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PLANEACIÓN Y REALIZACIÓN
Caxias do Sul – RS
2004
© 2004 by Nora, Sigrid
PLANEACIÓN Y REALIZACIÓN
IMPRESIÓN:
Caxias do Sul – RS
porque el cuerpo
es objeto de la comunicación
Sin embargo, estudios más recientes insisten en una perspectiva que descarta
todas las formas de entendimiento del cuerpo como algo al cual se agregan
contenidos, para presentar el cuerpo como un resultado siempre transitorio de los
procesos de co-evolución que orientan la vida en la Tierra. La colección de
información que da nacimiento al cuerpo humano lo hace cuando se organiza
como los medios de los procesos siempre en curso – de ahí, la transitoriedad de su
forma. Por ello, mirar al cuerpo representa siempre mirar al ambiente que
constituye su materialidad. El verbo tiene que estar en presente (constituye) para
dar énfasis al carácter procesal de esas operaciones, en un flujo indetenible, que
hacen bajar en la torrente que promueve su argumentación teórica, las antiguas
separaciones entre naturaleza y cultura.
La noción del cuerpo como recipiente donde los elementos se transmutan también
se encuentra en los alquimistas (Gasc. 1987), que atribuían al cuerpo humano la
propiedad de transformar comida en sabiduría e hicieron de éste el modelo para la
transformación de metal en oro.
La comprensión del cuerpo vivo como aquél que posee el accionamiento interno de
su movimiento (su diferencial) implicó la necesidad de buscar la ubicación de ese
comando (el alma platónica, la mente cartesiana) dentro del cuerpo. Para Galeno
(c.130-c.200), por ejemplo, el alma estaba ubicada en el encéfalo y los nervios
partían de allá o de la columna vertebral para controlar los músculos, que él
consideraba como los instrumentos del movimiento voluntario.
Basta una hojeada más atenta a The expressiveness of the body and the
divergence of Greek and Chinese Medicine (1999), un libro de Shigehisa
Kuryiama, para depararse con dos mapas anatómicos que muestran imágenes del
cuerpo enteramente distintas. De acuerdo con los griegos antiguos, el cuerpo está
relleno por músculos, pero si la referencia es la medicina china, la representación
del cuerpo no tiene un solo músculo, sino sólo meridianos. Ni podría ser distinto,
dado que en chino no existe una palabra específica para cuerpo, sólo descripciones
de diferentes estados del cuerpo. Probablemente, se trata del mejor ejemplo de
que no hay nada parecido a un cuerpo universal. El cuerpo, como todas las cosas,
depende del modo como es enfocado. Leer el cuerpo significa siempre
reconstruirlo. No hay un cuerpo único en espera de ser disecado para, entonces,
dejar de ser un objeto mudo, porque tendrá sus partes identificadas y descritas.
No se han escatimado esfuerzos en la búsqueda de argumentos para derrumbar la
idea de cuerpo inmutable y dado a priori. Como es sabido, la inteligibilidad
científica también depende de compartir las referencias que han dirigido su
constitución. A la luz de la fenomenología, por ejemplo, han sido propuestas
nuevas nomenclaturas, como la de corporalidad, en vez de cuerpo (Bernard,
2001), en el intento de afirmar la plasticidad del flujo de información y negar la
metáfora del organismo como aquello que es innato y común a todos.
Suministrando una metáfora de otra naturaleza, en este caso del ámbito jurídico,
Jean Luc-Nancy (2001) propondrá la palabra corpus, en vez de cuerpo, resaltando
el cuerpo como una acción y no como un producto. Hablar de corpus, según
Nancy, es reconocer que cada cuerpo representa un caso particular, o sea, a cada
cuerpo correspondería una jurisdicción propia. Vale destacar que, en los tiempos
de Vesalius, aquél que había refutado a Galeno, el término que circulaba en las
universidades europeas era corpus.
Dado que es así, empezaremos por los modelos aceptados por las ciencias de la
comunicación para el estudio de sus fenómenos. Como se verá más adelante,
existen distintos conceptos de comunicación aplicados a cada uno.
