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La dirección llegó a Elisa Vegas como una serendipia. Ella, una joven estudiante de clarinete, no se
planteaba la idea de llevar la batuta de una orquesta. Esos zapatos, creía, sólo los podía ocupar alguien
con un don especial, una larga trayectoria y, preferiblemente, del sexo masculino. Pero le agradaba ver a
los directores haciendo lo suyo. Cada vez que podía, entraba a esas lecciones, anotaba, absorbía. Un día,
en uno de tantos cursos a los que asistía, le comisionaron un concierto. Desde el momento en que se
paró frente a una orquesta por primera vez, Elisa descubrió su verdadera pasión.
La joven se tomó muy en serio su nuevo oficio. Aprendió mucho del maestro Rodolfo Saglimbeni, quien
hace más de tres décadas fundó la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho, la misma de la que
hoy ella es directora titular. Sus años junto a esa gran orquesta con sede en el Centro Cultural Chacao de
Caracas, los últimos tres como directora titular, la han convertido en una de las figuras más importantes
de la actual generación de músicos venezolanos.
Junto a la Ayacucho, Vegas ha estado a la cabeza de proyectos diversos, desde conciertos sinfónicos,
ballets y óperas hasta obras de teatro musical y conciertos de música popular latinoamericana y
venezolana: “La Sinfónica Ayacucho es una agrupación diferente y versátil: hoy estamos tocando
Beethoven, mañana vamos con algo popular venezolano, pasado mañana con una zarzuela… Todas las
semanas es algo diferente. A diferencia de otras orquestas, nosotros vemos la música como un todo, y
entendemos que todas las generaciones y épocas tienen buena música”.
“Fue duro porque nosotros sabíamos que con este proyecto inspiraríamos a una nación. Entonces,
siendo la Ayacucho una orquesta de gente joven, dispuesta a sumir nuevos retos, decidimos que desde
casa íbamos a seguir trabajándolo”, comenta. Decidieron grabar uno de los temas del concierto, “(El
tumbao de) Simón Guacamayo”, luego fueron probando con otros, y así, poco a poco, terminaron
grabando siete temas que convirtieron a Sinfonía Desordenada en un álbum hecho en cuarentena, que
se ha estado publicando en redes sociales.
—Vengo de una familia donde la música siempre ha estado presente. Mi padre, Federico Pacanins, tiene
una crónica musical que se llama La canción de Caracas, que hacemos con la Sinfónica Ayacucho, y en la
que Horacio Blanco ha participado siempre. Con los años se ha desarrollado una amistad muy bonita.
Además que desde pequeña he oído la música de Desorden Público.
—Este fue un proyecto hecho con las uñas, básicamente. Pero, ¿cuál consideras que fue el gran reto?
—Creo que comenzar, porque decirle a unos músicos sinfónicos que a partir de ese momento cada
quien grabaría desde su casa, generó ruido. La gente no sabía cómo lo íbamos a hacer, era muy
incómodo, porque nosotros estábamos acostumbrados a sonar juntos siempre, a poder hacer masa, a
escucharnos unos a otros. Y que de pronto te llegue un correo electrónico con una pista, sobre la que
tienes que grabar, con tu celular, y además grabarte en video… todo eso al principio generó resistencia.
Eso, sumado a las complicaciones que trae un proyecto así: algunos no tenían datos, otros no contaban
con un buen equipo celular, a otro se les saturaba el audio. Pero todo aquello hizo que este proyecto
fuera demasiado especial, y cuando empezamos a unir los materiales nos dimos cuenta que el producto
era muy interesante. Esto no suena a una sala de conciertos, pero tampoco a un estudio de grabación.
Es un sonido muy particular. Cada vez le fuimos agarrando más y más cariño al concepto, y a dedicarle
más horas, siempre con la satisfacción de que lo que se estaba plasmando era el sonido de cada músico
desde su casa.
