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Abro los ojos, tengo la boca seca y esa sensación como de que
dormí mucho más de la cuenta. Hay media luz, una que no
reconozco. De pronto, antes de que mi cuerpo detecte que esas
sábanas no son las acostumbradas, noto que no estoy en mi
habitación, no está la foto de mi hermana conmigo en Galápagos,
no están los muros blancos con flores secas colgando, tampoco la
lámpara de papel de china blanco que puse recién me mudé, un año
atrás, vivía sola, pero no en mi propia casa.
Me incorporo con los codos, enseguida, arrugo la frente con el
corazón martilleando. El lugar es… diferente. Estoy tendida sobre
una cama kingsice, del lado izquierdo hay una ventana enorme,
¿está nevando? Noto arrugando la frente. No hay prácticamente
paredes, frente a mí un barandal marrón de hierro. A mi lado
derecho hay un panel que en realidad es un enorme espejo dividido
por rectángulos. En cada costado hay mesillas de noche sin nada
salvo unas lámparas que tiñen todo de una media luz cálida,
elegantes.
Sin entender qué ocurre, me levanto asustada. Llevo puesto un
camisón que llega hasta mis pies, definitivamente no el conjunto de
braga y blusa vieja con el que me acosté. La tela es delicada, fina
en realidad. No llevo nada abajo salvo mis bragas y, por lo tanto, mis
senos quedan un tanto expuestos debido a que la tela no es tan
gruesa. Los protejo con mis brazos instintivamente, aunque mi
cabello rubio hace su parte. Pongo mis pies sobre el tapete que
cubre parte de la duela pulcra, me acerco a la ventana, estudiando
mi alrededor. No entiendo nada. Debo estar soñando, decido.
Me llevo una mano a la boca cuando noto que estoy en un
segundo o tercer piso, en realidad porque parece un ático. La
habitación o lo que sea, está arriba del resto, volado. El que afuera
nieve me hace pensar que quizá estoy aún en Toronto porque desde
que enero comenzó así ha estado. ¿Estaré cerca de casa? Pero
¿Dónde? ¿Qué hago aquí? No se ve nada de nada salvo un jardín
cubierto por aquella capa blanca y al fondo… mar. Respiro agitada,
negando, retrocedo tanto que chocó con la cama. ¿Qué está
pasando? Mis manos transpiran, rodeó la cama y me voy hasta el
barandal para observar mejor, aún no muy convencida de que esto
sea real.
De pronto escucho ruidos justo debajo de mí. Mi corazón se va
salir por la garganta, algo que se desliza con suavidad, me asomo
más de la cuenta por la baranda y me quedo petrificada, cuando
bajo mis pies aparece una figura imponente, una que reconozco.
Pestañeo una y otra vez, ¿él? ¿Por qué?
Camina y no parece interesado en el hecho de que estoy aquí,
arriba. Lo observo al igual que al sitio; es… elegante y hermoso, los
colores, los muros de piedra, la decoración justa, nada excesos,
sobria y a la vez relajada. ¿Qué hago aquí? Continúa su camino
antes de dejar un aparato sobre la mesa rectangular del comedor.
Gimo cuando noto que subirá, mis palmas sudan, me repliego a la
esquina del barandal y la ventana, pero él apenas si me ojea,
mientras yo siento que mi corazón se saldrá de la garganta. En el
muro lateral a las escaleras coloca la palma sobre otro círculo
grisáceo y los espejos se abren. Parpadeo temblando. Parece un
vestidor, bueno, uno enorme en realidad. No entiendo nada. Desvío
la mirada un poco hacia abajo. Los techos son altísimos pues
abarcan lo alto de la habitación volada. Todo aquello es del tamaño
de un apartamento, o es un apartamento en realidad.
—Veo que ya despertaste —dice como de paso mientras se quita
los zapatos ahí dentro. Jadeo al escucharlo aferrando el barandal.
Su voz es tan profunda y gruesa como la recuerdo. Sin entender ni
un ápice, me armo de valor, no soy de confrontaciones, menos de
gritos o cosas así, pero tampoco de las que se queda un paso atrás.
—¿Qué hago aquí? —pregunto molesta a la par de asustada,
puedo verlo desde ahí, si no se interna más. Continúa su quehacer
sonriendo de forma felina, indiferente. Mi sangre hierbe. Necesito
entender. Envalentonada decido acercarme, ya se levanta y lo sigo
a un par de metros de distancia olvidando mi atuendo, olvidando lo
bien que huele ese lugar.
—Frivóla, the news —solo dice y una pantalla frente a la cama
aparece y se enciende con CNN en inglés. Sacudo la cabeza. Deja
su suéter sobre el diván acolchado color crema que está en medio
de ese lugar, relajado.
—Pregunté qué hago aquí —repito apretando mi cuerpo. Se
detiene y voltea despacio, mi sangre se paraliza. Luce tan peligroso
que es imposible no temerle, más con aquella cicatriz cruzando sus
cejas, con ese cabello sujeto por un moño, con esa barba de al
menos un centímetro de largo, su musculatura que ahora veo sin
problemas gracias a esa camiseta que pretende no ser ajustada
pero que no lo logra del todo y que deja ver más tatuajes, un
colgante extraño, su tamaño.
—Siendo tan inteligente, y no formulas la pregunta correcta, Elle
—musita clavando sus ojos en los míos. Aprieto los labios.
—No juegue conmigo. ¿Por qué estoy aquí? —insisto. Suspira,
pasa sus ojos por mi cuerpo, despacio y luego desaparece en otra
puerta que se abre cuando posa la palma. Lo sigo y veo un baño
asombroso. No entro. Tiemblo.
—Sigues sin hacer la pregunta correcta —dice quitándose la
camiseta y lanzándola a un agujero de la pared. Abro de par en par
los ojos. Nerviosa. Desvío la mirada.
—No estoy jugando.
—Ni yo —asegura, entonces lo encaro ante su tono. Solo lleva
ese vaquero y su cabello lo soltó, le llega a los hombros, ondulado,
castaño con motes rubios que parecen haber sido adquiridos por el
sol. Mis ojos escuecen.
—Regréseme a mi casa, ahora —exijo. Sonríe satisfecho.
—Estás en ella. Por un tiempo esta será tu casa —responde.
Niego arrugando la frente se está quitando los pantalones. ¿Qué
pasa con él? Me giro de inmediato, sin dar crédito. Ríe.
—No es mi casa, y le ordeno que me regrese. No entiendo qué
hago aquí —rujo pero sin voltear.
—Acostúmbrate —escucho y luego el agua comienza a correr—.
Por ahora este es tu hogar, Elle, nuestro hogar —asegura sin
remordimiento.