El cuerpo y los modelos de comunicación
Nueve modelos de comunicación pueden ser agrupados en tres categorías
distintas: positivistas (emisor-receptor, comunicación en dos niveles y tipo
marketing ), sistémicos (sociométrico, transaccional, interaccionista, de la
orquesta) y constructivistas (hipertexto, situacional). Los positivistas entienden la
comunicación como un mensaje en acción y se apoyan en la noción de causalidad
(algo produce un efecto). Los modelos sistémicos denominan comunicación a las
distintas formas en que suceden los intercambios, cuando se estructuran las
relaciones entre un determinado conjunto de participantes. Y los constructivistas
tratan a la comunicación como la expresión de una construcción colectiva de
sentido y de fenómenos (Mucchielli/Guivarch, 1998).
Hoy se sabe que nuestro cuerpo no funciona por reconocimiento dual entre el
anticuerpo y el antígeno. Cargamos un abanico de anticuerpos, permanentes en
nosotros y creados antes de cualquier confrontación con los antígenos externos.
Cuando se mantienen en niveles normales de circulación, dichos antígenos no nos
hacen daño. Es más: los organismos no expuestos a los antígenos también
desarrollan sistemas inmunológicos eficientes. Esas descubiertas, con fecha de
mediados de los años 70 (N. Jerne, 1974) condujeron a un cambio fundamental: la
admisión de que el proceso de reconocimiento se da en red y con las mismas
reglas de cualquier otra red. “Eso significa que los efectos de un antígeno que
penetra, como en cualquier perturbación, en una red rica, variará y dependerá del
contexto de aquella red” (Varela, 1994: 281).
De este modo, de ser un sistema defensivo que reacciona a ataques venidos del
exterior, el sistema inmunológico pasó a ser tratado como aquél que establece una
identidad molecular. Es él quien garantiza nuestra identidad plástica y en
permanente transformación. Es decir, tomando el papel del sistema inmunológico
como la metáfora de cómo funciona el cuerpo, se queda fuera del tratamiento dual
emisor-receptor.
Fue la edad del hielo la que forjó el fundamento para lo que denominamos cultura,
en cuya base está la comunicación: la relación depredador-presa. En aquella era,
nuestros ancestros paleolíticos disputaban la comida con los feroces carnívoros y,
para enfrentarlos y lograr sobrevivir, se organizaban en pequeños grupos. Sin
embargo, se volvía cada vez más difícil acorralar un bando de presas, y sólo
quedaba a los cazadores la oportunidad de capturarlas de una en una. Esa nueva
demanda empezó a depender de las habilidades individuales, que se volvieron,
entonces, un requisito indispensable. Al final de ese período, la especialización se
había convertido en la moneda de la supervivencia y el Homo sapiens sapiens
tomó el lugar hasta entonces ocupado por el Neanderthal. Lo que aprendemos
en esa ocasión dura hasta hoy: humanos identificados como diferentes,
considerados como “otros”, por ser superiores a nuestro grupo, a nuestra cultura.
Pasaron a ocupar el lugar de la presa (hasta entonces, los animales eran cazados).
Mucho antes, hace dos millones y medio de años, el cerebro había aumentado
extraordinariamente de tamaño, registrando la transición del Australopithecus
hacia el Homo.
“En la lucha amenazadora para evitar el sufrimiento y la muerte por ser la presa de
otros animales u otros depredadores, como bandos de personas de otros grupos
culturales, la corteza cerebral del Homo sapiens desarrolló el potencial duradero
de construir representaciones del “otro”, aquél que es distinto a mí/nosotros y que
no presenta las calidades necesarias de mi/nuestra identidad propia. El “otro” es
una representación que se origina en el temor y el dolor, nace en el sufrimiento y
es activada por el sentido innato del paradigma depredador-presa. La imagen de
aquél que es diferente se mantiene en la mente con una sensación de terror, una
bestia salvaje simbólica” (Steward, Edward C., 2001: 12).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: