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Primera edición agosto 2020
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ISBN:
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares
del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informantico.
Portada: Ana Coello y Mariana Coello.
Imagen de portada AdobeStock
“Cuando dos almas están creadas para acoplarse, para
unificarse, buscarán la manera de encontrarse.”
Aviso: Los datos, e información, así como cuestiones científicas o sociales, que aquí se presentan, son parte
de la ficción de la historia. Se tomó información, pero no está basada en ello puesto que se buscó crear un
contexto adecuado para la narrativa.
CAPÍTULO I

Abro los ojos, tengo la boca seca y esa sensación como de que
dormí mucho más de la cuenta. Hay media luz, una que no
reconozco. De pronto, antes de que mi cuerpo detecte que esas
sábanas no son las acostumbradas, noto que no estoy en mi
habitación, no está la foto de mi hermana conmigo en Galápagos,
no están los muros blancos con flores secas colgando, tampoco la
lámpara de papel de china blanco que puse recién me mudé, un año
atrás, vivía sola, pero no en mi propia casa.
Me incorporo con los codos, enseguida, arrugo la frente con el
corazón martilleando. El lugar es… diferente. Estoy tendida sobre
una cama kingsice, del lado izquierdo hay una ventana enorme,
¿está nevando? Noto arrugando la frente. No hay prácticamente
paredes, frente a mí un barandal marrón de hierro. A mi lado
derecho hay un panel que en realidad es un enorme espejo dividido
por rectángulos. En cada costado hay mesillas de noche sin nada
salvo unas lámparas que tiñen todo de una media luz cálida,
elegantes.
Sin entender qué ocurre, me levanto asustada. Llevo puesto un
camisón que llega hasta mis pies, definitivamente no el conjunto de
braga y blusa vieja con el que me acosté. La tela es delicada, fina
en realidad. No llevo nada abajo salvo mis bragas y, por lo tanto, mis
senos quedan un tanto expuestos debido a que la tela no es tan
gruesa. Los protejo con mis brazos instintivamente, aunque mi
cabello rubio hace su parte. Pongo mis pies sobre el tapete que
cubre parte de la duela pulcra, me acerco a la ventana, estudiando
mi alrededor. No entiendo nada. Debo estar soñando, decido.
Me llevo una mano a la boca cuando noto que estoy en un
segundo o tercer piso, en realidad porque parece un ático. La
habitación o lo que sea, está arriba del resto, volado. El que afuera
nieve me hace pensar que quizá estoy aún en Toronto porque desde
que enero comenzó así ha estado. ¿Estaré cerca de casa? Pero
¿Dónde? ¿Qué hago aquí? No se ve nada de nada salvo un jardín
cubierto por aquella capa blanca y al fondo… mar. Respiro agitada,
negando, retrocedo tanto que chocó con la cama. ¿Qué está
pasando? Mis manos transpiran, rodeó la cama y me voy hasta el
barandal para observar mejor, aún no muy convencida de que esto
sea real.
De pronto escucho ruidos justo debajo de mí. Mi corazón se va
salir por la garganta, algo que se desliza con suavidad, me asomo
más de la cuenta por la baranda y me quedo petrificada, cuando
bajo mis pies aparece una figura imponente, una que reconozco.
Pestañeo una y otra vez, ¿él? ¿Por qué?
Camina y no parece interesado en el hecho de que estoy aquí,
arriba. Lo observo al igual que al sitio; es… elegante y hermoso, los
colores, los muros de piedra, la decoración justa, nada excesos,
sobria y a la vez relajada. ¿Qué hago aquí? Continúa su camino
antes de dejar un aparato sobre la mesa rectangular del comedor.
Gimo cuando noto que subirá, mis palmas sudan, me repliego a la
esquina del barandal y la ventana, pero él apenas si me ojea,
mientras yo siento que mi corazón se saldrá de la garganta. En el
muro lateral a las escaleras coloca la palma sobre otro círculo
grisáceo y los espejos se abren. Parpadeo temblando. Parece un
vestidor, bueno, uno enorme en realidad. No entiendo nada. Desvío
la mirada un poco hacia abajo. Los techos son altísimos pues
abarcan lo alto de la habitación volada. Todo aquello es del tamaño
de un apartamento, o es un apartamento en realidad.
—Veo que ya despertaste —dice como de paso mientras se quita
los zapatos ahí dentro. Jadeo al escucharlo aferrando el barandal.
Su voz es tan profunda y gruesa como la recuerdo. Sin entender ni
un ápice, me armo de valor, no soy de confrontaciones, menos de
gritos o cosas así, pero tampoco de las que se queda un paso atrás.
—¿Qué hago aquí? —pregunto molesta a la par de asustada,
puedo verlo desde ahí, si no se interna más. Continúa su quehacer
sonriendo de forma felina, indiferente. Mi sangre hierbe. Necesito
entender. Envalentonada decido acercarme, ya se levanta y lo sigo
a un par de metros de distancia olvidando mi atuendo, olvidando lo
bien que huele ese lugar.
—Frivóla, the news —solo dice y una pantalla frente a la cama
aparece y se enciende con CNN en inglés. Sacudo la cabeza. Deja
su suéter sobre el diván acolchado color crema que está en medio
de ese lugar, relajado.
—Pregunté qué hago aquí —repito apretando mi cuerpo. Se
detiene y voltea despacio, mi sangre se paraliza. Luce tan peligroso
que es imposible no temerle, más con aquella cicatriz cruzando sus
cejas, con ese cabello sujeto por un moño, con esa barba de al
menos un centímetro de largo, su musculatura que ahora veo sin
problemas gracias a esa camiseta que pretende no ser ajustada
pero que no lo logra del todo y que deja ver más tatuajes, un
colgante extraño, su tamaño.
—Siendo tan inteligente, y no formulas la pregunta correcta, Elle
—musita clavando sus ojos en los míos. Aprieto los labios.
—No juegue conmigo. ¿Por qué estoy aquí? —insisto. Suspira,
pasa sus ojos por mi cuerpo, despacio y luego desaparece en otra
puerta que se abre cuando posa la palma. Lo sigo y veo un baño
asombroso. No entro. Tiemblo.
—Sigues sin hacer la pregunta correcta —dice quitándose la
camiseta y lanzándola a un agujero de la pared. Abro de par en par
los ojos. Nerviosa. Desvío la mirada.
—No estoy jugando.
—Ni yo —asegura, entonces lo encaro ante su tono. Solo lleva
ese vaquero y su cabello lo soltó, le llega a los hombros, ondulado,
castaño con motes rubios que parecen haber sido adquiridos por el
sol. Mis ojos escuecen.
—Regréseme a mi casa, ahora —exijo. Sonríe satisfecho.
—Estás en ella. Por un tiempo esta será tu casa —responde.
Niego arrugando la frente se está quitando los pantalones. ¿Qué
pasa con él? Me giro de inmediato, sin dar crédito. Ríe.
—No es mi casa, y le ordeno que me regrese. No entiendo qué
hago aquí —rujo pero sin voltear.
—Acostúmbrate —escucho y luego el agua comienza a correr—.
Por ahora este es tu hogar, Elle, nuestro hogar —asegura sin
remordimiento.
¡¿Qué?! Pienso en gritarle, rabiosa, pero recuerdo que está ahí,
desnudo, en ese baño. Decido no ver más. Me alejo y regreso a la
habitación, comienzo a dar vueltas nerviosa, preocupada. No puede
estar pasando. No me pudo haber secuestrado este loco, no a mí,
no él. Me muerdo el labio, camino en círculos, sacudiendo el rostro.
No. Es no puede ser. No.
~*~
Hace un mes me gradué con honores en la especialidad de
Biomedicina molecular en Toronto, donde hice también el
bachillerato por medio de un intercambio escolar, ya nunca regresé
a Estados Unidos. Como le prometí a mi padre. Estoy por entrar a
Biotecnología los próximos meses. Él falleció al yo tener 15 años, mi
madre cuando recién cumplí 5. Mi hermana y yo crecimos al lado de
la abuela y él, que vivía tras libros y viajes. Lo amaba muchísimo,
ganó varios reconocimientos por su labor y descubrimientos en el
área química, pero yo decidí ser más específica y con la facilidad
nata heredada para aprender con rapidez y comprender, no podía
desperdiciarlo.
Vivo como él; tras libros y en un laboratorio. Esa es mi pasión.
Hace un año que me independicé del todo pues vivía en el campus,
hace dos, comencé a hacer prácticas como parte de la carga
curricular en un laboratorio de mucho prestigio, recomendada por un
profesor, ahora trabajo ahí, me pagan muy bien por hacer lo que
más me gusta; buscar grandes remedios a grandes males,
innovación y desarrollo es donde me encuentro.
Hace unas semanas hubo una serie de eventos relacionados con
el área muy importante en Cancún, me pidieron ir y exponer,
además de revisar algunas propuestas acerca de un proyecto
ambicioso que de ser factible podrá ayudar a las personas con
padecimientos cardiacos por medio de la genética, eso también
hago y soy parte del equipo. Aunque por ahora estoy en medio de
algo estrictamente confidencial, descubrí un virus que se creyó
inestable, pero no lo es, y que por la manera en la que se conduce,
puedo casi garantizar que es creado, por lo tanto, gracias a la
estabilidad que tiene tras esa coraza engañosa, podría tener la cura
que ayudaría a no solo curar lo que provoca, si no revertirlo. En fin,
no fui por eso, si no por lo otro.
Sabía que hombres y mujeres muy poderosas, inversores,
accionistas, y demás alcurnia de la farmacéutica, o que se dedican a
ese rubro de la ciencia, asistirían. No me amedrentó, porque aunque
hablar en público no es mi fuerte, no estaría sola y seríamos un
equipo de investigadores a cargo de ello, aunque yo, la más joven.
La buena noticia fue que después de ello tomaría unas vacaciones,
visitaría sitios del país donde nací, México, aunque mis padres no
eran de ahí le tenía una gran estima y bellos recuerdos, y luego
regresaría a casa para continuar con eso que se mantenía en
absoluto secreto, a nivel molecular yo era la que había dado con la
combinación y solo mi jefe inmediato, y un par de altos mandos
más, lo sabíamos.
Es un tema complicado pues hablar de una enfermedad tan
delicada que surgió hace varios años, que además es costosísima y
ha cobrado varias vidas ya en el planeta no por ella misma, si no por
el deterioro que deja en los órganos, no es bien recibido. Y yo,
curiosa, como suelo, no lo dudé y trabajé en ello desde hace más de
un año en momentos libres, recién descubrí algo más aterrizado,
factible y fue en ese momento que capté la atención con mayor
amplitud del jefe de mi laboratorio y me metí en ello con total
confidencialidad.
Y ese hombre, éste que se está duchando importándole nada lo
que estoy experimentado, se encontraba ahí, en aquellos eventos.
En el coctel donde vestí algo sencillo, no dejó de verme. Supe, por
oídas, que era poderoso, influyente y que además, era el dueño de
varios laboratorios, entre ellos, accionista de donde yo trabajo. Un
tipo apasionado de la ciencia y… de todo lo que su dinero le pueda
dar.
Se acercó cuando hablaba con uno de mis colegas, éste se
mostró entusiasmado de tenerlo ahí, platicaron un poco y luego se
marchó pues fue evidente que deseaba estar a solas conmigo
porque no se esforzó en ocultarlo.
—Es notoria tu experiencia en el tema… —y buscó mi nombre.
La verdad me impresionó, casi nadie lo logra, pero es imposible
que un hombre como él no lo consiga. Iba vestido con un traje
impecable, la barba medio crecida pero perfectamente recortada y
una coleta bien sujeta.
Es imponente y exuda peligro, pero no me amedrenté. Sabía, por
algunos chismes que corren entre mis compañeros, que a pesar de
que somos callados a veces hablamos, que era un hombre
excéntrico, prepotente y pagado de sí. La verdad es que no parecía
que mintieran y yo… simplemente no me interesan hombres así, y la
verdad ninguno en realidad, no ahora.
—Elle —respondí perdiendo mi atención en la recepción, ya
deseaba irme a dormir, pero eso también era parte de estar inmersa
en esa investigación.
—Elle… —repitió con voz gruesa y mi cuerpo sintió un escalofrío,
lo miré—. Quisiera que me acompañaras a cenar mañana —soltó
como si nada. Arrugué la frente, me estudió estoico, confiado.
Desconcertada dejé vagar mi atención por el lugar, noté como las
mujeres cercana se removían, ellas deseaban estar en mi lugar, los
hombres, varios, lo observaban de reojo.
—Lo lamento… —y fingí no saber su nombre. Sonrió de forma
cínica.
—Dáran —habló alzando la ceja. Dáran Lancaster, conocía su
nombre, pero no le daría el gusto de que lo supiera.
—Señor Dáran, tengo otros planes.
—Bien, entonces almuerza conmigo —dijo elocuente. Negué
sonriendo con candidez. Cómo zafarse de algo así sin que termine
siendo incómodo.
—Imposible, lo lamento, pero gracias, seguro será en otra
ocasión —me excusé humedeciendo mis labios con la copa. Me
observó con ojos diabólicos, tanto que temblé por un segundo, algo
atípico en mí. Suelo rechazar categóricamente cualquier invitación,
con él a pesar de su imponencia, no sería diferente.
—Vaya, parece que solo secuestrándote lograré tener unos
minutos exclusivos de tu tiempo, entonces —dijo como burlándose,
aunque un escalofrío recorrió mi espalda. Sonreí en respuesta.
—Buenas noches, señor Dáran —respondí buscando alejarme.
—Buenas noches, Elle, hasta pronto —aseguró con voz pausada.
Al día siguiente me lo topé en un par de exposiciones más, pero
solo me miraba a lo lejos y me sonreía como si supiera algo que yo
no. Nerviosa me ponía, no lo negaré, pero lo ignoré centrándome en
lo que de verdad me llama, la ciencia. El último día hubo un evento
de cierre, una cena de gala que todos ya esperábamos para que se
anunciaran los contribuyentes y los fondos que se otorgarían para
las diferentes investigaciones. Me quedé helada cuando en mi
mesa, él se encontraba, me sentaron a su lado y supe que fue
gracias a que lo solicitó.
—Buenas noches, Elle —dijo con elocuencia, estudiándome y es
que a pesar de llevar ese lindo vestido me sentí desnuda ante su
escrutinio. El director del laboratorio se encontraba ahí, así como
personas que no conocía pero que sabía eran de las altas esferas.
—Buenas noches —respondí nerviosa, pero buscando ocultarlo.
La cena transcurrió bien, si se puede calificar de ese modo, teniendo
a un hombre como él al lado, con su poder, con su conocimiento
también porque debo admitir que sabe del tema, muchísimo, tanto
que en un par de ocasiones me perdí en sus palabras, en sus
propuestas y todos los escuchaban atentos.
Cuando una orquesta comenzó a tocar me tendió su mano que
está decorada con algunos tatuajes, alzando la ceja. Todos nos
observaron y supe que no tenía más remedio. Lo miré nerviosa.
—No sé bailar —admití buscando aferrarme a lo que fuera. No
mentí, además.
—Yo sí —e insistió.
Pasé saliva. Me levanté a regañadientes y me condujo hasta
donde los demás asistentes bailaban. Me tomó por la cintura sin el
menor reparo y me acercó a su cuerpo lentamente, como si me
conociera de siempre, como si estuviera acostumbrado a tomarme
de esa manera. Mi respiración se disparó, mi pulso también. Él lo
notó y me maldije. La nula experiencia en esa área era evidente,
pero había algo más… él, supuse y con mayor razón supe que
debía mantenerlo lejos, muy lejos.
—Déjalo en mis manos, Elle —susurró en mi oído, logrando con
ello que mi piel se erizara, más nerviosa.
—Ese lugar no era el que yo tenía asignado. No saldré con usted
—advertí un tanto rígida, su palma en mi cintura, la comparación de
su cuerpo contra el mío, todo era ridículo y extraño, nuevo.
—No te lo pediré otra vez —aseguró sin dudar—. Ahora relájate,
es solo un baile —y comenzó a moverme lento, muy lento. Me
costaba trabajo seguirlo, es verdad, no sé bailar. Suspiró en mi oído.
—Me ocuparé de que aprendas a moverte sin pisarme —
murmuró como de paso, busqué alejarme, fuera de mí, su mano lo
impidió mientras la otra me acercó aún más. No fue sencillo, él me
tensaba, su cercanía y, además, seguir la música. No, todo en
conjunto era patético, incómodo—. Quizá pasas demasiado tiempo
en tu trabajo, la vida es mucho más que eso.
Suspiré molesta, su aliento lo sentía muy cerca.
—Mi vida no es su problema, y no me interesa aprender a bailar.
—Ya veremos, bella Elle.
Minutos después, en los que fui un desastre, aunque a él pareció
no molestarle en lo absoluto, me dejó en mi lugar, se alejó y no lo
volví a tener cerca cosa que agradecí. Hablé con varios colegas el
resto de la noche, pero de vez en vez sentía su mirada sobre mí y
mi nuca cosquilleaba. No me gustó lo que generó, la vulnerabilidad
que introdujo en mi ser, en mi mente, las sensaciones con las que
en absoluto estoy familiarizada.
No volví a saber de él. Paseé por México en compañía de mi
hermana, como planeamos y fue maravilloso. Conocí sitios de los
que mi padre me habló, otros que visitó con mamá. Aide vive en
Estados Unidos, ahí estudió y es profesora en Harvard. Mi abuela
murió tiempo atrás y ambas nos dedicamos a estudiar con el legado
que nuestro padre nos dejó; un fideicomiso que soportó nuestros
gastos, además de las becas que obtuvimos por excelencia cada
una.
Regresé a Toronto apenas el día anterior, o eso creo, porque no
sé cuánto tiempo llevo aquí. Una semana aún tenía libre y ya estaba
completamente planeada, tal como siempre, así que este mandril no
obstaculizaría mis planes, lo cierto es que no tenía idea de dónde
estaba porque no tenía idea de dónde él vivía y en general nada de
él. Suelo ser curiosa, pero con ese hombre ni lo pensé. Ahora aquí
estoy asustada y sin entender nada.
~*~
—Pronto traerán el almuerzo —dice a mis espaldas. Respingo
aturdida, casi llorosa, pero me aguanto, rodeando mi pecho que
apenas lo cubre este maldito camisón.
—Deje este juego, me secuestró, esto es ilegal —gruño sin girar.
—Eso es mucho drama para una mujer como tú. Eres inteligente,
pronto te adaptarás —susurra pragmático.
—¿Qué quiere de mí? ¿Por qué me trajo aquí? ¿Es por qué no
acepté salir con ustedes?
—Me llamo Dáran, lo sabes, y te agradeceré que me llames por
mi nombre.
—¡Responda! —grito de repente incluso sorprendiéndome a mí
misma. Lo encaro, está a un metro, en traje, serio y su loción ya
inunda el lugar. Intento no olerla porque de verdad huele bien, como
todo ahí. Sonríe relajado.
—Elle, esta es tu casa de ahora en adelante, cuanto antes lo
aceptes, mejor para los dos. Serás mi compañera —determina
arreglándose las mancuernillas.
—¡No acepto nada! ¡Está loco! ¡Loco! ¡No puede simplemente
robarme y pretender esto! ¿Acaso me obligará a estar con usted? —
rujo furiosa. Nunca alguien había logrado esto en mí, lo cierto es
que no lo conozco, pero de que está loco, lo está, aunque también
puede violarme en este maldito sitio y nadie sabría. Sacude su
melena castaña y luego me observa fijamente.
—Tú te entregarás —asegura sujetando su cabello. Rio histérica.
Esto es un sueño, o una pesadilla en realidad. Niego con
vehemencia.
—No hagas esto, llévame de regreso —me encuentro rogando,
muerta de miedo, comprendiendo que estoy en sus manos.
—Elle, puedes darte un baño, o cambiarte. Puedes marcar en
ese teléfono —y me muestra un conmutador que descansa a un
lado de una mesilla de noche—, y te traerán algo de comer. Ponte
cómoda, regreso más tarde —comenta como si esto fuese lo más
normal. Niego asombrada, incrédula.
—¡Quiero salir de aquí! —grito de nuevo, lagrimeando. Me mira
de reojo y sonríe.
—El televisor pondrá el canal que desees. Nos vemos después
—y baja. Lo sigo con desquicio, no se detiene y sale colocando la
mano sobre un muro debajo de la habitación que tiene una puerta
corrediza gris que evidentemente es impenetrable. Corro para
alcanzarlo pero se cierra antes de que pueda hacer nada. La golpeo
con toda mi impotencia y miedo, rabia.
—¡Abre! ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡No me dejes aquí! —ruego hasta que
quedo sin fuerza, me dejo caer aturdida, aún sin poder registrar lo
que me está pasando. De pronto se me ocurre que si pido comida
alguien vendrá y será mi oportunidad de salir. Veo el mismo aparato
de conmutador sobre una mesilla que está al lado de un sofá
cuadrado, me topo al girar con un columpio que cuelga desde el
altísimo techo y las cuerdas cruzan por la habitación donde
desperté. Gruño. Millonario excéntrico, pero ahora mismo no tengo
tiempo. Agarro el maldito aparato, solo tiene un botón, suena,
tiemblo.
—Buen día, ¿qué puedo llevarle? —hablan inglés, es una mujer.
—Escucha, ayúdame, me secuestró, yo no quiero estar aquí,
¡ayúdame! —le suplico.
—¿Desea algún platillo en especial? —insiste serena. Aferro el
auricular, sudando.
—¡Estoy secuestrada! ¿No escuchas? ¡No quiero estar aquí!
Silencio. Rujo sopesando mis opciones, buscando pensar con
frialdad, como cuando estoy en medio de una nueva investigación y
no sabremos con qué nos toparemos. Respiro intentando así
formular un plan.
—¿Qué pueden traerme? —pregunto más tranquila, aunque no
sé ni cómo lo logro.
—¿Qué desea?
—Emm, una hamburguesa —suelto sin más.
—De qué la quiere
—De lo que sea —sueno ya un tanto ansiosa, otra vez, me obligo
a relajarme.
—Qué punto.
—No importa.
—¿Algún acompañamiento?
—¡No! Cómo quiera, solo traiga la comida.
—¿Desea algo de tomar? —Me dan ganas de aventar el maldito
aparato. ¡Agh!
—Agua. No tarde —ordeno colgando, aspirando con fuerza.
Aguardo sentada sobre el taburete color crema, evaluando mis
opciones, debo salir de ahí.
Minutos después en los que intento pensar sin la angustia esta
que me come, escucho la puerta. Me levanto corriendo hasta ahí,
entra un hombre, enorme, pestañeo y luego una chica con la
comida, me sonríe, busco esquivar al gorila éste, pero me
obstaculiza el paso. Pronto la mujer deja el carrito, sale, y grito de
nuevo al ver que la puerta se cierra. Me duele el estómago, tengo
arcadas, me estoy consumiendo de nervios, de ansiedad y miedo.
—¡No! ¡Quiero salir! ¡No!
Una hora después mis pulmones no pueden más. Subo de prisa.
Entro al vestidor para hurgar y ver si encuentro algo que quizá
pueda ayudarme, no tengo una idea de qué. Ingreso al baño,
ofuscada, no hay nada que me sirva para, no sé, amenazarlo,
hacerle daño y que me deje salir, lo que sea.
Rujo tumbando lo que puedo. Que no es mucho. Salgo frustrada
y me acerco a la ventana de la habitación, no hay nadie, está
oscureciendo. Gimo. Bajo. Nada, aunque a lo lejos veo luces de un
auto, me acerco pero nadie parece notarme ahí, encerrada.
Lágrimas de nuevo salen debido a la desesperación. Subo otra vez
desganada y me escabullo hasta la esquina del cuarto, recargando
la espalda en un pequeño muro que está del lado de la ventana. El
piso es frío, pero está aclimatado. Fuera de mí cubro las piernas con
el camisón, rodeándolas con mis brazos. Necesito salir de aquí.
CAPÍTULO II

No sé cuánto tiempo pasa, pero al fin la maldita puerta se


escucha, aunque es un sonido suave lo detecto. Me yergo y noto
que mis piernas están entumidas. Me aferro al muro, colérica. Sube,
lo sé por sus pisadas aunque son sigilosas, como las de un
fantasma.
—No te duchaste —señala quitándose el saco al llegar al piso
donde me encuentro, aflojando la corbata. Sin pensarlo me acerco y
pretendo darle una bofetada, detiene mi mano en vuelo, me acerca
a él y me mira fijamente.
—Si te gusta lo rudo, solo debes decirlo —suelta con perversión.
Respiro agitada, buscando soltarme, me deja libre y sin que lo vea
venir le planto mi palma en su rostro. Parece que lo espera. Asiente
sin moverse—. Es un placer tenerte aquí, Elle —revira dejándome
ahí, de pie, helada, con la mano adolorida.
—No puedes hacerme esto. No puedes —le hago ver. Todo cobra
vida con tan solo una orden de su boca y el vestidor se enciende, lo
sigo.
—Puedo. Por eso lo hago. Pero no te preocupes, estarás bien.
—No si permanezco aquí, en contra de mi voluntad.
—Bueno, entonces desea estar aquí y asunto resuelto. Créeme
es lo mejor para ti —refuta desabrochándose la camisa.
—¡Eres un hijo de puta!
—No, no lo soy, la verdad… pero sí un cabrón y tú serás mi
compañera —determina quitándose la prenda superior.
—¡No seré tu nada! ¡Imbécil!
—Tienes razón, Elle, ya lo eres. Aunque no haya estado aun
dentro de ti, lo eres —asegura soltándose el cabello. Quiero matarlo
y busco con qué, me siento fuera de mí—. No lo intentes. Mejor ve a
comer.
—No comeré, me mataré de hambre hasta que entiendas que no
quiero estar aquí.
—Bien, es tu decisión. La muerte por inanición es espantosa,
aunque tú sabrás.
Y se comienza a quitar el pantalón. Salgo de ahí casi corriendo,
ya no sé qué puedo hacer, tengo hambre, sí, sueño, rabia, miedo,
todo junto. Me siento en la misma orilla de hace un rato, quizá
apelando a algún sentimiento de lástima y así me deje en paz o con
el paso de los días, al notar que no pienso moverme de mi postura:
Me quiero ir de aquí.
Lo veo salir, pedir un filete de cenar por ese maldito conmutador,
junto con una copa de vino. Me pregunta si no deseo nada, lo
ignoro. Baja despacio, con tan solo un pantalón de algodón oscuro y
una camiseta blanca. La comida llega, le sirven y habla algo con el
gorila ese, se oyen relajados. Escucho lo cubiertos, el televisor,
habla por teléfono también en alemán, me parece.
Más tarde, suspira, se apaga todo y regresa a la planta alta. Lleva
consigo un libro. En el umbral se quita la camiseta dejándola en el
barandal, entra al vestidor, luego sale. Se mete bajo las sábanas y
comienza a leer, ignorándome. No entiendo qué pretende, en serio
que no, pero agradezco de alguna manera que no se acerque a mí,
le escupiría, quizá deba hacerlo.
Pasa varias horas leyendo, atento, en silencio, con rock en inglés
invadiendo el lugar. No puedo comprender cómo es que logra
concentrarse así, además, es ruidoso, molesto, pero parece que a él
le ayuda, contrasta con la imagen que cualquier podría tener de un
hombre con su poder, aunque eso no me interesa. Me levanto
cuando me siento entumida, necesito ir al baño. Me ve de reojo pero
enseguida regresa a lo suyo, parece tan seguro que siento odiarlo
aún más. Camino con torpeza hasta donde debo, al estar sola
rebusco de nuevo el lugar, quizá un vidrio, o una navaja. Nada.
Salgo después de echarme agua al rostro, luzco fatigada,
despeinada. Odio este maldito camisón, pero no me ducharé aquí,
menos me pondré algo de lo que ese idiota me ofreció porque sí, ya
vi que hay mucha ropa de mujer en ese maldito lugar. El sillón
dentro del vestidor me llama, pero mi plan es despertar su
consciencia y ahí no lo lograré.
Me siento donde mismo, agarro cierta posición, que no es
cómoda pero no cederé.
—Es tarde, Elle, tú decidirás cómo pasar aquí tus días.
—No estaré días —refuto.
—Cierto, estarás aquí mucho más que tan solo días.
—Estás enfermo.
—Quizá, pero esta es tu realidad, y entre más rápido la
entiendas, menos la padecerás.
—Me das asco.
—La cama es grande —revira burlón.
—Hay sofás.
—Harías que te tomara con estas sucias manos y te recostara a
mi lado. Creo que ese no es tu plan, sino otro.
—Quiero que me regreses. Mi trabajo, mi hermana. Entiende que
tengo una vida —le hago ver con voz quebrada.
—Buenas noches, Elle —dice y las luces se apagan con un
aplauso que da.
—Me buscarán, sabrán que desaparecí. Esto no es sostenible.
—Tu vida ahora está aquí. Espero que el suelo te permita dormir,
porque es eso, o aquí, en esta cama, no hay más.
—Te ahogaré mientras duermes.
—Bien, hasta… el otro mundo, supongo.

Transcurre un tiempo y creo que en serio ya quedó dormido. Me


levanto con cuidado y me acerco. Sí, no me importa si debo
ahogarlo, no me importa qué deba hacer. Su plato de comida se lo
llevaron, mi hamburguesa ahí sigue en ese maldito comedor,
alcanzo a ver pues las luces del exterior se filtran gracias a las
enormes ventanas. Busco algo, lo que sea. Tomo con cuidado una
de las almohadas y la acerco a su rostro muy despacio.
—Terminarás en prisión —escucho que habla entre sueños, con
voz ronca, pero sin moverse. Jadeo retrocediendo. Se acurruca—.
Duerme, Elle, es tarde —dice despacio, pero estoico. Llena de rabia
e impotencia me dejo ir sobre él, sin pensarlo, de un movimiento
termino con su cuerpo sobre el mío, su cabello a los lados de mi
rostro y su musculatura expuesta.
—¡Suéltame! —rujo mientras intento quitar sus manos de mis
muñecas.
—Tú fuiste la que me buscó —revira sonriendo, con esa mirada
felina, peligrosa. Siento su cuerpo y su… excitación en mi
estómago. Me remuevo nerviosa, asustada, sentimientos con los
que no estoy en lo absoluto acostumbrada. Parece que él genera en
mí todo aquello a lo que no estoy habituada.
—Vete al infierno. Quería ahogarte —suelto sin importarme nada.
—¿Saltando sobre mí? Mejor admite que deseas saber lo que es
ser mujer, mi dulce Elle —revira con simpleza, lujurioso. Me
remuevo de nuevo. Me suelta y corro hasta “mi esquina”, como la
acabo llamando.
—Eres repulsivo.
—Me desafías.
—No te desafío, quiero que me dejes ir.
—Y yo quiero dormir, a menos que quieras retozar un rato aquí,
conmigo. Por mí no hay problema.
—Eres una bestia.
—Tu repertorio es realmente ilustrativo, pero debo dormir ya que
no estás dispuesta a calentar mi lecho, que por cierto, si decides
compartir es sin compromiso, el piso puede ser algo duro… me
parece.
—Púdrete.
—Buenas noches, Elle.

No duermo en realidad, pero no me muevo tampoco de mi lugar.


Se levanta al alba, apenas si me ve, se viste con un conjunto
deportivo y sale. Regresa sudoroso una hora más tarde. Aún no
amanece. Se da una ducha después de pedir el desayuno. Se llevan
mi hamburguesa.
—Pedí huevos, por si quieres —señala como de paso, desde el
salón.
—Púdrete.
—Bien.
Minutos después sube, imagino que se lava los dientes, toma un
abrigo, me ve y sonríe como si yo estuviera jugando con él.
—Los berrinches, Elle, notarás con el tiempo que no van conmigo
y piadoso no soy. Tú sabrás cuánto auto castigo te impones, aquí
tienes todo.
—Menos la posibilidad de marcharme.
—Bueno, sí, menos eso.
—¿Dónde estoy? —inquiero con la boca seca. Necesito agua, y
un baño también pero me resisto.
—Lejos, wahine, lejos.

Cuando me deja sola me levanto, quejándome. Veo desde arriba


lo que hay de comer y mi boca se hace agua, pero resisto. Voy al
baño, encuentro pasta dental y un cepillo rosado, eléctrico. Ruedo
los ojos. Desde el día anterior lo vi y supe que era mío. Rosado,
¡imbécil! Tomo el de al lado, negro, y lo aviento. Se rompe y sonrío
triunfante. Me lavo la boca, bebo agua porque la cabeza ya me lo
exige. Veo la ducha a mis espaldas. Es grande, hermosa debo
aceptar, pero no pienso meterme.
Deambulo y mis ojos se posan en el libro que leía la noche
anterior. Me acerco y lo tomo. Es de bioquímica, en italiano, noto. La
rabia surge y empiezo a despedazarlo con cierta culpa debo añadir.
Los libros en mi mundo son intocables, pero este es de él, por lo
tanto lo merece aunque sea de un tema que es casi mi vida. Lo dejo
sin hojas, inservible, al final me siento un poco mejor, solo un poco.
No tenía idea de que podía hacer este tipo de cosas destructoras,
pero nada es lo que debe en este momento. Necesito ir a casa.
Pasan las horas, me acerco a la ventana, ya no nieva, pero se ve
un paisaje blanco asombroso. ¿Dónde estaré?
Tengo sed de nuevo, tomo agua. Necesito salir de aquí, me repito
una y otra vez. Busco abrir los paneles. Aviento lo que puedo a la
ventana de abajo pero evidentemente son aisladas, gruesas, ni
cosquillas les hago. El cuarto es un desastre, noto, con una sonrisa
de orgullo y abajo, también. No sé cuánto tiempo pasa cuando entra
el mismo gorila que el día anterior, con una mucama.
Sin pensarlo me acerco a ella, pero me ignora, serena.
—Ayúdame, ayúdame a salir —le suplico, pero es como si no
existiera. Me acerco a él, llorosa—. Por favor —le ruego
desesperada.
—¿Necesita que le traiga algo? —pregunta elocuente mientras la
mujer arregla todo el desastre.
—¡Déjame salir! —grito como nunca en mi vida. No se inmuta. Lo
golpeo, intento hacerlo a un lado, nada. Vencida sollozo, me alejo
derrotada y me siento en uno de los sillones. El televisor está
encendido, las noticias, y pierdo un poco mi atención en ello,
cansada. Sin percatarme quedo dormida ahí, en una pésima
posición.
~*~
Escucho ruidos, abro los ojos de golpe. Él está ahí, leyendo otro
libro, sentado en el sofá color gris claro. Lo observo en silencio.
—Lo que haces no está bien —digo con voz pastosa, con la vista
fija en sus rasgos fieros, casi temibles. Suspira y pasa la hoja.
—¿Y qué es “bien”? Según tú, Elle —revira sereno. Lleva puesto
un vaquero, un suéter, el cabello en un moño alto, como un samurái.
—No privar a alguien de su libertad. Eso es correcto, es el “bien”
—señalo incorporándome, cubriendo mis pechos con los brazos
cruzados. Tengo hambre, sed, me duele cada músculo del cuerpo.
—No romper un libro, también es correcto, entra en el “bien”, o no
destrozar un cepillo de dientes… entre otras cosas —apunta
dejando el libro en sus piernas y me evalúa alzando la ceja, la que
tiene la cicatriz.
—Me tienes aquí contra mi voluntad, qué esperas que haga…
¿Qué te lo agradezca? ¿Qué baile de felicidad?
—No sabes bailar —me recuerda con desgarbo.
—Imbécil —rujo, levantándome.
—No es tan difícil, Elle… Solo acepta tu realidad —murmura
desde su lugar. Sollozo exasperada.
—No es la que yo elegí, no es lo que yo quiero. Estás decidiendo
por mí.
—La vida a veces hace eso, decidir, uno elige cómo enfrentar la
situación.
—¡Tú no eres la vida! —le grito.
—Ya lo veremos —y sigue leyendo. Me siento, suspirando.
—¿Nada de lo que te diga hará que cambies de parecer?
—Come, Elle, date una ducha, ponte otra ropa. Pareces un
fantasma con eso.
—Vete al carajo —replico usando palabras que nunca uso.
—Eres una mujer inteligente, los mejores promedios, entregada a
lo que haces, brillante a decir verdad pero… te falta tanto por
entender.
—Puede ser, pero no serás tú quien me enseñe. No entiendo por
qué me tienes aquí.
—Porque quiero, porque es necesario.
—¿Necesario? ¿Así de simple? Qué engreído e inseguro eres —
reviro contenida. Se gira y me ve, intrigado.
—¿Inseguro?
—Sí —avalo—. Si fueses un hombre, uno de verdad, habrías
hecho las cosas como deben ser.
—De nuevo con eso… Pero venga, explícame, me intriga tú
“deber ser”, se nota que ese tema lo dominas —se burla, desvío la
mirada. No es solo el hecho de estar ahí lo que me hierbe, sino él,
sus respuestas, su forma de ser. Lo detesto.
—Los hombres, los de verdad, invitan a salir, conquistan, no
secuestran.
—Vaya, lo intenté, ¿lo recuerdas? Pero declinaste mis
invitaciones, hice solo lo que no recibió rechazo de tu parte.
—¿Qué? —pregunto irritada.
—Retenerte para que me dediques tiempo solo a mí —responde
como si nada. Abro la boca debido al asombro.
—Bromeabas.
—Creo que es evidente que no. Yo no bromeo, Elle. Ya lo
notarás.
—No me interesa conocerte, no quiero saber nada de ti, salvo
que me regreses a casa.
—Basta, Elle, no seguiré con esto. Cuando entiendas que esta es
tu realidad las cosas cambiarán.
—¡No es mi realidad! —grito, de nuevo. Lo he hecho más que en
toda mi vida. Se levanta de una, deja el libro sobre una mesa y se
acerca a paso felino. Gimo asustada, con el pulso detenido. Queda
a escasos centímetros de mi rostro. Sus ojos miel me acribillan.
—Lo es, ahora date una maldita ducha, ponte otra cosa encima o
juro que… —Sin saber cómo lo aviento, no se mueve mucho, pero
logro salir de ahí, agitada.
—¿Me violarás? ¡Si eres un maldito animal, no me asombraría!
—Muchas mujeres darían lo que fuera por estar en tu lugar —
ruge, ya un poco exasperado, noto. Me río histérica.
—¡De eso se trata! ¡De tu maldito ego! No me interesas, no me
atraes y no soy esas estúpidas mujeres —zanjo decidida. Me evalúa
serio.
—No, definitivamente no lo eres, por eso estás aquí, por eso
elegí esto.
—¡Pero yo no! —intento hacerle ver ya con lágrimas.
—Date un baño, Elle —solo dice y se sienta de nuevo, parece
cansado.
—¡Déjame ir! —le suplico llorando. Llena de aire sus pulmones y
prosigue con su libro, negando.
—No.

Subo casi corriendo, llorando, desesperada. Odio la debilidad, no


soy una mujer que muestre sus sentimientos, nunca lo he
necesitado, pero esto me supera. Ni fantaseando hubiese pensado
que algo como esto me pudiera ocurrir. No me considero fea, digo,
tampoco es como que me la paso pensándolo, no soy así, tengo el
cabello muy rubio, cae ahora mismo en ondas hasta cubrir mis
pechos pero lo suelo llevar trenzado o en un moño, mi piel es
blanquísima, casi como el talco por lo que con facilidad se torna roja
gracias al calor, al frío, a lo que sea. Mis pestañas son largas, no tan
rizadas y mis ojos azules, pero no algo impresionante, si no azules y
ya, fácilmente me salen ojeras, tengo una nariz respingona y boca
normal, diría yo, nada exuberante. Soy alta... aunque con él al lado
no me siento así, de poco pecho, pero con caderas y piernas
curvas, diría mi abuela. En conjunto una chica más y no, no es por
decirlo, es verdad… No entiendo por qué teniendo acceso a las
mujeres que imagino tiene acceso, me tiene aquí.
Me siento en la esquina elegida y pierdo mi atención en el oscuro
exterior. Un día más…
Duermo de la misma forma, solo que ahora me acurruco en el
piso. No he comido nada desde antier, siento el estómago pegado a
la espalda, solo tomo agua pero sé que no es suficiente. Me resisto
a hacer algo de lo que exige, a rendirme, a resignarme. Pero sin
comida, por otro lado, no llegaré a ningún lado, lo cierto es que me
siento hundida, sin salida. Jamás he experimentado una sensación
similar, nunca.
La mañana transcurre igual que el día anterior. Pero no nos
hablamos en lo absoluto. El olor a comida invade mis fosas nasales,
aunque ya ni me levanto salvo para ir al baño, tomar agua que me
han dejado en una botella a mi lado la mucama. Debo oler mal, no
me importa, mi cabello lo siento adherido a mi piel, no he dormido
prácticamente y solo lloro cada tanto.
Por la noche llega, ahora sí me ve, lleva unos libros en la mano.
Los deja a mi lado, ni siquiera lo miro, pero cuando entra al vestidor
los aviento de un manotazo. Sale minutos después y baja. Escucho
las noticias en el televisor de abajo: un terremoto azotó a Japón. Me
asomo, débil, él ya está con el teléfono y Tablet en mano, luce
agobiado. De pronto sube por algo, rapidísimo, como una gacela,
pasa frente a mí, ve los libros ahí, donde los dejó, desperdigados, y
a mí, sonríe.
—Cómo me gustas, mujer —expresa, toma algo y baja para un
segundo después salir casi apurado. Recargo la frente en el
barandal. Huelo mal. Definitivamente. Me acerco a los libros y los
pateo, debo mantenerme en movimiento, comprendo al sentir las
articulaciones engarrotadas.
A este tipo le falta algo en el cerebro, pero a mí no. Si tengo
oportunidad de escapar, débil no podré hacerlo. Entro al baño
desganada, llorosa, pero decidida. Hay ropa para mí, la he visto y
eso me enerva, pero ayuda en ese momento, también encuentro
una bata, rosa, claro está. Si supiera lo que detesto ese color.
Me doy un baño temiendo que regrese en cualquier instante, así
que me apresuro. El agua por mi cuerpo, el champú, todo ayuda
solo un poco. Esto parece muy avanzado tecnológicamente, es una
casa, asumo, inteligente y Frivóla, como he escuchado que la llama,
es la que se encarga de todo ahí. Cuando salgo, el espacio donde
hay ropa de mujer cobra vida, se enciende, me acerco despacio.
Ese sitio es en serio enorme, como todo ahí, paneles de luz cálida,
de ese lado y todo luce… femenino, noto, del otro, masculino.
Respiro profundo y estudio su parte, atenta. Los cajones no están
abiertos, solo hay trajes, pantalones y cosas así colgadas, todo tipo
de ropa. Me giro y los cajones del lado opuesto, ya están abiertos,
arrugo la frente comprendiendo que me ve, él me observa. Aprieto
los puños, seguro me espió en la ducha. ¡Imbécil!
Me acerco e inspecciono. Hay ropa interior de la misma marca de
la que suelo usar. Entorno los ojos, ¿hasta dónde llegó? Tomo una
braga blanca de algodón, aunque noto que hay de muchos colores,
texturas. ¡Idiota!
Lo cierro y el cajón siguiente se abre. Una serie de sostenes
aparecen, también de todos los tipos pero ponderan los que suelo
usar, incluso la talla. Gruño pero tomo uno, blanco también. Lo
cierro y sigue uno de negligés. Ya no sé si reír o sacarlos con la
rabia que me produce. Lo intento cerrar de golpe, pero no me deja,
al contrario, lo hace despacio.
Me alejo e inspecciono lo que hay colgado. Es un armario que
podría ser el sueño de cualquiera, pero yo solo busco algo
deportivo, lo encuentro, es un conjunto negro de Nike. Me visto
como rayo. Luego un apartado de perfumes se abre. Hay cremas
carísimas, desodorantes, cepillo. Tomo este último y me lo paso por
el cabello, tengo unos nudos horribles, los deshago y luego lo dejo
ahí de nuevo.
Salgo deprisa, no quiero que llegue y yo seguir ahí. Me siento un
poco más persona con esta ropa, por lo menos es oscura, de manga
larga. Al salir se cierran los cajones y el área se apaga, veo mis
pies, gimo, no tomé algunos calcetines, o algo. Llevo descalza
desde que llegue y dormir con los pies sin cubrir es algo que no
soporto, pero me recuerdo que no estoy ahí para estar cómoda. Me
siento frente al televisor de abajo, las noticias están terribles.
Muchísima gente murió y esperan tsunamis las últimas horas. Esas
cosas siempre logran afectarme y me pierdo en lo que el reportero
dice.
Llega una hora después, no nos hablamos, solo se sienta en el
sillón perpendicular y ve lo mismo que yo. La cena llega, la sirven en
aquel comedor que está al frente de la enorme ventana donde
nieva, de nuevo. La mesa está puesta para dos. Muero por
acercarme a atacar eso que hasta mi nariz llega su aroma, sé que
dije que debo comer, no estar débil, pero mi orgullo ya se vio un
poco mermado con la ducha.
Así que me incorporo y subo al mismo sitio donde están los libros
regados. No me interesa de qué van, me los dio él y solo por eso los
desprecio. Cruzo mis piernas y recargo la cabeza en el muro,
evocando algo que me ayude a transitar toda esta maldita pesadilla.
Mis recuerdos son entre libros, una vida planeada, tranquila,
rutinaria, tal como la ideé. Quiero regresar a ella. Sollozo harta.
Entra a la cama, tal como las dos noches anteriores, pero no lee,
solo apaga las luces y se arropa. Me acurruco sobre el piso echa
ovillo, en serio que no sé cuánto más podré aguantar sin comida, o
con este dolor de cabeza, la debilidad ya la percibo.
CAPÍTULO III

Abro los ojos, pero no puedo incorporarme, me duele el cuerpo,


la cabeza, y no siento la energía suficiente como para pararme.
Tengo mucho frío, me rodeo con las manos y cierro los ojos. Mi
mente logra de nuevo perderse en la inconsciencia. He estado
teniendo frío por las noches; entra por mis pies y no me permite
dormir, poca agua he tomado y la verdad es que estoy vencida. Por
la noche, cuando regresa, se acerca.
—¿Elle? —Me llama con suavidad. Lo escucho a lo lejos, busco
retroceder. Logré ir al baño pero no más, no me importa nada si no
puedo salir de aquí. Debe darse cuenta de lo que hace. Aprieto los
labios, sigo sintiendo frío. Percibo su mano sobre mi brazo, gruño,
luego sobre mi frente—. Diablo de mujer —se queja y me levanta a
pesar de que intento hacerlo a un lado.
Me pone sobre la cama, busco bajarme pero me detiene.
—No te atrevas —amenaza. Me quedo ahí, acurrucada, estática.
Habla por teléfono y minutos después en los que solo me observa,
molesto, llega alguien más. Los escucho subir, nerviosa, aunque
totalmente exhausta.
—No ha comido en cuatro días, casi no se ha hidratado y no ha
dormido prácticamente —le informa a un hombre de complexión
mediana a comparación de él. Debe llegarle a la barbilla, de cabello
corto bien peinado y lentes, mono, con facha de inteligente. Éste
asiente con suficiencia, con semblante sereno ante lo dicho. Pronto
se acerca y sujeta con suavidad mi muñeca. Toma mi pulso mientras
yo lo escruto con desconfianza.
—Dile la verdad —susurro contenida, pero el que supongo que es
un médico, me ignora y Dáran permanece inmutable ahí, cerca, con
los brazos cruzados. Me revisan sin cruzar palabra conmigo. Siento
tanto odio.
—Bajaré la fiebre, pero debe comer, tomar agua…
—No lo haré —determino serena. La bestia sonríe.
—Lo hará. ¿Qué más? —pregunta relajado, mientras el doctor
introduce líquido en una jeringa.
—Con eso será suficiente, adicional unas vitaminas que puede
ingerir a diario.
—Bien —responde él idiota ese, mientras el médico me hace
girar un poco. Pretende bajar mi pantalón, le aviento como puedo la
mano. Mi celador rueda los ojos, se acerca y me detiene cuando
siento que introduce en mi piel la aguja.
—Te detesto —murmuro. Él ríe.
—Lo sé —responde y me suelta, lo hago a un lado con pocas
fuerzas.
—Es solo un resfrío. ¿Puede mostrarme la garganta? —pide el
doctor con elocuencia.
—No —respondo iracunda.
—Si no lo haces, juro que tu hermana pensará que estás muerta,
Elle —me amenaza la bestia. Me yergo con la fuerza que me queda
y me acerco a su rostro, ahí, de rodillas en la cama, ni así lo alcanzo
pero lo intento. El médico salta alejándose—. ¿No es hermosa? —
dice mi carcelero, contemplándome. Lo empujo.
—¡No te atrevas!
—Abre la boca, Elle —exige sin moverse. El médico aguarda. Sé
que no miente, lo hará si no obedezco y comprendo que dio con mi
punto débil. El susodicho se acerca y me inspecciona.
—Está irritada —determina. Lo miro arrugando la frente, ni
siquiera me duele. Nota mi actitud, no parece asombrado por mis
arrebatos, ni nada en general—. Sube tus defensas, de todas
maneras ya tienes un virus.
—Es ridículo. Solo no he comido.
—Pues come, duerme, y toma los medicamentos, en un par de
horas no podrás ni pasar bocado —augura. Arrugo la frente, no
recuerdo la última vez que enfermé.
—Me quiere asustar, todos ustedes están coludidos con este
animal. —Ambos sonríen pero el muy bestia lo ve como diciendo “te
lo dije”.
—Me voy, te mando en unos minutos lo que necesitarán con las
instrucciones —le informa a mi celador. Éste asiente y luego me
mira—. Qué mejores pronto, Elle.
Lo veo bajar y me levanto de la cama, ni de loca dormiré ahí,
pero sus brazos me detienen y me recuestan sin problemas.
—No juego, ya debes saberlo. Haz lo que te piden o yo cumpliré
lo que te dije —advierte. Me lo quito de encima con un empujón.
—Eres aberrante, abominable, un simio. No, un simio no, ellos
son buenos, tú eres una maldita bestia asquerosa, repulsiva… —
conforme hablo mi boca se empieza a secar y la garganta
cosquillea.
—Si ya terminaste, recuéstate mientras traen algo para que
comas.
—Te dije que no lo haré —repito obedeciendo, muy agotada, con
frío. Sonríe.
—Lo harás, taku ataahua* (Mi bella) Elle —asegura con suavidad
usando ese extraño dialecto y baja. Mis ojos se cierran, tres días sin
dormir, aunado a toda la marea de estrés que me ha generado estar
aquí, contra mi voluntad, hacen mella y termino cayendo dormida
así, como si nada estuviese pasando.
~*~
Despierto y todo es oscuridad. Me incorporo y la garganta arde
como el infierno. Me llevo la mano al cuello, siento que quema.
—¿Qué ocurre? —escucho a mi lado. Respingo al comprender
que lo tuve todo este tiempo a menos de un metro de distancia.
Sonríe, me pretendo bajar pero sujeta mi muñeca—. Recuéstate,
Elle.
—Quiero… agua —logro decir apenas porque arde horrible. Qué
virus pesqué.
—En tu mesilla tienes —dice despacio. Asiento, me sirvo y la
bebo poco a poco, duele siquiera pasar—. Te dijo que dolería. —Ni
siquiera volteo, ahora mismo, a pesar del dolor, tengo demasiada
hambre, muchísima, tanta que sé no dormiré.
—Necesito comer algo —logro decir con voz rasposa, notando
que bajo las defensas, que me estoy doblegando pese a la ira, la
indignación. Sin más, se levanta y logro ver de nuevo ese
impresionante cuerpo, es como si fuese parte de la naturaleza,
osco, rudo, varonil, eso sin contar los tatuajes, varios que están
desperdigados; espirales y otras figuras que no comprendo. Marca y
pide una sopa. Luego se pone algo encima y me observa.
—¿Crees que eso puedas pasarlo? —pregunta cuando se sujeta
el cabello. Asiento. Me duele mucho la cabeza. Un poco más tarde,
baja y abre la puerta después de que una pequeña alarma sonara.
Sube con el alimento y se acerca tendiéndome una charola con
patitas—. Acomódate —ordena, le hago caso molesta por la
situación, pero muerta de hambre. La sopa es como una crema, le
doy un sorbo y escuece, hago una mueca—. Te dije que comieras…
—Lo escucho. Levanto el rostro y lo fulmino con la mirada, sonríe.
Es raro pero es como si nada lo perturbara. Prende con una
instrucción a Frivóla, la pantalla ahí, frente a la cama desciende. De
pronto ambos nos perdemos en un documental en inglés sobre la
vida salvaje en territorios extremos.
Termino minutos después, ahora tengo más hambre que antes,
pero decido no hacer caso a la sensación, de todas maneras ingerir
aquello costó un mundo. Me lo quita de encima justo cuando yo
pienso hacerlo, lo deja en el salón y regresa, serio. Aprovecho para
escabullirme al baño, vuelvo y me cubro con el afelpado hasta la
barbilla, él ya se ha quitado la camiseta, se frota el rostro y me
observa.
—Un año… —dice a los pies de la cama, inspeccionándome.
—Un año, ¿qué? —quiero saber, pasando con trabajos.
—En un año te vas, si es lo que deseas —suelta al fin, tranquilo.
No me muevo, solo lo observo. No veo cómo podría pasar siquiera
un segundo más a su lado, menos después de esta forma en la que
hizo todo, pero también, porque es lo opuesto a lo que yo imaginaría
como prospecto para mí. Entorno los ojos.
—No.
—Te estoy avisando, Elle. No es una negociación —zanja con
esa voz que genera un calambre en mi ser. Lo acribillo con los ojos.
—No pienso durar aquí un año, no te tolero ni un… —paso saliva
— segundo más.
—Es una pena, porque no tienes opciones.
—¡Tengo un trabajo! —logro gritar. Pero arde horrible, me busco
tranquilizar.
—Ahora no es el momento. Duerme —ordena.
—¿En serio? ¿Crees que puedes ir por la vida haciendo cosas
así, nada más? —Se sienta en el lado donde suele dormir, sin
mirarme.
—Cuando es necesario, sí.
—¡No!
—Elle, vemos las cosas de manera diferente.
—No se trata de ver las cosas de manera diferente —reviro con
intensidad, a pesar del dolor de garganta, el sueño, todo, no puedo
callarme—, se trata de consciencia, de sentido común, de libertad.
De mis derechos. No soy una cosa.
—Duerme, Elle —dice y se recuesta. Lo miro horrorizada.
—¡No estaré aquí un año!
—Menos tiempo es imposible… —me advierte dándome la
espalda. Lo miro con odio.
—Es ilegal.
—Ya veremos —determina y da una palmada. Las luces se
apagan—. Ahora duerme.
—No quiero dormir.
—Bien —susurra sin mirarme—, pero si te bajas de la cama, me
obligarás a tomar medidas drásticas… —me amenaza.
Por un segundo pienso en preguntarle cuáles, luego, como buena
cobarde que descubro en este momento que soy, guardo silencio.
Me acurruco lo más lejos posible de él, pero no es sencillo
sabiéndolo a poca distancia, su cuerpo es enorme y solo ruego que
no cambie de idea y busque ir más allá sin mi consentimiento. Tardo
en caer profunda, sin embargo, lo logro porque es imposible hacer
ya lo contrario y quiero creer que no estoy en peligro a su lado, no
del todo por lo menos, porque de que es un animal, un bruto, una
bestia, lo es.

Despierto y todo está en penumbras, la garganta sigue doliendo,


me duele pasar siquiera saliva. Tengo frío. Me arremolino más entre
las cobijas abriendo los ojos. ¿Estará aún aquí? Cuando escucho
cómo un cubierto topa con el plato, silenciosamente, adivino que sí.
Bufo. Necesito ir al baño, lavarme la boca, necesito irme de aquí.
Me levanto con esfuerzos. Esto de sentirse enferma es horrible,
no estoy habituada, pero peor es que sea en estas circunstancias,
me hace sentir débil y dependiente. Me paso una mano por la sien,
duele también. Me pongo de pie y camino sin remedio hasta mi
objetivo. Alcanzo a ver que está en aquel comedor, revisando algo
en la Tablet, serio, apenas si lo ojeo pero soy consciente de su
mirada sobre mí. Entro al sanitario, después de pasar por el
vestidor. Suspiro decaída. Me observo en el espejo cuando aparece
mi figura desaliñada, deteriorada, frente a mí. Tengo de nuevo
ganas de llorar. Me echo agua en el rostro, resuelvo mis
necesidades básicas y luego salgo, cansada.
Él, odio mentarlo en mi mente por su nombre, me observa ahí,
recargado en el barandal con sus enormes brazos cruzados, yo
también.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta serio. Me recargo en el
muro que está tras de mí.
—Encerrada, ¿y tú? —Sonríe frotándose la barba, le agrada mi
respuesta y eso me pone peor.
—Los medicamentos están en el buró, ve a recostarte, no luces
bien.
—Eso pasa cuando secuestras a alguien, no puede estar bien.
—Wahine, no te servirá de nada gastar las pocas energías en
pelear. Ve a descansar, ya llega tu desayuno.
—¿Así, nada más? —musito harta. Se acerca, queda a escaso
un metro, me observa con esos ojos fieros que posee. Lo odio.
—Sí, así nada más.
—Si no lo hago le dirás a mi hermana que estoy muerta, ¿no?
Hazlo, prefiero que piense eso a que estoy aquí, con una bestia
demente, encerrada, humillada, secuestrada —rujo bajito, aunque
duele la garganta con cada palabra, claro que no quiero que ella
crea eso, Aide no soportaría perderme también a mí.
—Si te cuidas, te tranquilizas, puedo hacer un trato.
—No hago tratos con bestias —refunfuño agotada.
—Ni siquiera uno que incluya salir de estas paredes, o hablar
cada tanto con Aide… —pregunta dejándome fría. Abro los ojos,
respiro agitada, sin comprender.
—Juegas.
—No, no juego, pero solo sabrás si es verdad al cumplir con tu
parte. Debes dormir, tomar tus medicinas y comer. Eso es todo.
—¿Cómo podría hacer un trato contigo?
—Es tu única opción.
—No, no es la única.
—Bien, como quieras, wahine. —Y se da la media vuelta. Mi
cabeza trabaja rápido.
—¿No te da miedo que le diga lo que de verdad pasa? —
murmuro sin entenderlo en absoluto. Hablar con ella… No sé si
podría, rompería en llanto, pero definitivamente necesito que sepa
que estoy bien, que seguimos estando cerca aún en la distancia.
Con las manos dentro de los bolsillos de su vaquero gastado, se
detiene. Es enorme. Siento un escalofrío.
—No, no si quieres tener libertad aquí, si quieres seguir en
contacto con ella, si quieres… continuar con tu labor —responde
sereno y luego se dirige a la planta baja y se sienta, lo veo desde
ahí.
—Odio el rosa —digo a cambio, ni idea de por qué. Noto que ríe,
alza la mirada intensa, sus cejas lo hacen ver como un felino,
respiro rápido.
—¿Algo más? —quiere saber, divertido evidentemente. Sí, yo soy
su diversión, al parecer.
—No quiero dormir en la misma habitación que tú —me atrevo a
expresar, envalentonada. Niega sonriendo con suavidad, frotando
de nuevo su barba.
—Wahine, eso no está dentro de una negociación —repone. Bufo
alzando el rostro hacia el techo, me pierdo en los focos. Se escucha
un interruptor. Él se levanta y entra una mucama con una charola, la
acompaña sonriendo agradecido, la mujer le devuelve el gesto y se
va. Él lo acomoda sobre la mesa, con un ademán me invita a bajar y
sentarme.
—No comeré contigo.
—Las condiciones están en tus manos, es tu decisión —apunta y
se sienta de nuevo, lo ha puesto a su lado.
Gruño. Arde horrible la garganta y esos panqueques con frutos
rojos se ven absolutamente deliciosos. Los necesito. Humillada,
pero muerta de hambre, desciendo. No se mueve, me siento y
observo el plato. Es digno de un restaurante de primer nivel. Veo el
café, le pongo un poco de crema y tomo la taza con ambas manos,
comienzo a darle sorbitos que saben a gloria. Así transcurren los
siguientes minutos; él metido en lo suyo, solo mirándome de vez en
vez y yo comiendo despacio gracias a la garganta que seguramente
tiene llagas ya y disfrutando de los sabores, evadiendo de manera
intencional lo que en realidad pasa. Al terminar se levanta, no me
importa, regresa con un par de pastillas.
—Analgésicos y antiviral —me informa con la palma abierta,
arqueando una ceja, me está midiendo. Lo observo por unos
segundos, él a mí, al final las tomo y me las llevo a la boca
pasándomelas con agua que ahí tengo—. Regreso después, estás
en tu casa, wahine —dice tomando un abrigo y abriendo la maldita
puerta del demonio. Una mujer entra en ese momento y se lleva
todo lo servido. La observo, frustrada. Había pensado en quedarme
con el cuchillo de su plato, pero han truncado mis planes, otra vez.
No noto lo tensa que me encuentro hasta que quedo sola y suelto
el aire. Necesito pensar en cómo puedo salir de aquí, pero ahora
mismo debo cuidarme, de otra manera no lograré nada.
Duermo el resto de la mañana después de ducharme y ponerme
algo limpio. Escucho que alguien realiza el aseo silenciosamente,
pero no tengo fuerzas ni para ver. Sueño cosas sin sentido, la voz
de mi hermana… la de él entremezclada. Me despierto agobiada, de
golpe.
—Me alegra que asumieras tu parte del trato, aunque no has
comido —escucho.
Giro y él está a mi lado, leyendo, atento. Afuera nieva, noto por el
reflejo del espejo. Lo miro con rabia. Sin decir nada me levanto, voy
al baño y lo primero que noto es un cepillo de dientes rojo, al lado
del suyo. Lo tomo inspeccionándolo, ¡idiota!, por lo menos el rosa ya
no está.
Me lavo los dientes, tomo mucha agua y salgo. Huele a comida y
él no está ahí. Me asomo y veo que la cena está servida en la mesa.
Bajo y mis glándulas salivales escurren, me acomodo frente a un
pedazo de filete, puré de papas y espárragos, no lo pienso mucho y
lo ingiero. Debo fortalecerme, la garganta duele menos, noto. Ataco
hasta el postre. De repente su mano extendida a mi lado, es
aterradoramente sigiloso. Tomo las pastillas sin buscar sus ojos y
me las paso.
—No acepté ningún trato.
—Bien… —solo responde, alejándose. Me levanto ansiosa, casi
llorosa porque me puso en esta posición y no tuve la suficiente
valentía para resistirme, pero necesito hablar con Aide, salir de aquí.
Lo tomo por la manga de su suéter claro, se detiene y observa de
reojo el gesto, intrigado. Sus ojos miel se posan en mí, respiro
contrariada.
—Te detesto… —comienzo con seguridad, una absoluta pero que
no parece afectarle—. No te perdonaré esto jamás —continúo. Se
gira para quedar frente a mí, me inspecciona como si fuese parte de
una estrategia para ganar una guerra—. Un año es mucho…
—Lo suficiente —determina estoico. Resoplo llena de
nerviosismo.
—¿Qué quieres de mí?
—Esa es mucha información, wahine —expresa casi en susurros,
pero su voz me traspasa, me eriza.
—¿Mi trabajo? ¿Mi vida?
—Tu trabajo está a salvo, en realidad continuarás en ello… Lo
otro, no sé exactamente a qué te refieres —murmura, despacio.
—A lo que hago, mi apartamento, mis decisiones, ¡mi vida! —
grito un tanto exasperada. Se cruza de brazos.
—Conoces las condiciones, ¿qué esperas, Elle? —contrapone
con voz gruesa, ominosa. Bajo la mirada apretando los puños.
—Si puedo hablar con Aide, cómo haré para explicar que no
estoy donde se supone.
—Estás en medio de un proyecto importante del cual no puedes
hablar —explica con suficiencia. Lo encaro, pestañeando.
—Pero no es cierto… —busco confirmar. Se encoge de hombros.
—Nada es verdad, nada es mentira.
—Eso es mentira —repito rabiosa de nuevo, llorosa también.
—No del todo, dile eso, estará tranquila —indica dándome la
espalda y cuando pienso que se irá, se sienta en uno de los sofás,
evaluándome.
—¿Un año?
—Un año.
—Si acepto…
—No tienes opciones.
—¿Cómo sé que de verdad en un año me dejarás ir?
—Si es lo que quieres —apunta arqueando una ceja, desafiante.
—¿En qué mundo yo podría querer estar de buena gana con
alguien que es lo suficientemente bajo como para arrancarme de mi
vida? En ninguno. Menos en el mío —aseguro con vehemencia. Me
estudia con ambas manos en la barbilla, tranquilo, creo que eso es
lo que me exaspera más.
—Un año, después eres libre, Elle, repito; si es lo que deseas.
—¿Qué esperas de mí este tiempo? —pregunto buscando dejar
todo claro. No puedo evitar ser pragmática, evaluar mis alternativas.
Estoy aquí encerrada, no conozco el lugar y algo dijo sobre dejarme
salir, solo así sabré de verdad donde estoy parada.
—Que dejes en paz la idea de marcharte.
—¿Nada más? —repongo. Suspira, recargándose en el respaldo.
Su seguridad es abrumadora.
—Sé que me sorprenderás.
—No te aceptaré, te odiaré cada día.
—Eso ya lo has dejado claro.
—Quiero que no se te olvide. Suceda lo que suceda, yo te odiaré
por haber hecho esto.
—Ya veremos.
—Quiero hablar con mi hermana —ordeno seria, decidida. Sonríe
lánguidamente.
—Es tarde, wahine, mañana que estés mejor.
—Quiero ahora.
—Luces enferma, ¿estás segura de que quieres preocuparla? —
revira pinchándome.
—No entiendo por qué yo. Mírame, estoy segura de que hay
mujeres impresionantes allá afuera con las que no necesitas llegar a
esto. No tengo baja autoestima, no te equivoques, pero sé muy bien
qué soy, y no soy una exótica belleza, menos una mujer elegante,
de mundo —sollozo. No puedo parar, me siento muy frustrada,
desesperada.
—Definitivamente no lo eres, y las hay, más bellas, más
impresionantes, como dices… pero no me interesan, eres tú.
—No obtendrás nada de mí así.
—Ni de otra manera, menos con esa forma ermitaña que tienes
de vivir, rutinaria y en la que no cabe nada salvo tu empleo, tu
profesión.
—Ese es mi problema, además, ¿qué tiene de malo? —pregunto
agotada. Se encoge de hombros, suspira.
—Nada. Solo que aquí las cosas serán diferentes —asegura.
Resoplo. No le ganaré nunca.
—No me tocarás —suelto repentinamente apuntándolo con el
dedo, casi amenazante, avanzando rumbo a la maldita escalera.
—Sin tu consentimiento, no. Y te advierto que es la única
condición que puedes imponer.
—Vete al infierno —digo sacándolo de mi campo de visión, lo
escucho reír.
—Descansa, toku mea whakahiato, (Mi encantadora) Elle. —Gruño
cuando estoy en el piso de arriba y me meto bajo las cobijas,
frustrada, enojada, perdida.