¡¿Qué?! Pienso en gritarle, rabiosa, pero recuerdo que está ahí,
desnudo, en ese baño. Decido no ver más. Me alejo y regreso a la
habitación, comienzo a dar vueltas nerviosa, preocupada. No puede
estar pasando. No me pudo haber secuestrado este loco, no a mí,
no él. Me muerdo el labio, camino en círculos, sacudiendo el rostro.
No. Es no puede ser. No.
~*~
Hace un mes me gradué con honores en la especialidad de
Biomedicina molecular en Toronto, donde hice también el
bachillerato por medio de un intercambio escolar, ya nunca regresé
a Estados Unidos. Como le prometí a mi padre. Estoy por entrar a
Biotecnología los próximos meses. Él falleció al yo tener 15 años, mi
madre cuando recién cumplí 5. Mi hermana y yo crecimos al lado de
la abuela y él, que vivía tras libros y viajes. Lo amaba muchísimo,
ganó varios reconocimientos por su labor y descubrimientos en el
área química, pero yo decidí ser más específica y con la facilidad
nata heredada para aprender con rapidez y comprender, no podía
desperdiciarlo.
Vivo como él; tras libros y en un laboratorio. Esa es mi pasión.
Hace un año que me independicé del todo pues vivía en el campus,
hace dos, comencé a hacer prácticas como parte de la carga
curricular en un laboratorio de mucho prestigio, recomendada por un
profesor, ahora trabajo ahí, me pagan muy bien por hacer lo que
más me gusta; buscar grandes remedios a grandes males,
innovación y desarrollo es donde me encuentro.
Hace unas semanas hubo una serie de eventos relacionados con
el área muy importante en Cancún, me pidieron ir y exponer,
además de revisar algunas propuestas acerca de un proyecto
ambicioso que de ser factible podrá ayudar a las personas con
padecimientos cardiacos por medio de la genética, eso también
hago y soy parte del equipo. Aunque por ahora estoy en medio de
algo estrictamente confidencial, descubrí un virus que se creyó
inestable, pero no lo es, y que por la manera en la que se conduce,
puedo casi garantizar que es creado, por lo tanto, gracias a la
estabilidad que tiene tras esa coraza engañosa, podría tener la cura
que ayudaría a no solo curar lo que provoca, si no revertirlo. En fin,
no fui por eso, si no por lo otro.
Sabía que hombres y mujeres muy poderosas, inversores,
accionistas, y demás alcurnia de la farmacéutica, o que se dedican a
ese rubro de la ciencia, asistirían. No me amedrentó, porque aunque
hablar en público no es mi fuerte, no estaría sola y seríamos un
equipo de investigadores a cargo de ello, aunque yo, la más joven.
La buena noticia fue que después de ello tomaría unas vacaciones,
visitaría sitios del país donde nací, México, aunque mis padres no
eran de ahí le tenía una gran estima y bellos recuerdos, y luego
regresaría a casa para continuar con eso que se mantenía en
absoluto secreto, a nivel molecular yo era la que había dado con la
combinación y solo mi jefe inmediato, y un par de altos mandos
más, lo sabíamos.
Es un tema complicado pues hablar de una enfermedad tan
delicada que surgió hace varios años, que además es costosísima y
ha cobrado varias vidas ya en el planeta no por ella misma, si no por
el deterioro que deja en los órganos, no es bien recibido. Y yo,
curiosa, como suelo, no lo dudé y trabajé en ello desde hace más de
un año en momentos libres, recién descubrí algo más aterrizado,
factible y fue en ese momento que capté la atención con mayor
amplitud del jefe de mi laboratorio y me metí en ello con total
confidencialidad.
Y ese hombre, éste que se está duchando importándole nada lo
que estoy experimentado, se encontraba ahí, en aquellos eventos.
En el coctel donde vestí algo sencillo, no dejó de verme. Supe, por
oídas, que era poderoso, influyente y que además, era el dueño de
varios laboratorios, entre ellos, accionista de donde yo trabajo. Un
tipo apasionado de la ciencia y… de todo lo que su dinero le pueda
dar.
Se acercó cuando hablaba con uno de mis colegas, éste se
mostró entusiasmado de tenerlo ahí, platicaron un poco y luego se
marchó pues fue evidente que deseaba estar a solas conmigo
porque no se esforzó en ocultarlo.
—Es notoria tu experiencia en el tema… —y buscó mi nombre.
La verdad me impresionó, casi nadie lo logra, pero es imposible
que un hombre como él no lo consiga. Iba vestido con un traje
impecable, la barba medio crecida pero perfectamente recortada y
una coleta bien sujeta.
Es imponente y exuda peligro, pero no me amedrenté. Sabía, por
algunos chismes que corren entre mis compañeros, que a pesar de
que somos callados a veces hablamos, que era un hombre
excéntrico, prepotente y pagado de sí. La verdad es que no parecía
que mintieran y yo… simplemente no me interesan hombres así, y la
verdad ninguno en realidad, no ahora.
—Elle —respondí perdiendo mi atención en la recepción, ya
deseaba irme a dormir, pero eso también era parte de estar inmersa
en esa investigación.
—Elle… —repitió con voz gruesa y mi cuerpo sintió un escalofrío,
lo miré—. Quisiera que me acompañaras a cenar mañana —soltó
como si nada. Arrugué la frente, me estudió estoico, confiado.
Desconcertada dejé vagar mi atención por el lugar, noté como las
mujeres cercana se removían, ellas deseaban estar en mi lugar, los
hombres, varios, lo observaban de reojo.
—Lo lamento… —y fingí no saber su nombre. Sonrió de forma
cínica.
—Dáran —habló alzando la ceja. Dáran Lancaster, conocía su
nombre, pero no le daría el gusto de que lo supiera.
—Señor Dáran, tengo otros planes.
—Bien, entonces almuerza conmigo —dijo elocuente. Negué
sonriendo con candidez. Cómo zafarse de algo así sin que termine
siendo incómodo.
—Imposible, lo lamento, pero gracias, seguro será en otra
ocasión —me excusé humedeciendo mis labios con la copa. Me
observó con ojos diabólicos, tanto que temblé por un segundo, algo
atípico en mí. Suelo rechazar categóricamente cualquier invitación,
con él a pesar de su imponencia, no sería diferente.
—Vaya, parece que solo secuestrándote lograré tener unos
minutos exclusivos de tu tiempo, entonces —dijo como burlándose,
aunque un escalofrío recorrió mi espalda. Sonreí en respuesta.
—Buenas noches, señor Dáran —respondí buscando alejarme.
—Buenas noches, Elle, hasta pronto —aseguró con voz pausada.
Al día siguiente me lo topé en un par de exposiciones más, pero
solo me miraba a lo lejos y me sonreía como si supiera algo que yo
no. Nerviosa me ponía, no lo negaré, pero lo ignoré centrándome en
lo que de verdad me llama, la ciencia. El último día hubo un evento
de cierre, una cena de gala que todos ya esperábamos para que se
anunciaran los contribuyentes y los fondos que se otorgarían para
las diferentes investigaciones. Me quedé helada cuando en mi
mesa, él se encontraba, me sentaron a su lado y supe que fue
gracias a que lo solicitó.
