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movimientos “pan”, que generan una misión nacional para un grupo étnico.
Pangermanismo, paneslavismo, coincidirán en sus manifiestos expansivos y
xenófobos con ideas fascistas.
Imperialismos: la penetración colonial británica o francesa ofrecerían la misma
ambición expansiva que los regímenes totalitarios.
Ideas (para el caso italiano): Nietzsche (1844-1900), con sus obras en las que
reivindica la “voluntad de poder”, culto al superhombre. Pareto (1843-1923),
detentación del poder por las élites o minorías selectas. Jorge Sorel (1847-1922),
propugna la acción violenta y sostiene que hay que oponer a los mitos liberales del
siglo XIX nuevos mitos revolucionarios. La intervención política - revolucionaria de
los sindicatos para apoderarse del poder político. Carlos Maurras (1868-1952),
teorizante del ultranacionalismo y odio a las democracias. Juan Gentile (1875-
1944), teorizó sobre el valor absoluto del estado. Defendió la tesis de un estado
corporativo, en el que empresarios y obreros debían colaborar con el estado.
La explicación del vacío, por la que nuevos paradigmas cubren la pérdida de
ciertos ideales (desprestigio del liberalismo con la I Guerra Mundial y la crisis de
1929), un conjunto de individuos carentes de cualquier forma de encuadramiento,
los desclasados, que encuentran en el fascismo un motivo para la vida.
2. DOCTRINA FASCISTA
Mussolini: “Nosotros, los fascistas, no tenemos una doctrina pre formulada, nuestra
doctrina es la acción”.
Hitler: “Una vez que conquistemos el gobierno, el programa surgirá por sí mismo”
Como se observa hay una falta de estructura lógica, pero se pueden resaltar los
siguientes rasgos:
Omnipotencia del estado: los individuos están totalmente subordinados al estado,
y en consecuencia no existen leyes que amparen los derechos individuales. El
estado totalitario no tolera la separación de los poderes, se aniquila toda oposición
política. En lo intelectual, el estado disfruta del monopolio de la propaganda y la
verdad. Mussolini: “Todo en el estado, nada fuera del estado”.
DOCUMENTO: Fascismo y Estado
Ni agrupaciones ni individuos fuera del Estado. El fascismo es opuesto al socialismo, que reduce la
historia a la lucha de clases y que ignora la unidad del Estado… Por las mismas razones, el
fascismo es enemigo del sindicalismo… El fascismo quiere un Estado fuerte y es el Estado el único
que puede resolver las dramáticas contradicciones del capitalismo.
Benito Mussolini, fragmento de un discurso pronunciado en 1922.
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Desigualdad de los hombres: los hombres son desiguales y en consecuencia una
minoría predestinada debe gobernar. Para los fascistas, la desigualdad es un
hecho, pero más todavía un ideal. Hitler: “...es más fácil ver un camello pasar por
el ojo de una aguja que descubrir un gran hombre por medio de la elección”. De
esto se deriva, también, una descalificación de la mujer, que al no poseer la misma
capacidad que el hombre para el ejercicio de las armas se convierte en ciudadano
de segunda categoría. Más dramáticas consecuencias tuvo la afirmación de la
desigualdad de las razas humanas, que desembocó en el exterminio de las
“inferiores” y en los individuos con deficiencias físicas y psíquicas.
Ebenstein: “En el código fascista, los hombres son superiores a las mujeres, los soldados
a los civiles, los miembros del partido a los que no lo son, la propia nación a las demás,
los fuertes a los débiles y los vencedores en la guerra a los vencidos”.
Víctima propiciatoria: es una concepción que divide al mundo de manera simplista
en amigos y enemigos y que deriva en hostilidad contra los últimos. El grupo
interno, el que forma la sociedad, se contrapone al externo, que reúne los
peligros.
El grupo interno está formado por el partido, la nación y la raza. El fascismo presenta
como enemigo universal a los judíos, y en torno a ellos se colocan, como creaciones
suyas: el marxismo, la democracia, la masonería
A las razas “inferiores” no se les puede aplicar la moral colectiva del grupo (sector
externo-enemigos), y de ahí que la violencia contra ellos no se considere delito.
Caudillaje: partiendo del principio de la élite dirigente, se desemboca en el dogma
del líder carismático. Una gran nación precisa encontrar un hombre excepcional, el
superhombre de Nietzsche, y cuando lo encuentra deben seguirse sus
instrucciones sin titubeos.
Nacionalismo Exacerbado: se ha afirmado que el fascismo nace de la humillación
de la derrota, o de una victoria de la que no se ha obtenido provecho. No sería
posible una revancha sin una invocación a la grandeza de la propia “nación
ultrajada”, con lo que se traslada al plano internacional el mismo esquema de
amigos-enemigos. La guerra se presenta como una actividad calificadora de los
espíritus y de las naciones superiores:
“Sólo la guerra eleva todas las energías al máximo nivel de tensión e imprime el sello de
la nobleza a los pueblos que tienen el coraje de afrontarla” “El imperialismo constituye la
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ley eterna e inmutable de la vida, pues la sangre es lo que mueve los ruedos sangrientos
de la historia”. (Mussolini).
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3. PROCESOS DESENCADENANTES DEL FASCISMO EN ITALIA
Se estima que el fascismo es el resultado de cuatro procesos sociales íntimamente
relacionados:
la guerra,
la crisis económica de postguerra -con sus tensiones sociales- y
la reducción de los beneficios de la clase capitalista.
A ellos habría que añadir un cuarto proceso, el de la descomposición del Estado
liberal italiano, paralelo al hundimiento más lento en Alemania de la República de
Weimar que facilita el ascenso del nazismo. Examinemos cada uno de estos
cuatro procesos:
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condecoraciones, resentidas porque la patria no les ha compensado por sus heridas,
deseosas de vestir uniforme y de dar y recibir órdenes.