Abro los ojos cuando escucho mi nombre. Me remuevo entre las


cobijas. He dormido realmente bien y la cama es tan grande que la
verdad no lo siento, o finjo que no. Me tallo los ojos y me incorporo
cuando vuelve a nombrarme. Ojeo mi alrededor, debe estar en el
salón.
Me levanto bufando, enojada. Tal parece que ese es ahora mi
estado anímico. Lo encuentro abajo, bebiendo un café, lleva el
cabello húmedo, suelto y va vestido abrigado. Me ve desde su
posición, sonríe.
—Iré a hacer un par de pendientes. En dos horas vengo por ti. Si
deseas salir y hablar con tu hermana, date una ducha, cámbiate,
desayuna y toma las medicinas.
—¿Algo más? —repongo con sarcasmo. Niega dejando la taza
en la mesa, parece tener prisa. Luego se sujeta el cabello en un
moño bajo, como suele cuando saldrá de aquí, y cuando estoy por
abandonar su campo de visión, se detiene, me mira un segundo,
como inspeccionándome. Sonríe complacido.
—Espero que no tengas contratiempos para estar lista y… afuera
hace frío —dice al tiempo que escucho la puerta abrirse y cerrarse
enseguida. Me recargo en el muro que está a un lado del vestidor, el
espejo se encuentra corrido a medias, me acerco a la ventana.
Nieva aún fuerte. ¿Dónde estoy? De pronto recuerdo lo que acaba
de decirme… Mi hermana, salir. No pierdo el tiempo y me muevo.
Encuentro un conjunto de vaqueros, un jersey oscuro de cuello
alto y grueso, me los pongo, desayuno famélica, midiendo mis
opciones. Saldré después de varios días aquí y debo entender cómo
funciona todo esto, observar, sobre todo eso para poder largarme lo
antes posible.
Dejo mi cabello suelto, aunque suelo mantenerlo recogido, pero
ahí no hay con que sujetarlo, no para mí porque él debe tener
algunas gomas, me recuerdo. Cuando indago encuentro maquillaje
y cosas de ese tipo que tampoco entran dentro de mi rutina, curiosa
los abro e investigo para qué sirven cada uno, aunque varios ya lo
sé, porque para cuestiones específicas tengo las necesarias. Las
dejo, rodando los ojos. Es un idiota si cree que me pondré todo
aquello encima de la cara para verme “mejor”.
No lo entiendo y eso genera dolores de cabeza porque aunque
no deseo en lo absoluto que se abalance sobre mí y que me rompa,
sería mejor saber qué desea a ciencia cierta, pero sigo sin tener una
idea clara. Es ambiguo, me confunde y de alguna manera, aunque
lo detesto por todo lo que ha hecho, es extraño porque no me siento
en peligro con él, pese a lo amenazante que se ve. Impone, sin
dudas, pero me hace sentir osada y lista para sacar a gritos, o como
sea, lo que tengo en mi cabeza, nada de lo que suelo ser; reservada
y silenciosa.
Con Dáran estoy descubriendo una nueva faceta de mi
personalidad generada por todo este maldito desastre que necesito
desenmarañar.
CAPÍTULO IV

Paseo por ahí, me detengo junto a la ventana, mi vista se pierde


en el exterior, nieve, mucha nieve, pero no hay tormenta. El mar
desde ahí se distingue con claridad, mejor que los otros días. Es
enero, así que seguramente estamos en el norte del planeta, o eso
quiero pensar porque muy en el sur también suele haber nieve
aunque calman las tormentas en estas épocas.
Escucho la puerta abrirse, giro despacio. Él está ahí, tan sereno
como siempre. Sonríe complacido evaluando mi atuendo, parece
satisfecho. Encontré unas botas gruesas, un poco modernas para mi
gusto, ahí en el vestidor, así que en conjunto debo ir vestida de una
forma adecuada.
—Hay reglas, Elle —señala dejando su abrigo colgado al lado de
la entrada. Arqueo una ceja, espero con los brazos cruzados. Toma
una silla del pequeño comedor y se sienta con desgarbo, con las
piernas abiertas y los dedos de una de sus manos tamborileando
sobre la mesa. Al notar que no respondo y después de haberme
inspeccionado de arriba abajo hasta que se cansó, busca mis ojos
—. No saldrás corriendo diciendo que estás aquí en contra de tu
voluntad, y cuando hables con Aide no mencionarás tampoco ese
tema.
—Le debo mentir.
—Si así lo quieres ver —revira con sencillez, ruedo los ojos.
—¿Algo más?
—Eres mi invitada, se te tratará como tal, una muy especial para
mí. Aquí todos lo tienen claro.
—Otra mentira —repongo. Se encoge de hombros sonriendo
como un felino. Sí, a eso me lleva, a un león o un tigre, no lo puedo
evitar.
—Ya te dije que nada es verdad y nada es mentira.
—Eso es absurdo. Hasta tú lo sabes —ataco.
—Una mujer de ciencia diciendo eso, no me decepciones, wahine
—revira sereno, con sus ojos dorados clavados en mí. Aprieto los
brazos contra mi cuerpo—. Todo depende del lugar desde el que se
cuente, desde las posturas, pruebas, y perspectivas…
—¿Qué más? —lo interrumpo con hastío.
—Si intentas hacer algo para… irte, debes saber desde ahora
que lo sabré y si quieres intimidad, respeta esa regla.
—¿Intimidad? ¿Te burlas? Aquí no tengo intimidad.
—La tienes, créeme, podría no ser así… ¿Es lo que quieres?
—¿No me espías cuando me ducho? ¡Ajá! Claro… Ni cuando
estoy aquí encerrada todo el día.
—La verdad es que no. Frivóla me avisaría cualquier cosa
extraña, pero no tengo tiempo para estar haciendo eso.
—Pero sí para secuestrarme, averiguar sobre mi vida, ¡vaya!
Hasta para saber qué ropa interior suelo usar… Te contradices, ¿no
crees? —reviro estoica, aunque rabiosa. Se incorpora y acerca a mí
tanto que pienso que me hará algo. Respiro agitada, pero se detiene
a unos centímetros, baja su rostro y sonríe así, tranquilo, como
suele.
Cómo lo odio.
—Tengo personal que se encarga de ello, de todo lo que desee.
Así que no olvides; eres mi invitada y… trabajas para mí —concluye.
Su aliento está demasiado cerca, huele a esas nevadas a las que
estoy acostumbrada en Toronto, pestañeo.
—¿Trabajo para ti?
—Así es, ahora… ¿vamos? —insta acercándose un poco más,
dos centímetros y su boca estaría sobre la mía, pero no me toca.
Respiro más rápido y siento las mejillas arder, seguro ya están rojas,
como siempre me ocurre, nerviosa lo esquivo y camino hasta la
puerta—. Toma un abrigo —solo completa, pasando a mi lado.
Voy y agarro el primero que encuentro. Cuando bajo ya me
espera con la puerta abierta. Me detengo un segundo aún sin poder
dar crédito de lo que va pasando. Nuestros ojos se encuentran y
entonces salgo, decidida.
Es un pasillo como el de una casa, hay muebles, flores, paredes
de madera y piedra que le dan un aire acogedor pero elegante.
Algunos adornos y lo que se adivinan algunas habitaciones del lado
opuesto a donde salimos, pero con puertas más comunes, aunque
esa madera en definitiva debe valer una fortuna. Arrugo la frente,
juré que aquello donde estábamos era un apartamento. Al final del
corredor un escolta lo saluda con la cabeza, serio. Un elevador con
los paneles recubiertos de suave madera para que guarde armonía
con el resto, se abre.
—¿Escaleras o ascensor? —pregunta en susurro a mi lado. Lo
miro un segundo, luego sacudo la cabeza.
—¿Dónde estamos? —Necesito saber. Entramos al ascensor,
con su huella da acceso y pide ir al piso uno
—En mi casa, donde has pasado los últimos días es mi
habitación, nuestra habitación ahora, Elle —explica cruzándose de
brazos a mi lado. Finjo ignorar lo de “nuestra”, no tiene sentido,
determino.
Llegamos a un primer piso, me invita a pasar primero, salgo y
otro escolta ahí. Del lado derecho unas escaleras de madera y
piedra. Luce como una casa enorme, pero una casa al fin. Un salón
que funge de recibidor, una sala gigante a la izquierda, un estudio
alcanzo a ver por una puerta entreabierta y ventanas del lado
derecho, todo iluminado de manera estratégica. La verdad es que es
hermoso lo que logro distinguir porque es evidente de que cuenta
con mucho más.
Pestañeo cuando una mujer, quizá un par de años mayor que yo,
se acerca marcando sus pasos en la duela pulida. Con suficiencia
me sonríe y le tiende dos encuadernados y una Tablet a él. Es alta,
estilizada, guapísima, morena. Justo el tipo de mujer al que me
refería la noche anterior, pero él solo la mira con cordialidad.
—Gracias, Kelly, ya los reviso. Vamos al laboratorio. ¿El coche
está listo? —inquiere con voz de mando, pero relajada. Me limito a
estar a su lado, silenciosa, observando. Un hombre joven se
encuentra a un costado de ella, y del otro, una joven habla por
celular, seria, en francés. También es muy guapa, más con esa
vestimenta que aunque es abrigadora derrocha estilo. Una mucama
pasa.
De repente me agobia tantas personas ahí y que ninguna sepa
que me encuentro en ese sitio en contra de mi voluntad, que se
presten a algo tan malditamente bajo. Retrocedo un poco, el idiota
ese me mira de reojo desde su altura.
—Sí, está listo. La señorita Aide estará en media hora —avisa.
Arrugo la frente.
—¿Mi hermana? —cuestiono sin entender. Ella me sonríe de
forma amigable.
—Sí, la contacté hace un momento para concertar la cita,
señorita Phillips —me informa inmutable, como si me conociera.
Me dan ganas de sacudirla, zarandearla. Si es su asistente o
alguna de esas tonterías, sabe por qué estoy aquí, peor, cómo
llegué. Miro a mi pesadilla personal, recuerdo lo que hablamos; si
digo algo ahora mismo puede que me regrese a ese maldito cuarto y
no quiero, así no lograré nada. Él lee algo en el aparato, pero sonríe
porque se sabe observado, hasta podría asegurar que sabe lo que
pienso. Bestia. Asiento metiendo las manos en el abrigo. Le entrega
la Tablet a la tal Kelly, asintiendo.
—Está bien, solo la cláusula 25 A tiene una vertiente. Revisen los
términos de exposición, está un tanto ambiguo, se lo mandas a
Mindell, que la autorice —pide con cortesía, pero sin dar lugar a otra
cosa. La mujer asiente y con un ademán me pide que avance.
Atravesamos un recibidor con ellos por detrás. Los miro por arriba
del hombro, el lugar es agradable, debo admitir, aunque muy grande
a pesar de que de alguna manera se logra ver acogedor. Abren la
puerta y el aire helado se introduce por mi boca y me hace temblar.
La camioneta, que obviamente es último modelo, se encuentra
ahí, a unos metros.
—Anda, o te congelarás —me apremia, sin tocarme. Camino
hasta el vehículo y uno de sus escoltas, abrigadísimo, me abre la
puerta. Tras nosotros veo otro auto igual, se suben los demás.
Adentro froto mis manos, debí tomar unos guantes. Me observa
silencioso.
—A dónde vamos —logro decir, tensa, porque el espacio se
siente tan reducido con él ahí, a mi lado.
—Ya lo dije, no eres de mala memoria puedo apostar.
—¿Es muy lejos? —Necesito salir de ahí. Él parece entenderme.
Niega sonriendo de forma torcida.
—Estás en una isla que me pertenece, solo vamos al otro
extremo, pero con este frío imposible de otra manera —señala
sereno, el chofer no hace acuse siquiera de vernos. Pestañeo
aturdida.
—¿Tú… tú isla? —logro repetir sintiendo que cualquier plan que
ideé estará condenado a fracasar bajo esa maldita circunstancia.
—Así es, wahine, en Canadá —completa perdiendo la vista en el
paisaje nevado, con la mano en la barbilla y aquella postura de
desgarbo.
—¿Del rio Ontario?… —conjeturo. Niega sin verme.
—Nueva Escocia —me corrige. Abro los ojos, atónita— Me dirás
que con lo curiosa que debes ser, ¿no averiguaste nada de mí
después de Cancún? —sisea encarándome con su prepotencia que
me genera ganas de darle de lleno entre las piernas. Si supiera
cómo ya lo habría hecho, pero además, se ve que no tendría ni la
menor oportunidad.
—Debe ser extraño para ti darte cuenta de que no, la verdad en
cuanto me fui de ahí, olvidé que existías por completo. Yo investigo
cosas que me aporten, tu vida me da lo mismo —reviro con tono
cansino.
—La curiosidad es inherente a una científica —repone. Sonrío
con ironía.
—Claro, de cosas referentes a lo que te interesa descubrir.
Aunque podrías darme un aparato y buscarte el Google, quizá ahí
pueda saber por qué demonios una bestia como tú llega a tanto por
alguien como yo —replico.
—Eso de bestia ya parece una forma de dirigirte a mí.
—No te puedo calificar de otra manera.
—Como gustes, wahine.
—¡Deja de decirme así! —rujo, a cambio él ríe, divertido.
—Taku wahine. (Mi mujer)
—Púdrete —reviro importándome nada que el chofer escuche.
—Ya suenas repetitiva —se burla. El auto se detiene. Intento salir,
pero no lo logro. La puerta se abre por fuera, un hombre con abrigo
me recibe tendiéndome la mano, la evito enojada. Estoy harta de
sentirme así pero no puedo evitarlo y, además, que si lo hago, es
como si aceptara todo esto y ni en sueños lo haré.
La bestia, como decido que lo llamaré, se acerca a mí cuando
estoy por dar la vuelta al auto por detrás. Me detengo
confrontándolo.
—Lo que sucede entre nosotros debe continuar así; entre
nosotros. ¿Estamos? —me advierte sosegado aunque sin problema
detecto la amenaza impresa en sus ojos dorados. Bufo tragándome
la ira, frustrada—. Vamos, Elle —me pide con un ademán
caballeroso. Me detengo apenas si un paso después. Es otra casa,
pero luce más simple y moderna a la vez. Un par de escoltas
custodian la puerta. De pronto dos perros aparecen, son enormes,
de pelaje blanco, ojos azules, ladran como locos y corren hacia
nosotros. Ahogo un grito y en reflejo me coloco tras él.
—Alto —ordena en tono neutro, pero firme, sin gritar. Los
animales se detienen moviendo las colas, se acercan más despacio,
aunque no dejan de mirarme. Dáran sonríe, lo veo en su perfil y su
gesto se suaviza dramáticamente, se agacha y queda en cuclillas,
ambos animales enloquecen y se le echan encima, él ríe y los
acaricia fascinado—. Sean educados, debo presentarlos —habla
con ellos, alegre. Los perros chillan excitados, lo lamen y no paran
de moverse—. Acércate, Elle —pide acariciándolos. El frío está
tremendo y ahí hasta se escucha el ulular del viento. Aprieto mis
dientes y me cubro mejor con el abrigo, desconcertada—. ¿No te
gustan los perros? —pregunta cauto.
—No me gustas tú —le corrijo al tiempo que me agacho
sintiéndome observada por los canes y por el escolta a mi lado, los
demás ya ingresaron.
—Les dije que tiene su carácter —murmura haciéndoles
cosquillas bajo su hocico—. Él es Kaisser y ella es Kamille, aunque
para fines prácticos son Kam y Kai, ¿cierto, muchachos? —En
respuesta ellos mueven sus colas sacando la lengua, felices por los
mimos.
Son bellísimos, debo aceptar, y no tengo nada en contra de los
animales, solo de uno en realidad. Olvidando un poco lo que ocurre
en mi vida, acerco la mano a la que creo que es Kamille y acaricio
su cuello, parece gustarle y se acerca más. Él ríe.
—Hola… —le digo sonriendo por primera vez en días y es que
sus ojos azules, casi del mismo color de los míos, me estudian
atentos, pero sin amenaza. Kaisser se aleja de él y se acerca a mí
buscando lo mismo que su compañera, deduzco.
—Parece que ellos sí te caen bien, no son fáciles —asegura ahí,
a mi lado.
—Se ve que son más inteligentes que su dueño —reviro sin
soltarlos, pasando mis dedos por ese pelaje increíble.
—Podrías tener la respuesta perfecta hasta el fin de los tiempos,
¿no es así? —apunta divertido. Lo encaro y al hacerlo, me doy
cuenta de que está muy cerca. Me levanto frotando mis brazos.
Hace un frío extremo—. Vamos adentro —dice y los animales nos
siguen, más tranquilos.
La puerta se abre y todo es barullo, personas que vienen y van,
una recepción lujosísima, la mujer a cargo saluda a su jefe. Kelly se
acerca.
—En el laboratorio ya saben que están aquí —informa—. Tienes
llamada en quince minutos con Streus —le recita con suficiencia.
Asiente y caminamos.
Eso de “laboratorio” genera una descarga en mí, por primera vez
experimento expectación en esos días. Caminamos con su sequito
alrededor, me limito a escuchar, observar y notar cómo se acercan
diferentes personas a buscar algo de él. De todos sabe lo que
hablan, a todos les responde de forma educada. La verdad me
asombra, aunque alguien de tanto dinero debe tener muchas cosas
a su cargo, comprendo. Una puerta se abre y solo entramos Kelly, el
dueño de todo esto, y yo. La mujer no permite que nadie más se
acerque.
—Es aquí —y con algún comando de su Tablet logra que un
monitor descienda. Estudio el lugar. Es como una sala de juntas, de
madera, cálida. El abrigo me pesa. Me lo quito y lo dejo en uno de
los respaldos, mi celador me observa, siempre me observa, noto,
pero no dice nada.
—Gracias, Kelly, puedes marcharte. Prepara la llamada —ordena.
Nos quedamos solos un segundo después.
—Estoy cumpliendo mi parte, sé cuidadosa, Elle. Al terminar solo
debes llamar por aquí a Kelly, iremos al laboratorio.
—Si le digo la verdad… ¿qué harías? —lo cuestiono intrigada. Se
acerca como si fuese cualquier cosa y queda a centímetros de mí,
serio.
—Durante este año no volverás a saber de ella. No creo que
desees preocuparla.
—Puedo decirle que me trajiste aquí, tu nombre, la isla —gruño.
Está tan cerca que me cuesta respirar, pero no me toca.
—Dulce Elle, antes de que lo intentes la comunicación se cortará.
La seguridad de Aide te interesa, ¿no es cierto? —presume con ese
tono que me dan ganas de ahorcarlo. Aprieto los puños. No puede
jugar con ello.
—¡Te odio!
—Vamos, siéntate y disfruta de poder hablar con tu hermana, si
todo va bien, podrás hacerlo cada vez que lo desees. Está en ti,
wahine —comenta relajado y sale de ahí, silencioso. Siento la cara
enrojecida de coraje. Respiro varias veces para calmarme. Claro
que quiero hablar con ella, además, despertó mi maldita curiosidad y
necesito saber de qué va ese laboratorio, sospecho que ahí hay una
respuesta a mi estadía aquí.
Cuando veo el rostro de Aide en la pantalla sonrío olvidando por
un momento todo lo acontecido en mi vida los últimos días. Ella
representa seguridad, lo que debo hacer, mi vida sosegada y llena
de planeación profesional, envueltas en una rutina que ponderamos
y nos dio la facilidad de conseguir lo que deseábamos a temprana
edad.
Me saluda efusiva, aunque confundida, somos tranquilas,
hablamos de libros, películas de arte, alguna anécdota, y esa
normalidad me apacigua en medio de ese huracán en el que me
encuentro. Después de que, sin alterarse, me pregunta la razón de
mi desaparición esos días y de por qué la contactó Kelly, le miento
tal como ordenó él. Enseguida ella se relaja, siendo la mayor
siempre ha sido protectora conmigo. No le oculto cosas, nunca lo he
hecho, pero tampoco he tenido la necesidad. Todo en nuestra vida
ha sido una serie de pasos a seguir, papá así nos enseñó, nosotros
no entendemos otra manera de hacer lo que debemos, lo que
queremos.
—Luces diferente, Elly —señala sonriendo con dulzura. Me paso
la mano por el cabello, lo observo.
—Pesqué una gripe en medio de todo esto —repongo. Niega.
—¿En serio? Es raro que te enfermes, pero no, no es eso —
insiste, se quita las gafas y se pasa los dedos por el puente de la
nariz. Luce cansada—. Olvídalo, es quizá que llevas el cabello
suelto. Se te ve tan lindo, también esos colores oscuros, sueles ir
siempre de claro —apunta. Bajo la mirada hasta el suéter azul
marino—. En fin, me alegra que estés contenta con esto que haces,
espero que luego me puedas contar de qué va, pero imagino que si
estás en una situación así es porque diste con algo importante y eso
me hace sentir orgullosa.
—Gracias, Ai —respondo un tanto culpable—. Dime, ¿cómo está
George? —Es su pareja, llevan juntos un año. Es maestro también
de Harvard. Pronto hablamos otro poco de él, del decano y cosas de
la universidad. Media hora después nos despedimos. Yo tengo
ganas de llorar, logro tragármelas y alzo mi mano mandándole un
beso, sonriendo.
—Te amo, hermana, lo que sea que estés haciendo, sigue en ello
—pide como de paso, sin tener la menor idea de lo que de verdad
ocurre en mi vida porque entonces ni lo diría.
—Me saludas a George, te busco en unos días. ¿Sí?
—¿Y tu teléfono? —pregunta cuando estamos finalizando.
Pestañeo sin saber qué responder.
—No debo traerlo conmigo, ya sabes, es confidencial —miento,
otra vez. Asiente un tanto desconcertada, pero se lo traga.
Salgo de la conversación y recargo la nuca en la silla con mis
ojos anegados. Quiero salir de aquí y gritar, gritar y gritar. A cambio
me levanto y me acerco a la única ventana que hay. Me pierdo en el
paisaje blanco, poso una mano sobre el vidrio. Mi vida no está tan
lejos y, sin embargo, no puedo vivir en ella.
—El señor Lancaster la espera —escucho. Giro desconcertada,
bien podría llevar un tiempo ahí, de pie, y yo no la había detectado.
Asiento taciturna.
La sigo por un pasillo, luego un elevador, ella luce tan ocupada,
pero me sonríe cada vez que puede. Ya no peleo y se lo regreso a
medias. Se abren las puertas y noto un sitio mucho más tranquilo
que el de abajo, solo una recepcionista y en el fondo, una puerta
negra, cerrada. Me indica que pase. Lo hago dudosa.
Este tipo tiene mucho dinero, debí averiguar sobre él, me regaño
de nuevo, evocando la conversación en el auto sobre ello. Cierro
tras de mí y permanezco de pie. El lugar es enorme, su mesa de
trabajo luce llena de cosas, varias computadoras encendidas. Un
par de pantallas también con algo que deduzco es la bolsa de
valores de varios países a la vez. Un hombre anota cosas, en
silencio, mientras mi celador habla por teléfono y me da la espalda.
Voltea de repente, al verme, me examina un segundo, y me indica
asiento con un ademán. Niego. El lugar es increíble, tecnologizado,
acogedor a la vez y lleno de cosas que no tengo idea de cómo
maneja o para qué son.
Camino por ahí y me pierdo. Se siente autóctono todo aquello de
una forma paradójica, tiene algo que lleva sin remedio a sus
tatuajes, algunas esculturas de madera, un par de lienzos a carbón
con grecas como las que tiene el cuerpo, es raro. De pronto me
pregunto con genuino interés, ¿quién es Dáran Lancaster?
CAPÍTULO V

Percibo su presencia a mi lado, estudia el mismo dibujo enorme


que yo, son peces, pero a blanco y negro, realizado de esa manera
extraña, que me lleva a esas costumbres de algún lugar en Hawái, o
los tótems.
—¿Salió todo bien con tu hermana? —inquiere calmo.
—Para qué preguntas si debes saber que así fue, ¿no?
—Anda, wahine, te mostraré algo —anuncia como si no hubiese
dicho nada y roza apenas mi cintura. Me quito por instinto, me
observa incisivo pero satisfecho y baja la cabeza invitándome a
andar. Su manera me enerva, en serio que sí. Salimos y nos
subimos al ascensor de nuevo, ahora descendemos cuatro pisos. Le
pide acceso para abrir las puertas, lo da colocando la mano y un
sitio similar a donde laboro cada día en Toronto, aparece frente a mí.
Abro los ojos, asombrada.
—Bienvenida, Elle, a mí laboratorio.
—¿Es en serio? —pregunto atónita.
—Muy en serio. —Los empleados que pasan a su lado, lo
saludan, otros simplemente continúan con lo suyo. Ingresamos a
una cámara de desinfección, nos ponemos gafas, batas, cubre
bocas y mi sangre corre vertiginosa, solo veo sus ojos, pero luce sin
duda expectante—. Aquí se gestan cosas que no imaginas, pero tú,
Elle, estás cerca de descubrir algo que cambiará muchas cosas.
—El virus… —deduzco enseguida, asombrada. Asiente.
—Precisamente… Aquí tendrás un equipo de trabajo a tu cargo, y
todo lo que necesites. Tus avances están a tu disposición y eres
libre de pedir lo que necesites. ¿Qué dices? —pregunta, cauto. No
quepo de la impresión.
—¿Por qué? —quiero saber.
—Porque hay muchos intereses en medio de esto y debo tomar
precauciones —responde, es evidente que no dirá más. Me guía a
través de pasillos y laboratorios. Es gigante. Con un gafete que lleva
la mujer que nos dirige, una puerta se abre, luego otra e
ingresamos.
—Equipo, aquí está Elle Phillips, es toda suya —me introduce él,
mientras seis personas, tres hombres y tres mujeres, me saludan
acercándose. No lo puedo creer, los aparatos son de última
generación, las computadoras, todo, es simplemente impresionante
—. Wen —llama a la mujer que nos acompañó. Ésta se acerca—.
Ponla al tanto de todo, muéstrale su área de trabajo, que le den
accesos, no la abrumen, aún no está del todo recuperada, pero me
parece que es buen momento para comenzar y cualquier cosa me lo
haces saber.
—Claro, señor Lancaster. —Cuando noto que está por irse, sin
pensarlo lo detengo rozando su brazo por encima de su
indumentaria necesaria en esos lugares. Me mira, la mujer se aparta
—. ¿No llena tus expectativas, wahine?
—No entiendo, Dáran —admito contrariada nombrándolo por
primera vez. Su expresión cambia, suavizando su gesto, o lo que se
puede ver y me toma con suavidad por el brazo alejándome un
poco.
—Tienes hasta la hora de la cena. Entonces podrás preguntar.
—¿Y responderás?
—Tendrás que averiguarlo, taku ataahua *(Mi bella)Elle —y sale de
ahí, con esos movimientos felinos que me desconciertan. Un par de
personas se acercan a él y entra a otra ala del lugar, enseguida.
—Nos pone felices que esté aquí al fin, señorita Phillips —capta
mi atención Wen a mi lado, la miro recordando de golpe todo. Le
sonrío a cambio. Este es un sueño que no imaginé lograr tan rápido,
menos por aquello que recién descubrí casi por accidente, lo cierto
es que la manera no la entiendo, bastaba con pedírmelo, habría
dicho que sí. No comprendo.
—Háblame de tú, Wen, por favor.
—Claro, Elle, ¿quieres que te muestre todo y te ponga al
corriente? —propone. Asiento aún perdida, muy perdida.
Paso la mañana en medio de aquello que amo, me pongo al día.
Mis anotaciones y descubrimientos, incluso mis libretas, están ahí.
Más de una vez me quedo perdida imaginando cómo dio con todo
eso, hasta qué grado me investigó, hurgó en mis cosas. No
avanzamos mucho, pero ellos ya han ido observando el
comportamiento, tal como sugerí.
Almorzamos en un ala que cuenta con comida para los
empleados. No se separa de mí el equipo, menos Wen, que luce
emocionada con lo que hablamos por la mañana, en aquella junta
que mantuvimos para saber en qué vamos y qué buscamos. Me
siento más serena, debo aceptar, en mi elemento.
Comemos algo delicioso que se nos proporciona en ese elegante
comedor cuando una mujer que desconozco se acerca con una hoja
cuidadosamente doblada y un vasito con medicamentos. La observo
intrigada.
—El señor Lancaster pidió que se lo entregáramos —me informa
inspeccionándome con curiosidad, como la mitad de los que ahí
comen. Asiento y lo tomo sonriendo desconcertada. La abro con
cuidado.
“Son tus medicamentos, tómalos, wahine. Espero todo esté siendo
de tu agrado. Si hay algo que desees, solo debes pedirlo, lo que sea
salvo lo acordado.
DL.”
Me paso las pastillas, doblo el papel irritada por su intrusión en
ese momento en el que casi logro olvidarlo. Bestia. Lo meto en el
bolsillo trasero del vaquero y alzo la vista. La emisaria que me
tendió la nota y medicinas ya no está, y mis compañeros fingen no
haber visto nada. No tengo idea de qué saben y qué no, pero
prefiero no hablar sobre ello, no conozco los alcances de Dáran,
aunque ya veo que pueden ser incalculables.
—¿Cuánto tiempo llevan aquí? —deseo saber, pinchando los
camarones del espagueti blanco. Wen alza la vista y sonríe, es una
mujer como de unos treinta años, de cabello castaño, delgada y
pecosa, linda a mi parecer.
—¿Trabajando? —revira con calma. Asiento buscando saber
más. Uno de los hombres, quizá de cuarenta años, calculo,
reflexiona, tranquilo.
—Yo llevo laborando aquí 6 años —responde—. He estado en
varios proyectos importantes del señor Lancaster.
—Sí, entramos casi igual, ¿no, Cass? —dice Wen, alegre, a otro
de los chicos, más joven, quizá treinta también.
—La verdad es que es una oportunidad única, todos sabemos
que cada compañía farmacéutica tiene sus laboratorios, pero al final
siempre hay algunos ocultos que logran desarrollar lo que los demás
apenas si sueñan. Para el señor Lancaster esto es vital, además
sabe bastante.
—Bueno, es que con tantos estudios, no es para menos. No
conozco a alguien tan preparado en estos temas, a pesar de su
edad sabe mucho —señala otro de los hombres, también algunos
años mayor que yo. Y es que la verdad es raro que una joven de 24
años ya esté involucrada en cosas como estas, suele faltar
experiencia, práctica, investigación.
—¿Qué edad tiene? —pregunto como de paso. Se miran
reflexivos entre ellos.
—Me parece que 34. No sabemos bien, la verdad. —Asiento, no
me toma por sorpresa, es justo en donde lo ubicaba, aunque a
veces lo puedo ver mayor con esa seriedad, con su manera de ser,
pero en otras ocasiones, como cuando vio a los perros, luce más
joven, aunque siempre peligroso.
—Eres su invitada, debes conocerlo más que nosotros —apunta
otra de las chicas, se llama Chris. Sé que mi rostro se colorea,
ingiero otro pedazo. Dios, más mentiras, pero aun no me fio como
para decirles la realidad, eso sin contar que a leguas se ve que no
me creerían, lo admiran, eso es evidente.
—Algo así —respondo con ambigüedad.
—La verdad es que no conocemos de él mucho, casi nadie, salvo
lo que todos los que aquí trabajamos y que la verdad nos sentimos
privilegiados.
—¿Les gusta estar aquí? —deduzco tomando de mi bebida.
—La verdad que sí, las prestaciones son asombrosas, el sueldo
muy bueno, además, es interesante, siempre hay algo nuevo que
investigar, que descubrir. Él suele ir en la punta en este rubro. Es
financiado por gobiernos de diferentes países, cuando al fin damos
con algo importante, seguro, cede la información al laboratorio que
más convenga y que esté preparado para desarrollo y cuente con la
precaución de las fases que se requieran, se vende lo descubierto
bajo los nombres de esa marca ya que fueron probados por ellos,
gana él, ganan los países. Así que la confidencialidad que firmaste
en el contrato es la cláusula más importante para el señor Lancaster
—concluye Cass, relajado, el cual pensé que era más serio, pero
parece que eso es en cuanto al trabajo, afuera es más
comunicativo.
Por otro lado, yo no he firmado nada, aunque no tengo ni idea de
si en unas horas eso buscará. ¿Me ha traído aquí para esto?
¿Entonces por qué me obliga a dormir a su lado? Más preguntas se
atascan, al final terminamos de hablar y noto algunas miradas, pero
entre nosotros somos tímidos, nadie se acercará, no aún, y yo por
ahora prefiero afianzar lo poco que voy conociendo.
~*~
Estoy observando un portaobjetos a través del microscopio
cuando Wen me toma por el hombro. La veo y entonces señala el
auricular que sostiene.
—Es hora, Elle —me avisa. Asiento sin chistar. Necesito saber
más y ahí no lo descubriré. Me despido, me cambio después de
pasar por la misma cámara de hace un rato donde por medio de gas
me limpian y salgo. Un escolta está ahí, lo reconozco, es el mismo
que entró aquel día a la habitación. Me mira, serio, y baja la cabeza
un segundo a manera de saludo.
—El señor Lancaster me pidió que la acompañe hasta la casa —
me informa. No respondo porque en secreto también le guardo
rencor, sabe lo que de verdad pasa y le importa muy poco porque
ese es su trabajo. Asiento y avanzo sin esperarlo. Subimos al
ascensor, continúo sin voltear y al salir a la intemperie, irritada,
jadeo debido a lo gélido del clima. Giro y ya me tiende el abrigo que
había olvidado en la oficina donde hablé con mi hermana. El frío
cala en mi cuerpo de una forma absurda, como si se hubiese
clavado en mí. Me regreso y entro de nuevo, aún hay personas
trabajando, aunque no reparan en mí. Mis pulmones casi se queman
por mi arrebato. Me lo pongo, luego me tiende un gorro y guantes,
una bufanda—. El señor creyó que lo necesitaría —dice.
Indiferente se los quito y me los pongo, luego él hace lo mismo
consigo. Nieva, pero no es fuerte, ya está oscuro. Estoy a punto de
entrar al auto cuando los husky que conocí por la mañana llegan a
toda prisa. Volteo y al hacerlo caigo sobre la nieve. Gimo aturdida,
asustada también, pero me comienzan a lamer la cara, a mover la
cola. Logro sentarme, aunque ya se humedeció mi cabeza y rio.
—Dios, lo lamento, señorita, no suelen ser así, salvo con el señor
—se excusa el hombre, tomándolos por el collar, mientras otro me
tiende la mano. Sonrío negando quitándole importancia, los acaricio
sin pararme aún, ahí, sobre la nieve.
—Son arrebatados —les digo divertida, porque no cesan—. Sh…
tranquilos, tranquilos —logro decir congelándome, sintiendo los
copos humedecer lo que sale de mi cabello, el gorro y la cara,
además de ellos, pero la verdad tampoco sufro, son como un par de
niños. Me hinco como puedo les rasco el cuello, riendo—. Ya, deben
irse, hace mucho frío —jugueteo con cariño, es irremediable, me
caen bien.
—Kai, Kam —escucho, y más tardo en alzar los ojos cuando
ambos salen disparados hasta él. Se elevan en dos patas, los rodea
con sus brazos, riendo—. Basta, muchachos, está nevando, tengan
piedad. Mañana los saco —pero no se rinden. Los observo desde mi
posición al tiempo que me incorporo. Así él luce menos temible,
aunque imponente porque los tres son enormes. Se los intenta
quitar y uno de sus empleados, abrigado hasta los dientes, ayuda,
pero se quejan. Dáran se agacha y coloca su frente sobre la de
cada uno en un gesto que de entrada me desconcierta, cierra los
ojos y ambos se relajan, es muy íntimo, casi dulce aunque en él esa
palabra no encaja —. Mañana —promete y se pone de pie. Me ve y
sé que estoy cubierta de nieve. Niega, serio, pero tranquilo, lo cierto
es que cada segundo me desconcierta más.
—Señorita, pase. —Oigo a mis espaldas, giro saliendo del trance
y asiento, fría hasta la médula. Dáran entra del otro lado y cierra
rápido.
—Deberás darte un baño, wahine.
—¿Quién eres? —logro decir, entumida, aturdida. Me mira
intensamente, pero serio, reflexivo.
—Esa es una pregunta a la que espero que tú le des respuesta,
Elle —murmura. De pronto comprendo que sigo en un estado de
aturdimiento, sacudo la cabeza, el frío lo tengo en los huesos.
—¿Me trajiste aquí por eso, por lo que descubrí? —deseo saber,
frotando mis manos. Los guantes, aunque son de cuero, no son
suficientes. La calefacción no es tan alta. Me observa, sereno.
—Espero que no enfermes de nuevo, debiste entrar al auto en
cuanto saliste –gruñe un tanto frustrado.
—Los perros aparecieron —replico esperando que sus palabras
no sean profecía, no quiero pasar el día ahí, de nuevo. Sonríe con
orgullo.
—Son muy inquietos, están molestos porque no los paseé hoy.
Una disculpa por su ímpetu —rumorea, rascando su barba, sin
culpabilidad.
—Creí que no tendrías tiempo para esas cosas…
—Siempre tengo tiempo para ellos —asegura un tanto divertido
por mi comentario.
—Responde mis preguntas.
—No aquí —sentencia ahora en tono autoritario. Gruño,
Llegamos a su casa casi enseguida, no veo muy bien por la nieve
cayendo, la noche, pero adivino que no es tan grande la isla.
—¿Cómo hacen todos los que trabajan aquí para desplazarse?
—Hay una embarcación que los trae y lleva a Mahone Bay. La
mayoría vive ahí, o cerca, pero no en Kahulback, aquí solo nosotros,
y mi equipo allegado —explica en el ascensor, después de que
algunos empleados lo saludaran y él les devolviera el gesto.
Se sabe sus nombres, incluso bromea un poco. Es raro,
definitivamente, pero a la vez es tan serio, como lejano. De repente,
al llegar a aquel lugar que detesto, la realidad me golpea. “Es un
loco, no lo olvides. Una bestia.” Me regaño con fuerza porque por un
momento, encandilada por todo esto, bajé un poco la guardia, pero
descubrir cosas de él no le quita lo que es en realidad; un tipo sin
escrúpulos que me sacó de mi vida sin consultarme. Jamás puedo
olvidarlo, jamás.
Entro y ya me encuentro de nuevo irritada.
—Date un baño, pediré la cena —dice con su habitual tono
imperturbable. No le respondo pero me dirijo hasta ahí. Me ducho
dejando que el agua caliente haga su trabajo en mi trémulo cuerpo,
la garganta está picando de nuevo. Cierro los ojos bufando. Sé que
recaí y me dan ganas de llorar porque eso implica quedarme ahí y
no poder olvidar un poco esta realidad que no aceptaré el tiempo
que dure.
Busco algún piyama de dos piezas, abrigador, saco todo y no
encuentro nada, ni uno, solo camisones. Gruño y los aviento furiosa,
terminan en un montón sobre el piso. Envuelta en una bata roja,
porque ahora mi color es el “rojo”, bastardo, salgo, con esta
necesidad de gritar, otra vez. Lo encuentro hablando por teléfono al
lado de la cama. Me importa poco y le quito el teléfono aventándolo
al colchón, rabiosa. Me observa contenido.
—Era una llamada importante —gruñe. Sé que está furibundo
aunque busca mantener su carácter contenido, toma el aparato y
cuelga, por supuesto que no le pasó nada al jodido teléfono. Lo deja
sobre la mesa de noche, me escruta y se cruza de brazos.
—Solo hay camisones para dormir, ¿es en serio? —rujo envuelta
en furia. Alza las cejas, no me sigue.
—Si me dijeras qué es lo que esperabas…
—¡Eres un maldito bestia, un animal! Si querías que fuese parte
de ese proyecto solo debías decirme, ¡no había necesidad de esto!
—y me señalo. Mi cabello escurre, la bata, yo con la garganta de
nuevo doliendo. Quiero llorar pero me obligo a no hacerlo.
—Ponte lo que te plazca para dormir, los berrinches, te repito, no
van conmigo —revira alejándose, pretende retomar su llamada,
comprendo.
—¡Pero secuestrarme sí! —Se detiene, tenso—. ¿Qué quieres de
mí? —grito exasperada—. ¡Dime! —y camina hasta donde estoy,
poniéndose enfrente—. Creíste que llevándome a ese laboratorio
olvidaría todo y sería puras sonrisas. No te creo idiota. Pero por
mucho que intento entender… no me cabe en la cabeza para qué
me haces vivir a tu lado, para qué quieres que comparta tu cama.
¡Maldita sea! Consíguete una mujer que quiera estar contigo, y a mí
déjame en paz. Esto es absurdo —sollozo. Se acerca más y queda
a pocos centímetros de mí, percibo su calor pese a la bata—.
Déjame ir, por favor —suplico sintiendo como las lágrimas caen por
mis mejillas, hasta mi cuello. Sigue su camino, apretando la quijada,
sus ojos son fuego.
—No, mujer, este es tu lugar, no te marcharás —sentencia, serio,
atravesándome con sus ojos leoninos. Gimo.
—¿Qué quieres de mí? —pregunto de nuevo con voz apagada,
vencida. La furia baja de intensidad y en su lugar experimento un
cansancio generalizado, mental.
—Lo estoy averiguando, Elle —admite en susurros.
—No quiero esos camisones —lloriqueo cambiando el tema—.
Dios, no soy libre ni para comprar un dulce que desee, algo tan
absurdo y no puedo.
—Solo debes decirme lo que quieres y lo tendrás —repone,
cauto. Sé que se siente incómodo con mi llanto, pero también que
eso no lo hará cambiar de opinión.
—Twizzlers —murmuro desafiándolo, pero deseando salir de ahí.
—Bien.
—Púdrete, en serio púdrete. Podrías ser alguien que admirara,
que respetara, pero simplemente estás haciendo todo mal y no logro
ver en ti nada salvo una bestia que toma lo que desea sin pensar en
los demás.
—Si no quieres los camisones, no los uses, seguro encuentras
algo mejor por ahí que cumpla tus expectativas y necesidades, pero
te aseguro algo, wahine —y se acerca más, amenazante—. Usarás
cada uno de ellos, y no será porque te obligue.
—No sueñes —reviro decidida. Sonríe mostrando una dentadura
perfecta. Huele tan bien pese a las horas de trabajo que me
arrepiento de no rodearlo y alejarme.
—Ese color de piel tuyo que te delata, creo que me haré
aficionado a él —revira, sonriendo apenas, disfrutando. Lo empujo y
entonces sus manos sujetan mis muñecas—. Si me tocas entonces
es porque yo también puedo hacerlo, no lo olvides, wahine —me
advierte mientras trato de quitármelo de encima.
—No era esa la condición.
—Dijiste que no te tocara, sin tu permiso, cuando tú lo haces, das
por ende permiso para ello —señala alzando su ceja que tiene esa
cicatriz.
—No te tocaré más.
—Por mí no te detengas, dulce Elle —admite divertido. Me suelta
y me alejo, furiosa.

La garganta duele más. Regreso al vestidor y busco algo cómodo


entre la ropa deportiva. Encuentro una malla, una camiseta y una
sudadera amplia, unos calcetines y tengo frío aún, tomo otra cosa
para cubrirme. Salgo, me asomo y noto que la cena ya está sobre el
comedor, cubierta. Escucho sus pasos, volteo con odio, pero
pestañeo cuando pasa a mi lado, tan solo en toalla, se duchó, su
cabello estila y su musculatura está expuesta. Había escuchado el
agua correr pero pensé que estaría vestido.
Paso saliva y finjo que me da igual, lo cierto es que mi sangre se
calienta, aun así, siento mucho frío. Toma su celular que no para de
sonar y regresa al vestidor. El televisor está prendido abajo, noto, y
pienso por un momento cenar importándome poco si él no lo ha
hecho, pero me siento repentinamente agotada. Bajo y me acomodo
sobre un sofá y me adormezco, ahí acurrucada.
Percibo algo frío sobre la frente. Abro los ojos, despacio, pero
haciéndome a un lado. Es él, está hincado frente a mí.
—¿Qué? —digo agotada, harta de pelear.
—Tienes fiebre, maldición —gruñe en susurros. Bajo mis piernas
con el cansancio al límite, llevándome una mano a la cara.
—Sí, creo que sí. Me duele la garganta de nuevo —le informo
frustrada. Sonríe negando, culpable.
—Debí esperar un par de días para llevarte al laboratorio.
—¿Es cierto que te financian gobiernos de algunos países? —
pregunto, poniéndome de pie, él hace lo mismo. Me dirijo a la mesa,
despacio.
—¿No prefieres descansar? —quiere saber, su tono deja ver un
poco de agobio.
—No, quiero saber —refuto sentándome frente a mi plato. Se
acomoda donde suele, sacude la cabeza sonriendo. No lleva
camiseta, solo ese pantaloncillo que usa para dormir. Paso saliva y
desvío la mirada. Ese hombre parece un guerrero de tribus antiguas,
a eso me lleva.
—Sí, ellos financian una parte, los laboratorios otra. Existen
muchos intereses tras cada una de las investigaciones, a veces de
índole gubernamental, otros, farmacéuticas… iniciativa privada.
—Lo que encontré… ¿En qué te beneficia? —pregunto
pinchando mi pasta. Alza las cejas y deja salir un suspiro.
—Bueno, en mucho, seremos los que demos con la verdadera
estructura molecular de virus y que ha afectado a muchas personas,
entender de dónde viene, cómo se contagia, todo eso es
información que va y viene, pero tú ya descubriste la parte medular,
por ende, algo… que se busca ocultar.
—Cuando se lo mostré a mis jefes inmediatos, no pensé que
fuese tan importante, digo, no le han dado el realce que pienso que
tiene. Es algo delicado que esté así, parece mutada, ¿sabes? —
reflexiono pensativa—. La manipularon, Dáran —determino alzando
los ojos. Su mirada me atrapa, es férrea y dura, pero tiene una mota
de satisfacción.
—Elle, es delicado lo que sabes…
—¿Por qué? —pregunto genuinamente interesada.
—¿Podrías explicarme tal cual lo que piensas, lo que
encontraste? —revira a cambio. Asiento, intrigada. Se levanta y
regresa con un libro, lápiz y hojas. Me los tiende—. Soy todo oídos
—concede, sereno.
Tomo las cosas, un poco nerviosa, y empiezo a trazar con dibujos
lo que encontré, con nomenclaturas que me sé de memoria. Me
observa y luego se acerca recargando sus codos sobre la mesa
cuando empiezo a hablar con pasión sobre el tema. Me escucha con
suma atención, formula preguntas mostrando lo mucho que sabe y
al final alza las cejas y se recarga en el respaldo llevándose las
manos a la nuca exponiendo así más de su increíble musculatura.
—Eres un arma poderosa, Elle. Me alegra que no sepas hasta
qué punto —expresa escrutándome. Acerco mi pasta y la verdad es
que la garganta duele cada vez más y eso ocupa de pronto toda mi
mente, no esas palabras que después espero tener cabeza para
desenmarañar—. ¿No tienes hambre? —pregunta enseguida,
estudiándome ahora con otros ojos, unos de preocupación.
—La verdad es que me duele bastante la garganta —me quejo
agobiada, frotándome la frente, para qué mentir—. No me dejes
aquí de nuevo mañana —le suplico con la barbilla temblando
gracias a las ganas de llorar. Me observa sonriendo apenas, es
como si de ver a alguien que lo asombra, pasara a verme como a
una niña pequeña.
—Permite que te revisen de nuevo. Sigue las instrucciones y yo
haré que no pases mañana el día aburrida, ¿qué dices?
—No debí presentarme aún enferma en el laboratorio.
—Cumple con todas las normas, no pasa nada. Aunque no
regresarás hasta que las defensas suban, Elle, sabes que es lo
correcto —apunta, conciliador. Asiento cabizbaja. Toma el celular y
escribe algo, mal lo deja en la mesa y suena de vuelta. Lo lee
—.Viene a revisarte. ¿OK? —me informa con suavidad.
—¿Por qué me tienes a tu lado? —quiero saber agotada. Suspira
rascándose la barba de su barbilla.
—Entre varias cosas, por tu seguridad.
—¿Mi seguridad? —repito desconcertada.
—Y ahora porque así lo deseo, wahine —murmura
contemplándome.
CAPÍTULO VI

Nos miramos en silencio durante unos segundos, un timbre


quedo suena. Se levanta y abre. El mismo hombre de la ocasión
anterior aparece, la diferencia es que aunque no lo saludo porque
me enoja que conoce la verdad y le importe poco, me dejo revisar.
—Elle, tienes llagas en la garganta, ¿cómo es posible? No está
nada bien. Ya es infección. Antibiótico sin remedio. —Bufo vencida,
mientras… Dáran, o la bestia, ya no sé cuál de las dos es, a veces
una a veces otra, nos observa torciendo la boca.
—¿Cuántos días? —desea saber. El médico lo medita un
segundo.
—Dos en completo descanso, la fiebre dejará de aparecer el
tercer día. Calculo unos cinco, después puede volver a su vida
normal. Pero por favor, no te mojes con la nieve, eviten los cambios
de temperatura. Hay que subir tus defensas, ya lo dije.
—Pide que traigan lo que ordenes, por favor.
—Claro, Dáran —responde guardando sus cosas—. Elle, si
sigues ahora sí las instrucciones, estarás muy bien en unos días. Te
será difícil comer, recomiendo platillos no muy calientes ni muy fríos.
Toma mucha agua. ¿De acuerdo? —solicita con tono amistoso. No
puedo evitar sonreírle a cambio, bajando las defensas. Mi celador lo
acompaña a la puerta. Una vez solos, voltea hacia mí cruzado de
brazos y alzando una ceja, la de siempre.
—No digas nada porque ahora mismo te salto a la yugular —lo
amenazo recargando la frente caliente en mi mano, que descansa
sobre la mesa. Alza las palmas, negando y se vuelve a quitar la
camiseta que se había puesto—. No puedo creer que todo esto me
pase.
—Son solo unos días, estarás bien.
—Es por tu culpa —gruño—. Estoy estresada, nerviosa, ansiosa
y no entiendo lo que pasa. Cada día me siento más confundida y tú
no sirves de nada para menguar eso porque eres la maldita causa
—rujo con a saber qué fuerzas, incorporándome. Está a un par de
metros, serio.
—Puede ser que así sea, pero debes saber algo, aquí no corres
peligro de ningún tipo, wahine. Ahora mismo es el sitio más seguro
para ti.
—¡Deja de hablar a medias! —grito. La garganta se me desgarra,
me quejo llevándome la mano a ahí. Se acerca y me toma en
brazos. No puedo ni quejarme. Lloro aferrándome sin remedio a sus
anchos hombros, sin tener fuerzas siquiera para hacer que me baje.
—Eres demasiado dulce… —lo escucho, cuando me deposita
sobre la cama y después hace a un lado un mechón de cabello que
cubre mi rostro—. Y demasiado mujer —murmura perdido en mis
rasgos. Me hago a un lado, asustada por lo que me hace sentir,
perturbada.
—Dijiste que no me tocarías —logro decir, con rencor. Se aleja y
frota la cara, asintiendo al tiempo que alza las manos, de nuevo, y
baja. Regresa cinco minutos después, me da los medicamentos y un
vaso con agua. Los paso, me levanto y deshago la cama para
meterme dentro, agotada.
—Descansa, wahine. —Y las luces de la planta alta se apagan
por lo que todo queda a media luz. Cierro los ojos con un par de
lágrimas cargadas de frustración.

No logro descansar del todo, despierto cada tanto, me duele


mucho la garganta, tomar agua es un martirio, aunque Dáran me lo
hace más llevadero, debo aceptar. Me acerca agua cada vez que
me remuevo y me incorporo. Sudo la fiebre, mi ropa se humedece,
mi frente, toda yo. Me ayuda a incorporarme y me acompaña al
vestidor, ahí me pregunta qué deseo ponerme, le señalo cualquier
cosa, lo coloca a un lado de mí, en la banca que ahí se encuentra.
Es atento, cuidadoso en sus movimientos, que son contrastantes
con su enorme tamaño, con su facha en sí.
—Pondré ropa seca de cama mientras te cambias, wahine —
avisa con tono conciliador. Me siento desfallecer, pero
definitivamente no deseo que él me cambie, no es para tanto.
Me pongo ropa seca cuando veo que cierra la puerta corrediza.
Se me antoja tanto una ducha, tengo el cabello incluso mojado, pero
me abstengo, no creo que sea el mejor momento las dos de la
mañana. Salgo y él está terminando de acomodar la cama, cosa que
me asombra, juré que llamaría a alguien, pero no, lo hizo él. Me
invita a recostarme con un ademán, sereno, pero asomando una
media sonrisa. Me acurruco, cansada. Nos miramos por unos
segundos en los que yo no le digo gracias, y él no me dice nada al
respecto.
Por la mañana me siento molida, imagino que él debe estar igual,
desperté como a las cuatro de nuevo con fiebre, gimiendo aunque
intenté no hacerlo. Con su forma extraña de ser, me dio
medicamento y acercó una toalla húmeda para ponerla sobre mi
frente. Repitió aquello tantas veces que no lo recuerdo. Puedo
evocar sus manos acercándose a mi cara cada tanto, pero no me
tocaba, solo para colocarla. Preferí mantener los ojos cerrados, su
mirada me perturba de muchas maneras y con la vulnerabilidad que
experimento, es mejor esquivar esa rareza que despierta en mi ser.
Escucho murmullos, aguzo el oído, me levanto con un incipiente
dolor de cabeza. Necesito ir al baño, pero me detengo en el
barandal, lo logro ver justo debajo de mí, él detiene su conversación
con el médico que la noche anterior me atendió. Ambos alzan los
rostros, pero solo el recién llegado me sonríe, sereno. Pretende
subir, pero Dáran luce un tanto irascible y lo detiene.
—Fue una noche espantosa —le dice examinándome desde su
lugar. Mi celador ya lo puso al tanto, comprendo. Asiento y mis ojos
terminan de nuevo en ese hombre enorme que cuidó de mí en todo
momento con paciencia y sin decir nada. Me mira también, pero
serio. Vuelvo mi atención al médico.
—Sí —puedo responder, abrazándome—. Ahora vengo —me
disculpo. Lavo mi rostro, la boca y cuando estoy lista, salgo. Luzco
fatal, realmente fatal. Bajo despacio. Hablan cerca de la enorme
ventana, hay sol, puedo notar y la nieve encandila un poco por lo
mismo. Ambos voltean, estoy justo al comienzo de la escalera.
—Le comento a Dáran que hay que darle tiempo a los
medicamentos. Estarás bien, esta noche, y el día incluso, será un
poco mejor. Se complicó lo que tenías, el cuerpo responde con
mayor fuerza. Los dos saben que así es esto.
—Gracias, entiendo —susurro—. Necesito dormir un poco más —
me excuso repentinamente agotada, otra vez, y camino de vuelta a
la cama. Ni de loca pienso salir de esas cobijas, que aunque odio,
por ahora las necesito con urgencia. Dáran aparece un segundo
después cuando me estoy cubriendo. Luce agobiado y eso es
nuevo, me ayuda a cubrirme mejor.
—No debí dejarte salir ayer —se regaña de pie, a mi lado,
inspeccionándome.
—No es la frase correcta —repongo. Alza su típica ceja, ahora
intrigado.
—Temo preguntar cuál es para ti, entonces.
—Si no me hubieses traído aquí, así, estaría sana en casa —
reviro con rencor.
—Te equivocas.
—Lo dices para hacerte el interesante, y no me la trago, además,
no te daré las gracias por cuidar de mí toda la noche, lo mereces —
gruño. Sonríe más sereno.
—Daniele tiene razón, hoy será mejor día, si tienes ánimos para
atacarme es porque estarás mejor.
—Bestia, puedes traducirlo en el lenguaje que quieras, o ese que
usas, porque eso eres —farfullo girándome para darle la espalda.
Ríe.
—Kararehe —escucho y lo miro de reojo. Irritada. Parece
divertido—. Bestia en maorí, Elle —explica y baja.
¿Maorí? Lo repito en mi mente durante algunos minutos. Nunca
había escuchado de ellos. Pero ¿por qué usa ese idioma? Por otro
lado, la verdad es que su pronunciación es como la de un vals
suave pero sensual, es imposible no sentir algo en medio del
estómago cuando lo usa. Digo la palabra un par de veces usando
los labios. Sonrío sin poder contener el gesto.
Llega el desayuno y la mujer lo coloca en una mesilla junto con
mis medicamentos. Me incorporo agradeciendo y sé que él no está,
escuché entre sueños la puerta corrediza, porque ese hombre es
como un fantasma, no se escucha ni se siente. Al terminar duermo
durante varias horas sin interrupción. Abro los ojos y noto que
atardece. Me tallo el rostro, me siento un poco mejor, aunque creo
que regresa la fiebre. La garganta, gracias a los analgésicos, duele
mucho menos, aunque no me fío. Camino hasta la ventana
ansiando ver un poco más allá de estos muros.
—Debes comer, espero que te encuentres mejor —interrumpe
mis pensamientos. Lo dicho, es sigiloso, me sorprende aunque finjo
que no. El paisaje es tan blanco, hermoso y me pierdo admirándolo.
Los árboles están cubiertos por esa capa blanca, densa, así como
todo lo que hay en esa parte de la isla. Giro y él ya se acerca, lleva
el cabello recogido en un moño alto, vaqueros, botas de cintillas y
una camiseta gris.
—Kararehe —pronuncio al tenerlo a mi lado, cruzada de brazos,
perdida lo que tengo frente a mí. Suelta la carcajada, no volteo.
—Lo dices bien, solo carga más el acento en la primera “E” —
explica tan imperturbable como suele. Lo miro ahora sí, pero él tiene
su atención puesta en la ventana, sonriendo con esos ojos miel y las
facciones relajadas.
—¿Te da igual que te diga así? —gruño.
—Si lo dices tú, no, me agrada en realidad —y voltea—. Tú
puedes decirme como quieras, wahine. —Mi respiración se acelera,
de repente frunce el ceño y coloca su mano sobre mi frente—.
Tienes fiebre, de nuevo —farfulla frustrado.
—Esta enfermedad debe ser tu amiga —rezongo caminando
hacia las escaleras
—Elle, recuéstate —pide cuando pongo el pie en el primer
escalón. Niego decidida. Sin que lo vea venir, me carga y me
regresa a la cama. Me quejo enojada.
—¡¿Qué te pasa?!
—Puede ser que estés así en parte por mi responsabilidad, pero
definitivamente no empeorarás bajo mis cuidados.
—Bestia —refunfuño buscando problemas y es que me siento
absolutamente frustrada. Sonríe de nuevo, suavizando su expresión.
—Kararehe es perfecto y sí, así que si no quieres que te vuelva
tocar y te regrese a la cama, ahí te quedas. Ya traen tus alimentos.
Frivóla, el televisor —ordena sin quitar sus ojos de mí—. Si
prometes cumplir esto, puedo traerte una Tablet y así puedes seguir
con tu trabajo o lo que desees.
—Sin internet…
—Mientras no hagas algo extraño, tendrás acceso.
—¿Confías en mí? —pregunto de vuelta, intrigada.
—No tengo motivos para lo contrario. Tenemos un trato, Elle. Es
así de simple.
—Quiero darme una ducha primero —logro decir, hundida en la
cama. Me examina un segundo y luego asiente.
—Puede que te ayude con la temperatura. Luego comerás.
—Eres mandón, además de todos tus defectos —protesto
poniéndome de pie.
—Bueno, perfectos no somos, wahine. Es lo que hay —dice a
cambio, con ligereza y me da espacio.
~*~
Salgo de la ducha y me siento solo un poco mejor, aunque la
fiebre continúa. Gruño harta, evoco la soledad de mi casa, mi rutina,
mi vida... Pero tantas dudas de todo esto me asaltan que me pierdo
en mis pensamientos, elucubraciones, hipótesis. Me pongo un
pantalón de lana negro, suelto, que encuentro y, repentinamente, la
puerta se abre.
—Tus twizzlers —escucho y por reflejo me cubro, roja del rostro.
—¡Qué te pasa! Me estoy cambiando —rujo girándome un poco,
abochornada. Sonríe ufano.
—He visto a muchas mujeres desnudas, wahine, aunque ninguna
tan dulce —apunta como si fuese cualquier cosa.
—¿Y eso qué? Sal de aquí —exijo, lleva un par de esos
deliciosos dulces en la mano, y los mueve a un metro de mí,
pinchándome. Entorno los ojos—. Déjalos ahí —ordeno con la mano
enrollada en mis pechos, molesta. Se acerca más y cuando pienso
que los dejará en la banca que está tras de mí, se sienta y abre uno.
Lo miro arrugando la frente—. ¡Qué te vayas! —gruño y en reflejo le
arrebato el que ya está por probar y le doy una mordida.
Cierro los ojos, son mi perdición. No tenía idea de cuánto los
extrañaba y olvido por un segundo que no llevo sujetador, que solo
parte de mi antebrazo y mano cubre mis pechos y peor aún, que él
está ahí.
—Vaya… eso sí que es toda una reacción, Elle —expone con voz
ronca, observándome. Abro los ojos enseguida y me giro,
masticando. Se coloca frente a mí, dejándome sin respirar, toma el
dulce de mi mano y lo muerde a tan solo unos centímetros de mi
rostro. Mi piel arde, de por sí.
—Estoy seguro de que tú sabes mucho mejor que eso, wahine —
susurra con intensidad y se aleja con mi golosina dejándome
perpleja.
Salgo después de un rato en el que ya me puse sostén, una
blusa y sudadera, comiendo el segundo dulce, apenada aún. Nunca
he estado con un hombre, he salido con algunos chicos, eran
tranquilos, como yo, compartíamos intereses, pero nunca llegamos
a algo más que un beso ingenuo, esa es la verdad. Hay algo torcido
en medio de toda esta demencia y es que me siento mujer, por
primera vez, y eso me pone peor, mucho peor.
La bestia habla por teléfono abajo, tal parece que nunca lo dejan
en paz. Aquí no importa si es lunes o domingo, él sale y sale, trabaja
todo el tiempo, noto. Nos miramos un segundo, él ahí, en la sala, yo
arriba y soy tremendamente consciente de su presencia. Decidida a
no continuar en ese absurdo me giro y noto que en la cama hay una
Tablet con audífonos inalámbricos. Es la mía. Pestañeo
desconcertada.
—No sé si necesites algo más —lo escucho tras de mí. Respingo.
Dios, cómo hace eso. Niego sentándome, sin encararlo y tomándola
al tiempo que dejo los dulces en la mesilla. La prendo y tiene la
batería completa, alzo los ojos y él continúa ahí.
—No quiero darte las gracias —logro decir explorándola, es como
si me devolvieran algo mío, bueno, en realidad es así.
—No las espero, wahine. Solo debes saber que tiene desactivada
la ubicación, te pido que evites redes sociales y si lo haces, sé
discreta.
—¿La interviniste? —deduzco.
—Mi equipo de seguridad. Es necesario. Pero sé que tu trabajo y
cosas importantes deben estar ahí…
—Mi celular.
—No, wahine, nada de chats, no si quieres hablar con Aide. Te
pones en riesgo —sentencia bajando, sereno. Lo sigo, dejando mi
aparato en la cama.
—¿Me explicarás eso? —indago frustrada. Se sienta en una silla,
la única de ahí, sosegado.
—Descubriste un arma biológica, Elle, eres astuta y
comprenderás que aquí hay intereses, aunque quizá no magnificas
cuántos —explica con crudeza, serio. Pestañeo.
—Pero… por qué, en cifras no es un peligro —replico.
—No, pero sí en costo.
—¿Me… quieren hacer daño? ¿Es eso?
—Quieren que no avances, Elle.
—¿Por eso me trajiste aquí?
—En parte.
—¿En parte? ¡Deja de hablar en acertijos!
—No tengo por qué darte más información, Elle. Solo trabaja en
ello y termina lo que hacías.
—¿Qué obtengo a cambio? —rujo.
—Tu empleo continúa, tu salario se triplicó y al terminar esto,
serás reconocida en el gremio a tu corta edad.
—¿Y por qué me tienes aquí, contigo? —pregunto nerviosa por lo
que estoy comprendiendo.
—Porque puedo, porque quiero, porque es necesario y porque lo
deseo —concluye.
—¿Qué pasa si me rehúso?
—Te obligarán a que pares… los creadores del arma… La vida
de tu hermana, por ejemplo. —Me debo sentar en el colchón,
negando, asustada. Nota mi reacción y se acerca, un tanto
arrepentido, noto. Se acuclilla ante mí, muy serio, más de lo usual,
pero decidido.
—Ella está protegida, tú aquí segura. Nada pasará.
—O sea que… estoy a tu merced.
—Elle, no tienes opciones.
—Podrías hacer esta porquería de otra manera. No obligándome
compartir tu cama.
—Eso es un capricho, wahine, uno que ayuda, sin duda.
—Es aberrante.
—Es lo que hay y ya te dije… Entre más rápido lo aceptes, mejor.
Te aseguro que en otros sitios no se te trataría así.
—¿O sea que ahora debo agradecerte?
—Podrías.
—Púdrete, bestia, en serio tú y todos, púdranse —rujo
aventándole un cojín que veo al lado. Suspira y baja.
Me recuesto sobre la cama, rogando que no vuelva, no lo hace.
Las lágrimas salen y estudio a mi alrededor asustada,
abrazándome. Abro mi Tablet y busco las fotos de papá, de mamá,
las de mi hermana y yo, son tantas, las paso con los ojos anegados.
¿Qué hice?
Quedo dormida ahí, acurrucada, tengo miedo y a la vez odio lo
que sucede, porque sé que no lo merezco.
—Elle. Elle… —Me quejo y abro los ojos. Dáran está sentado a
mi lado, me alejo, con rencor. Suspira. Lleva un conjunto deportivo y
el cabello recogido a lo alto.
—¿No puedes dejarme en paz?
—Debes comer, los medicamentos se pasaron de hora. Así no
mejorarás, lo dijo Daniele —me recuerda. Me acomodo sobre las
almohadas mirándolo cauta, desconfiada—. Era mejor que supieras
de una vez.
—Pero me ocultas mucho.
—Te dije lo que debes saber. Nada más lo que es necesario.
—¿Por qué un año?
—No empecemos, Elle.
—¡Es mi vida! —lloro. Se gira y me da la espalda, coloca los
codos en las rodillas y se frota la cara.
—Es el tiempo suficiente —dice al tiempo que se levanta y baja.
Dejo caer la nuca en la cabecera, agobiada. Luego regresa, me
tiende la comida, las medicinas, la fiebre bajó, noto.
Empiezo a comer en silencio, él está ahí, de pie, perdido en la
noche, nieva, con los brazos cruzados, pensativo.
—Dáran —lo llamo más serena, voltea a medias, por encima del
hombro—. De verdad mi vida corre peligro, la de mi hermana —
pregunto con voz ahogada. Se gira despacio, aspirando con fuerza.
—Sí.
—No quiero que a ella le pase nada —logro decir haciendo a un
lado la mesilla. Apenas si probé bocado pero es que me encuentro
en el límite. Se sienta en la cama, en la orilla de mi lado.
—Elle, no miento, nunca miento. Aide está y estará segura, tengo
todo afianzado para ello.
—¿Qué pasará después, cuando logremos desenredar todo y dé
con lo que creo que es la cura? —deseo saber, hipeando. Acerca su
mano, lento, hasta mi rostro y hace a un lado un mechón que se
cruza por mi mejilla, despacio, atento al gesto. Lo observo sintiendo,
en medio de ese enorme agobio, algo diferente. Debería quitarme
pero simplemente no puedo, necesito ese contacto.
—Cuando eso suceda —comienza y baja su mano para ahora
posar sus ojos felinos sobre los míos llorosos—, se removerán
muchos intereses y ya no tendrá sentido dañarte, aunque quizá
pasen unos meses. Pero dejarás de ser su interés eventualmente,
es la idea, calculo que todo eso llevará el año —me informa. Asiento
quitándome con dedos trémulos el agua de mis ojos, de las mejillas.
—Si… si no representara lo que represento para tus intereses,
¿estaría aquí? —indago con voz queda. Me observa lo que parecen
años, luego sonríe con un dejo de extrañeza.
—Creo que eres peligrosa en cualquiera de tus presentaciones,
Elle Phillips, y no tengo respuesta a esa pregunta —admite calmo.
Respiro profundo.
—¿Un año? —digo en susurros.
—Un año —acepta, cauto, estudiando mi boca.
—Podrías… —le pido indicando mi comida, prácticamente no la
probé. Se levanta enseguida y me la acerca. Necesito acomodar
todo esto en mi mente, en mi sistema. Lo primordial es Aide, nuestra
seguridad y no jugaré con ello, no puedo hacerlo, determino
partiendo la lasaña, despacio.
CAPÍTULO VII

Termino en silencio, no se escucha siquiera la ventisca de afuera,


pero la observo por algunos minutos, luego me levanto, me siento
mejor aunque ya sé que es tarde. Bajo despacio, Dáran ve algo en
el televisor, pero sin mucho afán. Su celular no para de sonar casi
cada segundo, eso es lo normal, creo que ya me habitué a
escucharlo. Él solo responde algunos de esos mensajes. Luce
agotado, aunque no lo conozco es notorio. Me mira lánguido, ojeo el
reloj de madera que cuelga en uno de los muros y que tiene
grabadas grecas como las de su oficina, o su cuerpo. Las once.
—¿Nunca deja de sonar? —pregunto bajito, sé que me escucha,
mira el teléfono de reojo y niega apenas. Asiento y me acerco a la
orilla del otro sillón. Me siento, todo bajo su mirada—. ¿No te
cansa? —murmuro intrigada, recargando la cabeza en el respaldo.
Se incorpora suspirando.
—Creo que ya no lo pienso, es parte de mi vida —musita
pragmático. No digo nada durante unos segundos en los que pierdo
la atención en mis calcetines—. Aunque hay veces que me supera,
y entonces busco la calma donde sé que la encuentro —admite y
eso hace que lo mire. Medio sonrío y volteo al televisor, está una
película de la que no tengo idea. No suelo ir al cine, ni ver cintas en
casa, descubro.
—¿La estabas viendo? —pregunto intrigada, un poco
desconcertada por saberlo haciendo algo tan banal. Echa un vistazo
a la pantalla, sereno y asiente.
—Me ha dicho que vale la pena, no tengo tiempo para ir al cine,
tampoco puedo, y aunque hay uno aquí, no suelo usarlo. Creo que
fue ganadora del Oscar hace un par de años. Acaba de empezar —
expresa bostezando—. Si deseas lo regreso.
—¿Cómo se llama? —investigo con suavidad, notando esa
atmósfera menos tensa entre ambos. La realidad es que no tengo
ánimos ya de pelear, no en ese momento, necesito desconectar mi
cabeza.
—Lion —susurra estudiándome, cauto. Es evidente que no tiene
idea de qué haré, o diré.
—Sí, me gustaría que la pusieras desde el principio. Si no te
molesta. —Enseguida la empieza de nuevo. En efecto, llevaba
apenas unos minutos. El silencio nos rodea y solo el sonido de la
cinta nos acompaña, se siente extraño, pero no malo como debería.
Una hora después tengo un nudo en la garganta, es muy fuerte lo
que vive ese chico, la identidad, su persistencia. Me encuentro
emocionada y totalmente atenta a lo que ahí se desarrolla.
—Toma, wahine —murmura, volteo y me aproxima una caja de
pañuelos, estoy lagrimeando. Mis mejillas se encienden por la
manera en la que me observa y porque no me había percatado de
que lo hacía. Tomo uno y él se acomoda ahí, a un metro de mí,
continúa viendo la cinta.
Al terminar, suspiro, satisfecha y llorosa. Me cruzo de brazos y
volteo, sé que me observa, lo ha hecho varias veces durante la
película. Le sonrío a medias.
—Creo que debo ir a dormir —apunto bajito, poniéndome de pie.
Me imita, intrigado.
—¿Estás bien? —quiere saber. Me limpio con el pañuelo,
tranquila.
—No había llorado con una película desde… no sé, creo que
desde que era pequeña —le informo encogiéndome de hombros.
—Es una buena producción, una buena historia —admite con los
pulgares dentro de las bolsas de su vaquero.
—Lo es… —respondo incómoda, porque de repente se siente
una tensión extraña así que prefiero alejarme.
Sé que llega a la cama una hora más tarde. Salió un rato
después de que me dirigiera a la habitación, pero no supe de él
hasta que su aroma de recién duchado llega a mi nariz y me logra
despertar, es absurdamente masculino. Finjo dormir, lo escucho
suspirar y mi cuerpo se eriza. Cierro los ojos con fuerza y me obligo
a pensar en otra cosa.