—Buenas noches, Elle —dijo con elocuencia, estudiándome y es
que a pesar de llevar ese lindo vestido me sentí desnuda ante su
escrutinio. El director del laboratorio se encontraba ahí, así como
personas que no conocía pero que sabía eran de las altas esferas.
—Buenas noches —respondí nerviosa, pero buscando ocultarlo.
La cena transcurrió bien, si se puede calificar de ese modo, teniendo
a un hombre como él al lado, con su poder, con su conocimiento
también porque debo admitir que sabe del tema, muchísimo, tanto
que en un par de ocasiones me perdí en sus palabras, en sus
propuestas y todos los escuchaban atentos.
Cuando una orquesta comenzó a tocar me tendió su mano que
está decorada con algunos tatuajes, alzando la ceja. Todos nos
observaron y supe que no tenía más remedio. Lo miré nerviosa.
—No sé bailar —admití buscando aferrarme a lo que fuera. No
mentí, además.
—Yo sí —e insistió.
Pasé saliva. Me levanté a regañadientes y me condujo hasta
donde los demás asistentes bailaban. Me tomó por la cintura sin el
menor reparo y me acercó a su cuerpo lentamente, como si me
conociera de siempre, como si estuviera acostumbrado a tomarme
de esa manera. Mi respiración se disparó, mi pulso también. Él lo
notó y me maldije. La nula experiencia en esa área era evidente,
pero había algo más… él, supuse y con mayor razón supe que
debía mantenerlo lejos, muy lejos.
—Déjalo en mis manos, Elle —susurró en mi oído, logrando con
ello que mi piel se erizara, más nerviosa.
—Ese lugar no era el que yo tenía asignado. No saldré con usted
—advertí un tanto rígida, su palma en mi cintura, la comparación de
su cuerpo contra el mío, todo era ridículo y extraño, nuevo.
—No te lo pediré otra vez —aseguró sin dudar—. Ahora relájate,
es solo un baile —y comenzó a moverme lento, muy lento. Me
costaba trabajo seguirlo, es verdad, no sé bailar. Suspiró en mi oído.
—Me ocuparé de que aprendas a moverte sin pisarme —
murmuró como de paso, busqué alejarme, fuera de mí, su mano lo
impidió mientras la otra me acercó aún más. No fue sencillo, él me
tensaba, su cercanía y, además, seguir la música. No, todo en
conjunto era patético, incómodo—. Quizá pasas demasiado tiempo
en tu trabajo, la vida es mucho más que eso.
Suspiré molesta, su aliento lo sentía muy cerca.
—Mi vida no es su problema, y no me interesa aprender a bailar.
—Ya veremos, bella Elle.
Minutos después, en los que fui un desastre, aunque a él pareció
no molestarle en lo absoluto, me dejó en mi lugar, se alejó y no lo
volví a tener cerca cosa que agradecí. Hablé con varios colegas el
resto de la noche, pero de vez en vez sentía su mirada sobre mí y
mi nuca cosquilleaba. No me gustó lo que generó, la vulnerabilidad
que introdujo en mi ser, en mi mente, las sensaciones con las que
en absoluto estoy familiarizada.
No volví a saber de él. Paseé por México en compañía de mi
hermana, como planeamos y fue maravilloso. Conocí sitios de los
que mi padre me habló, otros que visitó con mamá. Aide vive en
Estados Unidos, ahí estudió y es profesora en Harvard. Mi abuela
murió tiempo atrás y ambas nos dedicamos a estudiar con el legado
que nuestro padre nos dejó; un fideicomiso que soportó nuestros
gastos, además de las becas que obtuvimos por excelencia cada
una.
Regresé a Toronto apenas el día anterior, o eso creo, porque no
sé cuánto tiempo llevo aquí. Una semana aún tenía libre y ya estaba
completamente planeada, tal como siempre, así que este mandril no
obstaculizaría mis planes, lo cierto es que no tenía idea de dónde
estaba porque no tenía idea de dónde él vivía y en general nada de
él. Suelo ser curiosa, pero con ese hombre ni lo pensé. Ahora aquí
estoy asustada y sin entender nada.
~*~
—Pronto traerán el almuerzo —dice a mis espaldas. Respingo
aturdida, casi llorosa, pero me aguanto, rodeando mi pecho que
apenas lo cubre este maldito camisón.
—Deje este juego, me secuestró, esto es ilegal —gruño sin girar.
—Eso es mucho drama para una mujer como tú. Eres inteligente,
pronto te adaptarás —susurra pragmático.
—¿Qué quiere de mí? ¿Por qué me trajo aquí? ¿Es por qué no
acepté salir con ustedes?
—Me llamo Dáran, lo sabes, y te agradeceré que me llames por
mi nombre.
—¡Responda! —grito de repente incluso sorprendiéndome a mí
misma. Lo encaro, está a un metro, en traje, serio y su loción ya
inunda el lugar. Intento no olerla porque de verdad huele bien, como
todo ahí. Sonríe relajado.
—Elle, esta es tu casa de ahora en adelante, cuanto antes lo
aceptes, mejor para los dos. Serás mi compañera —determina
arreglándose las mancuernillas.
—¡No acepto nada! ¡Está loco! ¡Loco! ¡No puede simplemente
robarme y pretender esto! ¿Acaso me obligará a estar con usted? —
rujo furiosa. Nunca alguien había logrado esto en mí, lo cierto es
que no lo conozco, pero de que está loco, lo está, aunque también
puede violarme en este maldito sitio y nadie sabría. Sacude su
melena castaña y luego me observa fijamente.
—Tú te entregarás —asegura sujetando su cabello. Rio histérica.
Esto es un sueño, o una pesadilla en realidad. Niego con
vehemencia.
—No hagas esto, llévame de regreso —me encuentro rogando,
muerta de miedo, comprendiendo que estoy en sus manos.
—Elle, puedes darte un baño, o cambiarte. Puedes marcar en
ese teléfono —y me muestra un conmutador que descansa a un
lado de una mesilla de noche—, y te traerán algo de comer. Ponte
cómoda, regreso más tarde —comenta como si esto fuese lo más
normal. Niego asombrada, incrédula.
—¡Quiero salir de aquí! —grito de nuevo, lagrimeando. Me mira
de reojo y sonríe.
—El televisor pondrá el canal que desees. Nos vemos después
—y baja. Lo sigo con desquicio, no se detiene y sale colocando la
mano sobre un muro debajo de la habitación que tiene una puerta
corrediza gris que evidentemente es impenetrable. Corro para
alcanzarlo pero se cierra antes de que pueda hacer nada. La golpeo
con toda mi impotencia y miedo, rabia.
