá en la sociedad. Su poder se acrecienta con cada adquisición
de una esposa adicional y, aunque el ganado representa su fuente de riqueza y se
considera más importante que las mujeres, se da con mucha frecuencia el caso de que la
primera mujer inste al hombre a obtener otra esposa, pues de este modo su familia
adquiere mayor prestigio y se logra así ayuda en las labores de la casa. Normalmente hay
buena armonía entre ellas, que suelen gozar del mismo trato por parte del esposo. No
obstante, la primera esposa tiene algo más de poder que las otras, así como la suegra
(figura importante en la familia).

Contrariamente a la cultura occidental de los países industrializados la mujer zulú logra


más responsabilidades según va avanzando en edad, especialmente la madre del jefe. La
abuela tiene gran influencia y suele tener la última palabra en las decisiones (siempre que
no tengan relación con asuntos económicos o de disciplina).

Cortejo y casamiento. Vida social

Entre los jóvenes zulúes hay un conjunto de reglas para el cortejo y enamoramiento.
Durante la adolescencia los chicos se reúnen en grupos bien diferenciados de los de las
chicas por sus juegos y diversiones. Cuando llegan a la edad de contraer matrimonio, el
muchacho no debe dirigirse de forma directa a la joven elegida, sino que tiene que buscar
intermediarios -normalmente sus propias hermanas-. En estos primeros contactos la
muchacha se muestra despreciativa y distante para “darse a valer” y luego comienza a dar
muestras de su interés dándole algún regalo sin importancia a través de las hermanas o
amigas. Una vez que la familia de la chica da su aprobación para el noviazgo, el chico
pone una bandera blanca a la entrada de su choza. De esta manera indica a todo el
mundo que muy pronto va a tener novia. A partir de ese momento comienzan las
negociaciones para fijar el precio de la novia entre el padre de ésta y el novio, participando
también familiares cercanos de ambas partes.

Una curiosa manera de comunicación entre los jóvenes cuando aún están en la primera
fase es a través de los adornos. Las muchachas inventan románticas cartas de amor a
través de ornamentos que se colocan en la cabeza, cuello o manos, y luego se los envían
a su amado como regalo. Los collares tienen un significado especial y pueden ser
interpretados como verdaderas cartas de amor. Las cuentas se “leen” de un extremo a
otro. Una bolita blanca significa amor y honestidad; la negra se refiere a algo relativo a
soledad, desagrado o malas noticias; la rosa es signo de pobreza; la verde indica penas de
amores; la roja lágrimas y deseo; la amarilla salud. Una bola manchada significa duda. A
través de este complicado sistema de comunicación las muchachas zulúes contactan con
sus amados desde tiempos inmemoriales. Al igual que otros pueblos sin escritura (los
incas interpretaban los quipus -cuerdas anudadas- con gran precisión), los zulúes
inventaron estos coloristas métodos para transmitir diferentes mensajes. Aunque en la
actualidad hay muchos niños que aprenden a leer y escribir, la provincia de KwaZulu-Natal
-donde viven la mayoría de los zulúes- da un alto porcentaje de analfabetismo.

La mujer soltera está orgullosa de mostrar su cuerpo y no le avergüenza la desnudez. El


pecho desnudo no tiene una gran significado erótico para el hombre zulú, cuyo oscuro
objeto de deseo en la mujer lo constituye el muslo. Se aceptan con naturalidad los juegos
amorosos entre los jóvenes prometidos, siempre y cuando no se consumen totalmente. Si
una muchacha pierde su virginidad antes del matrimonio, el muchacho deberá pagar un
animal adicional al precio de compra ya estipulado, además de sufrir las burlas de los
amigos de ambos. Si la muchacha queda también embarazada, el deshonor y la
vergüenza caen sobre la familia del novio.

Para una joven es un insulto casarse sin la lobola, término que significa textualmente “dale
una res a tu novia”. Desde el punto de vista zulú, no se compra realmente a la novia sino
que se compensa al padre de la novia por el perjuicio que le supone prescindir de la mano
de obra. Pregunté a una de las mujeres del jefe de la aldea cuál era en la actualidad el
precio normal que se pagaba por cada esposa. Amablemente me contestó que hoy día el
precio ascendía a once cabezas de ganado por cada chica considerada de clase media, ni
demasiado rica ni demasiado pobre. Aunque -precisó rápidamente- cuantas más reses
pagues, mejor matrimonio haces. La pregunté si tenía hijas. Me dijo que tenía dos, a las
que educaba para que se pudieran casar bien. Esta buena señora era de ideas fijas y
ningún otro tema de conversación tuvo éxito en mi corta charla.

Si una mujer no es fértil o muere antes de dar a luz, su padre debe devolver parte de la
dote. Si una mujer casada no obedece a su marido, puede ser enviada a su casa y deberá
devolver el ganado con el consiguiente disgusto familiar, por lo que estas eventualidades
casi no se dan entre los zulúes. Sin embargo, una esposa insatisfecha puede ser causa de
graves problemas para el marido en una sociedad en la que la potencia y la fuerza del
hombre se dan por garantizadas, de manera que la responsabilidad conyugal del marido
debe asegurar que todas sus esposas experimenten orgasmos aunque él no los tenga. Su
prestigio como hombre depende de esto.