Las circunstancias son propicias para el nacionalismo exacerbado. Las pérdidas en vidas
humanas se acercan a los 700.000 muertos y los heridos sobrepasan el millón; las
empresas industriales del Norte han sido destruidas y la infraestructura ferroviaria no
ofrece posibilidades de utilización inmediata. En un clima angustiado no es difícil para
oradores violentos hacer ver que son los mismos dirigentes del Estado liberal los
responsables de las destrucciones bélicas y de la frustración colectiva posbélica.
3.2 Crisis Económica de Postguerra: terminado el conflicto, las economías de los
países contendientes se ven sacudidas por una rápida espiral inflacionista que reduce
los ahorros de los pequeños comerciantes y artesanos y provoca en el proletariado
constantes reivindicaciones salariales. El pequeño burgués que contempla impotente la
pérdida de su capacidad adquisitiva observa con disgusto a los sindicatos que consiguen
para los obreros mejoras relativas.
La oleada de huelgas de 1919 es denunciada por la prensa conservadora como
«agitación salvaje». Y a este año y al siguiente se les denomina los «dos años rojos».
Frente a la marea proletaria, la burguesía comienza a apoyar organizaciones irregulares,
que replican con violencia a la violencia.
Una estadística del partido fascista en 1921, elaborada sobre la mitad de sus miembros,
muestra una participación elevada de estudiantes (13%), agricultores (probablemente
propietarios rurales, 12%), empleados de empresas privadas (9.8%) y comerciantes y
artesanos (9.2%), porcentajes que muestran un predominio de jóvenes y sectores de las
clases medias como mayoritarios. Es la misma base social que Broszat ha encontrado en
el nazismo alemán, con un porcentaje de empleados, artesanos, comerciantes y
funcionarios estatales doble que el que les correspondía por su significación demográfica.
Son precisamente los grupos que en peores condiciones se encuentran para remontar la
crisis los que se encuadran en los movimientos que repudian la democracia. Pero estos
grupos no hubieran tenido fuerza suficiente sin el apoyo de los sectores plutocráticos (del
griego ploutos “riqueza” y kratos “gobierno”)
3.3 Reducción de los beneficios de la clase capitalista: las pérdidas de beneficios de
los terratenientes y capitalistas constituye el tercer fenómeno generador del fascismo. Con
la guerra se han hipertrofiado algunos sectores industriales, que al perder los estímulos
de los pedidos bélicos se encuentran en dificultades. Este proceso culmina en el año
1921. Algunas firmas prominentes de la industria y la banca se hunden; la producción de
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acero se reduce a la mitad y la Fiat, que todavía produce 15.000 vehículos en 1920,
disminuye en 1921 en el mismo porcentaje sus índices de fabricación.
Las apelaciones a la ayuda pública no pueden ser atendidas en una coyuntura en la que
se han hundido las exportaciones y el déficit de la balanza comercial es cada mes más
elevado. El gran capital comienza a pensar que sólo un gobierno fuerte, que concentre en
manos de un hombre de hierro todo el poder, puede encontrar salida a la crisis. Y a
escala local esta esperanza pronto se convierte en realidad; en el año 1921 los
terratenientes llaman a bandas fascistas, que fuertemente armadas ocupan pueblos y
destituyen a las autoridades, iniciando el proceso de descomposición del Estado.
Pero estas tres coordenadas favorecedoras del auge de un movimiento antidemocrático
se vieron potenciadas por los errores de las clases dirigentes, que contribuyeron a hundir
el estado liberal desde dentro, aunque quizá de forma menos clara que en la Alemania de
los años 30.
3.4 La inestabilidad gubernamental: ya muy acusada en la Italia de preguerra, se
convirtió en prueba de que el régimen era incapaz de integrar a las fuerzas políticas en
una situación de emergencia. Orlando, Nitti, Giolitti, Bonomi, Facta, se suceden en los
gobiernos sin que ninguno ofrezca algún cambio.
Tres fuerzas principales comprendían el arco político a comienzos de la década de los
años veinte: destacaba el Partido Popular Italiano, de ideología católica moderada, creado
en 1919 por el Secretario de Acción Católica Luigi Sturzo. Le seguía en importancia el
Partido Socialista, sujeto a fuertes tensiones internas que terminaron con su ruptura en
dos sectores. Uno de ellos se convirtió en 1921 en la tercera fuerza política italiana: el
Partido Comunista, de carácter revolucionario, integrado en la III Internacional (Komintern)
y entre cuyos fundadores destacó el pensador y escritor Antonio Gramsci. La cuarta
fuerza presente en la vida política italiana era el Partido Fascista, surgido en 1921 de los
"Fasci di Combattimento", en cuyo seno convergían diversos sectores, desde antiguos
socialistas (caso del mismo Mussolini) hasta grupos ultraconservadores.
La progresión del Partido Fascista fue rápida. En 1920 sus miembros protagonizaron
numerosos actos de violencia frente a militantes de izquierda y sindicalistas. En 1922 su
presencia en la vida política italiana era ya un hecho, copando numerosos gobiernos de
carácter local y provincial y reuniendo en sus filas numerosos simpatizantes procedentes
de círculos empresariales y el Ejército.
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La inestabilidad de la situación política italiana de posguerra propició el ascenso del
fascismo. Los trabajadores, organizados en activos sindicatos como el socialista
Confederación General Italiana del Trabajo participaron en importantes movilizaciones
(ocupación de tierras y fábricas entre 1919 y 1920) que culminaron en una huelga general
el 31 de julio de 1922. Ésta fue aplastada por la reacción violenta de grupos fascistas que
sembraron de víctimas el país.