Al día siguiente despierto decididamente mejor, pero hambrienta.


Dáran no está cuando abro el ojo. Me ducho, me pongo un vaquero
y una blusa de manga larga, cepillo mi cabello y me observo en
aquel elegante espejo y lo único que puedo ver es una pálida chica
de cabellos dorados, ojos azules y nariz respingona que se metió en
un maldito lío por curiosa, como siempre me dijo papá, sonrío al
evocarlo. ¿Qué diría de todo esto?
Al bajar, él entra, deja un gorro húmedo y su abrigo, su cabello
está sujeto arriba de su cabeza y trae puesta una sudadera oscura,
jeans y botas gruesas.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta sin posar sus ojos en mí. Es
como si detectara mi presencia a unos metros, sin tener que verme.
—Mejor, la verdad —y camino rumbo a la mesa. Me siento y él se
acomoda a mi lado— ¿No trabajas hoy? —pregunto sorbiendo mi
café, es delicioso, evitando a toda costa encontrarme con sus ojos,
algo me generan que prefiero esquivarlo.
—Es domingo, wahine.
—Bueno, estoy un poco perdida en los días —me defiendo
tomando un trozo de pan dulce, mientras de reojo noto como ingiere
un gran tazón de fruta—. Pero me parece que no eres de los que
eso le importe, tú trabajas igual —reviro para luego darle un
mordisco al muffin. Lo escucho reír.
—Me encantaría saber qué es lo que imaginas de mí en realidad
y supones saber —añade con voz gruesa, pero calma.
—Nada, solo lo pensé porque parece que vives para el trabajo.
—Bueno, tú sabes de eso —suelta con frescura, lo encaro, me
mira con fiereza.
—Me gusta lo que hago —determino.
—A mí también, pero no vivo para trabajar, wahine —revira con
firmeza. Coloco mi atención en el desayuno, mis mejillas arden y sé
que lo nota.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —pregunto a cambio, pinchando
un poco del omelette.
—Llegaste el sábado anterior —me informa, asiento—. Quizá te
gustaría conocer la casa, los alrededores. No está nevando y si te
cubres bien, podría mostrártelos —propone, alzo la mirada,
pestañeando—. Sí, puedes salir de aquí cuando quieras.
—Pero no dormir en otro sitio.
—No, eso no, ni vivir en otro lugar —avala. Me desinflo un poco.
—¿Cómo puedes entonces decir eso?
—Posa tu mano en el lector, siempre has podido salir de aquí
desde que llegaste. Eres libre de moverte, aunque prefiero que no lo
hagas sola —me pide. Arrugo la frente ante lo que acaba de decir.
No lo puedo creer, me levanto y me acerco a la puerta, lo miro
buscando duda, él me insta con un ademán. Coloco mi mano donde
él lo suele hacer y la puerta se abre, retrocedo asombrada.
—Se abrió —respingo sorprendida. Lo escucho reír suavemente.
—Peligrosísima —susurra a mis espaldas, lo encaro,
sorprendida. De pronto se vuelve a cerrar automáticamente.
Parpadeo—. Anda, termina. Por una u otra cosa nunca dejas los
platos vacíos —apunta. Me siento de nuevo y tomo el tenedor,
aturdida.
—Sí, quiero salir.
—Bien.
—Dáran, no tenía idea de que estaba metiéndome en esto —
admito pensativa, con el corazón acelerado.
—Escucha, Elle, estás y estarás bien. Lo que hiciste es bueno,
además, mujer, eres brillante de verdad. Solo entiende que por tu
seguridad y tranquilidad es mejor que no sepas mucho más, no
hasta que esto acabe.
—Mi papá solía decirme que mi curiosidad me metería en
problemas, pero que también me ayudaría a lograr grandes cosas.
Sé que no pensó jamás en algo así —repongo negando.
—Tú papá era un hombre muy inteligente, también curioso,
supongo que por eso te lo decía —expresa dejándome
desconcertada. Arrugo la frente.
—¿Lo conocías?
—Fue uno de mis profesores, una buena persona, brillante —
señala con suavidad. No lo puedo creer.
—Lo era… Siempre entre sus libros, investigaciones, así lo
recuerdo —admito desconcertada por el nexo.
—Entonces te pareces a él, ¿no? —repone con duda genuina,
pestañeo descolocada.
No, ese no era mi plan, porque aunque lo admiré y admiro aún,
jamás nos faltó nada, solo vivía para ello y apenas si tenía tiempo
para nosotras. Fue, gran parte del tiempo, frustrante. Es por eso que
nuestra abuela, que era mayor, nos crío y no era la dulzura
personificada.
—Puede ser, no lo había pensado así. La verdad no es lo que
deseo en mi vida, aunque me encanta lo que hago.
—¿Y qué esperas entonces de tu vida, Elle? —Suspiro, su tono
es relajado, no encuentro un doble sentido y yo estoy tan enredada
que me dejo llevar un poco.
—No sé, me ha costado mucho esfuerzo conseguir lo que he
logrado.
—Lo imagino, y eres muy joven, pero me cuesta entender cómo
alguien con todo tan planeado no pueda responder esa pregunta.
—¿Tú tienes respuesta para ella? —reviro alzando una ceja. Se
recarga en la silla, con los brazos bajo la nuca, respirando hondo.
—Sí —admite bajando los brazos fuertes para apoyarlos sobre la
mesa, acercándose así un poco a mí, sonríe.
—Te felicito. ¿Aunque me pregunto si eso incluye tener a mujeres
secuestradas cada vez que se te antoje meterte con una? —inquiero
alzando una ceja. Se carcajea y luego se relaja dándole un sorbo a
su café.
—Nunca he necesitado obligar a una mujer para tener sexo, Elle
—responde con cinismo, uno que me avergüenza, y lo sabe, aun
así, no desisto—. Y tú trabajas para mí, no de ahora, sino desde
hace un par de años, ¿qué más da dónde?
—Te felicito, eres todo un semental, pero también una gran bestia
porque si tan pagado de ti estás, por qué me tienes aquí
compartiendo tu maldita cama.
—¿En serio regresaremos a lo mismo?
—Es que nunca me respondes en realidad.
—Elle —dice alzándose y colocando ambas manos sobre la
mesa, serio, aunque con una nota de diversión en esos ojos
peligrosos—. Una cosa llevó a la otra y no conseguirás que me
arrepienta.
—¿Todo lo tienes controlado?, ¿no?
—Todo —asegura cerca, muy cerca.
—Esto, Dáran, no, y sé que en algún momento te arrepentirás —
siseo casi en susurros, enfrentándolo sin drama, sin llanto, sin nada,
solo con mi verdad ahí expuesta.
—Si te hace sentir mejor pensarlo, hazlo. Estás aquí porque te
conviene a ti, a mí, a muchas personas en realidad. Que compartas
mi cama, como tú dices, que en realidad es un mal chiste, es una
nimiedad. Y, wahine, mi nombre en tu boca, suena excitante —
agrega tomándome ahora el pelo.
—Bestia —rujo levantándome de la silla, molesta. Retrocede
negando, mirando a su vez mi plato.
—Ah, no, termina eso, wahine —ordena.
—¿Si no, qué?
—Tus defensas jamás subirán, no podrás salir y bueno… tú
sabrás. Eres adulta —me recuerda con tono sombrío, torciendo los
labios con prepotencia.
—Púdrete —gruño sentándome de nuevo.
—Si te parece nos vamos en media hora —dice y toma su
teléfono que empieza a sonar.

Pasamos un par de horas conociendo la casa, es enorme, hay


menos personal rondando que el día que salí. Me insta a probar mi
mano en cada lector, en todos funciona. No volvemos a hablar de lo
que ocurrió en el desayuno, parece ser nuestro ritmo habitual.
El lugar es apabullante, casi un palacio podría decirse. Un
montón de habitaciones, un ala solo para los empleados
domésticos. Piscina techada, rodeada por vidrios que permiten
contemplar el hermoso paisaje ahora nevado, aclimatada. Una sala
de cine, como mencionó ayer, donde quizá quepan unas treinta
personas. Una cava, gimnasio enorme perfectamente equipado.
Varias salas, un despacho gigante que debo admitir me llenó de
intriga; fotos de él vestido de forma extraña, al lado de personas que
lucen diferentes, se ve feliz la verdad. Símbolos por doquier,
muchísimos libros, esculturas, lienzos. Y en la orilla, escondido, un
pequeño cuarto con un telescopio enorme. Abro la boca y me insta a
acercarme, sonriendo.
—Una de estas noches que no caiga nevada, podría mostrarte lo
que se ve.
—Sí, me gustaría —admito con el ojo ahí, su mano sobre mi
hombro logra que me enderece.
—Podrías lastimarte la vista, mejor continuemos —me pide con
suavidad. Pasa su mano por mi cintura y no me quito, pero no la
deja mucho tiempo, aunque las ondas de calor hacen su parte.
En su estudio me demoro más. Ojeo algunos libros, me pierdo en
las fotos, pero no le pregunto nada mientras él permanece tras de
mí, tan impasible como suele. Este lugar me gusta, en definitiva.
Continuamos la excursión. La cocina es gigantesca, nos ve llegar
el personal y lo saludan, está ahí comiendo uno de los escoltas. Es
un tipo enorme, todos ellos en realidad, y comparten rasgos, noto,
como los de las fotos de su estudio. Se levanta pero Dáran con un
gesto pide que no interrumpan sus ocupaciones.
—Sigan con lo suyo, solo quería presentarles a la señorita Elle —
dice amistoso, tomando una manzana del frutero y dándole una gran
mordida. Todos me sonríen y detecto a la chica que me llevó la
hamburguesa, me mira como si nada, olvido mi enojo y les sonrío
saludando con la mano. Aquello parece la cocina de un restaurante,
noto asombrada, muchos refrigeradores, un par de cocineros, gente
moviéndose, picando cosas, ordenando.
—¿Te apetece algo? —Habla en mi oído, respingo sonrojada,
pestañeando por su cercanía—. Rory —llama, y una mujer de por lo
menos 50 años, le sonríe.
—Dime, Dáran —lo tutea, noto, como varios ahí.
—Ella es la dueña y señora de este sitio —suelta relajado, luego
la ve—. ¿Tendrás de esa torta de higos que haces? —pregunta
curioso, con una familiaridad extraña.
—Es tu favorita, sabes que siempre hay —responde riendo, él se
rasca el cuello, alegre.
—Nos mandan un par de rebanadas y ¿café? —Me mira
buscando mi aprobación, asiento medio perdida, desconcertada en
realidad—. Al solariego, por favor.
—Claro, en cuanto estén ahí, los mando.
—Gracias, Rory. Provecho —dice a los que comen, todos
asienten educados.
Salimos de ahí y yo estoy anonadada. Un comedor más austero,
pero enseguida, otro enorme, iluminados, madera, piedra, y
ventanas es el material que rige en esa casa, mansión, palacio o lo
que sea, porque a estas alturas ya no sé.
Llegamos a un espacio hermoso. Hay una chimenea, la casa
cuenta con varias, pero ésta es más rústica, de piedras, el techo es
de madera, no es muy grande y cuenta con un sofá para tres y
frente a él, muy cerca, dos sillas de ratán oscuras, con telas color
crema. Se percibe tan diferente a todo… es similar a su estudio. Las
ventanas dan a aquel paisaje nevado que en otras épocas debe ser
maravilloso. Me acerco a una de ellas.
—¿Y? —inquiere a mis espaldas, atento. Lo miro por arriba del
hombro, con los brazos cruzados.
—No entiendo para qué tanto si no lo vives… Tienes ese
apartamento y parece que esa es tu casa, no todo esto, que sí, sería
mentirosa si no admitiera que es impresionante.
—¿Para qué trabajas sin descanso si no disfrutas de lo que
obtienes de ello? —me pregunta a cambio. Lo encaro primero
irritada, luego… pensativa
—Satisfacción, orgullo, un sueño... —respondo alzando una ceja,
sentándome en uno de los sillones individuales. Sonríe de esa forma
que comienzo a notar es muy suya.
—Esta casa ha sido de mi familia por mucho tiempo, por eso
existe y existirá. Pero concuerdo contigo, es muy grande.
—¿Por eso ese apartamento?
—Por eso y por razones de seguridad, intimidad…
—A tus amantes en turno debe encantarles todo esto, es la
opulencia en su mayor expresión —me burlo recargándome en el
respaldo. Me mira con fijeza, inspeccionándome, pero estoico. Es
tan difícil saber lo que cruza por su mente, casi imposible.
—¿Te gustaría ser una de ellas, wahine? —revira como si nada.
Me hace enojar, de nuevo y es que lo logra muy rápido, tanto que es
ridículo, pero aunque mis mejillas se tiñen de rojo, porque lo siento,
me rio desviando la mirada.
—No veo el sentido de eso.
—Te lo puedo explicar… o mejor aún, demostrar —propone con
cinismo. Volteo y sonríe con esa masculinidad arrebatadora. Gruño.
—No pasará. No me interesa involucrarme con alguien como tú.
—Me gusta tu determinación, pero nadie habló de involucrarse si
no de compartir un buen rato en la cama, u otros sitios… —habla
como si fuese cualquier cosa. Idiota.
—Nunca, bestia.
—Esa es una palabra muy compleja, wahine, que suele durar
poco.
—No en mi caso. ¿Cómo podría querer algo contigo?
—¿Por qué no?
—Porque te detesto, porque eres una bestia odiosa —y me
incorporo—. Y si no cambias de tema me voy —lo amenazo. Me
estudia con parsimonia.
—¿Te molesta que te deseen, Elle? —pregunta como si no
hubiese dicho lo anterior. Mis mejillas arden—. ¿Tanto te molesta
desearme? —continúa levantándose pues me incorporé en mi
arrebato. Por impulso le voy a dar una cachetada, ya no lo soporto,
pero sujeta mi muñeca acercándome a su cuerpo. Dejo de respirar.
Es tan grande, gimo al sentir su pecho adherido al mío, agacha su
rostro y estudia mis facciones, despacio, con cuidado. Es tan
absurdamente varonil que me genera… temor.
—¿Por qué te gusta jugar conmigo? ¿No te parece que es
suficiente pasar por todo esto? —pregunto llenando mis pulmones
con muchísimo esfuerzo porque su fuerza es abrazadora, su
potencia, su mirada leonina, su mano en mi muñeca.
—No estoy jugando, estoy sincerándome por ambos —señala y
su aliento me acaricia, a nieve, decididamente huele a ventisca
fresca. No me muevo.
—No me conoces.
—No hace falta.
—Suéltame —le imploro, afloja su mano, pero con la otra ya tiene
mi cintura sujeta y se siente… extraño, me quedo quieta.
—Es más riesgoso luchar contra el deseo, wahine, que dejarlo
salir —susurra sereno, aunque con firmeza. Mis manos, que no sé
dónde poner, las coloco frente a mi pecho protegiéndome y luego lo
hago un lado con una palma sobre el suyo, cuidadosa. No me
reconozco y no me gusta nada, en lo absoluto.
—No te deseo —digo soltando el aire cuando hay una distancia
un tanto prudente. De pronto una mujer llega con una charola, me
escabullo enseguida hasta el lado opuesto, nerviosa. Pienso en
salirme cuando escucho que Dáran le pregunta sobre su hija. Volteo
intrigada, la mucama sirve el café, relajada, mientras él está
acomodado a un lado, tan tranquilo como suele.
—Creciendo, señor.
—Tres años, ¿cierto?
—Sí, y pregunta mucho por los husky.
—Ya te he dicho que puedes traerla a veces a jugar con ellos,
son incansables.
—Sí, lo sabemos mi esposo y yo. Cuando el clima lo permita, lo
haré. Gracias —y le tiende la taza, éste la toma agradecido. Su
interacción es tan sincera que me descontrola e intriga. Luego ella
sirve otra y me la da, sonriendo.
—La leche y azúcar las dejé en la mesilla por si gusta, señorita —
dice con cortesía. Asiento sonriéndole sin remedio, bajando la
guardia.
—Gracias.
—Qué disfruten, con permiso —se despide y Dáran asiente
mirándome desde su posición.
—Ninguna mujer conoce este sitio —comenta de pronto, cuando
estoy por tomar el sorbo de esa bebida que ahí les queda deliciosa.
Luego se agacha, agarra el plato con una rebanada generosa y me
lo tiende. Lo tomo dejando la taza en una mesilla a mi lado—. Y no
me gusta tener amantes —termina dándome la espalda. No sé qué
pensar de ello, pero me queda claro que responde mi pregunta de
hace un momento, la que desencadenó aquella extraña e incómoda
escena—. Y te puedo asegurar, Elle, que no me gusta jugar contigo
—concluye. Lo encaro, ya está de nuevo sentado cuán grande en el
sofá de tres.
—Entonces ¿por qué me provocas?
—¿Te provoco? —inquiere alzando una ceja.
—Sí, lo haces —reviro. Suspira recargando los codos en las
rodillas, pensativo.
—Supongo que no estoy acostumbrado a tener a alguien tanto
tiempo cerca, me sale natural.
—Nunca estás solo. Eso es ridículo —replico seria. Me mira en
silencio por un tiempo, largo.
—Se puede estar solo aún con muchas personas alrededor —
zanja y sus palabras logran de nuevo un efecto extraño en mí. Bajo
la mirada y parto un poco de la tarta, la llevo a mi boca y disfruto de
ese celestial sabor, por un lado, por otro, pienso en lo que dice y un
sentido diferente cobra gran parte de mi existencia. Nunca me había
ocurrido, lo cierto es que el enojo se va y queda esa sensación
extraña de desconcierto y de reflexión. Me pierdo en momentos de
mi vida, entiendo de qué habla, comprendo comiendo otro pedazo.
Su celular sigue sonando, bajito, pero no cesa. Volteo y está del
lado opuesto, perdido en el exterior con el plato en la mano,
pensativo.
—La torta es deliciosa —logro decir. Voltea sonriendo, sereno.
—Lo es, esa mujer es excelente cocinera.
—¿Pasas todo el tiempo aquí? —deseo saber rodeando un sillón
y sentándome. Ahora siento intriga y esa maldita curiosidad, que
justamente me tiene ahí, activa.
—No, viajo mucho.
—¿Cuentas con varias casas, como esta? —Quiero saber. Me
observa arrugando un poco la frente—. Lo siento, es solo que no
entiendo mucho cómo es que se maneja alguien como tú.
—¿Cómo yo? —repite sin entender, sentándose de nuevo en el
sofá, dejando el plato vacío y tomando la taza de café que se ve
ridículamente pequeña en sus manos.
Si no lo viera ahora mismo, me costaría pensarlo haciendo
justamente eso. Aseguraría que es de cerveza, copas, cosas más
espectaculares y extravagantes, aunque en general él tampoco
encaja en lo que cualquiera se podría imaginar de una persona con
esa cantidad de dinero y poder, por lo que he notado. Es un enigma,
descubro.
—Sí, con tanto dinero, con tu poder —explico sin amedrentarme.
—Entonces sí sabes quién soy, ¿sabías quién era cuando me
acerqué a ti en aquella fiesta? —deduce. Es agudo, noto, pero me
importa poco.
—Mis compañeros… La gente habla y tú eras de los temas
favoritos de algunos de ellos. Así que lamento lastimar tu ego, pero
no curioseé de ti, me enteré de que eras un hombre con dinero,
dueño de acciones del laboratorio donde trabajo y otros.
—¿Qué más sabes? —repone, atento. Doy otra mordida a mi
tarta, tomándome mi tiempo.
—Qué eres de gustos excéntricos —digo despacio. Suelta la
carcajada.
—¡Vaya! Eso suena interesante —se burla. Me rio un poco pero
la verdad es que sí, es extraño, aunque excéntrico hasta ahora no,
en realidad es más sencillo que muchos científicos que conozco,
que los alumnos incluso de mi hermana.
—Qué eres apasionado de la ciencia, prepotente, cosa que me
consta y pagado de ti, eso también me consta —termino con
sinceridad y descaro. Ríe realmente entretenido.
—Bueno, debemos aceptar que entonces saben un poco de mí.
La ciencia sí que me enloquece, pero tú comprendes que no se me
puede culpar por ello, wahine —apunta con frescura. Niego,
colorada de nuevo. ¡Dios! Necesito que deje de hacer eso mi cara,
caramba.
—Eres una bestia también, pero tranquilo, eso lo descubrí sola —
suelto, buscando ser dueña de la situación.
—Me han dicho de muchas maneras a lo largo de mi vida, pero
“bestia” es la primera vez y me estoy volviendo aficionado a esa
manera en la que la dices. Kararehe me te wahine.*(Bestia y mujer)
Suena justo a lo que no pensé, pero podría ser —musita reflexivo.
—¿Qué fue lo que dijiste? —exijo saber. Se encoge de hombros.
—Tú eres la curiosa, investiga, Elle —me provoca.
—¿Dónde aprendiste ese idioma? ¿Tus escoltas son de ese lugar
donde sales en las fotos de tu estudio? —quiero saber. Alza las
cejas, admirado.
—Tienes tu Tablet, te aseguro que tus dudas ahí pueden quedar
resueltas.
—No te gusta hablar de ti, pero sabes todo de mí —farfullo
frustrada.
—Solo lo que es necesario y tú, eso no lo necesitas saber,
aunque lo deseas —señala con ligereza, pero con esa voz ronca
que tiene. Ruedo los ojos.
—No me interesa conocerte de más, solo estaba haciendo
conversación, cosa imposible contigo, la verdad —refuto irritada.
—Para conocer a alguien, wahine, no se necesita investigar, sino
observar, aprender a escuchar.
—No quiero conocerte —repito.
—Sucederá, eso es inevitable, ya está ocurriendo —refuta
reflexivo.
—¿Era parte de tu maravilloso plan? —me burlo.
—Quizá… —admite sonriendo relajado, con su vista fija en mí,
como suele.
—No cambiará nada, en un año me voy.
—A veces un segundo cambia una vida, o varias. Un año son
muchos de ellos —murmura con tono hipnótico.
—Quisiera salir, ya está el sol en pleno —interrumpo aquel
absurdo. Asiente y se levanta.
—Vamos, te gustará.
CAPÍTULO VIII

Me abrigo como esquimal y es que entre que Dáran me da mil


cosas para cubrirme: una bufanda, una chamarra, calzado de nieve,
guantes especiales, un gorro y un pantalón para colocarlo encima
del mío, y entre que de verdad no quiero enfermar de nuevo porque
me siento mucho mejor, acepto todo eso. Al final me mira sonriendo
cuando estoy lista. Él solo lleva un abrigo, botas, gorro y guantes.
Idiota.
—Si te burlas te aventaré por las escaleras —le advierto riendo
por primera vez también. Alza las manos, negando.
—Prefiero vivir —responde saliendo. Permanezco en el filo de
las escaleras cerrando los ojos. El sol no calienta pero mi cuerpo es
consciente de su radiación sobre la piel. Lo necesitaba. Suelo leer, o
escribir mucho bajo un árbol en un parque cercano, con mi café o té
al lado, pasan las horas tan rápido que no suelo sentirlo.
Escucho ladridos, abro los ojos y Dáran ya está abajo. Me
observaba, noto, pero enseguida voltea hacia donde se escuchan
los perros. Los animales se abalanzan sobre él, los acaricia, juega,
ríe. Corren los tres en círculos, y ambos ansían alcanzarlo. Los
escoltas están desperdigados por todos lados, observo estudiando
el sitio. Es bellísimo, los pinos nevados cubren el mar por un lado,
se adivina un jardín por esa parte aunque ahora es casi blanco,
distingo unas bancas. Es enorme este lugar.
Bajo con cuidado, pero alegre por sentir esta libertad que aunque
no es total, es bastante tomando en cuenta que mi vida peligra por
ese descubrimiento. Quisiera desprenderme de ese pensamiento, lo
cierto es que no lo logro y sí, tengo miedo, debo ser sincera por lo
menos conmigo, aunque con él cerca, no me siento en peligro y sé
que eso es absurdo. No soy una damisela en apuros. Él necesita
algo de mí, por eso me mantiene viva. Es tan crudo como eso y la
verdad es que no tengo idea de si al terminar lo que hago me dejará
a mi suerte. Temo por mi hermana, por el futuro como hasta ahora lo
pensé porque siento, adentro de mí, que nada volverá a ser lo
mismo después de todo esto.
Él sigue corriendo, ahora lleva un palo, veo de reojo
—Kam, Kai, vayan —los insta y estos salen por él de inmediato
cuando lo avienta. No me acerco, solo los observo, luce divertido,
definitivamente los animales lo quieren, pero él también. Camino en
línea recta hasta la orilla del mar. No me sigue, lo sé porque lo
continúo escuchando ahí, donde jugaba con sus mascotas. De
pronto uno de ellos, creo que es Kam, pues es más pequeña, me
ladra, a un metro. Le sonrío y se acerca, me hinco, acaricio su
cuello, saca la lengua y cierra los ojos, agradecida.
—Hola… —susurro y ella mueve su cola sin cesar. Sonrío.
—Kamille, haere mai*(Ven) —habla con tono de mando. La perra
no duda y sale a su encuentro.
Me yergo, intrigada. Dáran solo me hace una seña con la mano
para que prosiga, me está dando mi espacio, comprendo sin
esfuerzo. Sonrío con timidez y continúo. Llego hasta mi meta y
aspiro con fuerza el gélido aire, el olor a mar. Me pierdo en el
horizonte, en el agua meciéndose. Hay otras islas no tan lejanas,
recargo mi peso en el tronco de un árbol y logro fugarme por un
rato. Hace frío pero no lo siento con tanta capa de ropa. Me dejo
llevar por un momento. ¿Cuántas veces he tenido frente a mí
paisajes hermosos y es hasta este momento que logro verlos? Lo
sonidos, el silencio que es interrumpido por algún ladrido
esporádico.
Mi padre decía que de cada situación, buena o mala, hay algo
que aprender y en esta de verdad que no consigo pensar en qué. Mi
curiosidad, mi insistencia, son las que me tienen en este punto.
¿Debo dejarlas del lado una vez que esto acabe? Me giro un poco y
veo a ese hombre enigmático correr junto a sus mascotas. Parece
en su elemento, es ágil pese a lo grande y los desafía, Kaisser y
Kamille evidentemente les encanta y ahora comprendo por qué
reclaman su tiempo; Dáran con ellos deja de lado su envergadura
seria, sosegada y se mimetiza. Se adentran entre los pinos
nevados, escucho su carcajada masculina a lo lejos.
No lo entiendo, suspiro observando la enorme casa, que por
dentro es aún más grande de lo que a simple vista se ve. Me
mantiene a salvo, pero debo vivir con él, cosa que me sigue
pareciendo absurda, no hay necesidad. Juega algo que no
comprendo, soy buena desenmarañando fórmulas, no personas y a
él, creo que menos que a cualquiera.
Por un lado, no me siento en peligro, no de mi persona, no me
toca salvo lo necesario. Es elocuente, aunque noto que le gusta
provocarme para divertirse. Por otro, la manera en la que me mira
me hace sentir una consciencia de mí que nunca había
experimentado, es como si de pronto, a lo largo de estos últimos
días, me descubriera mujer y eso es ridículo, pero real. Dáran mira y
lo hace con fuerza logrando con ello que mi piel incluso se erice,
que me sienta tensa, que no sepa qué hacer, muchas veces qué
decir y termine atacándolo.
Quizá soy la diversión del momento, quizá cuando se vio en la
encrucijada decidió ponerle algo diferente a su rutina, quizá creyó
que me rendiría a sus pies agradecida y permitiría que se metiera
entre mis piernas sin reparos como insinuó. Quizá… es una
pequeña venganza que se puede dar el lujo de llevar a cabo por mi
rechazo en aquella cena, que ahora dudo que haya sido resultado
de una atracción, sino de querer hablar sobre este tema que me
tiene ahora mismo aquí y yo… patética, pensé que flirteaba. Lo
cierto es que tengo tan poca experiencia en el asunto que pude
haber visto señales que no eran.
Aun así, no puedo olvidar la manera en la que me trajo hasta
aquí, las formas, el silencio, el manejo de la información a su favor.
Necesito mantenerme en guardia y es tan agotador porque no sé
vivir de esta manera y me enfurece que a veces lo logra y baja mis
defensas y es que me pierdo en las conversaciones, en los detalles,
en la tranquilidad que desprende y esa fiera personalidad.
—Wahine —escucho que me nombra.
—Deja de decirme así —exijo volteando. Él está a un par de
metros, sonríe ante mi respuesta.
—Puedes decirme kararehe, así estaríamos igual —propone ya
muy cerca, los perros juegan a lo lejos.
—¿Qué ocurre? —lo ignoro.
—Debemos entrar, sé que no deseas enfermar otra vez, aún no
estás restablecida —apunta conciliador. Asiento perdiéndome un
segundo más en el paisaje.
—Es muy hermoso este lugar —admito quitando de mi rostro un
cabello que por el aire me obstaculiza la vista—. Debe ser agradable
vivir aquí.
—Bueno, ya me lo dirás tú, por ahora es tu casa, ¿lo recuerdas?
—musita con frescura pero sin bromear. Lo encaro molesta.
—No es mi casa, jamás lo será —rujo y camino de vuelta.
—Ya te dije que esas palabras suelen durar poco, Elle. —Ríe a
mis espaldas. Me detengo y volteo, irritada.
—En mi caso verás que no, bestia —y continúo mi camino.
Ya en el interior me deshago de aquellas capas de ropa. Tengo
frío pero definitivamente hizo la diferencia toda la indumentaria, él
aparece cuando estoy ya quitándome lo último.
—Vamos a que descanses, no quiero que me eches en cara que
enfermaste por mi culpa, de nuevo.
—Pero si enfermé por tu culpa —debato—. ¿No era más sencillo
decirme todo de una y permitirme alojarme en una habitación como
cualquier invitada? Aunque no sé ni qué soy en realidad aquí —
refunfuño. Me mira, aunque no dice ni media palabra. Están los
escoltas ahí, noto que por ello no dirá nada, en cambio me guía al
elevador, adentro guardamos silencio y es hasta cuando llegamos a
ese lugar, que comparto con él de manera forzosa, que me toma
por el brazo. Me zafo.
—Rite ki taku hoa *(Como mi pareja) —advierte en ese idioma. Me lo
quito de encima.
—¿Ya no respetarás el trato? —pregunto nerviosa, pero enojada.
—¿Quieres que lo respete? —contraataca contenido.
—¡Claro que quiero! No me toques —exijo retrocediendo.
—No te estoy tocando, ¡por amor de Dios! El día que lo haga,
rogarás para que no deje de hacerlo —asegura sin moverse. Rio
con histeria.
—Tu seguridad cae en lo ridículo, en serio —casi grito.
—Es tu miedo el que habla.
—¡¿Mi miedo?!
Se aproxima hasta quedar tan cerca que puedo percibir su calor,
ese que emana.
—Miedo de que te guste, de dejar a un lado tu deber ser y
entregarte a lo que realmente quieres, disfrutar, permitirte sentir y
ya. A eso tienes miedo —susurra serio. Nerviosa lo hago a un lado
con una mano.
—¿Sabes a qué tengo miedo? —pregunto agitada, a un par de
metros—. A que este maldito año sea eterno, a querer ahogarte
como ahora mismo deseo cada maldito segundo, a que termine
enloqueciendo por verme forzada a verte cada día, a que acabe
siendo una amargada malhumorada por tu culpa porque eso logras
en mí. A eso tengo miedo.
—Tienes miedo de acostumbrarte a mí, Elle. Pero no te
preocupes, sucederá quieras o no —determina y se da la media
vuelta colocando la mano en el lector.
—¿Qué ganas con esto? No entiendo y en serio me encuentro
cansada de todo esto —logro decir sin alzar la voz. Eso lo entiende,
pero no gira, la puerta está abierta.
—Entonces deja de resistirte…
—¿Qué propones? ¿Qué finja que estoy aquí por gusto y
comparta mi cuerpo contigo? ¿Así de superficial y absurdo eres?
¿Crees de verdad que después de un año no querré irme y te pediré
que me conserves a tu lado? ¿Crees que soy tan estúpida como
para pensar que te acercaste a mí y me trajiste aquí porque te
atraje, que es ese el motivo? —Mi voz se quiebra. Con esas
palabras consigo que voltee y me encare—. Claro que no. Sé la
razón. Pero ¿Te has puesto en mi lugar tan solo un segundo? Y ¡sí!
Dáran, no soy estúpida, sé que hay una atracción entre nosotros,
pero estaría enferma, igual que tú si permito que avance, no me lo
perdonaría, va contra lo que para mí es correcto, pero además, me
tienes aquí porque te conviene. Soy dinero, intereses, una fórmula
que necesitas, pero si puedes calentarte mientras tanto con la
ingenua química, pues adelante, porque en tu mundo solo basta
extender la mano y conseguir lo que se desea, pasando por encima
de quien sea y creíste que así sería conmigo. ¿Quién se le puede
negar a Dáran Lancaster? ¡Por Dios! Se necesita estar loca para no
querer compartir la cama, y todo eso con él. Pues yo no soy esa
mujer, no quiero serlo. No me interesa tu poder, tu dinero…
—¿Terminaste? —pregunta cauto. Niego con lágrimas.
—No soy una mujer experimentada, lo sé, y quizá sea novedoso
para ti todo esto. Estás aburrido de tu vida y viste en mí la
posibilidad de algo nuevo, de diversión, pero jugando conmigo así
no saldrá nada bueno. Hablas de un año, pero no veo cómo
lograremos eso si seguimos así.
—No te irás a otra habitación, Elle —solo dice. Me enjugo las
lágrimas, asiento.
—Lo sé, pero no entiendo por qué —sollozo. Se pasa una mano
por el rostro.
—No estás lista para escucharlo, wahine, pero te puedo asegurar
que gran parte de lo que acabas de decir no se acerca a la realidad.
—¿No soy un negocio más?
—No.
—No seré tu amante.
—No quiero que lo seas —determina cruzado de brazos,
estudiándome.
—¿Entonces?
—Deja de presionarte tanto, no todo se puede cuantificar,
controlar, saber… Elle, a veces solo se debe dejar fluir.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque no eres el hombre para mí —determino con seguridad.
—Pero sé que tú sí eres la mujer para mí —concluye y sale
dejándome sola con esa maraña de pensamientos. Agitada, me
recargo en un muro y me escurro. Me siento perdida, absolutamente
a la deriva por primera vez en mi vida.
CAPÍTULO IX

Me acurruco en la cama, pensando. ¿Cómo creer en él? ¿Cómo


saber que de verdad estoy en riesgo y no es algo que inventó a su
conveniencia? De pronto me encuentro asaltada por la duda. En un
ataque de intriga tomo la Tablet y tecleo su nombre…
Necesito saber.
Coloco su nombre en el buscador y encuentro varias fotos, las
abro. En algunas luce más joven, en otras con alguna mujer como
las que imaginé, él sin barba, aunque con esa mirada peligrosa y su
cabello siempre sujeto. Aparecen otras que son clandestinas y
entonces está vestido con vaqueros, camisetas sencillas y el cabello
sujeto como suelo verlo en algún lugar del que sale, otras en
bañador largo exhibiendo ese cuerpo que tiene, saliendo del mar.
Es guapo pero sobre todo varonil hasta lo indescriptible, busco
información. No encuentro tanto como espero, parece que se
maneja discretamente. Empresario acaudalado, proveniente de una
familia que por generaciones ha poseído una gran fortuna e
influencia en el mundo de los negocios y sobre todo la farmacéutica.
Aunque su familia tiene navieras, hoteles y muchas cosas más. Es
ridículo tener tanto. Su vida privada es un misterio. Se dice que
estudió en los mejores colegios ingleses y en Harvard, además de
Cambridge con especializaciones en varias áreas de la ciencia,
postgrados y es conocido por su conocimiento en la biogenética,
además de finanzas. Una lumbrera, en resumen. Con 34 años,
porque en efecto, es su edad, ha hecho demasiado.
Se habla de un compromiso que sostuvo diez años atrás, pero
luego solo mencionan que no se llevó a cabo, solo hay una foto, es
una morena alta, muy guapa, Maya Librensko, nada más. Su familia
no es extensa, pero sí poderosa, se codea con las más importantes
a nivel mundial. Tiene una hermana dos años menor, que trabaja en
la ONU, reconocida por sus aportaciones, está casada y vive en
Inglaterra, donde ejerce. Sus padres residen en Nueva Zelanda,
lugar donde nacieron ambos, el señor está a cargo de las navieras,
comprendo, pero le cedió todo el mando a Dáran años atrás.
Ese país de origen capta mi atención, entonces recuerdo el
nombre del idioma y busco “maorí”. Me quedo aturdida. Es una etnia
polinesia que se asentó justamente en Nueva Zelanda cientos de
años atrás, antes incluso de que los ingleses invadieran sus tierras.
Los tatuajes, las figuras, todo cobra otro sentido. ¿Qué tiene Dáran
que ver con ellos? Intento encontrar un punto de interjección entre
su familia y ellos. Nada, sin embargo, termino leyendo un rato sobre
esta interesante cultura. Los hombres suelen llevar el cabello largo,
son corpulentos como él y pese al mestizaje han buscado mantener
sus raíces.
Escucho el ruido silencioso de sus botas y cierro lo que leía,
apretando el aparato a mi pecho. Ahora entiendo más cosas, como
por ejemplo, “wahine” significa mujer en maorí. No sé qué diablos
había pensado que significaba, pero no eso y no sé, no me molesta,
aunque la manera en la que lo dice me eriza la piel, no es una
agresión, o algo por lo que deba enojarme, comprendo, pero
también entiendo que puede ser que lo use con las mujeres en lo
general. Comprobé que kararehe quisiera decir bestia y descubrí
que sí, lo es, eso me arrancó una sonrisa sin remedio. Aun así, no
entiendo y solo se abren más dudas.
Soy consciente de su presencia a un costado, a unos metros.
Está ahí, observándome, es aterradoramente sigiloso. Despacio
dejo la Tablet sobre el colchón y suspiro bajando las piernas,
confundida aunque con una pregunta importante.
—¿Cómo sé que no mientes? —cuestiono alzando el rostro.
Dáran está recargado con un hombro sobre el marco de aquella
puerta automática corrediza que da al vestidor. Alza una ceja, la
marcada.
—Porque no lo hago. Pero me ayudaría que fueses más
específica, wahine —pide usando esa palabra, de esa manera. Mis
mejillas se tiñen y decido desviar la mirada, es como si fuese algo
natural en él emplear ese idioma.
—¿Cómo sé que es verdad que me buscan, que están tras de mí,
que mi seguridad está en juego? —inquiero. Lo escucho suspirar y
luego se aproxima. Veo sus botas, tienen nieve aún, un poco de
lodo, seguramente salió con Kaisser y Kamille. Alzo el rostro porque
me vería ridícula evadiéndolo.
—Elle, no podría jugar con algo así.
—Me tienes durmiendo a tu lado, por lo menos merezco tener la
certeza de que eso es real —susurro, agobiada. Asiente después de
unos segundos en los que se dedica a observarme, pensativo.
Se aleja, regresa un momento después con su Tablet, me la
tiende. La tomo, se sienta a mi lado para abrir un video. Está muy
cerca, eso me tensa, siento su brazo tras mi cadera, su aroma, pero
me concentro en lo importante y de pronto me quedo muda. Mi
apartamento, abren la puerta, hay cámaras dentro. Lo volteo a ver
pero él no se inmuta. Pongo mi atención de nuevo ahí y veo cómo
entran unos hombres, dos para ser exacta, y casi en un suspiro
terminan con todo a su paso. Algo buscan. No respiro.
—No… —digo ahogándome, aterrada porque llevan armas,
rompen mi colchón, tiran mis fotos, todo. Sollozo temblando, luego
se van.
—Buscaban tu Tablet, tus anotaciones o algo que les pudiera
ayudar. Eso fue hace dos días, Elle —habla tan cerca que doy un
respingo, giro y su cara está a tan solo un par de centímetros, mis
ojos se anegan. Alza su mano, despacio, sus ojos lucen un poco
culpables.
—Si… si hubiese estado… —No logro terminar, pero asiente sin
remedio pasando un dedo por mi mejilla, despacio. No sé qué sentir,
no en ese momento. Enseguida acuna mi barbilla, su mano se
siente cálida.
—Ya quedó como lo tenías, se reparó todo. No volverán a entrar,
pero sabía que eso ocurriría, ahora es cuando verdaderamente tu
seguridad está comprometida —y en un gesto que reconozco
gracias a lo que recién investigué sobre los maoríes, coloca su
frente contra la mía, suspira pesadamente—. Nada te ocurrirá,
wahine, lo prometo —asevera con tono suave, su aroma inunda mis
pulmones y hasta cierto punto eso que hace, que es ridículamente
íntimo, se siente… bien en medio de todo.
Me encuentro nerviosa, temblorosa, aturdida y sobre un suelo
que no entiendo, perdida en un camino que no sé a dónde me
llevará. Realmente no tengo idea de mi vida en este momento y es
tan aterrador como lo que acabo de ver. Se aleja y me quita el
aparato, despacio, escrutándome. Pestañeo porque ese gesto me
reconfortó aunque lo busque negar. Lo miro también fijamente.
—Permite que me haga cargo, sé que eres una mujer
independiente, pero esto está fuera de tus manos, de tus alcances.
—Tenías cámaras en mi casa —mascullo contrariada. Suspira
asintiendo.
—Las colocamos unos días antes de que llegaras, era necesario.
—Espiarme era necesario —pregunto con un hilo de voz. Se
acomoda quedando frente a mí, serio.
—Wahine, no es un juego todo esto, es importante que lo
entiendas. Solo estábamos protegiéndote.
—¿Por qué ese maldito camisón? —quiero saber repentinamente
recordando ese detalle que me enfurece. Ríe apenas, avergonzado,
noto, aunque no del todo.
—Eso… bueno, mi equipo que te trajo, en su mayoría son
mujeres. La que lidera decidió lo mejor para ti, repito sus palabras:
estaba haciendo muchísimo frío y te mudaron de ropa porque lo que
llevabas puesto, según ellas, no era indicado. Llegaste aquí cubierta
hasta los dientes, pero con la habitación aclimatada no era
necesario. Cuando te vi estabas bajo las cobijas, no sabía sobre
ese… detalle, hasta que despertaste. Lo lamento.
—¿No sabías? ¿Les preguntaste el motivo? —comprendo más
tranquila.
—Claro, al verte con eso puesto casi caigo de bruces. Elle, no era
mi intención —admite. Me sonrojo.
—Me pareció de muy mal gusto —logro decir desviando mi
atención hasta ese exterior al que me estoy habituando. El sol ya no
está a lo alto.
—No fue esa la intención.
—Pudiste decirme la verdad en cuanto me viste —señalo en voz
baja.
—No me hubieses creído, las cosas se han desarrollado tal como
debe ser —apunta con voz calma, cargada de su sensualidad. Otra
cosa a la que empiezo a habituarme aunque me resista.
—Kararehe sí significa bestia, te queda bien —admito bajando un
poco las defensas. Sonríe genuinamente, contemplándome y se
siente tan potente que no logro despegar mis ojos. Solo humedezco
mis labios por instinto y es que de repente se sienten sensibles,
secos. Baja la mirada hasta ahí y puedo jurar que su pupila se
dilata.
—Solo si sale de tu boca, wahine —murmura y se levanta con
esa elegancia que posee. Respiro agitada—. Debes tener hambre y
luego podrías contarme qué más descubriste —señala ya en el
primer peldaño. Claro que sumaría dos más dos, lo encaro.
—Wahine es mujer —digo clavando mis ojos en los suyos, miel.
Sonríe de nuevo.
—Taku wahine —me corrige, le da un golpe quedo al muro y baja.
Abro la Tablet y voy al traductor. Al leer lo que ahí dice pestañeo y
un calor extraño aparece en mi vientre, uno que jamás he
experimentado. “Su mujer”. La dejo pestañeando, molesta conmigo.
Qué me pasa. Es una bestia. “Elle, nunca lo olvides, una
disfrazada, pero bestia al fin”. Aun así, decido que en primera, tengo
hambre, en segunda, esconderme ahí no tiene ningún sentido.
Llego a la planta baja y habla por teléfono, nunca cesa ese
aparato. Me acerco a la mesa y dos platos están servidos, huele
delicioso. Corta la llamada y se sienta, me ofrece un poco de vino,
elegante.
—Los medicamentos… —le recuerdo.
—Una copa no cambiará nada —explica sereno. Asiento
necesitando un poco de ese líquido marrón.
—Eres neozelandés —apunto metiéndome a la boca un delicioso
pedazo de carne. Asiente—. El lenguaje que usas es maorí —
continúo.
—Lo es.
—Tu familia es muy poderosa —prosigo. Deja el tenedor sobre el
plato, masticando, evaluándome.
—Internet es un peligro y tú, más.
—Tú mismo me instaste a buscar —refuto a la defensiva.
—Tranquila, me agrada que al fin mostraras interés en algo
referente a mí. Me halaga. —Ruedo los ojos.
—¿Has notado lo desesperante que eres?
—¿Y tú lo refunfuñona? —contraataca, riendo.
—Nunca lo he sido, pero contigo es imposible que sea de otra
manera.
—Me gusta sacar de ti cosas que nadie ha logrado.
—¿Mi mal humor?
—Ese en especial, wahine, te sienta bien cuando estás molesta
—acepta llevándose otro enorme bocado a la boca, entorno los ojos.
—Ojalá y te ahogues —gruño.
—Mejor que no me pase nada, no mientras estés en riesgo —
responde con un guiño—. Pero dime, qué más averiguaste.
—Que son dueños de navieras, hoteles, y no sé, varias cosas
importantes. Son una familia no tan grande… —y me sincero sin
importarme lo que piense al respecto. Es tan atento al escuchar que
de alguna manera me incentiva a hablar de más, cosa que no es
común tampoco en mí, suelo ser de pocas palabras, muy precisas y
puntuales, pero eso parece ser mi viejo yo ya para ese momento. Y
tan solo han sido unos días, noto agobiada de pronto dejando de
hablar.
—¿Te sientes mal? —pregunta sacándome de mis pensamientos
y es que corté la conversación de forma abrupta. Lo miro negando,
nerviosa.
—Creo que eso fue lo único que logré investigar.
—¿Y qué piensas al respecto? —quiere saber. Juego con una
papa, suspirando.
—Primero… ¿es real lo que te dije?
—En su mayoría.
—No es información que revele mucho de ti, solo de lo que
posees, de ese tipo de cosas.
—Mi vida no tiene por qué estar en boca de nadie.
—Hablan también de un compromiso que se disolvió hace diez
años —expreso recordando ese detalle en especial. Si él me hace
sentir incómoda cada vez que puede, yo también. Introduzco un
pedazo de papa a mi boca, serena—. ¿Te sientes mal? —reviro
fingiendo interés, su mirada es turbia, aunque no la ha quitado de
mí.
—Crees que diste con algo que me importa, ¿verdad? —
responde a cambio. Me desinflo, aunque albergo la esperanza de
que esté ocultando la verdad.
—No sé, tú dime.
—No me importa, Elle —musita dándole un trago con indolencia a
su vino.
—¿Qué sí te importa, entonces? —indago, satisfecha. Llena de
aire sus pulmones, serio.
—Estás muy capciosa. —Me encojo de hombros.
—Dijiste que sería inevitable conocernos, que debía escuchar,
observar… Ahora mismo obstaculizas eso —señalo pragmática. Se
carcajea divertido.
—Eres fascinante, mujer, en serio que sí —admite con una
sinceridad que eriza mi piel.
—Bueno, ya sabes, yo no puedo decir lo mismo.
—Kararehe.
—Sí, kararehe —digo repitiendo su dicción. Parece más relajado,
complacido incluso.
—¿Te gustan los juegos de mesa? —pregunta cambiando de
tema, consiguiendo así desconcertarme y obvio evadir mis
interrogantes.
—No suelo jugarlos, en realidad —admito. Se levanta y va a su
habitación. Tomo un poco de mi vino, está delicioso y eso que no sé
mucho de ello.
Llega con un paquete de cartas en la mano. Arrugo la frente. ¡Ja!
Si piensa que me pondrá a jugar esos estúpidos juegos de apuestas
está demente. Hace a un lado todo mientras lo observo, se sienta en
la esquina de la mesa, acercándose más a mí, y alza las cejas
mostrando el mazo de cartas en una pose absolutamente varonil.
—No apostaré —advierto intrigada.
—Es solo un juego absurdo, que me enseñaron hace tiempo.
Nada de lo que tu cabeza ya está pensando, te lo aseguro, wahine,
porque cuando yo obtenga algo de ti es porque tú lo quisiste —
murmura esto último sin titubear.
—A ver —lo insto bajando la vista, dejando pasar ese comentario.
—Se le llama de muchas maneras: reloj, nervioso, manotazo, da
igual… —y comienza a explicármelo. Sonrío un poco ante la
simpleza, también algo escéptica, pero acepto.
Reparte las cartas y empezamos. Pierdo casi enseguida sin
darme cuenta, todo por la reticencia a colocar una mano sobre la
suya, pero ahora que lo entiendo mejor, pido que de nuevo reparta.
Lo hace obediente y riendo, perdiendo a veces él, otras yo.
Pasamos un buen rato. Gruñe, yo me carcajeo como creo que
nunca lo he hecho. Dáran también suelta risas fuertes que no puedo
evitar admirar. Sus gestos se suavizan dramáticamente aunque
nunca deja de parecer un felino al acecho, peligroso.
La última jugada yo pongo primero mi mano y él casi a la par la
suya sobre la mía. Algo cambia porque no la retira enseguida, en su
lugar, la aprieta un poco. Busco sus ojos, me atrapa ahí por un
segundo, paso saliva y siento la boca seca con tan solo ese gesto.
Acaricia con su pulgar el mío. Apenas si respiro más rápido. Nunca
había sentido algo tan íntimo, con nadie.
—Tu mano ya está algo irritada —señala separando la suya,
despacio. Asiento quitando la mía, nerviosa.
—Sí…
—Eres rápida —murmura serio.
—Es un juego divertido —admito pasando una mano por mi
cuello, algo cansada, buscando una excusa, esa es la verdad.
—Yo levanto esto, haré un par de llamadas —expresa dando por
terminado aquello que definitivamente nos relajó, pero acercó sin
remedio.
Subo y me dirijo al baño, necesito una ducha, algo no anda bien,
nada bien, admito cuando el agua acaricia mis músculos tensos, mi
piel y escurre por todo mi cuerpo y una ansiedad nace en el centro
de mi vientre. Gimo pegando la frente al mosaico frío, negando. No,
no debo, no puedo, no está bien, me repito frustrada con los puños
cerrados.

Cuando llego a la habitación el televisor está encendido, habla


por el celular y ve algo en su Tablet. Me mira y sonríe apenas, pero
continúa con lo suyo. Tomo uno de los libros que descuidadamente
están en mi buró, esos que dejó a mi lado cuando llegué, días atrás.
Pronto me encuentro interesada en la lectura, es Dickens, “Grandes
esperanzas”. He leído mucho pero la verdad a él no, no suelo
además leer de ese estilo, en realidad suelo estar con la nariz
metida en libros sobre mi trabajo: adelantos científicos, genética y
demás. Me gusta, noto perdiéndome en las letras. Dáran entra al
vestidor, dejando tras él silencio. Regresa duchado, sin camiseta
como suele y el cabello suelto. Mi ritmo cardiaco sufre una arritmia,
siento las mejillas encendidas, así que me obligo a continuar con lo
que hago. Se mete bajo las cobijas y toma también otro libro.
—Frivóla, playlist 9 —ordena sereno. Lo miro de reojo pero no me
giro porque la verdad es que soy ridículamente consciente de su
cercanía, de su aroma, de él.
Rock suave comienza a sonar, arrugo la frente, no me
desconcentra pero es extraño.
—¿Puedes leer con eso sonando? —curioseo sin voltear.
—Los Rolling Stones son un clásico. ¿Deseas otra cosa?—
consulta solícito, aunque sé que no viéndome.
—No, creo…
—Un segundo puede cambiar una vida, o varias —repite lo que
dijo por la tarde.
—¿Te refieres a Pip? —indago girando ahora sí, comprendiendo
que se refiere al chico del libro que tengo entre las manos, sin
entender el por qué. Me mira así, calmo.
—Ya me lo dirás cuando acabes. Espero que te guste.
—No suelo leer novelas, pero… aquí estoy.
~*~
Me persiguen dos hombres enormes, corren tras de mí, mis
pulmones no pueden más, hasta que uno me toma por el cabello,
grito y un cuchillo frío se acerca a mi garganta.
—Son órdenes —solo dice. Grito con mayor fuerza, asustada,
llevándome las manos al cuello de forma inconsciente. Aturdida no
reconozco dónde estoy hasta que una mano tan grande como la de
mi pesadilla me hace voltear el rostro. Llena de pánico retrocedo. Lo
nota y no se mueve.
—Elle, tranquila, fue un mal sueño… —habla despacio para que
no salga corriendo como planeo. Lentamente eleva su mano,
cuidadoso, hasta mi mejilla. No lleva camisa, se hinca para
acercarse, con el cabello suelto. Dios, parece un guerrero.
—Me querían matar —logro decir pasando duro, con los ojos bien
abiertos. Se acomoda a mi lado y acuna mi barbilla para que lo vea
directamente a sus ojos dorados.
—Nadie te hará daño —asegura con una bravura que no le había
escuchado. Suelto un sollozo.
—Quiero mi vida de vuelta —solo logro decir, afligida. Niega
tomándome con cuidado por los hombros.
—Elle, sé que quizá no debí mostrarte el video, pero también sé
que eres una mujer decidida y fuerte, el peligro pasará —afirma
frente a mí. Sus manos sobre mi piel se sienten cálidas, asiento
despacio.
—¿Me dejarás ir cuando esto termine? —pregunto en susurros,
me suelta y lo observo; es enorme, sus músculos marcados, esos
tatuajes en sus bíceps, sus brazos, incluso sus dedos.
Desentonamos desde cualquier perspectiva, pero acepto que ahora
no me causa rencor, o desprecio, como días atrás, solo misterio y
ganas de saber, de entender.
—Wahine, duerme —me pide frotándose el rostro.
—No eres mejor que ellos, lo sabes —protesto dolida,
repentinamente.
—Si pensarlo te hace sentir mejor, está bien. Pero creo que para
estas alturas eres consciente de que si no estuvieras aquí, tampoco
estarías ya en ningún otro lugar respirando.
—¿Siempre te deberé mi vida? —pretendo saber, ofuscada.
Suspira flexionando sus fuertes piernas, aspirando con fuerza.
—Eso lo decidirás tú, pero yo jamás te lo cobraré, Elle —asevera
encarándome. Su cabello castaño se escurre por el cuello y parte
alta de sus hombros. Es imposible no contemplarlo, siento la boca
tan seca, de pronto hasta mis senos se sensibilizan y no logro
entender qué me ocurre—. Cuando acabes tu trabajo, estaremos a
mano.
—Y después de ello… seguirás siendo una bestia para mí —
contraataco porque no encuentro otra manera de enfrentar esto que
me está haciendo sentir. Sonríe lánguido.
—Y tu mi mujer —expresa con desgarbo, con una seguridad
ridícula.
—Púdrete —gruño.
—Duerme, ¿o prefieres que te rodee como lo haré en algún
momento cuando tengas pesadillas?
—¡No pasará eso!
—Pasará, wahine, pasará —y se recuesta dándome la espalda.
—Deberías ponerte una maldita camiseta para dormir —
refunfuño rabiando, impotente. Noto que ríe porque su cuerpo se
sacude.
—No me molesta que me mires como lo haces.
—Agh, te detesto.
—Buenas noches, Elle —susurra. Quiero darle un empujón con
mi pie, quiero caerle encima a golpes, pero intuyo que lograré algo
que no me gustará en la absoluto, así que me acomodo, también
dándole la espalda, buscando de alguna manera cerrar mis
pensamientos.
CAPÍTULO X

Al día siguiente Dáran se comporta como si nada hubiese


ocurrido por la noche. Yo no logré conciliar bien el sueño, pero me
comporto igual, no tengo ganas de entrar de nuevo en eso.
Cuando le dejo ver mis ganas de salir, se niega a que vaya al
laboratorio. No hago mucho drama, apenas el viernes estaba fatal y
no soy una niña, sin embargo, no me apetece permanecer ahí,
encerrada. Me propone, a cambio, hablar con mi hermana, siendo
discreta, además de dejarme los avances sobre otros proyectos de
investigación en el área médica que le gustaría que leyera para
conocer mi opinión. Desayuna a mi lado y hablamos poco, ambos
tenemos fresco lo que pasó en la madrugada.
Más tarde aparece con un almuerzo ligero. Sé que tiene un millón
de cosas que hacer, que mal sale de esta habitación y el mundo lo
aborda, pero él luce relajado siempre y eso me desconcierta todo el
tiempo.
—¿La vida de un millonario no debería de ser, no sé, excéntrica?
—pregunto mordazmente mientras me meto una uva la boca. Es
mediodía y apareció con carnes frías, pan y frutas. Delicioso la
verdad. Sonríe de forma torcida mientras se frota la barba.
—Suele serlo.
—¿Entonces?
—Entonces no comparto esa manera de vivir la vida, prefiero
buscar lo simple en vez de buscar excesos, aberraciones, cosas que
no conducen a nada salvo al deterioro del alma, del humano en sí,
la degradación —explica con seguridad. Comprendo en ese
momento que ha presenciado cosas que quizá yo ni imagino y la
piel se me eriza porque sé que por mucho que me esfuerce la locura
en la clase que domina el mundo suele ser inherente.
—Prefieres ir hacia el otro lado.
—Prefiero no olvidarme de mi humanidad, wahine.
—Por eso me tienes en tu cama.
—Por eso —responde con serenidad.
Al segundo prefiero cambiar de tema y nos enfrascamos en lo
que he leído. Discuto con él algunos puntos que me debate, en unos
estoy de acuerdo con su opinión, en otros no. Voy por mis
anotaciones y una libreta que venía junto con lo que me dio por la
mañana. Se lo muestro, hago dibujos, fórmulas, él se sienta a mi
lado y encuentra un fallo con apenas ojearlo, pero me lo explica con
dedicación. Habla sobre ello de una forma hipnótica, vasta. Estamos
cerca, soy bien consciente de ello pero de alguna manera me
agrada poder hablar de estos temas con alguien como él, con su
conocimiento. Es interesante, hasta divertido porque es paciente,
atento, pero con el comentario justo. Su teléfono no cesa, molesto,
por primera vez, noto que responde al fin, poniéndose de pie.
—Kelly, dije emergencias —gruñe. Bebo un poco de limonada,
desviando la vista, perdida en el exterior; el sol de nuevo está a lo
alto, me gustaría salir pero sé lo frío que está afuera y además, en
una hora quedé de hablar con Aide. Cuelga y se acerca a mí, tanto
que dejo de respirar, me mira intensamente, paso saliva,
retrocediendo un poco—. No cenes sin mí. Logras que sienta de
nuevo la tierra bajo mis pies —y se va, así, nada más.
Me paso una mano por el cuello, soltando el aire. Ahora mismo
no sé cómo nombrarlo en mi cabeza, una bestia… o él, simplemente
Dáran. La realidad es que estoy atascada aquí, por mi seguridad, sí,
lo sé, pero a su lado, teniendo otras opciones evidentemente que no
desea que tenga y eso me genera rabia e impotencia, más porque lo
empiezo a conocer, como vaticinó y no me desagrada en lo absoluto
lo que veo, aunque también sé que podría ser una fachada y que
esté escondiendo su real y retorcido ser. Suspiro poniéndome de
pie, tomo mi Tablet y continúo leyendo para que el tiempo pase más
rápido y deje de pensar en él.
La conversación con mi hermana fluye tranquila, no obstante, soy
cuidadosa en lo que digo. La verdad es que deseo verla, aunque no
solemos hacerlo con frecuencia; una vez cada tres meses si nos es
posible, pero mi vida en este momento no es lo que suele, nada en
realidad.
Cuando llega por la noche, se da una ducha, como acostumbra,
sin molestarse en cerrar puertas, así que suelo permanecer en la
habitación o abajo, cenamos en medio de una conversación ligera
sobre el asunto del cambio climático. No es novedad descubrir que
sabe bastante sobre ello y me encuentro inmersa en sus
explicaciones.
~*~
Los días pasan así, tranquilos, ya no me provoca, o eso pienso,
pero está en cada momento que le es posible. El miércoles retomo
todo en el laboratorio y me siento exultante. Despierto temprano,
ingiero el desayuno incluso sonriente y casi que lo espero en la
puerta. Acomoda mi abrigo sonriendo de esa forma masculina y con
un ademán me da el paso. Es de modales inmejorables, he notado
también. La verdad es que no lo entiendo, no logro interpretarlo por
mucho que me empeño, sin embargo, decido que mi mente trabaje
en lo que debe y regresar a hacer lo que hago me tiene flipando.
Paso la mañana ahí, almuerzo con mis compañeros y a la hora
acordada el mismo escolta va por mí. Ya él está en el auto cuando
salgo, nieva pero poco y corro para no mojarme. Entro alegre,
incluso pese a que sé que no debería, y es que entre lo que estuve
dilucidando el día anterior en mi encierro y hoy que lo pude llevar a
la práctica, avancé en algo que no imaginé. Deseo decírselo y eso
me toma por sorpresa, pero entiendo que debo esperar hasta estar
solos.
Hay algo en su manera de estar frente a los demás que me hace
saber que debo ser discreta. Así que mal cruzamos el umbral, dejo
la bufanda y lo abordo.
Terminamos en el comedor con mi Tablet en mano, mostrándole
un poco de lo que averigüé y yo dibujando ahí, sin parar. Abre los
ojos cada tanto, interesado. Al terminar suspira con fuerza,
sonriendo de modo torcido.
—Eres brillante, Elle —admite con los brazos cruzados, a mi lado.
Me sonrojo por la intensidad con la que me mira, dejo del lado el
aparato y busco la botella de agua para darle un trago, de pronto
tengo mucha sed.
—Es solo que me gusta esto —logro decir poniéndome de pie
para poner distancia—. Iré a darme una ducha —expreso
alejándome. No deja de mirarme hasta que salgo de su campo de
visión y soy bien consciente de ello.
~*~
Con el paso de los días caemos en una rutina, algo extraño la
verdad, porque de alguna manera él logra que no me sienta
incómoda, aunque cada tanto me recuerdo que debería. La mañana
siguiente a mi regreso al laboratorio, encontré una caja justo a un
lado del comedor que decía mi nombre. Él fingió ni verla. La abrí y
encontré dulces de los que suelo traer en la boca, me fascinan,
además… algunas cosas de mi apartamento. No supe qué sentir,
por un lado, me recordaba que estoy cautiva, por otro, viva y a
salvo. La tomé tal cual y la dejé a un costado del lado que suelo
usar de la cama. Fotos de mi hermana, mi abuela y yo, papeles
personales, un par de libros que no había terminado y dejé sobre mi
buró. Bajé y él ya me esperaba en la puerta.
—No te diré gracias —gruñí, pues su mirada me decía que
esperaba mi respuesta respecto a ello. Sonrió.
—¿Hay algo más que te falte?
—¿Mi vida? —reviré en el pasillo. No respondió—. Y mis gafas.
—Arrugó la frente dentro del elevador.
—¿Usas? —Sonreí satisfecha.
—Veo que tu gente no es tan eficiente —farfullé—. Uso, y me las
he arreglado, pero debes saber que no eres infalible después de
todo —musité al salir del aparato. Gruñó y escuché que llamaba a
Kelly, que como suele, estaba ahí con su séquito, aguardándolo. No
oí lo que le dijo porque salí sin detenerme. Los huskys hicieron su
aparición como dos cometas a toda velocidad. Los saludé sonriendo
y cuando vi que salió, entré al auto, enseguida él.
—Lo lamento —solo dijo, sereno. Me encogí de hombros.
—Otra cosa que no era tu intención —reviré perdiendo la
atención en la ventana.
—Llevas la cuenta.
—Y me la tatuaré si es preciso, no lo olvides —repliqué volteando
a verlo. Equivocación, me observaba fijamente.
—Me gustaría saber dónde.
—¿Dónde qué? —repetí sin entender.
—Donde exactamente te la tatuarás, wahine, tengo en mente
algunos sitios interesantes.
—Púdrete.
—Ahí estás de nuevo —señaló triunfante. Gruñí.
Esa noche de nuevo terminamos hablando ahora de otra de las
investigaciones, era inevitable, no se agota nuestra conversación,
porque si no es para pelear, es para hablar de algo referente a eso
que nos apasiona, o para conversar sobre temas como la comida, o
absurdos.
Por la mañana del viernes, mientras almuerzo, me entregan un
paquete. Lo abro sin dudar, es de él, quién más. Todos aguardan
porque los tengo enfrente y la verdad me llevo bien con ellos, así,
como suelo con mis compañeros. Un estuche, sé que son mis gafas
y no puedo evitar que me emocione porque el día anterior ya no
pude leer, gracias a mis ojos agotados, ¿lo malo?, el armazón es
rosa. Pestañeo contrariada, le dije que odio ese color y la verdad
eso me da igual, sirven para lo mismo, pero no puedo evitar irritarme
cuando se trata de él, de lo que hace para retenerme sin opciones.
Necesito revelarme, las envuelvo de nuevo y se las regreso a la
persona que me las dio, está aún ahí.
—Gracias, pero no son las mías —le digo sonriendo de forma
educada—. ¿Podría devolverlas? —pregunto solícita. El hombre
duda, aunque al final asiente, nervioso y se va.
—¿No eran las que pediste? —pregunta Wen. Niego metiéndome
un bocado a la boca, sonriendo como si nada hubiese pasado.
Deseo ver su cara. Idiota.

Estoy en medio de algo, cuando entra una llamada en el


laboratorio. Me pasan el teléfono, es para mí. Es él.
—Elle —respondo.
—Te espero en el solariego en media hora.
—No puedo, estoy trabajando en lo que “tú” me pediste —rebato
haciendo énfasis.
—No pregunté, Elle, te veo ahí. No me hagas esperar, porque
dudo que te guste que fuese por ti ahí, personalmente.
—Bestia.
—Bien, nos vemos —y cuelga. No logro detectar si está molesto
o qué, pero me hace enojar, de nuevo. Debo disculparme con todos
y es que a este paso demoraré más en esta investigación y eso me
pone aun peor. Soy cuadrada en cuanto a mi trabajo… y bueno,
otras cosas más.
Llego a la casa y el escolta me guía hasta el lugar de la cita, cosa
que agradezco porque no tengo idea de cómo llegar. Se abre la
puerta de madera y entro, luego se cierra tras de mí. Él está ahí
hablando por teléfono, como suele, me ve y deja el aparato al lado
de la caja de gafas. Me trago la risa que desea salir de mi garganta
y espero, serena.
—¿Me tomaste el pelo? —pregunta inspeccionándome con los
ojos entornados. Se ve soberbio con ese traje oscuro, camisa
blanca inmaculada y chaleco a tono, ya sin corbata aunque
perfectamente bien peinado. Ladeo el rostro colocando mis manos
frente a mi cadera con gesto inocente.
—No sé de qué hablas… —respondo con simpleza. Me observa y
luego sonríe rascándose la barba.
—Bien, wahine —dice y luego da una palmada. Música suave
comienza a sonar, quizá con un dejo de tristeza, piano y una voz
ronca. Se acerca y no sé qué pretende, pienso en retroceder pero
su mano se enreda en mi cintura y me acerca a su pecho, despacio.
—¿Qué… qué haces? —inquiero nerviosa, su aroma masculino
comienza a ingresar por mi sistema, su cuerpo cálido manda ondas
al mío. Busco soltarme, no lo logro, a cambio toma una de mis
manos y la encierra en la suya—. ¡Dáran! Quedamos que no me
tocarías —le recuerdo reticente.
—No pienso tener un error más contigo —sentencia con simpleza
y comienza a moverse a ese ritmo suave. Dejo de respirar, fuera de
mí, negando.
—No sé bailar, ya lo sabes.
—Y te dije que te enseñaría.
—No entiendo —farfullo buscando alejarme, lo evita con su mano
firme, grande. Gimo cuando consigo que me pegue más a él.
—El camisón, el color de las cosas, otro error con las gafas. No
más. Soy un hombre de palabra y cumpliré todo lo que diga —
explica con simpleza, moviéndose apenas, lo piso. Lo siento reír y
alzo la cabeza, me observa deleitado—. No me romperé, tranquila.
—Pero no quedamos en esto.
—Solo permite que yo te guie y siente mi pierna entre las tuyas.
—Enseguida la coloca ahí, jadeo aturdida. Jamás pensé
encontrarme en una posición así, quiero golpearlo, aventarlo pero a
la vez mi cuerpo se siente tan distinto que no me reconozco cuando
comienza a balancearse. Baja la cabeza y siento sus labios en mi
oído, mi piel se eriza y sé que debo alejarme—. Solo siente la
música, no es tan difícil, deja que fluya —pide con suavidad.
Humedezco mi boca y lo intento, no logro destensarme, pero el
vaivén que lleva logra que vaya perdiendo lo acartonado—. Bien,
lento, no pienses, siente —solicita con gentileza.
No sé dónde colocar mi cara, así que la separo un poco y me
encuentro de nuevo con él, con sus labios torneados delante de mí,
me pongo nerviosa de nuevo. Sonríe al percatarse y giro el rostro,
cerca de su pectoral queda mi mejilla. Sé que debo estar sonrojada,
que debería darle un puntapié e irme, pero no se siente mal, no se
siente incorrecto.
Me toca con cuidado, aunque con seguridad, se mueve despacio
y poco a poco voy soltándome. Soy consciente de su pierna enorme
entre las mías. Jamás he experimentado tanta intimidad con alguien,
de nuevo, y comprendo que no se trata de compartir una cama, si
no de cosas absurdas, como esta. Pasa un rato y mi cuerpo
comienza a moverse al ritmo. Él recarga su rostro apenas en la base
de mi cabeza. Se siente… bien, es como liberador, a pesar de lo
nerviosa que me encuentro.
De pronto me aleja un poco, respingo y vuelve a acercarme para
terminar en la misma posición. Sonrío desconcertada, a los
segundos de nuevo, pero ahora me hace girar, temo caer por la
torpeza que sé es inherente a mí en ese tipo de cosas, pero me
sujeta antes.
—Te tengo —apunta relajado y termino con una mano sobre su
antebrazo y la otra entre la suya, cálida, fuerte.
La música termina y me suelta despacio. Lo observo
desconcertada.
—Ya decía yo que era solo cuestión de seguridad —expresa
pacífico. Me rodeo con los brazos.
—¿Cómo voy a creerte si rompes las reglas que acordamos?
—¿Cómo vas a creerme si no cumplo en lo que quedo?
Lamentablemente, wahine, enseñarte a bailar, implica tocarte,
aunque no como yo imaginaría hacerlo —dice con cinismo, pero sin
mentir, lo noto en su mirada felina, me escruta de una forma que
hace hervir mi sangre, mi piel.
—¿Me sacaste del trabajo para esto? —pregunto nerviosa,
agitada también. Niega calmo, luego toma el estuche y me lo tiende.
Niego alzando las cejas. Cambia su semblante.
—Usas gafas, estas tienen tu graduación…
—¿Cómo sabes mi graduación? —inquiero. Se encoge de
hombros como si fuese la cosa más sencilla del mundo. Entorno los
ojos ante sus modos, que me enervan—. Son rosas —digo
caprichosa. Arruga la frente y abre el estuche enseguida. Casi
suelto la carcajada, lo pillé y no lo sabía. Las ve y suelta una
maldición al cerrarlas.
—Dije rojas, carajo —se queja. Ahora sí rio. Me mira sin
comprender, luego se las quito y las abro, me las pongo y lo
observa, me inspecciona entre deleitado y curioso.
—La lista crece, kararehe, una más —digo girándome para salir
de ahí con ellas puestas. Sin que lo vea venir, su mano sobre mi
muñeca me hace girar. Jadeo. Lo encuentro muy cerca. Agacha la
cabeza y su aliento me acaricia el rostro, dejo de respirar.
—Debería de ser tu color, wahine, aunque solo con ellas puestas
te verías soberbia —expresa con voz ronca. Me suelto de una,
pestañeando.
—En tus sueños, ya te dije —gruño y salgo deprisa. Lo escucho
reír. Idiota.