Cuando nace un niño, los padres recurren a un importante acontecimiento acaecido


recientemente en la tribu para darle un nombre. Pregunté los nombres de los preciosos
niños, de grandes y expresivos ojos,  que había en el poblado. Uno se llamaba
“Desempleado”; otro “Rayo”; otro “Tormenta”. Más adelante se les dan también otros
nombres, algunos de ellos cristianos.

Medicina y Magia. Sangoma e Inganga

Entre los zulúes, al igual que en otros lugares de África, se encuentran montoncitos de
piedra a la entrada de los poblados y del territorio tribal. Los que entran deben coger una
pequeña piedra, escupir en ella y tirarla por encima del hombro. Con este gesto se honra a
los espíritus locales y se busca la protección para las próximas horas. Solo los ladrones y
las gentes con malas intenciones evitan el contacto con los espíritus, por si estos les
castigan.

Los zulúes creen que sus vidas están mediatizadas por los espíritus de sus antepasados,
por lo que deben realizar sacrificios y ceremonias para honrarles. A los ancestros solo se
les ve en sueños y solo el sangoma o brujo tiene poderes especiales para comunicarse
con ellos. La gente consulta al sangoma cuando no le salen bien las cosas para ver si
algún espíritu está enfadado. Los brujos o adivinos son escogidos, según ellos, por los
propios antepasados, que se les rebelan en sueños. Aprenden las técnicas de adivinación
de otros maestros. Pueden prevenir desgracias y enfermedades, pueden encontrar objetos
perdidos o robados, y adivinar el porvenir valiéndose de huesos secos.. Hay mayor
porcentaje de mujeres sangoma que de hombres, y éstos adoptan la vestimenta y pintura
femeninas. El hecho de ser los únicos miembros de la tribu habilitados como
intermediarios entre esta vida y la otra les da gran influencia. Normalmente actúan en
combinación con los médicos de la tribu, especialistas en hierbas y medicinas naturales,
-los inganga u “hombres de los árboles”. De esta manera el sangoma y el inganga forman
el equipo perfecto que controla el cuerpo y el espíritu.

Los zulúes son muy supersticiosos. Cada rincón de este mundo está habitado por
fantasmas, demonios y brujas. También les dan pavor las tormentas y los truenos.  Así que
los sangoma no dan abasto para proporcionar remedios contra las desgracias, los miedos,
las tormentas, etc. Para dar una idea de hasta qué punto está extendida la superstición me
comentó el manager del poblado que todos los equipos de futbol sudafricanos (deporte
mayoritariamente practicado por negros) -incluida la selección nacional- utilizan , además
del entrenador y masajista habituales, un sangoma, al que llevan a todos los partidos.
Cuando se celebra un encuentro,  el sangoma, mientras canta sus cánticos habituales,
entierra un imán detrás de la portería contraria para atraer el balón y ata un candado en la
propia portería para asegurar una mejor defensa.

Los europeos, ignorantes de las costumbres zulúes, suelen llamar al inganga brujo. Sin
embargo, está más cerca de lo que podríamos considerar un naturalista, herborista o
farmacéutico naturista. Habiendo nacido en la zona y estando en constante contacto  con
la naturaleza, es un perfecto conocedor de todas las plantas y hierbas medicinales. Desde
su niñez ha sido adiestrado por su maestro para ir al campo a recoger todas las muestras
de hierbas medicinales y raíces, que luego estudia en la choza clasificándolas y
aprendiendo su utilización para cada caso. Ésta es una complicada tarea si se tiene en
cuenta que hay en la zona más de 1.500 especies de plantas susceptibles de ser usadas
con fines curativos. Los zulúes utilizan un término para la medicina en general: “corteza de
árbol”, o “noche de luna llena”, ya que el inganga busca la corteza de cierto tipo de árboles
durante las noches de luna llena. Muchos árboles contienen substancias medicinales que,
conocidas desde tiempos inmemoriales por estos expertos, comienzan ahora a ser
estudiadas en laboratorios. Algunos de estos remedios se mezclan y se cocinan con
serpientes secas (de conocida efectividad curativa), huesos y otras substancias. Son muy
eficaces para la curación de toses, resfriados, dolores estomacales, picaduras de
mosquitos o serpientes, etc. Pero además -y aquí es donde está el ingrediente psíquico-
sirven como pócimas curativas del mal de amores, desgracias e infortunios.

Aunque estas prácticas se siguen realizando con regularidad en los ambientes rurales
negros de Sudáfrica y hoy día se consulta con asiduidad a los médicos -sobre todo en las
ciudades-, hay investigaciones realizadas en la Universidad de Durban indicando que
aproximadamente un 80% de la población negra de Sudáfrica acude a los curanderos y
adivinos tradicionales.

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