Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Critica Literaria El Analisis de Los Textos I
Critica Literaria El Analisis de Los Textos I
Universidad de Murcia
Universidad de Murcia
Para los tres movimientos, que se desarrollan independientes los unos de los otros en
los primeros cincuenta años de este siglo, la tesis fundamental era que la obra literaria no es
un documento o vehículo para un valor trascendental a ella: les interesaba la literatura en
tanto literatura, como construcción particular y vía de conocimiento específico, como arte
formado de un modo peculiar. Por ello, los tres movimientos citados coinciden en un doble
intento: a) dotar de autonomía a la ciencia literaria respecto de otras ciencias o saberes
humanísticos y b) definir los textos literarios en su inmanencia, en su funcionamiento
específico, como objeto de esa nueva ciencia. Para esa definición siguieron un instrumental
metodológico fundamentalmente formalista: el análisis de cómo funciona, se organiza y
construye el lenguaje en los textos literarios. El movimiento que más influencia posterior ha
tenido, y el que de modo más sistemático ha contribuido a una poética formal, es el llamado
formalismo ruso, al que precisamente acogieron y difundieron como sus maestros los
estructuralistas europeos de los años sesenta. El formalismo ruso supone el sentido fuerte de
la poética formal y a él volveremos de inmediato. Los otros dos movimientos, la estilística y
el New Criticism, suponen un sentido más débil de la poética formalista y podrían
entenderse ambos como movimientos de transición hacia la poética formal. La estilística,
porque actúa de puente entre la estética idealista y el estructuralismo posterior, y el New
Criticism, porque se presenta mucho menos radical en sus afirmaciones formalistas, en gran
parte porque sus miembros pertenecen a la tradición crítica norteamericana, menos ligada a
la lingüística de lo que lo estuvieron los teóricos europeos.
3. El formalismo ruso
En 1916 se crea en San Petersburgo la Sociedad para el Estudio del Lenguaje Poético
(OPOJAZ), que, junto al reciente Círculo Lingüístico de Moscú, creado en 1915, reuniría a
los miembros del grupo que luego sus detractores llamaron peyorativamente "formalistas
rusos". Ambas sociedades estaban formadas por jóvenes lingüistas, artistas y estudiosos de
la literatura vinculados a la renovación vanguardista del arte y a una exigencia de rigor
metodológico en los estudios lingüísticos y literarios que en las universidades del momento
estaban dominados por el positivismo de los neogramáticos y el idealismo, contra los que
los jóvenes formalistas reaccionaron radicalmente. Sus dificultades con el estalinismo, la
fuerte crítica de L. Trotsky comportaron el exilio (R. Jakobson) y la renuncia a los
postulados propios (Tinianov, Tomachevski, V. Sklovsky).
Cuando un formalista ruso como B. Eijembaum realiza su excelente presentación de
las tesis del grupo, destaca su interés por los aspectos teóricos de la literatura, con una
metodología fundamentada en el acceso a la “obra en sí”. Rechaza el calificativo de
“formalistas” frente a “especificadores” (por investigar las cualidades específicas de la
expresión literaria). R. Jakobson acuña el término de literariedad: El objeto de la ciencia
literaria no es la literatura, sino la literariedad, es decir, lo que hace de una obra dada una
obra literaria. Si definieron con la literariedad un objeto nuevo para la ciencia literaria,
quisieron también definir un método que Eijembaum llama “morfológico”: los rasgos
distintivos de la literatura se obtienen mediante el análisis de los procedimientos de su
construcción formal, de su especial modo de expresar. Todo lo demás queda subordinado a
esa perspectiva unificadora de una forma que explica la función de los mecanismos (rima,
aliteración, metáfora, etc.), según el principio constructivo. La estructura literaria se ordena,
para ellos, según el principio ordenador de la perceptibilidad de la palabra.
V. Sklovsky ha definido el fenómeno de extrañamiento, como clave explicativa del
lenguaje literario. Frente a la lengua cotidiana, que apenas concede atención a las palabras y
que nos da una percepción del mundo desvanecida y automatizada, en que el signo es sólo
un simple sustituto del objeto, sin relieve alguno, la lengua literaria está llena de artificios y
procedimientos para aumentar la dificultad de la percepción y conseguir de ese modo que el
receptor se fije en la forma del mensaje, en la palabra. Es el volumen superior, cuantitativa y
cualitativamente, de “artificio”, lo que desautomatiza la percepción y nos ofrece una visión
del lenguaje, no un mero reconocimiento pasivo de su contenido. La confrontación lengua
cotidiana/lengua literaria reflejó una concepción de poético-lingüística que parte de la
corriente futurista: el lenguaje Zaum (el lenguaje poético intenta superar la razón y se aleja
del poder lógico comunicativo del lenguaje común). Tal perspectiva les llevó a indagar
sistemáticamente los procedimientos constructivos del lenguaje lírico y de la prosa artística,
sobre todo del lenguaje narrativo. Fueron los formalistas los que de ese modo contribuyeron
al desarrollo de una métrica moderna y los que sentaron las bases de la narratología.