Los grandes propietarios industriales y agrarios, los conservadores, atemorizados por las
proclamas revolucionarias del izquierdismo más radical, se refugiaron en el profundo
anticomunismo de los “fasci”. La violencia se apoderó de pueblos y ciudades favorecida
por la ineptitud y la inoperancia de los débiles y efímeros gobiernos que se sucedían con
rapidez, en medio del descrédito del sistema parlamentario. Estos hechos favorecieron
que un creciente número de italianos reclamara la acción de un gobierno fuerte y estable.
Con tal parcelación del elenco político no es posible la estabilidad de los gobiernos, ni
siquiera del de Unión Nacional que preside Giolitti (junio de 1920 a junio de 1921), con la
participación de liberales y populares y la exclusión de los socialistas; atacado por la
extrema derecha, sin el apoyo leal de los liberales de Nitti y los populares de Sturzo,
hostigado por los hombres de negocios, que desconfían de sus proyectos fiscales, y por
los partidos proletarios impacientes, el viejo liberal es un solitario, el símbolo de que una
nueva era social exige un nuevo orden político.
EN CONCLUSIÓN:
El fascismo era la apuesta de la gente de orden contra la irrupción, en la vida política, de
las masas en un sentido izquierdista. Tras la Revolución Rusa, la histeria
anticomunista se extendió entre las clases acomodadas. Pero el nuevo populismo de
derechas no tenía nada que ver con el conservadurismo tradicional. Consistía en un
movimiento moderno, con no poco arraigo entre la ciudadanía.
Renzo De Felice, el conocido historiador, lanzó la tesis sobre la existencia de un amplio
consenso alrededor del régimen. Más tarde, otros especialistas, como Luisa Passerini,
pusieron en duda el relato habitual sobre la heroica resistencia de los trabajadores
contra el totalitarismo, al parecer un buen número de obreros apoyó al partido fascista.
¿Cómo explicar este apoyo popular? Tanto Mussolini como Hitler supieron canalizar,
en beneficio propio, los traumas de la Primera Guerra Mundial. Italia se contaba entre
los vencedores, pero no fue escuchada en el rediseño de Europa. Se extendió así el
tópico de la “victoria mutilada”. Alemania había sido derrotada y obligada a aceptar
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unas duras condiciones de paz. Los nazis aprovecharon el resentimiento suscitado por
esta humillación para extender un nacionalismo agresivo.
Tanto en un caso como en otro, muchos veteranos de la contienda desempeñaron un
papel crucial. Eran gente frustrada, con graves problemas para adaptarse al regreso a la
normalidad. Puesto que habían derramado su sangre en el campo de batalla, creían tener
derecho a gobernar su país en sustitución de unas élites políticas que juzgaban
incompetentes y traidoras.
Los cambios enfrentaron a los fascistas con los conservadores tradicionales, partidarios
de conceder un espacio propio a instituciones como la Iglesia o la familia. Ello significaba
limitar, en cierta forma, el poder del Estado. Por eso Mussolini atacó a la Acción
Católica, una asociación que competía con los canales públicos para encuadrar a la
población. Pío XI reaccionó con una famosa encíclica, Non abbiamo bisogno (No
tenemos necesidad, junio de 1931), en la que condenó la “estatolatría pagana".
Tal vez los conservadores despreciaran a los fascistas, en quienes veían a unos
aventureros vulgares, pero, por lo general, tendieron a aliarse con ellos. Su motivo estaba
claro: el fascismo podía ser desagradable, pero el comunismo era mucho peor.
Desde esta óptica, apoyar a Mussolini significaba apostar por un cambio para que todo
siguiera igual.
El poder absoluto de un personaje carismático y demagogo fue, sin duda, uno de los
rasgos definitorios del fascismo. No obstante, la realidad no se puede reducir a un
ejercicio de autoridad personal. Robert O. Paxton, en un estudio clásico, advirtió que
insistir demasiado en la figura del líder puede conducirnos a pasar por alto la importancia
de sus apoyos, tanto en las instituciones como en la sociedad civil. Magistrados, policías,
militares, hombres de negocios… Todos fueron indispensables para consolidar una
inquietante alternativa al parlamentarismo.
Los que respaldaban las soluciones de fuerza no eran, como a menudo se ha
supuesto, enemigos de la modernidad. Lo que buscaban, según Paxton, era una
modernidad alternativa: “Una sociedad técnicamente avanzada en la que los poderes de
integración y control del fascismo suavizasen las tensiones y las divisiones”.
El fascismo tuvo la habilidad de presentarse como una ideología rupturista, en la
que tenían cabida los descontentos con el mal funcionamiento de las cosas. Ser fascista,
en los años veinte, equivalía a revestirse de un aura de rebeldía y desprecio hacia los
valores burgueses, hacia la sociedad tradicional.
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La izquierda, de esta forma, dejó de tener el monopolio de la idea de cambio. Sus
emergentes rivales propugnaban una transformación social que apelaba a las
emociones, no a la razón. Conseguir y conservar el poder consistía en manipular los
sentimientos más agresivos de la multitud, a través del victimismo y de una ideología
supremacista: aquellos que pertenecían a la comunidad tenían derecho a imponerse a los
pueblos “inferiores”.
Este tipo de postulados se justificaron a partir de un claro anti-intelectualismo. Hubo
pensadores que se adhirieron al fascismo, pero ninguno de ellos fue capaz de
defenderlo con altura académica a través de la construcción de un sistema filosófico.
Una idea no importaba porque fuera o no verdadera, sino por su capacidad para lanzar a
la gente a la acción. El programa, en la práctica, no resultaba relevante.
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plutócratas, pero el espíritu versátil de Mussolini invirtió pronto el enunciado de los puntos
conflictivos.
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contra aquéllos. Fue un error de cálculo, pe ro es mayor la responsabilidad de Bonomi,
ministro de la Guerra con Giolitti y su sucesor en la jefatura del gobierno, quien favoreció
de manera más decidida la actuación de las bandas armadas de Mussolini.