—¡Abre! ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡No me dejes aquí! —ruego hasta que
quedo sin fuerza, me dejo caer aturdida, aún sin poder registrar lo
que me está pasando. De pronto se me ocurre que si pido comida
alguien vendrá y será mi oportunidad de salir. Veo el mismo aparato
de conmutador sobre una mesilla que está al lado de un sofá
cuadrado, me topo al girar con un columpio que cuelga desde el
altísimo techo y las cuerdas cruzan por la habitación donde
desperté. Gruño. Millonario excéntrico, pero ahora mismo no tengo
tiempo. Agarro el maldito aparato, solo tiene un botón, suena,
tiemblo.
—Buen día, ¿qué puedo llevarle? —hablan inglés, es una mujer.
—Escucha, ayúdame, me secuestró, yo no quiero estar aquí,
¡ayúdame! —le suplico.
—¿Desea algún platillo en especial? —insiste serena. Aferro el
auricular, sudando.
—¡Estoy secuestrada! ¿No escuchas? ¡No quiero estar aquí!
Silencio. Rujo sopesando mis opciones, buscando pensar con
frialdad, como cuando estoy en medio de una nueva investigación y
no sabremos con qué nos toparemos. Respiro intentando así
formular un plan.
—¿Qué pueden traerme? —pregunto más tranquila, aunque no
sé ni cómo lo logro.
—¿Qué desea?
—Emm, una hamburguesa —suelto sin más.
—De qué la quiere
—De lo que sea —sueno ya un tanto ansiosa, otra vez, me obligo
a relajarme.
—Qué punto.
—No importa.
—¿Algún acompañamiento?
—¡No! Cómo quiera, solo traiga la comida.
—¿Desea algo de tomar? —Me dan ganas de aventar el maldito
aparato. ¡Agh!
—Agua. No tarde —ordeno colgando, aspirando con fuerza.
Aguardo sentada sobre el taburete color crema, evaluando mis
opciones, debo salir de ahí.
Minutos después en los que intento pensar sin la angustia esta
que me come, escucho la puerta. Me levanto corriendo hasta ahí,
entra un hombre, enorme, pestañeo y luego una chica con la
comida, me sonríe, busco esquivar al gorila éste, pero me
obstaculiza el paso. Pronto la mujer deja el carrito, sale, y grito de
nuevo al ver que la puerta se cierra. Me duele el estómago, tengo
arcadas, me estoy consumiendo de nervios, de ansiedad y miedo.
—¡No! ¡Quiero salir! ¡No!
Una hora después mis pulmones no pueden más. Subo de prisa.
Entro al vestidor para hurgar y ver si encuentro algo que quizá
pueda ayudarme, no tengo una idea de qué. Ingreso al baño,
ofuscada, no hay nada que me sirva para, no sé, amenazarlo,
hacerle daño y que me deje salir, lo que sea.
Rujo tumbando lo que puedo. Que no es mucho. Salgo frustrada
y me acerco a la ventana de la habitación, no hay nadie, está
oscureciendo. Gimo. Bajo. Nada, aunque a lo lejos veo luces de un
auto, me acerco pero nadie parece notarme ahí, encerrada.
Lágrimas de nuevo salen debido a la desesperación. Subo otra vez
desganada y me escabullo hasta la esquina del cuarto, recargando
la espalda en un pequeño muro que está del lado de la ventana. El
piso es frío, pero está aclimatado. Fuera de mí cubro las piernas con
el camisón, rodeándolas con mis brazos. Necesito salir de aquí.
CAPÍTULO II
Esa noche ceno sola pues me avisa uno de los escoltas que él
tiene un compromiso fuera de la isla. Deambulo después de darme
una ducha y ponerme ropa más cómoda. Ese lugar me asfixia un
poco, debo aceptar. Elijo una película, no me engancha, suspiro con
un twizzler en la boca. Al final me pongo unas botas abrigadoras y
pruebo mi libertad. Salgo y un escolta está ahí, al final del pasillo.
Me observa intrigado.
—¿Está todo bien, señorita? —pregunta educado. Llevo un
abrigo y abajo la ropa deportiva que uso para dormir.
—Quiero salir un poco.
—El clima está congelante —me recuerda, elocuente.
Repentinamente el lugar donde estuve bailando con él por la tarde
me apetece. Lo miro suspicaz.
—Ahora regreso —le digo, voy por el libro de Dickens y salgo. Me
observa desconcertado—. Hay un lugar en la casa, ¿el solariego?
Me parece —explico, asiente—. ¿Me puedes guiar?
—Con gusto —y se sube conmigo al elevador. Habla por su
intercomunicador, que tiene colocado en la oreja, con alguien,
avisando. Unos minutos después entro, la chimenea ya está
prendida, las luces tenues y una mucama aguarda.
—¿Desea algo? ¿Un chocolate caliente? —pregunta atenta.
Sonrío asintiendo.
—Y… una rebanada de tarta de higo, ¿se puede? —inquiero, es
realmente exquisita. Acepta alegre.
—Claro, enseguida. Lo que necesite solo avise a Tom —me
explica, comprendo que es el escolta que me trajo hasta aquí. Le
sonrío a cambio.
Pronto prendo una lucecilla baja y comienzo a leer ahí, en ese
espacio acogedor, con el fuego crujiendo, con esa bebida deliciosa.
Avanzo bastante, me recuesto y sigo leyendo, hay una cobija ahí
doblada, cubro mis pies, sigo y sin darme cuenta caigo dormida en
ese lugar que creo que adoptaré como mi favorito de ese extraño
lugar.
Despierto de forma abrupta con una idea que fluye a través de los
sueños, ese algo que quizá no logro ver en medio de tantas cosas
que me agobian, de la presión que esto está ejerciendo sobre mí.
Me incorporo con cuidado, duerme, me da la espalda. Lo observo un
segundo. Es tan ancho y solo su cadera está cubierta. Mis labios
cosquillean, tanto como mis manos que desean sentir bajo mis
yemas la textura tosca de ese cabello que le llega a los hombros y
suele llevar sujeto en un moño a veces apretado, otras suelto. Es
tan masculino que atrae por mucho que me resisto.
Me deshago de esos pensamientos, recordando el por qué me
encuentro despierta en plena madrugada. Busco mi Tablet en la
penumbra, está cargada a mi lado. Con sumo cuidado la tomo,
vigilando que él no lo note, bajo de puntillas, me arremolino en un
sofá y comienzo a trabajar.
Mágicamente avanzo. Lo que no tenía sentido ahora lo tiene. Me
pierdo en ello, porque puedo, porque es algo que sí entiendo y
manejo casi sin problemas aunque es un reto y también lo necesito
casi como a respirar para así experimentar de nuevo el control de
mí, de mi mente.