En esta, aparte de la influencia capital que luego tendría el libro Morfología del
cuento de V. Propp, han sido también capitales los conceptos de motivación de
Tomachevski, que se interesa por el modo cómo se conectan los distintos episodios o
motivos elementales que conforman una historia, concibiendo todo relato como una
composición de estos motivos que son su red temática; pero, que se subordinan
funcionalmente al principio constructivo del interés o trama. En toda narración hay una
fábula, orden cronológico, lógico-causal, en que puede traducirse la estructura semántica
básica de una historia y un argumento o estructura narrativa, que es el modo como aquel
material semántico se organiza artísticamente.
Si la primera etapa del formalismo ruso, con casi exclusiva dedicación a los
mecanismos de composición líricos y narrativos, la segunda etapa vio el planteamiento de
una serie de cuestiones como las de evolución literaria, relación de la literatura con las
series no literarias y el funcionamiento de ésta como sistema. Destaca en este campo la obra
de I. Tinianov con su idea de que la evolución literaria no es una sucesión cronológica de
datos externos, sino que se debe estudiar como sustitución de sistemas; además de definir el
código poético como principio de organización poético a partir de las tensiones de la palabra
que es sometido por la dimensión textual (léxico + gramática). Para ello era preciso aclarar
que la obra literaria misma y sus formas constituyen un sistema en el que cada elemento se
Universidad de Murcia
define por su función y no por su esencia. Tal visión estructuralista se combinó en Tinianov
(tesis de Jakobson-Tinianov de 1928), con una consideración dinámica del funcionamiento
de los sistemas culturales. No sólo una obra particular, por ejemplo El Quijote, funciona
como un sistema jerárquico de dependencias internas como la oposición serio-cómico,
realidad-ficción, sino que la literatura en su conjunto es un sistema dinámico cuyos cambios
obedecen a la sustitución de los principios dominantes por otros.
Con estas teorías, el último formalismo supo relacionar la poética con la historia y
adelantar interesantes propuestas sobre fenómenos no unilaterales como la parodia, el
arcaísmo, la función del cliché o del argot, la metáfora gastada, etc. No pudo el formalismo
ruso desarrollar tales tesis programáticas que paulatinamente se abrían desde su inicial
interés formal-composicional hacia el estudio de cómo la obra literaria, siendo sistema, lo es
en el seno de conjuntos más amplios, que también son susceptibles de ser considerados
sistemas: el literario, el histórico, el de la vida social, etc. Actualmente se está revelando una
imagen del formalismo cada vez más entroncado con preocupaciones recientes de la teoría.
4. El estructuralismo francés
Los años sesenta fueron para la teoría literaria, la psicología, la antropología, etc., los
años del dominio de las tesis estructuralistas. La lingüística, nacida a partir del Cours de F.
De Saussure, y en especial el desarrollo de un sistema fonológico hizo que el
estructuralismo se acomodara en la lingüística como el proyecto central. También en las
ciencias literarias, mucho más cuando R. Jakobson, Lévi-Strauss o A. J. Greimas se
ocuparon de los textos observándolos desde las categorías, distinciones e hipótesis de la
lingüística. Un mito, un cuento, un poema, un sistema de parentesco eran objetos tras los
que se buscaba el sistema o estructura que informaba las relaciones que entre sí establecían
sus unidades revelándose pronto que esa estructura o sistema de relaciones respondía con
sus paralelismos, equivalencias y oposiciones binarias a ciertas constantes universales, a una
langue que subyace y otorga su lugar —función— y su valor a los hechos particulares.
Aunque algunos detractores menos inteligentes pretendan reducir el estructuralismo a
un ciego mecanicismo analítico, la lectura atenta de Lévi-Strauss, de Jakobson, de Greimas,
muestra que fue un proyecto intelectual de amplio alcance, radicalmente antipositivista, que
pretendía descubrir en las distintas facetas del comportamiento humano principios
universales, un código explicativo, una gramática proyectiva común, etc. Esta corriente
defenderá que el significado de un elemento es el lugar que ocupa en sus relaciones
opositivas con otros dentro del sistema o estructura del que forma parte. Los estructuralistas
analizaron la poesía y los relatos buscando en ella y ellos una estructura y un
funcionamiento análogo a la estructura que en las lenguas había revelado la lingüística.
Para la teoría de la poesía fueron muy importantes las actualizaciones de R. Jakobson
de las tesis formalistas y del Círculo de Praga sobre la dinamización desautomatizadora de
la palabra por el expediente de volcar la atención del oyente sobre la propia forma del signo.
En 1958 Jakobson realiza una ponencia titulada Lingüística y poética, con la que recuerda
sus teorías sobre la dominante estructuradora de la poeticidad expuestas ya en su estudio
sobre Xlebnikov de 1919, para subrayar que en la poesía el relieve del signo, hace patente el
principio constructivo dominante de la función poética, según la cuál, el mensaje concentra
la atención en el texto mismo a través de artificios o equivalencias sintagmáticas que se
manifiestan en recurrencias, reiteraciones, etc. (verso, rima, aliteraciones, paralelismos…),
que la retórica clásica ha denominado sermo ornatus. Para Jakobson la poesía de todas las
lenguas y épocas responde a este principio universal de organización recurrente que
responde al mismo tiempo a un fundamento gramatical que rige las series metafóricas, los
paradigmas verbales, etc. El principio gramatical de toda poesía es que la contigüidad, la
sucesión de sonidos, frases, etc., se llena de semejanzas, de paralelismos, de recurrencias.