En el valle del Po son los propietarios los que llaman y subvencionan a los fascios para
poner fin a la ocupación de tierras e iniciar una contrarreforma agraria. Las expediciones
punitivas, en las que se apalea a los obreros o se les humilla, son contempladas por la
policía con satisfecha benevolencia mientras los ministerios del Ejército y Marina
extraen de sus presupuestos algunas partidas con las que financian a los grupos
paramilitares e incluso les proveen de armas.
Casi desde todos los ámbitos les llegan apoyos a los fascistas. Los industriales les
remiten fondos, la policía tolera sus violencias, los jueces son benévolos con sus delitos,
el ejército les provee de armas, la prensa pide comprensión para su actividad. En
noviembre de 1921 se reúnen en Roma representantes de 2.200 fascios con más de
300.000 miembros y se funda el Partido Nacional Fascista con el programa propuesto por
Mussolini, ya claramente reaccionario:
Estado fuerte,
expansionismo exterior,
liberalismo absoluto o renuncia del Estado a toda intervención en la vida
económica.
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El fracaso es total. Al anunciarse, los fascistas comunican que si el gobierno no lo impide
movilizarán a los escuadristas para mantener en funcionamiento los servicios de trenes,
autobuses y correos. La huelga les permite sustituir al Estado en la lucha social. Desde el
2 de agosto los fascios incendian las cooperativas y en algunos lugares obligan a punta
de pistola a reemprender el trabajo; en muchas ciudades controladas por los socialistas
ocupan por las armas las instituciones locales, y así en Milán se apoderan del
ayuntamiento, en Livorno expulsan a los concejales socialistas, en Génova queman el
periódico sindical II Lavoro.
Sólo existe en esos momentos un poder en Italia; por eso escriben Bernstein y Muza que
es asombroso que Mussolini tardara tres meses todavía en arribar al poder. Esta lenti tud
se debió a su propósito de no forzar el golpe de Estado y alcanzar la meta mediante una
presión nacional, que le entregaría el gobierno por medios lega les. Fue un riesgo, porque
todavía subsistían en Italia fuerzas que con un cambio de postura podrían haber frenado
la carrera del fascismo.
Tras la ocupación de ayuntamientos y gobiernos provinciales, el último episodio es la
«Marcha sobre Roma», anunciada por Mussolini el 12 de octubre. Miles de camisas
negras se reunieron en Nápoles; unos días después ocuparon los centros de
comunicación del Norte. El plan de hacer confluir sobre la capital en trenes miles de
escuadristas armados fue estudiado por un comité militar, en el que figuraban el general
de Bono, Ítalo Balbo y Bianchi, secretario general del Partido.
Italia fue dividida en 12 zonas, cuyos puntos neurálgicos serían ocupados antes de enviar
hacia Roma tres columnas. Mussolini, el 24 de octubre, se expresó con claridad: «No
esperamos entrar en el gobierno por la puerta de servicio... queremos llegar a ser el
Estado.»
El gobierno decide proclamar el estado de excepción el 28 de octubre, pero el rey se
niega a firmar el decreto, para evitar el derramamiento de sangre. Dimite el gabinete y el
rey pide a Mussolini que forme gobierno, el 30 de octubre. En los acontecimientos que se
producen entre el 12 de octubre y el 30, dos instituciones asumen una grave
responsabilidad: el ejército y el monarca. El general Emmanuele Pugliese, que mandaba
los 28.000 hombres del distrito de Roma, proclamó que sus tropas sólo obedecerían al rey
y al gobierno; era una fuerza suficiente para impedir la marcha sobre la capital; pero un
estudio reciente de Giorgio Rochet ha demostrado que la obediencia era sólo formal,
mientras se apoyaba a los fascistas.
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La responsabilidad del rey Víctor Manuel III es enorme. En su actitud influyeron su
desconfianza hacia el gobierno Facta, el apoyo que su primo el duque de Aosta prestaba
a los fascistas, con lo que podría convertirse en su candidato para la corona, y la consulta
que formuló a las autoridades militares, quienes le aconsejaron que no colocara al ejército
ante la prueba del choque con los fascios. En cualquier caso, como sostiene
Tannenbaum, el rey reflejó su tibieza hacia el régimen liberal, y el que pudiera negarse a
firmar el decreto de excepción pone de relieve un fallo de la Constitución.
Pero no son los únicos culpables. El jefe del partido conservador, Salandra, sirvió de
intermediario para conseguir la disolución del último gabinete parlamentario. Y los centros
financieros hicieron un esfuerzo decisivo para que Mussolini fuese la única solución; la
«Associazione Bancaria» entregó 20 millones de liras para financiar la «marcha sobre
Roma», y las Confederaciones de la Industria y la Agricultura comunicaron su rechazo
ante un intento de encargar la formación de gobierno a Salandra.
Mussolini forma el nuevo gabinete y hábilmente sólo nombra cuatro ministros fascistas.
Mas lo decisivo es que los fascios se convierten en una milicia voluntaria para la
seguridad del Estado.
5. LA EXPERIENCIA GUBERNAMENTAL MUSSOLINIANA
Carente de un auténtico programa de gobierno, sin otro bagaje que su ansia de poder,
Mussolini va a demostrar una astucia extraordinaria para hacer evolucionar el sistema
parlamentario italiano hacia un modelo de dictadura personal. La práctica constitucional
exigía el voto favorable de la Cámara, pero constituyendo los fascistas una minoría de
una treintena de diputados, resultaba imprescindible el apoyo de la derecha. En conjunto
se pueden distinguir dos fases en el proceso de sustitución de las estructuras
democráticas:
hasta enero de 1925 se cubre una etapa de dictadura solapada;
desde esta fecha, de dictadura abierta.