La mañana pasa agitada, tengo una reunión con todos los del
equipo. Les comento lo que hice el día anterior y decidimos
intentarlo de nuevo, luego les explico la otra idea, aceptan que es
viable. Paso el día ahí, en el laboratorio, tan obsesionada como
ellos. Cass se muestra más cortés de la cuenta, incluso bromista,
eso me desconcierta. Wen, que no puedo decir que sea mi amiga,
pero con la cual hablo más que con los demás, lo nota y me lo hace
ver antes de marcharnos.
—Cass parece interesado… Pero tú estás con el señor
Lancaster, ¿verdad? —pregunta cuando solo quedamos ella y yo.
Sé que Tom me espera, ya es hora, de hecho voy retrasada por
quince minutos, pero me importa poco, por mí que espere esa bestia
dos horas, o la eternidad, sería mejor. La encaro arrugando la frente,
serena. Nos protege una indumentaria de los pies hasta la cabeza,
así que no sé bien en qué tono lo dice, pero creí que eran ideas
mías las de Cass, aun así, prefiero no profundizar en el tema.
—¿A qué te refieres?
—Bueno —comienza y cierra algunas anotaciones, no luce tensa,
solo incómoda, quizá.
—A que si eres… ya sabes, ¿su pareja? —No sé qué debo
responder, por qué no sé qué se supone deba decir al respecto.
Obviamente no los somos o no como ella lo piensa, pero ¿debo
aclararlo? La escucho suspirar y luego se gira para recargar la
cadera en la encimera, cerca de uno de los microscopios—. Lo
lamento, no quise ser entrometida, es evidente que sí. Viven juntos.
—Sí, vivimos juntos —afirmo porque esa es una absoluta verdad.
Sonríe y puedo jurar que sus mejillas se tiñen.
—Ni siquiera entiendo cómo Cass se comporta así sin temer. El
jefe es un hombre imponente —apunta. Noto, de pronto, que le
gusta, a Wen le atrae Dáran e inexplicablemente me molesta, sin
embargo, logro mandar lejos el sentimiento porque mi razón grita
que no está bien y le sonrío a cambio.
—Sí, lo es —avalo apagando una de las máquinas.
—Lo siento, no debo ser tan imprudente. Es solo que llevo aquí
seis años y nunca había traído a alguien a la isla.
—Tranquila… —replico creando la respuesta para ello en mi
cabeza y no me agrada en realidad. Estoy aquí justo por esta
investigación que lentamente, además de convertirse en mi
obsesión, se está convirtiendo en mi maldición.
—¿Sabes? Es solo que me intriga. Tú eres… dulce, no sé, él se
ve tan experimentado, es un león en cuanto a los negocios, muy
importante e influyente. Parece estar listo para arrasar con el mundo
si se requiere.
—Creo que lo está —admito evocándolo y es que eso proyecta.
—La verdad es que hacen una linda pareja, son como un
contraste que encaja. Me alegra por ti, aunque debe ser complicado
—murmura pensativa, algo soñadora. No la imaginé así. Le sonrío
de nuevo. Si supiera...
—Es muy complicado —confirmo soltando un largo suspiro.
—Sé que quizá no viene al caso y que alguien como tú, que está
con alguien como él, no puede o debe, ya no sé, hacer nada común,
pero me preguntaba si quisieras ir a tomar un día de estos unas
copas con los demás a Mahone, es pequeño pero todos vivimos ahí
debido al trabajo y a veces nos juntamos —propone algo apenada.
Pestañeo. Siempre que surgía algo así, que no era lo común
pues siendo la más pequeña en realidad me trataban como la
novata, prefería declinar, pero esta vez siento la absurda necesidad
de decir que sí y… no puedo soltarlo como hubiese deseado. Mis
rejas están claras, quizá mi seguridad en juego.
—Claro, nos ponemos de acuerdo —digo a cambio, contrariada.
Sonríe alegre.
—Somos medio aburridos, pero no tanto —señala divertida y
salimos juntas. Bromeamos en el trayecto, se siente bien esa
ligereza, esa camarería insipiente entre nosotras. Cuando salgo Tom
está tenso, le sonrío a cambio pero no digo nada hasta que
quedamos solos en el elevador.
—¿Ya está echando chispas? —pregunto mirándolo de reojo,
burlesca. Asiente con las manos como suele; al frente de su cadera,
una sobre la otra, con el audífono conectado a algún parte de su
cuerpo, con su cabello inmaculado y bien corto, aunque por el cuello
se alcanzan a ver algunos tatuajes—. Perro que ladra no muerde —
reviro con frescura. Noto que una media sonrisa se dibuja en su
gesto severo.
Entro al auto y Dáran me mira, o en realidad, clava sus ojos en
mí, irritado.
—Te esperé más de veinte minutos, Elle —ruje en voz baja.
Pierdo la atención en el camino que empezamos a recorrer.
—Ahora tampoco puedo hablar con nadie, no salirme del horario
que tú estipulas. Maravilloso.
—No dije eso, pero puedes avisar. Es educación —gruñe. Volteo
ahora sí, entornando los ojos.
—¿Hablas tú de educación? Vaya, parece chiste —reviro
perspicaz. Su expresión se suaviza, esquivo sus ojos fieros.
—Allí de nuevo, wahine. Si no atacas temes terminar aceptando
lo que ya sientes —dice tan bajito que apenas si lo escucho, está
casi junto a mi oreja, así que clavo la vista al frente con mayor
ahínco, mi respiración se agita tanto como mis latidos amenazan por
hacer que mi pecho explote. ¡Idiota!
Ya en su apartamento, cenando, suspiro, dejo los cubiertos sobre
el plato y me animo a encararlo.
—Wen me propuso una de estas noches ir a Mahone para tomar
unas copas con los del equipo —suelto nerviosa. Dáran mastica
más lento al oírme y despacio posa su atención en mí. Paso saliva
porque me enoja que deba preguntarle, porque por primera vez
siento la necesidad de sí, salir, hablar, hacer ese tipo de cosas. Se
recarga en el respaldo, toma un trago de su vino y se pasa la
comida.
—¿Unas copas?
—Sí, ¿qué, nunca lo has hecho? —pregunto con sarcasmo.
—Lo he hecho, muchos años atrás, luego noté que era peligroso
que me expusiera de esa manera y dejé de hacerlo. Lo que me lleva
a recordarte que tu vida está en peligro, que intento mantenerte a
salvo y que salir con empleados es lo peor que ahora mismo podrías
estar pidiendo —concluye.
Momentos de mi adolescencia regresan, me siento harta, muy
harta de ser y hacer lo que todo mundo espera o quiere, y no lo que
yo siento la necesidad de experimentar. Dáran no es mi padre,
menos mi abuela, pero me enoja, no lo puedo evitar. Lo cierto es
que no quiero que acabemos como la noche anterior, si apelo a mi
razón, está en lo cierto y no tengo argumentos para ello.