Como recordará S. R. Levin con el término de coupling, el lenguaje poético posee una
estructura acoplada: sus versos son repeticiones de esquemas semejantes en lugares también
semejantes, lo que facilita la perdurabilidad y permanencia del mensaje poético; en cambio,
en la poesía moderna, el ritmo no viene determinado por el verso, sino por la sintaxis.
Riffaterre sostiene que el estilo sólo puede valorarse mediante el análisis de su
naturaleza esencial: el lenguaje, plano en que se seleccionan los rasgos que caracterizan al
estilo. Este es el punto de arranque de su conocida definición: por estilo literario yo
entiendo toda forma escrita individual con intención literaria, es decir el estilo de un autor
o, más bien, de una obra literaria aislada, o incluso de un paisaje aislado. Este
planteamiento llega a descubrir una curiosa relación entre lingüística y estilística, disciplina
que debe atender sólo a los conceptos peculiares del lenguaje literario, dirigiendo
fundamentalmente su atención al plano del receptor, del descodificador, mientras que a la
lingüística, por la amplitud de sus fundamentos, le corresponde el plano del emisor. La
complejidad del mensaje literario proviene de las previsiones que, durante la creación, el
autor realiza para que su texto sea descodificado conforme a unas pautas precisas. Por ello,
el mensaje literario y el mensaje coloquial no pueden coincidir. El autor orienta la voluntad
receptiva del lector, ya que carece de otros mecanismos habituales en la lengua corriente
(como podrían ser los gestos o la entonación) y ha de sustituirlos por marcas de lenguaje
literario que retengan la atención de ese descodificador en los puntos en los que el creador
fía la intención literaria de su texto. Tales rasgos han de objetivarse en el texto, por lo que la
tarea del crítico será la de reconstruir esa función del lector, para desde ella averiguar qué
procedimientos son los que puso en juego el autor para llamar la atención del receptor.
Ahora bien, el autor fundamenta su estilo en la imprevisión de los rasgos que entrega
al lector. De algún modo, el crítico tiene que darse cuenta de que lo que el escritor busca es
limitar —para conducirla a su objetivo— la libertad de percepción del lector: organizar, en
suma, el proceso de descodificación.
Universidad de Murcia
5. La escuela estilística
La hipótesis que está en la base de la estilística, en su vertiente literaria (hay una
lingüística: Ch. Bally), es la de que el lenguaje literario es un lenguaje especial, desviado
respecto al lenguaje normal (desvío). Esta tesis, de amplia tradición, tiene su origen en la
propia retórica, que había clasificado toda una serie de recursos, tropos y figuras que el
lenguaje literario emplea. La tesis estilística es que tales desviaciones o particularidades
idiomáticas se corresponden y explican por las particularidades psíquicas que revelan. Tal
presupuesto es común a Leo Spitzer, Amado Alonso, Dámaso Alonso, Carlos Bousoño, etc.,
y reproduce toda una concepción del lenguaje que nace del árbol de la lingüística idealista.
También converge en la estilística la poderosa influencia de la fenomenología de Husserl,
sobre todo en Amado Alonso y, en particular, para la idea de la conciencia como estructura
del dato fenoménico; la forma lo es de una intuición y esta solo es apresada por la vía del
espíritu reflejado en la lengua.
El más conspicuo representante de la estilística literaria es Leo Spitzer, filólogo
alemán, autor de un método estilístico que intenta trazar ese puente entre desvío idiomático
y raíz psicológica, en el que encuentran sentido e interpretación unitaria los particulares
rasgos de la lengua de un escritor. La comprensión de la estructura, del conjunto de una
obra, ha de ser para Spitzer unitaria y realizarse a partir de una intuición totalizadora, punto
de partida de su famoso método filológico circular. Por ejemplo, el ser Quevedo un hombre
angustiado, fruto de dialécticas, tensiones y desengaños, en una época, el Barroco,
particularmente agónica, explica los constantes contrastes de su estilo, la dialéctica del ser-
parecer tras la que se oculta una visión desengañada de la realidad. Unicidad, pues, entre
sujeto y objeto de la creación lingüístico-literaria, entre poeta y peculiaridad estilística.
Amado y Dámaso Alonso coinciden en lo esencial con esta tesis de la intuición
totalizadora como vehículo hacia la génesis de la forma artística en el alma creadora del
artista. Amado Alonso incorpora un rasgo peculiar: su insistencia en el carácter integrador y
unitario de la forma artística en que se aúnan y son indivisibles del sistema expresivo los
elementos sustanciales (psíquicos, temáticos, filosóficos) y materiales (recursos verbales).
Toma también de la fenomenología el tópico de la forma intencional como unidad superior
objetivadora. Dámaso Alonso incorpora una inteligente discusión a la teoría del signo
lingüístico de De Saussure, proponiendo frente a ella un significante y un significado
complejos donde se aúnan elementos no únicamente materiales ni únicamente conceptuales
respectivamente, sino valores conceptuales, afectivos de los hablantes.