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(«prefectos volantes»), reclutados entre los «ras», restan toda autoridad a los prefectos
provinciales.
En un año Mussolini dispone de un Estado fascista paralelo. Aunque populares y liberales
se apartan recelosos y sus periódicos comienzan a criticar a Mussolini, votan muchos de
sus diputados la nueva ley electoral -ley Acerbo-, que prevé una sobrerrepresentación de
la lista más votada (los 2/3 de asientos de la Cámara). Se trata de un suicidio
parlamentario, solamente explicable por la capacidad de convicción del líder fascista, que
ofrece a algunos partidos presentarse con una lista conjunta. Y de esta manera, en las
elecciones de enero de 1924 el Listón, candidatura fascista en la que aparecen algunas
personalidades liberales e independientes, obtiene cinco de los siete millones de votos y,
en consecuencia, dispone de 374 de los 535 asientos del Parlamento, mientras los
partidos de oposición, que han cometido el error de presentarse con listas separadas, se
reparten del tercio restante el número de escaños proporcional al de votos populares. Los
fascistas disponen ya de la mayoría suficiente para acometer cualquier reforma
constitucional, son los dueños del Parlamento, pero las irregularidades cometidas durante
el proceso electoral aumentan la resistencia antifascista.
Al abrirse las sesiones de la Cámara el diputado socialista Matteotti efectúa una crítica
demoledora del fascismo y de la gestión gubernamental de Mussolini, solicitando que se
invalide la elección de los diputados del Listón, y también otros oradores refuerzan la
denuncia. El eco es grande en toda Italia; el discurso de Matteotti desata las lenguas.
Unos días después el valeroso secretario del partido socialista es raptado y
asesinado; su cadáver no apareció hasta dos meses después. La prensa publica
artículos indignados contra el fascismo criminal; es vox populi que el rapto ha sido
organizado por escuadristas a las órdenes del general de Bono, director de la Seguridad
General. Una parte de los diputados no fascistas, que colaboraban con Mussolini, como
Orlando y Albertini, se apartan de él. Por Italia se extiende una oleada de indignación: los
populistas de Sturzo, liberales, socialistas, universitarios, intelectuales y profesores que
firman un manifiesto antifascista, presionan a la Corte para que el monarca se pronuncie
por la retirada de la confianza a Mussolini.
Los diputados de la oposición abandonan el Parlamento y se consagran a una campaña
de denuncias contra la impunidad con que se mueven los escuadristas y el silencio de la
policía; remiten noticias a la prensa, estimulan el celo de los magistrados, denuncian a los
funcionarios que no cumplen con su deber de defensa de la legalidad.
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En las indagaciones sobre el asesinato de Matteotti el partido socialista se erige en
acusación privada y denuncia a de Bono, al secretario del Interior Finzi, al jefe del servicio
de Prensa Rossi, e incluso al mismo jefe del gabinete. Mussolini no duda en hacer dimitir
a de Bono y Finzi, y en detener a Rossi y a Dumini, jefe del comando secuestrador, pero
las declaraciones de los fascistas sacrificados comprometen a más altas instancias y el
clamor público contra Mussolini arrecia.
En los últimos meses de 1924 parece que el rey va a dar el paso de enfrentarse al
dictador; un grupo de empresarios, presidido por el senador Conti, intenta convencerle
para que se desenganche de Mussolini, pero el monarca, quizá temeroso del regreso a la
anarquía, o según los últimos estudios simpatizante de algunas fórmulas de autoridad
mussolinianas, deja transcurrir el tiempo pasivamente.
El 3 de enero de 1925 es una fecha clave en la Italia de Mussolini. Presionado por los
activistas, en un discurso ante el Parlamento se identifica con la violencia: «Si el fascismo
ha sido una asociación de malhechores, yo soy el jefe de esta asociación de
malhechores.» Frente a los diputados hostiles dice que ha llegado el momento de gritar
¡basta!, y promete a sus seguidores que aclarará la situación en 48 horas. El nuevo
ministro de Justicia, Rocco, ordena la puesta en libertad de todos los fascistas acusados
de algún delito, mientras se persigue con encono cualquier opinión, verbal o escrita, de
crítica a la autoridad del Estado.
El modelo estatal que Mussolini instaura se define por varias notas:
a) Régimen de dictadura personal
Aunque el rey conserva atribuciones como la posibilidad de revocación del primer
ministro, la jefatura del ejército y el nombramiento de los senadores, los nuevos órganos
se orientan hacia la concentración de la autoridad en el Duce, al que se le tributa un culto
desmedido y se le canta como estadista genial, hombre histórico, encarnación heroica de
la nación. La Cámara de diputados, disminuida por la expulsión de la oposición, a la que
considera Mussolini una carga inútil, se convierte en registro de los deseos del Duce. El
Gran Consejo fascista recibe el privilegio de presentar a sufragio universal una lista única
de 400 candidatos para ocupar los escaños parlamentarios. El Duce acumula el título de
jefe de gobierno, primer ministro, un número cada vez más elevado de ministerios,
secretario de Estado, caudillo del partido, y tras la aprobación de las leyes Rocco, la
iniciativa exclusiva de las leyes y la posibilidad de legislar por decreto.
b) Violencia e inseguridad jurídicas
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La violencia se convierte en un medio legal contra los enemigos del Estado. La policía se
refuerza y se aumentan sus atribuciones. Las leyes contra los emigrados permiten
confiscar sus bienes y anular su nacionalidad. Las que Rocco llamó «Leyes de defensa
del Estado» y sus detractores «leyes fascistísimas», suprimen los derechos individuales y
justifican la opresión: se anulan los pasaportes para el extranjero, se prohíben los partidos
políticos y los sindicatos, se instituye el delito de opinión, que permite la detención
incontrolada por la policía y la acusación contra los que tienen intención de cometer actos
subversivos, con lo que se introduce la monstruosidad jurídica de calificar propósitos en
vez de hechos. Un Tribunal especial de defensa del Estado, cuyos miembros son
nombrados por Mussolini, aumenta paulatinamente su jurisdicción tras restaurar la pena
de muerte, al tiempo que se instituía una policía, la OVRA ("Organizzacione di Vigilanza e
Repressione dell'Antifascismo"), creada en 1926 y especializada en la persecución de la
disidencia.