—Bien —digo dócil y continúo comiendo intentando ahogar este
sentimiento de frustración.
—¿Bien? —cuestiona incrédulo. Alzo el rostro, me mira sin
comprender.
—Sí, bien. Tienes razón. No es el momento. Ni siquiera debí
pensarlo.
—Tienes derecho a ello, Elle, a salir, divertirte. Imagino que a
veces lo hacías y lo extrañas…
—No lo hacía —interrumpo contundente. Su semblante cambia,
ahora me examina más perdido.
—¿Por qué? —quiere saber.
—No hablaré de mi vida contigo. Tú no hablas de la tuya
conmigo.
—¿Quieres hablar de mí? —pregunta cauto, midiéndome.
—La verdad es que no.
—Mentirosa —revira juguetón, pero intrigado, lo sé, ahora lo
conozco irremediablemente más. Él a mí, por ende.
—No quiero discutir de nuevo… —farfullo jugando con la comida.
Toma un poco más de vino, analizándome.
—Hablemos, entonces.
—No quiero seguir dándote información sobre mí.
—¿Qué quieres saber de mí? —Lo miro pestañeando. Por un
segundo pienso en dejarlo pasar, pero luego esta maldita curiosidad
hace de las suyas, me llevo un ravioli a la boca y lo medito. Él
espera entretenido.
—Cuéntame alguna travesura de tu niñez —pido sonriendo un
poco. Bufa llevándose las manos a la nuca y perdiendo la mirada en
el techo, divertido.
—Fui algo de cuidado… ¿Estás segura? —pregunta con tono
jocoso, pero orgulloso. Ya no dudo y afirmo.
Escucharlo narrar cómo fue que construyó una casa del árbol
donde solo los que pasaban pruebas temerarias podían ingresar:
desde saltar de un risco, hasta cruzar con un tronco sobre ríos
bravíos, trepar montañas empinadas y cosas así, de locos, me hizo
sentir ligera. Sonrío por la manera en la que lo cuenta, arrastra las
palabras de forma suave, pero a la vez llena de energía, lo recuerda
de una manera agradable. Una de esas travesuras fue juntar
gallinas, todas las metieron en aquel árbol. Cuando las encontraron
tuvo que regresarlas, después de una enorme reprimenda por parte
de su padre y tuvo que ayudar a recoger huevos durante un mes a
cada una de las granjas a las que les hizo la broma.
—No volví a hacer algo semejante, mi padre no se tentaba el
corazón —admitió ya empezando el postre. Yo sonreía mientras
hablaba imaginando a un niño de esa edad haciendo todo aquello,
no a él la verdad, aunque se nota que tiene esa vena de humor
torcido.
—Debió ser divertido.
—Lo fue, ciertamente. Pero en aquel entonces no tanto… ¿Ahora
me responderás? Ya te dije algo. Es tu turno.
—No es un juego… —reviro retrayéndome. Asiente analítico.
—¿Alguna mejor amiga o amigo? ¿Alguien así? —pregunta
despacio. Lo miro un segundo sin saber qué responder.
—No —admito al fin, poco después de un rato de silencio.
—Traje algunas cosas que quiero mostrarte. Espera aquí —dice
cambiando de tema. La tensión se diluye milagrosamente cuando se
levanta. Abre un armario con paneles de espejo y decenas de
juegos de mesa aparecen. Me levanto para acercarme, quedo
sombrada a su lado.
—¿Por qué? —quiero saber, aturdida.
—Elige uno —pide cruzado de brazos, a mi lado. Lo miro
arrugando la nariz—. ¿Qué? Anda, elige —me exhorta. Me
aproximo aún más y leo cada uno, hay hasta rompecabezas. La
mayoría ni idea de cómo se juegan o de qué van.
—No sé, no conozco ni uno salvo el ajedrez o el backgammon.
—No, de esos no hay aquí, queremos divertirnos, no ponernos a
dormir.
—¡No te hacen dormir!
—Claro que sí, y mira que sé jugarlos, ambos.
—Vaya, eres presumido.
—Si juegas conmigo y ganas en tres diferentes juegos, entonces
jugamos una partida de ajedrez o el otro. ¿Qué dices?
—Para variar bajo tus reglas…
—Bueno, ya sabes, soy mandón de profesión. Pero quizá temes
perder… ¿Es eso, wahine? —pregunta alzando su ceja marcada.
Entorno los ojos y le tiendo la mano aceptando el reto. Me da la
suya dándome un firme apretón. En cuanto me toca mis pulmones
se contraen. Me observa de esa forma ardiente que me enciende;
su pulgar acaricia el nacimiento del mío y luego me suelta, despacio
—. Elige —solicita viendo ahora los juegos. No entiendo aún por qué
hace esto, seguramente antes de que estuviese aquí no era su
manera de divertirse, aun así, me agrada, son cosas nuevas,
refrescantes, que me hacen sentir menos sosa y más joven.
~*~
Las siguientes semanas nos enfrascamos en competencias sobre
ello. No logro ganar salvo una vez, por mucho que busco juegos
más sencillos termino perdiendo. Me lleva años luz en maña, y yo,
recta y racional la mayoría del tiempo no atino a ganarle. Él es más
instintivo y bueno, aunque de varios admite que es su primera vez,
los entiende de inmediato, pero principalmente, los domina. La
verdad es que termino muchas veces soltando carcajadas sin
remedio, sobre todo el día en que jugamos a adivinar qué personaje
éramos, donde evidentemente no tenía yo ni una idea, pero él sí.
Fue divertidísimo verlo perderse en mis respuestas. Ganó, sí, como
siempre, aunque le costó y yo terminé con dolor de abdomen de
tanto reír.
Wen no volvió a mencionar nada sobre salir, pero Cass sí
comenzó a ser más directo. No me agrada la verdad, de alguna
manera me pone tensa y no es lo que necesito. Por otro lado, Dáran
empieza a aparecer de sorpresa en el laboratorio y noto cierto dejo
de molestia cuando se refiere a él. Seguramente ya sabe que mi
compañero es más solícito conmigo de la cuenta pese a que no le
he dado pie. Es un investigador brillante, pero un idiota al ponerse
en la mira de este loco que me mantiene con vida, eso me queda
clarísimo.
Después de esas madrugadas en las que surgieron algunas
ideas, pasaron unos días tranquilos en los que no avanzamos
mucho, pero de nuevo unos días atrás me ocurrió, la diferencia fue
que Dáran ahora solo me cargó y llevó a la cama sin reclamo
alguno, y que sí avanzamos al fin.
—Elle —me nombra Kelly, cuando está por salir del apartamento.
Yo vengo entrando, fui a pasear a los huskys una hora atrás.