6. Desarrollo posterior de las tesis formalistas
El amplio debate que se originó a partir de las tesis de Jakobson y del análisis del
soneto Les Chats de Baudelaire. Algunos participantes mostraron el carácter reduccionista
del análisis de los dos maestros estructuralistas, que se habían fijado en esquemas de
TEMA 3. La narratología
Bibliografía (2, 4, 5, 6): Darío Villanueva, (vv. aa.): Curso de Teoría de la
literatura. Madrid. Taurus, 1994.
Universidad de Murcia
(sistema poético) que en lugar de dividir las DS (descripciones estructurales) en dos clases,
poéticas y no poéticas, determine cuáles DS corresponden a ciertas regularidades poéticas, es
decir, SP ordena DS según una escala de poeticidad. El input de este sistema serían las frases
generadas por una G (gramática) de una lengua dada, y el output frases con la marca de las
estructuras impuestas por las reglas poéticas. Pero Bierwisch entiende que algunos de estos
sistemas son estéticos y de naturaleza extralingüística.
La analogía SP con G es asimismo difícil de sostener, ya que reconoce dicho autor que
SP es un sistema adquirido y no una competencia innata, es decir, se trata de una habilidad o
dominio vinculado a factores sociales, históricos y sociológicos. Que la competencia no sea
una capacidad innata, sino una habilidad y que venga condicionada por factores sociológicos,
históricos y estéticos es el problema central que se plantea en el estudio de Bierwisch.
• Van Dijk → marca el límite final de una poética generativa y el inicial de una poética
textual. En su obra Some Aspects of Text Grammar, propone un modelo de derivación formal
tomado de la semántica generativa, pero el objeto será el texto como totalidad. Explica la
noción de competencia literaria entendida como habilidad o capacidad de los humanos para
producir o interpretar textos literarios. Para Van Dijk la noción de competencia viene
vinculada a la aceptabilidad. Son literarios aquellos textos aceptados como tales en una
cultura. Esto vincula la competencia al componente pragmático y contextual. De ahí que una
poética generativa textual del hecho literario le lleve a separar “gramaticalidad” de
“competencia”. Todo texto literario para Van Dijk necesita ser descrito por sus propiedades
textuales, como por unos factores de comunicación textual.
La Poética generativo-textual es sólo un mecanismo formal, lo que el autor llama
macrocomponente1 queda prácticamente reducido a una teoría del relato de apoyatura
conceptual estructuralista. Para Van Dijk la Gramática Textual Literaria requiere categorías y
reglas que, perteneciendo a la lengua y, por tanto, dentro de Gramática Textual General, no
pertenecen a la Gramática Normativizada, bien por ser anómalas o bien por no estar previstas
en ella. Por ello, Van Dijk habla de la creación de unas Extensiones Complementarias de la
Gramática Normativizada. En definitiva, habla de una gramática del texto que incluya tanto
los textos comunes como los artísticos.
3. La crítica textual
La crítica textual proyecta las teorías textuales a las teorías del texto literario,
incluyendo el concepto de estructura y entendiendo el texto en términos comunicativos
(contexto, cotexto, intertextualidad, intencionalidad, etc.). La coherencia la encontramos en la
repetición de elementos. Un texto posee un número limitado de elementos y con esos
1
Estructura profunda del texto. El autor las define como estructuras semánticas normales que “por ejemplo, con
forma proposicional definen el significado de las partes de un discurso y del discurso completo con referencia a
los significados de las frases individuales”. Así las macroestructuras, a través de una serie de reglas producen
macroestructuras globales para producir la macroestructura más general del discurso.
10
Universidad de Murcia
4. Pragmática literaria
La Gramática Textual Literaria de Van Dijk incluía un componente pragmático: junto a
la teoría de los textos literarios tal componente discurriría sobre una “teoría de la
comunicación literaria”. La pragmática había recogido el concepto de speech act de Austin y
Searle por el que se vio posible y necesario sustituir la pregunta esencialista “¿qué es
literatura?”, por la de “¿qué tipo de acto de lenguaje cumple el escritor de textos literarios?” o
“¿qué tipo de acción realiza el lector de ficciones?”. Desde el seno mismo de las metodologías
lingüísticas se puso en cuestión el concepto en cuestión el concepto de lengua literaria. No se
aceptó que la literatura pudiera definirse como un tipo de lenguaje objetivable y describible en
el análisis de las propiedades verbales de los textos. Frente a una teoría de la lengua literaria
se propuso una teoría del uso literario, una teoría de la comunicación literaria en el contexto
de las producciones artísticas y de las definiciones sociales que tales producciones generan.
La literatura no es tanto una estructura verbal diferenciada como una comunicación social,
institucional e históricamente diferenciada. Lo literario es un modo de producción y de
recepción comunicativa en el seno de una determinada sociedad y de un momento histórico
concreto. Las críticas sistemáticas a las tesis formalistas y estructuralistas haciendo ver cómo
los caracteres y rasgos lingüísticos con que éstos habían cifrado la literariedad (recurrencia,
extrañamiento…) se daban por igual en textos no literarios. De la misma manera se hacía ver
11
cómo muchos textos religiosos, jurídicos, folklóricos, filosóficos… cuyo origen e intención
no eran literaria podían sufrir descodificaciones literarias.