c) Monopolio de la propaganda
Los periódicos de la oposición son clausurados, así ocurrió con La Giustizia, órgano
socialista, o suspendidos, como lo fue La Stampa, que reapareció con el compromiso de
no ocuparse de política; o se les impone un director y una línea editorial determinada,
como ocurrió con el Corriere della Sera. Las asociaciones han de comunicar sus
reglamentos y sus reuniones. En las universidades se produce una intensa remoción del
profesorado. La nueva doctrina se convierte en obligatoria en la enseñanza y los
funcionarios han de jurar respeto y lealtad a las nuevas instituciones.
d) Un solo partido
El partido fascista, que se había concebido como un anti-partido, es decir como una
fuerza que se identificaba con la nación entera, terminó adoptando la forma de un
verdadero partido político sin ningún contrapeso de fuerzas rivales. Hasta 1922 era un
pequeño grupo, pero con el triunfo el aumento de sus miembros fue tan espectacular que
el abogado Giurati recibió el encargo de depurarlo y redujo sus efectivos de 1 millón a
660.000, con la consiguiente siembra de decepciones y enemistades; en los años 30 sólo
podían ingresar los que habían militado en organizaciones juveniles.
A partir de estas variaciones sintetiza Mario Einaudi que el partido fascista fue primero
coto de combatientes, luego de oportunistas y finalmente de los ciudadanos perfectos del
Estado. El partido tiene el monopolio de la educación política de la juventud, Mussolini
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soñaba con uniformar a los italianos, desde la infancia y en diversas instituciones
-pequeños italianos vanguardistas, jóvenes fascistas, etc.- se imparte instrucción
paramilitar, adornada con la retórica más asimilable por los jóvenes, a los que se presenta
un horizonte risueño de aventura, de camaradería, de vida al aire libre.
No sólo los jóvenes se encuadraron con cierto entusiasmo en estas novedosas células; el
régimen exhibió una notable capacidad para movilizar a las masas con el señuelo de sus
mitos, una vez suprimida la crítica o simplemente la información contradictoria. En
referéndums y elecciones se refleja la paulatina y creciente docilidad política del pueblo
italiano. En 1929, en una consulta al pueblo, se recogen 8.5 millones de votos por el sí y
136.000 votos por el no; en 1934 diez millones de respuestas afirmativas y sólo 15.000
negativas. El fascismo demostró que con el control de la prensa y de la enseñanza se
puede conseguir un grado de uniformidad nunca soñado -ni deseado- en los regímenes
democráticos.
La declaración de Fedéle, ministro de Instrucción: «El gobierno exige que toda escuela,
en todos sus grados, en toda su enseñanza, eduque a la juventud italiana para
comprender al fascismo y vivir en el clima histórico creado por los servicios fascistas»,
constituye un exponente de este régimen de monolitismo mental.
“Es perfectamente concebible que un Consejo Nacional de las Corporaciones sustituya en su
totalidad a la actual Cámara de Diputados, que nunca fue de mi gusto. Es anacrónica hasta en su
misma denominación; pero es una institución que ya existía cuando nosotros entramos, con su
carácter ajeno a nuestra mentalidad y a nuestra pasión de fascistas. Esa Cámara presupone un
mundo que nosotros hemos demolido; presupone la existencia de diferentes partidos políticos y, a
menudo, una injuria al espíritu de trabajo. Desde el día en que suprimimos la pluralidad de
partidos, la Cámara de diputados ha perdido su razón de ser.”
B. Mussolini. Discurso del 14 de noviembre de 1933.
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años siguientes se ocupó Somalia, y Albania se convirtió en protectorado italiano, hasta
que fue invadida por tropas italianas en 1939.
Esta actitud política inicial es la que explica que, en 1925, Mussolini fuese uno de los
participantes de la Conferencia de Locarno, tras la cual Europa pudo disfrutar durante un
quinquenio de unas relaciones distendidas. Y aunque la distensión resulta más aparente
que real, porque quedan ocultas posturas interesadas por parte de todos, y además
porque de hecho los propósitos de Locarno son incumplidos o fracasan como fórmulas de
paz, al menos durante este período se deben apuntar los siguientes precedentes de
integración europea: comisión preparatoria de la Conferencia de Desarme (1926),
Conferencia Económica Internacional (1927), pacto internacional de renuncia a la guerra
(1928), proyecto de Briand de una federación europea (1929).
Y al igual que sucedía en Europa, la distensión también afectó a la política italiana
respecto al ya largo contencioso con el Vaticano. En 1929, se firmó un tratado que
regulaba la situación jurídica de la Santa Sede , y un Concordato que establecía las
relaciones de la Iglesia con el Estado italiano. Dichos acuerdos son conocidos
comúnmente como los Pactos Lateranenses. Con la firma de los Pactos Lateranenses (11
de febrero de 1929) se zanjaba un problema que duraba ya casi seis décadas, pues la
ocupación de Roma (20 de noviembre de 1870) culminaba la liquidación de los Estados
Pontificios en beneficio del nuevo Estado italiano.
Ya en el pontificado anterior se habían emprendido movimientos de aproximación entre
las dos partes, sin que se consiguiera llegar a ningún acuerdo. Pero desde 1926 dieron
comienzo unas largas y delicadas negociaciones secretas, hoy conocidas tras la
publicación del diario de unos de los principales protagonistas por parte del Vaticano,
como fue el abogado Francesco Pacelli, hermano del futuro Pío XII, nuncio en Berlín por
aquellas fechas.