Esa noche ceno sola pues me avisa uno de los escoltas que él
tiene un compromiso fuera de la isla. Deambulo después de darme
una ducha y ponerme ropa más cómoda. Ese lugar me asfixia un
poco, debo aceptar. Elijo una película, no me engancha, suspiro con
un twizzler en la boca. Al final me pongo unas botas abrigadoras y
pruebo mi libertad. Salgo y un escolta está ahí, al final del pasillo.
Me observa intrigado.
—¿Está todo bien, señorita? —pregunta educado. Llevo un
abrigo y abajo la ropa deportiva que uso para dormir.
—Quiero salir un poco.
—El clima está congelante —me recuerda, elocuente.
Repentinamente el lugar donde estuve bailando con él por la tarde
me apetece. Lo miro suspicaz.
—Ahora regreso —le digo, voy por el libro de Dickens y salgo. Me
observa desconcertado—. Hay un lugar en la casa, ¿el solariego?
Me parece —explico, asiente—. ¿Me puedes guiar?
—Con gusto —y se sube conmigo al elevador. Habla por su
intercomunicador, que tiene colocado en la oreja, con alguien,
avisando. Unos minutos después entro, la chimenea ya está
prendida, las luces tenues y una mucama aguarda.
—¿Desea algo? ¿Un chocolate caliente? —pregunta atenta.
Sonrío asintiendo.
—Y… una rebanada de tarta de higo, ¿se puede? —inquiero, es
realmente exquisita. Acepta alegre.
—Claro, enseguida. Lo que necesite solo avise a Tom —me
explica, comprendo que es el escolta que me trajo hasta aquí. Le
sonrío a cambio.
Pronto prendo una lucecilla baja y comienzo a leer ahí, en ese
espacio acogedor, con el fuego crujiendo, con esa bebida deliciosa.
Avanzo bastante, me recuesto y sigo leyendo, hay una cobija ahí
doblada, cubro mis pies, sigo y sin darme cuenta caigo dormida en
ese lugar que creo que adoptaré como mi favorito de ese extraño
lugar.

Siento cómo me elevan, abro los ojos y enseguida noto que me


lleva en brazos. Me remuevo.
—¿Qué haces? —me quejo aferrándome de inmediato a su
cuello por miedo a caer. Sonríe.
—Llevarte a la cama, mujer, ¿qué más? —aclara sin detenerse.
Los pasillos están en penumbras, pero sé que nos siguen porque
hay alguien justo enfrente.
—Puedo caminar —gruño molesta.
—Lo sé.
—Entonces bájame.
—No —zanja.
—Dáran —me quejo bajito. No sé por qué pero no deseo que
todos se den cuenta de que discuto. Me mira con gesto suave, luce
cansado, no tengo idea ni qué hora es.
—Estabas lejos de donde debes.
—¿No que podía ir a dónde quisiera?
—Puedes, lo comprobaste.
—¿Entonces?
—No para dormir, wahine, eso solo lo harás en nuestra cama —
esclarece como si fuese obvio.
—Tu cama.
—Los posesivos no importan, es donde te corresponde dormir.
—Estaba leyendo.
—Y hace un par de horas que dejaste de hacerlo, por lo que sé.
Por cierto, me alegra que te guste ese sitio.
—¿Qué tiene de especial? —farfullo bien aferrada a él.
—¿Andas de curiosa, Elle? —revira ligero. Me remuevo y logro
con ello que me baje. Me observa al tiempo que me deposita en el
piso.
—Estaba dormida, pero un loco me despertó —rezongo y camino
un paso adelante.

Caigo dormida casi al tocar la almohada. Al día siguiente él


trabaja media mañana por lo que me dedico a avanzar en las
nuevas investigaciones, son fascinantes. Comemos juntos, salimos
con los huskys un rato en el que me involucro en su juego. Luego
me muestra la isla gracias a que el clima pese a ser frío coopera.
Por la noche terminamos viendo una cinta que a mí me encantó
pero que a él lo deja noqueado en el sofá.
La verdad es que me asombra la cantidad de energía que tiene.
El domingo se las averigua para que lo pasemos bien, de nuevo.
Tiene unas caballerizas en la parte trasera con dos caballos
enormes. Me comenta que no los tiene ahí todo el tiempo porque
necesitan más espacio, pero que por ahora le hacen compañía. No
me atrevo a montarme sobre uno y es que tienen unas patas
enormes, peludas, y descubro que no soy tan aventurera, o nada en
realidad. Al final se sube sobre el lomo de uno blanco, hermoso, y
me tiende la mano. Niego retrocediendo.
—Vamos, no sucederá nada.
—No, de verdad, ve tú —me rehúso. Se baja de una, retrocedo
comprendiendo sus intenciones, me alcanza y me carga sobre su
hombro.
—¡Qué no!
—El miedo no te deja, wahine, y no lo permitiré —sentencia al
tiempo que me monta sobre la silla, frente a él. Me aferro a la
montura y lo que puedo, nerviosa, pero su brazos me rodean
enseguida sujetando las riendas—. Iré despacio, tú solo disfruta —
pide con suavidad. Siendo honesta al inicio no lo logro del todo. Está
muy cerca, respira casi en mi oreja, sus piernas rodean las mías y
como si todo eso no fuese suficiente, está altísimo, siento vértigo.
Cierro los ojos unos segundos, mareada—. Recarga tu cabeza, ya
se te pasará, solo no estás acostumbrada.
—Te dije que no quería.
—Sí quieres, pero temes, eso no es una razón.
—Para mí la es… y si devuelvo todo será tu culpa, eres una
bestia.
—No lo harás —asegura y con una mano me recuesta sobre su
hombro. Suelto el aire sin abrir los ojos. La sensación pasa
lentamente ahí, encerrada en sus brazos pues uno rodea mi cintura,
y aunque hubiese deseado que no lo hiciera, el miedo gana aunque
eso que despierta en mi vientre y la sensibilidad de mi cuerpo
gracias a su cercanía, también. Poco a poco los abro y percibo
como en efecto, vamos lento, no presiona al caballo y la isla luce
aún más hermosa así.
—Este lugar es precioso —puedo reconocer cuando pasamos al
borde del mar. Su pulgar se mueve sobre mi estómago, mi boca se
seca.
—Y no es lo más hermoso que he visto —garantiza y le creo; un
hombre como él debe ya haber presenciado mucho, demasiado,
comprendo.
Los días pasan, dando lugar a las semanas, los momentos se
entremezclan y… mis sensaciones también.
CAPÍTULO XI

—Elly, ¿cuánto tiempo va tardar eso que haces?… Ya llevas ahí


casi dos meses.
Pestañeo sobre la cama, desconcertada. No es que no esté al
tanto de ello, es solo que, de alguna manera, he conseguido
mantenerlo lejos de mi mente. Dos meses… Nueve semanas en
este lugar, sesenta noches durmiendo a su lado, 1,440 horas lejos
de mi realidad y perdida en esta que ahora mismo es la que tengo y
por ende la he aceptado como tal, porque es lo único que puedo
hacer.
—Sabes que prefiero no mencionar nada. Mejor dime, a dónde te
gustaría que vayamos el siguiente año. —Cambio de tema
enseguida, aunque no sé siquiera si lograré realizar ese viaje con
ella como cada año desde los dieciocho. Pero busco hablar de algo
diferente porque ya tuve un enfrentamiento con Dáran, el primero,
creo, y el único, sin embargo, la verdad es que tuve algo o mucho
de culpa.
Hablaba justamente con mi hermana cuando me preguntó cómo
iba lo concerniente al proyecto. Me pareció fácil decirle que aún no
avanzábamos y que estábamos en ello. No le vi lo malo, pero
cuando corté y él llegó minutos después al apartamento, estaba tan
serio que mi sangre se heló.
No le tengo miedo, esa es una realidad, a pesar de que debería y
soy bien consciente de ello, pero tampoco lo conozco. Sin embargo,
los días que llevo compartiendo a su lado, que a veces se ven
interrumpidos por sus viajes, lo pasamos bien; hablando sobre
temas que a ambos nos apasionan, caminando por este lugar
charlando de cosas sin importancia: una película que vimos, algunos
grupos de música —ya me había mostrado varios, unos me
gustaron otros no—, el libro que leemos —ya terminé “Grandes
esperanzas” y aun no entiendo cómo no lo había leído antes—, en
fin. Es un hombre sencillo, si puedo catalogarlo de alguna manera,
pero reservado, inmutable la mayor parte del tiempo, e imposible
descifrarlo.
—Creí que entendías lo que aquí ocurre —rugió al lado de la
chimenea, yo me hallaba en frente, leyendo sobre un informe de las
últimas pruebas del laboratorio. No habíamos avanzado. Dejé mi
Tablet del lado y lo encaré, irguiéndome.
—¿Entender qué? Si solo me dices lo que te conviene —le
recordé. Ya poco discutimos, aunque siempre busca provocarme.
Se frotó el rostro.
—Las llamadas con tu hermana, te dije que debías ser discreta.
¡Carajo, Elle! ¿No fui claro o qué mierdas? —gruñó contenido y
entonces sí, temí un poco. Nerviosa pasé saliva.
—¿Qué ocurrió? No… no entiendo —logré decir, preocupada.
—¡Pasa que diste información sobre el estatus de la
investigación! —señaló sin gritar, nunca lo hace, pero con el tono tan
tosco que me sobresaltó.
—No le he dicho nada de esto a ella —argumenté desconcertada.
Prendió el celular y reprodujo una grabación justo en el momento en
el que le dije a mi hermana que no habíamos avanzado mucho y
que estábamos en ello. Quedé lívida.
—¿Graban mis conversaciones? ¡Es el maldito colmo! —grité
indignada. Contenido se acercó tanto que casi caigo sentada sobre
el sofá, me tomó por el antebrazo y me acercó a su rostro.
—Estás en medio de un proyecto que requiere seguridad
máxima. Tú ahora mismo eres un arma que desean aniquilar o usar.
La integridad de tu hermana y mucha gente depende de que cierres
la boca y entiendas, de una jodida vez, que esto no es un chiste, es
real, muy real y tu trasero está a salvo, Elle, porque no he dejado ni
un poco de margen para lo contrario. ¡Pero carajo, lo pones
imposible! —y me soltó. Me alejé rodeándolo, desconcertada.
—¡¿Qué hice?! —le exigí saber llorosa, nerviosísima.
—Decir que estás trabajando justo en lo que no quieren que
trabajes, Elle —respondió serio, amenazante. Enseguida caí en
cuenta y sentí como todo se derrumbaba sobre mí.
—¿Mi hermana? —gemí cubriendo mi boca, arrepentida,
recriminándome.
Se pasó de nuevo las manos por el rostro. Empecé a respirar
rápido, muy rápido, tanto que me empecé a marear. Ella es lo único
que tengo. Si yo la había puesto en peligro no me lo perdonaría. Se
acercó y con un gesto despojado de suavidad, me sentó y se hincó
frente a mí, tomó mi barbilla y me sacudió con cuidado para que
reaccionara.
—Elle, respira despacio —ordenó, pero yo lloraba, agobiada.
Odio todo esto, lo odio tanto. Insistió pero comencé a ver estrellitas,
lo juro y de pronto sentí su frente contra la mía. Eso logró que dejara
de inhalar de forma abrupta. La sensación fue pasando y dio lugar a
otra cosa, algo que solo él consigue: hacerme sentir consciente de
cada maldito centímetro de mi cuerpo. Cuando notó que
reaccionaba se alejó un poco, sin soltar mi mirada—. Tu hermana
está segura, redoblé la vigilancia, aunque es a ti a quien quieren.
—Pero en realidad no he conseguido nada nuevo —murmuré con
voz quebrada.
—Sí, pero ellos no lo saben. Te suplico que no hables por un
tiempo con ella y que seas más cuidadosa, no es un juego —repitió
ecuánime. Asentí aturdida.
—Si no lo consigo… —musité presa de la preocupación. Y esa es
una opción.
—Lo harás, pero de lo contrario, ya veremos cómo manejarlo.
—¿Podría tener mi vida normal si saben que no logré nada? —
indagué con las manos temblando, comprendiendo en ese momento
la verdad que me aplasta. Inhaló con fuerza y se irguió.
—No pensemos en eso ahora… Es muy prematuro.
—Respóndeme… —le rogué temblando. Lucía, extraño en él,
aturdido, luego se sentó junto a mí y tomó una de mis manos,
rodeándola con la suya. La verdad es que poco me toca, pero
cuando lo hace es algo que queda en mi cabeza más tiempo del que
debería.
—Después de algunos años, quizá. Pero tendríamos que trabajar
para que dejes de ser un señuelo, Elle, es complicado. Lo mejor es
que logremos descubrir todo sobre la composición real de esa
enfermedad —aceptó determinado. Asentí entendiendo al fin lo que
implica en mi vida, más allá de que esté a su lado o no, el lograr dar
con lo que me pedían.
—No volverá a ocurrir —aseguré trémula.
—Wahine —me nombró con tono suave, lo miré llorosa—. Lo
lograrás, lo sé, y mientras tanto tu seguridad está a mi cargo, solo
no te pongas en la mira.
—¿Ellos saben lo que hablo?
—Está encriptado todo lo que de aquí sale, pero es una opción y
prefiero no jugar con ello, no cuando se trata de tu seguridad.
—O de la fórmula y… dinero —lo corregí, porque también
entiendo que eso es lo más importante. Bufó agachando la cabeza,
pasándose la mano por el cabello sujeto, luego la alzó y no me miró
al levantarse.
—No quería asustarte, solo sé más cuidadosa —y salió de ahí,
dejándome temblando, asustada y con una sensación molesta en el
pecho que ignoré después de una ducha.
~*~
—La India —dice mi hermana.
Alzo las cejas cuando la escucho decir el lugar que le gustaría
visitar. Aide no es así, es más de sitios ordenados, lejos del caos. Yo
también en realidad. Lo cierto es que no suena mal, admito.
Pasamos casi una hora argumentando pros y contras, eso es raro
en nosotras. Hablo más y ella, por lo tanto, lo hace también. Al final
colgamos sonriendo, raro también, porque ambas notamos que algo
cambia.
—No te había dicho, Elly, pero me gustan tus gafas. Tú, en
general, luces menos… seria —señala. Bajo la vista. Llevo un
vestido de manga larga gris, con medias oscuras y botas —qué
jamás hubiese comprado— de cintillas, negras de piso, el cabello
suelto, como ya parece ser mi cotidianeidad.
Sonrío acalorada al evocar la primera vez que Dáran, semanas
atrás, me vio con un vestido. Seguía haciendo frío, aun hace, pero
me pareció sencillo, rojo. Encontré unas medias también, tal como
las de ahora y unas botas café que llegan hasta mi rodilla.
Experimenté, ya que tengo tantas opciones que no sé ni cómo
conjugar. Solía llevar una camisa clara, un pantalón de corte clásico
y chaqueta. Salí del vestidor y él hablaba en japonés o un idioma
así, me miró y alzó su ceja, esa que suele, ladeó el rostro sonriendo
de manera torcida y se giró de nuevo rascándose la nuca.
Esa mañana antes de alejarnos dijo algo sobre de que más valía
que nadie me viera más de un segundo, rodé los ojos. Lo cierto es
que él mismo fue al laboratorio cuando llegó la hora y después, aquí
en el apartamento, cenando me miró fijamente.
—Los errores contigo están haciendo fila —murmuró metiéndose
un bocado enorme a la boca, como suele.
—¿De qué hablas? —pregunté intrigada.
—Esos vestidos tampoco eran la intención.
—Eres una bestia, ¿pero macho? Ahora me saldrás con que no
soy libre para usarlos… —reviré reacia. Negó apacible.
—Por mí no te detengas, usa todo lo que ahí encuentres, es tuyo,
pero pobre del que te mire más de la cuenta.
—¿Qué ocurre contigo? —mascullé incrédula. Rio.
—Esas piernas, wahine, solo podrán ser la fantasía de otros,
porque terminarán enrolladas en mí —sentenció bebiendo de su
vino.
—Qué burdo eres.
—Sincero.
—Macho.
—Para nada. Posesivo, quizá.
—No soy tuya, no lo seré nunca.
—No quiero que lo seas, pero estarás conmigo y esas piernas
serán parte del trato.
—¡No habrá trato!
—Wahine, quieres apostar —me retó. Me levanté de la mesa
molesta.
—¿Por qué todo lo arruinas? —gruñí.
—En cambio tú hoy te ves sublime, créeme —manifestó divertido.
Rodé los ojos con la intención de marcharme—. Ya, mejor dime…
cómo salió todo hoy… —Y así cambiamos de tema. Desde ese día
he usado vestidos así en dos ocasiones más, además de este. Me
gusta.
~*~
—¿Estás diciendo que lucía mayor? —bromeo con ella,
retomando mi conversación. Sonríe asintiendo divertida.
—Creo, a veces, que nunca te diste la oportunidad de vivir otras
cosas… —expresa en voz baja.
—Tú tampoco.
—Yo sí, Elle, quizá algún día deba abrirme más a ti, pero sí, hice
cosas… lo pasé bien en realidad —admite sonrojada mientras yo
abro la boca, apantallada.
—¿En serio?
—Claro, aunque no lo parezca ahora, pero tú… no. Quizá debas
darte la oportunidad cuando acabes con todo esto que traes entre
manos, o ya no sé, porque te ha sentado bien.
Terminamos la conversación y me detengo frente al espejo del
vestidor. Dáran salió de viaje. Es raro cuando no está, debo ser
sincera y aunque no puedo decir que lo echo de menos, su ausencia
es… palpable. Lo cierto es que en esos días suelo terminar en el
solariego leyendo o trabajando, aunque ya no me quedo dormida
como en aquella ocasión.
Me observo por un minuto, me giro y sonrío. Me gusta, me sienta
bien este atuendo, aunque mi trasero se nota aún más de lo normal
me agrada. Le pido a Frivóla que ponga algo de música, no suelo
hacerlo, pero me encuentro con ganas. El cajón de cosméticos
capta mi atención. Lo abro con cuidado, me acomodo en un taburete
que se abre y comienzo a experimentar. Curiosa, me unto un poco
de base primero, la que creo que es más semejante a mi color.
Luego marco mis pómulos como una vez Aide me mostró, que
aunque no se maquilla ahora comprendo por qué lo sabe. Encuentro
un lápiz negro y con sumo cuidado marco el párpado en las orillas,
me miro y abro los ojos asombrada, me gusta.
Me topo con rímel, hay de varios tipos, tomo el que sea y lo paso
por mis pestañas. Mis ojos se ven más azules, noto. Luego recuerdo
que algo me dijo en esa ocasión de las cejas y que cuando he ido a
que me maquillen para algunas ocasiones especiales, las marcan,
sigo los pasos, mi memoria es casi fotográfica, y mi cara se
enmarca. Me observo por un buen rato, me agrada lo que veo, no
soy una beldad de esas ¡guau! Pero a mí me hace sentir cómoda el
resultado.
Me levanto satisfecha, ya debo ducharme y descansar, pero al
hacerlo lo veo en el marco de la entrada del vestidor. Jadeo
aturdida. Pensé que llegaría hasta el día siguiente, o eso me había
dicho según recuerdo. Está con los brazos cruzados y ataviado con
uno de esos trajes que le quedan a la medida, sobrio y varonil hasta
lo indecible.
—Una ducha helada esta vez no creo que sea suficiente —
admite con voz ronca. Paso saliva.
—Yo… creí que llegabas mañana. —Me siento pillada.
—Gracias al cielo adelanté mi regreso —murmura, mis palmas
sudan. No sé cómo comportarme, la realidad es que no hice nada,
pero el ambiente es… denso. Siento un calor consumirme que pasa
desde mi cabeza y se centra en mi vientre, como una antelación,
mis labios incluso se perciben diferentes.
—Yo… bueno, me alegra —digo pretendiendo entrar al baño para
acallar todo esto. Su mano en mi antebrazo me detiene.
—¿Sólo eso? —inquiere, cerca, muy cerca y mis oídos zumban.
—Sí…
—Quiero mostrarte algo —señala, intrigándome enseguida.
—Iba a ducharme… —replico sin muchas ganas. Sonríe dándose
cuenta, toma mi mano y me jala. No me rehúso, aunque debería.
Salimos del apartamento, o habitación, que esa definición parece
burla, pero bueno. Tom me mira y sonríe a modo de saludo, le
regreso el gesto. Dáran lo nota, no me suelta la mano y entramos al
ascensor en silencio. Pretendo quitar su mano de la mía, consigo
que la aferre con mayor fuerza.
—Puedo andar sola… —le recrimino, nerviosa.
—Pero no quiero que lo hagas —sentencia. Bufo. De que se
pone necio, no hay modo, lo cierto es que su palma emana ondas
cálidas que me tienen completamente desconcertada, agobiada
incluso.
Me mira de hito en hito mientras caminamos. Sé a dónde vamos,
a su estudio, ya he ido algunas veces, ya sea porque me llama o
deseo buscar un libro nuevo y él me recomienda algunos, o porque
quiere que hablemos sobre algún trabajo del laboratorio y desea
mostrármelo en sus enormes pantallas.
—Dáran, en serio, suéltame —le pido con suavidad. Cuando
abre, solo hasta que la puerta se cierra, lo hace. Se aleja y respira
hondo, me observa despacio; desde mis pies, pasa por mis muslos,
mi cadera, mi vientre, mis pechos hasta mi cuello y gimo cuando
llega a mis labios para concluir en mis ojos. Mi piel está erizada, las
sensaciones disparadas, luce… diferente, más fiero, resuelto.
—Estás descubriéndote —expresa en susurros, ahí, a un par de
metros.
—No sé de qué hablas —refuto aturdida. Debería marcharme.
Sacude la cabeza y me da la espalda, se dirige a ese lugar donde
está el telescopio. Mi corazón da un vuelco, desde aquella ocasión
en que por primera vez me los mostró, no lo volví a ver. Abre y
voltea.
—Anda, ven —me invita sin dejar de observarme de esa manera
extraña. Sé, por un lado, que debería dar la vuelta y regresar a ese
lugar que me obliga a compartir con él, pero la curiosidad, mi gran
enemiga, gana y hago caso. Entra tras de mí y cierra. Pronto pasa a
mi lado y se coloca frente al aparato, comienza a acomodarlo con
maestría, mover los lentes para enfocar, supongo. Lo observo llevar
a cabo cada movimiento, me asombra que nunca duda, es como si
de todo conociera algo.
—Buscaré objetos del cielo profundo.
—¿Cielo profundo?
—Sí —dice sin quitar su ojo y moviendo todo ese gran artefacto
que debe costar una fortuna—. Son objetos que están fuera de
nuestro sistema solar.
—¿Cómo cuáles? —deseo saber, intrigada, ya sin remedio.
—Nebulosas, galaxias… No entenderás mucho, porque no
imagines que verás todo a color y claro. —Una vez que termina, me
invita a acercarme. Distingo puntos en blanco y negro,
luminiscencias, pero ciertamente no entiendo, aunque duro ahí
observando un rato.
—¿La luna? —quiero saber. Sonríe y mueve más cosas en una
pantalla digital, lo encuentra y luego regresa al aparato, cambia
otras y me insta a acercarme. Me quedo pasmada.
—Muévelo despacio —indica y obedezco.
—¡Dios! ¡Es asombrosa! —gimo, mientras él, a mi espalda, me
guía la mano muy despacio, sin embargo, sé ser delicada con los
aparatos, no por nada estudio lo opuesto al macrocosmos.
No sé cuánto tiempo duro ahí, enamorada, deleitada y perdida en
cada detalle de ese astro que gira alrededor de nuestro planeta.
Luego me muestra Marte y Saturno, quedo alucinada y lo ataco con
preguntas. Sonríe complacido, regresamos a su estudio, la
chimenea ya está prendida y los troncos crujen. Un vino tinto nos
espera, lo destapa con pericia y me ofrece una copa, ya no dudo y
la tomo, intrigada. Se sienta en uno de los sofás de cuero que están
cerca del calor, yo en el de al lado, hay una mesilla entre ambos y
comienza…

—¿Cómo aprendiste tanto sobre ello? —quiero saber notando la


lengua ya un poco torpe. No tengo idea de cuántas copas he
tomado, pero la botella está por terminarse y él luce tan sobrio como
siempre. Me observa sonriendo, tan calmo como suele, aunque ya
no trae puesto el saco y el chaleco lo lleva desabrochado, la corbata
supongo que la dejó en la habitación, no logro recordar si la llevaba
puesta cuando llegamos ahí, en realidad mi cabeza se encuentra
como ligera, sonrío también, su gesto me agrada… No es dulce,
es… pacífico, pero calculador. Así es ese hombre que tengo frente a
mí.
—Tomé algunas clases, cursos —explica acercando su mano a
mi copa, casi vacía. Arrugo la frente cuando me la quita con cuidado
y la deja sobre la mesa, junto a la suya y la botella—. Creo que es
hora de descansar, wahine —musita conciliador.
Resoplo, puesto que me gustaría seguir y seguir inmersa en todo
lo que puede decir. Me gusta escucharlo, esa es la verdad. Opina
cauto, es prudente, y asombrosamente inteligente. Me levanto sin
remedio porque también percibo el cansancio. No tengo idea de la
hora, debe ser tarde. Al erguirme me tambaleo riendo. Sí, el vino
hizo su parte, asumo. Enseguida sus manos me sujetan por los
antebrazos. Alzo el rostro divertida pero está tan cerca que mi gesto
se congela. Recorro en la penumbra sus rasgos, su boca, esa nariz
masculina, su mirada férrea, clara, esas cejas peculiares, la cicatriz.
Mi respiración se ralentiza.
Dáran Lancaster es el hombre más imponente y varonil que he
visto en mi vida. Una de sus manos se enreda en mi cintura cuando
avanza un poco y tropiezo. Huele delicioso, siempre huele así.
Cierro los ojos deleitada, no me reconozco, pero tampoco puedo
detenerme, noto.
—Elle, debes descansar —sisea y su aliento, cerca, me aturde.
Niego humedeciendo mis labios porque sin comprender nada, me lo
exigen, quieren sentir algo sobre ellos, algo… como los suyos.
Pestañea con las pupilas dilatadas, sujetándome aún. Elevo una
mano y la enrollo en su cuello, debajo de su coleta. Mi instinto me
comanda, el alcohol también, lo sé, pero no puedo evitarlo, ni
siquiera luchar contra ello y entreabro la boca. Jadea y cuando creo
que lo probaré al fin niega decidido, gruñendo—. No, wahine, no así
—determina y se aleja un poco.
—¿Qué, no es lo que buscas? ¿No es por eso que me tienes
aquí, viviendo contigo? —me quejo indignada, con la lengua
venenosa, regañándome por mis palabras a la vez. ¿Qué estoy
haciendo?, sin embargo, me siento molesta, irritada. Me carga sin
esfuerzo. Me retuerzo enojada—. ¡Te pregunté algo, bestia! —lo
ataco. Cruza el umbral, dos escoltas nos siguen.
—Debes dormir, Elle, mañana hablamos —susurra conciliador,
imperturbable. Lo observo desconcertada. Estoy ebria, nunca lo he
estado, pero sé que es eso y, aun así, no logro dejar de pensar que
me rechazó y que ya no entiendo nada.
—Me quieres para calentar tu cama pero te acobardas cuando
estamos a punto…
—¡Deja eso ya! —ruge, tenso. Bufo.
—Juegas conmigo, eso haces. Solo soy dinero y una maldita
fórmula —digo cuando entramos a la habitación, me deja en el suelo
de un movimiento, me toma por el brazo y me acerca a su rostro.
—Si te beso, Elle, te arrepentirás mañana y definitivamente
prefiero que me gruñas hoy… cosa que me tiene realmente
fascinado, a que mañana sientas que abusé de ti. Ahora, vamos a
que te des una ducha y duermas —determina caminando sin
soltarme. Me intento zafar.
—Puedo ir sola —mascullo sacudiéndome de su agarre. Llego a
las escaleras y se mueven. ¡Guou!
—¡Y un demonio de mujer! —Me carga como a un costal de
papas y grito.
—¡Eres una bestia! ¡Bájame! ¡Idiota!
—En eso estamos de acuerdo, es evidente que no sabes beber
—refunfuña y entra al vestidor. Me sienta sobre una butaca y se
agacha para quitarme las botas. Sonrío haciendo mi cabello a un
lado.
—El vino estaba delicioso —acepto tonteando. Sonríe
sacudiendo la cabeza.
—Lo estaba.
—Estoy borracha —suelto sin remedio.
—Lo estás —admite.
—Quiero dormir —murmuro cerrando los ojos. Niega.
—Elle, es mejor que te des un baño —me insta buscando que me
levante. Dios, de pronto siento que me tomé todo una barrica. ¿Qué
es esto? Niego y repentinamente mi estómago se revuelve, hago un
ademán y enseguida me lleva hasta el inodoro, sujeta mi cabello y
devuelvo todo. Muero de pena pero ya no hay remedio, lo hago casi
cuatro veces.
—Dáran… lo lamento —murmuro ahí, en esa posición tan
humillante. Mi primera vez tomada y debía ser con él. No es posible.
—Lo lamento, yo no debí —se excusa, agobiado. Me ayuda a
lavarme la cara, me encuentro mejor. Ahí, recargada sobre el
lavamanos, veo mi reflejo en el espejo, podría lucir peor, pero no,
solo pálida. Él está ahí, tras de mí, enorme como es. Nos
observamos por un largo instante en el que no retira su mano de mi
cintura.
—Me daré una ducha, gracias —logro decir sin voltear.
Respira profundo y roza con su pulgar mi brazo, asiente y sale
dudoso. Estoy mareada, pero definitivamente un poco mejor, por lo
menos ya no tengo ganas de regresar al escusado y vaciarme. Me
baño, salgo envuelta en la bata. Aun todo me da vueltas. Es
patético. Él se encuentra ahí, de pie, con los brazos cruzados,
vestido aún con la camisa y el pantalón, pero el cabello suelto. Me
evalúa.
—Es todo tuyo, solo… iré a dormir —digo bajito, avergonzada
hasta lo indescriptible. Entra y cierra. Me cambio con movimientos
lentos por algo cómodo, pronto entro a la cama, el piso se mueve,
resoplo agobiada. Esto es horrible.
—Baja una pierna. —Volteo y está ahí, con el cabello húmedo,
solo con esos pantaloncillos que usa para dormir. Mi sangre se
calienta tanto que siento que de nuevo estoy borrachísima. Me giro
para darle la espalda y me obligo a cerrar los ojos. Sé que al día
siguiente me arrepentiré de algo o de mucho, pero no pienso
incrementar la lista—. Descansa, wahine. —Las luces se apagan, un
par de lágrimas salen y pierdo la conciencia.
Abro los ojos y un dolor de cabeza acribilla mi sien. Gimo
molesta, me incorporo despacio y noto que es de día, muy de día en
realidad. Volteo hacia el reloj, las diez AM, me dejo caer sobre las
almohadas llenando en segundos mi memoria de lo ocurrido la
noche anterior. Me cubro con su almohada el rostro por la
vergüenza. Cómo lo veré a la cara. A demás, qué ocurre conmigo,
debo estar loca para haber querido besarlo y por si fuera poco…
enojarme. Su aroma se introduce en mi sistema.
—¡Agh! —me quejo y la aviento, enojada.
—¿Qué te hizo mi almohada? —escucho. Como un resorte me
incorporo, está él ahí, terminando de vestirse, ¿no se ha ido? Mis
mejillas se tiñen, no sé qué decir, qué hacer—. Te lo pondré fácil,
olvida lo de ayer, yo ya lo hice… —asegura guiñándome un ojo.
Respiro agitada.
—Yo… casi no cené y… —Se sujeta el cabello, lleva un jersey
oscuro y vaqueros, botas de cintas, ese es su estilo más común
cuando no va de traje. Asumo que no tendrá nada que lo requiera
ese día.
—En serio, no es necesario.
—Nunca tomo tanto —admito dándole la espalda, agobiada,
bajando los pies de la cama.
—Me intriga saber cuántas cosas no has experimentado —
murmura, lo miró sobre mi hombro, irritada.
—¡Púdrete!
—La resaca… —se burla desde su posición.
—Tú, en realidad, como siempre porque eres una bestia —y me
levanto buscando vaciar en él mi enojo, me acerco—, un tipo que
disfruta haciéndome sentir una idiota. En serio que… —No sigo
porque me toma de la muñeca y me acerca a su cuerpo, gimo.
—Para, Elle, tampoco soy un santo y ahora mismo mi control está
sensible —admite estudiando mi rostro, mis labios. Está muy cerca,
me zafo irritada, alejándome.
—Nunca te besaría sobria, lo sabes —refuto. Sonríe y se dirige a
las escaleras.
—Es feo mentir, wahine, muy feo. —Tomo su almohada y la
aviento. Lo escucho reír en la planta baja. Entro al baño muerta de
vergüenza, me dejo caer sobre el azulejo con las manos enredadas
en mi cabello. Sí, miento y me siento furiosa por eso.
CAPÍTULO XII

Él ya no está cuando salgo de la ducha. La verdad es que


demoré mucho más de la cuenta. Desayuno apenas, luego decido
salir un poco. Me estoy asfixiando, el aire helado congela mis
pulmones pero lo agradezco, estoy tan enojada, preocupada, que
necesito algo opuesto a mi estado anímico. Camino por ahí después
de que los huskys aparecen, me acompañan en mi andar, ya nos
conocemos y aunque no suelo estar mucho tiempo fuera debido al
clima, les gusta verme y a mí también.
Recorro el lugar en silencio, llego a un estanque congelado que
ya he visto cuando salimos juntos. Me siento sobre la nieve y me
pongo, sin saber por qué, a hacer un mono. Mi mente viaja hasta
Massachusetts. Mi abuela era tan tranquila, nos educó con cuidado
después de que mamá muriera y abandonáramos México y mi padre
aceptara un puesto en el área de investigación de Harvard.
Poco lo veíamos porque pasaba mucho tiempo inmerso en
investigaciones, clases, pláticas, libros… Así que Aide y yo
pasábamos mucho tiempo solas. Mi abuela era una lumbrera
también, una mujer con carrera y revolucionaria pese a su época,
así que la exigencia era inherente, no me lo cuestioné jamás…
Estudié mucho, me divertí poco o nada en realidad y siempre tuve
mis objetivos claros. Cuando mis compañeros iban a fiestas, yo
prefería leer o ir alguna exposición de ciencias. Cuando fue el baile
de graduación rechacé las pocas invitaciones que recibí pues no era
la que más amigos tenía. Fui solitaria, en realidad… tanto que hasta
quizá me ha faltado mucho por vivir, comprendo armando el mono
de nieve.
Transpiro, pero lo disfruto, solo recuerdo que una vez, junto a
papá, hicimos uno, muchos años atrás. Me cuesta subir la bola de la
cabeza, lo logro después de un rato en el que forcejeo, otras se me
desbaratan o termino sobre mi trasero riendo como una tonta.
Lo ocurrido la noche anterior, aunado a lo de Aide en la
conversación, mi arranque de mujer fatal maquillándome, todo se
une, además de la realidad… No he logrado avanzar en mi cometido
por mucho que hemos buscado más. Algo me falta y no logro
encontrar el qué… pero sé que se pasea frente a mí.
Termino y acabo exhausta, pero orgullosa. Debe medir casi un
metro, no es tan redondo como lo imaginé, pero la nariz me quedó
estupenda y los botones también con esas piñas, además de mi
bufanda y gorro sobre él.
—Llevas casi cinco horas aquí, wahine —escucho a mis
espaldas. Me tenso.
—¿Y vienes a ver que no haya buscado huir? Porque a estas
alturas debes saber que no lo pienso intentar y bueno, obvio que no
hay modo, además —reviro nerviosa, de pronto. Aparece a mi lado.
—Te quedó bien para haberlo hecho sola —señala sentándose a
un costado de mí, frente a mi creación. Volteo para buscar burla en
su mirada atigrada, no la hay.
—Es más difícil de lo que pensé —admito con las piernas
flexionadas y los brazos sobre mis rodillas, él está en la misma
posición, a unos cincuenta centímetros de mí.
—Podríamos hacerlo más… barrigón —murmura torciendo los
labios, examinándolo serio. Rio sin poder contenerme.
—No te burles de mi esfuerzo —reviro. Me mira negando.
—Jamás me atrevería, pero es una realidad, es un mono de
nieve… desnutrido —señala. Le hago un ademán, sonriendo, para
que lo mejore—. Necesito ayuda, ya lo dijiste, no es tan fácil —
apunta. Entorno los ojos y me levanto con los brazos en jarras.
—A ver, señor Lancaster, ilústreme —lo insto.
—Bien —acepta poniéndose de pie—, pero primero ponte esto —
y se quita la bufanda que lleva y me la enrolla, acercándose de más,
con sumo cuidado saca mi cabello y luego la anuda. Su aroma me
consume, me recrimino pero no logro moverme, lo nota y clava sus
ojos en los míos—. Hagamos bien al panzón —propone relajando el
ambiente. Asiento.
Un rato después en efecto, luce genial. Sonrío genuinamente,
emocionada.
—Cualquiera diría que nunca has hecho uno —expresa a mi lado,
satisfecho. La verdad es que él cargó la mayor parte de la nieve.
—Una vez… —admito serena. Sé que me mira, permanecemos
en silencio durante unos minutos—. Mi papá no jugaba mucho, mi
abuela tampoco, daba cátedras, era difícil hacer este tipo de cosas,
aunque Aide y yo seguro lo llegamos a intentar.
—Es difícil crecer con ejemplos tan imponentes —avala. Asiento.
—No lo pensé mucho, pero creo que sí, pesa de alguna manera.
—Pesa mucho… la expectativa. —Lo encaro.
—Lamento mi comportamiento de anoche —hablo después de un
largo silencio.
—Déjalo, wahine, lo único que yo lamento es no prever que
podrías no estar acostumbrada.
—Me porté como una cría, jamás me había pasado.
—Eso me alegra saberlo —admite con tono jocoso, entorno los
ojos. Alza las manos rindiéndose, como suele, pero no me quedo
ganas, me agacho, tomo un poco de nieve y se la aviento.
—Eres una bestia —le digo al mismo tiempo que la nieve choca
con su hombro.
—Wahine, ahora lo único que lamento es que no quieras repetir
lo de anoche ahora mismo, pero sobria. —Mis mejillas se
encienden, me agacho y vuelvo a aventarle otro poco de nieve.
Suelta la carcajada.
—Solo borracha haría algo así —reviro indignada.
—No estoy de acuerdo. —Le aviento otra en respuesta. Se
carcajea abiertamente—. Será mejor que corras porque si te
alcanzo acabarás bajo una montaña de hielo, señorita —me
amenaza alzando su ceja izquierda, esa que tiene la cicatriz. Lo
evalúo un segundo, el mismo que me lleva comprender que no
bromea y salgo corriendo.
Los huskys van tras de mí y sé que perderé, pero por lo menos
que sea con dignidad, me repito olvidando toda mi molestia, toda la
verdad que encierra el hecho de que me encuentro aquí, con él, en
esta isla, sin muchas opciones, pero por primera vez… sintiendo,
sintiendo mucho más de lo que estoy dispuesta a aceptar en mi
vida.
Regresamos a la casa minutos después en los que corrí como si
no hubiese mañana, riendo como una niña, con los perros
flanqueándome y él cerca, muy cerca. Sé que me da ventaja no
pienso detenerme. Pronto llego al rellano de las escaleras, los
escoltas están ahí, pero no nos miran, me toma por la cintura y
deshace lo andado mientras mis cómplices le ladran brincando.
—No, señores, debo cumplir mi palabra —y camina conmigo a
cuestas. Me retuerzo buscando que sus brazos me suelten, no lo
logro, de repente me recuesta sobre la nieve, gimo y comienza a
echarme hielo encima.
No lo puedo creer, pero él no cesa. Me sacudo buscando irme,
me sujeta, termino sobre el suelo helado, de nuevo y ahora con él
sobre mí, agitado. La risa se esfuma cuando hacemos contacto
visual. Mi espalda está fría tanto como un hielo, en cuanto a mi
cuerpo, éste no sabe qué hacer. Acerca una mano a mi rostro, lleva
guantes, como yo. Entreabro los labios, nerviosa, dándome el
permiso de sobria observarlo, y es más impactante que ebria, sin
duda, más... hombre.
—Eres hermosa, Elle —dice estudiándome, perdiéndose por más
tiempo en mis labios que cosquillean. Uno de los huskys ladra
interrumpiendo el momento. Se incorpora de inmediato dejándome
desconcertada, temblando incluso—. Es mejor que te des una
ducha, no deseo que enfermes de nuevo —señala a mi lado,
tendiéndome la mano. Me siento… herida, perdida, confundida. No
la tomo pero me pongo de pie sacudiendo la nieve de mi ropa.
—Sí, tienes razón, no es conveniente —murmuro y me alejo,
aturdida.
Una vez sola en la ducha, mientras mi cuerpo entra en calor,
recargo mi nuca en los mosaicos, perdiendo la mirada en el techo.
¿Qué pasa conmigo? No puedo… desearlo, es imposible.
Estoy ahí por un trabajo que debo culminar sí o sí, mi vida, la de
mi hermana, dependen de ello, no para jugar a esas estupideces
que jamás han tenido un hueco en mi vida. Por otro lado, me tiene
ahí, durmiendo a su lado, sin el menor remordimiento y sé que eso
no es correcto, que no está bien. Se sabe con poder, que puede
hacer eso y no importa porque yo en realidad no implico nada salvo
intereses, quizá diversión para esa vida alocada que seguramente
tiene fuera de estos muros y de la que yo no tengo ni idea.
Lo cierto es que no entiendo qué pasa conmigo cuando lo tengo
cerca. Un interruptor está ya constantemente activo y no se apaga a
pesar de las alarmas, a que sé que no debo ceder, que eso es justo
lo que desea y no estoy aquí para complacerlo, no en ese ámbito
por lo menos, aunque parece que de alguna manera tampoco es lo
que desea de mí en realidad. Estoy tan confundida.
Salgo mucho tiempo después, llevo un pantalón holgado, pero
caliente y una sudadera a juego, oscura, mi cabello desenredado y
me encuentro un poco más serena. Dáran se encuentra abajo,
hablando, qué otra cosa si no, decido ignorarlo, tomo mi Tablet y me
concentro en lo que es realmente importante, lo crucial para mi
futuro, esa maldita enfermedad.
Sube minutos después, me observa desde su posición, en el
último peldaño.
—Ya pedí la cena —habla despacio. Asiento leyendo atenta, con
las gafas puestas—. Wahine —me llama con suavidad, buscando mi
atención. Bufo tomándolo por sorpresa, suelo estar a la defensiva,
atacarlo, él provocarme, pero no en este punto.
—Dáran, necesito trabajar en esto. No pierdo de vista que no
hemos avanzado en estos dos meses y que es importante. Pero me
es difícil si me interrumpes —explico pragmática, con frialdad, una
que ni yo entiendo. Se cruza de brazos, evaluándome.
—¿Conveniente? —repite y me tardo en entenderlo, pero lo
recuerdo.
—Escucha, no importa, no quiero discutir ni nada, solo terminar
esto que es la razón por la que estoy aquí —reviro calmada, o por lo
menos intentándolo. Arruga la frente.
—Es un año, wahine —me recuerda y de pronto el que me
nombre así vuelve a irritarme.
—Diez meses —lo corrijo—. Así que no tengo tanto tiempo, como
notas. Ahora si no te molesta —murmuro alzando mi aparato y
buscando leer de nuevo.
—Es tiempo suficiente, y aunque lo descubras mañana, no te irás
—determina sereno, a la par de contundente. Mi sangre bulle,
aprieto los dientes, pero no alzo la mirada, no caeré esta vez, me
ordeno haciendo acopio de mi escaso control cuando se trata de
este hombre. Asiento volviendo a lo mío. De repente se acerca, me
quita la Tablet botándola sobre la cama y me levanta por el codo.
Dejo de respirar, asustada, desconcertada. Me despoja de las gafas.
—¿Qué… qué te pasa? —logro decir porque sus facciones
parecen de piedra y… peligrosas.
—¿Qué me pasa a mí? —contraataca alzando una ceja. Busco
zafarme, solo consigo que me rodee con ambos brazos por la
cintura. Su cuerpo enorme me envuelve.
—Dáran, suéltame, por favor —le ruego retorciéndome.
—Mírame —ordena. Lo ignoro y busco quitármelo de encima—.
¡Mírame! —exige y lo hago, perturbada—. Sé lo que quieres, pero tu
orgullo no desea admitirlo —expresa despacio.
—No sé de qué hablas —logro decir temblorosa, excesivamente
nerviosa, con ganas incluso de llorar, pero me aguanto.
—Oh, sí que lo sabes, pero creí que tus barreras no serían tan
duras. Debo aceptar que me asombras.
—Suéltame —le imploro, con el pecho comprimido, apretado.
Contempla mis labios y alza una mano con suavidad hasta mi
cuello. Dejo de moverme, me observa sigiloso, luego su pulgar,
enorme, pasa por mi barbilla, hasta terminar en mi labio inferior. Lo
toca y el aire sale de mi boca, tenso, a pedazos.
—Quería que fuese cuando no dudaras, pero ya es insostenible
para ambos, Elle, doloroso y lo sabes —susurra, mientras yo
tiemblo.
—No, Dáran —suplico con poca convicción, atemorizada, pero ya
solo ve mi boca, yo la suya.
—Sí, Elle, es necesario y este es el principio.
Su aliento fresco entra a mi cavidad. Gimo cerrando sin remedio
los ojos y de pronto lo siento sobre mi delicada piel. No sé qué
hacer, cómo reaccionar, solo sé que no podría en este momento
hacer otra cosa. Las sensaciones se disparan, sus labios duros se
posan sobre los míos de forma delicada, no salvaje como temí. Su
barba incipiente choca con mi barbilla, con la parte baja de mi nariz,
su aroma me aturde y su roce me consume, es como un placer
sombrío del que depende hasta mi último respiro.
No exige, solo está, ahí. Apresa con sumo cuidado uno de mis
labios. Jadeo perdida en lo que está generando que no es nada que
pueda comparar. Mantiene sujeto mi rostro, su cuerpo enjaula el mío
y luego prueba con delicada lentitud el otro. Siento su lengua, cálida,
apenas si tocarlo y yo, que he besado a unos cuantos, no sé qué
hacer solo respondo a ese roce con cierta timidez, buscando
conocer su textura. Gruñe pero no se aleja, continúa ahora un poco
más firme, aunque sigue siendo suave. Suelto el cuerpo y me dejo
llevar alzando sin remedio el rostro, abriendo mi boca a él. Apresa
de nuevo mi labio con mayor exigencia y jadeo, le respondo, me
aprieta más, abro la boca por reflejo y siento como su lengua prueba
el contorno de la mía. Mi vientre se contrae, mis senos se sienten
tensos, es como si necesitara más. Sin embargo, se detiene.
Pestañeo como volviendo de un trance que me tomó de
improviso, él me mira deleitado, mis manos continúan en posición
de defensa, pero laxas, justo entre nosotros, sobre su pecho, bajo
mi barbilla.
—Eres lo más peligroso que me he topado, Elle —musita
recuperando la respiración. Enseguida caigo en cuenta de lo que
hice, agitada, me suelto porque él tampoco ya me sujeta con fuerza.
Me llevo la mano a los labios, temblando, y mis ojos se anegan,
niego sin poder contenerme.
—No debiste… —susurro retrocediendo, aturdida, confundida,
angustiada y sobre todo, irritada conmigo por lo que acaba de
suceder. Me observa inmutable, aunque sonriendo con ternura, una
que no le conocía.
—Era necesario, wahine —argumenta.
—¡No, no lo era! Prometiste que no me tocarías.
—Tú lo querías, yo también. Te deseo, te lo dije, tú a mí, pero
estás decidida a pelear con ello y eso solo logrará que se torne más
difícil todo.
—¡No me acostaré contigo!
—Fue un beso, Elle, uno muy inocente. No te alteres —revira sin
perder la calma. Me limpio las mejillas, desconcertada, tomo mi
Tablet y bajo corriendo—. ¡Elle!
—¡Déjame! ¡Y no me sigas! —Le advierto desde abajo,
buscándolo con la mirada—. ¡Ya no puedo con todo esto! —le hago
ver llorosa y salgo de ahí en calcetas, sin más abrigo que esa
sudadera que me cubre pero no lo suficiente.
~*~
Tom me sigue, como suele, lo veo de reojo, aun así, no me
detengo. Ya he intentado en otro momento entablar conversación
con él, pero no cede, es monosilábicos y no más, lo cierto es que
me intriga porque de alguna manera sé que viene del mismo sitio
que Dáran.
Dáran… gruño, entro al solariego y cierro mandando al diablo
todo, doy vueltas como un león enjaulado. Odio que se atreviera,
odio que me tomara desprevenida, odio que exista, odio… lo que
me genera y mucho más, que me gustara.
Me acomodo sobre el sofá crema, ese que parece ser mi favorito
y es para uno, con cojines tejidos en colores vivos. Está frío porque
la chimenea está apagada y el lugar no estaba listo para mi llegada.
No me importa, subo las piernas y las enrollo con mis brazos. Una
mujer entra, sigilosa. La observo, es una de las mucamas, pero no
la más sonriente.
—Vengo a prender el fuego… Ya encendimos la calefacción.
¿Necesita algo más? —pregunta mientras comienza su labor, ahí,
frente a la chimenea. Siempre es así, basta con que aparezca en un
lugar de la casa para que ésta cobre vida, a veces es molesto, la
intimidad como tal no existe aquí.
—No, gracias —respondo seria, con la barbilla en mis rodillas.
—Bien —dice cuando la madera comienza a encenderse.
Minutos después termina y se va no sin antes recordarme que si
necesito algo solo debo llamar. Asiento perdiendo mi atención en el
crepitar y en cómo las flamas comienzan a tomar fuerza en aquellos
troncos. Pronto el aroma invade ese sitio que tanto me gusta, pero
que como todo ahí, no es mío y es temporal.
Unos meses, tan solo unos meses… No puedo permitir que esto
tome otro camino. Sería absolutamente retorcido y sé que un gran
error de mi parte. No es la educación que recibí, no puedo
rebajarme y permitir que me domine.
El silencio me envuelve, viajo hasta momentos de mi niñez sin
saber por qué, pero con la necesidad de eso… y es que desde que
hablé con Aide ayer, algo está desequilibrado, más de la cuenta.
Recuerdo ver a los chicos jugar afuera, correr, andar en bicicletas,
pero yo no, nosotros no lo teníamos permitido. Había que cumplir
con las tareas de la escuela de alto rendimiento donde
estudiábamos, y si acabábamos los deberes, siempre había libros
que leer y realizar reportes de lectura que papá o mi abuela
revisaban con lupa. No podía tener errores, no podía ser algo fuera
de la veracidad que encierra cada investigación o de los hechos
reales. Arte, literatura universal, mitología, ciencia, historia… A eso
se reducían mis tardes.
Evoco aquella vez que la hermana de mi madre —ahora mismo
no sé nada de ella, caigo en cuenta—, fue a visitarnos desde
Virginia, donde vivía. Nos llevó juguetes, maquillaje para niñas, a
Aide un vestido asombroso con holanes verdes. A mí, un disfraz de
princesa azul, mi color favorito. A los ocho eso debía gustarme,
supuso y la verdad fue que sí. Lo cierto es que no pude jamás
usarlo. Mi tía discutió con papá. Creían que no los escuchábamos,
pero llega a mi memoria retazos de esa plática y de Aide y yo
escondidas para saber qué se decían. Mi tía era como un huracán
lleno de vida, nos intrigaba cuando la veíamos, que fue poco. Ella
argumentaba que éramos unas niñas, que no podía tratarnos como
adultas, que necesitábamos jugar, divertirnos, ensuciarnos.
Resoplo experimentando una sensación extraña, porque ahora
mismo me da la impresión de no haber vivido mucho o casi nada en
realidad, una extraña angustia me embarga.
“Estás descubriéndote.” Llegan a mi mente esas palabras y
aunque no sé qué significado encierran en realidad, porque cuando
se trata de él no sé nada, algo me dice que de algún modo es así y
no tengo idea de por qué justo aquí, en este lugar, a su lado.
Mi padre no cedió, le dijo que nosotros éramos niñas inteligentes,
que tendríamos un futuro prometedor, que nuestra inteligencia era
envidiable y que todos esos distractores no valían de nada al final
de la vida, que quería lo mejor para nosotros como le prometió a
mamá. No volvimos a ver esas cosas, tampoco a ella y nuestra vida
continuó, así… envueltas en libros, en trabajos, en eventos de arte,
de ciencia y cuando llegó el momento de irnos a la universidad,
pudimos elegir de entre tantas que nos buscaron, lo cierto es que
ahora mismo desearía pensar en algún amigo al que dejé por esto,
o algo que añore en este encierro y no lo encuentro, salvo a mi
hermana no dejé nada y eso duele aunque no quiera.
—Vivir… —digo recordando eso que me dijo los primeros días en
este lugar. Niego frotando mi rostro, negando. Si he de hacerlo no
será aquí, no así, no con él, determino agobiada.
Más tarde regreso, ya es de noche, sin hacer aspaviento. Está
leyendo en la sala, atento. Me mira como no queriendo, yo a él,
agradezco en silencio su mutismo. Me recuesto minutos después.
Me cuesta conciliar el sueño sobre esa cama que compartimos, que
huele a su esencia inevitablemente como cada rincón de esta
prisión de oro. Doy vueltas una y otra vez, al final caigo rendida y ni
cuenta me doy de cuándo se recuesta.
CAPÍTULO XIII

Despierto de forma abrupta con una idea que fluye a través de los
sueños, ese algo que quizá no logro ver en medio de tantas cosas
que me agobian, de la presión que esto está ejerciendo sobre mí.
Me incorporo con cuidado, duerme, me da la espalda. Lo observo un
segundo. Es tan ancho y solo su cadera está cubierta. Mis labios
cosquillean, tanto como mis manos que desean sentir bajo mis
yemas la textura tosca de ese cabello que le llega a los hombros y
suele llevar sujeto en un moño a veces apretado, otras suelto. Es
tan masculino que atrae por mucho que me resisto.
Me deshago de esos pensamientos, recordando el por qué me
encuentro despierta en plena madrugada. Busco mi Tablet en la
penumbra, está cargada a mi lado. Con sumo cuidado la tomo,
vigilando que él no lo note, bajo de puntillas, me arremolino en un
sofá y comienzo a trabajar.
Mágicamente avanzo. Lo que no tenía sentido ahora lo tiene. Me
pierdo en ello, porque puedo, porque es algo que sí entiendo y
manejo casi sin problemas aunque es un reto y también lo necesito
casi como a respirar para así experimentar de nuevo el control de
mí, de mi mente.