De acuerdo con J. Ellis la convencionalidad de la sanción de un texto como literatura se
realiza en muchas variadas esferas de la vida social y no es una sanción individual del lector.
S. J. Schimdt realiza un programa conocido como “teoría empírica de la literatura”,
tendente a objetivar los términos de las teorías de las ciencias implicadas en el proceso
conocido como “comunicación literaria”. Se trata de estudiar las actividades que “asignan
significado” a los textos. La comunicación literaria no es un contacto directo autor-lector, sino
un conjunto de actos sociales construidos además sobre la base de esquemas de actos
(convenciones, normas) por mediación de códigos admitidos por los participantes y cuya
“competencia” es regulada por largos procesos de aprendizaje y conducta práctica. La
pragmática no pretende, por tanto, ocuparse de textos aislados, sino que parte de una ambición
meta-teórica: estudiar las condiciones, funciones, estructuras y consecuencias de los distintos
actos que concurren al intercambio literario. En sus propias palabras “Teoría de la
comunicación literaria es la teoría de los actos de comunicación literaria y de los objetos,
estados de cosas, presuposiciones y consecuencias que tienen importancia para esa
comunicación”. Esto implica, junto a una teoría de la producción y de la recepción, una teoría
de la mediación institucional: el procesamiento cognitivo de los textos de acuerdo con la
psicología cognitiva.
5. Neoempirismo lógico
A principios de siglo XX se constituye una corriente filosófica conocida como el
neoempirismo lógico; tras el positivismo decimonónico, la nueva dificultad que se presenta
en relación con la naturaleza ya no es tanto someterla, como describirla (la condición de
lógico nos acerca al término de sistema, método descriptivo) . Conseguido un alto de
satisfacción en el desarrollo de los objetivos positivistas del siglo XIX, aquello que empieza a
preocupar es la relación del ser humano con la naturaleza y como principal mecanismo de
compresión y expresión de lo que nos rodea se encuentra el lenguaje. La primordial
preocupación es ¿cómo a través del lenguaje se puede hablar de la realidad? ¿puede el
lenguaje dar cuenta de toda la realidad? Además, en las investigaciones se encuentran con una
serie de elementos abstractos, como la fe o Dios, que no se corresponden con elementos
reales, es decir, solo pueden ser descritos a través del lenguaje. Las iniciativas van a ser
múltiples, desde el Tractatus Philosophicus de L. Wittgenstein hasta los filósofos del lenguaje
que se ocuparon de los actos del habla, J. L. Austin y J. Searle.
• En los años 20, Wittgenstein ya se plantea si existe una lengua perfecta, que dé cuenta
de una manera inequívoca de la realidad; su resolución parte de una serie de proposiciones
que sean propiamente reales, escritas en latín. Poco después, el mismo autor se percata de que
hay muchos aspectos de la vida que no son verificables. Otras aportaciones se dan en el
12
Universidad de Murcia
ámbito semántico, tanto por el alemán G. Frege y el inglés B. Russell, quienes hablan de los
mundos posibles.
• J. L. Austin → calificará todo aquello que no se puede verificar como mentira. Cree en
la existencia de actos de habla no reales (como la poesía) que se construyen como si lo fueran
(en todo escrito literario hay una estructura lógica profunda que simula la realidad). A partir
de unas estructuras sintácticas básicas, proyectando sobre ellas unas reglas
transformacionales, somos capaces de generar infinitas microestructuras. Nosotros, como
hablantes, debemos dominar las reglas transformacionales. Por tanto, reconocer la existencia
de unas reglas de transformación implica reconocer la importancia del hablante.
Austin habla de enunciados constatativos, que certifican una realidad, y las expresiones
realizativas, que dan cuenta de acciones sobre lo que existe. Lo que es cierto, dice, es que en
el acto del habla se lleva a cabo una triple acción: todo acto de habla se reparte en un acto
locucionario (emisión de palabras), un acto ilocucionario (propósito del habla) y, en tercer
lugar, tiene lugar un acto perlocucionario (implica consecuencias prácticas). Sin embargo, hay
situaciones en las que se producen actos del habla “extraños”, como en el caso del discurso
dramático teatro (falsedad) y los poemas (auto-comunicación) por su singularidad y nuestra
conciencia de un uso parásito del lenguaje, decolorado, de fingimiento; dicho uso dependería
de un contexto comunicativo especial.
• Jonh Searle → en Actos de habla en 1969 parte del lugar en el que se había quedado
Austin. Ahora resulta necesario determinar los factores de la situación comunicativa especial.