Los Pactos Lateranenses, que permitieron la creación del minúsculo Estado del Vaticano,
estaban formados por un tratado entre la Santa Sede y el Estado italiano, un Concordato
entre la Iglesia e Italia y un convenio económico. El artículo 26 del tratado reconocía la
existencia del «Estado de la Ciudad del Vaticano bajo la soberanía del romano pontífice»;
el territorio era pequeñísimo, pero resultaba suficiente para facilitar la independencia de
las actuaciones del sucesor de san Pedro.
En el Concordato, Pío XI conseguía frente al fascismo salvaguardar dos aspectos
fundamentales, como eran el derecho a la enseñanza religiosa en la instrucción pública y
el reconocimiento de los efectos civiles del sacramento del matrimonio, regulado por el
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Derecho canónico. En cuanto al convenio económico, la indemnización solicitada en
principio de 2.000 millones de liras fue sustancialmente rebajada.
Por su parte Mussolini, personaje agnóstico y pragmático, consciente de que en la Italia
católica tarde o temprano había que dar una solución a la «cuestión romana», buscó un
acuerdo por el prestigio nacional e internacional que podía proporcionarle una solución,
que los gobiernos anteriores no habían sabido encontrar a lo largo de casi sesenta años.
Pío XI, aunque se mantuvo siempre firme y combativo frente a la ideología anticristiana
del fascismo, a la que llegó a condenar formalmente, manifestó su reconocimiento hacia
la persona que hizo posible el acuerdo. Dicho Concordato estuvo vigente con la República
romana hasta el 18 de febrero de 1984.
Con la renuncia a los Estados Pontificios, la Iglesia ponía fin a la milenaria época
constantiniana. De este modo, al abandonar sus reivindicaciones temporales, la Iglesia se
concentraba en su fin primordial y específico: el pueblo de Dios, apoyándose
exclusivamente en la fuerza del Espíritu Santo. Por lo demás, no deja de ser paradójico
que el pontificado recobre en esta nueva etapa un prestigio tal, sólo comparable al de los
momentos más brillantes de toda su historia. En efecto, desde 1929 hasta la actualidad,
cada uno de los sucesivos sumos pontífices ha visto aumentar su autoridad espiritual y
moral dentro de la Iglesia y también fuera de ella.
La realidad es que, de inmediato, los fascistas violaron los acuerdos de los concordatos
que habían firmado y desataron una implacable persecución contra la Iglesia. Demasiado
temprano tuvo que denunciar Pío XI los ataques del fascismo contra la Acción Católica de
Italia, mediante la encíclica Dobbiamo intrattenerla (25 de abril de 1931). En el mes de
mayo de 1931, Mussolini disolvió las asociaciones juveniles católicas. Al mes siguiente, la
condena del fascismo era tajante en la encíclica Non abbiamo bisogno (29 de junio de
1931), documento en el que se podían leer párrafos como los siguientes: «la batalla que
hoy se libra no es política, sino moral y religio sa; exclusivamente moral y religiosa [...].
Una concepción del Estado que obliga a que le pertenezcan las generaciones juveniles,
es inconciliable para un católico con la doctrina católica; y no es menos inconciliable con
el derecho natural de la familia».
La advertencia del papa tampoco sirvió para detener a los dirigentes fascistas en su
galope hacia la barbarie, que a imitación de los nazis llegaron a promulgar leyes racistas.
Ante estos hechos, Pío XI preparó un nuevo texto durísimo que se proponía leer en el
décimo aniversario (11 de febrero de 1939) de la firma de los Pactos Lateranenses, en
presencia de todo el episcopado italiano que había sido convocado en Roma. No se pudo
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celebrar ese acto, ya que Pío XI murió la víspera de dicho aniversario; sin embargo,
conocemos su contenido pues fue publicado posteriormente por Juan XXIII.
El documento, conocido como la alocución Nella luce, iba dirigido a los obispos italianos y
Pío XI ponía de manifiesto, una vez más, la incompatibilidad entre la ideología fascista y
la doctrina de Jesucristo que, como su vicario en la tierra, debía conservar y transmitir.
Por otra parte, las relaciones entre Italia e Inglaterra se pueden calificar como
amistosas hasta que el acercamiento entre Hitler y Mussolini se estrechó y las hizo
cambiar de tono, en beneficio de los intereses nazis. Y en cuanto a Francia, si no resulta
adecuado hablar de relaciones amistosas, al menos habrá que calificar la convivencia de
estos dos países como de no beligerantes, en estos primeros años. Y puestos a
reconocer intereses comunes se pueden encontrar éstos en 1935, año en el que las tres
naciones —Francia, Inglaterra e Italia— condenan la actitud expansionista nazi en la
Conferencia de Stressa.
Pero en el otoño de 1935, tras pacificar los territorios de Libia, el fascismo decidió
ampliar su Imperio colonial en África oriental a costa de Abisinia (Etiopía), que fue
invadida, sin previa declaración de guerra. Lo que sobre el papel se juzgaba como una
«fácil» acción militar, en su puesta en práctica no lo fue tanto, y la catástrofe de Adua de
1896 estuvo a punto de repetirse. Sin embargo, en mayo de 1936 las tropas italianas
consiguieron entrar en Addis Abeba y derrotar a Haile Selassi, emperador de Etiopía,
cuyo título fue adjudicado a Víctor Manuel III.
Gran Bretaña y Francia protestaron por la invasión ante la Sociedad de Naciones, que
puso de manifiesto su ineficacia represiva con los países invasores. Tras largos debates
se propuso un boicot internacional, por el que no se venderían a Italia armas ni
carburantes, además de negarle los créditos que solicitara. La medida fue generalmente
secundada, por lo que Hitler se apresuró a atemperar la soledad del Duce con su apoyo
incondicional.
Italia había caído definitivamente en la órbita alemana. El 1 de noviembre de 1936,
Mussolini proclamó que «el eje de Europa pasa por Roma y Berlín». Las pocas dudas que
pudiera encerrar esa frase quedaron totalmente despejadas el 22 de mayo de 1939, fecha
en la que se firma un tratado de amistad y alianza entre Italia y Alemania, conocido bajo el
nombre de «Pacto de Acero».
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MUSSOLINI EN ITALIA, 1922-1945
Inestabilidad e ineficacia política de gobiernos liberales de coalición
(Giolitti, Bonomi, Facta) tras I GM (muchos gobiernos en pocos años,
corrupción, ineficacia, importantes partidos políticos -popolari,
socialistas- no forman parte del gobierno) y promesa de gobierno fuerte
CIRCUNSTANCIAS y estable por parte de Mussolini.
QUE POSIBILITARON Grave crisis económico-social tras I GM (desempleo, inflación, huelgas,
SU ACCESO AL cierres de fábricas, formación de grupos paramilitares, vagabundos por
PODER calles, amenaza marxista,.) genera descontento, miedo, inseguridad...
en la sociedad partidos extremistas (P. Fascista) explotan estos
factores en su provecho.
Creación del Partido Nacional Fascista, 1921, por Mussoliniagrupa
Camisas Negras y obtiene algún éxito electoral (35 diputados), ganando
popularidad.
Descontento y vergüenza nacionalista ante ‘victoria mutilada’
Mussolini promete recuperar orgullo nacional italiano.
Violencia fascista contra los grupos marxistas Apoyo de burguesía,
terratenientes a los fascistas, por miedo a la revolución marxista
(ocupaciones de tierras, huelgas, ...) y demostración de la efectividad
de la violencia y la acción D’Annunzio en Fiume, ejemplo para
fascistas.
Complicidad de las autoridades gubernamentales ante actuaciones
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violentas de los fascistas.
Actuación del rey Víctor Manuel III, ante Marcha sobre Roma, 1922
nombra Jefe de Gobierno a Mussolini para evitar enfrentamiento
armado.
Ley Acerbo, 1923 posibilita mayoría absoluta (2/3 de diputados) al P.
Fascista en Parlamento, 1924.
Uso del terror y violencia contra oponentes políticos caso Matteoti,
MVSN (Milicia Fascista), OVRA (policía política), campos de
concentración, Tribunal Especial para delitos políticos, exilio,
ELIMINACIÓN DE LA atemorizan a oposición.
OPOSICIÓN POLÍTICA Supresión de alcaldes elegidos democráticamente por fascistas (1925).
Quema y cierre de medios comunicación de la oposición.
Clausura del Parlamento.
Ilegalización de todos partidos políticos, salvo el PNF y prohibición de
sindicatos, menos el Fascista.
Supresión de oposición interna en PNF, 1925 (squadristi / ras)
radicales, pretendían llevar a cabo revolución fascista, acusan de
‘respetable’ a Mussolini.
Primeros años: política liberal (Stefani) estímulo de inversión,
reducción de intervención estatal y del gasto público, esfuerzo por
equilibrio presupuesto.
CONTROL DE LA Tras 1926, política capitalista intervencionista: capitalismo como forma
ECONOMÍA económica, con fuerte intervención estatal política de obras públicas
(autoestradas, túneles en Alpes, Marismas Pontinas, nuevas
ciudades,...) para desempleo, batalla de la lira (revaluación de lira),
batalla del trigo (autoabastecimiento de cereal), control del mundo
laboral (Estado Corporativo, Carta Lavoro), control de comercio exterior,
control de Banca, control de la industria por el Estado (IRI),... pero
intereses de gran industria italiana (COFINDUSTRIA) salvaguardados y
representados.
Política autárquica: intento de autoabastecimiento, sin importaciones
(batalla del trigo), por razones nacionalistas y militaristas Poco éxito
económico.
Intimidación y uso de violencia: Uso de MSVN, OVRA, campos de
concentración, Tribunal Especial para delitos políticos, purgas en
CONTROL DE LA Administración, tribunales de justicia y profesorado, para atemorizar a
SOCIEDAD población.
Persuasión y uso de propaganda: Control de medios de comunicación
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(prensa, radio, cine); control del mundo laboral (Estado Corporativo,
Carta Lavoro) y ocio; control de juventud (ONB o Balilla, GUF); control
de educación (temario libros texto, profesores, GUF); control de familia
y mujer (batalla de nacimientos); uso de propaganda por MINCULPOP
(culto personalidad Mussolini, manifestaciones pro-Mussolini, noticiarios
en cines,..); importancia de carnet fascista para ascenso, organización
de eventos deportivos exitosos (Mundial Fútbol).
Expansionista e imperialista: Fiume y Zara (1924); Abisinia, (1935-6);
Guerra Civil Española, (1936-1939); Albania (1939); agresiva: Corfú
(1923); Abisinia; desafiante ante SdN: Corfú, Abisinia, Comité de No
POLÍTICA Intervención en SdN; anticomunista: Pacto Antikomintern (1936).
EXTERIOR Oportunista: buenas relaciones con Francia y Gran Bretaña, contra
Alemania (Locarno, 1925; Frente de Stresa, 1935), pero se alía con
Alemania nazi tras crisis de Abisinia (Eje Roma-Berlín, 1936; Pacto de
Acero, 1939) y le facilita el Anschluss con Austria, 1938. Entra en la II
Guerra Mundial en 1940, cuando Francia está totalmente derrotada.
Fracasada: Invasión aliada de Italia durante la II GM cese en 1943
por el Rey y Badoglio; fundación de República de Saló (títere de Hitler)
y fin de Mussolini al final de la guerra, 1945.
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