El día anterior, después de cenar, cada uno se duchó, luego nos
tumbamos sobre la cama y leímos. Son cosas tan banales pero que
para mí representan tanto o más que cosas que podrían catalogarse
como extraordinarias. Me recosté sobre su hombro, no es algo que
yo haga por mi propio pie, me apena, pero Dáran se encarga de ello
y me acomodó ahí, mientras él también leía algo sobre las cruzadas.
Con música de rock en inglés de fondo, no me costó trabajo pues
me he acostumbrado, nos perdimos en el silencio un par de horas
hasta que yo me empecé a sentir cansada y lo cerré. Él hizo lo
mismo con el suyo, y minutos después me rodeaba por la espalda
de manera protectora y besaba mi coronilla.
Ingiero todo lo que me sirven, que por cierto está delicioso. Toso
a ratos, quizá enferme, comprendo cuando debo sonarme más de la
cuenta. Dáran me informa que Daniele le advirtió sobre ello. Tomo
los medicamentos recomendados. Los demás, que vuelan con
nosotros, se encuentran en una sala más adelante, ahí solo
estamos él y yo. Cuando acabamos y retiran todo, lo observo,
poniéndome de pie.
—Es tuyo —señalo entornando los ojos, me refiero al avión.
Toma de su taza, tarda un poco en responder y al final asiente—. Es
casi del tamaño de una casa —susurro inspeccionándolo, ya de pie.
—Lo es.
—¿Siempre viajas en él?
—Cuando es necesario.
—¿No te abruma?
—De nuevo con eso… —revira y me rodea por la espalda,
recargo mi peso en él.
—Lo lamento, pero a mí sí —admito apretando sus manos torno
a mi vientre. Ahora, más que antes, sé que quiero sentir todo lo que
pueda sentir.
—Quieres hablar de lo que ocurrió… o prefieres esperar —indaga
sobre mi cabello. Recordarlo me estremece, pero quiero entender.
Me suelto y camino hasta el sillón cremoso. Nos sentamos uno
frente al otro. Espera.
—Fue provocado, ¿verdad? —le pregunto directamente. Asiente.
Perturbada le narro todo, cada detalle de lo que recuerdo. Me
escucha con suma atención, aunque noto como su quijada
cuadrada, se tensa cada vez más y una vena en la frente aparece.
Cuando termino, yo con los ojos anegados, se levanta y da vueltas
por el lugar. Al final gruñe frustrado y vuelve a sentarse. Lo observo,
tensa.
—Jamás debiste pasar por algo así, mujer, nunca —ruge bravo.
Lo acallo con un dedo sobre sus labios.
—Esa es una palabra muy compleja, que suele durar poco —le
recuerdo. Arruga la frente, evocando esa conversación casi cinco
meses atrás. Sacude la cabeza y me besa en un arrebato. Le
respondo sin remedio, con vehemencia, acalorada—. Si enfermé, te
contagiaré —le hago ver.
—He iti taku manaaki*(Me importa poco) —repone mordisqueando mis
labios. Jadeo.
—No te entiendo —le recuerdo con los ojos cerrados, perdida en
su sabor.
—Me doblegas, Elle, solo eso —admite disminuyendo el ritmo.
Sonrío lánguida, porque es justo lo que a mí me sucede.
—Dime qué ocurrió, necesito saber… —lo insto cuando estamos
recuperando la respiración. Se frota la barba aspirando con fuerza.
Frivóla, que era impenetrable, fue vulnerada por alguien ajeno,
pues está creada por los mejores expertos en software de seguridad
e informática del mundo, aun así, encontraron cómo entrar. La
situación es que los de seguridad deben dar cierta privacidad,
dentro de aquel apartamento no se suelen encender las cámaras,
pero cuando Dáran no está, pide que se haga a ciertas horas. Así
que cuando alguien ingresa al baño a ducharse, u otras cosas, se
desactivan las cámaras, aunque sigan grabando por debajo. O algo
así entiendo. Lo que ocurrió es que unieron imágenes de mí
dormida, imágenes espejo, con el baño vacío y lograron hacer
parecer que todo estaba en orden por si alguien indagaba. Esto se
logra en segundos, según él. Fueron cuidadosos, expertos aun
grado de terrorismo, mientras tanto yo estaba ahí, muriendo de frío
de la manera más literal. Dáran llegó antes de lo que me dijo,
temprano, creyó que me despertaría y cuál fue su sorpresa de que
yo no estaba en la cama y que la puerta del baño no se abría
además de que estaba helada.
La movilización comenzó, notaron lo que había pasado con
Frivóla cuando ya Dáran y Tom habían roto la cerradura del baño.
Daniele también ya estaba presente, entraron y comprendieron lo
que ocurría. Su equipo de espionaje ya se ocupaba de ello, pero yo
estaba absolutamente congelada ahí, donde recuerdo que me
quedé para resguardarme.
—Cuando te vi, Elle, creí que era muy tarde… Aun te pienso y es
demasiado —acepta con impotencia. Paso una mano por su barba y
le acomodo tras la oreja un mechón de cabello. Suspira con sus ojos
clavados en los míos—. Jamás me hubiese perdonado que algo te
pasara —confiesa con cruda honestidad. Bajo mi mano y la toma
para besarla con dulzura, dedo por dedo.
—¿Me estarás salvando siempre? Es absurdo —expreso abatida,
cansada. Alza los ojos y sonríe mostrando esa dentadura blanca,
perfecta.
—Si es preciso, sí. El mundo merece más personas como tú,
Elle.
—Debí dejar la investigación.
—Si lo decides hacer, te apoyo… Pero ahora mismo eso ya no
cambiará el rumbo de las cosas.
—Lo sé. Debo concluir. Te llamé justo por eso. Ya sé qué sigue.
Es cuestión de días.
—No me asombra, pero me alegra para que esto termine de una
vez, wahine.
—No imaginé que las cosas sucedieran así, te lo aseguro.
Lamento todo lo que ha ocurrido —murmuro culpable.
—Yo solo la parte en la que creí que no saldrías sana de ese
jodido baño.
—Te envenenaron.
—Cosas que pasan —revira quitándole importancia.
—Te quejaste mucho.
—Quería tener una enfermera tiempo completo —bromea
aligerando el ambiente, aligerando eso que siento en el pecho,
aligerando mi cabeza. Sonrío rodando los ojos, siempre lo logra.
—Kararehe.
—Lo sé, wahine.
Me entero de que estuve medio inconsciente casi dos días, que
costó reanimarme y que Daniele se mostró agobiado en un
momento, pero comencé a reaccionar. Vamos a Nueva Zelanda
para despistar un poco, para dar tiempo a que se restablezca toda la
seguridad en Kahulback y saber quién propició aquello, aunque sé
por su semblante que quizá ya dieron con los responsables. La
verdad ni pregunto qué puede ocurrirles, en los niveles de Dáran me
queda claro que la prisión y esas cosas, quedan como juego de
niños.