◦ Condición de existencia, de aquello que habla el lenguaje tiene que existir
◦ Condición de identidad. Si alguien hace alguna afirmación de un objeto, dicha
afirmación debe ser válida para todos los objetos de la misma familia
Estas dos condiciones le llevan a preguntarse por aquello qué sucede en los casos de la
ficción literaria. En la ficción literaria hay usos parásitos del lenguaje que se manifiestan en el
discurso literario y lo que afirman sus enunciados solo existe en el mundo de la ficción. Esto
conecta con la teoría de los mundos posibles, donde éstos quedan definidos como “aquella
porción de la realidad constituida por seres, objetos, cosas y aquella relación de se establece
entre estas tres realidades”. Con lo cual, cada mundo tiene una serie de condiciones que han
de cumplirse. De esta manera, Searle definió las condiciones del uso parásito del lenguaje
(condiciones que deben cumplirse en el mundo que han creado esos enunciados).
• R. Ohmann → enfatiza en el acto verbal que tiene lugar en una obra literaria. De
acuerdo con él, el autor hace creer al lector que aquello que dicen los personajes o la primera
persona poética es cierto en el mundo creado (denominado actualmente pacto poético), es
decir, el escritor escribe a sabiendas que el lector va a creer que aquello que afirma el sujeto
(y que solo debe ser evaluado dentro del mundo creado.) Aquí cobra especial importancia la
13
idea de verosimilitud, la lógica interna que permite que los personajes y la historia sea
coherente dentro de ese mundo posible y que puede corresponderse con la realidad, pero no
necesariamente.
• M. L. Pratt → Razona que el lenguaje literario es un uso del lenguaje, por tanto, sus
características deben definirse en función de la situación de comunicación. En su obra, plantea
las siguientes condiciones discursivas: el discurso literario solo tiene un interlocutor (sujeto-
autor); no es modificable; y su lectura reclama la cooperación comunicativa entre el autor y
lector, aplicando las máximas de Grice (ser relevante, no repetirse y mantener la atención del
lector). Para ello, el autor debe establecer mecanismos de cohesión y coherencia, pues no se
encuentra presente en el acto comunicativo.
A esta tarea de definir la cohesión y la coherencia, partiendo de una concepción
comunicativa del lenguaje, donde el lugar de la comunicación es el texto, se dedica la
lingüística textual. Así pues, estos dos mecanismos serán el foco de descripción de las
distintas teorías textuales, pues en ellos se encuentran el dinamismo del texto.
6. El Estructuralismo checo y la Semiótica de la Cultura
Jan Mukarovksy, el principal teórico de la escuela checa, compartió con Jakobson la
etapa del Circulo Lingüístico de Praga y redactó junto a éste las tesis de 1929. En
Mukarovsky se detecta una triple influencia: la fenomenología de Husserl a través de
Ingarden, el estructuralismo y, en la última etapa de su obra, el marxismo.
Frente a la concepción idealista y metafísica de lo bello como propiedad sustancial,
Mukarovsky sitúa la estética como parte de la ciencia general de los signos, la semiótica,
definiendo el arte como un hecho semiológico. El texto literario es, al mismo tiempo, un
signo, una estructura de signos y un valor. En un texto estético -y literario- pueden
distinguirse dos aspectos: el símbolo externo o significante y la significación representado o
significado. La obra literaria no puede ser reducido a su aspecto material, porque el material
(artefacto), sólo es investido de su significación merced al acto de su percepción. El objeto de
la estética no es el artefacto (la forma significante del signo), sino el objeto estético
(significado), que es el resultado de cómo el perceptor, la conciencia subjetiva, entra en
relación con el objeto natural. El objeto estético es “la expresión que el artefacto obtiene en la
conciencia del receptor”. Murakovsky se fija en la variabilidad histórica y relativa a las
normas culturales del objeto estético, lo que otorga al significado literario una particular
dinamicidad por su carácter relativo. Murakovsky conecta el significado estético con los
valores y normas con los que un texto se relaciona. Insiste sobre el hecho de que toda
interpretación y evaluación está sujeta a cambio a medida que se transforma el soporte
cultural y social en relación con el cual ese artefacto o signo material es percibido. En el curso
de la historia literaria y de las relaciones con las normas de género, de período, el objeto
estético obtiene una concretización y se percibe como tal objeto estético.
14
Universidad de Murcia
15
16
Universidad de Murcia
17
Dostoievski, de tipo “dialógico”, pone en juego una nueva visión del mundo, en la que los
personajes conservan su independencia, sus criterios, hasta ser dueños de su propio universo
de valores. Es notable, por ejemplo, el conocimiento que tenía Bajtin de la teoría novelesca
de Cervantes, que suele citar para configurar los mecanismos en que se apoya Dostoievski.
En todo caso, uno de los conceptos bajtinianos que más fortuna ha alcanzado es La
polifonía textual, es decir la pluralidad de voces con que se articula la pluralidad de
conciencias de un universo narrativo. En el libro dedicado a Rabelais, Bajtin revoluciona las
bases desde las que debe articularse una teoría de los géneros literarios, demostrando que el
“carnaval”, como visión del mundo, no es sólo un dominio ligado al folclore, sino que llega
a cuajar en un amplio abanico de formas literarias que aprovechan sus elementos esenciales.