Un movimiento abrupto me hace abrir los ojos asustada. Él sobre


mí, está elevándome, me aferro, pero enseguida bajo las piernas,
nerviosa. Me deja sobre el piso, inspeccionándome con curiosidad.
—Creí que era claro que duermes a mi lado —murmura
observándome. Busco mi Tablet, la tomo y lo hago a un lado.
—Muy claro, solo que tenía trabajo y no quise despertarte. Iré a
ducharme.
—No cenaste, no te saltarás el desayuno —advierte, lo ignoro y
me doy un largo baño. El vapor hace su parte, la verdad me
encuentro ya inmersa en lo que descubrí por la noche, necesito ir al
laboratorio, así que me cambio, bajo, desayuno rapidísimo, tanto
que alza una ceja desconcertado.
—Es domingo —digo al fin, tomando por último un sorbo de café,
levantándome. Él ha estado hablando por teléfono, no se tardó,
aunque yo menos—. Pero quiero ir al laboratorio.
—No —determina ecuánime, sentándose relajado y tomando su
taza como si nada pasara. Aprieto el respaldo de la silla que está
frente a mi cadera, lo nota.
—Debo ir, hay algo… Por favor —le pido. Me observa incisivo.
—¿Qué?
—Solo permite que vaya, si resulta te lo digo. Vamos, Dáran. —Al
escuchar su nombre recarga sus codos sobre la mesa, sonriendo de
manera torcida, complacido.
—Vamos juntos —sentencia. Resoplo.
—No sé si funcione.
—Entonces lo averiguamos juntos —reafirma. Ruedo los ojos.
—Bien —gruño y me subo a lavar los dientes, mientras se vuelve
a recargar tan tranquilo en el respaldo.
Pasamos la mañana ahí, no sucede lo que imaginé. Me desanimo
un poco. Dáran, que todo el tiempo permanece elocuente, sin pasar
del plano estrictamente profesional, también se le ve frustrado.
—Darás con ello, Elle, creo que estuviste cerca —admite cuando
salimos pues no accede a que continuemos ahí. Es mediodía y
argumenta que necesita ingerir algo. Me guía por la casa y llegamos
a la piscina techada. Me detengo en la puerta, abre para que pase
recargándose con su desgarbo habitual sobre la puerta de vidrio
corrediza.
—No quiero nadar —digo seria, pasando saliva.
—¿No sabes? —se burla con su típico tono, aunque es evidente
que no lo cree, lo hace para fastidiar.
—Claro que sé —me defiendo. El deporte era tan importante
como el estudio cuando era niña.
—Lástima, creí que también podría enseñarte —señala con los
brazos cruzados y la puerta de cristal aún abierta. Lleva su cabello
en ese moño alto, vaqueros, camiseta oscura y otra camisa a
cuadros abierta, pese a ellos sus músculos se marcan. Conozco ese
tórax y detesto la ansiedad que crece por verlo en bañador. Me
siento pecaminosa de solo pensarlo, así que empujo el pensamiento
bien lejos, o lo intento por lo menos.
—Prefiero continuar con lo que hacía —reviro con la intención de
darme media vuelta e irme. Me detiene por la mano, con suavidad, y
su tacto se siente caliente a comparación de mi piel fría. Es absurdo
pero me eriza. Jadeo y me topo con sus ojos.
—Elle, ¿sabes jugar voleibol? —pregunta tomándome por
sorpresa porque imaginé que algo sagaz diría, no eso. Pestañeo
desconcertada con el corazón bombeando como un idiota—. Anda,
nos separará una red, podemos pedir de comer aquí… No sé,
necesitas quitarte presión, a lo mejor así tu mente trabaja mejor.
¿Qué opinas?
—¿Es en serio?
—Muy en serio. Un rato. Hay trajes de baño en el cambiador —
informa conciliador. Me suelto dudosa, su agarre cede enseguida.
—En realidad solo corría y hacía natación, no sé mucho de
balones y esas cosas —admito.
—Puedo enseñarte —propone relajado—. Algo diferente,
inocente.
—Tú no conoces esa palabra.
—Puedo intentarlo… No te besaré de nuevo… Hoy —suelta con
frescura.
—Eres un idiota.
—Y un cabrón, y una bestia y bueno, todo un pergamino que
acumulo contigo, pero juega, diviértete, distráete —pide como si
fuese lo más sencillo del mundo, con él ahí, en una piscina, medio
desnudo. Dios… Pierdo la vista en el agua, en lo cálida que se ve,
en el paisaje nevado. En un ataque de valentía e intentando
demostrar que lo ocurrido ayer no me perturbó como lo hizo, me
adentro.
Busco un bañador de una sola pieza porque evidentemente solo
hay de dos. Al final, vencida, me decanto por uno de florecillas que
se amarra del cuello y la espalda. Nunca he usado una prenda así.
Me inspecciono una y otra vez en el espejo, desde varios ángulos.
No es lo que yo hubiese comprado jamás, es la verdad y aunque
debo aceptar que me gusta cómo se ve, salgo maldiciéndolo porque
es increíble que no exista uno menos… atrevido. Sin embargo,
cuando pienso cantarle unas cuantas verdades solo noto su mirada
sobre mí, recorriendo mi cuerpo despacio. Me detengo a varios
metros de distancia, nerviosa. Se pasa ambas manos por la cara y
termina con su barba, sacudiendo la cabeza y respirando hondo.
—¿No había nada completo? —pregunta ojiabierto aún. Le saco
el dedo medio, algo que nunca antes había hecho, y me aviento con
elegancia a la piscina. El calor que me hizo sentir con tan solo ese
gesto circula por mi cuerpo de una forma ridícula, mis senos se
sienten tensos, mi vientre ansioso y mi cuerpo caldeado. Es ridículo
que esto me pase, pero sucede y debo luchar contra ello. Me siento
tan estúpida e ingenua que me irrita.
Nado un rato en el que noto que no se mete, en cambio habla por
teléfono, pero no lo escucho. Braceo de un lado a otro
acostumbrando a mi cuerpo y la verdad que sí, disfrutándolo.
Desaparece y retorna ya con solo el bañador que cubre sus muslos
superiores. Con la respiración irregular, me meto en lo mío. Luego
noto que sin ayuda coloca la red, me quedo de un lado, medio
nadando, medio tonteando. Él no me mira ni una sola vez y es más,
puedo jurar que luce enojado, aunque solo lo he visto así en una
ocasión. Se aleja, de un armario en el que hay una infinidad de
material para piscina, saca un balón y luego entra al agua gritando
como un niño y salpicándolo todo. No puedo evitar rodar los ojos y
reír, es realmente elemental.
—Wahine, ven —me llama desde el otro lado. Me acerco. Cuida
solo verme la cara, pronto me explica cómo se juega. Entiendo, pero
cuando la pelota llega a mi lado, no contesto el golpe, vaya, ni
siquiera me acerco. Ríe, lo vuelve a intentar y me muestra cómo
mandársela de vuelta. No lo logro, al final se la aviento como una
pequeña—. ¿Nunca jugaste a la pelota de niña? —pregunta
cruzando la red, acercándose. Pestañeo viajando en el tiempo y no,
descubro que no lo hice en realidad. Me mira y nota mi turbación—.
No importa. Nunca es tarde. Mira. —Se coloca a un metro, toma la
pelota y comienza una clase exprés. Lo hacer ver tan sencillo que lo
intento. Pero no me sale bien.
—Creo que no soy buena para eso… Quizá para otra cosa —
reviro yendo hacia las escaleras. Me detiene por la cintura, no me
acerca pero su mano me rodea por completo. Dejo de respirar, él no
luce más relajado que yo, a pesar de ello, sonríe.
—Es solo práctica, ven —murmura conciliador, con suavidad, y
llegamos al centro, se coloca tras de mí, eleva mis manos y las pone
en posición. Casi no puedo pensar esa es la verdad, pero lo intento,
luego avienta la pelota y con sus manos sobre las mías, le
pegamos. Sonrío sin poder ocultar mi entusiasmo. Es difícil, porque
su pecho a veces me toca, hay algo más abajo que también y mis
mejillas arden. Sus brazos, su rostro sobre el mío, aun así, mi vena
curiosa y competitiva me insta a no rendirme y lo repetimos una vez
que va por ella.
Después de varios golpes, lo logro sola, brinco emocionada. Es
tan ridículo que algo así me entusiasme, quizá por eso les gustan
tanto a los niños las pelotas, pero es así, me alegra. Volteo y él me
mira, siempre me mira. Mi cuerpo reacciona, me tenso y sé que
debo alejarme.
—Quizá…
—Anda, aléjate un poco, mándamela —pide sin perder el fuego
en sus ojos, en la manera de verme. Asiento obediente, no lo logro a
la primera, pero la segunda sí. Me la regresa y pasamos otro rato.
Me rio bastante, debo aceptarlo y es que soy un desastre pero a él
parece darle igual, sonríe de manera serena alentándome.
Creo que logro darle un par de veces, el resto Dáran va y viene
por el balón. Es terco y no se rinde, al final le suplico un receso,
tengo hambre y estoy agotada. No responde, pero se sumerge.
Cuando no lo veo salir, me encamino hacia las escaleras y entonces
me jala de la pierna con fuerza. Me hundo sin saber qué ocurre.
Salgo después de haber bebido bocanadas de agua y él está en
frente, saliendo de la piscina, escurriendo como un ser que
perteneciera a cualquier elemento de la Tierra menos a la
humanidad. Me encara, una vez fuera. Soy una idiota, así que me
quedo suspendida, ahí, frente a él a un par de metros abajo.
—Si me sigues viendo así, entraré de nuevo y te quejarás
después… Lo sabes, ¿verdad? —Noto en su tono la advertencia,
pero también detecto la broma. Entorno los ojos, gruñendo.
Él y su facilidad para hacerme rabiar. Envuelta en mi orgullo, llego
a las escaleras y empiezo a subir. Con su mirada miel y fiera puesta
en mí, con sus músculos fuertes y anchos, con casi nada de
distancia de la salida. Distingo, apenas, que aprieta los puños y me
embarga una extraña sensación de poder que jamás he
experimentado.
Sé, de algún modo, que esas reacciones, todas por las que
atraviesa y que no tengo muy claras pero percibo, son debido a mí.
Pretendo pisar el último peldaño, en mi cabeza saldré y lo aventaré
con fuerza al tiempo que me cubro con la bata que dejé a un par de
metros sobre una silla para exterior. Penosamente mi pie no pisa
bien, resbalo y antes de que pueda hacer nada, ni siquiera gritar o
algo. Él me toma por la cintura y el antebrazo con firmeza. Gimo y
no por el susto, sino porque terminamos pecho con pecho. Mi
respiración se dispara cuando baja su rostro y nuestros ojos se
encuentran, de nuevo.
Dáran suspira pesadamente, tiemblo paralizada. Está excitado y
sería una absoluta mentirosa si digo que yo no experimento ese
miserable calor en el vientre, otra vez, que su piel adherida húmeda
a la mía es demasiado. Se acerca y temo que me bese,
nuevamente, aun así, no me quito, pero tiene otros planes, roza con
su nariz la comisura de mis labios, luego asciende despacio hasta
mi oreja, tan lento que siento que mis piernas cederán aunque tengo
su palma bien aferrada a mi cintura. Soy consciente de cada
centímetro de mi cuerpo como nunca antes, de su aliento cálido en
mi quijada. Llega a mi oreja y de una manera casi imperceptible la
lame con su lengua de fuego. Jadeo azorada.
—Eres exquisita, wahine —dice con voz ronca, pero yo la siento
como salida de un sueño en el que no sé cómo actuar. Desciende
por mi cuello, aspira fuerte, otra vez y pasa la lengua ahora por ahí.
Paso saliva con fuerza—. Pero todo a su tiempo, sé esperar —
murmura deteniéndose, me da un beso suave en la frente y se da la
media vuelta dirigiéndose al computador de servicios.
Mis pulmones no logran llenarse y quema siquiera intentarlo.
Debería seguirlo y darle un buen empujón, o gritarle. No puedo, no
me siento yo y a la vez lo soy más que nunca. Dudosa tomo mi bata,
me envuelvo en ella y me acerco hasta uno de los ventanales que
rodean la piscina de un lado. El calor que me invade contrasta
dramáticamente con el paisaje nevado del exterior.
Temo que se acerque, aunque sé que lo hará, pero más temo
todo lo que genera con tan solo mirarme de esa forma tan única y
peculiar que tiene, peor, que me toque.
—¿Haz jugado Mikado, Elle? —Escucho a mis espaldas. Aferro
la apertura delantera de la bata, no me atrevo a girar—. Es divertido,
la comida no tarda. Acércate —pide conciliador, con tono neutro.
Volteo y está sentado, trae puesto solo el bañador nada más sobre
una silla elegante de ratán que es parte de un comedor redondo.
Parece inofensivo, bueno, tanto como él podría lucir que es poco la
verdad. Observo lo que trae entre las manos, son unos palillos
delgados de colores. Arrugo la frente. Abre la mano con que los
sujeta y todos caen sobre la mesa—. Mira, solo tienes que tomarlos
sin mover ningún otro salvo el que deseas, quien acumule más al
final, gana —explica con frescura.
Aún no me recupero de lo que hay en mi cabeza, sin embargo,
mis pies avanzan e intrigada me posiciono a un lado, aunque a una
distancia segura. Lo percibe pero parece no importarle. Me hace
una demostración, asiento al final comprendiendo.
—Tu turno. —Lo logro a la primera, junto tres más y pronto nos
perdemos en el juego. No sé qué hace Dáran, o cómo, sin embargo,
logra que deguste la diversión, que me torne competitiva en un
sentido casi infantil y que olvide… por momentos así, todo por lo
que atraviesa mi vida.
Comemos langosta, deliciosa por cierto. El vino decido esquivarlo
y no pasar de una copa, ahora mismo ya sé que es peligroso y no
pienso repetir nada igual. Más tarde, como hacemos varios
domingos, salimos con los huskys, ya les lanzo palos que me
regresan. Rio un montón porque son simpatiquísimos. El frío
continúa, pero es tan agradable ese sitio pese a lo nevado que casi
desearía salir a diario y perderme entre los árboles, aunque ya lo
hago con mayor libertad, pero no como me gustaría.
Ahora, a diferencia de antes, siento que estar tanto tiempo en el
mismo sitio encerrada, leyendo, no me da paz, no me da esa
sensación que últimamente cada vez es más recurrente, una que
me hace sentir… viva.
Cuando el sol está ocultándose regresamos al interior. Al llegar a
la habitación, palomitas nos esperan en la sala. Las observo
pestañeando, sonriendo.
—¿Y eso? —pregunto por lo elegante que se ven ahí, colocadas
en una charola, de varios sabores sobre cuencos de cristal.
Además, una bebida rosa, extraña.
Hemos ido ya a la sala de cine de su casa, pero le dije, en alguna
ocasión, que el apartamento o lo que fuera, me agradaba más. No
hemos vuelto. El televisor se enciende. Me cruzo de brazos a un
lado, mientras él ya se sienta con su típica forma relajada, cruzando
una de sus enormes piernas sobre la otra.
—Noche de películas —comenta como si nada, llevándose unas
rosetas a la boca. Sirve en dos copas la bebida y con un ademán
cargado de sobriedad, me ofrece sentarme a un lado de la charola.
Su actitud ahora contrasta tanto con la de ese hombre que despierta
hasta la última de mis neuronas, que no logro dar con cuál es él en
realidad. Me desconcierta y me pierdo.
—¿Cuál tienes en mente? —pregunto cauta, porque de alguna
manera los nervios regresan. Tuerce la boca y se rasca la barba,
meditabundo.
—La verdad pensé en que tú la propusieras. Hemos visto las que
yo he elegido. Debes tener alguna que no hayas visto, que quieras
volver a ver… De pequeña, ¿alguna favorita? —pregunta relajado,
pero de cierta manera inspeccionándome.
Cruzo un brazo sobre mi cuerpo para sujetar el antebrazo,
pensativa y duele por primera vez el hecho de no haber ido al cine
salvo una vez con mi tía, o no haber tenido acceso a esas películas
de dibujos animados. Cine de arte en su mayoría, no siempre tan
entretenido, pero quedó en mí como todo lo demás. Jamás en todo
este tiempo me había percatado de todo lo que no fui, lo que no
hice. Quizá a veces ese aguijonazo que me entraba cuando
escuchaba a las chicas con sus pláticas sobre cosas que califiqué
como banales por mucho tiempo y que ahora me gustaría saber
más, quizá para no sentirme tan extraviada en todo esto, quizá para
lograr manejar lo que me rodea, quizá para… tener más claro lo que
me gusta, lo que no, después de poder elegir.
—No divertidas, casi no veía películas de niños —admito. Me
inspecciona ladeando apenas un poco la cabeza, serio.
—Me vas a decir que no fuiste una niña que soñaba con las
princesas… —dice como bromeando. No reacciono ante ello, solo lo
observo comprendiendo que sí, quizá en el fondo, pero lo empujé
tan adentro que no, toda mi vida no. Pronto recuerdo una que me
llamó la atención, aunque no fui a verla, entorno los ojos. Lo
probaré.
—No, pero en serio estás dispuesto a ver lo que yo elija.
—Lo que elijas —determina estoico. Sonrío y me siento, le quito
el control y la busco. Sé que me observa intrigado cuando Valiente,
de Disney, aparece en pantalla. Algo en sus cortos me intrigó,
aunque la verdad no tengo idea de qué va. Volteo y Dáran sonríe
asombrado.
—Bueno, si planeas ponerte al corriente con Disney, wahine,
temo decirte que tenemos muchas cintas por delante.
—¿No te molesta ver una de dibujos animados? —inquiero medio
aturdida. Se recarga metiéndose un puño de rosetas a la boca.
—La verdad no, mi hermana solía ponerlas, no son malas todas.
Otras sí, pero aquí el asunto es que cómo sabrás si a ti te gustan o
no, si no las ves. Así que anda… estoy listo.
—Te dormirás —me burlo risueña, extrañamente cómoda por su
forma. También eso logra; es casi mágico como aligera los
momentos.
—Si ronco me avisas —revira limpiándose los dedos con una
servilleta de tela que ahí tiene sobre su pierna. No ronca, lo sabe,
pero prefiero probar lo que mastica y reproducir lo que deseo ver.
Dáran se termina casi toda la comida, yo solo me encuentro
expectante y maravillada. La película al terminar me deja con varias
sensaciones, tantas que no sé en qué lugar colocar cada una.
Algunas de nostalgia por mi madre que apenas conocí y no
recuerdo en realidad, por ver ese misticismo que me resulta
bastante atractivo de culturas con raíces tan espirituales y fuertes,
además de la bravura de esa protagonista y todas las vicisitudes
con las que se enfrenta para hacer escuchar su voz, no siempre de
la mejor manera.
—Es buena, ¿no crees? —lo escucho casi a lo lejos. Pestañeo y
lo observo, me estudia. Asiento poniéndome de pie. Me iguala
enseguida.
—Sí, me gustó. Iré a darme una ducha —digo perturbada,
sonriéndole apenas.
—Elle —me llama cuando subo, lo encaro.
—Solo ve paso a la vez —susurra con tono firme pero cargado de
algo que no defino, como un dejo de ansiedad. Sus facciones
masculinas lucen suaves, atentas a mí. No entiendo por qué lo dice,
asiento, aun así.
~*~
Me cuesta dormir y durante la cena hablo poco, pero de nuevo
me levanta la misma idea de la noche anterior, hago lo mismo; tomo
mi Tablet y bajo, despacio. Son las dos de la mañana, no ceso. Las
cuatro y el tiempo se escurre. Necesito, como algo apremiante que
me domina, encontrar eso que no logro encontrar durante las horas
de trabajo. Noto, de pronto, cómo me fuga de todos esos
pensamientos que ya están haciendo meya en mí, pero está bien,
creo que es lo mejor. Después de todo seguramente al pasar el año
saldré de ahí a lo que era mi vida y de nada me servirá todo lo que
últimamente ronda en mi mente. Por otro lado, él, que de alguna
manera ha logrado colarse a pesar de mi resistencia y es que es
como si cada vez que dice o hace algo abriera puertas que ni
siquiera sabía que existían y me desestabiliza, también será un
recuerdo.
No debo olvidar ni un solo momento quién es, qué quiere de mí y
su abuso de poder, además, de que no lo conozco y que si le doy
elementos para que me conozca a mí, estaré en peor desventaja de
la que ya, de por sí.
Abro los ojos después de un tiempo en el que me siento
observada. Dáran está ahí, de pie, solo lleva su ropa de dormir, o en
realidad pantaloncillo. Me remuevo frotándome los ojos.
—¿De nuevo? —reclama un tanto molesto, aunque no sube la
voz.
—Es algo de… la investigación —digo bostezando. No tengo idea
de qué hora es. Ojeo mi alrededor. Conforme el invierno avanza los
días se extienden, pero aún está oscuro afuera.
—Vamos a la cama —ordena serio. Me levanto, él toma mi
aparato. Frunzo el ceño.
—¿Qué, me lo quitarás? —gruño sin avanzar, temerosa de que lo
haga, porque al final, puede hacerlo.
—No era mi plan, pero si esto sigue ocurriendo podría pensarlo.
Debes dormir.
—En tu cama —agrego frustrada. Asiente cuan alto, a poca
distancia de mí. Cierro mis manos en puños—. Tienes una maldita
fijación con eso —reviro haciéndolo a un lado para avanzar.
—Es el trato —dice siguiéndome.
—Ese trato también dice que avance en la investigación, no
cuándo, ni la manera —murmuro enojada. Me detiene al subir, por el
codo. Giro a regañadientes.
—No dormir y obsesionarte con esto, no solucionará lo que
pretendes —recalca con voz suave. Lleva el cabello suelto, sin nada
encima de ese tórax, y eso solo logra que mi sangre se avive y ese
peligro inherente que desprende, se arremoline en mi garganta. Me
zafo despacio.
—No me conoces, Dáran, tú solo ves lo que quieres ver en mí.
Solo quieres de mí lo que sabes que puedo darte y si logras un poco
de otras cosas con tus estrategias psicológicas, bien. Pero recuerda
esto, recuérdalo muy bien; yo me iré, no habrá nada, absolutamente
nada de lo que hagas, digas, o suceda, que me logre hacer cambiar
de opinión —aseguro. Me observa sereno.
—Yo veo en ti lo que tú no ves en ti y, en cuanto a lo de cambiar
de opinión… Bueno, solo basta esto —y me toma por la cintura de
una, pegándome a su pecho. Aturdida coloco ambas manos debajo
de sus hombros, gimiendo pues no lo esperaba. Me asusta—, para
que todo lo que dijiste hace unos segundos lo dude, mi bella Elle —
revira con cinismo. Me da un beso en la mejilla para rodearme un
segundo después y subir. Esta vez reacciono más rápido.
—Si logras lo que deseas, siempre tendrás la duda de que si
hubiese sido todo de otra manera yo te habría siquiera volteado a
ver. Juegas con mi mente, con mi vida, los resultados no son los
reales, grábalo en tu cabeza —rujo cuando conecta mi Tablet en el
cargador. Se acerca y retrocedo, paso saliva.
—Yo nunca me arrepiento de lo que hago, porque al contrario de
ti, he vivido la vida que quiero —contraataca dejándome adherida al
muro.
—Te detesto —logro decir con la voz rota, porque comprendo
justo en ese momento que ya me he mostrado más de lo que
debería, que me está descifrando con ridícula facilidad, y que yo me
estoy poniendo en el punto vulnerable y lo peor, no sé cómo
revertirlo, si es que es posible.
—Por ahora… —responde metiéndose bajo las cobijas—.
Acuéstate, quiero dormir las dos horas que quedan, wahine.
—De esto sí te arrepentirás —susurro caminando rumbo a mi
lado de la cama, vencida. Sé que probablemente jamás suceda,
pero ahora mismo es a lo único que me puedo aferrar porque no
estoy pudiendo luchar contra lo otro, contra lo que él despierta en
mí, en cualquier sentido.
CAPÍTULO XIV

La mañana pasa agitada, tengo una reunión con todos los del
equipo. Les comento lo que hice el día anterior y decidimos
intentarlo de nuevo, luego les explico la otra idea, aceptan que es
viable. Paso el día ahí, en el laboratorio, tan obsesionada como
ellos. Cass se muestra más cortés de la cuenta, incluso bromista,
eso me desconcierta. Wen, que no puedo decir que sea mi amiga,
pero con la cual hablo más que con los demás, lo nota y me lo hace
ver antes de marcharnos.
—Cass parece interesado… Pero tú estás con el señor
Lancaster, ¿verdad? —pregunta cuando solo quedamos ella y yo.
Sé que Tom me espera, ya es hora, de hecho voy retrasada por
quince minutos, pero me importa poco, por mí que espere esa bestia
dos horas, o la eternidad, sería mejor. La encaro arrugando la frente,
serena. Nos protege una indumentaria de los pies hasta la cabeza,
así que no sé bien en qué tono lo dice, pero creí que eran ideas
mías las de Cass, aun así, prefiero no profundizar en el tema.
—¿A qué te refieres?
—Bueno —comienza y cierra algunas anotaciones, no luce tensa,
solo incómoda, quizá.
—A que si eres… ya sabes, ¿su pareja? —No sé qué debo
responder, por qué no sé qué se supone deba decir al respecto.
Obviamente no los somos o no como ella lo piensa, pero ¿debo
aclararlo? La escucho suspirar y luego se gira para recargar la
cadera en la encimera, cerca de uno de los microscopios—. Lo
lamento, no quise ser entrometida, es evidente que sí. Viven juntos.
—Sí, vivimos juntos —afirmo porque esa es una absoluta verdad.
Sonríe y puedo jurar que sus mejillas se tiñen.
—Ni siquiera entiendo cómo Cass se comporta así sin temer. El
jefe es un hombre imponente —apunta. Noto, de pronto, que le
gusta, a Wen le atrae Dáran e inexplicablemente me molesta, sin
embargo, logro mandar lejos el sentimiento porque mi razón grita
que no está bien y le sonrío a cambio.
—Sí, lo es —avalo apagando una de las máquinas.
—Lo siento, no debo ser tan imprudente. Es solo que llevo aquí
seis años y nunca había traído a alguien a la isla.
—Tranquila… —replico creando la respuesta para ello en mi
cabeza y no me agrada en realidad. Estoy aquí justo por esta
investigación que lentamente, además de convertirse en mi
obsesión, se está convirtiendo en mi maldición.
—¿Sabes? Es solo que me intriga. Tú eres… dulce, no sé, él se
ve tan experimentado, es un león en cuanto a los negocios, muy
importante e influyente. Parece estar listo para arrasar con el mundo
si se requiere.
—Creo que lo está —admito evocándolo y es que eso proyecta.
—La verdad es que hacen una linda pareja, son como un
contraste que encaja. Me alegra por ti, aunque debe ser complicado
—murmura pensativa, algo soñadora. No la imaginé así. Le sonrío
de nuevo. Si supiera...
—Es muy complicado —confirmo soltando un largo suspiro.
—Sé que quizá no viene al caso y que alguien como tú, que está
con alguien como él, no puede o debe, ya no sé, hacer nada común,
pero me preguntaba si quisieras ir a tomar un día de estos unas
copas con los demás a Mahone, es pequeño pero todos vivimos ahí
debido al trabajo y a veces nos juntamos —propone algo apenada.
Pestañeo. Siempre que surgía algo así, que no era lo común
pues siendo la más pequeña en realidad me trataban como la
novata, prefería declinar, pero esta vez siento la absurda necesidad
de decir que sí y… no puedo soltarlo como hubiese deseado. Mis
rejas están claras, quizá mi seguridad en juego.
—Claro, nos ponemos de acuerdo —digo a cambio, contrariada.
Sonríe alegre.
—Somos medio aburridos, pero no tanto —señala divertida y
salimos juntas. Bromeamos en el trayecto, se siente bien esa
ligereza, esa camarería insipiente entre nosotras. Cuando salgo Tom
está tenso, le sonrío a cambio pero no digo nada hasta que
quedamos solos en el elevador.
—¿Ya está echando chispas? —pregunto mirándolo de reojo,
burlesca. Asiente con las manos como suele; al frente de su cadera,
una sobre la otra, con el audífono conectado a algún parte de su
cuerpo, con su cabello inmaculado y bien corto, aunque por el cuello
se alcanzan a ver algunos tatuajes—. Perro que ladra no muerde —
reviro con frescura. Noto que una media sonrisa se dibuja en su
gesto severo.
Entro al auto y Dáran me mira, o en realidad, clava sus ojos en
mí, irritado.
—Te esperé más de veinte minutos, Elle —ruje en voz baja.
Pierdo la atención en el camino que empezamos a recorrer.
—Ahora tampoco puedo hablar con nadie, no salirme del horario
que tú estipulas. Maravilloso.
—No dije eso, pero puedes avisar. Es educación —gruñe. Volteo
ahora sí, entornando los ojos.
—¿Hablas tú de educación? Vaya, parece chiste —reviro
perspicaz. Su expresión se suaviza, esquivo sus ojos fieros.
—Allí de nuevo, wahine. Si no atacas temes terminar aceptando
lo que ya sientes —dice tan bajito que apenas si lo escucho, está
casi junto a mi oreja, así que clavo la vista al frente con mayor
ahínco, mi respiración se agita tanto como mis latidos amenazan por
hacer que mi pecho explote. ¡Idiota!
Ya en su apartamento, cenando, suspiro, dejo los cubiertos sobre
el plato y me animo a encararlo.
—Wen me propuso una de estas noches ir a Mahone para tomar
unas copas con los del equipo —suelto nerviosa. Dáran mastica
más lento al oírme y despacio posa su atención en mí. Paso saliva
porque me enoja que deba preguntarle, porque por primera vez
siento la necesidad de sí, salir, hablar, hacer ese tipo de cosas. Se
recarga en el respaldo, toma un trago de su vino y se pasa la
comida.
—¿Unas copas?
—Sí, ¿qué, nunca lo has hecho? —pregunto con sarcasmo.
—Lo he hecho, muchos años atrás, luego noté que era peligroso
que me expusiera de esa manera y dejé de hacerlo. Lo que me lleva
a recordarte que tu vida está en peligro, que intento mantenerte a
salvo y que salir con empleados es lo peor que ahora mismo podrías
estar pidiendo —concluye.
Momentos de mi adolescencia regresan, me siento harta, muy
harta de ser y hacer lo que todo mundo espera o quiere, y no lo que
yo siento la necesidad de experimentar. Dáran no es mi padre,
menos mi abuela, pero me enoja, no lo puedo evitar. Lo cierto es
que no quiero que acabemos como la noche anterior, si apelo a mi
razón, está en lo cierto y no tengo argumentos para ello.
—Bien —digo dócil y continúo comiendo intentando ahogar este
sentimiento de frustración.
—¿Bien? —cuestiona incrédulo. Alzo el rostro, me mira sin
comprender.
—Sí, bien. Tienes razón. No es el momento. Ni siquiera debí
pensarlo.
—Tienes derecho a ello, Elle, a salir, divertirte. Imagino que a
veces lo hacías y lo extrañas…
—No lo hacía —interrumpo contundente. Su semblante cambia,
ahora me examina más perdido.
—¿Por qué? —quiere saber.
—No hablaré de mi vida contigo. Tú no hablas de la tuya
conmigo.
—¿Quieres hablar de mí? —pregunta cauto, midiéndome.
—La verdad es que no.
—Mentirosa —revira juguetón, pero intrigado, lo sé, ahora lo
conozco irremediablemente más. Él a mí, por ende.
—No quiero discutir de nuevo… —farfullo jugando con la comida.
Toma un poco más de vino, analizándome.
—Hablemos, entonces.
—No quiero seguir dándote información sobre mí.
—¿Qué quieres saber de mí? —Lo miro pestañeando. Por un
segundo pienso en dejarlo pasar, pero luego esta maldita curiosidad
hace de las suyas, me llevo un ravioli a la boca y lo medito. Él
espera entretenido.
—Cuéntame alguna travesura de tu niñez —pido sonriendo un
poco. Bufa llevándose las manos a la nuca y perdiendo la mirada en
el techo, divertido.
—Fui algo de cuidado… ¿Estás segura? —pregunta con tono
jocoso, pero orgulloso. Ya no dudo y afirmo.
Escucharlo narrar cómo fue que construyó una casa del árbol
donde solo los que pasaban pruebas temerarias podían ingresar:
desde saltar de un risco, hasta cruzar con un tronco sobre ríos
bravíos, trepar montañas empinadas y cosas así, de locos, me hizo
sentir ligera. Sonrío por la manera en la que lo cuenta, arrastra las
palabras de forma suave, pero a la vez llena de energía, lo recuerda
de una manera agradable. Una de esas travesuras fue juntar
gallinas, todas las metieron en aquel árbol. Cuando las encontraron
tuvo que regresarlas, después de una enorme reprimenda por parte
de su padre y tuvo que ayudar a recoger huevos durante un mes a
cada una de las granjas a las que les hizo la broma.
—No volví a hacer algo semejante, mi padre no se tentaba el
corazón —admitió ya empezando el postre. Yo sonreía mientras
hablaba imaginando a un niño de esa edad haciendo todo aquello,
no a él la verdad, aunque se nota que tiene esa vena de humor
torcido.
—Debió ser divertido.
—Lo fue, ciertamente. Pero en aquel entonces no tanto… ¿Ahora
me responderás? Ya te dije algo. Es tu turno.
—No es un juego… —reviro retrayéndome. Asiente analítico.
—¿Alguna mejor amiga o amigo? ¿Alguien así? —pregunta
despacio. Lo miro un segundo sin saber qué responder.
—No —admito al fin, poco después de un rato de silencio.
—Traje algunas cosas que quiero mostrarte. Espera aquí —dice
cambiando de tema. La tensión se diluye milagrosamente cuando se
levanta. Abre un armario con paneles de espejo y decenas de
juegos de mesa aparecen. Me levanto para acercarme, quedo
sombrada a su lado.
—¿Por qué? —quiero saber, aturdida.
—Elige uno —pide cruzado de brazos, a mi lado. Lo miro
arrugando la nariz—. ¿Qué? Anda, elige —me exhorta. Me
aproximo aún más y leo cada uno, hay hasta rompecabezas. La
mayoría ni idea de cómo se juegan o de qué van.
—No sé, no conozco ni uno salvo el ajedrez o el backgammon.
—No, de esos no hay aquí, queremos divertirnos, no ponernos a
dormir.
—¡No te hacen dormir!
—Claro que sí, y mira que sé jugarlos, ambos.
—Vaya, eres presumido.
—Si juegas conmigo y ganas en tres diferentes juegos, entonces
jugamos una partida de ajedrez o el otro. ¿Qué dices?
—Para variar bajo tus reglas…
—Bueno, ya sabes, soy mandón de profesión. Pero quizá temes
perder… ¿Es eso, wahine? —pregunta alzando su ceja marcada.
Entorno los ojos y le tiendo la mano aceptando el reto. Me da la
suya dándome un firme apretón. En cuanto me toca mis pulmones
se contraen. Me observa de esa forma ardiente que me enciende;
su pulgar acaricia el nacimiento del mío y luego me suelta, despacio
—. Elige —solicita viendo ahora los juegos. No entiendo aún por qué
hace esto, seguramente antes de que estuviese aquí no era su
manera de divertirse, aun así, me agrada, son cosas nuevas,
refrescantes, que me hacen sentir menos sosa y más joven.
~*~
Las siguientes semanas nos enfrascamos en competencias sobre
ello. No logro ganar salvo una vez, por mucho que busco juegos
más sencillos termino perdiendo. Me lleva años luz en maña, y yo,
recta y racional la mayoría del tiempo no atino a ganarle. Él es más
instintivo y bueno, aunque de varios admite que es su primera vez,
los entiende de inmediato, pero principalmente, los domina. La
verdad es que termino muchas veces soltando carcajadas sin
remedio, sobre todo el día en que jugamos a adivinar qué personaje
éramos, donde evidentemente no tenía yo ni una idea, pero él sí.
Fue divertidísimo verlo perderse en mis respuestas. Ganó, sí, como
siempre, aunque le costó y yo terminé con dolor de abdomen de
tanto reír.
Wen no volvió a mencionar nada sobre salir, pero Cass sí
comenzó a ser más directo. No me agrada la verdad, de alguna
manera me pone tensa y no es lo que necesito. Por otro lado, Dáran
empieza a aparecer de sorpresa en el laboratorio y noto cierto dejo
de molestia cuando se refiere a él. Seguramente ya sabe que mi
compañero es más solícito conmigo de la cuenta pese a que no le
he dado pie. Es un investigador brillante, pero un idiota al ponerse
en la mira de este loco que me mantiene con vida, eso me queda
clarísimo.
Después de esas madrugadas en las que surgieron algunas
ideas, pasaron unos días tranquilos en los que no avanzamos
mucho, pero de nuevo unos días atrás me ocurrió, la diferencia fue
que Dáran ahora solo me cargó y llevó a la cama sin reclamo
alguno, y que sí avanzamos al fin.

Ahora mismo voy rumbo a su oficina, en el último piso de aquel


lugar. Casi no me paso por ahí o en realidad prácticamente no lo
hago, pero me encuentro muy entusiasmada y tengo esta necesidad
de decirle, de contarle lo que ocurrió después de esas noches locas
que me tienen con ojeras. Decidí dejar el laboratorio una hora antes
para poder contarle. Siento, a pesar de todo, una confianza con él a
la que no estoy habituada, es como si de alguna manera me
pudiese aventar cuesta abajo y él estaría recibiéndome. Estúpido
quizá, pero es lo que siento.
Hemos tenido días buenos, la verdad, sin embargo, la tensión ha
crecido entre los dos, debo aceptarlo. Ahora cada vez que me toca
tiemblo. Me cuesta un poco más conciliar el sueño debido a su
aroma llenando mis pulmones. Me encuentro observándolo más de
la cuenta, escuchándolo con mayor atención, reconociendo sus
gestos.
Después de esa noche me ha narrado anécdotas similares. Me
divierte tanto escucharlo, suena a un niño travieso, pero feliz tanto
que apenas me puedo creer que sea quien es y es que no veo en él
a un hombre como cualquiera imagina que es allá, en el mundo
exterior del que vivo aislada. Dáran es instinto y es serenidad a la
par de ligereza. Pero también es hombría en su máxima expresión,
tanta que me noquea.
A veces sí necesito tiempo fuera por eso o por mí, claro está que
ya aprendió a identificarlo porque más que nada Dáran observa,
siempre luce alerta y atento, y entonces paso horas en el solariego,
leyendo novelas contemporáneas o clásicas que he ido adquiriendo
gracias alguna recomendación de su parte. Sabe muchísimo de lo
que sea, lee bastante. Pero en ese lugar pienso mucho en mi niñez,
en mi adolescencia, en mi vida, últimamente y no me hace sentir la
más feliz, de hecho es como un vacío que se extiende y ni la tarta
de higos me aleja de la sensación.
Cuando hablo con Aide le pregunto detalles de aquellas etapas y
concuerda conmigo abriéndose como no lo había hecho antes.
Ahora sé que se emborrachó varias veces, que asistió a varias
fiestas de las hermandades en la universidad, que… tuvo algunos
encuentros con chicos que ni el nombre recuerda.
—¿Por qué no me lo habías dicho? ¿Por qué no parece que
alguna vez lo hayas hecho? —pregunté atribulada en una de las
conversaciones. Sonrió con ternura.
—Elly, eres mi hermana menor, a la que debía cuidar, no me
parecía apropiado y, además, son cosas que cada uno debe
descubrir. Tanto “deber ser” en casa me asfixiaba, pero no notaba
que en ti surtiera ese efecto.
—No, creo que no, pero ahora… No sé, tengo la sensación de
que me he perdido de mucho.
—Entonces recupera el tiempo. Fuimos afortunadas, tuvimos una
educación impecable que nos ha dado buenas oportunidades, pero
también puedes divertirte, experimentar.
—¿Sabes que nunca he salido con mis compañeros de trabajo a
beber… algo? —confesé torciendo la boca. Sonrió como una madre
a un bebé. La amo más por ello.
—No, no lo sabía, aunque lo imaginé.
—Me he enfocado tanto en mi carrera, en las investigaciones, en
ser la mejor, que no sé qué sentido tendrá al final, ¿para qué? —
admití con tono ausente.
—¡Ey, Elly! Puedes ser ambas cosas, no van peleadas. Te lo
aseguro.
—¿Por qué tengo la impresión de que he vivido con una venda
en los ojos?
—Porque quizá así fue. Así fuimos criadas, pero tú siempre fuiste
más curiosa y dedicada, más obediente.
—Suena a aburrición total.
—Suena a una chica asombrosamente inteligente.
—Para fórmulas y ecuaciones, no para la vida.
—Pero tienes 24, ve y haz lo que deseas. Lo otro ya lo disfrutas
—aseguró sincera. Suspiré, si supiera toda la verdad, que esa chica
asombrosamente inteligente está atascada en una isla, su vida
peligra gracias a su formidable cabeza y además, duerme con un
hombre que la enciende como nunca nadie antes y por el cual sabe
que no debe sentir nada porque actuó mal, porque no está bien,
pero que cada día se consume más en ello.
—Sí, tienes razón. Eso haré.
—Creo que ya lo estás haciendo. Me gusta verte como te veo…
parece que estás despertando. Estarás bien, hermana, te lo aseguro
—musitó orgullosa. Le sonreí a cambio, aunque sintiéndome una
mentirosa como cada vez que hablamos, no obstante, me recuerdo
que lo hago por su seguridad, que nuestras vidas están de por
medio.

Por otro lado, Dáran no ha vuelto a besarme cuestión buena o


mala, ya no sé, porque mis labios, a veces, cuando se acerca de
más, lo reclaman. Es absurdo y quizá hasta ridículo, pero
cosquillean, lo cierto es que simplemente no sucede y sé que es lo
mejor aunque experimente este vacío en el vientre.
Ya hemos avanzado en el juego con balones, no en la piscina, si
no afuera, cuando el clima es más amigable. También hemos visto
varias películas de Disney, la verdad es que algunas me parecen
absurdas, pero otras, me han encantado y a él parece darle igual
ver eso que una de suspenso o drama. Simplemente me da el
mando, elijo y ve.
CAPÍTULO XV

El ascensor se abre, nerviosa salgo con Tom a mi lado,


obviamente, me sigue a todos lados pero como me cae bien pese a
su mutismo, ya no me quejo. La secretaria me sonríe al verme pues
me reconoce. Kelly aparece, nos vemos cada mañana, cuando
llegamos a este edificio y revisan la infinidad de cosas que ese
enigmático hombre debe atender durante el día, aun me asombra
que tenga tiempo de respirar siquiera.
—¡Qué milagro, señorita Elle!
—Elle —la corrijo—. ¿Está Dáran?
Llegó hace dos noches de un viaje que fue más largo de los que
suele, por lo que me dijo estuvo en Japón, pero no habla mucho de
sus negocios, la verdad tampoco le pregunto, pero debo aceptar que
por primera vez sí lo eché de menos.
Sale de Kahulback a menudo, pero no se ausenta más de una
noche o dos y en esta ocasión no supe nada de él por seis noches y
sus respectivos días. Me perdí en libros, películas, lo cierto es que
dormir costó trabajo; el espacio es grande y aunque ya no lo siento
tan ajeno, no me hace sentir segura. La cama no se sentía
calientita, y el no experimentar la tensión constante en la que me
encuentro al tenerlo ahí, cerca, me dejaba una sensación sombría.
—Claro, pasa. Tenemos instrucciones de que no avises, además,
no está en medio de algo importante —explica elocuente, una
llamada le entra y atiende, no sin antes mostrarme una disculpa con
un gesto, le sonrío a cambio. Abro despacio, un poco nerviosa. Su
aroma viaja hasta mis fosas nasales, entonces saco de mi abrigo
que llevo colgado en mi brazo un twizzler que dejé abierto por la
mañana, ahora siempre hay en el apartamento.
Él habla con dos hombres que están frente a las pantallas, los
tres se giran pero él sonríe al verme ahí, le devuelvo el gesto
cuando se acerca. Está vestido con tan solo un suéter ligero y
vaqueros, su cabello lo lleva recogido en un moño bajo. Mi cuerpo
reacciona.
—¡Vaya! Es una sorpresa tenerte por aquí, wahine —exclama a
un metro de mí, intrigado. Me cruzo de brazos, sonrojada.
—Quería darte la noticia de que al fin avanzamos —murmuro
alzando las cejas, orgullosa.
No esconde su satisfacción y en un gesto muy masculino y muy
suyo, asiente como si supiera que era cuestión de tiempo.
—Así que tu insomnio tuvo frutos —comenta relajado. Lo acepto
satisfecha y nerviosa, debido a su mirada pétrea. Pretendo darle un
mordisco a mi dulce presa de la ansiedad que me genera y a la que
comienzo a ser adicta, cuando se acerca a mí y guía mi mano hasta
su boca. De pronto el aire no es suficiente, está a unos centímetros.
¿Por qué me genera tanto? Lo muerde de una manera lenta e
imposiblemente sensual, que aunque no estoy familiarizada con la
palabra, sé que es la única que lo definiría. No obstante,
repentinamente su expresión cambia, se torna serio y me arrebata la
envoltura, furioso, hace un gesto extraño y se saca el contenido
escupiéndolo.
—¿Quién te dio esto? —pregunta casi gritando. Retrocedo sin
entender, alarmada.
—Tú, los tomé del apartamento.
—¿Los abriste aquí? —Y noto que empieza a palidecer, cierra los
ojos con fuerza, luce mareado.
—No, por la mañana me comí uno, luego los dejé en el abrigo.
¿Qué pasa? —Se tambalea. Me acerco pero me hace a un lado con
el brazo—. Dáran, ¿qué tienes? —quiero saber nerviosa y
preocupada ahora.
—¡Tom! —grita. La puerta se abre. Los hombres que estaban
trabajando ya se acercan intrigados, uno lo sujeta antes de que
caiga. Luce pálido, sudoroso, extraño. El ácido sube a mi garganta.
Es enorme, entre ambos no lo podrán si se desploma, pero además,
ver a una figura como él doblegarse es irreal.
—¡Dáran! ¿Qué pasa? —No me responde.
—¡Llévatela! Qué no salga —ordena. Aparecen sus escoltas, son
dos enormes, y Kelly, junto con la recepcionista. Tom me señala la
salida, pero niego acercándome a Dáran, asustada. Luce mal, en
tan solo segundos luce muy mal. Sujeta el respaldo de un sofá para
no caer de lleno, aprieta los dientes.
—¡No! ¡Dime qué pasa!
—¡Ahora, Tom! ¡Cómo sea, llévatela! —manda tambaleándose de
nuevo. El escolta al ver que no cedo me carga por la cintura, pataleo
aterrada.
—Llama a Daniele —pide a alguien—. Perderé el conocimiento…
—les avisa con voz pausada—. Apliquen el código azul, ¡ya! —Y
Tom no me suelta por mucho que lo intento y lo último que veo son
sus ojos miel apagados.
No le hago fácil la tarea a este hombre, lo muerdo, golpeo, y
busco que me deje, pero no cede ni un ápice. Quiero llorar, saber
qué ocurre. A cambio logro que me lleven a la casa y me encierren
en el apartamento. Intento salir pero Tom me regresa. Lo insulto, le
digo mil cosas que ni sabía podían salir de mi boca. Le importa poco
y me encierra, de nuevo.
—Por favor, solo dime qué pasó, ¿qué le ocurre? —le suplico la
quinta vez que intento salir.
—No estoy autorizado para dar información, pero está siendo
atendido. En cuanto pueda comunicarle algo, lo haré. Se lo aseguro.
Ahora por favor entre, no puede salir, es arriesgado.
—¿Mi seguridad? ¿Es eso?
—Por favor, señorita Elle, solo entre y aguarde.
—Se veía muy mal, Tom.
—Tranquila, cene y espere. Es lo único que puedo decirle —
solicita educado, lo cierto es que me siento al límite, gruño, le doy
un empujón que no lo mueve y entro sin remedio.
Temblando doy vueltas por el lugar. Temo que le pase algo, por
mi seguridad, claro está… pero una parte de mí, una que crece
durante esos segundos, termina admitiendo que también por él. De
pronto me aterra no volver a verlo reír, o escucharlo decir algún
comentario perspicaz que me provoque, los paseos por la isla, o las
tardes de juego, su manera de mostrarme un mundo que ni yo
imaginaba con simples detalles, con detalles comunes que me han
hecho ver las cosas de otra manera.
Atisbo el rompecabezas de 5000 piezas que estamos armando
en una parte del comedor. Lo empezamos poco antes de su viaje y
pasamos casi tres horas ahí, inmersos en un silencio muy
agradable, con música de fondo de alguna de esas bandas que le
agradan y que ahora no me parecen tan molestas.
No, no quiero que le pase nada por él, no por mí. Entender eso
me deja noqueada en el taburete crema que está a un lado de la
entrada.
El reloj avanza, sigo sin saber nada. ¡Maldición! ¿Por qué nadie
me dice algo, lo que sea? Recuerdo que no soy más que una
fórmula, que estoy aquí por ello. Tontamente mi mente inexperta se
ha dejado envolver creyendo otras cosas que no son. A mí no tienen
nada que comunicarme, en realidad sería a la última que le dirían
algo porque no soy nada suyo, porque estoy aislada y mi
importancia recae en lo que pueda lograr.
Las lágrimas escuecen. Tres meses en este lugar, puedo recordar
sin problemas los primeros días… Las preguntas, los miedos, y no
entiendo cómo es que me encuentro hoy, aquí, agobiada por él, por
su salud. Debería desearle cosas horribles, quizá así podría… No,
mi seguridad, mi hermana. Sollozo. Porque de todas maneras a
quién engaño, prefiero estar aquí que en cualquier otra parte y
aceptarlo me parte en dos, pero me libera de alguna manera.
La cena llega, ya no busco salir, solo se asoma Tom para decirme
que aún no tiene noticias. Intento ingerir algo de lo que llevan, no
puedo. Me doy una ducha, me pongo algo cómodo y espero sobre
uno de los sofás, con las piernas recogidas rodeadas por mis
brazos. Afuera está oscuro, han pasado más de cuatro horas. Voy
hasta donde está el rompecabezas, busco colocar alguna pieza, no
puedo. Doy vueltas por todo el lugar, al final termino sentada con
todo apagado junto a la ventana enorme que da a la parte trasera de
la casa, a esa donde jugamos con los huskys, o me ha enseñado a
usar el balón. Sonrío a medias.
Ya no soy la misma que llegó aquí, comprendo perdida en el
exterior nevado y no tengo idea de si eso es bueno, o malo, lo cierto
es que paradójicamente, pese al encierro, comienzo a sentirme…
libre.
El reloj avanza, nadie me dice nada. Tampoco ya lo intento, solo
ruego que sobreviva, que pronto pueda escucharlo reír, o hablar de
esa forma profunda, que me provoque y comencemos nuestras
típicas guerras que llevan razón, pero no por ello le quitan la
particularidad de lo que ha ido conformándose entre nosotros.
Me repito una y otra vez que estará bien, que es un hombre
fuerte y nada le pasará. Pero no tengo idea de si se trata de una
enfermedad o algo relacionado con el dulce. He llegado a pensar
hasta en veneno, sin embargo, eso suena demasiado porque el
dulce era mío y entonces… No, niego con la cabeza enérgica,
mandando lejos ese rumbo de mis pensamientos, pero mi yo
cuestionadora de los hechos me dice que no lo quite de mi lista de
posibilidades.

Ya es de madrugada, estoy molesta, salgo y Tom permanece ahí,


de pie.
—¿Qué no duermes? —rujo cuando me mira, circunspecto.
—No hoy.
—¿Qué pasa? No pueden tenerme aquí, así.
—Estamos averiguándolo, mientras tanto, no puede salir. Son
órdenes —explica. Luce cansado, pienso en responderle algo
altanero, decido tragármelo porque me da pesar que no pueda ni
siquiera ofrecerle entrar, de antemano sé que dirá que no.
—¿Cenaste? —me encuentro preguntando, me observa
arrugando el ceño solo un poco—. No —adivino y lo dejo ahí, de pie.
Voy por una silla ligera que está a un costado del comedor y se la
doy—. Siéntate, por Dios —exijo y no le doy tiempo de nada porque
entro y saco lo que me mandaron de cenar—. Y come —ordeno con
tono osco. Apenas si lo alcanza a tomar porque lo suelto.
—No puedo —niega sorprendido, nervioso. Es la primera
reacción que le veo.
—Sí puedes, es mi capricho y puedes. Ahora siéntate y come,
que si debes cuidarme por lo menos que estés alimentado y no con
las piernas entumidas por estar de pie.
—Es mi trabajo.
—Me alegra, ahora come y siéntate. Vendré a ver que esté
terminado en un rato.
—Debería dormir —me insta notoriamente desconcertado, no
sabe qué hacer. Me encojo de hombros.
—No hoy —le respondo y me meto.
Me paseo por ahí, prendo el televisor pero nada. Tomo el libro
que estoy leyendo, no me ayuda, todo el rollo de intrigas en
Millenium, que es lo que leo, me pone peor. Gruño. Le pido a Frivóla
que ponga una de sus listas, me hace caso y suena un poco de rock
de los noventas, lo sé porque me lo dijo él. Me siento a un lado de la
ventana y me pierdo de nuevo. Me gustan varias de esas canciones.
¿Cómo es que jamás había escuchado eso? Pasa un tiempo y
decido salir. Tom habla con otro hombre de seguridad, me miran.
—¿Terminaste? —pregunto buscando la charola.
—Buenas noches —saluda el recién llegado. Tom asiente nada
más, aunque noto agradecimiento en sus ojos.
—¿Hay noticias sobre Dáran? ¿Está bien? —quiero saber.
—Lo lamento, el doctor Daniele no ha permitido que nadie
conozca su estado. Es parte del código.
—¿Del azul? —recuerdo como un sueño cuando él lo dijo. Ambos
asienten.
—Gracias —respondo y me meto. Suspiro pesarosa y me siento
en el taburete junto a la entrada. La música cesa cuando se lo pido.
Me acurruco ahí, esperando. Si Dáran llegase a… morir —mi
garganta escuece de solo pensarlo— qué sería de mí, a dónde me
llevarían, con quién. Además de mi preocupación obvia por su salud
y es que me impresionó muchísimo verlo débil, pues de él es lo
último que imaginas, está mi vida que depende de la suya,
comprendo agobiada, nerviosa.
Quiero que vuelva, eso es lo único que sé en este momento.
Cinco de la mañana, no dormí, ya no salí, juego con un hilo suelto
de la chalina que me coloqué encima horas atrás. Mi mente empieza
a pensar en los peores escenarios, todos me llenan de miedo, debo
aceptar, y en todos él no está ahí, cuestión que me angustia más
que cualquier otra cosa en este momento.

Amanece, tengo el cuerpo entumido. Suspiro pesadamente


mientras me dirijo al baño. Para estas alturas mis nervios están
deshechos y mi miedo crecido, pero intento mantenerlos a raya.
El desayuno llega a la hora que acostumbra. Tom me ve, estoy
sobre el enorme taburete.
—¿Nada?
—No sobre lo que necesita saber. Pero debe estar bien, de lo
contrario ya sabríamos qué procede —me informa con su típico
tono, aunque menos inmutable—. Coma, por favor.
—Gracias —respondo recargando la cabeza en mis rodillas
flexionadas. Su aseveración no me da la paz que requiero.

Pasan más horas y justo cuando pretendo salir para decirle a


Tom que o me informan sobre Dáran o haré alguna locura, las
puertas corredizas se abren. Me yergo y me quedo estática cuando
él aparece, pálido, ojeroso, y uno de sus escoltas lo ayuda a
caminar. Nota mi presencia, mis ojos se anegan.
—Yerba mala nunca muere, wahine —bromea con su tono de voz
que me eriza, aunque cansado y rasposo. Me acerco temblando,
aturdida y aliviada. Tras él viene Kelly y otro par de hombres.
—¿Qué ocurrió? ¿Por qué nadie me dijo nada? —quiero saber,
nerviosa, temblando de nuevo. Deseo gritar del alivio, llorar también.
No me responde, solo se gira despacio hacia su gente.
—Solo ayúdame a subir —solicita a su escolta—, los demás,
saben qué hacer. —Y de pronto solo quedamos los tres. Los sigo
mientras sube despacio—. No desayunaste —señala cuando ve
desde las escaleras la comida en el comedor. No respondo, no
puedo, solo atino a subir tras ellos rodeándome con mis brazos. Su
escolta lo ayuda a que se siente sobre el colchón.
—Gracias, Ron, releven a Tom y espero noticias —ordena
sereno, aunque firme. El hombre asiente, inclina su cabeza cuando
pasa a mi lado y baja.
Permanezco de pie justo a un lado de las escaleras. Dáran
mantiene la cabeza gacha, parece buscar recobrar el aliento. Se
repente se quita el abrigo que lleva y lo avienta a los pies de la
cama, luego la camiseta, abajo lleva puesto solo unos pantalones
deportivos y calzado igual. Se los quita con esfuerzo, quisiera
ayudarlo pero me encuentro clavada ahí, a unos metros de él. Al fin
lo logra, acomoda unas almohadas y se recuesta soltando el aire.
Luce tan desmejorado que mi pecho se contrae más.
—Ven aquí —requiere mirándome ahora sí. No dudo y me
acerco, palmea un pequeño espacio al lado de su cadera—.
Siéntate —pide con suavidad. Obedezco con un nudo en la
garganta.
—No estás bien aún —logro decir. Niega agotado.
—Me tomará unos días.
—Nadie me dijo… nada —suelto con voz rota. Se incorpora
despacio y queda a tan solo centímetros de mí. Lleva el moño
suelto, varios cabellos ondulados se escapan, tiene ojeras pero yo
solo puedo pensar que está ahí, vivo. Sin pensarlo siquiera sollozo.
Dáran alza mi barbilla y me acerca a él.
—Estoy bien, todo irá bien. —Huele a medicamentos, a hospital
en realidad, aun así, no me importa y me pierdo en su tacto, en sus
facciones—. No me mires así, wahine —suplica.
Entrecierro los ojos al percibir su aliento fresco, presa de la
situación me acerco, porque si no lo hago me derrumbaré. Él lo nota
y avanza también, midiéndome. Necesito sentirlo, es lo único que sé
en este momento, así que sin esperar demasiado poso al fin mis
labios sobre los suyos y se siente… correcto a pesar de todo. Gime,
su mano rodea mi cuello, yo alzo una mía y la enredo en su nuca
perdiéndome al fin en la textura de su cabello que es tan recio como
él, la otra la coloco sobre los músculos de su hombro. Me siento
absurda, inexperta incluso, sin embargo, no me detengo.
Sus labios disparan cualquier cantidad de sensaciones que no
imaginé existieran. Se sienten elocuentes, firmes, pero delicados a
la vez. Me prueba con paciencia, y en esta ocasión, yo también.
Aferra uno de mis labios, lo succiona ávido, luego yo hago lo mismo.
Jadea y mi piel se derrite. Una humedad desconocida aparece entre
mis piernas, gimo buscando más. Lo percibe y me rodea por la
cintura acercándome, respondo y rodeo su cabeza con ambas
manos. Su lengua entra en mi boca, la sorpresa pasa en el instante
en el que yo deseo hacer lo mismo, así que lo imito con un dejo de
timidez.
No puedo describir con más palabras este momento; plenitud,
saciedad, ansiedad y a la vez serenidad, pero sobre todo,
necesidad. No nos detenemos, su barba genera un picor sobre mi
piel, pero lo deseo igual, sus manos me tienen bien sujeta y yo solo
puedo pensar que besa delicioso, como si buscara derretirme con
cada roce, con cada embestida y lo logra.
Repentinamente disminuye el ritmo, que comienza a ser más y
voraz exigente. Lo noto cuando lame la comisura de mi boca y aleja
mi rostro apenas del suyo, para luego posar su frente sobre la mía,
cerrando los ojos.
—No digas nada —le demando nerviosa encarándolo, él ya me
observa de esa forma felina, sonríe asintiendo despacio.
—Necesito una ducha —dice a cambio, asiento aun turbada, pero
sonriéndole—. ¿Me ayudarías a llegar? —pide inspeccionándome.
Ambos somos un desastre, lo sé, pero no me importa, no puedo
arrepentirme de ese beso, lo necesitaba tanto que sería absurdo.
—Luego me dirás qué pasó. —Roza mi mejilla con el dorso de su
mano y esa caricia se siente tan bien que no logro apartarme,
tampoco lo deseo.
—Sí.
Esos minutos en que no lo veo permanezco con la mente en
blanco sobre la cama, no quiero pensar, no debo hacerlo, me obligo.
Cuando está limpio, lo ayudo a recostarse. Me acomodo sobre la
cama, del lado opuesto y aguardo. Extiende su mano, quiere la mía,
dudosa y tímida se la doy, luego me jala y quedo a su lado, pero
frente a él.
—Elle…
—Tenía algo el dulce, ¿verdad? —lo interrumpo nerviosa. Su
expresión cambia, luce irritado y contrariado.
—Sí, alguien del laboratorio quería que fueses tú quien lo
comiera… De haberlo hecho, no estaríamos hablando ahora mismo
—afirma acariciando mi cabello, mi nuca. Dios, se sienten tan bien
esas caricias y no me doy cuenta hasta ese instante de cuánto las
ansiaba. Aun así, abro los ojos de par en par. Una cosa es pensarlo
y otra que sea verdad. Es una sensación inexpresable saber que
alguien desea hacerte daño, acabar con tu vida, peor, mucho peor.
—¿Querían… querían matarme? —Pasa su enorme mano por mi
mejilla y luego acaricia mi labio inferior y apesadumbrado, asiente.
—Si con tan solo probarlo, y aunque escupí casi todo, me puse
así, Elle, tú no lo hubieses logrado —expresa buscando mis ojos. Lo
observo sintiendo como hielo recorre mis venas y un sudor frío se
instala en mi columna vertebral. Es como llevar todo de la ficción a
lo real, a mi vida.
—¿Quién?
—Wen —me informa con cautela. Parpadeo atónita, negando.
—No, ¿cómo sabes? No lo creo. —Tiemblo de pies a cabeza.
Esto es una pesadilla aterradora.
—Fue ella. Ayer en la noche lo descubrieron. Elle, ese dulce tenía
la cantidad exacta de veneno para alguien de tu estatura y
complexión.
—No, no, no entiendo. ¿Ella, por qué?
—Porque es una infiltrada, porque la chantajearon. Estamos
averiguándolo. Mientras tanto no irás ahí unos días. Tenemos que
escarbar en cada uno de los investigados, seguir protocolos. Yo
también estoy consternado, es una excelente bioquímica, una
lumbrera, pero esto, lamentablemente es así…
—Es espantoso —susurro llorosa.
—Pasará, lo prometo. —Niego acongojada, bajando la mirada.
Su mano sigue en mi rostro, me acaricia con dulzura, una que en
definitiva necesito, una que parece él también.
—¿Y tú? —quiero saber tomándolo por sorpresa. Luce tan
cansado, aun así, me sonríe.
—Yo fui sometido a unos espantosos lavados de estómago, no
puedo comer nada sustancioso hasta dentro de dos días, pero te
salvé el trasero, así que sobreviviré —medio bromea, medio no.
Clavo mis ojos en los suyos, que no han dejado de mirarme.
—Lo lamento —murmuro. Niega acercándose con esfuerzo, toma
mi rostro entre sus manos.
—No hay nada qué lamentar, estoy aquí, tú indemne —dice muy
cerca de mi boca. Por impulso lo abrazo, me rodea casi enseguida,
con poca fuerza pero para mí es suficiente porque me permite soltar
algunas lágrimas que se crearon durante las angustiosas horas.
—No puedo creer que en esto se haya convertido mi vida —
expreso con mi mejilla en su hombro, perdiéndome en su aroma, en
la textura de su piel, mientras él acaricia mi espalda.
—Lo que importa es que ahora mismo está todo controlado.
Estás a salvo. —Me separo y lo observo, torciendo los labios.
—¿A cambio de tu salud? Pudiste morir —expreso cauta. Suspira
recargándose en las almohadas, exhausto.
—Pero no ocurrió. Y mi salud estará mejor, solo tengo que dormir,
en serio no lo hice en toda la noche —se queja como si nada—. Y tú
tampoco, por lo que veo —señala evaluándome.
—Estaba preocupada.
—Creí que te haría feliz que no regresara —dice en tono ácido.
Arrugo la frente, molesta.
—Jamás desearía eso, aunque… —y bajo la mirada—, también
me dio miedo el no saber qué ocurriría conmigo si eso… pasara. —
Acerca una de sus manos a las mías y la envuelve. Somos un
contraste tremendo. Nos observo.
—Sé lo que hago, Elle, si eso ocurriera mi gente sabe qué hacer
y en ningún panorama tú estarías desprotegida —asegura. Suspiro
y me animo a encararlo.
—Debes descansar —repongo con suavidad, buscando alejarme.
—Tú también.
—No sé si pueda…
—Inténtalo, anda, y lamento mucho que pasaras así la noche. Es
delicada la información y lo mejor en esos casos es la falta de ella.
—Entiendo —digo con un poco de recelo. Acuna mi barbilla un
segundo, lo veo a los ojos.
—No, no entiendes. Tú seguridad es por ahora una de las cosas
más importantes para todos aquí.
—Debo terminar lo que empecé, lo sé —argumento agotada.
—En más sentidos de los que piensas. Ahora… baja y come
algo, luego ven y descansa. De todas maneras no podremos salir en
unos días.
—No tengo hambre —replico. Aspira con fuerza, negando.
—Ven acá —demanda al tiempo que me jala y me coloca sobre
su costado. Primero me quedo estática, nunca había hecho algo así,
pero noto como ese beso lo cambia todo en su comportamiento
hacia mí. Es como si le hubiese abierto una puerta que esperaba lo
dejara pasar. Luego rodea mi cintura con familiaridad, como si
siempre lo hiciera, y se acomoda, con mi mejilla sobre su pecho,
besa mi cabello y suspira—. Al fin estás donde debes, wahine —
escucho que murmura como entre sueños.
No sé si sonreír o quitarme, lo cierto es que no me alejo, su
aroma, su brazo torno a mí, los latidos de su corazón fuertes y
constantes, la seguridad que me regala y que durante horas no
sentí. Me empiezo a sentir adormilada gracias a la tensión
acumulada, me remuevo un poco, agarro posición y caigo dormida
en un santiamén, ahí, tan cerca de él como me juré nunca hacerlo,
pero ya nada es lo que debería.
CAPÍTULO XVI

Me remuevo y entonces soy consciente de lo que ocurre. Estoy


sobre la cama, él me rodea por la espalda y siento su respiración
pausada sobre mi cabello. Abro de par en par los ojos. Afuera el sol
ya no luce tan alto, no tengo idea de cuánto tiempo hemos dormido,
pero me siento descansada y… bien, con su enorme mano
rodeando mi cintura suavemente. Me gusta la sensación de su
mano torno a mí.
Durante todo este tiempo durmiendo en la misma cama, no he
despertado de esta manera. Suele levantarse al alba e irse al
gimnasio, casi a diario, y cuando regresa, yo ya estoy duchada y
vestida, él se arregla en un santiamén y desayunamos juntos. La
cama es tan grande que la verdad poco lo siento y es tan sigiloso
que ni lo escucho.
En esta ocasión no es así, él debe estar realmente débil como
para ni moverse. Experimento un revoltijo de emociones, no sé cuál
es la más fuerte, pero por primera vez decido no pensarlas y eso, en
mí, es trascendental. Está ahí, vivo, yo también, es lo que debe
importar.
Me duele lo de Wen, porque se siente como un engaño y porque
quizá dio señales y soy tan ingenua que no las vi. De pronto evoco
ese beso, cierro los ojos suspirando apenas, fue… fue asombroso,
lo que ansiaba, quizá lo que necesitaba. Lo cierto es que no sé
cómo comportarme ahora, qué hacer, cómo dirigirme a él. Siento
que algo al fin se destapó, algo que era inevitable, pero no tengo
idea de qué cauce tomarán las cosas ahora.
Otra vez apelo a mi convicción de no pensar demasiado y
agradecer el poder estar viva de nuevo, gracias a él. Me muevo muy
despacio, se queja un poco, ceso unos segundos, luego de nuevo
tomo con cuidado su antebrazo y lo aparto. Se mueve del todo
quedando boca arriba, lo miro culpable. Observa su alrededor, luce
agotado aún.
—Lo siento —digo en voz baja cuando me mira al fin, sonríe
negando, relajado, luego se frota los ojos. Lo admiro sin
contenerme.
—No pasa nada, wahine… —dice con voz adormilada.
—Duerme, yo… tengo hambre y ya descansé suficiente —explico
con suavidad. Me estudia y acerca una de sus manos a la mía,
encerrándola ahí, con su calidez. Por instinto pienso en quitarme,
pero atrapada en sus ojos, la dejo y disfruto de lo que genera.
—Me alegra.
—¿Cómo te sientes?
—Como si me hubiese pasado encima una estampida de búfalos
—asegura cruzando su brazo por la frente. Le sonrío con candidez,
me devuelve el gesto.
—¿No debes tomar medicamentos, o algo? ¿Tu comida? ¿Te
pido algo?
—¿Serás mi enfermera, wahine? —replica juguetón. Dejo caer
los hombros rodando los ojos. Sabe que quitaré la mano y lo evita
acercándola a él de modo que mi cuerpo se mueve, la besa con
cuidado absorbiendo mi aroma. Mis labio se secan, mi piel se eriza
—. Los deben haber dejado abajo, no te preocupes. En cuanto a la
comida, la verdad es que por ahora en realidad no tengo hambre.
—Iré a revisar —anuncio alejándome porque no quiero terminar
besándolo, no me parece el momento. Asiente cerrando los ojos. En
serio está exhausto.
En efecto, hay una receta. Indica con claridad qué tomar y cada
cuánto. También hay suero para que beba. Me acerco al teléfono y
pido que me comuniquen con el médico. Me toma la llamada casi de
inmediato. Me pregunta por Dáran, le informo que está bien pero
que necesito me explique lo apuntado.
—Voy para allá, ¿te parece? —pregunta y acepto.
Subo y él ya está dormido de nuevo. Lo observo con ternura. Me
lavo la cara, los dientes, me sujeto el cabello con una trenza mal
hecha y bajo. Pido algo de comer, también algo para Dáran que
haya indicado Daniele. Éste llega cuando cuelgo, le abro y pasa.
—¿Cómo se encuentra? —quiere saber algo tenso. Lo insto a
sentarse en la sala, me sigue y lo hace. Lleva una bolsa de estraza.
—Está dormido, ha dormido desde que llegó.
—Eso es bueno, pero debe comer algo y tomar lo que he
recetado. Escucha, Elle —habla muy bajito—. Le dije que era mejor
que permaneciera en observación donde tengo personal que lo
puede monitorear, no quiso, también rechazó categóricamente una
enfermera.
—¿Está en peligro si se queda aquí? —deseo saber, arrugando
el ceño. Niega.
—No, la verdad lo peor ya pasó y lo detectó tan rápido que se
hizo lo adecuado para lo que ingirió.
—Bien. Entonces dime qué hacer.
—¿Tú… te encargarás? —inquiere medio sorprendido.
—Sí, me salvó la vida. Dime —insisto. Me sonríe complacido y
me explica paso a paso lo que debo saber. También me comenta
que de pronto puede tener náuseas, mareos, pero que irá
mejorando. Las inyecciones, presión y demás, vendrá él
personalmente a tomarlas tres veces al día y va listo para ello.
Entiendo todo, aclara mis dudas y lo insto a subir. Al final no soy
quien para cederle el permiso, me siento a comer más serena e
imaginándolo tal cual como me dijo; exigiendo ser llevado a su
habitación. Es terco, eso lo tengo clarísimo. Me encuentro menos a
la defensiva, detecto mientras como, perdiendo la atención en el
exterior, es algo paradójico, pero no me desagrada, aunque debería.
Escucho murmullos arriba, lo despertó y lo está revisando,
comprendo. Qué ellos se enrollen, me digo medio sonriendo cuando
lo escucho gruñir. Destapo lo que le mandaron a él, rio más. Es
apenas gelatina y un caldo con pocas verduras. Come como si no
hubiese un mañana, esto lo mantendrá en los límites de su
supervivencia.
Lo tapo de nuevo sintiendo, por primera vez, ternura al pensarlo,
eso despertó con todo lo que ha ocurrido y no entiendo por qué,
pero es así. Verlo desvalido no es algo con lo que imaginé lidiar
algún día desde que llegué aquí, y ahora mismo es como está;
vulnerable, débil, aunque sé que no durará mucho, se ve que es un
hombre absolutamente determinado. Dáran me gusta, acepto
pinchando distraída un trozo de pollo. No debería pero es la verdad,
ese hombre me gusta y mucho.
Daniele baja, resopla divertido.
—¿Está bien? —pregunto desde mi lugar, con la taza de café en
la mano. Se rasca la cabellera rala.
—Sí, pero, aun tiene la presión baja. Debe comer aunque no
tenga apetito. Elle, Dáran es muy obstinado —señala, asiento
totalmente de acuerdo con él—. Si tienes problemas para manejarlo
no dudes en buscarme, tal como lo hiciste.
—Sí, lo haré.
—Bien. Serán unos días de desorientación, mucho dormir, los
medicamentos le ayudan a contrarrestar pero lo adormecen.
—¿Tendrá secuelas? —quiero saber de repente, agobiada.
—No creo, en serio fue muy rápida su detección, pero si deberá
recuperar su salud poco a poco.
—¿Era fuerte eso que…? —No me atrevo a terminar. Me observa
y entiendo que él sabe para quién iba dirigido el ataque y yo solo
siento el estómago cerrado de nuevo, aunque de todas maneras ya
ingerí algo. Suspira y asiente.
—Mucho, a su paso lastima órganos.
—¿Entonces?
—Nada, lo escupió, no fue la cantidad adecuada, así que no lo
dañó de forma irremediable, pero sí temporal. Calculo que en un
mes estará como nuevo.
—¿Un mes? —inquiero asombrada. El hombre se acerca, mueve
una silla a mi lado y se sienta.
—Elle, no habríamos podido hacer nada por ti. Es letal.
—Sí, me lo dijo.
—Solo… confía en él, sabe lo que hace, te lo aseguro. Estás viva
y seguirá siendo así. Dáran no se anda por las ramas, imagino que
ya lo notaste, en nada. Es meticuloso, observador y ha sido
preparado para cosas que ni imaginas. Aquí estás a salvo —
determina. Lo observo y comprendo que se conocen de mucho
tiempo atrás, que ahí hay más que una relación laboral.
—¿Son… amigos? —deseo saber, dejando de lado lo que acaba
de decirme, aunque no en el olvido. Sonríe relajado.
—Sí —admite incorporándose—. Y ya que ambos decidieron
esto, cuídalo, lo que sea me llamas por favor no lo dudes, a
cualquier hora. Dormiré en la isla.
—Sí, lo haré —aseguro levantándome también. Me observa un
segundo y luego sonríe sacudiendo la cabeza. Algo piensa pero
obviamente no me lo dirá.
—Regreso por la noche, te aviso antes.

Me quedo sola en el salón, junto a la sala. Determino que es hora


de que coma cuando veo de reojo su charola en la mesa, pasa de
mediodía. Debe estar frío, así que primero decido subir a
inspeccionar el panorama. Él está boca arriba, con los ojos
cerrados, el cabello a los lados de su rostro, el dorso desnudo, una
punzada en el medio del estómago crece. No sé si despertarlo,
cuando lo escucho:
—¿Solo viniste a contemplarme, wahine? O me estás vigilando.
—Me detengo en seco y volteo ya en el primer peldaño, pues decido
pedir que caliente su sopa.
—No debes estar tan mal si puedes estar burlándote…
—Kararehe, lo sé —musita medio sonriendo, observándome con
los ojos entreabiertos. También sonrío.
—Sí, cuando te portas así eres un kararehe.
—¿Y cuando no?
—Dáran —acepto acercándome. Abre sus ojos por completo,
complacido.
—Soy ambos, entonces.
—Sí, creo que sí —musito a un lado de él—. Dice Daniele que
debes comer —le hago ver.
—No tengo apetito —farfulla con gesto de hastío señalando su
manzana de Adán.
—¿Tienes náuseas? —pregunto, toma mi mano y tira de ella para
que me siente, aunque con pocas fuerzas.
—Pocas, arde un poco la garganta y el esófago —admite
molesto, removiéndose despacio.
—¿Podemos intentarlo? ¿Quizá una gelatina? —pido con
suavidad. Me mira respirando hondo.
—¿Por qué debes pedirlo de esa manera? —se queja relajando
su expresión. Sonrío.
—¿Cuál manera?
—Esa —y acerca su mano a mi mejilla, pasa un dedo con
cuidado hasta llegar a mis labios. Con tan solo eso mi corazón se
aloca y bombea tan duro que siento que lo escucho. Luego baja la
mano hasta una mía, enreda despacio sus dedos en los míos y
asiente.
—La gelatina está bien —acepta después de unos segundos.

Lo observo ingerirla, lo hace pausadamente, sin prisa. No es


mucha pero se ha tardado bastante. Casi cuando la va a terminar la
deja en la mesilla, negando, con un gesto que me alerta. Respira
hondo y recarga la cabeza sobre la cabecera.
—¿Dáran? —lo llamo agobiada. De verdad no me agrada en lo
absoluto verlo así, me siento absurda y un tanto perdida. Uno de sus
brazos lo cruza por sus ojos, con la otra mano me pide un momento.
Espero y cuando al fin me mira, luce agotado.
—Debo luchar con las náuseas, tratar de retenerla. Ya pasó —
admite más tranquilo. Está tan pálido que no puedo evitar
preocuparme. Se levanta para ir al baño, imagino, pero se tambalea,
como puedo lo sujeto. Es enorme y poco podría hacer si se
desvanece.
—Dice Daniele que no quisiste enfermeras, ni quedarte allá
aunque era lo recomendable —le digo encaminándolo. Sonríe
negando.
—Es un cotilla —replica con frescura. Aunque se ve que pone
toda su atención en cada movimiento—. No voy a aceptar a nadie
que no seas tú aquí y… no quería preocuparte más —admite
cuando lo dejo en la entrada del baño. No sé qué decir a ello, paso
saliva, se gira con cuidado recargándose en el marco, acaricia mi
barbilla con el dedo pulgar e índice—. Ya soy adicto a esos
sonrojos, Elle —asevera con voz ronca, desvío la mirada y entra.
~*~
Duerme el resto del día. Decido leer ahí a un lado de la cama. Me
agobia que quiera levantarse y caiga por su necedad o que desee
devolver el estómago y broncoaspire. Así que aquí estoy bien.
Por la noche pasa Daniele, lo revisa de nuevo, aprovecho y me
doy un baño, me mudo de ropa y cuando salgo ambos apagan sus
voces, me miran. Dáran luce cansado pero más despejado, aunque
no entiendo lo que ocurre me hace sentir incómoda.
—Estaré abajo —solo digo, pero el médico niega levantándose.
—No, ya me voy. Deben descansar. Está mejor, aunque no me fío
—me informa guiñándome un ojo. Pestañeo, sin embargo, soy bien
consciente de la mirada de Dáran sobre mí, no la limita y se siente
intensa. Pienso acompañarlo cuando el susodicho me llama, me
detengo y Daniele se va, me acerco despacio.
—¿Qué ocurre? —quiero saber. Me deja espacio para sentarme
ahí, donde parece comienza a ser la costumbre.
—Le diste tu cena a Tom —expresa con su tono sereno. Ladeo el
rostro, no sé qué pase por su cabeza.
—Sí.
—Y sacaste una silla para él…
—Sí.
—Y lo mordiste —completa. Bufo.
—Sí, ¡sí hice todo eso! Y si piensas decirme algo, puedes
guardártelo, en serio. Me asusté muchísimo y luego él ahí, horas, de
pie, sin comer… No lo iba a dejar así, y lo volvería a hacer. Así
que… —No me deja continuar y posa un dedo sobre mis labios para
silenciarme, satisfecho, orgulloso incluso.
—Eres fascinante —murmura con suavidad. Mi pulso se siente
torpe, pestañeo cohibida. ¿Por qué debe generarme todo eso? No
entiendo—. No quiero que pienses que soy un desalmado, los
escoltas están entrenados para ello, lo que ocurrió fue muy delicado
porque no sabíamos hasta qué punto había infiltrados o hasta qué
punto llegaron. Tom cumplía con su deber.
—Lo sé, luego me disculparé por morderlo —acepto arrugando la
comisura de mis ojos. Ríe con suavidad.
—A ese hombre ya lo tienes en tus manos, mujer, te lo aseguro.
No es necesario.
—Pero no hice nada, bueno, nada que no debiera. ¿Cómo
pensabas que lo dejaría ahí, con el estómago vacío?
—Y arrastraste una silla y le diste tu cena —apunta arqueando la
ceja.
—Pues sí —confirmo. Sonríe satisfecho.
—Eres muy dulce, Elle, ¿te lo habían dicho? —pregunta cauto,
despacio, examinándome.
—No, y no quiero que me lo digas tú —farfullo avergonzada con
la intención de ponerme en pie. Lo impide al tiempo que se yergue
con esfuerzo, aproximándose. Acuna mi rostro entre sus grandes
manos y posa sus labios sobre los míos, con cuidado, apenas si
rozándome, pero con esto tengo para cerrar los ojos y permitir que
mi cuerpo experimente todo lo que este hombre genera. Sujeto sus
muñecas anchas solo porque me marea y suspiro cuando continúa
con ese beso casto, pero que me debilita sin duda. Se aleja un
poco, tardo en abrir los ojos, besa mi mejilla con suavidad y se
recuesta.
—Ni nadie, wahine —promete con un dejo posesivo. Desvío la
mirada, tensa, aun con su sabor en mi boca.
—Bajaré por tu cena —anuncio levantándome.
—Si no hay remedio… —refunfuña cambiando el tono. Con este
modo me siento más tranquila que con el otro.
—No lo hay —ordeno y bajo.
~*~
Transcurre la noche inquieto. Detecto fiebre en la madrugada. No
se queja, pero se remueve tanto que cuando me acerco un poco,
siento su calor. Recuerdo que su médico mencionó esto. Le
suministro lo que me indicó, lo traga con esfuerzo. Luce irritado.
Paso más de una hora a su lado humedeciendo su rostro que
transpira, cuando al fin cede parece estar más agotado que el día
anterior. Estoy también exhausta, pero le llamo a Daniele porque
aunque ya bajó la fiebre, no luce bien.
La mañana es difícil, enfermeras entran y salen, estaba segura
de que al final terminarían llevándoselo. Le ponen un respirador
durante unas horas y suero. Cuando la tarde comienza, se lo retiran.
No despierta hasta el anochecer. La verdad sentí el pecho oprimido
y mucha impotencia durante el día, más sabiendo la razón por la
que está así, y que, de alguna manera, yo la habría pasado mucho
peor, lo cierto es que él parece no molestarle haber ocupado mi
lugar en todo esto.
—Elle —me llama apenas si con voz. Me acerco de inmediato.
He colocado una silla junto a la ventana y me puse a leer después
de cenar. Daniele ya se marchó hace tiempo.
—Dime —hablo subiéndome a su cama para acercarme.
—Apesto —se queja arrugando la frente. Sonrío.
—No es verdad.
—Mentirosa.
—¿Quieres darte una ducha? —inquiero haciendo a un lado un
mechón de cabello que cubre su frente. Gime sonriendo ante el
gesto. No sé si rodar los ojos o sonreír. Luego me mira, agotado.
—Sí, solo llama a uno de los hombres y pide que cambien las
sábanas. ¿Puedes?
—Sí, ¿te encuentras mejor? —pregunto antes de irme. Suspira
removiéndose un poco.
—Lo estaré, solo no te agobies, ni te sientas culpable. Me gusta
que estés aquí, y definitivamente prefiero haber sido yo que tú —
admite relajado, sin embargo, su declaración me toma por sorpresa,
así que la evado.
—Ahora vengo —murmuro y cuando me voy a levantar me toma
de la mano y termino sobre él. No apesta, pero huele a medicina. Se
ríe como un niño, aunque débil. Alzo el rostro, él baja el suyo y besa
mi frente suspirando.
—En serio eres un arma poderosa, quizá hasta peligrosa —
determina sobre mi cabello.
—A veces no entiendo lo que dices —reviro alejándome,
apenada, pero con ansiedad por él. Acaricia mi cabeza, lo que
puede, luego baja la mano, sin fuerza.
—Eso es solo parte de tu encanto.
Lo ayudan a ducharse, cena un caldo sin queja. Fuera de lo que
imaginé, es un enfermo obediente. Lo revisan por la noche y está
mejor. Me ducho y caigo rendida, a su lado. No descanso del todo,
porque cuando se mueve despierto y coloco una mano cauta sobre
su frente, pero no regresa la fiebre.
CAPÍTULO XVII

Los días siguientes tienen sus momentos fáciles, otros no tanto.