—Me pregunto si Sinfonía Desordenada vino a ser como un aliciente para ti en un momento en el que
estás limitada para hacer lo tuyo, que es dirigir una orquesta ante el público.
—Es literalmente un honor. Lo primero que quiero decir, haciendo un recuento de un año de
cuarentena, es que es un orgullo saber que la Sinfónica Ayacucho cumple con su lema: Seguimos
sonando. Y lo hicimos con fuerza. Es una bendición, porque no todas las orquestas tuvieron la dicha de
encontrar un camino para poder seguir sonando. No estuvo fácil, y me siento orgullosísima de eso.
Contamos con un equipo maravilloso que ayudó a que eso fuera posible. Y si bien yo no podía dirigir
propiamente una orquesta, me encontré con que pude dirigir un proyecto digital. En el fondo no perdí
mi rol. Es curioso y cómico que este proyecto se llame Sinfonía Desordenada, porque le hace bastante
justicia a la situación: Yo agarré mi rol de directora y me puse a dirigir una sinfonía muy desordenada,
con todo el mundo en distintos sitios, con realidades muy particulares. No te niego que en algún
momento del año pasado nos llegamos a preguntar como equipo el para qué de todo lo que estábamos
haciendo. Pero siempre tuvimos la sensación de que esto iba a ser grande. Ahora que vemos el producto
final, nos dimos cuenta de que valió la pena confiar.
—Total. Fue un salto de fe porque sabíamos, siempre hemos sabido, que Sinfonía Desordenada es algo
importante: une generaciones, transmite un mensaje poderoso, está en el ADN de la orquesta, de
Horacio, y eso es muy bello. Más allá de que sea o no sea comercial, lo bonito de este proyecto es que
está lleno de verdad. Tanto el espectáculo, que presentaremos en algún momento, como este
compendio de temas en forma de álbum, es eso. Es una verdad que estos temas se grabaron desde
Caracas, Venezuela, con los equipos que cada músico tenía desde su casa, y fue algo que se hizo en
cuarentena. Nada está maquillado, es real. Eso es bello y poderoso.
—De todos estos años al mando, si pudieras congelar los grandes momentos, ¿cuáles serían?
—Tengo muchísimos. El Carmina Burana, hace un año, en la Concha Acústica de Bello Monte, fue un
momento icónico, porque fue frente a más de 7.000 personas. Los musicales: La novicia rebelde, El
hombre de la mancha y Los Miserables. Conciertos sinfónicos, como Pinos de Roma; el ballet de El
Cascanueces. Esos han sido momentos icónicos para mí. La Ayacucho y yo siempre nos hemos sentido
muy identificados. Creo que cuando uno se siente parte de algo, que es lo que a mí me ocurre con esta
orquesta, la cosa fluye. Por eso, en el momento en que me nombraron directora titular, no dudé ni por
un momento en tomar la oportunidad. Ciertamente era un riesgo, pero yo sabía que me iría bien,
porque sabía que contaría con gente que remaría en la misma dirección.
—Si pudieras viajar en una máquina del tiempo hasta el momento en que asumiste la dirección de la
Ayacucho, ¿qué le dirías a aquella jovencita que estaba tomando semejante responsabilidad?
—Que confiara en los miembros de todo su equipo. Ser director titular implica un trabajo de mucha
gerencia. Por eso creo que es súper importante aprender a delegar y a creer en el otro.
—Estos encuentros entre lo sinfónico y lo popular antes parecían una novedad. Sin embargo,
agrupaciones como la Sinfónica Ayacucho nos han demostrado a lo largo de los años que es una fusión
que funciona muy bien. ¿Dónde crees que está lo novedoso ahora?
—Una de las cosas es que lo digital vino para quedarse, y nosotros seguiremos concibiendo los
proyectos con este híbrido entre lo físico y lo digital. El reto para la orquesta está en fusionar toda la
tecnología, que se ha acelerado tanto en los últimos tiempos, con el mundo orquestal. Ese es el norte
que persigue la Sinfónica Ayacucho.