De este modo, puede hablar de una serie de géneros “carnavalizadores”, que imprimen
en la misma una percepción liberadora desde la que se invierten los códigos y
manifestaciones más serias y jerarquizadas. Con este principio recorre algunos de los
principales hitos de la historia literaria, para descubrir que las dos formas más tempranas de
“géneros carnavalizados” fueron las sátiras menipeas y el diálogo socrático. La parodia
permite a la literatura ejercer un papel crítico frente a la sociedad, las costumbres, la
institución, siempre a través de la “máscara”, distanciamiento cómico que no abandona su
tono festivo y caracteriza a las grandes obras renacentistas, las primeras novelas modernas
(El Quijote, Gargantúa y Pantacruel, El aventurero Simplicissimus). Por tanto, en cada
período de la literatura es posible percibir el predominio de estas formas genéricas,
totalmente necesarias, porque gracias a ellas se descubren nuevos principios estéticos.
La valoración de la visión carnavalizada la pone, además, en correspondencia con la
doble perspectiva que había acuñado en 1929, mediante su distinción de tipos monológico y
dialógico. Por supuesto, la literatura carnavalizada es el cauce por el que el dialogismo
triunfa, por el que se ponen en pie estructuras de conocimiento plurales y diversas.
1.2.2. Una teoría narrativa
En la obra Teoría y estética de la Novela, se resumen todos los puntos de la teoría
semiótica y avanza en algunos aspectos respecto al formalismo. Por una parte, señala que
“la novela es la diversidad social, organizada artísticamente, del lenguaje”. Añade que esa
organización artística es “de lenguas y de voces individuales”, puesto que una novela acoge
en su seno la estratificación de una lengua en sus variedades geográficas, diafásicas y
diastráticas. Junto a esa diversidad externa, Bajtin tiene en cuenta “la estratificación interna
de una lengua” en cada momento histórico en que es sorprendida: dar cuenta no sólo de un
plurilingüismo social, sino, a la vez, de un plurifonismo individual, es decir, de la trama de
voces y red de perspectivas que posibilita la inclusión de la realidad en el texto literario. De
hecho, el contenido narrativo puede ser explorado desde tres perspectivas: a) la contextual,
que permite valorar el conjunto ideológico, b) la ética, sobre la que reposa el plano
caracterológico de los personajes, y c) la estética, que regula la organización de voces.
18
Universidad de Murcia
19
20
Universidad de Murcia
21
la que determina una importante definición semiótica de texto, ligada a los siguientes
valores: 1) todo texto ha de conseguir una existencia explícita al manifestarse mediante
signos visibles y definidos; 2) sólo podrá adquirir la naturaleza de texto si está delimitado;
3) esa verificación de planteamientos sígnicos habrá de reflejarse en una estructura que
otorgue sentido —función cognoscitiva— a la obra que ordena y, sobre todo, que abra la
posibilidad de que el texto se conecte a otros sistemas exteriores a él, pero nunca ajenos a su
significación (múltiple en su esencia).
En resumidas cuentas, la dimensión semiótica de este modelo es la que permite
superar la perspectiva marxista; ahora, quedan puentes tendidos entre la estructura interna
de la obra y los elementos contextuales que la rodean. Por último, son los métodos
concretos de análisis los que necesitan sistematizarse para hacer práctica esta teoría.
Lotman, penetrando en el ámbito de la historia de la literatura, llegó a distinguir entre dos
amplios modos o categorías conceptuales. La que él llamaba estética de la identidad, frente
a la estética de oposición —el Romanticismo o las Vanguardias— ; en la primera, los
códigos del emisor y del receptor acuerdan en sus elementos característicos, mientras que en
la segunda se produce una discrepancia que revela la construcción de una nueva visión del
mundo. Mientras que en la primera es factible encontrar un acuerdo sígnico entre diversos
códigos de producción, en la segunda, las normas que han intervenido en la creación textual
sólo son asimilables desde el punto de vista de la recepción.
22
Universidad de Murcia
23
receptor desempeña a la hora de desentrañar los sentidos de la obra de arte, base sobre la
que Ingarden construye la que él denominó estructura esquemática de significados. Fue
Husserl quien llamó la atención sobre el contenido de la conciencia individual como soporte
de conocimiento de la realidad; no existen las “cosas”, sino los “fenómenos” con que la
conciencia percibe los objetos reales. Esto significa que la conciencia es el origen y el
centro de todos los sentidos con que el ser humano se acerca al mundo. La consecuencia
más evidente de estos planteamientos filosóficos en el dominio de la crítica literaria es la
nueva concepción de la objetividad textual; por un lado, se tiene en cuenta la subjetividad
con que se muestra la personalidad del crítico (idéntica a la del autor) y, por otro, se formula
un dominio de objetividad metodológica, censado como un repertorio de verificaciones
intersubjetivas (que permiten la inclusión de los receptores en cuanto a grupo colectivo).