Dáran es muy autosuficiente y busca arreglárselas solo. Su gente
sube para hablar con él e informarle lo que acontece. Me entero de
que Wen fue chantajeada, aun así, la tienen vigilada no sé dónde
porque no me lo dijo, ya que cuando su jefe de seguridad, Ron,
habla con él, me pide vaya al solariego. Lo hago porque la verdad sí
necesito un tiempo fuera y porque no son del todo mis problemas.
Tiene una reunión vía video con algunos socios, por lo que
entiendo, para ello se pone algo encima y se sujeta el cabello, luce
pálido, desmejorado, aun así, con energía.
Conozco a Dawn, nunca lo había visto. Él es la cabeza de sus
negocios, después están los directivos de cada empresa o
conglomerado. No imaginé, ni por asomo, el poder de Dáran. Me
asusta, por una parte, y me asombra, por otra, porque no lo refleja.
Digo, no soy tonta, vive como magnate, estira un dedo y miles de
cosas suceden, aun así, es sencillo, relajado, bueno, no todo el
tiempo. Escucho algo de lo que habla con Dawn, también con Kelly,
es directo y sin rodeos. Con sus escoltas lleva una relación más…
cercana, se podría decir y eso creo que se deba a que algo
comparten, algo de ese lugar del que no he averiguado más.
Su teléfono suena todo el día, le importa poco. Ha hablado con su
padre y madre, que de alguna manera supieron lo que ocurrió. Es
atento con ellos, elocuente, pero independiente y así lo tratan.
Daniele y él discuten cada tanto sobre lo que puede y no, yo prefiero
no meterme; no soy su enfermera, ni… su pareja, ni nada, son sus
asuntos, aunque he de aceptar que se excede de vez en cuando y
es que no cesan de entrar personas cada cierto tiempo por lo que
no duerme durante el día.
Yo me aburro un poco, he de aceptarlo, aunque paso tiempo con
los huskys pues ya no hay peligro, no ahí, y en el solariego. A veces
voy a nadar cuando lo sé ocupado, no es lo mismo. Me dijo que
prefiere que regrese al laboratorio en unos días más. No me agradó
pero no logré moverlo de ello y claro, discutimos, me bajé
enfurruñada y listo. A los minutos se me pasó, como suele suceder
porque entendí que algún motivo había… a veces el secretismo es
verdaderamente insoportable, lo cierto es que no soy nadie ahí,
nadie importante y no puedo exigir nada. Esto me tiene harta.
No nos hemos besado de nuevo, de hecho lo percibo un tanto
lejano, no busca mi tacto y tampoco algo más. Eso sí, no deja de
mirarme como suele; atento, perspicaz. Quizá es lo mejor, yo cedo
ante él tan rápido que es ridículo, y también eso me enoja, aunque
como prometí intento no pensarlo, solo que mi cabeza a veces me
traiciona.
El quinto día Dáran luce verdaderamente fatigado, está un tanto
irascible. Desayuna poco, se ducha con esfuerzos y cuando cae
sobre la cama duerme casi en el acto. Escucho voces. Un tanto
irritada porque ya estoy mareada de todo esto, bajo. Es Kelly, con su
asistente.
—Buen día, Elle —me saluda con esa sonrisa profesional que
tiene. Yo a su lado soy un desgarbo, debo añadir, cabello suelto,
jeans, blusa holgada, sin zapatos. Me cruzo de brazos y le devuelvo
el saludo, pero eso no me amedrenta.
—Hola, Kelly —correspondo.
—Tengo reunión con Dáran, con permiso —me informa, pero le
obstaculizo el paso negando. Arquea una de sus fabulosas cejas. Le
sonrío conciliadora.
—Escucha, Kelly, no se encuentra bien. Ahora duerme y es la
única manera de que se recupere, ya lo dijo su médico. ¿Por qué no
regresan más tarde? —le propongo con suavidad.
—¿Te dijo él que nos dijeras esto? —inquiere desconcertada, con
un dejo de molestia.
—No, es solo que he notado cómo estos días no descansa,
mejora muy lentamente. Ustedes trabajan para él, deben saber que
es importante recuperarse.
—Es muy importante, obviamente, más porque no debió ser
quien estuviese ahí, convaleciente —ataca con fingida educación.
Me doy cuenta de que no debo confiarme, de que no todos ahí son
lo que parecen.
—Lo lamento, cuando despierte le digo que viniste —determino
sin doblegarme. Ríe con disgusto y me rodea. La observo subir,
atónita, frustrada. Me cruzo de brazos aturdida mientras ella sube
elegantemente sin mirarme. Su asistente queda a mi lado,
esperando instrucciones, tecleando algo en su Tablet. Ofuscada me
pongo unas botas que dejé al lado de la puerta, abro y salgo.
¡Qué hagan lo que se les pegue la gana! Tom me sigue sin
comprender, pero en silencio. Salgo por la puerta principal y el frío
de marzo se me mete por los huesos, froto mis brazos notando
como enseguida mi vaho sale espeso.
—Señorita, póngase esto, por favor. —Giro y Tom está ahí, con
tan solo su traje, lleva un abrigo en la mano. Lo tomo y le sonrío a
cambio.
—Anda, vamos por uno para ti, y me pongo algo más —le digo,
asiente educado.
Camino por más de una hora con él a mi espalda. Los huskys me
siguen, serenos, luego termino sentándome cerca del mar. Está
helado, pero no me importa, en serio me siento profundamente
desconcertada, molesta y cansada. No sé cómo actuar, ni qué soy
aquí, además esta química que descubrí hace poco, esa que no
debía ser y que, para coronarse, ha avanzado sin remedio, aunque
reconozco, a estas alturas, que no como quisiera.
Tom habla por su audífono, pero nunca sé qué dice, tampoco lo
intento. En este sitio con ambos perros a mi lado, experimento paz,
esa que ahí en esa locura no encuentro desde hace días. Es como
si todo el mundo de Dáran estuviera encima de mí y pretendiera
aplastarme. Qué él lo soporte, es su problema, a mí me abruma e
incluso me parece abusivo, pero ciertamente está así por mí,
aunque de haber sabido no lo hubiese colocado en ese punto.
Experimento un revoltijo de emociones, sin embargo, noto que su
falta de cercanía está haciendo mella en mí y eso me irrita más. Me
regaño porque no debí inmiscuirme con Kelly, porque me tomé una
atribución que no me corresponde, porque… no debería añorarlo,
pero lo hago.
No sé cuánto tiempo llevo aquí, acariciando el pelaje de los
canes, con la atención en el mar, hablando de vez en vez con ellos,
pero mi trasero ya está helado y seguro húmedo.
—Señorita Elle, el señor Lancaster pide que regrese —habla el
escolta a un par de metros de mí. Estoy helada de la nariz que
seguramente debe parecer la de Rodolfo el reno. Asiento porque la
rebeldía no viene al cuento.
Entro al apartamento y todo está en silencio, subo despacio con
tan solo la ropa que salí, porque el resto decido dejarlo donde
siempre; en el closet donde está resguardada la ropa abrigada para
salir. Dáran lleva una camiseta ligera, y un pantalón deportivo,
holgado, no está bajo las cobijas. Se encuentra sentado con las
piernas en flor de loto y le cambia al televisor. Se ve más joven,
como un hombre despreocupado, la verdad eso es tan enigmático
en él que me atrae inevitablemente, lo cierto es que también luce
agotado. Está peinado con un moño bien sujeto, alto, su barba está
bien recortada, como suele. Me mira cuando estoy en el último
peldaño. No sé descifrar sus ojos.
—¿Tan harta estás de esta locura? —señala evaluándome. Niego
despacio.
—Mentirosa.
—Solo necesitaba salir.
—Alejarte.
—Bueno, es lo mismo —murmuro recargándome en el barandal.
—En lo absoluto. Acércate —pide, niego segura. Arquea una
ceja, intrigado—. ¿Harás que vaya por ti? —inquiere.
—Dáran, no, tú debes descansar. Iré a leer o algo, ¿sí? —y
pretendo bajar.
—No des un paso más, wahine —me advierte, respiro agitada y
volteo despacio. Está bajando los pies de la cama y camina hasta
mí tan lento que no atino ni a moverme, luego enreda su mano en
mi nuca con firmeza, rodea mi cintura y me besa con brío, como si
se hubiese estado conteniendo y ya no.
No lo vi venir y me aferro a sus hombros, alzando el rostro para
que pueda acceder por completo a mí. Adentra su lengua. Jadeo y
enredo la mía con la suya. Gime. Me prueba con deliberada lentitud,
pero sin frenarse. Su aroma se entremezcla, las sensaciones, mis
pezones se tornan sensibles y mi vientre late. Un calor húmedo
invade mi entrepierna y solo puedo ser consciente de cómo me
recarga en el muro para continuar ese beso que me está dejando
sin aire y es que es así, por lo que cuando me mareo, me separo,
aturdida. Coloco ambas manos sobre su pecho, jadeante. Él me
sigue rodeando, sin alejarse, pero me da espacio para llenar mis
pulmones.
—Mírame —pide con voz ronca. Tímida alzo la cabeza. Sus ojos
miel me atrapan, acaricia mi rostro con suma delicadeza y sonríe—.
¿Tienes algo que decirme? —pregunta cauto.
—No… —musito temblando, con mi respiración aún irregular.
Acaricia mi cabello, luego toma un mechón entre sus grandes dedos
y lo texturiza.
—No han sido fáciles estos días, lo sé —susurra. Respiro hondo
y lo hago a un lado. Se recarga en el muro, observándome.
—No debería meterme, ni siquiera debería importarme, pero
pudiste haber muerto y a todo mundo parece importarle poco. Me
parece increíble que no cesen en venir, buscarte. ¿Qué no se dan
cuenta de que necesitas descansar? —reviro sin poder ocultar mi
molestia, que no debería ser, pero que es. Se cruza de brazos,
sonriendo así, apacible como suele.
—Me alegra que te metas, también que te importe, wahine —
señala. Ruedo los ojos y me siento en la orilla de la cama con la
cabeza gacha, sujetando los lados del colchón.
—No debería, ni siquiera debería haberle dicho a Kelly que no
subiera… —admito vencida. Escucho sus pasos lentos y termina a
mi lado.
—Por eso apareció aquí… —comprende. Me giro avergonzada.
—Escucha, lo lamento, llegó a la hora que quedaron, pero te vi
tan cansado que le pedí que no subiera, que más tarde se vieran —
le explico con torpeza. Arruga la frente.
—Y ella subió de todas maneras y tú te fuiste —completa con
frialdad. Asiento—. ¿Qué te dijo, Elle? —Mis mejillas se tiñen. Gruñe
—. Si no me lo dices tú, lo averiguaré y me molestaré, mejor que me
lo digas, ya con tu color sé que no fue solo eso. La verdad no me
gustó nada que me despertara. Solo tú puedes hacer semejante
cosa, estuvo a nada de perder su puesto, créeme —asegura. No sé
qué decir ante ello. Me remuevo, no quiero ganarme enemigos. Nota
mi nerviosismo y enreda su mano en la mía, apretándola con
dulzura, me sonríe.
—Nada, solo eso…
—Elle… —insiste.
—Dáran, no me conocen aquí. Quiero decir, me tomé una
atribución que no debía. Ella trabaja para ti, quedaron a una hora, te
conoce más que yo, viajan juntos, es tu mano derecha. No debí
inmiscuirme —reviro agotada. Suelta mi mano y acuna mi barbilla,
firme, serio.
—Eres parte de mi vida, te guste o no, les guste o no. Ella es mi
empleada, tú mi mujer.
—No soy tu mujer —respingo buscando zafarme. Lo evita
negando, férreo.
—Lo eres, y por lo mismo nadie que trabaje para mí puede
siquiera hacerte sentir incómoda —determina. Comprendo a lo que
se refiere; Kelly no sabe que no estamos “juntos”.
—No fue nada, tenían trabajo pendiente —atajo, nerviosa por su
cercanía, por sus palabras. Humedezco mis labios porque se
sienten tan secos y es que soy un manojo de tensión. Suaviza el
gesto y me besa apenas, suspiro. Sonríe complacido y me mira
ahora más tranquilo.
—¿Te molesta que no me cuide? —pregunta muy cerca. Asiento
porque no tiene sentido mentir ya—. ¿Qué entren y salgan
personas?
—Es tu trabajo.
—¿Pero te molesta?
—Solo porque considero que es demasiado. Ya lo dijo Daniele.
—Daniele no es tú. Así que dime —pide besando ahora la
comisura de mi boca, mis terminaciones se disparan—. ¿Qué
propones?
—Que… —empiezo con esfuerzo—. Que vengan solo lo…
indispensable, a ciertas… horas —susurro cuando ya lo tengo sobre
mi cuello. Jadeo y sujeto sus manos que aprisionan mi rostro con
cuidado.
—Entonces así será, wahine —acepta regresando el camino
andado y buscando mi boca, lo recibo con ardor. Me toma por la
cintura y me acerca más. Termino casi sobre él, besándolo con
voracidad. No puedo ya someter lo que me genera, es más fuerte
que yo. Cuando caemos sobre la cama, cesa despacio, está sobre
mí, complacido, su enorme pierna está entre las mías y soy
consciente de su erección en mi cadera—. Eres muy suave —
musita deleitado, repasando con un dedo los ángulos de mi rostro—.
Y tenemos tanto tiempo por delante que no correré, no contigo —
asevera y besa mi frente, sentándose y ayudando a incorporarme—.
Gracias por estar con Kamille y Kaisser estos días —dice
cambiando de tema, buscando mi mirada, le sonrío con el pulso
alocado, luego toma una de mis manos y se la lleva a los labios.
—Me gusta estar con ellos.
—Y a mí que te guste. Les agrada tu compañía.
—¿Vino Daniele? —pregunto sin soltar su mano, porque él
observa mis dedos, los traza con cuidado, como memorizándolos.
—Sí, debo descansar.
—Lo sé.
—Hoy ya no veré a nadie, pero tú estarás conmigo —propone.
Entorno los ojos.
—Eso es manipulación.
—Lo es —acepta sin vergüenza. Sonrío sacudiendo la cabeza—.
Además, tenemos películas de Disney pendientes —me recuerda.
—Algunas —admito con timidez por la forma en la que me mira,
por la manera en la que me despierta.
—¿Desayunaste? —curioseo. Abre los ojos haciéndome notar
que lo he pillado.
—No, pero me recorté la barba y me puse presentable para ti.
Estos días he sido un desastre en muchos sentidos. —Ruedo los
ojos, riendo.
—Creo que en algunos, nada más —lo disculpo sin remedio, con
un poco de duda y pena, elevo mi mano muy despacio. No se
mueve, espera. Toco con apenas la yema de mi dedo índice su
barba recia, observa mi gesto, paciente y luego trazo su mejilla,
suspira y paso lento hasta sus labios, los delineo, atenta; son
suaves y firmes, mi boca se hace agua.
—Me fascinas, Elle —suelta deleitado. Dejo de hacer lo que
hacía, sintiendo como llega el color de nuevo a mis mejillas y sonrío
apenas. Besa mi frente soltando un suspiro y me invita a recostarme
a su lado, lo hago sin pensármelo ya tanto, me cede el control y en
esta ocasión elijo una comedia romántica, son géneros que no he
llegado a ver y tengo curiosidad. Lo miro desde mi posición, ya está
sobre las almohadas—. Suena a algo que no vería a menos que tú
me lo pidieras. ¿Me lo pides? —pregunta arqueando su ceja
marcada.
—Nunca he visto ese género, me intriga —admito encogiéndome
de hombros.
—Entonces no hay más. Ven —murmura casi rogando,
extendiendo su mano. La tomo y me acerca despacio, acuna mi
barbilla, roza mis labios apenas, luego mi frente y consigue que
acomode mi rostro sobre su pecho firme, fuerte. Después enreda
sus dedos en los míos sobre su abdomen y comienza a acariciar mi
cintura baja, inocentemente, aunque nada de lo que él haga así se
siente porque mi cuerpo reacciona casi sin poder contenerse. En
cuanto comienza el filme, lo detengo alzando la cabeza y saliendo
de la cama enseguida.
—Debes comer —anuncio abriendo de par en par los ojos. Gruñe
cuando ya estoy bajando. Tomo lo que le dejaron por la mañana, ya
debe estar frío, es apenas si un sándwich y fruta. Subo y él sonríe
negando cuando yo le muestro el contenido.
—Es una mierda de comida esto —se queja cuando se lo pongo
en las piernas sobre una mesilla que ha estado usando.
—Es lo que puedes, anda —le pido sentándome a su lado, cerca,
tanto que enreda su mano en la mía, lo miro de reojo.
—Cuando pueda comer bien, me debes una cena con un enorme
trozo de carne y vino, un baile también —sisea llevándose mis
dedos a la boca y mordisqueándolos apenas. Siento cosquillas y rio.
—No sé bailar, ya lo sabes, y el vino… no es lo mío —argumento
con sencillez.
—No lo es, pero conmigo estás a salvo y lo de bailar,
retomaremos esas lecciones.
—Come —ordeno divertida y nerviosa a la vez por esa intimidad
tan nueva.
—No hasta que digas que sí —determina. Recargo la nuca en la
cabecera, gruñendo.
—Como si te importara lo que diga, de todas maneras lo harás.
—Bueno, pero que sea desde ahora con tu consentimiento me da
un incentivo para seguir comiendo estas porquerías —farfulla
inspeccionando su emparedado.
—Ya, está bien. Ahora come —y lo hace mientras comienza
ahora sí la cinta.

Jugamos nervioso en la cama cuando la película termina, duerme


un tiempo después con profundidad y no entiendo por qué pero me
alegra que al fin descanse. Atardece cuando llega mi comida, pedí
algo sustancioso, y la suya, que se reduce a un caldo, verduras
cocidas y pollo asado, se ve miserable a comparación. Escucho sus
pasos lentos, alzo la vista y baja. Me levanto enseguida aturdida.
—¿Qué haces? —quiero saber acercándome.
—Bajar a cenar, contigo —señala práctico. Intento ver cómo lo
ayudo, rodea mi cintura con una mano y con la otra se agarra del
barandal. Creo que en realidad no necesita de mí, noto por la forma
en la que me acaricia.
—Aún no te encuentras bien.
—Dormí un buen rato, puedo con esto. Además, no hay motivos
para que mi mujer cene sola —revira como si fuese evidente.
—Que no soy tu mujer —insisto soltándolo, pero me adhiere a su
pecho de un movimiento y me besa con vehemencia, la misma con
la que sin remedio le respondo. Luego acuna mi barbilla, besa mi
nariz y dice:
—Lo eres.
—No es verdad —me quejo entre sus brazos. Me tiene
completamente rodeada, pero la verdad mi voz no suena con mucha
convicción. Camina conmigo hacia la mesa, sin soltarme.
—Nada es verdad, nada es mentira —vuelve a decir aquella
frase.
—Eso es mentira —argumento con su boca muy cerca de la mía.
—Y es mi verdad —reitera haciendo a un lado mi silla para que
me siente—. Ahora sí, cenemos como se debe —decide sentándose
donde suele. Ruedo los ojos. Cuando levanta la tapa para ver su
comida no puedo esconder la risa y le muestro los dientes en
solidaridad. Se frota el rostro, ojeroso.
—Recuérdame darle una patada en el culo a Daniele —ruge
acomodándose la servilleta de lino con esa elegancia tan suya,
masculina, imponente.
—Hace lo que debe.
—Matarme de hambre. Eso hace —se queja y comienza comer.
No puedo evitar sentirme mal con mi platillo de pasta y camarones,
un trozo de pan y ensalada aderezada—. Y no se te ocurra dejar de
pedir lo que te gusta por mí, eso sí causaría problemas, wahine —
advierte llevándose un trozo de mango a la boca. Pestañeo y mis
mejillas se tiñen, como siempre.
—No pensaba hacerlo.
—Se te está haciendo hábito mentir. Pero no te preocupes, me
gusta que lo intentes.
CAPÍTULO XVIII

—Elle —me nombra Kelly, cuando está por salir del apartamento.
Yo vengo entrando, fui a pasear a los huskys una hora atrás.
El día anterior, después de cenar, cada uno se duchó, luego nos
tumbamos sobre la cama y leímos. Son cosas tan banales pero que
para mí representan tanto o más que cosas que podrían catalogarse
como extraordinarias. Me recosté sobre su hombro, no es algo que
yo haga por mi propio pie, me apena, pero Dáran se encarga de ello
y me acomodó ahí, mientras él también leía algo sobre las cruzadas.
Con música de rock en inglés de fondo, no me costó trabajo pues
me he acostumbrado, nos perdimos en el silencio un par de horas
hasta que yo me empecé a sentir cansada y lo cerré. Él hizo lo
mismo con el suyo, y minutos después me rodeaba por la espalda
de manera protectora y besaba mi coronilla.

—Elle, lamento lo ocurrido ayer —la enfoco recordando de golpe


todo. Dáran despertó tarde, desayunamos juntos, se duchó y
comenzó a trabajar ahora en la sala, por lo que pude permanecer en
la parte superior leyendo y luego decidí salir a despejarme.
Me asomo al interior, él habla con Dawn, éste le muestra algo,
ambos lucen serios. La miro sonriendo, la verdad es que lo del día
anterior ya parece un mal recuerdo, aunque fue grosera sin duda.
—No pasa nada. Tú sabes lo que haces, es tu trabajo —reviro
sincera. Apoya su peso en un pie, negando agobiada.
—No, fui grosera y no quiero que pienses algo que no es. Han
sido días de muchísima presión, lo que ocurrió fue delicado.
—No te preocupes, entiendo —repito conciliadora, lo cierto es
que por primera vez detecto algo en su forma de mirarme que me
desconcierta, intriga, quizá. No sé de qué va, sin embargo, logra que
no me fíe, no como antes, en realidad no sé si es ella, o yo que no
soy la que era. Coloca una mano sobre mi antebrazo, sonriendo,
inspeccionando mis rasgos con sumo detenimiento.
—Gracias, en serio no volverá a ocurrir —promete sonriente y
sale. La observo alejarse, aturdida.
—Wahine —escucho, volteo, y Dáran me estudia desde su
posición. Sé que vio todo y también sé que ella lo hizo por ello. Me
da igual, la verdad—. ¿Me extrañan? —pregunta importándole poco
que Dawn esté ahí, el cual me saluda con un gesto educado,
correcto, porque todo él es así; inmaculado, el prototipo en el que
encajaría Dáran de no ser como es. Me acerco cohibida, se levanta
y enreda una mano en mi cintura tomándome por sorpresa y besa
mi frente. Respiro rápido, tensa, sonrío nerviosa. Se refiere a sus
perros, lo sé enseguida.
—Sí, creo que sí, pero están bien.
—Me informa Dawn que el lunes podrás volver al laboratorio —
anuncia relajado. Abro los ojos entusiasmada aunque con un dejo
de temor—. Está todo limpio, se ha buscado exhaustivamente
cualquier indicio de filtración u otra cosa. El equipo no tenía idea y
está siendo monitoreado. Estarás a salvo —añade sin soltarme. Sé
que mis mejillas son del color de la granada y peor, que ambos lo
notan, me suelto sonriente, aunque avergonzada. No tengo idea de
cómo comportarme.
—Me alegra, es buena noticia —digo a un par de pasos, él me
observa con ojos lánguidos pero semblante sereno, como suele,
además de peligroso, amedrentador. Mi cuerpo reacciona sin
remedio—. Los dejo para que sigan —me disculpo educada y me
alejo.
—Pasa, Elle —oigo que dice su empleado más importante y
continúan con lo que hacían.
La mañana termina con un Dáran agotado, que prácticamente
arrastra los pies hasta la cama y cae vencido a mi lado, que leo
porque la verdad está muy bueno el libro. Me da ternura, de nuevo,
busco una frazada y lo cubro.
~*~
Los días pasan y él va mejorando poco a poco. No se marea,
duerme menos, luce con mayor energía, come más y ya riñó con
Daniele sobre la comida. Su gente parece asumir que estamos
juntos, juntos de todas las maneras en que un par de personas que
viven juntas, duermen juntas, pueden estar. Lo cierto es que no
hemos pasado de besos dulces, esporádicos, que me hacen
temblar, desear más, pero que también me hacen sentir bien porque
no me siento presionada. De hecho tengo esta sensación de que va
a mi tiempo, y que desde el inicio es así. Abre camino, y luego pasa,
no tiene prisa, tampoco lo impone.
Por otro lado, las discusiones prácticamente cesaron, ahora es
más tiempo Dáran que bestia en mi cabeza. Digo, continúa siendo
él; cínico, impetuoso, osado, pero no me provoca tanto, es como si
estuviéramos en tregua, como si estuviese explorándome lenta y
suavemente. Lo cierto es que ansío sus caricias, la forma en que me
toca, probarlo, sentir su cuerpo cerca del mío en las noches, o en
cualquier momento que sea.
Jugamos memorama, gané, así que estamos a un juego más
para que elija si tendremos una partida de Backgammon o ajedrez.
Hemos visto más películas de Disney, además de otras como Sherk,
en la que me reí bastante, o Mi villano favorito donde quedé
prendada de los Minions. Hablé con Aide hace poco, me narró más
anécdotas que lograron hacerme reír y sentir nostalgia, además, me
confesó que ella sí ve a mi tía, la hermana de mi madre. Eso me
dejó medio trastocada, debo aceptar, un tanto meditabunda. Esa
noche Dáran, como si supiera y quizá sí, ya no lo sé, se portó atento
pero me dio espacio.
El domingo despierto con él besando mi oreja, gimo acalorada
cuando comprendo lo que pasa. Su mano está sobre mi vientre y lo
acaricia con su pulgar mientras me prueba, alzando mi barbilla hacia
su cabeza. Le doy la espalda y no logro lidiar con el cúmulo de
sensaciones que viajan por mi cuerpo apenas al despertar.
—Dáran —logro decir ahogadamente cuando sube un poco más
su mano y roza apenas la parte baja de mis senos. Me arqueo
porque mi vientre lo pide, porque la tensión en mi entrepierna me lo
exige.
—Solo siente, no pienses —suplica con voz ronca.
Cierro los ojos cuando mordisquea mi lóbulo y luego lo succiona.
Es tan cuidadoso en su manera de tocarme, pero a la vez tan firme.
Percibo su erección potente en mi trasero. Mis pies se contraen,
gimo perdida en todo esto. Su mano sigue moviéndose por mi
vientre, de pronto baja de más, casi hasta mi pelvis, pero retrocede
y despacio vuelve a subir hasta la parte baja de mi otro seno,
apenas si rozándolo con el pulgar. Cuando creo que no podré más,
me gira y besa con brío, hundiendo su lengua en mi boca sin
contemplación. Respondo porque lo necesito, porque si no lo hago
explotaré. Poco a poco va disminuyendo el ritmo hasta solo terminar
desperdigando besos tiernos en mis labios, suaves. Mi pulso está
desbocado, respiro agitada. Acaricia mi rostro, sonriendo, retira un
mechón de cabello que cruza mi cara y besa mi frente.
—Buenos días, Elle —dice y sale de las cobijas dejándome ahí
con un serio problema de temperatura colapsada. Cuando noto mi
reacción, me giro y cubro el rostro con las manos. Me desconozco
cuando se trata de él, o mejor dicho, de lo que me genera él.

Ha transcurrido una semana y media desde que… comió de mi


dulce por equivocación y la verdad luce casi como nuevo. Come
prácticamente como antes, aunque sin vino o mucha grasa. Algo
escuché sobre que al día siguiente retomaría su entrenamiento
diario, menos intensidad, menos esfuerzo y menos tiempo, pero que
ya tenía autorización. Hemos pasado tiempo con los huskys, que,
cuando lo vieron, le brincaron como un par de locos.
Esa tarde elige comer afuera del apartamento, en un ala de la
casa que no conozco, es un espacio abierto, aunque por ahora está
cerrado por cristales para aislar el frío. Hay una chimenea, un
precioso comedor de madera finamente trabajada, una sala en
colores cálidos y una vista espectacular.
—En verano es un lugar muy agradable, corre el aire y el paisaje
no es todo blanco —susurra mientras yo inspecciono.
—Blanco está bien, me gusta —admito acercándome a una de
las ventanas. Estamos solos, el fuego ya está encendido, da ese
aire agradable y de bosque que tanto me gusta. Sus manos se
enredan en mi cintura y me atrae a su pecho. Comienzo a
acostumbrarme a su tacto, a su cercanía, a la manera que tiene de
hacerse presente en mi cuerpo. Suspiro y dejo caer la cabeza sobre
su pectoral. Besa mi cabello absorbiendo mi aroma.
—No suelo pasar tanto tiempo aquí como para sentir tan largo un
paisaje nevado.
—¿No estás viajando como sueles? —deduzco intrigada,
encerrada entre sus enormes brazos, con mis manos rodeando las
suyas, con su pulgar acariciándome.
—No desde que estás aquí —acepta.
—¿Y eso afecta tu trabajo?
—No, me he encargado de rodearme de personas
suficientemente capaces como para que mi ausencia no sea tan
notoria, pero hay casos en los que es indispensable.
—Debe ser abrumador ser quien eres… —suelto sin pensar. Me
hace girar y alza mi barbilla para tener amplia visión de mí. Su
expresión es la calma personificada, pero me tensa.
—¿Te abruma a ti? —quiere saber. Paso saliva.
—No es mi vida, eso qué más da.
—No me respondes, wahine —me hace ver tan cerca que mis
labios cosquillean anhelando un contacto y es que desde la mañana
quedé echa un manojo de tensión extraña.
—Dáran, yo no podría ser tú —admito entreabriendo la boca.
Sonríe y me besa como si supiera qué es lo que ansío en ese
momento. Lo hace con suavidad mordisqueando primero un labio,
luego el otro. Gimo, para después abrir mi boca y adentrarse con
firmeza. Pasamos allí, así, un tiempo, el mismo en el que me
comporto más osada, en el que juego con su lengua y él sonríe
complacido contra mi boca pero no cesa, el mismo en el que todo mi
aparato respiratorio está colmado de su olor masculino, en el que
mis sentidos se sienten vibrantes, vivos. Como suele baja la
intensidad de manera sutil, dejando besos cada vez más castos
sobre mi boca, mis mejillas, mi frente y enseguida posa la suya
sobre la mía.
—No quiero que seas como yo, quiero que siempre seas tú, mi
dulce Elle —murmura para luego rozar mi boca una última vez.
A veces me pierdo en sus palabras y es que sé que para mí todo
esto es nuevo, pero no puedo dejar de recordar quién es y que esto
para él es cualquier cosa. Que quizá soy un reto para su vida llena
de prisa, de excesos, porque sé que aquí resguardada no son
evidentes, pero afuera… en su vida social, en las cenas, reuniones,
todo debe ser diferente. De hecho tampoco sé si soy la aventura en
turno, cosa que me parece inverosímil. Dáran a leguas se ve un
hombre sexual, muy sexual, y dudo que este tiempo lo haya pasado
en celibato. Ese pensamiento me desestabiliza tanto como si me
hubiesen golpeado y me alejo un poco, desconcertada.
Me observa, yo no sé qué decir, ni siquiera sé que siento. Celos
no son, de quién, de qué. Debería sentir algo por él como para que
eso tuviese lugar y sé que no es así, no me lo puedo permitir y lo
tengo claro. Me estoy dejando llevar por las sensaciones, porque
tengo la necesidad de experimentar, de sentir todo lo que este
hombre logra en mí, porque oponerme ya es incluso agotador, pero
no porque sienta algo… salvo intriga, misterio… deseo. Sí, un deseo
abrazador que me quema y que me mantiene en vilo, puesto que
también entiendo que estamos en medio de un juego de seducción y
que al final terminaré estando como vaticinó burdamente en
nuestras conversaciones iniciales.
Quizá soy ingenua e incluso inocente en muchas cosas, no tengo
idea de estos juegos, del coqueteo, pero sé que esa es la meta
aunque también sé que busca que yo ceda lentamente, tal como lo
hago. Lo cierto es que me siento sobre un lago congelado. No sé si
en el siguiente paso me hunda, tampoco sé a dónde me dirijo, pero
por primera en mi vida quiero vivir la adrenalina, no saber qué
ocurrirá y dejar que el destino decida por mí, aunque teóricamente
es imposible, prefiero pensarlo de ese modo.
—Veo que pediste vino. —Asiente desconcertado, girándose
hacia la mesa.
—Tengo permiso de una o dos copas —explica y pronto me
encuentro cambiando de tema con lo referente a su salud, aunque
noto que lo sabe, aun así, me sigue el cuento.
Cuando estamos recostados, ya de noche, me atrae a su cuerpo.
He rehuido de él toda la tarde, no insistió, aunque parece que ya
terminó la tregua.
—¿Me dirás qué ocurre? —pregunta con voz profunda, alzando
mi barbilla con suavidad.
—¿De qué? —Sonríe lánguido, inspeccionándome.
—De esto —y coloca un dedo sobre mi entrecejo, lo masajea
despacio para liberar la tensión—. La verdad es que estoy
acostumbrado a que digas lo que piensas, no a que te lo guardes.
—Es solo que… —comienzo sentándome sobre la cama,
contrariada. Espera sin interrumpirme, atento—. Todo esto es
impresionante, obviamente, pero el hecho de no tener opciones…
Me agobia. Sé que quizá yo me metí en esto, bueno, en lo del virus,
y qué fuiste tú pero pudo ser cualquier otro. —Aprieta la quijada,
incorporándose, intrigado por mis palabras—. Dáran, no sé qué
esperar. Me he dejado llevar porque no hay más que pueda hacer
por ahora, pero no se siente bien. Estoy muy confundida porque a la
vez esta esto —y nos señalo a ambos—, que tampoco es correcto y
que tampoco puedo frenar. No soy tonta, tú de algún modo te has
ido adentrando en mí como para que mis defensas bajen y no pelee
con mi ética. Me siento angustiada y a la vez, liberada. Sé que soy
un pasatiempo más, y está bien, pero me pregunto cómo reanudaré
mi vida cuando estos meses pasen… —concluyo abatida,
abriéndome a él por completo. Sin embargo, solo me mira, o me
estudia en realidad, serio.
—No tienes que reanudar nada, tú lugar está aquí —revira con
frialdad.
—Por ahora, sí.
—No, de forma indefinida —determina. Sonrío conciliadora,
negando.
—Yo me iré —le recuerdo sin titubear.
—Ya veremos… —gruñe.
—No, lo prometiste —argumento de pronto asustada. Dáran se
levanta de la cama, molesto, noto, y hace tiempo que no lo veo así,
no conmigo.
—Y soy de palabra, dulce mujercita… —revira en tono burlón.
Arrugo la frente, irguiéndome y me coloco frente a él, que sin
camisa, con su olor a recién duchado, me marea, pero no cedo. Me
siento enojada.
—Me preguntas qué me ocurre, te lo digo y te molestas, y ¿sabes
por qué? Porque es verdad. Cada palabra es verdad.
—No, no lo es. Hay química entre nosotros, una gigantesca de la
que vienes huyendo desde el inicio, y ahora que vas cediendo dices
que es porque no tienes opciones, que te dejas llevar. No seas
mojigata, Elle —gruñe acercándome a su cuerpo por la cintura.
Nerviosa intento quitármelo, así no me agrada, así no me gusta—.
No soportas tenerme cerca porque mueres porque te toque, porque
te bese.
—Eres una bestia, ¡suéltame! —exijo removiéndome, con los ojos
anegados y es que no entiendo por qué su actitud.
—Quieres justificar este deseo que te come diciendo que no
tienes opciones, pero las hay, siempre las hay. Tú estás eligiendo te
guste o no. —Continúa sin soltarme, un par de lágrimas se resbalan.
—Para ya, ¡déjame! —le ruego forcejeando—. Eres un animal, un
bruto.
—Y el hombre que deseas por mucho que lo niegues es así.
Además, finges que te da igual ser un pasatiempo para mí. ¿Eso
quiere decir que si me meto con cuanta mujer quiera, te da lo
mismo? ¡Dime! Porque en definitiva a mí no y no sucederá, Elle —
sentencia con ira, una que nunca he visto. Me asusta, me asusta
mucho. Comienzo a temblar con un nudo enorme en la garganta.
—¡Qué quieres de mí! —pregunto ansiosa.
—Qué quieres tú de ti. Vamos, ni siquiera te conoces —dice
soltándome al fin, con arrogancia.
Trastabillo, pero logro estabilizarme con el muro contiguo.
Asombrada, aterrada también y con cada una de sus palabras
taladrándome en la cabeza como si fuesen clavos sangrantes. Mis
labios tiemblan pero no me quiero derrumbar frente a él.
—¡Púdrete! ¡En serio vete al maldito infierno! Y si te enoja lo que
te dije a tal punto es porque sabes que es verdad, si no me hubieses
obligado a compartir la vida contigo sé que jamás habría cedido, tú
también. Simple y sencillamente porque eres una maldita bestia que
no mide lo que hace, que va por la vida tomando lo que quiere sin
importar nada los sentimientos de los demás, la vida de los demás.
Porque yo soy una persona, y creo que lo olvidaste en medio de eso
que eres, que te rodea, que aunque finjas no ser, eres y te detesto
—escupo llorando mientras él solo me mira ahora pálido.
—Elle —me nombra desconcertado, pero yo no resisto que ni se
me acerque y bajo corriendo—. ¡Elle! —grita bajando.
—Si me sigues te juro que jamás te lo perdonaré. ¡Déjame en
paz! De verdad ¡No quiero tenerte cerca! —rujo en medio de
sollozos porque siento todo roto dentro de mí, porque no entiendo
nada.
Se detiene justo cuando coloco mi mano en el lector e hipeo por
el llanto. Salgo nerviosa, Tom me sigue, pero como siempre callado.
Llego a la piscina, porque no tengo una maldita idea de a dónde ir y
sacar todo esto que me quema. Me pongo un bañador y comienzo a
nadar como me enseñaron. Pronto los recuerdos de mi niñez
regresan y me exijo a un punto tal que mis pulmones arden, mis
brazos también. Al final termino con mi cabeza recargada en mis
brazos sobre el concreto pulido que bordea la piscina. Lloro más. No
sé qué me pasa pero me siento herida, molesta, dolida. Sin
embargo, tiene razón en algunas cosas y eso me pone peor.

No tengo idea de qué hora es. Ya he dejado de llorar y sé que


debo volver, pero me resisto a verlo siquiera. Salgo de la piscina con
los músculos adoloridos, con la piel arrugada, entumida por la
situación. Esa en la que yo me puse por dejarme llevar, por creer
estúpidamente que podía confiarle. ¿Qué obtuve a cambio?, que se
burlara de mí, que me hiciera sentir así; herida, una tonta. Me doy
una ducha y me pongo lo que llevaba puesto. Salgo y tengo frío,
pero no me importa.
Tom me observa agobiado, no atino en este momento a ser
condescendiente, como suelo, al final él es parte de todo esto.
Conforme me acerco a la habitación, mi pecho se estruja, tanto que
duele, me llevo una mano ahí, justamente porque siento que me
acabará asfixiando.
La puerta se abre, todo está en penumbra, sé que si no duermo
en esa cama tendré un problema mayor y ahora mismo ya no tengo
fuerza. Lo veo de pie justo frente a la ventana, lleva puesto un
pantalón holgado y una camiseta, las manos dentro de los bolsillos.
Me observa, yo lo ignoro y paso de largo. Subo pesarosa, lavo mis
dientes en un mutismo total y regreso a la habitación. Por lo menos
tiene la decencia de no estar ahí. Me meto bajo las cobijas
perdiendo mi atención en el exterior, estoy tan cansada que me
quedo dormida pese a todo rápidamente.
CAPÍTULO XIX

—Elle. —Siento como me mueven con cuidado. Giro adormilada,


agotada y adolorida. Está duchado, con el cabello recogido, vestido
con traje. Lo estudio arrugando la frente cuando recuerdo todo lo
ocurrido y me retraigo quitándome de su tacto. Se pasa una mano
por el rostro, agobiado.
—No me toques —le digo sentándome en la cama y me alejo. Se
sienta en la orilla, me evalúa.
—Hoy regresas al laboratorio —me recuerda con voz monocorde.
Busco por instinto el reloj digital que está en mi mesa de noche.
Asiento y salgo de las cobijas. Percibo su mirada clavada en mi
espalda, pero no dice nada. Desayunamos en el mismo lugar que
siempre, aunque nada es cómo suele. El silencio pesa entre ambos,
apenas si logro pasar la mitad de mi ración cuando decido que ya no
puedo. Salimos sin cruzar palabra, percibo su mirada constante
sobre mí y yo, el pecho apretado junto con ese nudo en la garganta,
lo cierto es que logro encerrar las emociones y me vuelvo esa
autómata que solía ser. Cuesta mucho porque comprendo que no
quiero volver a ser de ese modo en el que reina el desapego, en el
que no me fijo en los detalles, en la que la soledad es parte de mí y
ni siquiera lo había notado. Kelly aguarda ahí por él, no la saludo y
paso de largo. El coche no lo espera y arranca, gracias al cielo.
El día pasa más sencillo puesto que con lo que descubrimos
antes del envenenamiento, avanzamos mucho. Temo a la hora de la
comida, pero me digo que si no estuviera seguro, no estaría yo ahí.
Eso sí tiene el crédito para mí esa bestia. Cass toma el puesto de
Wen, trabajamos duro, pero de alguna manera aligera el ambiente
con chistes de lo más malos. Suelto la carcajada con uno cuando
estoy viendo algo por el microscopio, al alzar el rostro noto que ve a
alguien sobre mi cabeza, giro y Dáran está ahí, con la indumentaria
adecuada.
Pronto lo pone el mismo Cass al tanto de todo, me hace
preguntas que respondo con eficiencia, asiente y luego aporta
opiniones que sé son buenas, por mucho que no lo soporte, es
inteligente y sabe de esto muchísimo. Las anoto en un block de
notas que suelo usar.
—Elle, es hora de irnos —apunta al final, calmo. Asiento y doy la
instrucción de acabar y apagar. Todos obedecen, Dáran espera.
Salimos, nos cambiamos y una vez en el coche me mira.
—Avanzaron mucho, más de lo que pensé —expresa de pronto.
Asiento con las manos entrelazadas sobre las piernas.
El auto se detiene, pretendo bajar pero toma mi mano, la quito de
un jalón, molesta por su atrevimiento.
—Es en serio. No me toques.
—Debemos hablar…
—No, yo hablé y mira lo que ocurrió. No vuelvo a hablar contigo
—determino bajándome. Entro al apartamento sin esperarlo, pero él,
más rápido, se coloca frente a mí.
—Sí, sí, soy un idiota, un imbécil, una bestia, soy bajo, fui un
cabrón y no debí decirte todo eso, menos tratarte de esa manera —
habla desesperado. Noto sus ojeras, apenas ese día comenzaba su
vida habitual, igual que yo. Sin embargo, empujo la aprensión que
me genera su estado y asiento rodeándolo—. Elle, dime algo. Lo
lamento, no debí, lo lamento de verdad.
—¿Qué lamentas, Dáran? —pregunto deteniéndome en el primer
peldaño, irritada, aún muy dolida. Mis ojos se anegan aunque
intento no llorar—. Qué me tienes durmiendo en tu cama. Qué soy
una mojigata. Qué en cuanto acabe el maldito plazo me iré. Qué soy
una dulce mujercita —lo imito—. ¿Qué exactamente? —le pregunto
con voz rota—. Te deseo, sí, no lo negaré. Sería una estúpida, y no
soy tan tonta cómo crees…
—Eso es lo último que eres —me interrumpe.
—Da igual. Tú a mí. Eso lo sabemos. Entonces qué… ¿dejamos
que fluya y ya?, es así cómo se juega esto, cómo debo vivirlo.
Permitir que, como dijiste recién llegué, estés dentro de mí y ¿qué?
¿Ahí acabará el juego? ¿O cómo? Bueno, quizá, si soy suertuda,
quieras extenderlo un poco más, ¿verdad? —me burlo—. Y seré de
las afortunadas y es que las de tu mundo… ¿te aburrieron? O No
entiendo.
—Me merezco todo lo que me digas, todo —acepta tomándose
del barandal, muy cerca de mi mano. Puedo jurar que se ve más
pálido, incluso sudoroso. Se pasa una mano para aflojar el primer
botón de la camisa.
—Claro que lo mereces.
—Pero no es un juego, Elle, te aseguro que no juego —murmura
insistiendo con los botones, desabrocha otro. Parece que tuviese
calor, pero no deja de mirarme. Arrugo la frente, inquieta, aun así,
no ceso.
—Si piensas todo eso de mí, ¿por qué insistes? —le pregunto
ansiosa—. Para romperme, para doblegarme, para que cambie y
sea tal como esperas. ¿Para qué?
—No, cada día a tu lado me gustas más, así, como eres, eres
perfecta. Demasiado para mí en realidad.
—No entiendo.
—Es porque… porque eso que sientes, yo lo siento. Sé que esta
química entre ambos… —Se detiene como para tomar aire—, no es
común. Te vi y... quedaste ahí, en mi cabeza, sé que tú de alguna
manera sentiste eso —asegura agotado.
—Debes saber mucho de ello —reviro intrigada, bajando el
peldaño porque en serio sus labios empiezan a perder color, porque
transpira mucho y porque su mirada comienza a parecer
desorbitada.
—No hasta que te vi —admite y lo siento sincero, pero también,
al mismo tiempo busca otro apoyo.
—¿Dáran?—lo nombro acercándome de inmediato porque caerá
de lleno en el piso.
—Elle, pide ayuda —solo logra decir cuando la silla de la que se
sujeta cae y yo logro sostenerlo para que su cabeza no pegue en el
piso.
—¡Dáran! —le grito asustada. Busco un cojín o algo para colocar
su nuca. Está completamente inconsciente. La silla me dio de lleno
en el hombro pero de no haberme puesto en medio, cae sobre su
cabeza. La hago a un lado con esfuerzo, porque pesan muchísimo.
Duele, me quejo un poco y luego de dejarlo sobre el suelo con sumo
cuidado y completamente angustiada, salgo a buscar ayuda. Tom,
Ron y otro más, entran de inmediato. Otro queda afuera.
—Se desmayó —logro decir temblando.
Entre los tres hombres lo suben a la cama mientras yo le llamo a
Daniele. Responde enseguida, le explico lo ocurrido y me informa
que viene para acá. Cuando subo solo Ron se queda. Abro otros
botones de su camisa, le aflojo el moño con cuidado, no reacciona y
busco algo con que hacerlo volver. Tom llega con alcohol, se lo
agradezco, nerviosa, y le paso un paño por la nariz. Esas ojeras se
profundizaron, su tez es mortecina. Esta aprensión es peor que lo
que viví la noche anterior.
Su médico llega justo cuando comienza a despertar, quejándose.
Ron y yo esperamos uno al lado del otro. Mis palmas transpiran
mientras lo revisa.
—Estoy bien —escucho que le dice a su amigo, mientras éste le
revisa la presión. No logro ver su rostro.
—Y una mierda, parece que no has descansado. Te dije que hoy
podías reanudar media jornada y además, poco de ejercicio.
—No hice ejercicio —gruñe.
—Te ves fatal. Tienes baja la presión. Y fuiste todo el día, no
mientas —lo reta.
—No jodas, Daniele, van dos semanas prácticamente.
—Dije un mes, no dos semanas.
—Ayer me sentía perfecto.
—Porque te estabas cuidando.
—¿Elle? —me llama de pronto. Daniele gira y entonces me
puede ver, sonríe aliviado, me acerco con timidez, preocupada.
Dáran me observa deleitado, luce mejor, aunque no tanto. No puedo
permanecer lejos, no en ese momento, así que termino hincada a su
lado sobre la cama. Su médico nos estudia intrigado, pero sonriendo
de forma aprobatoria.
—Bueno, mañana prefiero que te quedes aquí, trabajes media
jornada y si todo está como debe, puedes solo mediodía regresar
esta semana. Pero por Dios, Dáran, hazme caso, maldición.
—Le hará caso —aseguro yo, serena. Dáran asiente obediente,
dócil. Casi me rio, pero lo contengo.
—Bueno, ya veo con quién debo dirigirme, porque si se trata de
ti, eres un jodido terco. —Le escucha el corazón, le hace más
preguntas y luego le recomienda cenar y dormir temprano. Nos
quedamos solos unos minutos después, su mano se acerca a mi
mejilla, cauto, no me quito.
—Estás molesta, no debes olvidarlo por lo que ocurrió. —Alzo el
rostro y me pierdo en sus ojos miel, en su semblante que luce mejor,
pero débil. Paso saliva.
—Quieres que siga enojada —pregunto desconcertada.
—Debes estarlo y yo debo trabajar para que me disculpes,
porque nada de lo que dije es así. Eres perfecta, tal cual.
—Mojigata…
—Inexperta, nada más. Quería molestarte, fui un cerdo.
—Lo fuiste —admito. Baja su mano y la enreda en la mía, me da
un apretón.
—No he estado con nadie, wahine, no desde que te vi en la
convención. También sé que no he hecho todo bien, pero no
soportaría tenerte lejos. Contigo quiero ir a tu paso, eso es todo. Y
quiero de ti… todo lo que puedas y quieras darme, Elle,
absolutamente todo.
—Tienes razón en algunas cosas —acepto resoplando y es que
lo deseo, sí, locamente, pero siento que puedo hablar con él casi de
lo que sea. De alguna manera torcida también se ha convertido en
mi amigo, el único en realidad. Niega determinado.
—En nada.
—Sí, siento que no me conozco. Que por alguna razón he
empezado a hacerlo y no entiendo el motivo, pero… es como si
hubiese vivido en automático. Dios, ni siquiera sé por qué te lo digo,
pero es la verdad —admito soltando el aire, abatida.
—Eres todo lo que debías, Elle, y está bien. Ahora estás siendo
lo que quieres, y también está bien —murmura con delicadeza, ahí,
tendido. Pasamos unos segundos en silencio.
—No sé lo que quiero —replico nerviosa.
—Pero sí lo que no quieres —completa.
—Creo que sí.
—Eso ya es mucho, créeme —expresa acercándose para besar
mi frente y luego sentarse bajando los pies de la cama.
—Dijo Daniele que descansaras —le recuerdo. Me mira por
encima del hombro, sonríe.
—Sí, pero debo darme una ducha, cenar algo, luego obedeceré
—asegura incorporándose despacio. Lo observo adentrarse en el
vestidor. No entiendo cómo tanto coraje y enojo se diluyeron así, tan
rápido, pero la realidad es que sus palabras me tranquilizan, más
que me instara a seguir molesta, porque debería.
Me muevo sobre la cama para bajarme y noto el jalón en el
hombro. Me quejo, logro ignorarlo cuando pido la cena. Al subir el
dolor es más fuerte, incómodo. Me doy una ducha después de que
él sale con tan solo la toalla enrollada en la cintura. Mi mundo se
torna caliente y me encierro enseguida.
Dejo que la regadera masajee mi hombro, cuando salgo noto que
tengo un hematoma bastante escandaloso, y es que cayó justo la
esquina ahí. Me lo sobo con crema un rato, pero me canso y duele
de todas maneras. Bajo y él ya está ahí, hablando por teléfono, lo
miro con cara de pocos amigos y cuelga, sonrío.
—Lamento el susto que te di —se disculpa cuándo comienza a
comer, agotado.
—Debiste decirme que te sentías mal.
—Y limitarte, nunca. Lo merecía por bestia —admite serio, sonrío
apenas—. Escucha, Elle, agradezco que me tuvieras confianza, que
te abras a mí, en serio la embarré espantoso. El encierro, tú, los
negocios, mi salud… No es pretexto y de verdad puedes continuar
enojada conmigo, haré mis méritos para que olvides lo que ocurrió.
—Prefiero dejarlo estar, ya pasó y aunque sí me puse furiosa,
ahora mismo ya no lo siento —admito con simpleza. Me mira
desconcertado.
—Descifrarte me llevaría una vida, Elle.
Subimos minutos después y cuando estamos por llegar, me hace
girar por el brazo, como suele, pero siento que con tan solo eso mi
hombro cruje. Me quejo sujetándolo aturdida. Dáran no dice nada,
tan solo me hace a un lado el cuello de la blusa y abre los ojos.
—¿Qué ocurrió? —quiere saber agobiado.
—Cuando te desmayaste, la silla cayó ahí. Duele cada vez más
—concedo cerrando los ojos, con las mejillas ardientes—. Te
hubiese pegado en la cabeza.
—Y mejor que te golpeara el hombro, después de cómo me
porté. Dios, Elle —gruñe entre agobiado e irritado. Me toma por la
cintura y me guía hasta la cama. Hace que lo mueva, que lo gire y
duele, pero no como para pensar que está roto. No se fía y llama de
nuevo a Daniele. Me quejo porque acaba de irse.
—Debiste decirnos cuando estaba aquí, ni modo, wahine.
Me revisan y en efecto, solo fue el golpe. Me receta un
desinflamatorio y un ungüento. Al final se va rogándonos a ambos
que nos cuidemos. Reímos cuando quedamos solos con
complicidad. Nos recostamos agotados, no logro encontrar mi lugar,
pero él termina acercándome midiendo mi reacción hasta que
termino recostada sobre su pecho cómoda.
~*~
Pasan los días y aunque de verdad ya no me encuentro enojada,
como tal, la sensación de desconfianza y retraimiento cuesta que se
vaya. Mido lo que digo, se acerca y no siempre correspondo, en
muchas ocasiones me quedo perdida, recordando mi niñez,
pensando en lo que sí quiero ser.
Me atrae, eso ya ni me lo discuto. A veces lo observo dormir, así
apacible. Acaricio su cabello y me deleita el poder hacerlo. El que no
busque retomar las cosas en donde iban si no que va labrando de
nuevo el camino y es que sí fue un retroceso que no noté en ese
momento, pero sí con el paso del tiempo.
Su salud ha mejorado notablemente, tanto que casi hace su vida
normal. No cesa y parece estar en todo a la vez. Las cosas con la
investigación van de maravilla, eso me alienta; por otra parte, algo
que me proporciona alegría, o satisfacción, no sé, surgió una tarde
mientras él descansaba y yo no tenía ganas de permanecer ahí por
lo que terminé en la cocina de la mansión. La cocinera cuando me
vio, se asombró, pero se portó solícita.
—¿En qué puedo servirle? —preguntó con elocuencia. Había dos
chicas solamente, además de ella. El resto de los empleados ya no
estaban. Raro porque ahí labora un séquito—. ¿Tarta? —me ofreció.
Negué mirando de reojo a Tom, que hablaba con otro de los
escoltas en la puerta.
Me intriga desde pequeña el cómo se preparan algunas comidas,
pero mi abuela solía sacarme de la cocina porque decía que yo
estaba para otras cosas. Nunca tenía tiempo de nada, luego crecí y
aprendí a dedicarme a lo que realmente me importaba para lograr
mis metas y objetivos. Dejando de lado lo que podía hacerme
también gozar y que no fuera necesariamente un trabajo. No soy
mala en la cocina, pero la verdad es que hasta ese día, que terminé
ahí sin saber por qué, no lo había recordado.
—Sé que están ocupadas, quizá sea una imprudencia, pero…
cree que podría enseñarme a no sé, hacer galletas, ¿por ejemplo?
—Todos guardaron silencio. Me sentí incómoda enseguida,
pestañeé pensando que había hecho algo incorrecto—. Olvídelo, fue
solo una idea, no las interrumpo —me excusé manoteando,
apenada.
—No, señorita, por Dios, claro que no. Es solo que… ¿Galletas?
—Sí, Rory —confirmé nerviosa, llamándola por su nombre. Todos
seguían viéndome, hasta Tom.
—¿De algunas en especial? —inquirió cortés. Torcí la boca.
—Pues no te sabría decir, no tengo idea de la cocina, ni de los
tipos.
—¡Oh, vaya! ¿Unas con chispas de chocolates, suaves? —
preguntó con picardía. Sonreí ampliamente, asintiendo.
—Bueno, entonces tenemos trabajo qué hacer. Acérquese y siga
mis instrucciones —ordenó. Obedecí enseguida, mientras una de
las chicas me tendió un mandil.
—No tengo idea de nada, pero haré lo que me diga.
—Entonces no se necesita más —dijo con complicidad,
guiñándome un ojo.
Ese día Dáran apareció en la cocina cuando, con cuidado y
siguiendo las instrucciones, sacaba las galletas del horno. Me sentía
exultante. Cuando me vio ahí, con harina en parte de mi ropa y
quizá mi cara, sonrió de una manera diferente. Rory lo puso al tanto
haciendo alarde de lo buena alumna que era, mientras yo sentía el
rubor instalado en mi cara. Probó una de mis galletas y después de
saborearla, pidió otra.
—Alguien está desbancando tu tarta —bromeó ahí, con el
personal, y esa mujer a la cual ahora visito con más frecuencia.
CAPÍTULO XX

Es sábado, al fin lo darán de alta después de tres semanas de su


desvanecimiento. Llega a la cocina, uno de los tantos lugares donde
ahora puede encontrárseme, porque si no es ahí, es en el solariego,
o con los huskys, a veces en la piscina atendiendo un poco a mi
cuerpo.
Aparece vestido con su manera típica, relajada: botas de cinta,
camiseta de manga larga y vaquero deslavado, además de moño
alto. Yo termino de meter en el horno un pastel de zanahoria. Suelo
llevar mi Tablet y anoto todo para ir creando un recetario. Rory y las
chicas de ahí, ya comienzan a acostumbrarse a mi presencia.
Reímos y lo pasamos muy bien, la verdad. Por otro lado, a él parece
encantarle dar conmigo en ese sitio y ser el degustador de todo lo
que hago, aunque a veces le toca a Tom u otros escoltas, pero suele
ser él que está al pendiente de mi menor avance en el área y parece
que le entusiasma tanto como a mí.
—Wahine, lamento interrumpir su momento, pero tenemos prisa
—me informa sonriente, pelando una mandarina con pericia. Arrugo
la frente limpiando mis manos en el delantal.
—No sabía, ¿prisa para qué? —indago desconcertada.
—Salgamos para que lo averigües.
—El pastel…
—Lo cuidamos nosotras, no se preocupe —interviene Rory.
—Ya viste, anda, vamos —me insta. Dejo mi indumentaria y
salimos de ahí. Afuera un helicóptero aguarda. Niego
desconcertada, ya no nieva, pero aún hay trozos con hielo.
—¿Qué, por qué? —pregunto deteniéndome. Dáran acomoda
mejor mi abrigo y sonríe alegre, como un niño.
—Nunca te has subido a uno… —adivina jalándome.
—No —admito siguiéndolo.
—Bueno, pues hoy lo harás.
El ruido de las hélices es ensordecedor, aunado al viento que
levantan. Me cubro el rostro. Saca de pronto de su chamarra unas
gafas oscuras y me las tiende, luego él se pone otras. Nos subimos,
me abrocha el cinto, sonriente. Se ve guapísimo así, pero la verdad
no puedo contemplarlo como debiera porque estoy atenta a todo.
Me coloca unos auriculares aislantes del ruido, luego sujeta mi
barbilla y me besa ya no con delicadeza, sino con ansiedad, con
intensidad.
Durante todos estos días no ha pasado de roces dulces, apenas
si ligeros, pero este parece ser el punto donde retoma lo que ha
quedado en pausa. Ha sido cuidadoso conmigo, deja macetas con
flores en diferentes áreas donde sabe que estaré, dice que no me
da ramos porque no le agrada saber que mueren para adornar un
espacio cuando pueden seguir con vida cumpliendo la misma
función. Esa explicación una noche, mientras cenábamos, me
conmovió y me mostró más de él, de sus convicciones. Suele
dejarlas con alguna tarjeta suya donde escribe alguna cita literaria,
solo frases sueltas que al unirlas dan pista de un nuevo libro que
debería leer que he ido anotando en mi lista de pendientes. Es
divertido.
Deja, también, dulces similares a mis deliciosos Twizzlers en mi
ropa, en mi lado de la cama, junto a mi Tablet. Creó un playlist con
canciones de las que ha notado me gustan más cuando las
escuchamos, se llama DeElle. Cuando me la mostró parecía un niño
con juguete nuevo y pasamos un buen rato escuchándolas mientras
leíamos. Además, me ha contado un poco más de su familia, de lo
que fue su infancia, de su relación con su hermana. La verdad es
que son detalles pequeños que han ido doblegando lentamente.
—Te gustará —augura abrochándose el cinto. Sus escoltas se
suben en los puestos traseros. Me froto las manos en el jeans—.
Elle, es seguro —me habla por los auriculares. Lo escucho fuerte y
claro, mirándolo pestañeando entre excitada y sonriente.
—¿A dónde vamos? —pregunto intrigada.
—A salir un poco de la rutina. Lo merecemos —añade enrollando
su enorme mano en las mías, pues ambas caben ahí. No las retiro,
a cambio observo el gesto y pierdo mi atención en la ventana.
Pronto el artefacto se mueve y me aprieta—. Intenta disfrutar —pide
a mi lado.
Sobrevolamos por el mar, luego pasamos algunas ciudades, no
debemos ir muy lejos puesto que viajamos en helicóptero, asumo.
—¿Habías estado en Halifax, Elle? —me pregunta llamando mi
atención pues no he despegado la cara del vidrio. Volteo negando,
feliz. Besa mis manos—. Pues hoy lo harás —me informa sereno.
Descendemos minutos después en el helipuerto de un edificio,
me ayuda a bajar.
—Pasaremos aquí la noche —me informa cuando entramos por
un elevador, rodeando mi mano. No dejo de sonreír, me entusiasma
conocer algo nuevo, me entusiasma que sea a su lado, y me
entusiasma que el día sea diferente.
En la planta baja lo recibe el gerente de lo que evidentemente es
un hotel, uno gran turismo. Dáran es el dueño, comprendo. Ron da
instrucciones y divide al equipo, que noto, es el doble del que suele
estar en la isla. No tengo idea de dónde salieron. Los empleados
nos miran, los pocos con los que nos topamos, un auto de lujo nos
espera en el sótano, Ron abre la puerta y Tom está ahí, como
siempre.
—Ya tendrás tiempo para preguntar. —Me gana la palabra
guiñándome un ojo. Continúa con las gafas puestas, un gorro
oscuro y a mí ya me ha puesto otro cuando bajamos. Ahora
comprendo que es por camuflarnos.
Bajamos frente a una construcción blanca. Es un museo, lo
observo intrigada. He leído que ahí hay una colección de artefactos
pertenecientes al Titanic, puesto que el puerto de Halifax fue el más
cercano a su hundimiento.
—Creí que esto te podría gustar. Nunca he venido así que nos
harán un tour —me informa mientras avanzamos custodiados y
personal del lugar nos aguarda. El sitio está vacío, apenas puedo
concebir que lo cerrasen para nosotros, pero parece que es así. En
efecto, nos explica cada detalle, pregunto de más, él también. Sabe
mucho sobre casi cualquier cosa, así que la guía se muestra
entusiasmada por poder ahondar y explayarse.
Paseamos por Citadel Hill, apenas un poco por cuestiones de
seguridad, aunque la gente parece no reparar en nosotros. Luego
nos metemos a un subterráneo de un edificio enorme.
—¿Por qué aquí? —pregunto hambreada pero revitalizada por
las largas conversaciones, por la charla ligera, por su compañía.
—Es una de mis torres, cenaremos y dormiremos aquí.
—Creí que el hotel…
—No, Elle, es arriesgado.
Subimos hasta el último piso. Es asombroso, todo es ventana y la
vista es deslumbrante. Habla con Ron un momento antes de cerrar
la puerta.
—Si quieres refrescarte es el momento, nos esperan en el
restaurante —me comunica desde su posición, cruzado de brazos.
—¿Iremos a cenar? —indago dejando el gorro sobre un sillón.
Sonríe observándome.
—Hay ropa en la habitación, elige lo que desees usar —murmura
esperando mi reacción.
—¿No puedo ir así? —deseo saber desconcertada, algo trama.
—Puedes, pero yo también me mudaré y podrías no ir a tono —
explica ligero. Tuerzo la boca y señalo las escaleras, es de dos
pisos esta inmensidad. Asiente. Subo estudiándolo, pero no se
mueve, solo me mira. Abro la primera puerta y una pieza enorme
aparece—. La siguiente, wahine —indica desde abajo. Abro la que
me dice y paso, es hermoso ese lugar. Una cama grande, con
sábanas blancas inmaculadas, duela clara y todo en tonos natural.
Abro una puerta y un vestidor que cualquiera soñaría, aunque ni la
mitad del que tiene Dáran en Kahulback, aparece ante mí. Hay
vestidos, zapatos, bolsos y cosas así. No entro.
—Son tuyos, nadie más ha pisado este lugar —lo escucho en mi
espalda. Respingo y volteo, nerviosa.
—¿Qué es todo esto, Dáran? —pregunto un tanto perdida.
—Mi disculpa por aquello que ocurrió —admite.
—Creí que ya lo habíamos pasado —aclaro notando sus ojos de
fuego recorrerme.
—Eres noble, wahine, pero debo hacer las cosas bien.
—Y esto es hacerlo bien… Me gustó lo que hacías de las
macetas, y eso…
—Esto es solo un momento más, uno que espero estés
disfrutando —apunta recargado en una mesilla color maple, sonrío,
osada y me acerco. En cuanto me puede tocar, no lo duda y enreda
sus manos en mi cintura, atrayéndome hasta su cuerpo viril.
—¿Me estás corrompiendo? —inquiero alzando el rostro,
suspicaz. Baja el suyo y muerde uno de mis labios, despacio, luego
lo lame. Gimo ante lo sorpresivo de su gesto.
—Te estoy conquistando, Elle, solo eso —conviene con voz
ronca. Sonrío lánguida y el beso se profundiza sin remedio. No me
doy cuenta hasta ese instante de cuánto lo he ansiado.
CAPÍTULO XXI