Más horas de vuelo. Él tiene reuniones con su equipo, Kelly va a
bordo, noto, pero su personal no se acerca al área donde paso el
tiempo. No sé bien qué ocurrirá una vez llegando a Wellington, lo
cierto es que me importa poco en este momento, solo le pido que le
informen a Aide que estoy bien, lo demás, es impresionante pero
me da igual. Ahora mismo estoy a salvo y viva, ella también.
Leo a ratos, el resfrío empieza a ser claro. Me dan un té. Son
dieciséis horas de diferencia y un vuelo de casi veinte. El sitio es tan
cómodo que sería ridículo quejarme, esa es la realidad. Dáran se
acerca más tarde, todos parecen descansar, se tumba a mi lado y
vemos una película, me acurruco entre sus brazos y caigo dormida.
Respiro con esfuerzos gracias a la constipación.
—Nunca enfermo —gruño—, y estos meses ya cubrí mi cuota de
años. —Ríe besándome la cabeza. Sé que la fiebre aparece cuando
de nuevo tengo mucho frío. Lo agobia, aunque busca que no lo
note, lo percibo. Me da un twizzler cuando me quejo por estarme
sonando. Lo tomo agradecida, guiñándole un ojo.
Aterrizamos a las seis de la mañana de Wellington. Tres
camionetas nos esperan. Me subo escoltada por Tom mientras
Dáran habla con los demás. Está frío el clima, pero húmedo
también, aún no sale el sol. Él entra un par de minutos después,
coloca su mano en mi pierna y me sonríe.
—Bienvenida a mi país, wahine —anuncia con orgullo. Le sonrío
y recargo mi cabeza en su hombro, en respuesta besa mi cabello.
Esas muestras de intimidad ya parecen ser lo común entre nosotros,
aunque no hemos pasado de ahí, paradójicamente, sin embargo,
ahora, a diferencia de antes, mis defensas están casi extintas y lo
necesito, lo necesito muchísimo de todas las formas posibles.
Va a amaneciendo y noto que es una ciudad grande, hermosa,
con mucho verde, el mar bordeándolo, me pierdo en lo que la vista
me ofrece. Después tomamos un poco de carretera, mientras tanto
Dáran habla por el celular en italiano, me parece, luego en otro
idioma y abre cosas en la Tablet a la vez. Nunca para.
Pronto entramos como entre laderas, un camino de grava oscuro.
Un portón custodiado nos da la entrada y una casa de un piso,
extensa, de playa, aparece frente a nosotros.
—Pasaremos aquí un par de días, luego nos iremos a otro sitio.
—Me dirás a dónde —lo cuestiono cuando ya nos abren la
puerta.
—A una reserva.
—¿Una reserva?
—Ya verás.
Bajamos y el personal nos da la bienvenida. El lugar me agrada,
aunque es gigante, no es necesario tanto, pero bueno, así es su
vida. Los pisos de madera clara, madera blanca en el techo,
abanicos rústicos, espacios muy abiertos, jardín y jardín y mar al
fondo. Dáran va tomado de mi mano guiándome en medio de ese
laberinto increíble de vidrios y paisajes. Kelly nos sigue por detrás
hablando con parte del personal en inglés. Por lo que entiendo son
la cocinera, mucamas y quizá el encargado de las áreas verdes que
deben ser cuidadas por muchas personas porque son bastantes.
Dejo de escucharla, él abre una puerta colocando una palma y
sigue.
—Estás muda… —dice apretando mi mano, sonriente.
—Es hermoso aquí.
—¿Muy grande?
—Sí, también —acepto ruborizada. Abre una puerta de la misma
forma.
—No quiero saber de Frivóla por un tiempo —farfullo.
—Aquí no está, es más sencillo. Es tan alejado de todo que no es
tan necesario. Aunque el lugar cuenta con seguridad máxima, no lo
notarás.
—Me alegra. No pienso entrar a un baño que no abra yo y
controle yo —aseguro con decisión.
—Entonces estamos en el sitio correcto.
Entro y abro la boca, maravillada. El sol ya salió y tiñe todo de
una luz hermosa. La cama grande, acolchada, paredes blancas
también, contrasta con los muebles de madera, acojinados. Un baño
se adivina del lado izquierdo y justo frente a la cama, un ventanal
que da a dos sillas de exterior y el increíble jardín, el mar. Me
detengo justo ahí, aspirando ese olor que me encanta.
—Asumo que te parece bien dormir aquí un par de noches —
señala abrazándome por la espalda, recargando la barbilla en mi
hombro.
—Ahora mismo solo necesito olvidar lo que pasó, este lugar me
agrada. Es tan abierto. —Se coloca a mi lado, tomándome de la
cintura y con la otra mano hace un ademán invitándome a salir—.
Kamille, Kaisser —dice con voz firme y los canes aparecen. Mis ojos
se anegan, me llevo las manos a la boca y cuando aparecen, salgo
a saludarlos. Rio al ser lamida por ambos, luego le brincan a Dáran.
—Los trajiste.
—Cuando me ausento mucho tiempo, van conmigo —admite, lo
beso y luego hago que me persigan, como suelo.
—No te agotes, Elle, aún no estás bien, la gripe —me recuerda,
pero ya corro con ellos a los lados. Después de todo lo que ha
ocurrido esto se siente perfecto.
Termino sentada en el césped, con ambos a mi lado, viendo el
mar. El clima sí es frío, pero más agradable que en la isla, aunque lo
constipado no me deja estar del todo. Dáran habla con alguien que
parece trabajar ahí, ríen. Lo observo un poco sin que me note. Es un
ser de tierra, de naturaleza de alguna manera, eso siempre llama mi
atención, me gusta. Cuando ya no puedo respirar muy bien, decido
regresar, llaman a los canes, y entramos a la habitación.
—Imagino que aquí también tengo ropa —digo como de paso,
inspeccionando el baño.
—Imaginas bien, ya está en el vestidor. ¿Te quieres dar una
ducha? Luego comemos algo y descansa. Creo que tienes fiebre,
Elle —me regaña al colocar su mano en mi frente que se siente fría.
—Ya deberías acostumbrarte —replico mormada. Niega
sonriendo. Besa mi sien y me rodea.
—A verte mal, imposible. Anda, ve. Tengo unas llamadas que
hacer —me insta. Antes de que salga lo tomó de la mano, se
detiene. Me observa. Me pongo de puntillas y beso su mejilla con
aquella barba que ahora sé me gusta tanto.
—Gracias —suelto. Respira hondo.
—Solo mejórate —suplica sereno, pero complacido.
Ese día lo paso en cama debido al antiviral y a que me siento
molida, pero es agradable hacerlo en ese sitio. Leo, Dáran va y
viene. No sé qué tiene ese lugar que me hace sentir tranquila,
serena y logro olvidar a ratos lo que pasó. Tengo el horario, al igual
que él totalmente movido, por lo que caemos dormidos temprano.
Tiempo después…