Mayor importancia, en la gestación de las ideas que conforman la base de la estética
de la recepción, adquiere la denominada hermenéutica histórica del significado literario,
perfilada por Martin Heidegger, con la negación de cualquier forma de objetividad; el
conocimiento del mundo se realiza desde una conciencia interior, a la que está subordinada
el valor mismo de la existencia humana, proyectada en el estado de comprender. Estas ideas
son convertidas en un sistema de análisis literario por Hans Georg Gadamer, del que Jauss
extraerá la fundamental concepción del horizonte de expectativas; para Gadamer, una obra
literaria no posee, en ningún momento, un significado acabado, sino que se incluye, como
un signo más, en un horizonte cultural del que proceden los valores con que es interpretada
en cada momento histórico. Por ello, esta rama de la hermenéutica literaria se ha convertido
en uno de los asideros esenciales de la estética de la recepción al convertirse en un estudio
de todas las circunstancias que intervienen en el proceso de la lectura.
1.3. El positivismo histórico y el estructuralismo
La mayor parte de las metodologías que se han sucedido a lo largo del s. XX, al
centrarse en la base lingüística, privaba a la obra de su situación histórica, de su
circunstancia temporal. Aún, en los primeros movimientos críticos, es decir del formalismo
a la estilística, se tenía en cuenta al autor en su función de emisor de ese texto; pero
enseguida, distintas orientaciones de corte estructuralista, acabaron por desterrarlo del
proceso de la conformación literaria; solo quedaba así el texto, entendido como un mensaje
configurador de un sistema, cuya estructura interna debía de analizarse. Sin embargo, los
análisis verificados sobre las relaciones internas de esos textos no daban respuesta a todas
las cuestiones que proponía una mínima comprensión del lenguaje literario. De algún modo,
estas limitaciones son superadas por estos nuevos procedimientos interpretativos, que no se
quedan en el interior del texto, sino que lo trascienden fundiéndolo con otros esquemas
sígnicos que explican buena parte de sus sentidos. Si los estructuralistas buscaban una
reconstrucción del significado textual mediante el análisis de los elementos significantes;
esa posición sincrónica es ahora superada mediante el contraste de varios sistemas entre sí.
24
Universidad de Murcia
Por ello, se debe a los críticos de Constanza una recuperación del factor de
historicidad textual, si bien muy alejado de las valoraciones del positivismo decimonónico.
No se trata de un historicismo que quiera descubrir valores universales y eternos, sino de un
relativismo histórico que se despreocupa de la fijación de grandes cuadros diacrónicos para
atender, sobre todo, a la dimensión dinámica del texto entendido como proceso histórico.
Una de las primeras circunstancias de estos planteamientos es la inclusión en la actividad
interpretativa de la noción de “época del crítico”, como elemento configurador de los
valores que intervienen en el proceso de conocimiento de la obra; el texto, en su transmisión
temporal, lleva incorporadas lecturas y valoraciones críticas que lo codifican de alguna
manera; hay un uso comunitario de la obra literaria que define ya sus sentidos, siendo esos
elementos factores extrínsecos a la misma obra. Éste es el valor de “relativización histórica”
que los autores de Constanza fijan en sus trabajos y que procede también de la teoría de
Gadamer: pensar la historia como un estudio del pasado, forzado a cambiar
sistemáticamente en el momento en que se incorporen nuevas estructuras de ideas al análisis
histórico; tal es la base de la teoría del efecto estético: una obra es portadora siempre de una
futura revalorización, no previsible por supuesto, pero sí al menos aplicable a la hora de
inquirir la trayectoria que esa obra ha cumplido hasta el corte en que va a ser estudiada.
Cinco son, por tanto, los fundamentos sobre los que la estética de la recepción
advierte en la construcción de su metodología: a) la recuperación del concepto de historia
literaria, que engloba valoraciones diacrónicas más los códigos de sentido que las lecturas
llegan a configurar; b) la atención que se va a conceder al consumo literario como
perspectiva desde la que se aborda el problema del lenguaje literario; c) la verificación de
los distintos puntos de vista con que la recepción interviene en el proceso de la
comunicación literaria: no sólo el lector real, sino el lector ideal, o el narratario de G.
Prince, o aquel archilector del que hablaba M. Riffaterre; d) la determinación de un marco
de sentidos, surgido de esos procesos de lectura, que son los que indican qué grado de
literariedad recibe cada obra en cada momento histórico; y e) la utilización del concepto de
tradición literaria para iluminar el problema de los géneros literarios, entendidos como un
producto histórico y no como una simple taxonomía de textos. No todos los autores de
Constanza se interesan por estos aspectos, pero sirven para señalar las direcciones con que
este movimiento ha transformado las líneas esenciales de la crítica literaria.
2. Los teóricos de la estética de la recepción:
2.1. Hans Robert Jauss
Al igual que Barthes hiciera en Francia, H. R. Jauss, en la década de 1960, se enfrenta
a los modelos teóricos de la filología alemana, acercándose a los aspectos esenciales del
formalismo ruso. El propio Jauss testimonia la impronta que en él causaron la semiótica de
Mukarovsky, la teoría de la concretización de Vodiĉka, la consideración de sentido histórico
de Paul Ricoeur, más la noción de paradigma de T.S. Kuhn.
25
Se trata, por tanto, de organizar dos horizontes: uno literario interno, implicado por la
obra, y otro “entornal” o contextual, aportado por el lector de época y sociedad determinadas.
26
Universidad de Murcia
27
28
Universidad de Murcia
29
30