Las luces de Halifax se pierden en mi mente en aquel momento,


hace casi doce años atrás, mientras espero a ese ser que ha
volteado mi mundo en apenas poco más de tres meses, que con
esa dulzura me ha desarmado hasta un grado que no calculé.
Tenía veintidós, estaba por graduarme de Harvard en Ciencias, el
mejor de la generación, me apasiona esa área, entender el
funcionamiento de las cosas sobre todo las que tienen que ver con
seres vivos, pero más que nada; los retos, eso ha sido una
constante en mi vida. Aunque también tengo post grados en
negocios, en Inglaterra, especialidades y demás, no he cesado de
estudiar, es algo que me enajena, o lo era hasta que apareció taku
anahera puru*(Mi ángel de ojos azules)
Suelo usar ese idioma con los escoltas, con mi familia. Pienso en
maorí todo el tiempo, me ayuda a mantenerme centrado, por lo
mismo es parte de mi comunicación, y a ella, más que a nadie, la
pienso de esa manera. Dice Aisea, la jefa espiritual de la reserva,
que cuando dos almas están creadas para acoplarse, para
unificarse, buscarán la manera de encontrarse. Lo cierto es que hoy
siento más real esa afirmación, aunque intento no pensarla
demasiado.
Y bueno, en la universidad celebraron la trayectoria y
aportaciones académicas en aquel tiempo, además de
descubrimientos en el área química, del Doctor R. Phillips. Fue una
reunión en uno de los salones reservados del campus. Invitaron a la
alcurnia de la ciencia, de los docentes y del plantel estudiantil. Yo
asistí porque él me caía especialmente bien, una mente prodigiosa,
ideas ordenadas y un don para la enseñanza que me ayudó en
muchas ocasiones, más de las que puedo ahora calcular.
Esa tarde, en aquel lugar con luz tenue gracias a esos ventanales
larguísimos, donde se repartían canapés y vino, la vi. Tenía doce
años, ahora lo sé. Y no, no me llamó la atención como ahora lo logra
con tan solo abanicar sus rubias pestañas, no. Era una niña, yo un
chico con el mundo a sus pies.
Estaba sentada, muy derecha, al lado de su hermana, tres años
mayor. Observaba el entorno, seria, pero con perspicacia. Su abuela
se encontraba a su lado, una mujer influyente, catedrática
consagrada y una lumbrera, también. Mientras conversaba con uno
de los profesores sobre mi padre, que lo conoció años atrás, la
observé porque de alguna manera no pude eludirla, me intrigó su
pose. Su mentón alto, su postura erguida, su cabellera tan rubia
sujeta por una trenza, aquel vestido muy formal y la manera en la
que examinaba cada movimiento de los presentes, pero sobre todo,
lo ajena que era a lo que ahí ocurría.
Me miró, supongo que notó mis ojos sobre ella, no se amedrentó,
aunque ya para ese tiempo solía ser un tipo grande. Barrió mi
cuerpo, de pies a cabeza, luego dejó su mirada sobre la mía apenas
unos segundos, como buscando algo que le intrigara, después
abandonó mi persona y siguió con su escrutinio. Su hermana, al
lado, reía más, se movía inquieta, pero la pequeña de cabellos
dorados, no. No supe quién era hasta que, conversando con el
doctor Phillips, después de haberlo felicitado, la joven apareció ahí,
a su lado.
—Elle, te presento al señor Lancaster —dijo su padre. La niña me
saludó con la cabeza, con una educación impecable, mejor que la
mía debo añadir.
—Mi hija menor, Elle, Elleonor —añadió el hombre, con suavidad,
notablemente orgulloso de su pequeña. Ahora sé que no era en
vano, no solo por ese cerebro que tiene precio hoy en día, sino por
su belleza tan peculiar, casi etérea y su manera de moverse; suave,
delicada. Aunque puede ser violenta si se lo propone. Rio al evocar
nuestros enfrentamientos.
En respuesta le tendí la mano, como debe ser. Ella la observó
desconcertada, me la dio y la besé sonriendo, juguetón. Su rubor,
ese al que ahora soy más adicto que a cualquier otra cosa,
apareció, y logré lo que nadie en ese lugar; arrancarle una media
sonrisa que no tengo idea de por qué se sintió como un pequeño
triunfo.
—Papá, Aide y yo debemos retirarnos —susurró con la seguridad
de una chica de mucha mayor edad, no doce años, recobrando la
compostura. Su padre asintió y le dio un beso en la coronilla. Luego
la observó irse.
—Siempre me preocupará lo que esa cabeza pueda llegar a
hacer… —murmuró más para sí. Bebí del champaña, escuchándolo.
Lo notó y sonrió disculpándose—. Lo lamento, Dáran, hablé en voz
alta.
—No se preocupe, creo que hay confianza para ello —le recordé
ligero, y la había, pasamos noches en vela discutiendo sobre temas
de interés, hablando sobre alguna investigación, y siendo mi asesor
para tesis, más. Sacudió su cabeza.
—Es muy peculiar, hará grandes cosas, pero no sé a qué precio
—admitió un tanto agobiado. Ahora, diez años después, sé bien de
qué habla.
—Entonces enséñela a protegerse —lo insté. Me estudió durante
unos segundos y luego asintió.
—Sí, tienes razón —secundó.
Nunca imaginé que esas palabras jugaran en mi contra hasta
este punto.
Pasaron muchos años antes de que volviera siquiera a escuchar
su nombre. Su padre murió y no pude asistir a su entierro porque
me encontraba en el otro lado del mundo, sin embargo, lo lamenté y
sí, debo admitir que me dio curiosidad saber cómo era ya para ese
momento esa dulce frialdad que me llamó tanto la atención años
atrás. Lo dejé pasar, no tenía sentido.
Una tarde, meses atrás, se convocó a una reunión con uno de los
laboratorios que tiene sede en Toronto, uno más de investigación
que de desarrollo. Algo poco común ocurría, así que ahí me
informaron que una chica joven, bioquímica, con especialidad en
medicina molecular, en realidad, había descubierto algo de cuidado,
algo… peligroso. Despertaron mi interés enseguida, mi curiosidad.
Solo éramos Dawn, el director general del laboratorio y yo, por
seguridad y como exige el protocolo en casos especiales. Al saber
de qué se trataba quedé maravillado. Un virus DNA, ha sido tratado
con agentes químicos para causar mutagenesis y así alterar su
secuencia genética. Hasta ese momento suponíamos que era
inestable, difícil de predecir. Ella descubrió que hicieron una
transfección tomando el DNA viral alterado y lo colocaron en células
para que se replique, como resultado ese nuevo virus. Este virus ha
estado costando mucho dinero, no por su índice de mortandad, si no
por lo costoso y las secuelas. El asunto era entender quién, o qué.
Lo maravilloso fue que tenía datos sobre lo que aseguraba, además,
estaba dando viabilidad a la vacuna, por ende, formas de
estabilizarlo por medio de combinaciones de medicamentos.
Quedé impactado, satisfecho e intrigado a la par. Pero mucho
más cuando escuché el nombre en el informe. Me sorprendió.
Recordé enseguida las palabras de su padre y supe que debía ser
doblemente cuidadoso.
Ron comenzó enseguida una investigación sobre ella. Yo no le
seguí el rastro como era lógico, no tenía idea de su vida, pero
¡whakatara!*(Maldición), cuando la vi en las fotos debo aceptar que me
produjo lo mismo que de niña, ahora multiplicado por mil, y vuelta
una mujer, una que me asombró, porque si bien no es la belleza con
las que lidio comúnmente, es… natural, segura e… inaccesible. De
inmediato la protegieron sin que lo sospechara. Pedí a mi gente que
no mencionara nada y asistí a la convención donde sabía que iría,
debíamos hablar.
La vi ahí entrar, no fui el único, durante un segundo me aturdió,
lucía tan segura y ajena que me atrajo en ese mismo instante.
Llevaba un vestido sencillo y fue evidente que no se hizo mucho
para apantallar, aunque lo logró. Luego, cuando me acerqué, sé que
no me reconoció, aún ahora no recuerda ese momento cuando la vi
por primera vez. Más tarde, mi ego sufrió su primer golpe al notar
que no quedé en su mente como ella en la mía tantos años atrás.
Mencioné que los retos son un motor importante en mi vida, y
Elle, con esa negativa, se convirtió en uno, justo en ese momento en
el que rechazó hablar conmigo sabiendo quien era. Nada la
amedrenta y eso me fascina, aunque me preocupa a la par, ni
siquiera se ha cuestionado en medio de esto el hecho de continuar
la investigación, porque podría hacerlo...
Al día siguiente arreglé todo para la cena de gala. Cuando
apareció a mi lado debo aceptar que caí noqueado, lucía bellísima.
Es elegante, de esa manera clásica. Se mueve con una seguridad
asombrosa, y también sabe desenvolverse, pero es ingenua, dulce
hasta lo indecible, y supe que era mi desafío personal cuando la
invité a bailar y pisó mi pie un par de veces, cuando su cintura
encajó en mi mano, cuando su aroma a mujer me embriagó.
Esa noche la dejé estar, la química entre ambos brotó sin aviso,
tampoco lo pude prever, tan grande que decidí mantener distancia
ese día. Me siento elemental a su lado.
Lo complicado fue que pronto supe que estaba en la mira de
otros, y cuando digo otros, me refiero a hombres poderosos como
yo, aunque peligrosos también, no es que yo no lo sea, debo ser
sincero y es que en mi mundo para obtener algo no siempre se hace
de manera limpia lamentablemente, aunque lo intento por todos los
medios antes de acudir a algo que esté fuera de mi ética de vida.
Por eso me mantengo lo más alejado que puedo. Es retorcido,
sucio, mezquino, mucho más de lo que la gente común puede llegar
siquiera a imaginar, cosas bajo sus narices suceden a diario, cosas
que no son fortuitas, cosas que están dentro del cálculo elemental
del camino de este planeta, cosas que… nos degradan a un punto
tal, que puedes o unirte o enfermar con tal de no saber más.
En este caso particular, supe que en primera; debía actuar rápido.
En segunda, esa mujer de semblante distante, estaba en peligro
pues Nicole, mi jefa de averiguaciones, espionaje en realidad y
misiones especiales, se infiltró y obtuvo información privilegiada en
la que dejó claro que algunos deseaban someterla obligándola a
trabajar para ellos y así inflar sus intereses. Otros, usarla a su antojo
de aquella manera enferma en la que no quiero ni pensar, y obligarla
a terminar lo que había empezado usando su cuerpo, pues con ese
rostro, varios se apuntaron a ese plan y tener ganancias dobles. Y
todo eso sin contar que aún no conocía la contraparte su existencia.
Ellos no juegan, acabarían con ella de cualquier manera posible si la
logran tener en sus manos.
Todas las posibles vertientes de su destino eran catastróficas. La
verdad mis ácidos gástricos jugaron a favor de solo pensar a esa
niña de cabellos rubios, que ya no es ninguna niña, en medio de esa
cacería. Agobiado, decidí que debía hacer algo contundente, algo
que de verdad la pusiera a salvo, de alguna forma por su padre, y
por otra, ella, su mirada desdeñosa, su rechazo y su… vida, esa que
ahora vale mucho más para mí que esa maldita fórmula, o los
millones que implica. Elle debe salir indemne de este enredo.
Nicole propuso tomar ventaja, que llegáramos a un acuerdo y la
hiciera pasar por mi pareja ante los ojos de los demás en cualquier
sentido y, entonces en Kahulback pudiese desarrollar la cura,
protegerla hasta que el peligro cesara y regresarle su vida.
Hubo partes en las que estuve de acuerdo, de inicio, pero cuando
me mandó al diablo, supe que debíamos actuar de otra manera, no
podríamos hablar y me metí entre ceja, protegerla, y si de paso
lograba doblegarla y conseguir que esos labios terminaran sobre los
míos de buena gana, o su cuerpo bajo mi cuerpo, mucho mejor.
Así comenzó todo esto que ahora ya no tiene retorno…
El día que llegó a la isla y la vi cobijada con mis mantas, sentí
alivio, por un lado, y un deseo abrazador, por el otro con tan solo
saberla ahí, a mi alcance, descansando segura entre mis sábanas.
Horas atrás supimos que ya estaba tras ella la contraparte, así que
tuvimos que hacerlo todo sin titubear, sin dejar rastro. La observé
por largos minutos, aún lo hago cuando duerme, es realmente
hermosa, pero sobre todo… me hace olvidar esta vida, lo que me
envuelve, lo que me rodea, me hace tener los pies sobre la tierra,
esa sensación que solo regresa a mí cuando estoy en la reserva.
Elle es la dulzura y bondad personificada, vuelta ángel en mi
cielo, lo cierto es que siendo precisamente un ser así, lo que hice,
cómo lo hice, marcará todo lo que haga con ella, sin embargo, no
puedo arrepentirme, ahora menos porque este planeta lleno de
inmundicia, de personas bajas, de mentes turbias, merece gente
como ella en él.
~*~
Miro la hora, seguramente no tarda en bajar. Elle es todo menos
pretenciosa. En realidad parece poco familiarizada con los artilugios
femeninos. Evoco la ocasión en que la descubrí maquillada, con ese
vestido, su carita de sorpresa. Es como una niña en ocasiones, pero
tan mujer que me doblega, que golpea toda mi hombría como un
toro en plena faena. La excitación que generó fue instantánea, así
como también, las ganas de ir tan lentamente a su lado que cada
paso dejara huellas imborrables en su memoria. La verdad es que a
estas alturas creo que voy a su ritmo porque lo primero es ella, y
porque no me perdonaría agilizar nada a lo que no estuviese lista.
Resoplo metiendo las manos en los bolsillos del pantalón de mi
traje gris, ese que elegí para hoy. Esta noche quiero que sea
especial, dadas las circunstancias, que la usemos a favor, aunque
de alguna manera sé que no la apantallaré. Ella no es como las
mujeres con las que me he rodeado durante mi vida adulta;
excéntricas, exigentes, quisquillosas y caprichosas, nada más lejos
de eso, lo noté a las pocas horas de tratarla cuando llegó. Qué días
tan difíciles. Debía hacerle ver que mi voluntad era más fuerte que
su resistencia y me negué a soltarle toda la verdad porque de
alguna manera sus agresiones me cautivaron, pero también, porque
noté de inmediato su fragilidad.
Elle desconoce el peso de lo que hace, aunque ya comienza a
imaginarlo, pero prefiero no agobiarla de más. Aún no olvido su
expresión de completo terror e incredulidad cuando vio el video
donde destrozaban su apartamento. Estuvo a nada de ser ella parte
de esa bajeza. O cuando regresé después de haber sido
envenenado y le conté la verdad. Elle palideció a un grado que me
asustó, la besé, debía hacerlo y nada se sintió más correcto durante
mi existencia, fue tan dulce, tan suave. Por lo mismo he decidido ir
con cuidado, soltar la información que es necesaria nada más y que
no se entere del precio que tiene su cabeza, de la cantidad de
personas que están esperando un descuido de mi parte para
capturarla, torturarla probablemente o… matarla. Cualquiera de ellas
me hace temblar de pies a cabeza.
Pensé que sería una mujer difícil, soberbia, pero que al final
cedería pues tanta fachada he aprendido no es real en las personas.
Imaginé que pasaríamos buenos momentos, sería un gana y gana
para ambos y listo.
Nunca he errado tanto como con ella, jamás. Elle se ha ido
metiendo en mi mente tan cuidadosamente, de forma delicada, que
pronto me encontré cuidándola como si fuese de cristal, porque
aunque es fuerte, brava y valiente, su inexperiencia es palpable, su
despertar, también, y su buen corazón, limpio, puro, que muestra
cada vez que tiene ocasión, es algo que se debe cuidar de más, su
ingenuidad.
Es un ser complejo, que me mantiene en vilo y que despierta toda
mi personalidad hasta lo más recóndito de ella, así, completa. Me
siento calmo a su lado, degusto cada una de sus sonrisas, de sus
sonrojos, de sus palabras inteligentes, de sus peleas. Es adorable
cuando ve alguna de esas películas de dibujos animados, o cuando
los huskys la persiguen, o cuando pierde en los juegos de mesa que
tan mal se le dan y en los que no le doy tregua porque lo
sospecharía. Ya dije que es inteligentísima, y lo es en toda su
extensión, pero ha vivido tan poco… que ahora mismo todo la
asombra y yo deseo guardar esos momentos irrepetibles en mi
memoria, porque temo que quizá con el tiempo dejen de existir.
Sí, Elle me envolvió y no tengo aún idea hasta qué punto, solo sé
que ahora mismo haría lo que fuese por ella, que me domina y que
debo encontrar la manera de remediar esa bestialidad de hace tres
semanas. Me jacto de ser un hombre cabal, alguien que encuentra
en los pequeños placeres lo que muchos buscan en los excesos,
pues se tiene acceso prácticamente a todo cuando se posee lo que
yo, y entonces se olvidan que no es así, que en los detalles y en lo
sencillo está la diferencia, lo que nos conecta al mundo.
Ese día la escuché atento, siempre lo hago, no obstante, su
sinceridad y la manera tan certera en que habló de lo que
interiormente le ocurre, me desbalanceó tanto como pocas cosas en
mi vida. No supe qué hacer y no, no estoy en lo absoluto habituado
a ello. Primero, porque me di cuenta de que lo ganado esos meses
no cambiaría el final de todo esto. Segundo, porque me perturbó por
completo comprender lo hondo que he permitido, casi sin darme
cuenta, que Elle entre en mí.
Me he protegido, sí, durante años, desde que Maya me mostró un
mundo del que tuve que huir prácticamente asqueado, que casi me
come entero y que logró hacerme buscar el equilibrio en mi vida.
Desde lo ocurrido con ella me convertí en un hombre solitario,
aunque suela estar con tantas personas a mi alrededor, demasiadas
en realidad, encontré la manera de nutrir mi interior para estar en
armonía con él. Aprendí a llevar mi vida por el camino que quería, y
costó mucho en este mundo del que provengo, aun cuesta, sin
embargo, plantearlo como un reto hizo la diferencia.
Pasé un año perdido en la reserva, esa a la que desde
adolescente debía acudir por temporadas, solo porque necesitaba
volver a conectarme conmigo. Cuando lo logré, tomé el control de lo
que me corresponde y aprendí a lidiar con ello, a conducirme y a
manejarlo como me conviniera. No todo de lo que he hecho me
hace sentir orgulloso, ni lo que he dejado de hacer, sería un
embustero, tengo sucias las manos hasta cierto punto, no lo negaré.
Lo cierto es que no pensé que me podría sentir en algún momento
bajo para alguien, poco merecedor, puesto que he hecho las cosas
lo mejor que he podido desde aquello que ocurrió. Pero una vida
como la mía, donde tantas cosas dependen de ella, no es sencillo
llevarla siempre por la senda de la ética, de la moral, no como la de
esa mujer que me hace ser consciente de lo mucho que aún puedo
dar, y de lo mucho que me falta para merecerla.
Quizá no debería siquiera ensuciarla con mis manos, quizá no
debería besarla, perderme en su aroma, añorar con esta locura
hacerla mía, pero es ir en contra de mi instinto, de mi ser. Me atrae
como nunca nadie. La deseo de una manera absurda, desconocida
del todo, me siento animal, protector, posesivo. Me desconozco y
me gusta porque a su lado todo está siendo nuevo también para mí.
Es como si estuviese encontrando en Elle, eso que no sabía que
buscaba, esa sensación de entender por qué soy quien soy, por qué
rechacé lo que rechacé de esta vida, por qué tengo el poder que
tengo. Me remide, me amista con mi vida porque es como saber que
tengo la posibilidad de ser en mi intimidad, en lo real, lo que
realmente soy.
Me perdonó, lo sé, pero la alejé y asumo que esa es mi
penitencia. Ahora debo regresar lo andado, ser cauto, cuidadoso.
Con esa mujer todo es así, con sigilo y firmeza, de otro modo es
fácil que se escabulla y se pierda en ese “deber ser” que con tanta
fuerza le inculcaron y sí, la protegió de algún modo durante mucho
tiempo, quizá el mismo que yo llevo haciendo eso conmigo. Pero
ahora mismo noto las grietas de ese caparazón donde se guardó,
esas que he buscado surjan, esas que ella nota y la están haciendo
despertar.
Escucho sus pisadas suaves, me giro y al verla ahí, de pie cerca
de las escaleras, mi cuerpo reacciona. Me mira nerviosa, apenas si
sonriendo. A su lado me siento un bárbaro, esa es la verdad, pero
también el hombre más afortunado por tener el privilegio de
compartir con un ser así la cotidianidad, aunque no sea de forma
natural y eso ensombrece en parte ese placer que me genera su
compañía.
Lleva puesto un vestido color sangre, de seda, cortado a medias
por las rodillas dejando ver sus contorneadas piernas, sin mangas.
¡Whakatara! Se le adhiere al cuerpo de una manera pecaminosa. Mi
excitación se hace presente enseguida, y es que su cabello rubio lo
lleva lacio, apenas si un poco de maquillaje, pero con ese atuendo
que acaricia sus curvas, esas con las que he tenido momentos de
infierno por lo que me generan. Se ve simplemente apetecible, mi
pecado personal, mi placer hecha mujer.
Taku wahine, como la nombro para mí, porque eso es Elle; mi
mujer, tiene ese poder sobre mí que nadie tiene, que a nadie le
cederé. Me acerco lentamente, sus mejillas blancas, ahora lucen
sonrosadas, me encanta. Le tiendo la mano, galante.
—Eres una aparición, wahine —hablo con los ojos puestos en
ella, en su piel cremosa que se vislumbra a través de ese escote
que deja ver el valle de esos pequeños senos. En la forma dulce y
suave con la que se mueve, y es que es así; suavidad personificada.
Sus caderas se muestran con cada paso que da, puedo ver su
estómago plano, esas piernas… Dios, me tiene loco.
—¿Estoy a tono? —pregunta con su voz peculiar, y es que tiene
un timbre que lo reconocería entre miles. La espero recorriendo su
cuerpo a mis anchas, porque soy, soy cínico y gozo de su timidez,
esa que me doblega.
—La pregunta ahora es si yo lo estoy… —reviro con voz ronca.
Su delicada mano toma la mía. Apenas si la roza, es contrastante; la
mía grande, sometida por las horas de sol, con tatuajes, esos anillos
que tanto significan. La de ella suave, delicada, pequeña, con dedos
puntiagudos e inmaculados. Sonríe suspicaz, con esos ojos azules
inspeccionándome, midiéndome como suele.
—Sabes que sí —admite con su sinceridad.
Me acerco porque no lo puedo evitar, porque me atrae como un
imán, porque soy adicto a todas esas reacciones de su cuerpo.
Tiembla, su respiración se acelera y es evidente que nunca sabe
qué hacer. Le sonrío de forma torcida sujetando con delicadeza su
otra mano. Un peldaño arriba de mí y de todas maneras alza un
poco su cabeza, se humedece los labios encendidos. Lleva sus
pestañas con rímel, una raya muy delgada negra y rubor, apenas un
poco, se ve preciosa.
Muy despacio me acerco, ahora soy más cauto después de mi
arranque bestial, como ella suele referirse a mí, y busco sus labios.
Huele dulce, como a caramelo a fuego lento. Los rozo apenas y su
aliento se queda ahí, suspendido. Es como si siempre la
sorprendiera. Atrapo su labio inferior con suavidad, apenas
rozándolo, sus ojos se cierran y suspira, luego el otro y su lengua
tímida se asoma.
Durante estas tres semanas la he dejado estar pero en serio el
deseo me consume, sé que a ella igual. Gruño y rodeo su cintura.
Su piel se traspasa por mi palma, siento el filo de su braga y la
acerco más. Responde gimiendo, colocando como suele, sus manos
en mis hombros, como si de ello dependiera su equilibrio, su
estabilidad.
Me separo porque el autocontrol, cuando se trata de ella, ha sido
la diferencia, y aunque sé que podría avanzar sin encontrar mucha
resistencia, no es su cuerpo lo que más deseo poseer, sino su
mente, sus pensamientos, que cuando ocurra no exista el
arrepentimiento, ni un vestigio de culpa… Para estas alturas sé que
será su primera vez, por lo mismo quiero avanzar a su tiempo, a su
paso, ir abriendo lentamente esos pétalos que la envuelven, en los
que se ha escondido.
—Sabes que no busco que me deslumbres, ¿verdad? —dice
despacio, cerca de mi boca. Acaricio la parte baja de su espalda con
mi pulgar, deleitado, con su sabor aún en mis papilas.
—Solo quiero pasar un buen rato… Además, creo haberte dicho
que al estar bien quería tres cosas: un gran pedazo de carne, vino y
un baile —enumero con mis dedos. Se intenta zafar, se lo impido.
—No sé bailar —me recuerda ruborizada.
—Ya no es del todo cierto, pero… recuerdo que es una promesa
que tengo pendiente, wahine, no obstaculices el llevarlo a cabo. Ya
ves que mi lista de tropiezos crece contigo sin remedio.
—Traigo tacones… —se queja buscando una escapatoria.
—No tengo problemas, te los quitas y ya está —soluciono, ya va
a decir algo cuando enredo sus pequeños dedos en mi mano y la
insto a bajar para salir de una vez.
Cuando entramos al elevador, Tom y Ron, que conozco de
muchísimos años atrás, quizá mi vida entera, se ríen de manera
discreta entre ellos. Juran que Elle me mandará al diablo tarde o
temprano. Mi personal, a excepción de Kelly que está bajo aviso
después de lo brusca que fue con ella, le tiene un afecto especial,
se lo ha ganado a decir verdad y rapidísimo. Es tan elocuente con
todos, tan educada, tan atenta que no han tenido manera de
escapar a sus encantos. La casa, esa enorme que parecía todo
menos hogar desde que la tomé como el lugar para tener paz, ahora
se percibe diferente, es como si ella le diera vida a cada una de
esas paredes, de esos espacios. Así que dicen, desde hace tiempo,
que Elle me hará ver mi suerte… ¡Idiotas! Eso es evidente.
CAPÍTULO XXII

Entramos a un lugar precioso dentro del mismo edificio, es un


restaurante, solo que está vacío, a nuestra disposición. Es sencillo,
pero elegante. Las mesas, que imagino suelen estar desperdigadas
por aquel lindo sitio, no están a la vista, a cambio, hay una de
madera, que en el centro tiene flores silvestres dentro de un florero
rústico, blanco y un lazo alrededor. Los detalles simples captan mi
atención. La vista es espectacular, la ciudad se ve tan asombrosa
como en su penthouse y los focos esparcidos iluminando de forma
cálida, me relajan.
Me guía por la cintura, dándome mi tiempo para observarlo todo.
El que imagino es el capitán, nos saluda inclinándose un poco, le
sonrío a cambio.
—Buenas noches.
—Buenas noches —responde Dáran sereno, como suele. Noto
que solo seremos él, un par de empleados, y yo.
—¿A qué hora planeaste esto? —le pregunto cuando hace una
silla acolchonada para atrás, invitándome a sentar.
—Tengo mis contactos —responde con simpleza.
—Y el dinero… —agrego. Tuerce la boca, pensativo y luego
asiente.
—Sí, también.
—Kararehe —suelto sonriendo aturdida por todo eso. Se
acomoda a mi lado, se coloca la servilleta de lino y enseguida el
capitán nos da la bienvenida. Nos explica el menú. Pronto llega vino
tinto que Dáran degusta y luego acepta, y un par de entradas que se
derriten en mi boca. Soy cauta con la bebida… pero puedo
reconocer que el sabor es dulzón, quizá más suave—. Ya me dirás
por qué todo esto… Porque no esperas que crea que es para
“conquistarme” —apunto entrecomillando esa palabra. Menea su
copa, envuelto en su típica tranquilidad, observándome.
—Por un lado, tu promesa… —dice con su elegante suavidad—,
por otro, ya saben que estás conmigo, solo estoy ratificándolo —
expone con practicidad, una que me hiela. Pestañeo sin
comprender.
—¿Saben? —repito dejando mi copa de lado. Se acerca a mí,
colocando sus codos sobre la mesa, serio, amenazante también.
—Te quisieron envenenar, Elle, es obvio que ya saben dónde
estás… pero quiero que quede claro en calidad de qué lo estás
conmigo para que se lo piensen mejor.
—O sea que esto es una pantomima, una estrategia…
Suena lógico pero me duele sin remedio, quizá porque pensé que
sí, lo hacía para aligerar esa tensión casi imperceptible que se
generó después de esa horrible discusión, quizá porque de verdad
buscaba que nos distrajéramos, pero nunca pasó por mi mente esto.
Me retraigo enseguida, aunque intento ocultarlo dándole otro trago a
mi vino.
—No lo es, estamos aquí, comeremos lo que dije, bailaremos, lo
pasaremos tan bien como en la tarde, mañana igual. Es real.
—Pero orquestado con un fin.
—Digamos que mato dos pájaros de un tiro.
—Se me olvida que eres práctico, que nada es verdad ni nada es
mentira.
—En parte —murmura inspeccionándome, acerca una mano a la
mía, y pasa su dedo índice por mi dorso. Mi piel se eriza, no hay
remedio—. Porque eso que generas en mí, que genero en ti, es una
total verdad —asegura con intensidad, tanta que mi boca se seca,
aprovecha mi aturdimiento y acerca su mano a mi barbilla para
besarme con sumo cuidado—. Ves… Wahine, podemos abusar del
momento —revira con sus ojos salvajes sobre los míos.
Y eso intento, cenamos en medio de una plática relajada, me
cuenta un poco sobre la historia de Halifax, intento dejar de lado la
realidad de esa noche. Mi vida es una completamente diferente a la
de hace tan solo cuatro meses. Ha sido tan agotador intentar
comprender todo a mi alrededor, que hace tiempo dejé de hacerlo.
Me asusta, eso no lo puedo omitir, y mucho, pero confío en él a
pesar de todo, me hace sentir segura… además, de otras cosas con
las que comienzo a familiarizarme.
La música ha estado en un volumen adecuado, casi en todo
momento instrumental, agradable. De pronto cambia un poco, se
levanta y me tiende la mano. Niego.
—Nadie verá cómo te sostengo, porque no caerás, wahine,
tampoco saldré herido —asevera con tono juguetón pero con un
dejo de realidad que eriza mi piel. Nerviosa me incorporo, no suelo
usar zapato alto y vaticino que esto será un desastre—. Confía en
mí —ruega cuando lo único que veo es su pecho cubierto por esa
camisa, corbata y saco que son a la medida. Alzo el rostro,
insegura, pero asiento. Ahí, a un par de pasos de donde cenamos,
me toma por la cintura con suavidad, aunque bien rodeada, luego
engancha su mano a la mía y la cubre por completo—. Solo relájate,
yo me hago cargo.
Comienza moverse muy lento, despacio. Baja su cabeza, observo
su boca, enseguida paso saliva.
—Lo estás haciendo bien —me alienta sonriendo un poco.
Suspiro y recargo mi mejilla en su pecho, me aprisiona más,
aceptando el gesto y me dejo guiar. Poco a poco me abandono, me
siento ligera, flotando y es que de alguna manera sé que no tengo
nada de qué preocuparme, y si lo piso, no se quejará tampoco.
Bromeo sonriendo un poco, aferrándome con cuidado de su bíceps
que es firme y tan duro como se ve.
Cambia la canción y empieza a mover más los pies, me fijo un
poco más, pero sonrío al comprender lo que hace. Me rio
avergonzada, besa mi frente y me insta a seguir. Descansamos
porque lo necesito. El vino resbala delicioso por mi garganta, mi
interior se calienta, y retornamos, poco a poco me voy soltando. No
lo hago tan mal después de todo, pero acepto que con él como
instructor sería difícil que fuese de otra forma. Busca mis labios para
dejar besos fugaces cada tanto, de pronto me aleja y da una vuelta
inocente, rio de nuevo, él también. Cada vez se siente más natural,
cada vez lo disfruto más, cada vez mis piernas se sueltan con mayor
fluidez.
Reímos, bailamos, bromeamos, y pronto siento que ya el vino me
llegó de nuevo a la cabeza. Gimo mirándolo fijamente, mis pies
duelen.
—Creo que es hora de marcharnos —señala dándole un último
trago a su copa. Mi cabeza se siente como aquella vez, quizá un
poco más, así, de repente. Niega mostrando los dientes—. Nos
confiamos, wahine, es hora de dormir —apunta intrigado por mi
mirada y es que no dejo de verlo, con la barbilla sobre mi mano, con
el codo recargado en la mesa, un poco aturdida.
—Eres guapo, Dáran Lancaster, muy varonil —me encuentro
diciendo para luego reír como una boba.
—Vaya, lo interesante es ver si de eso te acuerdas mañana —
revira ligero, entretenido. Me encojo de hombros quitándole
importancia. El lugar me da un poco de vueltas y la vergüenza que
suele acompañarme, se esfuma.
—¿Qué más da? No debo ser la primera que te lo dice… —
farfullo arrastrando la lengua. No quiero decir esas cosas, pero
salen solas. Arquea una ceja, me observa.
—Tú eres perfecta…
—Y una mojigata —completo haciendo un puchero. Se pasa la
mano por el rostro, luego se rasca la barba.
—No, yo soy una bestia, y tú eres perfecta.
—No me gustó que me dijeras eso —gruño haciendo un mohín
con los labios, desviando la mirada. Su mano en mi barbilla hace
que lo vea de nuevo.
—Así que no me has disculpado —comprende cauto, pero
sonriendo, es evidente que él ya lo sabía. Chasqueo con la boca y
luego levanto un dedo negando.
—No, pero quizá porque sí lo soy, en el fondo —admito sincera.
Arruga la frente, negando.
—Eres tímida, Elle, has vivido otras cosas, eso no te convierte en
alguien que se escandaliza por nada, por Dios, en lo absoluto,
tampoco muestras una moral exagerada, o pareces afectada por
cosas naturales.
—No, aunque no estoy acostumbrada.
—Eso tiene remedio, mujer —revira sereno. Le sonrío a cambio.
Luego arrugo la frente, no aguanto los zapatos. Le pido un momento
haciendo un ademán con los dedos y me agacho. El mundo gira.
¡Guou! Me yergo mareada. Él ya está en cuclillas a mi lado, creo
que espera ver vómito, o algo.
—Quien inventó esos zapatos debe ser el ingeniero de las
cámaras de tortura, te lo juro —gruño y él suelta la carcajada.
—¿Quieres quitártelos? —adivina estudiándome. Asiento de una
pero porque la cabeza me pesa. Los saca de mis pies y luego llama
a Tom, éste se acerca y lo saludo meneando los dedos. Con gesto
serio me devuelve el saludo.
—Nos vamos, hazte cargo de esto —le ordena dándole los
instrumentos de tortura, luego me levanta sin esfuerzo. Grito
aferrándome a su cuello.
—Puedo sola —miento riendo. Mareadísima.
—Mentirosa.
—Sí —admito recargando la cabeza en su hombro—. Tengo
sueño —murmuro cuando nos movemos.
—Lo sé, ya vamos a que descanses.
—De nuevo me puse borracha —me quejo en el ascensor. No
estamos solos, pero Ron y Tom son de confianza para mí a estas
alturas. Dáran sonríe y besa mi frente.
—De nuevo, Elle.
—Nunca tomo más de una copa, pero tú haces que lo olvide —
confieso bostezando.
—Entonces yo no lo olvidaré.
—Creo que es buena idea —arrullo adormilada. Sube conmigo
hasta la habitación, me recuesta en la cama y no lo suelto del cuello.
Me observa intrigado, con los brazos a los lados de mi cabeza. Me
fascina.
—Quiero que me beses —suelto así, como si nada. Sé que me
arrepentiré mañana pero ahora mismo en serio lo deseo, me quema.
Suspira pesadamente, desengancha mis manos de su cuello, besa
mi frente y luego mi nariz.
—No así, Elle. Debes dormir —determina metiéndome bajo las
cobijas.
—Te odio —refunfuño molesta.
—No me odias —revira amoldando la almohada. Sonrío negando.
—No, no puedo —consiento y no sé más de mí.
~*~
Abro los ojos y siento una horrible punzada en la sien. Me quejo
adolorida. Veo mi ropa, estoy aún con ese vestido que ahora es un
desastre. Dios. Me siento en la orilla, bajando los pies, quejosa.
Volteo en reflejo al otro lado de la cama, está vacío, dormí sola,
comprendo desconcertada.
Bufando voy hasta el baño, la imagen del espejo es patética. El
rímel corrido, el cabello hecho un desastre, ojeras. Mi estómago
revuelto. Asqueada devuelvo todo. Al terminar me siento mejor.
Busco algo con qué quitarme el maquillaje después de lavarme la
boca, lo encuentro, tal como en Kahulback. Me despinto e ingreso a
la ducha. El agua me ayuda, pero tengo una sed infernal. Me bebo
varios vasos al hilo, me pongo algo cómodo; un jeans, un suéter
holgado y termino sentada sobre la cama intentando encontrar el
valor para salir de ahí y encararlo. Ayer me lucí, lo recuerdo todo y
me lucí de verdad. Me seco el cabello un poco, como suelo para no
sentir frío y salgo. No tiene sentido aplazar lo inevitable.
Huele a café, me paso una mano por la frente y bajo. En la
cocina, con una taza en la mano, vestido como suele, solo, sin
sujetar el cabello y leyendo algo en su Tablet, lo encuentro
recargado en una encimera. Me inspecciona dándole un trago a su
bebida.
—Creí que lo de la cama no era negociable —logro decir con las
mejillas hirviendo. Sonríe negando, se da la vuelta, toma una taza,
la llena y me la tiende.
—Y no lo es, pero fue necesario —expone cuando yo la agarro, la
sujeto con ambas manos y cierro los ojos para perderme en ese
aroma, luego bebo. Me observa.
—Temías que te vomitara encima —reviro ácida. Alza las cejas.
—En realidad temí otras cosas —admite sereno. Lo freno con la
mano, avergonzada.
—Ya sé, lo siento. De repente me sentí así. Debo aprender a
tomar, o no hacerlo.
—No te disculpes —murmura acercándose, luego me quita la
taza y alza mi barbilla hasta él—. Lo pasamos bien, ¿no? —
pregunta cauto. Asiento perdida en sus rasgos salvajes, enigmáticos
—. Entonces todo está bien —repone, luego besa mi boca, apenas y
sonríe—. Y ya que despertaste a buena hora, podremos aprovechar
el día. ¿Quieres? —Asiento otra vez notando que no dirá nada más
sobre lo de ayer—. Pongamos remedio a esa resaca y salgamos de
aquí, wahine.
Damos un paseo en un pequeño yate que él conduce. Al inicio
me repliego aferrada a lo que puedo, luego me jala de la mano, me
rodea con su cuerpo y me coloca justo frente a los controles. Me
recargo en su pecho, rodea mi cintura y contemplo todo, sonriendo.
Me señala cada cosa, me cuenta historias y al final termino
abrazada a él con mi mejilla en su pecho, tranquila, olvidando un
poco el bochorno de la noche anterior. Después almorzamos en un
lugar privado. Es difícil cuando se trata de Dáran y de mi seguridad,
recuerdo cada tanto, pero intento, no sin esfuerzo, hacerlo a un
lado. Él luce confiado así que asumo no estamos en peligro.
Después vamos al Point Pleasent Park. Baja de la parte trasera de
una de las camionetas en las que vamos, pues nos acompañan
varios escoltas, un par de cometas. Lo miro arrugando la frente.
—Nunca he volado uno —acepto cuando se sienta en el césped,
como si estuviera acostumbrado a ello, desenreda un carrete y me
lo tiende, luego me pide que dé pasos hacia atrás, lo hago
obediente, nerviosa por causar un desastre, después suelta el
rombo enorme y el aire que sopla fuerte hace su parte.
Abro los ojos asombrada, entusiasmada. Pronto lo tengo tras de
mí y me ayuda a sostenerlo, me muestra cómo mantenerlo en
posición. Doy brinquitos como una niña, fascinada, riendo y
sujetándolo con fuerza por temor a que se vaya. Luego él pone en el
aire el suyo, a unos metros y duramos ahí un buen rato. A pesar de
todo me siento exultante, alegre, viva…
No hace frío a mediodía, y termino con la camiseta que gracias al
cielo llevaba debajo, él también. Luego mi cometa cae, le da el suyo
a Tom, que lo mantiene alto y me ayuda de nuevo; me rodea por la
espalda y lo conduce. Cuando siento su rostro en el hombro, pues
me está explicando, presa de algo más fuerte que yo, lo beso en la
mejilla en medio de esa barba bien recortada. Deja de hablar y me
mira de esa manera penetrante, fiera, pero no dice nada.
Terminamos en unos jardines hermosos, donde consigue
sorprenderme con un improvisado picnic a las orillas de un estanque
en Public Garden. Al finalizar nos tendemos sobre ese mantel que
llevaba preparado, ahí, bajo ese cielo bien azul, yo sobre su pecho,
presa de los sonidos propios del lugar, pero sobre todo de su
respiración, de los latidos fuertes de su corazón.
—Así que soy guapo —suelta de repente. Abro los ojos de par en
par, y la boca también, me incorporo y lo empujo por el hombro
comprendiendo que no dejaría ir esa tan fácilmente. Está riendo
divertido y yo avergonzadísima.
—Eres un idiota —le digo abochornada. Se sienta, me rodea por
la cadera y me acerca a él sin esfuerzo. Besa mi mejilla y hace que
lo mire, ya sin burla en sus ojos, sino con ese deseo crudo que logro
ahora identificar con mayor facilidad.
—Y tú bellísima, Elleonor —suelta dejándome sin aire por
nombrarme de esa manera en la que nadie lo hace—. En cualquiera
de tus facetas, lo eres. —Luego me besa despacio, para poco a
poco ir subiendo la velocidad, la intensidad. Le respondo ya sin
restringirme, mareada por su sabor, por las sensaciones.
CAPÍTULO XXIII

La semana pasa volando. No hay otra manera de definirla.


Reímos mucho, jugamos, bromeamos y… nos besamos cada vez
con mayor vehemencia, con mayor exigencia, pero cuando sus
manos pretenden ir más allá, lo detengo. Dáran solo sonríe y sigue
besándome, voraz, de esa forma ardiente.
Necesito más de él, eso no lo puedo negar, pero temo, temo
cometer una tontería, temo que entonces ya no pueda dar marcha
atrás, temo que mi voluntad termine completamente sometida, que
esto que genera crezca tanto que no lo pueda controlar. Si de por sí
es ya muy complicado.
Como el jueves, cuando llegamos de trabajar, mal cruzamos la
puerta cuando me besó con ansiedad, la misma que yo. Pronto me
encontré sentada sobre la mesa del comedor, con las piernas
abiertas y él justo en medio de ellas. Llevaba puesto un vestido. Sus
manos buscaron mi torso, mis brazos, y viajaron hasta mis piernas,
fue subiendo la tela. Me quemaba, mi vientre se contrajo ante la
antelación, la humedad de mi centro se hizo presente, así como la
sensibilidad de mis senos. Gemí cuando sus manos terminaron a los
lados de mi cadera, entre mi trasero y los pliegues de mi braga.
Deseosa, pero nerviosa a la par, me separé agobiada. Dejó de
moverse, solo me miró agitado, con los ojos febriles, retiró las
manos de ahí y me bajó por la cintura.
—Iré a darme una ducha —dijo dejándome un beso fugaz y
desapareciendo al instante.
Ayer por la noche terminé sobre él, con una de sus manos en mi
trasero, la otra enredada en mi cabello, besándonos con ardor,
deseosos. Lo ansío, no lo puedo negar, sería una embustera pero
es que noto como todas mis defensas están cayendo, como él las
ha ido derribando una a una y me asusta también la fuerza de todo
esto, porque cuando está cerca, lo quiero tocar, cuando lo toco, lo
quiero sentir más, probar más. Es como una adicción que crece a
pasos agigantados y que me da pavor no poder manejar y que
termine manejándome a mí logrando que olvide lo que no debo
olvidar. Cuando sentí su pulgar rozando mi seno, gemí y me quité de
un jalón, jadeando.
Nunca imaginé que se pudiera sentir tanto, jamás, y eso que no
hemos pasado de ello. Temí mirarlo de reojo, pero luego tomó mi
barbilla e hizo que lo viera directamente, sonreía sereno, aunque
con la respiración disparada.
—Podría besarte la eternidad, Elle —declaró con dulzura, luego
me atrajo hasta su pecho y nos perdimos en un documental que
habíamos dejado inconcluso la noche anterior.

El sábado decide hacer ovillos del todo. Nadamos, competimos y


casi le gano en dos ocasiones. Vencida, mucho más tarde le aviento
agua, me la devuelve y acabamos jugando como dos críos, para
luego reanudar esto que es ineludible y besarnos en plena piscina.
La vergüenza gana y cuando las cosas suben de nivel y mi cuerpo
se consume casi de manera infernal por dentro, cuando su
excitación, esa a la que ya estoy habituada roza mi vientre, la
percibo, me suelto y le vuelvo a aventar agua.
Por la tarde comemos afuera, en los jardines circundantes, cerca
del estanque que ya se descongeló. El clima es más favorable ahora
y me gusta estar al aire libre, a él también. Los huskys no nos dejan
en paz, así que les donamos la mitad de la comida que llevamos,
luego acabamos en el solariego tendidos en el mismo sofá,
apretujados, leyendo por horas.
Es fácil estar con él, en realidad demasiado. La investigación va
viento en popa y como le dije durante nuestra caminata del
domingo, estoy a punto de tener al fin lo que he buscado. A penas si
lo creo, pero siendo estable, y estudiándolo desde otra perspectiva,
comprendiendo el comportamiento del virus, me ha sido más
sencillo. Dáran no está encima de mí sobre ese tema, es más,
calculo que es uno de tantos que le atañen, no como en mi caso que
es lo que traigo en mente casi todo el tiempo.

Mañana, jueves, saldrá de viaje, va a Nueva York, regresará el


sábado. La verdad es que lo echaré de menos más que antes pues
mucho ha cambiado desde que se fue por última vez. Es de noche,
estamos uno frente al otro recostados en la cama, nos besamos
despacio, jugueteo con sus labios, ahora con menos pudor,
succionándolo, mordisqueándolo. Sonríe ligero con una de sus
manos bajo la almohada, con la otra en mi cadera descansando
lánguida mientras yo mantengo mi mano sobre su rostro, acaricio su
oreja, repaso su barba, sus cejas y él, deleitado, se deja explorar.
—Esa cicatriz, ¿cómo te la hiciste? —pregunto señalando la ceja
que está cerca de la almohada.
—Aprendiendo a pelear —responde, laxo, observándome. Lo
beso de nuevo y repaso su labio con mi lengua, gime y me separo.
Me está dejando el mando y me gusta, porque me recreo con todo
él ahí, frente a mí, inofensivo, o fingiendo que lo es.
—Suena a una pelea complicada… —murmuro perdiendo la
mano en su cabello ondulado, suelto, observando los colores que
son naturales, quizá por el sol.
—Lo fue, tardó en cerrar —susurra quieto.
—¿Fue un golpe?
—Fueron varios —admite estudiando mi reacción. Paso saliva y
luego acerco mi yema ahí, se gira un poco dándome entrada.
—Te hace ver… peligroso.
—¿Me tienes miedo? —pregunta silencioso. Lo miro y luego con
mi dedo viajo hasta su cuello, donde sobresalen algunos tatuajes, lo
inspecciono a mis anchas y vuelvo a clavar mis ojos en los suyos.
—No, me generas muchas cosas… pero miedo no —acepto sin
titubear. Mueve su mano, esa que estaba en mi cadera y la coloca
sobre mi rostro, sobre mi mejilla, luego me acaricia, despacio.
—¿Qué cosas?
—Intriga, misterio… No sé, tienes algo que te hace diferente, algo
que… no logro descifrar.
—Los tatuajes…
—En parte, pero también tus frases, tus maneras, lo que te gusta,
cómo te vistes, el colgante, los anillos… Esos adornos
desperdigados en algunos sitios de la casa, creo que tiene que ver
todo con los maorís —determino con un dejo de seguridad. No dice
nada, solo me observa y mueve sus dedos en mi pómulo, suspira.
No espero que diga más, hemos ido descubriéndonos, me gusta
que sea así y me acerco, sonrío y lo beso con mayor exigencia. Me
responde enganchando su mano en mi nuca. De algún modo nos la
arreglamos para que su cuerpo aterrice a medias sobre un costado
mío.
—Comienzas a saber quién soy, Elle —admite cuando todo está
a punto de salirse de control. Sonrío notando como siempre
recuerda todo, hasta lo más absurdo y lo saca a colación en el
momento justo—. Y me gusta que así sea —determina
acercándome de nuevo a él mientras se acomoda boca arriba, y nos
enfriamos.
~*~
El viernes me encuentro feliz, tanto que le pido a Tom lo que
nunca, que me comunique con él. Al fin estamos donde deseaba, he
sido cuidadosa y no he compartido el elemento final, ese que si todo
cuadra en la siguiente fase, la última, nos hará cantar victoria. Me lo
comunica pues no tengo teléfono por seguridad, tampoco lo
necesito la verdad y, por otro lado, Dáran tiempo atrás, me dijo que
cualquiera de ellos podría ayudarme a comunicarme con él cuando
quisiera, si se daba el caso y con Aide hablo continuamente.
Se escucha ocupado, como en medio de una cena, o no sé. Hay
música, risas femeninas, también masculinas, cubiertos chocando.
Promete que mañana a mediodía estará de vuelta, comeremos
juntos y hablaremos sobre lo ocurrido. Ahora sé que no puedo
decirlo por esa vía así, nada más. La única verdad es que
necesitaba escuchar su voz, pero algo molesto se instaura en medio
de mi vientre, algo que se siente incómodo.
Al colgar, en la habitación, me regaño por haber cedido al impulso
y marcarle. Me regaño porque estoy olvidando la manera en la que
terminé ahí, la razón. El cómo ha logrado que ceda poco a poco
hasta el grado de buscarlo cuando está de viaje como la novia
estúpida que no soy. Mi garganta escuece, se cierra, pero intento
empujar todas esas sensaciones a un sitio lejano.
Irritada decido darme una ducha, tardo más de la cuenta, pero
logra diluir mi molestia. Le pienso hablar a Aide, como cada
semana. Cené temprano así que no tengo mucho qué hacer. Tomo
mi bata, me enrollo en ella. Justo cuando la abrocho percibo como el
baño comienza a enfriarse. Me froto sobre la tela mientras me
desenredo el cabello.
—Frivóla, sube la temperatura —ordeno, y continúo. No hay
cambio, al contrario, me da la sensación de que sigue bajando.
Gruño—. Frivóla, sube la temperatura a 26 —exijo. Nada, suele
responder, pero no lo hace y cada vez está más frío. Frustrada
busco salir, la puerta no cede. Retrocedo un poco, es como si
tuviese seguro. Coloco mi palma en el lector y nada—. Frivóla, abre
la puerta, ¡ahora! —rujo comenzando a titiritar.
Nada. Nerviosa lo intento varias veces. La golpeo comenzando a
notar que la temperatura cada vez es más baja. Tomo la bata de
Dáran y me la pongo encima para guardar el calor aunque mis pies,
como suele pasarme, se congelan en el acto. No tengo como
comunicarme al exterior, no si ella no me lo permite.
—¡Frivóla, abre! —grito temblando. Nada. No tengo la secadora
de cabello ahí, tampoco ropa. Busco algo para intentar abrir la
puerta a la fuerza. No encuentro nada que sea de utilidad, solo
artículos inofensivos de higiene personal. Mi cabello húmedo no
ayuda en lo absoluto. Gimo sintiendo como el frío comienza a
penetrar en mi piel, en mi respiración. Me acerco a la ventana, la
golpeo buscando abrirla, pero no sucede, ella la comanda y el vidrio
es de doble resistencia. No me rindo y tomó un bote de basura
metálico y golpeo. Nada.
Dios, cada vez está más frío. Me acerco a la computadora que
comanda ese lugar, dice que está a 26 grados, pero se siente en
cero. Tiemblo. Tomo otra toalla, no hay más salvo la de manos y otra
mediana. Me cubro con todas. Ansiosa, desesperada. Pienso en
todas mis opciones, pero mis movimientos comienzan a ser torpes,
noto escarcha en el espejo, en el vidrio de la ducha. Mis pies se
encojen ante el mosaico congelado. Jadeo aturdida, descolocada.
No dejo de moverme, golpeo la puerta, grito hasta que mi garganta
duele y luego las lágrimas emergen.
Comienzo a tener miedo. No puedo pasar ahí la noche, es
imposible. La temperatura sigue disminuyendo al grado de sentir
que estoy en una nevera. Me abrazo, puedo medio ver mis labios,
están amoratándose rápidamente.
Piensa, Elle, Piensa. Pero mi mente comienza a perder claridad y
no puedo permitirlo. Estoy húmeda, mi cabello también. ¿Qué hago?
La ducha, el agua caliente. La abro, pese a que todo se percibe
congelante, espero, dando brinquitos, con una toalla bajo mis pies,
frotándome para no perder calor. Sé lo que puede ocurrir, sé que no
debo permitir que mi cuerpo pierda temperatura, pero también sé
que estoy húmeda, el baño también por el vapor y que no podré
pasar la noche de esa manera, es peligroso. Nada, el agua está
congelante. Gimo cerrando el grifo, nerviosa.
Me muerdo el labio, mi piel duele con ese exceso de aire, de frío.
Empiezo a sentir mis dedos cosquillear, mi respiración comienza a
hacerse lenta, después de un tiempo. Ya no puedo moverme como
minutos atrás. Estoy en una cámara congelada y si no salgo rápido
podría tener daños irreversibles o… mi corazón frenarse. Me froto
pero los movimientos en esas temperaturas y mis condiciones
comienzan a ser torpes. Gimo llena de miedo, me limpio las
lágrimas. Vuelvo a tocar la puerta, a intentar picarle a la
computadora, algo, pero está bloqueada, sé que ese apartamento
es aislado, y se suponía que seguro…
Mi mente, que ya no trabaja tan ágil comprende lo que pasa; esto
es planeado, esto es a lo que Dáran se refiere cuando habla de mi
seguridad. Esperaron a que estuviera lejos… No saldré de ahí, no
hasta que se den cuenta de lo que de verdad ocurre, ya no saldría
de la habitación… pasarán horas. Termino hecha ovillo en el espacio
que está en medio del jacuzzi y el mueble del lavamanos,
acercándome más a la madera buscando protegerme del aire que
no cesa.
Grito ya con poca fuerza aferrándome el cabello. El frío me está
aturdiendo, me enloquece, más la somnolencia que aparece. Me
resisto recitando de memoria cadenas de ADN, fórmulas, textos. Mis
dedos están entumidos, soy consciente del vertiginoso desgaste de
mi cuerpo. Duele respirar, me cubro la nariz, pero también me
duelen las orejas y no resisto tener mucho las manos en alto. Ya no
baja más la temperatura, creo, pero si se mantiene así por horas,
podría no sobrevivir. Quiero llorar, pero ya no puedo.
Pienso en él, sonrío con amargura. Buscó protegerme, cuidarme,
salvarme de lo que al parecer sería inevitable aun tratándose de un
hombre con su poder. Bajo mi cabeza y la entierro entre las rodillas.
Duele ya cada movimiento, el cabello se siente tieso, observo mis
dedos, están pálidos del todo. Sollozo. Mi hermana… Todo por esta
maldita locura que debí resistirme a continuar, pero no lo pude
evitar, es más fuerte que yo el lograr desentramar situaciones como
esa, quizá nunca más se presentara algo semejante y antepuse mi
curiosidad a mi vida.
Hay tanto que quiero hacer aún, tanto que quiero conocer,
descubro la forma en la que me he protegido, guardado. Mi padre,
mi abuela, la manera en la que me educaron, sé que me quisieron,
pero también que cuando comenzaba mi adolescencia
incrementaron los cuidados hacia mí, más inflexibilidad, menos
tiempo libre, que de por sí era escaso. Fue tan difícil hasta que dejé
de cuestionarlo y aprendí a vivir con ello, al grado de introyectarlo y
hacerlo parte de mi personalidad. Me escondí tras estudios,
conocimiento, me alejé de todo aquello que no me llevara a lograr
objetivos, metas, que no tuviese una razón real, un fin tangible.
Hago una mueca en medio de mi respiración cada vez más lenta.
Mis pensamientos se están perdiendo, por mucho que intento lo
contrario. Tarareo una canción que en ese momento evoco; mi
mamá, de cabellos rubios como los míos, sentada a mi lado en la
cama, acariciando mi rostro, cantando, sonriéndome con ternura.
Hacía años que no la recordaba. La nombro con un hilo de voz.
Su melodía se repite una y otra vez, mis ojos se cierran, el dolor
es insoportable, llenar de ese aire mis pulmones escuece, mis
extremidades ya no las percibo y no puedo moverme. Pienso en él,
en sus besos, en su mirada, repaso mi vida ahí mezclándola con
esos momentos que aparecen al lado de mi madre.

Una luz en mi pupila, no sé dónde estoy, solo soy consciente de


mi insensibilidad.
—Está viva. Con cuidado, Dáran, levántala lento —escucho una
voz familiar. Siento algo cálido en mi frente, no puedo abrir los ojos,
no por propio pie.
—Estarás bien, Elle, te juro que estarás bien. —Esa voz penetra
mucho más profundo que la anterior, tanto que hago un esfuerzo
para despertar, no puedo, me rindo y me dejo caer de nuevo en la
inconciencia.

Me remuevo, de pronto evoco lo ocurrido, el frío congelante que


se coló hasta mis huesos. Me incorporo de un brinco sobre la
mullida superficie. Tengo algo en la nariz, mi brazo izquierdo duele
al moverlo gracias a una aguja. Las luces son cálidas. Dáran se
acerca enseguida y se sienta en la orilla de la cama. Lo miro
horrorizada y me quito las mangueras de mi nariz, no me detiene, a
cambio me observa cauto. Alzo mis manos, observo mis dedos,
luego su rostro contraído, agobiado. Sin pensarlo y sin muchas
fuerzas, pero con una necesidad enfermiza, me yergo y lo rodeo
llorando. Suelta un suspiro y me recibe, cuidadoso.
—Todo está bien, wahine, todo —murmura con voz contenida.
Niego sobre su camiseta perdiendo de pronto la fuerza, lo nota y me
recuesta cuidadoso, coloca de nuevo eso en mi nariz, con suma
delicadeza.
—No te vayas —le ruego mientras me cubre. No sé dónde estoy,
pero la verdad tampoco reparo en detalles. Se recuesta a mi lado,
escondo mi rostro en su pecho, puedo olerlo y eso me relaja en
medio de esta angustia que me come, vuelvo a caer dormida.

Me despierto a ratos, pero me pierdo en el sueño enseguida.


—Estará desorientada unos días, pero no hay daños, pueden
hacer el viaje —escucho. Sé que ya no llevo eso en la nariz, solo el
suero… Me encuentro deprimida, angustiada, preocupada, enojada.
Prefiero mantener mis ojos cerrados, aislarme. Percibo el peso en la
cama, Dáran no se ha movido de ahí, lo sé, pero no tengo idea del
tiempo.
—Elle, tenemos que irnos. Ya todo está listo —me dice
acariciando mi cabello. Tiemblo, asustada.
—A dónde —le respondo con poca fuerza, calientita, sin voltear.
—A un lugar seguro, serán unas semanas —susurra. Quiero
replicar, decir tantas cosas en cambio, solo asiento—. Te ayudarán a
cambiarte, estaré esperando —me informa. Me giro enseguida,
negando. Ya no confío en nadie, tengo miedo incluso de eso que
tengo en mi brazo. Me yergo negando, quedando a unos
centímetros de su viril rostro, que luce cansado, tenso.
—No, no te vayas de aquí —suplico. Sus labios hacen una
mueca, luego acaricia mi mejilla y me acerca a su cuerpo,
rodeándome.
—Es Rory, sé que confías en ella, yo también —susurra
acariciando mi espalda, escondiendo su nariz en la cuna de mi
cuello. Sollozo aferrándome a sus hombros, temblando.
—Tengo miedo, Dáran —admito y me aprieta más.
—Nada igual sucederá de nuevo, no mientras respire —y me
aleja, toma mi rostro entre sus manos. Luce tan serio, tan peligroso,
aun así, sé que lo tomaron por sorpresa—. Vas a estar bien, y vas a
olvidar todo esto —promete férreo—. Estaré afuera, sé que prefieres
que ella te ayude. Nos marcharemos en cuanto estés lista —
determina aguerrido. Asiento y luego posa mi frente sobre la suya,
respira hondo.
—Frivóla no respondió… —solo digo. Abre los ojos.
—Vamos a apurarnos, wahine, entre más pronto estemos lejos,
mejor. —Besa mi frente y sale. Apenas un segundo después entra
Rory, sollozo, se acerca consternada y me abraza.
—Ya pasó, niña, tranquila —me dice meciéndome entre sus
brazos.
Una enfermera entra, que no reconozco, se acerca cauta y me
retira el suero con manos ágiles. Cuando se va y estoy más
tranquila, Rory me ayuda a ducharme. Siento débiles las
extremidades, lo bueno es que mi piel ya luce con color. No permito
que salga del baño, puede sonar exagerado pero me aterra estar
sola ahí. Me seca el cabello, me ayuda a vestirme con ropa cómoda
y caliente, coloca bálsamo en mis labios partidos, resecos y me
sonríe cuando estoy lista, sobre la cama. Abre y Dáran entra
escoltado por Tom, que me mira con un dejo de culpabilidad. Le
sonrío apenas porque la verdad no tengo ánimos de nada. Ojeo el
lugar, es una recámara, que ahora está equipada con algunos
artículos médicos, se siente calientita gracias a los vaporizadores y
la calefacción.
—Gracias, Rory —agradezco con voz apagada. Acaricia mi
cabello y sale. Dáran me ofrece los brazos para levantarme. Lo
conozco ahora mucho más y sé que está contenido, preocupado.
Cuando estoy de pie elevo una mano hasta su entrecejo y lo
masajeo apenas. Me sonríe sin alegría, toma mis dedos y los besa,
luego me carga sin que lo vea venir. No me quejo, la verdad,
prefiero estar en sus brazos ahora mismo que en cualquier otra
parte. Recargo mi cabeza en su pecho mientras aferro con lo que
tengo de fuerzas su cuello.
Subimos al helicóptero. Me adormezco. Aterrizamos en un
hangar, y un avión privado nos espera. Nos escoltan. Dáran habla
con Ron sin soltar mi cintura, todos parecen muy alertas. Paso
saliva, me encuentro cansada, no tengo idea de cuánto tiempo
estuve en ese baño, menos hace cuánto tiempo salí de ahí. Me
recargo en su pecho mientras en maorí, asumo, le explican algo.
Besa mi cabeza y me guía hasta las escaleras, de nuevo ahí me
eleva. Se lo agradezco, tengo pocas fuerzas. No se detiene hasta
que una de las mujeres de la tripulación le abre la puerta de lo que
parece una habitación, ahí, dentro de la aeronave. Es grande,
lujoso, pero apenas si me fijo, solo quiero que se vaya esta
sensación espantosa de vulnerabilidad. Me deposita sobre la cama,
enseguida me dan cobijas, me arropa y acaricia mi mejilla.
—Necesito estar afuera, pero intenta descansar. —Hago acopio
de mi madurez, tengo terror de estar sola, pero sé que ahí no podría
pasar nada—. Dejaré la puerta abierta, todos estamos al pendiente,
vendré a hacerte compañía en un rato. ¿Sí? —Se está portando tan
dulce que no atino a nada salvo a asentir.
Escucho sus voces, no sé qué dicen, no todos, solo cuando se
dirigen a la tripulación. Se escuchan severos, inclusos Dáran levanta
un pelo el tono. Me acurruco de lado y pierdo la vista en el exterior,
debe ser media tarde. Suspiro abatida. Creí que no saldría de ahí,
creí que… mi vida así terminaría y la sensación de desprotección
me ahoga.
Siento sus brazos rodearme, besa mi mejilla. Me amoldo a él.
—¿Tienes hambre? —pregunta bajo las mantas. Niego cerrando
de nuevo los ojos. Me siento atontada, no sé si lo ocurrido, o si los
medicamentos, pero necesito dormir de nuevo—. En un rato más
deberás ingerir algo —sentencia. No sé si es de noche, ya, pero qué
más da, me volteo y escondo en su pecho, me recibe y besa la
frente—. Me desarmas, Elle —admite acariciando mi cabello.
Despierto cuando escucho un clic. Él va saliendo del baño, con
una toalla, como suele, amarrada a su cadera. Lo contemplo y mi
sangre bombea, reconozco en mí todo lo que genera. Lo nota y me
sonríe.
—No es el lugar, ni el momento para que me mires así, wahine —
señala a unos metros, sacando algo del armario.
—Entonces cúbrete —rezongo acalorada.
—Eso pretendo, y ya habrá tiempo para recrearme yo también —
advierte poniéndose una camiseta grisácea, toma un par de cosas y
se mete al baño.
Me incorporo bajando los pies. El avión se mueve aún. Llevamos
horas volando, deduzco. Me froto el rostro. Sale ya vestido con su
desgarbo habitual y me observa.
—¿A dónde vamos?
—Nueva Zelanda —responde, esperando mi reacción. Alzo las
cejas.
—Es un viaje muy largo —comprendo.
—Lo es. Quieres darte un baño, porque comerás ya, Elle —
advierte. Me levanto midiendo mis fuerzas, me siento mucho más
repuesta, aun así, se coloca a mi lado de inmediato. Le sonrío y
camino.
—Me daré un baño, también comeré… Solo que… ¿podrías salir
de la habitación? No quiero cerrar la puerta —admito agobiada. Me
toma por la cintura y me pega a su cuerpo, jadeo.
—Es normal, y me gustaría poder acompañarte en esa ducha
pero ya tomé una, así que… —revira con ligereza, cínico. Le doy un
golpe en el hombro, sonriendo al fin. Besa mi mejilla aliviado—.
Kararehe —murmura divertido.
—No, por ahora no —corrijo. Sonríe complacido.
—Vaya, he avanzado… Te espero afuera, entonces. Estaré
atento. ¿De acuerdo?
—Gracias.
CAPÍTULO XXIV

Ingiero todo lo que me sirven, que por cierto está delicioso. Toso
a ratos, quizá enferme, comprendo cuando debo sonarme más de la
cuenta. Dáran me informa que Daniele le advirtió sobre ello. Tomo
los medicamentos recomendados. Los demás, que vuelan con
nosotros, se encuentran en una sala más adelante, ahí solo
estamos él y yo. Cuando acabamos y retiran todo, lo observo,
poniéndome de pie.
—Es tuyo —señalo entornando los ojos, me refiero al avión.
Toma de su taza, tarda un poco en responder y al final asiente—. Es
casi del tamaño de una casa —susurro inspeccionándolo, ya de pie.
—Lo es.
—¿Siempre viajas en él?
—Cuando es necesario.
—¿No te abruma?
—De nuevo con eso… —revira y me rodea por la espalda,
recargo mi peso en él.
—Lo lamento, pero a mí sí —admito apretando sus manos torno
a mi vientre. Ahora, más que antes, sé que quiero sentir todo lo que
pueda sentir.
—Quieres hablar de lo que ocurrió… o prefieres esperar —indaga
sobre mi cabello. Recordarlo me estremece, pero quiero entender.
Me suelto y camino hasta el sillón cremoso. Nos sentamos uno
frente al otro. Espera.
—Fue provocado, ¿verdad? —le pregunto directamente. Asiente.
Perturbada le narro todo, cada detalle de lo que recuerdo. Me
escucha con suma atención, aunque noto como su quijada
cuadrada, se tensa cada vez más y una vena en la frente aparece.
Cuando termino, yo con los ojos anegados, se levanta y da vueltas
por el lugar. Al final gruñe frustrado y vuelve a sentarse. Lo observo,
tensa.
—Jamás debiste pasar por algo así, mujer, nunca —ruge bravo.
Lo acallo con un dedo sobre sus labios.
—Esa es una palabra muy compleja, que suele durar poco —le
recuerdo. Arruga la frente, evocando esa conversación casi cinco
meses atrás. Sacude la cabeza y me besa en un arrebato. Le
respondo sin remedio, con vehemencia, acalorada—. Si enfermé, te
contagiaré —le hago ver.
—He iti taku manaaki*(Me importa poco) —repone mordisqueando mis
labios. Jadeo.
—No te entiendo —le recuerdo con los ojos cerrados, perdida en
su sabor.
—Me doblegas, Elle, solo eso —admite disminuyendo el ritmo.
Sonrío lánguida, porque es justo lo que a mí me sucede.
—Dime qué ocurrió, necesito saber… —lo insto cuando estamos
recuperando la respiración. Se frota la barba aspirando con fuerza.
Frivóla, que era impenetrable, fue vulnerada por alguien ajeno,
pues está creada por los mejores expertos en software de seguridad
e informática del mundo, aun así, encontraron cómo entrar. La
situación es que los de seguridad deben dar cierta privacidad,
dentro de aquel apartamento no se suelen encender las cámaras,
pero cuando Dáran no está, pide que se haga a ciertas horas. Así
que cuando alguien ingresa al baño a ducharse, u otras cosas, se
desactivan las cámaras, aunque sigan grabando por debajo. O algo
así entiendo. Lo que ocurrió es que unieron imágenes de mí
dormida, imágenes espejo, con el baño vacío y lograron hacer
parecer que todo estaba en orden por si alguien indagaba. Esto se
logra en segundos, según él. Fueron cuidadosos, expertos aun
grado de terrorismo, mientras tanto yo estaba ahí, muriendo de frío
de la manera más literal. Dáran llegó antes de lo que me dijo,
temprano, creyó que me despertaría y cuál fue su sorpresa de que
yo no estaba en la cama y que la puerta del baño no se abría
además de que estaba helada.
La movilización comenzó, notaron lo que había pasado con
Frivóla cuando ya Dáran y Tom habían roto la cerradura del baño.
Daniele también ya estaba presente, entraron y comprendieron lo
que ocurría. Su equipo de espionaje ya se ocupaba de ello, pero yo
estaba absolutamente congelada ahí, donde recuerdo que me
quedé para resguardarme.
—Cuando te vi, Elle, creí que era muy tarde… Aun te pienso y es
demasiado —acepta con impotencia. Paso una mano por su barba y
le acomodo tras la oreja un mechón de cabello. Suspira con sus ojos
clavados en los míos—. Jamás me hubiese perdonado que algo te
pasara —confiesa con cruda honestidad. Bajo mi mano y la toma
para besarla con dulzura, dedo por dedo.
—¿Me estarás salvando siempre? Es absurdo —expreso abatida,
cansada. Alza los ojos y sonríe mostrando esa dentadura blanca,
perfecta.
—Si es preciso, sí. El mundo merece más personas como tú,
Elle.
—Debí dejar la investigación.
—Si lo decides hacer, te apoyo… Pero ahora mismo eso ya no
cambiará el rumbo de las cosas.
—Lo sé. Debo concluir. Te llamé justo por eso. Ya sé qué sigue.
Es cuestión de días.
—No me asombra, pero me alegra para que esto termine de una
vez, wahine.
—No imaginé que las cosas sucedieran así, te lo aseguro.
Lamento todo lo que ha ocurrido —murmuro culpable.
—Yo solo la parte en la que creí que no saldrías sana de ese
jodido baño.
—Te envenenaron.
—Cosas que pasan —revira quitándole importancia.
—Te quejaste mucho.
—Quería tener una enfermera tiempo completo —bromea
aligerando el ambiente, aligerando eso que siento en el pecho,
aligerando mi cabeza. Sonrío rodando los ojos, siempre lo logra.
—Kararehe.
—Lo sé, wahine.
Me entero de que estuve medio inconsciente casi dos días, que
costó reanimarme y que Daniele se mostró agobiado en un
momento, pero comencé a reaccionar. Vamos a Nueva Zelanda
para despistar un poco, para dar tiempo a que se restablezca toda la
seguridad en Kahulback y saber quién propició aquello, aunque sé
por su semblante que quizá ya dieron con los responsables. La
verdad ni pregunto qué puede ocurrirles, en los niveles de Dáran me
queda claro que la prisión y esas cosas, quedan como juego de
niños.
Más horas de vuelo. Él tiene reuniones con su equipo, Kelly va a
bordo, noto, pero su personal no se acerca al área donde paso el
tiempo. No sé bien qué ocurrirá una vez llegando a Wellington, lo
cierto es que me importa poco en este momento, solo le pido que le
informen a Aide que estoy bien, lo demás, es impresionante pero
me da igual. Ahora mismo estoy a salvo y viva, ella también.
Leo a ratos, el resfrío empieza a ser claro. Me dan un té. Son
dieciséis horas de diferencia y un vuelo de casi veinte. El sitio es tan
cómodo que sería ridículo quejarme, esa es la realidad. Dáran se
acerca más tarde, todos parecen descansar, se tumba a mi lado y
vemos una película, me acurruco entre sus brazos y caigo dormida.
Respiro con esfuerzos gracias a la constipación.
—Nunca enfermo —gruño—, y estos meses ya cubrí mi cuota de
años. —Ríe besándome la cabeza. Sé que la fiebre aparece cuando
de nuevo tengo mucho frío. Lo agobia, aunque busca que no lo
note, lo percibo. Me da un twizzler cuando me quejo por estarme
sonando. Lo tomo agradecida, guiñándole un ojo.
Aterrizamos a las seis de la mañana de Wellington. Tres
camionetas nos esperan. Me subo escoltada por Tom mientras
Dáran habla con los demás. Está frío el clima, pero húmedo
también, aún no sale el sol. Él entra un par de minutos después,
coloca su mano en mi pierna y me sonríe.
—Bienvenida a mi país, wahine —anuncia con orgullo. Le sonrío
y recargo mi cabeza en su hombro, en respuesta besa mi cabello.
Esas muestras de intimidad ya parecen ser lo común entre nosotros,
aunque no hemos pasado de ahí, paradójicamente, sin embargo,
ahora, a diferencia de antes, mis defensas están casi extintas y lo
necesito, lo necesito muchísimo de todas las formas posibles.
Va a amaneciendo y noto que es una ciudad grande, hermosa,
con mucho verde, el mar bordeándolo, me pierdo en lo que la vista
me ofrece. Después tomamos un poco de carretera, mientras tanto
Dáran habla por el celular en italiano, me parece, luego en otro
idioma y abre cosas en la Tablet a la vez. Nunca para.
Pronto entramos como entre laderas, un camino de grava oscuro.
Un portón custodiado nos da la entrada y una casa de un piso,
extensa, de playa, aparece frente a nosotros.
—Pasaremos aquí un par de días, luego nos iremos a otro sitio.
—Me dirás a dónde —lo cuestiono cuando ya nos abren la
puerta.
—A una reserva.
—¿Una reserva?
—Ya verás.
Bajamos y el personal nos da la bienvenida. El lugar me agrada,
aunque es gigante, no es necesario tanto, pero bueno, así es su
vida. Los pisos de madera clara, madera blanca en el techo,
abanicos rústicos, espacios muy abiertos, jardín y jardín y mar al
fondo. Dáran va tomado de mi mano guiándome en medio de ese
laberinto increíble de vidrios y paisajes. Kelly nos sigue por detrás
hablando con parte del personal en inglés. Por lo que entiendo son
la cocinera, mucamas y quizá el encargado de las áreas verdes que
deben ser cuidadas por muchas personas porque son bastantes.
Dejo de escucharla, él abre una puerta colocando una palma y
sigue.
—Estás muda… —dice apretando mi mano, sonriente.
—Es hermoso aquí.
—¿Muy grande?
—Sí, también —acepto ruborizada. Abre una puerta de la misma
forma.
—No quiero saber de Frivóla por un tiempo —farfullo.
—Aquí no está, es más sencillo. Es tan alejado de todo que no es
tan necesario. Aunque el lugar cuenta con seguridad máxima, no lo
notarás.
—Me alegra. No pienso entrar a un baño que no abra yo y
controle yo —aseguro con decisión.
—Entonces estamos en el sitio correcto.
Entro y abro la boca, maravillada. El sol ya salió y tiñe todo de
una luz hermosa. La cama grande, acolchada, paredes blancas
también, contrasta con los muebles de madera, acojinados. Un baño
se adivina del lado izquierdo y justo frente a la cama, un ventanal
que da a dos sillas de exterior y el increíble jardín, el mar. Me
detengo justo ahí, aspirando ese olor que me encanta.
—Asumo que te parece bien dormir aquí un par de noches —
señala abrazándome por la espalda, recargando la barbilla en mi
hombro.
—Ahora mismo solo necesito olvidar lo que pasó, este lugar me
agrada. Es tan abierto. —Se coloca a mi lado, tomándome de la
cintura y con la otra mano hace un ademán invitándome a salir—.
Kamille, Kaisser —dice con voz firme y los canes aparecen. Mis ojos
se anegan, me llevo las manos a la boca y cuando aparecen, salgo
a saludarlos. Rio al ser lamida por ambos, luego le brincan a Dáran.
—Los trajiste.
—Cuando me ausento mucho tiempo, van conmigo —admite, lo
beso y luego hago que me persigan, como suelo.
—No te agotes, Elle, aún no estás bien, la gripe —me recuerda,
pero ya corro con ellos a los lados. Después de todo lo que ha
ocurrido esto se siente perfecto.
Termino sentada en el césped, con ambos a mi lado, viendo el
mar. El clima sí es frío, pero más agradable que en la isla, aunque lo
constipado no me deja estar del todo. Dáran habla con alguien que
parece trabajar ahí, ríen. Lo observo un poco sin que me note. Es un
ser de tierra, de naturaleza de alguna manera, eso siempre llama mi
atención, me gusta. Cuando ya no puedo respirar muy bien, decido
regresar, llaman a los canes, y entramos a la habitación.
—Imagino que aquí también tengo ropa —digo como de paso,
inspeccionando el baño.
—Imaginas bien, ya está en el vestidor. ¿Te quieres dar una
ducha? Luego comemos algo y descansa. Creo que tienes fiebre,
Elle —me regaña al colocar su mano en mi frente que se siente fría.
—Ya deberías acostumbrarte —replico mormada. Niega
sonriendo. Besa mi sien y me rodea.
—A verte mal, imposible. Anda, ve. Tengo unas llamadas que
hacer —me insta. Antes de que salga lo tomó de la mano, se
detiene. Me observa. Me pongo de puntillas y beso su mejilla con
aquella barba que ahora sé me gusta tanto.
—Gracias —suelto. Respira hondo.
—Solo mejórate —suplica sereno, pero complacido.
Ese día lo paso en cama debido al antiviral y a que me siento
molida, pero es agradable hacerlo en ese sitio. Leo, Dáran va y
viene. No sé qué tiene ese lugar que me hace sentir tranquila,
serena y logro olvidar a ratos lo que pasó. Tengo el horario, al igual
que él totalmente movido, por lo que caemos dormidos temprano.

Un vidrio se escarcha, enseguida siento que los pies se congelan,


mi piel lacera y una risa macabra se enreda en mi mente. Me
levanto gritando, aterrada.
—¡Elle! Sh… —Volteo y lo enfoco con los ojos anegados. La luz
de la luna se filtra a través de las cortinas enrollables blancas—.
¡Ey! —murmura acercando su mano a mi rostro, recargo mi mejilla
en ella.
—Esa noche recordé a mi mamá, su voz —susurro. Dáran lleva
su cabello suelto, el dorso desnudo, mi piel se calienta y sé que no
es fiebre por el resfrío, si no lo que él provoca, mi vientre siente esa
necesidad casi urgente, mis senos se sensibilizan.
—Wahine… —me nombra de esa forma enigmática, sensual,
posesiva y sin medir nada, me levanto y termino a horcajadas sobre
su robusto cuerpo. Aturdido me recibe rodeando cuidadoso mi
cadera. Aferro su rostro entre mis manos y lo beso. Gruñe
aceptando eso, acercándome más. Una de sus manos aferra mi
nuca, mientras jugamos con nuestras lenguas. Mi entrepierna se
humedece, gimo extasiada. Su sabor a hierbas que se confunde con
el frío invernal. Su tacto de fuego, la manera en la que me toca.
Siento su palma subir por mi cintura, lento, cuando se acerca a mi
seno y de pronto lo envuelve masajeándolo con sumo cuidado. Me
arqueo cuando su boca abandona la mía y comienza a viajar por mi
quijada, hasta llegar a mi oreja. Luego desciende por mi cuello,
dejando su sabor, su esencia. Siento tanto que me aferro a su
cabello. Me hace girar para dejar mi espalda sobre la cama. Lo miro
ahogadamente, deseosa, respirando con esfuerzo.
Me besa de nuevo, pasa uno de sus brazos tras mi cabeza y
sujeta una de mis manos, mientras la otra queda atrapada entre
ambos. Necesito más, gimo al percibir su voracidad, pero más
cuando su mano libre toma uno de mis senos, lo amolda con
cuidado y cuando mi pezón se yergue por encima de lo que llevo
puesto, juguetea con él. Es demasiado, me arqueo sin poder
contenerme. Doblo mis pies ante el cúmulo de sensaciones, hace lo
mismo con el otro.
—Kia marino, taku wahine * (Calma, mi mujer)
No entiendo lo que dice, pero me contorsiono porque ese líquido
entre mis piernas se siente fuera de control. Me remuevo, esos
dedos que sujetan mi mano me rodean con mayor firmeza, y su otra
mano comienza a descender tan despacio que apenas si respiro
cuando introduce los dedos en el elástico de mi pantalón de
algodón, luego mi braga. Abro los ojos, me encuentro con los suyos,
que me contemplan, no se detiene, tampoco se lo pido porque
quiero que lo haga, aunque me siento tensa de saberlo ahí, como sé
que es natural, cómo sé que debe ocurrir, porque si no me toca
enloqueceré.
—Cuando algo no te guste, solo dime, esto es para disfrutar, Elle
—susurra besando la comisura de mi boca. Baja más y doy un
respingo cuando soy consciente de sus dedos justo ahí. Jadeo
entrecortada, mis piernas se cierran por instinto, pero él con una de
las suyas, las abre y comienza a moverse de una manera
ridículamente placentera—. Estás húmeda, wahine —señala de esa
manera viril.
Me retuerzo, gimiendo, aferrada a su mano, esa que me sostiene.
Sabe lo que hace, y en efecto, sé que estoy húmeda. Juega
conmigo de una manera dulce, cuidadosa. El aire no es suficiente,
siento que el calor me absorbe. Me besa con esmero, todo junto se
siente demasiado, sus dedos en mi punto clave, moviéndose, su
lengua invadiéndome.
Mi respiración se dispara, algo brutal exige ser liberado, lo dejo
libre porque la irracionalidad de lo que experimento logra que me
arquee de una forma absurda.
—Dáran… Dios. No puedo.
—Puedes, wahine —musita seductor, con voz ronca y de pronto
algo barre conmigo creado desde mi interior atolondrando hasta mi
última neurona. Grito sin comprender por qué necesito hacerlo.
Pronto su boca me besa y absorbe todos mis ruidos cuando la
explosión de aquello me somete. Sus caricias cesan lentamente, mi
cuerpo se siente laxo y perlado de sudor. Respiro como si hubiese
corrido. Me observa con una intensidad abrumadora, yo a él. Me he
regalado algunos orgasmos, no diré que no, pero esto no tiene
siquiera comparación, es como si fuese la primera vez.
—Eres exquisita, Elle —asegura acariciando mi vientre, luego
sube por en medio del valle de mis senos y termina en mi barbilla.
Lo beso con cuidado, cohibida pero serena después de todo eso.
Me sonríe y rodea para que descanse sobre su pecho.
—¿Qué soñaste? —pregunta con suavidad. Le cuento
adormilada, besa mi cabeza y suspira.
—Lo más peligroso que puede ocurrir aquí es que me contagies,
Elle —murmura juguetón. Sonrío sobre su pecho, extasiada.

Al día siguiente amanezco mejor, aún con vestigios de ese resfrío


que no pasó de eso, al parecer. Sale bien temprano, no debe tardar,
asumo por la hora, tengo sueño y no entiendo ni qué día es, pero
prefiero no seguir en la cama así que ya estoy sentada en el sofá
que da a la ventana, con una taza de café entre mis manos, perdida
en el exterior. Me encuentro definitivamente mejor que ayer, en
todos sentidos, física y anímicamente. Aún recuerdo lo ocurrido y
me pierdo en los pensamientos, eso suelo hacer, descubro, cuando
algo me afecta.
Siento un beso sobre mi cabello, respingo porque no lo noté
entrar. No me acostumbro a esa manera sigilosa que tiene. Lleva
puesto un conjunto deportivo y camina quitándose la camiseta. Sus
músculos marcados se mueven, esos tatuajes que lo adornan,
calientan mi sangre inevitablemente porque enseguida acuden a mí
momentos de la noche anterior. Lo contemplo a través de mis
pestañas con la taza casi en mi boca. Es grande, aterrador si fuese
miedosa, pero en todo ello reside lo que tanto me atrae. Entra al
vestidor, luego sale ya solo con una toalla enrollada, el cabello
suelto, tan él como siempre.
—¿Te encuentras mejor? —pregunta ligero, escucho que ya
prendió la ducha, detecta mis mejillas encendidas, la manera en la
que lo miro. Se pasa una mano por el rostro, y luego por la nuca,
respirando hondo—. Me daré una ducha, demonio de mujer —gruñe
y desaparece de mi campo de visión. Sonrío abochornada pero
ligera.
Desayunamos afuera, en un comedor de exterior que da al jardín
y al mar. Está todo delicioso pero detecto la mano de otra persona,
no la de Rory.
—Estaré ocupado todo el día, wahine, mañana partimos
temprano. ¿Te molesta? ¿Te las puedes arreglar sola? —pregunta
de pie, a mi lado, alzando mi rostro con una mano y acercando el
suyo. Niego sonriendo, con mi taza entre mis manos y mis piernas
arriba de la silla.
—Daré un paseo con Kaisser y Kamille. ¿Puedo? Quiero ir a la
playa…
—¿Te refieres a si es seguro? —bromea besándome de forma
fugaz.
—Obviamente…
—Le diré a Tom, ¿de acuerdo?
El día transcurre rápido, lucho con mis ganas de dormir. No come
conmigo, lo veo a lo lejos haciendo llamadas, ocupado con gente a
su alrededor y sé que quizá, todo está complicado con lo que
ocurrió. Intento no pensar en ello porque incluso ducharme está
siendo una conquista diaria, pero hay momentos en los que siento
ese frío circular por mis venas. Los huskys ayudan bastante, me
distraen y jugueteamos, paseo en la playa solitaria, porque
evidentemente es privada, durante un buen rato.
Cuando el sol está por meterse, Tom me pide regresar. Ha estado
más serio de lo normal. Lo observo de pie con las manos en la
cintura. Va vestido con mayor soltura, un vaquero y camiseta, pero
igual de profesional en su actitud, con un revolver que ahora puedo
ver tras su cinto, el audífono…
—¿Sucede algo contigo? —lo encaro torciendo la boca. Arruga la
frente.
—No, señorita.
—Estás… diferente. Es por lo que ocurrió en el baño —suelto
para ver si es lo que imagino. Baja un segundo la mirada y luego
suspira serio, mirándome.
—No imaginé que estuviera ocurriéndole eso.
—No, porque no tenías modo de saberlo.
—Debo protegerla.
—Y eso haces, todo el tiempo.
—Pudo haber muerto.
—Pero estoy aquí. Sé que abriste esa puerta. Sé que de haberlo
podido evitar, lo habrías hecho.
—Lamento mucho que pasara por algo así…
—Lo sé, ojalá no hubiese ocurrido —murmuro pensativa, jugando
con la arena en mis pies descalzos—. Ojalá no hubiese descubierto
aquello y todo esto no estaría ocurriendo, ¿no? —expreso un tanto
agobiada, porque eso pienso ahora.
—Usted no tiene nada que ver con la avaricia y hambre de poder
que hay en el mundo, créame —asegura pétreo. Lo observo, es tan
grande como Dáran, con esos rasgos que sé, son provenientes de
aquí, de este país.
—No, pero sí es mi responsabilidad esta curiosidad que no me
deja —admito señalando mi cabeza, sonriendo. Me devuelve el
gesto—. ¿Puedo preguntarte algo? —prosigo, se pone nervioso,
aunque asiente cortés—. ¿De dónde conoces a Dáran? Sé que
naciste aquí, como él, como Tom y varios de su equipo —señalo
intrigada.
—Señorita Elle, esas son cosas que puede preguntarle
directamente a él, dudo que le niegue algo. No tengo autorización
para hablar de nada concerniente a su persona.
—Ni conmigo.
—Tenga paciencia, solo puedo decirle eso.
—Ese secretismo me cae verdaderamente mal —me quejo
refunfuñando. Sonríe y hace un ademán para avanzar. No me
muevo, a cambio me acerco y coloco una mano sobre su hombro—.
Gracias por cuidarme todo este tiempo, Tom —suelto agradecida, y
entonces me giro y avanzo.
CAPÍTULO XXV

Ceno sola, bostezando, es raro saberlo en el mismo espacio y


que no esté ahí, a mi lado. Me doy una ducha pues la salinidad la
siento adherida, cuando salgo ya con algo cómodo para dormir, lo
veo sentado en el mismo sillón que yo por la mañana, con los ojos
cerrador y la cabeza hacia atrás. Me acerco en silencio, extiende su
mano, sonrío, enredo mis dedos y me jala cuidadoso hasta él. Me
mira al tiempo que me toma por la cintura y recarga su frente en mi
vientre. Pierdo mis dedos en su cabellera, lleva ese moño bajo ya un
tanto despeinado.
—¿Cenaste? —Asiente en la misma posición—. ¿Qué ocurre? —
pregunto cauta. Me atrae logrando que abra mis piernas y termine a
horcajadas sobre las suyas. Sonrío cohibida, acalorada también. Su
mirada es fiera, agotada pero dura. Pierde su atención en mi boca,
luego se acerca y en vez de besarme aferra mi cuello y comienza a
pasar su nariz por mi quijada, mi oreja, besa mi hombro haciendo a
un lado la blusa dejando expuesta mi clavícula. Jadeo
sosteniéndome de sus hombros.
—Ese olor, wahine… —ruje dejando besos ardientes desde ahí,
hasta mi boca en línea recta. Cuando lo tengo en frente abro mis
labios y lo recibo vehemente. Sus manos pasean por mi espalda,
mis piernas, mis brazos. Ambos respiramos agitados, mi cuerpo
pide más. De pronto se quita la camiseta y su pecho queda
expuesto. Suspiro sintiendo el calor abrazar mi cuerpo, la humedad
entre mis piernas retornar.
Me alza en brazos y me recuesta en la cama, queda a un lado de
mí. Aferro su rostro por la barba y lo beso ansiosa, cuando nos
separamos, su mano acaricia mi barbilla, luego mi cuello y
desciende, pero esta vez no va a mi elástico, si no a los pliegues de
mi blusa. Introduce una mano por debajo y sube. Mi piel se eriza, un
tanto nerviosa siento sus dedos adueñarse de uno de mis
montículos bajo el corpiño que suelo usar para dormir. Gimo de
placer cuando empieza a jugar con ellos, a crear sensaciones tan
placenteras que debo cerrar los ojos.
—Dáran… —logro decir sujetando su antebrazo, apretándolo.
Alza la tela y su rostro desciende hasta ese lugar en el que antes su
mano se hallaba. Dejo salir un grito ahogado cuando succiona y
juega con su lengua, luego, con la otra mano, llega a mi pantalón y
mi respiración se dispara, nerviosa, porque siento que es imposible
experimentar más. Error, cuando sus dedos, hábiles, tocan justo ese
punto, un calambre me consume a tal grado que alzo la barbilla
jadeando fuerte. No me da tregua. Pasa al otro seno, hace lo
mismo, lame alrededor de mi piel sensible y su mano dentro de mi
braga no cesa.
—No, Dios, Dáran —me escucho decir cuando siento que dejaré
el alma en ese momento. Millones de explosiones a la vez ocurren.
Me encuentro sudorosa, aturdida, incluso mareada, el aire no entra
del todo en mis pulmones y me encuentro más sensible que nunca.
Tomo aire a bocanadas, asombrada por todo eso. Busco sus ojos,
mantiene su palma abierta sobre mi vientre, y su otra mano ahora
acaricia mi cabello.
—No puedo respirar bien —admito atolondrada. Sonríe satisfecho
y roza mi boca.
—Eres mi deleite hecho mujer, Elle —murmura con ternura,
bajando mi blusa. Me giro un poco y tomo su rostro, aún acalorada.
—Yo también quiero tocarte —pido temblando. Clava sus ojos en
mí, puedo jurar que lo tomo por sorpresa, raro en él. Suspira dudoso
—. Dime, muéstrame cómo —susurro temerosa, nerviosa. Se gira
para quedar boca arriba, pasa un brazo por su frente perdiendo la
atención en el techo. No entiendo su actitud, recelosa me muevo—.
No tienes que… —Ruge y voltea de un movimiento para quedar
sobre mí, de nuevo. Estudia mis rasgos, atento.
—No tengo idea de qué más vayas a decir, pero, wahine, ¿estás
segura? No tienes que hacer nada que no desees —susurra
desconcertado, con las pupilas dilatadas, fiero. Asiento sin dudar.
Roza mi boca absorbiendo mi aroma—. Bien, solo que… debes
detenerte cuando te lo pida, ¿sí? Ahora mismo soy un puto horno,
mujer, y tú eres la única responsable… —admite tenso. Sonrío
envalentonada, aunque también nerviosa.
Me besa y aferra por la cintura, le correspondo colocando mis
manos sobre su pecho, con mis yemas delineo uno de sus bíceps.
Jadea y separa nuestros rostros para observar lo que hago. Le
sonrío tímida y paseo por sus tatuajes, lo recuesto con la palma y
me recreo investigándolo, descubriéndolo. Se pasa una mano por el
rostro, contenido. Su piel bronceada, la textura de sus vellos, justo
donde empieza el pantalón, con cuidado busco abrir el botón que
me separa de mi objetivo. Jadea y coloca su mano sobre la mía,
cauto. Lo miro frustrada.
—No debes hacerlo…
—Quiero hacerlo —sentencio mordiendo mi labio inferior, me
suelta. Beso su cuello, su aroma ese que siempre desprende se
siente más potente ahí, lo aspiro, luego paseo mi boca por su
pecho, lo lamo apenas, jadea de nuevo. Mantiene una de sus
manos en mi cintura, la otra en puño, sobre su vientre marcado.
Cuando logro abrir su pantalón soy bien consciente de su erección
porque puja por emerger. Introduzco mi mano cuando bajo el cierre
y lo toco sobre la tela del bóxer de algodón oscuro. Ruge acercando
su erección a mí, lo tomo y se siente enorme. Respingo acalorada.
—Dáran, dime… —le ruego, sintiéndome una tonta, y es que de
verdad sé qué hacer pero nunca lo he hecho. Toma mi muñeca,
cauto, y la dirige por debajo de la tela. Tensa la quijada, alzando su
barbilla cuando mi mano lo toca apenas. Se siente caliente, su piel
ahí es tersa, jadea, me dejo guiar.
—Tómalo —logra decir con los dientes apretados. Lo hago
temerosa, con cuidado. Mi palma lo rodea y se siente tan grande
que me asombra. Busco sus ojos, me estudia febril.
—Qué hago —pido con un hilo de voz. Respira de forma
discorde, coloca su mano sobre la mía, la envuelve y me muestra
cómo. Parece que cada movimiento lo lleva al límite y lo supera.
Entiendo cómo y poco a poco lo reproduzco. Se siente bien, pero
sobre todo, el saber que yo genero esa marea de sensaciones en
ese ser tan misterioso, tan grande, tan… hombre. Me concentro en
lo que hago, en sus gestos, en sus ruidos. Tiene mi camiseta
arrugada, los ojos cerrados, jadea cada tanto o aprieta los dientes.
Asumo que voy por buen camino porque él ya no me guía, sino que
se cubre los ojos con la mano en puño. Me agrada sentirlo así,
saber que puedo doblegarlo a tal punto, que logro en él, lo mismo
que él en mí. Su miembro es grande, aunque no puedo comparar en
realidad.
Su palma se enreda en mi muñeca sin previo aviso, me detengo.
—Elle, no… sigas —ruega mientras su pecho sube y baja. Me
encuentro acalorada de nuevo, húmeda. Pestañeo nerviosa, le
intento dar su espacio y niega respirando con esfuerzo. Gruñe y me
acerca hasta su hombro—. Solo dame unos minutos —suplica.
Asiento contemplándolo, deleitada, acurrucada. Sonríe después de
un tiempo y me observa—. No sé para el mundo, pero para mí sí
que eres el arma más poderosa con la que me he topado —gruñe
siendo de nuevo el de siempre—. Iré a darme una ducha, si me
permites —inquiere alzando su ceja marcada. Le doy un empujón,
riendo.

Me despierta cuando aún no sale el sol. Me froto los ojos,


desconcertada.
—¿Qué hora es? —quiero saber.
—Las seis, es hora de alistarnos, flojita —murmura besando mi
frente para luego colocarse bien la sudadera sobre su vaquero.
Frunzo el ceño.
—¿Debo llevar algo en particular? No entiendo.
—Solo ponte ropa cómoda y caliente, lo demás, ya sabes, está
listo.
—Extraño hacer yo mi equipaje —refunfuño bajándome de la
cama. Ríe.
—¿Puedes darte una ducha sola, o quieres compañía? —
bromea.
—Kararehe —suelto azotando la puerta, pero enseguida la abro
cerciorándome de que no se atascó, o algo.
—No me iré, aquí te espero, wahine —lo escuchó, sonrío.

Subimos a un helicóptero, ya sé qué hacer y lo hago, pero Dáran


se cerciora de que esté todo en orden. Despegamos y media hora
después de ver mar, lagos, bosques, aterrizamos en un área verde,
alejada de la ciudad. Vislumbré pequeñas construcciones por ahí,
desperdigadas, cerca del mar, otras no tanto. Me intriga
sobremanera todo esto. Me ayuda a bajar, cuatro de sus escoltas,
entre ellos Tom y Ron, nos acompañan, pero llevan ropa común, en
realidad muy relajada para ser ellos. Bajan algunas cosas, pronto se
acercan lugareños. Usan ropa sencilla, llevan tatuados los rostros, el
par de mujeres la barbilla, el cuerpo, collares como los de él,
cabellos largos, sujetos y todo en conjunto me lleva a Dáran, así, tal
cual.
Lo miro mientras avanzamos entre el césped. Una mujer mayor
alta, ancha, de rasgos polinesios, se acerca, coloca la frente sobre
la suya y luego frota la nariz, otra vez. Pestañeo.
—He tangata tauhou? * (Es tu forastera)
Dáran asiente serio, solemne, aunque se ve que hay respeto
entre ambos, algo me dice que esa mujer es importante ahí. Paso
saliva nerviosa, ni idea de por qué. Los demás me observan. Un
hombre alto, de cabello negro, amarrado a medias, rizado, se
acerca, serio y empieza a gritar. Me suelta, retrocedo un tanto
asustada.
Pronto los acompañantes de Dáran lo flanquean. ¿Qué ocurre?
Los lugareños que llegaron escoltando a la mujer, flanquean al
recién llegado. Dáran grita. Respingo, su equipo le imita. Sacan las
lenguas, son… amenazantes. Y de pronto recuerdo todo lo que he
venido investigando a lo largo de estos meses cuando tengo tiempo
sobre ellos. Es un haka, noto asombrada, es un baile de guerra que
se usaba para amedrentarse, para demostrar poder y atemorizarse.
Ahora mismo lo usan en ciertos eventos, pero no más para eso.
Una serie de gritos suceden, luego se pegan en el pecho con
fuerza, en las piernas al unísono, como una danza ensayada. La
mujer se coloca a mi lado, lleva la barbilla tatuada, signo de quien
está unida a otro maorí y lo decide ostentar. Me arrepiento ahora
mismo de no haber ahondando más, pero la verdad es que no
pensé terminar en un sitio así.
Gritan con las mandíbulas tensas, los ojos bien abiertos, mueven
los brazos de forma acorde ambos bandos, primero uno, luego el
otro. Las piernas abiertas, atentos. Estoy conmocionada,
asombrada, porque todos los gestos de Dáran dicen que está
plenamente concentrado en ello y además… que se encuentra en
su elemento.
Hacen ruidos, pero intuyo que es ese idioma, como cantos, una
coreografía. Mi piel se eriza porque al fin… siento que puedo
entenderlo. Estoy en una reserva maorí. Termina un minuto
después ese momento que me mantiene tensa, para enseguida
soltar senda carcajada el que parece ser el líder del otro bando y
acercarse a él rudamente. Se sujetan de los brazos sonriendo y
chocan sus frentes. Pestañeo.
—Haere mai. *(Bienvenido)
—Kia akameitakiia kotou. *(Gracias)
Se saludan todos entre sí, ahora confirmo mi teoría, Tom y Ron
son provenientes de ahí, también los demás. Me relajo un poco,
hasta que se acercan a nosotras. Sonrientes.
—Elle, él es Mika, Mikaere —dice relajado, más alegre de lo que
jamás lo he visto durante esos meses. Le sonrío tendiéndole la
mano, niega y acerca su frente a la mía, respira dejándome
atolondrada. Sonrío y luego pasa su nariz dos veces por la mía. No
sé qué fue eso, pero Dáran luce satisfecho.
—Haere mai, Elle —dice. No sé qué significa—. Bienvenida —me
repite en inglés. Le sonrío avergonzada—. Aisea, ko ia te hoa o
Dáran.*(Ella es la compañera de Dáran)
—Ma te wa e korero. *(El tiempo lo dirá)
Dáran sujeta mi mano, relajado. No entiendo nada, pero me
queda claro que no soy aún de su agrado y que a él no le preocupa.
—Aisea es la líder espiritual de la comuna. Mika es el líder en
general, pero trabajan juntos —me explica frente a ellos. La mujer
me saluda con la cabeza, pero no se acerca.
—Un gusto —murmuro cohibida.
—Nos alegra tener compañía, más viniendo de este animal —
bromea Mika al tiempo que lo toma por la cabeza y comienzan a
pelear ahí, en pleno césped, como dos niños. Sus escoltas siguen
conversando con los demás, mujeres se acercan y todo parece
estar en control.
—Ya te habituarás —habla Aisea a mi lado, serena. Le sonrío
tímida.
—Sí, supongo. —Me examina apenas y sigue, así, etérea,
extraña.
Dáran y Mika se sueltan al fin, ya varios se adelantaron. Ríen y
están despeinados, colorados y puedo jurar que golpeados de
verdad. Me toma la mano de nuevo, como si nada, agitado.
Pasamos los árboles que rodean la ladera. El helicóptero se va. Veo
casas por doquier desperdigadas de dos aguas, con techos rojos y
paredes de ladrillos pintadas de blanco. Lucen cuidadas, unas más
grandes que otras, pero en general en buen estado. Lugareños van
y vienen, lucen ocupadas a pesar de ser tan temprano. Todo es
silvestre, el sol ya sale y tiñe el lugar de colores alegres, el mar está
más adelante. Césped cortado alrededor de cada vivienda. Niños
salen, mujeres vienen.
Observo sin perder detalle, pero no pregunto nada. Veo
ventiladores de energía eólica cerca del océano, paneles solares a
los costados de las casas. Huertos en casi todos los jardines
traseros.
—Ellos se sostienen en cuanto a comida, pero trabajan madera
como nadie, tienen sus artesanías, además, hay espacio turístico
para quienes vienen a conocer un poco de la cultura a algunos
kilómetros de aquí. Los niños estudian lo elemental que pide el
Estado, pero además, todas las costumbres de su gente —me
explica Dáran, orgulloso.
—Pescamos, tenemos nuestras propias granjas. Es divertido —
añade Mika, que es de complexión gruesa y quizá de la edad de
Dáran, no lo sé.
—Es hermoso —admito fascinada. Aunque sin entender qué
hacemos ahí, por qué se conocen, qué tiene que ver Dáran con todo
esto.
—Lo es. Ha costado mucho pero hemos logrado conservar lo que
nos importa.
—Sus costumbres.
—En muchos sentidos —admite.
—Mika es quien negocia todo lo que es externo a la reserva,
gestiona permiso, y están protegidos por el Estado.
—Gracias a ustedes —añade el aludido. Dáran se tensa, pero lo
ignora enseguida, no sin antes dedicarle una mirada que parece
importarle poco al jefe de ahí.
—Aquí no tiene acceso nadie que ellos no permitan su entrada.
Es así. Y pueden negociar con el exterior por medio de algunos
emisarios que se capacitan para ello.
—Están muy bien organizados.
—Sí, y ahora… los dejo. Tokotai *(Bienvenidos), espero que disfruten
su estancia. Nos vemos más tarde. Todo está en orden, si les falta
algo, nos lo haces saber, Dáran —le dice con mucha confianza,
amistad profunda mientras nos dirigimos hacia la derecha, donde
hay más casas. Todas separadas entre sí, con flores en las
entradas, juegos de niños hechos a mano.
—Gracias, Mika. Te busco en un rato.
No agrego nada, él tampoco cuando se detiene frente a una de
esas curiosas construcciones. Tiene una ventana cuadrada, como
todas, a un costado de la entrada. Es como de muñecas. Abre la
puerta de madera y rechina apenas. Me cede el paso. Huele a
limpio. Ajusto la mirada porque no tiene tanta luz, aunque es
suficiente. Es un cuadrado de buen tamaño. De lado derecho una
pequeña mesa con dos sillas, al lado una minúscula cocina que
tiene dos hornillas, gavetas arriba, abajo y un fregadero, en la
esquina, un refrigerador como el que yo tenía en casa, justo.
Después una puerta cerrada, un armario también que parece hecho
a mano, de madera cuidadosamente trabajada. Un librero. En el
muro de enfrente un ventanal que no debe medir más de un metro
de ancho, parece que da a un jardín. Enseguida una cama de
matrimonio, con dos mesillas de noche y cada una con lámparas
rústicas, que también parecen hechas a mano, y para finalizar a mi
costado izquierdo dos muebles de madera con cojines crema
acolchados y una mesa frente a ellos con flores frescas.
—¿Y bien? —quiere saber a mis espaldas, veo dos maletas no
muy grandes ahí, en una esquina. Podría jurar que su voz está
expectante. Camino por el lugar, tocando todo, fascinada.
—Sabes el haka —señalo alzando una ceja. Se rasca la nuca
abriendo de más los ojos.
—Es algo que aprendí y que me alegra que sepas de qué se
trata.
—Leí un poco.
—Entonces la curiosidad sigue —replica con tono mordaz.
—¿Cuánto tiempo estaremos aquí? —pregunto cambiando de
tema. Entorna los ojos, cauto.
—Dos semanas, quizá tres —responde cerrando tras de sí.
Asiento y me recargo en el mueble de la cocina.
—¿Es tuya?
—Yo la hice, wahine, también todo lo que aquí ves —me informa
serio, sereno, ahora. No puedo esconder más mi asombro, repaso
mi entorno con mayor atención y sonrío sacudiendo la cabeza.
—Es perfecta, Dáran —admito. Más relajado se acerca y me
encierra en ese sitio, inspeccionándome, colocando ambos brazos a
mis costados.
—Elle, en este lugar todos hacemos algo mientras
permanezcamos aquí, ya sea de visita, o porque se vive.
—Dime qué, lo haré —acepto atontada por la manera en la que
me mira, en el hombre que parece convertirse ahí. Baja su cabeza y
atrapa uno de mis labios.
—No me refería a ti, sino a mí.
—Yo también quiero participar, lo necesito, Dáran —remilgo
quitándome de ahí.
—¿Segura?
—Sí, ni de loca me quedo aquí haciendo nada todo el día, pero
necesito que me muestres. —Me besa y luego sube las maletas a la
cama. Resulta fascinante el yo desempacar mis cosas,
acomodarlas. Me cede los espacios que yo deseo, él acomoda lo
suyo en los restantes. Veo que la puerta al lado de la cocina es un
baño. Hay que agacharse para entrar, pero ya ahí, hasta él puede
estar de pie sin problema, tiene una pequeña ducha, un inodoro y
lavamanos.
Todo queda en su sitio y me siento exultante.
—¿Lista? —quiere saber, retador. Salimos al jardín con una cesta
que agarra de la cocina y comienza toda una clase de recolección
de comida por su parte. Es evidente que alguien se hace cargo de
esa parcela que debe medir lo mismo que la casa, pero hacia atrás.
Cuenta con jitomates, papas, zanahorias y varias cosas más que me
va mostrando.
No le importa ensuciarse, agacharse. Disfruto estar ahí, aunque
el sol esté sobre nosotros. Bromeamos un poco, saluda a algunos
de los que pasan que parecen alegres de verle. Otros se detienen y
le hablan en maorí, como si fuese cualquier persona. Me los
presenta y son cálidos.
Entramos y lavo todo, eso sí sé hacerlo, mientras él inspecciona
el contenido del refrigerador.
—Nos dejaron leche, algunos huevos, jugo. Café ya molido.
¿Quieres comer algo? —pregunta como si nada. Lo miro al tiempo
que apago el grifo.
—Viviste aquí, ¿no es así? —comprendo sin creerlo del todo,
aunque por la manera en la que se conduce, el hecho de que esa
casa la hizo él, pues suena casi lógico pero necesito certeza. Cierra
la puerta de la nevera y asiente.
—¿Cuánto tiempo?
—Varias veces por temporadas. La más larga un año.
—Y ¿vienes seguido?
—Cada vez que puedo, quizá dos semanas cada seis meses, a
veces no logro ni eso —confiesa, estudiándome. Asiento.
—¿Por qué?
—Por qué ¿qué?
—Por qué vienes, por qué tienes una casa aquí… ¿Puedo saber?
—inquiero intrigada.
—Es parte de mi vida.
—No entiendo cómo puedes ser ese hombre que me llevó a su
isla en Nueva Escocia, con tanto poder, con tanto dinero, con un
laboratorio a metros de donde vive, con casas, avión, helicóptero y
este también. No coinciden.
—¿Tú crees? Son solo cosas. —Ladeo el rostro y suspiro, porque
la verdad es que sí, coinciden en mucho, aunque no en la opulencia
y sí, son solo cosas, como dice, pero a las que no se puede tener
acceso con facilidad, hay personas que nunca.
—Lo usas como tu tiempo fuera.
—Algo así. En realidad es más algo que necesito… —
Comprendo que no sacaré mucho, no en ese momento.
—¿Sabes cocinar? —deduzco, porque ahí no hay nadie que le
resuelva sus caprichos.
—Y lavar ropa, tenderla, hacer una cama. Sí, soy un hombre
independiente —señala con una mueca cómica. Ruedo los ojos y
abro de nuevo el grifo.
—Bien, entonces quiero huevos y café. Gracias —reviro tallando
las zanahorias, un tanto frustrada por no sacarle más información.
Se acerca, rodea mi cintura y besa mi nuca, esa que llevo expuesta
debido a que me hice un moño alto, como los que suele llevar.
—Lo que tú digas, mujer —murmura dejándome la piel erizada,
aunque intrigada.
Cocina delicioso, y lo hace con un cuidado que fue imposible no
observar cada paso que dio.
—Todos tus escoltas son de aquí —asumo sorbiendo de ese
delicioso café que hizo.
—Sí. Aquí son libres de quedarse, o irse y llevar una vida
diferente. Así se mantiene un equilibrio —explica, y se levanta para
llevar los trastes al fregadero. Chasqueo la lengua.
—Deja ahí, tú cocinas y yo lavo. Es lo justo —suelto ligera. Me
sonríe, parece un tanto perdido con mis reacciones, y la verdad es
que yo también con las de él. Me observa lavar recargado a mi lado.
—Debo ir con Mika a hablar algunas cosas. ¿Quieres
acompañarme y te presento personas de por aquí y te explico dónde
es cada lugar? —propone como midiéndome. Acepto relajada, no
soy la más sociable, pero definitivamente no me quedaré.
Cumple lo prometido y conozco a varios de los que ahí viven. Hay
una casa para eventos, centros de reunión, es la más grande, tiene
una explanada al lado. Me muestra donde es el taller de ropa,
aunque usan vaqueros con telas que les traen, pero ellos los
confeccionan, desde eso, hasta lo que sea. Los habitantes lucen
ocupados en general. Venden al exterior lo que hacen, esculturas
hermosas de madera y de una planta típica de la región. Pasamos
fuera del lugar donde están ya laborando, tallando, cortando. Son
hermosas las cosas que crean. Dáran me habla, mientras
recorremos la comuna, sobre su organización, y es que aquí se
protege mucho todo lo referente a esta cultura, por lo que muchos
de los activos que se desarrollan en la economía maorí, son de
propiedad colectiva, porque están en tierra donde habitan
organizaciones tribales, como esta, u otras que me menciona están
desperdigadas a lo ancho y largo de Nueva Zelanda, pero esta es la
más grande. Dichas organizaciones tienen grandes cantidades de
activos en servicios forestales, culturales y recreativos. También son
generadores de energía eólica en el país.
De pie a un lado de un árbol, me toma de las manos,
estudiándome de esa manera tan peculiar, parece que sonríe, pero
a la vez reflexiona y mide todo.
—Este es más mi mundo que el otro, wahine, pero entenderé si
para ti es incómodo, rudimentario… Solo serán unos días —promete
sereno. Le sonrío a cambio, suelto una de mis manos y la acerco
hasta su barba, luego acomodo uno de sus mechones que salió de
su moño. Sonríe complacido.
—Sospecho que me gustará más estar aquí, que en cualquier
otro lugar.
—No hay calefacción… —señala alzando las cejas, sabe lo
friolenta que soy. Entorno los ojos.
—Tampoco Frivóla, con eso ya para mí es mucho.
—Frivóla no tuvo la culpa —la defiende como un niño al que le
atacan su juguete. Rio, me acerca a su pecho.
—No, pero llevará tiempo que la perdone —acepto a poca
distancia de su boca. Nos mecemos ahí, en plena arbolada. El clima
sopla la brisa salina del mar, mi cabello se cruza por mi rostro.
Sujeta mis manos por la espalda, entre las suyas.
—Puedo ser tu calefacción —propone con voz ronca. Mis mejillas
se tiñen, lo sé, y sacudo la cabeza.
—Eres un burdo, en serio.
—Te agrada que así sea —tontea.
—Luego no te quejes si mis pies están helados —refunfuño
relajada, siguiéndole el juego como a su lado ya parece ser mi
costumbre. Finge pensarlo un poco luego se acerca a mi boca y
atrapa uno de mis labios, lujurioso. Me da pena que nos vean, rio
buscando que se quite.
—Ni un centímetro de mi mujer pasará frío, Elle, eso te lo
prometo —gruñe dejándome espacio para respirar, con la cabeza
gacha. Ya sé que soy una cereza en ese momento, pero no puedo
siquiera hablar puesto que mi ansiedad crece con tan solo esa
promesa, su manera primitiva de hablar.
—Qué no soy tu mujer —repito ya sin convicción. Me suelta y se
rasca la nuca, arqueando una ceja.
—De la punta a los pies, oh, sí, wahine, sin duda —y se aleja.
Cuando lleva un trecho recorrido se gira, yo continúo ahí, acalorada.
—Aquí eres libre, anda y conoce —me alienta—. Te veo en casa
más tarde.
CAPÍTULO XXVI

Permanezco ahí, de pie, y él entra a una de esas construcciones


grandes, tan tranquilo como suele. Respiro hondo. Incrédula. Volteo
a mi alrededor, no hay nadie vigilándome ciertamente. Se siente
raro… Pero sonrío. Camino por ahí, con las manos dentro de los
bolsillos de mi suéter. Es un lugar verdaderamente hermoso, con
vida propia, pero no entiendo ni un ápice de lo que dicen. Me
detengo en un sitio donde huele delicioso. Tres mujeres y un
hombre preparan pan. Notan mi presencia, evidentemente no
pertenezco aquí, así que cuando me mira la mujer que parece
encargarse del sitio, dudo.
—Viene con Dáran, ¿no es cierto? —pregunta intrigada, pero no
me hace sentir incómoda y me alivia que hable inglés. Asiento. En
respuesta me hace un ademán para que pase. Acepto al tiempo que
me da un trozo grande de eso que prepara. Lo huelo cerrando los
ojos y luego lo muerdo. Es delicioso. Ella me observa complacida—.
Venga por los que quiera, cuando quiera. Me alegra que le gustara.
—Soy Elle… —digo tendiendo mi mano. La mira y sonríe
negando, luego me toma de los hombros y coloca su frente en la
mía, aspira y me suelta.
—Nyree, haere mai, Elle de Dáran —asume. Se siente extraño
aquello, pero comprendo que ahí no me pondré a discutir de si es o
no la situación de ese modo, menos si nos vieron besuqueándonos
a unos metros.
—Un gusto, Nyree —y pasamos. La cabaña cuenta con tres
hornos de piedra, amasan, preparan y demás ahí. Los observo
intrigada.
—¿Quieres intentarlo? —pregunta a mi lado, mientras le dice a
una de las chicas algo en su idioma. Asiento entusiasmada y ahí
paso el día, despreocupada, aprendiendo, e incluso hablo con los
otros panaderos. Nyree me tiene paciencia, inclusive parece
disfrutar el enseñarme cada paso. Termino llena de harina, cansada
pero alegre. Me narra historias locales, anécdotas y parece
complacida de tener ahí a alguien que no conoce pero que por ser
parte del mundo de Dáran, soy bienvenida y es que a quien entra,
me presenta como “Elle de Dáran”, aunque muchos ya parecen
haberme visto y me sonríen con calidez.
Cuando están en el horno algunos panes y otros ya listos, me
pregunta si quiero acompañarla a repartirlos. Me explica que lo que
se hace en la comuna, se comparte en la comuna. Cada integrante
tiene tareas específicas, también opciones de ir a la ciudad a vender
los excedentes, pero la realidad es que no falta nada. Viven a base
de una especie de trueque ahí dentro, dan un servicio a cambio de
un bien y viceversa.
Llegamos a un lugar donde hay varios abrigos, como el que Mika
llevaba puesto, me saludan los que tejen después de ser
presentados. Una de las mujeres, fascinada al enterarse con quién
vine, me toma de la muñeca y me muestra algunos que me
encantan, son sencillos pero de colores alegres, lucen calientitos.
Tomo uno en color azul, me insta a probármelo. Lo hago y me cubre
a la perfección. Miro a Nyree sin saber qué procede.
—Solo es dar las gracias…
—¿Y cómo se dice en maorí? —quiero saber, desconcertada con
tanta dadivosidad.
—Kia akameitakiia kotou *(Gracias) —dice. Pestañeo porque es
larga. Me la deletrea y la repito atenta. Pronto todos sonríen y mis
mejillas se encienden.
—I konei he wahine koe. *(Aquí estás, mujer) —Su voz es
inconfundible, volteo enseguida, está con ambas manos sobre el
marco superior de la puerta, sonriente. No sé qué dijo, pero sí noto
cómo mi cuerpo reacciona ante su sola presencia, es irremediable.
—Sí, aquí está con nosotros, y tú, whaihua. *(Descarado) Kaore koe
i haere mai ki te korero *(No pasaste a saludar) —le gruñe. Solo observo
porque no hay más, ese idioma es complicado como para
aprenderlo rápido. Dáran entra como si nada, saluda a todos con la
cabeza y luego se acerca a ella, juntan sus narices dos veces,
después la frente. La mujer sonríe entonando los ojos.
—Lo lamento, Mika quería hablar conmigo —se excusa cuando
ésta lo toma por los hombros, serena.
—Mika siempre quiere hablar contigo, son un par de locos —
señala y me ve, sin soltarlo—. Imparables, como dos cachorros —
expresa rodando los ojos. Asiento sonriente. Dáran parece un niño
dócil ahí, con ella.
—No le creas, wahine —revira divertido.
—He tino tika hoki koe. *(Es perfecta para ti)
—Sí, trabajo para que lo entienda, pero es obstinada —dice lo
último en susurros, usando nuestro idioma. La mujer sonríe
complacida y me mira, de nuevo, y yo lo observo amenazante. No
sé de qué habla…
—Bueno, en eso se parecen —admite satisfecha. Dáran y ella se
abrazan, se murmuran palabras en ese idioma y yo solo puedo notar
lo cómodo que se nota él ahí, lo cálido que es. Luego se separan, se
acerca y rodea mi cintura dándome un beso en la cabeza. Su aroma
me embriaga y aunque me da vergüenza, lo rodeo. Me gusta tenerlo
a mi lado, y después de lo que ocurrió hace unos días, ya no me lo
cuestiono mucho, necesito sentir, alejar todo lo que me detiene y
temo.
Platican un poco, también con los demás, salimos minutos
después los tres. Él con otro abrigo como el mío, pero oscuro, como
suele usar. Ya debe ser media tarde. Nyree le cuenta que estuvimos
cocinando y él le hace ver que es algo que disfruto. Quedo en ir al
día siguiente para aprender más, se ofrece a mostrarme otros sitios
donde preparan alimentos en conserva y algunas ideas para las
verduras del huerto. Acepto alegre.
Cuando vamos de camino a la casita se lleva una de mis manos
a la boca, esa que muero por probar otro poco. El puro pensamiento
me enciende. Suspira tranquilo.
—Ayudaré en la carpintería, tienen unas entregas pronto.
—Oh, eso está bien, supongo.
—Me gustaría que mañana me acompañaras a un lugar, pero es
muy temprano, ¿qué dices? —curiosea cuando estamos por entrar.
Luce tan suelto, tan relajado que es imposible no contagiarme. No
lleva consigo el celular, noto, y nadie nos vigila.
—Sí…
—Bien —expresa triunfante.
—¿Qué pasa con tu vida?
—¿Mi vida? —repite dándome el paso, cierra tras él. La
chimenea que está justo en medio de la casa, ya tiene troncos al
lado. Hace frío. Se acerca a ella y comienza a acomodarlos con
maestría. Lo observo asombrada y bueno, es que todo él me está
asombrando con cada segundo que pasamos ahí.
—Sí, tus empresas, tus casas, tus reuniones. Tu vida.
—Esa no es mi vida, Elle —me corrige encendiendo el fuego,
cuidadoso, sin voltear, hincado como si eso fuese lo que siempre
hace.
—¿No? —inquiero desconcertada.
—No —confirma levantándose cuando los maderos comienzan a
crepitar. Lo observo.
—Ese es mi trabajo, me gusta mucho, no lo niego, pero mi vida
no es —explica evaluándome.
—¿Entonces? —pregunto rodeándome. Se acerca y abraza,
pegándome a su pecho, me dejo envolver.
—Entonces, mi vida son los momentos que me enseñan, que me
hacen feliz, los pequeños detalles, mis placeres —y acuna mi
barbilla para acercarme a sus labios. Me roza apenas, me aferro a
su sudadera que huele a leña, a campo—, mi presente… —habla
con voz ronca, vuelve a besarme, me aferro a sus hombros
deleitada—. ¿Y la tuya, dulce Elle? —cuestiona pasando su nariz
por mi mejilla, bajando hasta mi cuello, deja un beso casto ahí.
Jadeo.
—No sé… Ahora mismo no lo sé… —admito la más cruda de mis
verdades, sin meditarlo, buscando sus labios y es que no puedo
más. Ruge y me carga pasando las manos tras de mis rodillas. Me
recuesta en la cama. El lugar está caldeándose por el calor de la
chimenea, no hemos prendido las luces y el sol empieza a
desaparecer. Me besa con dedicación. Nuestras lenguas se
encuentran y pronto termina con todo su peso prácticamente sobre
el mío. Gimo cuando pasa una de sus manos por mi pierna, no se
detiene y sube hasta mi talle, luego roza mi pecho. Con tantas
capas de ropa apenas lo siento, necesito más. Me arqueo de forma
involuntaria, con esa sensación enfermiza en mi vientre, que lo
reclama.
Gruñe y se separa. Pestañeo agitada.
—No me mates, wahine, pero cometí la idiotez de aceptar cenar
con Mika y su familia. Nos esperan —anuncia con el antebrazo
cruzando sus ojos. Busca ralentizar su respiración. También desea
lo mismo que yo. Suspiro acalorada, me coloco sobre su pecho,
rodea mi cintura, aguardo con mi barbilla sobre mis manos que
descansan en su pectoral. Sonríe y asoma un ojo—. Sigo vivo, es
bueno. —Lo empujo un poco, ligera.
—¿Ya?
—Ya… —confirma encarándome.
—¿Debo cambiarme?
—No, para nada.
—Definitivamente me gusta este lugar —acepto relajada, besa mi
frente y nos levantamos.

Pasamos por unas cuantas casas, el césped está cortado, los


caminos de grada crujen mientras andamos. Hay unas farolas que
están encendidas y regalan la luz suficiente. Se escucha el mar,
como en la casa de Wellington y la isla, aunque aquí más bravío que
en Canadá. Llevo puesto el abrigo tejido que me regalaron, y me
solté el cabello. Dáran se puso también aquél suéter y se echó agua
en el rostro.
Nos reciben un par de niños pequeños, pronto descubro que
tienen tres y cinco años. Maer, la esposa de Mika, es una mujer
guapa, alta, gruesa, de cabello negro brillante y ojos del mismo
color. Saluda a Dáran encantada, con una familiaridad asombrosa.
Su casa es del tamaño de la que habitamos, pero le han anexado
habitaciones para agrandarla. El lugar está lleno de ruido, de vida,
de olores agradables. Dáran carga al más pequeño como si supiera
perfectamente qué hacer. Parece que no lo conocía y lo observa, lo
mima. Es impresionante el contraste de su tamaño y el bebé, pero…
me enternece sin remedio. Los dos pequeños se acercan a mí, me
muestran sus juguetes, pero no les entiendo.
—Hablan maorí por ahora, en un par de años más, el mayor
comienza a aprender inglés —me explica Maer, que se acerca,
sonriente. Me traduce lo que dicen, yo asiento sonriendo, mientras
Dáran y Mika salen con el más pequeño a ver algo del huerto.
Regresan riendo como niños, aventándose aunque con el bebé ya
en brazos de su padre.
Comemos deliciosos, en medio de un ambiente que nunca
esperé encontrar ahí, con él. Mi mente quiere viajar a ese momento
en el que aparecí en su habitación, pero lucho para concentrarme
en lo que estoy viviendo ahora mismo, convencida de que no tiene
sentido viajar en los recuerdos, no cuando estoy aquí, en un lugar
que se me antoja casi mágico. Dáran sonríe, no deja de verme.
Hablamos entre los cuatro, bromeamos.
Me entero de que el lunes harán una comida comunitaria, un
festejo de alguna de sus costumbres. Me alegra poder presenciar
eso. En medio de la conversación comprendo que Tom es primo de
Mika, y Ron, hermano de Maer. Almorzaron juntos, por lo que no
estaban ahí en ese momento. La verdad me intriga verlos
interactuar de una forma menos formal.
Salimos de ahí y hace frío, Dáran rodea mi cuerpo, protector, me
dejo envolver por sus brazos. Cuando llegamos las llamas están
bajas, las reaviva.
—Son como hermanos —digo acercándome al fuego, colocando
mis manos al frente.
—Algo así…
—¿No puedo saber, pero sí estar aquí? —reviro sin dejar de ver
el fuego. Acerca una silla, se sienta cuán grande y me jala para que
lo haga sobre sus piernas, frente al hogar. Lo miro de reojo, besa mi
cuello y respira ahí, mi piel se eriza.
—Es una historia larga…
—Tengo tiempo —apunto bajando la guardia, girándome un poco
para rodear sus hombros. Juguetea con mi mano.
—Mi tatarabuelo era inglés, adinerado, revolucionario también.
Llegó a Nueva Zelanda junto con varios más cuando ya era colonia
inglesa. Los maoríes se distinguen por su fiereza, costó más de lo
que imaginaron, al final las armas de fuego hicieron su parte.
Conoció a mi tatarabuela en medio de todo aquello, se
enamoraron… pero ella era muy apegada a sus raíces, así que él se
encontró apoyando y protegiendo los derechos de la cultura de su
mujer. Nació mi bisabuelo, sus hermanos, y todos aprendieron las
costumbres de los maoríes. Pasaban temporadas con ellos, de
forma obligatoria pues la fortuna de mi tatarabuelo creció mucho
aquí. Era ya muy influyente, temió que las raíces de su mujer se
perdieran, y él en lo personal ya las sentía propias, así que fue
forzoso, a partir de ese momento, que sus descendientes pasaran
temporadas con su cultura materna. Los hijos de mi bisabuelo, ya
viajaban por todo el mundo, pero continuaron con ello, luego mi
abuelo, mi padre. En algunos se perdió la tradición, en mi familia no,
pues mi madre es antropóloga y quedó prendada de todo esto
desde el inicio, se conocieron debido a esto, precisamente. Así que
es parte de mi vida, de mi cosmovisión en realidad.
—Es fascinante… ¿Entonces pasas temporadas aquí desde
siempre?
—Tanto mi hermana como yo. La primera vez vine a los seis
años, con ambos. Así conocí a Aisea, a Nyree, que es muy amiga
de mi madre. Pasé con mi padre un mes, luego nos traían y
durábamos el verano entero. En la adolescencia mi papá estaba
preocupado por lo inquieto que era, ya sabes, me trajo aquí y pasé
seis meses con Nyree, aprendí mucho, luego cada tanto regresé. Es
así como surgió mi amistad con Mika, quien además, fue conmigo
en la universidad, solo que él en otra rama para poder dirigir
cabalmente todo esto. Su padre también fue el jefe. Mi hermana,
Lara, también siguió viniendo. Mi padre tiene dos hermanos, mis
primos no continuaron mucho con esto, pero a veces pasan
temporadas aquí. Es parte de mis raíces, de nuestra identidad.
—¿Y ese año? El que mencionaste —pregunto acariciando su
cabello, de pronto se tensa un poco, pero pasa y sonríe.
—Ese fue algo necesario, algo que me terminó de unir con todo
esto —responde sin ahondar. Asiento ya más calientita, cansada a
decir verdad y notando que no hablará mucho más. Por otro lado,
me percibo un tanto perturbada. La imagen que tengo de él está
tomando una forma que me agobia, una que me gusta demasiado.
Es fácil odiar a quien te da motivos, pero a alguien como Dáran, no,
no con lo que despierta en mi cuerpo, no con lo que me genera, no
con su forma de comportarse, con la seguridad que me brinda, con
cada una de esas facetas que ahora comprendo conozco más y sí,
fue inevitable.
—Gracias por contarme… Por todo —digo cuando le doy un beso
en la mejilla y sin darle tiempo a nada entro en el baño.
Encuentro las dos toallas que dejamos por la mañana, tomo una,
la cuelgo al lado de la rústica regadera y me doy una ducha caliente
con la frente adherida al muro de concreto barnizado. Algo extraño
se arremolina en mi pecho, algo crece cada segundo y comprendo
que es más fuerte que yo, que no sé manejarlo. Solo sé que lo
deseo de una forma vehemente, que me enciende tan solo pensar lo
que compartimos la noche anterior y que este Dáran, el de las
últimas horas, es aún más peligroso que con el que me desperté por
la mañana.
Salgo definitivamente contrariada. ¡Agh! Olvidé tomar algo de
ropa para ponerme. Aferro con fuerza la toalla que está alrededor de
mi cuerpo, cuando lo distingue ahí, de pie a un lado de la chimenea,
le sonrió cohibida dirigiéndome hacia el ropero
—Es todo tuyo —le informo esperanzada a que se meta, a
cambio siento sus mano rodear mi cintura. Jadeo tensa, hace a un
lado mi cabello húmedo y besa con suavidad la cuna de mi cuello.
Mi piel se eriza.
—No es un baño lo que deseo, Elle —murmura con cruda pasión.
Dios. Me hace girar para apresar en un segundo mi boca de forma
voraz. No suelto la toalla pero con la otra mano rodeo su melena
que lleva suelta, tampoco tiene ya nada que cubra su pecho.
En medio de ese beso en el que mis sentidos comienzan a
explotar, me guía hacia la cama, en la parte trasera de mis rodillas
percibo en colchón. Me suelta, respiro rápido, sin soltar sus ojos, él
tampoco. La ferocidad de su mirada miel, su forma de tocarme, de
besarme, todo se entremezcla cuando su mano toma la mía, la que
sujeta esa toalla.
—Dáran —logro decir nerviosa, pero con un deseo abrazador que
recorre mi pelvis, mi abdomen, mis senos, mi piel en general. Sonríe
de forma bravía y separa uno a uno mis dedos, despacio.
—Necesito verte, wahine, tocarte —precisa con voz ronca.
Permito que de a poco, con los nervios colapsados, vaya
aflojando mi agarre. Cuando la suelto del todo y ya la tiene él, sonríe
satisfecho, alza mi barbilla y me besa con vehemencia. Me mareo y
me sujeto de sus hombros recios. De pronto lo que me cubre cae a
mis pies. Me adhiero más a su pecho. Suspira al sentirnos piel con
piel y es que es… delicioso, pecaminoso, está tan caliente a
comparación del clima que me estremezco. Su mano viaja por mi
hombro hasta la parte baja de mi cintura, tiemblo.
—Shh… —susurra en mi oído, cuando besa mi lóbulo—. Solo
deja que tu cuerpo sienta, Elle —pide pausadamente.
Lo intento, pero mi respiración está tan entrecortada, perdida en
todo eso que me genera. Nunca he estado desnuda frente a un
hombre, pero además, que sea con él, hace que mi sangre bombee
frenética a la par de anhelante. Con cuidado va recostando mi
cuerpo desnudo sobre el colchón y es inevitable que nos
separemos, pero en todo momento ve mi rostro, besa mis labios.
Pronto acabamos del todo tendidos, solo que él a mi lado. Tengo
ganas de cubrirme cuando su mirada férrea pasea por mi rostro, mi
cuello. Luego baja hasta mis senos que por instinto busco
resguardar. Arruga la frente y quita con cuidado mi mano, la besa,
después desciende y llega a mi abdomen, mi pelvis, y sigue
bajando. No puedo respirar, lo juro.
—Absolutamente perfecta, wahine —gruñe contenido, luego
busca mis ojos y sonríe haciendo a un lado el cabello de mi rostro—.
Quiero que lo disfrutes, cuando no suceda, debes decirme —
advierte cuidadoso. Paso saliva y asiento, con la boca seca. Se
acerca midiendo sus movimientos y me besa. Mi cuerpo responde
de inmediato, enardecido.
Soy consciente de su mano acunando uno de mis senos, los
explora, gimo. Luego acaricia mis brazos, mi cuello, mi abdomen,
ante lo que sé qué hará, me arqueo. Su aliento está en mi oreja,
lame, mordisquea con delicadeza, su mano se detiene casi en mi
entrepierna. Me remuevo, buscando aire, sin embargo, no la mueve
y a cambio, su cabeza va cuesta abajo, aterriza despacio en uno de
mis pechos, prueba mi pezón con la lengua. Me estremezco de
nuevo, gimo casi en un grito ahogado, aferrada a su cabello, a su
mano que se enreda en una mía, cuando mis terminaciones
nerviosas quedan completamente a su merced, continúa bajando.
Abro de par en par los ojos, con esa mano que tenía en su
cabello intento detenerlo, pero no lo consigo, a cambio la toma y
apresa enredando sus dedos.
—Dáran… Dios, no —suplico casi sin voz. Suelta mis manos, me
cubro el rostro y abre mis piernas con suma delicadeza. Me arqueo
por instinto, aprovecha y me apresa. Jadeo entrecortada. No me
atrevo a verlo, a buscar su mirada. Quizá sí soy una mojigata pero
Dios, esto es demasiado. Siento su aliento ahí, en ese lugar donde
nadie nunca ha estado—. Dios, por favor no... —logro decir cuando
su lengua me acaricia.
Grito porque no sé qué más hacer, me aferro al acolchado, sujeta
mis manos por debajo de mi cadera. Estoy totalmente expuesta a él.
Con su boca acaricia mis partes más sensibles, se hunde en ella,
juega. Me remuevo temblorosa, sudando incluso, aturdida, pero no
cesa. De pronto me suelta los dedos, me arrastra a la orilla y jadeo
nerviosa, con todas mis terminaciones sometidas. Alzo la barbilla,
porque es demasiado, porque nunca imaginé sentir tanto, porque la
sola idea de él ahí me consume, me quema. Sé que estoy húmeda,
que estoy cerca de un orgasmo, que Dáran está literalmente
hundido en mí, que… jamás he sentido tanto en mi vida.
Percibo que uno de sus dedos, con cuidado, se adentra en mí.
Dejo de respirar, levanto el rostro contrariada, se siente un escozor,
algo molesto, pero mezclado con el placer es soportable, incluso
pecaminosamente agradable. Lo que veo hace que me tumbe de
nuevo; él está ahí, entre mis piernas, lamiéndome y me mira con
esos ojos cargados de peligro que tiene.
Sudorosa me dejo caer y respingo cuando se introduce más. Me
tenso pero va pasando, no se detiene hasta que lo introduce por
completo. Humedezco mis labios, con los ojos abiertos, pero sin
fijarme en nada. Su otra mano sube por mi estómago y luego roza
mi seno. Es demasiado, más cuando su dedo comienza a entrar y
salir, su boca no para y sus dedos juegan con mi montículo.
Tiemblo de pies a cabeza, me arqueo de una forma
incomprensible, y grito llorosa cuando ya no puedo más. Es tal el
estallido interior, que apenas si puedo respirar, que tiemblo de pies a
cabeza, que mis ojos se anegan, que mi cerebro se desconecta por
un momento.
Jadeo entrecortada cuando todo acaba. Me encuentro en el límite
de mí, mis dientes castañean, tengo el cabello adherido al rostro, mi
cuerpo sin energía, laxo. Su rostro aparece frente al mío, toma mi
barbilla y me besa con dulzura, me encierra entre sus brazos y
aguarda a que mi cuerpo recobre su centro, la calma. Tardo un poco
más de la cuenta. Aún soy consciente de cada centímetro de mí, de
esa sensación entre mis piernas, de mi sabor cuando me besa en su
boca. Escondo mi rostro en su pecho desnudo, acaricia mi espalda
con suavidad.
—No es normal esto —logro decir entre asustada, perturbada,
saciada. Baja su cabeza y acaricia mi sien, mi mejilla, sonriendo con
ternura.
—No, es así porque tú eres así, Elle —declara sereno, aunque
leo aún deseo en sus ojos. Tímida busco su boca, me besa
despacio, luego roza su nariz con la mía—. Y sabes mejor que esos
dulces que tanto te gustan, tal como imaginé —señala alzando su
ceja marcada. Rio dándole un pequeño golpe en el hombro.
—Me tomas el pelo —lo regaño avergonzada.
—Nunca, eres deliciosa, wahine —asegura. Me refugio en su
abrazo, el frío eriza mi piel. Pronto deshace la cama y me meto bajo
las colchas. Se ofrece para ir por mi ropa, evidentemente no pienso
salir desnuda de ahí, por él y por el clima. La toma y se acerca, alzo
una mano para que me la dé. Niega. Arrugo la frente, con las
mejillas encendidas.
—Dáran… —insisto aferrada al acolchado. Niega—. Olvídalo, no
me vestirás tú.
—Tengo tu sabor aún en mi boca, puedo hacerlo —asevera y de
un jalón hace a un lado lo que me tapa. Gruño buscando cubrirme,
pero ya tiene mi camiseta interior frente a mí, lista. Busco quitársela,
niega y me insta a meter los brazos. Bufo pero lo hago, luego se
agacha, jala mis piernas desnudas y pasa mi braga blanca por ellas.
Siento de nuevo el calor recorrerme porque a su paso me va
tocando, me levanto y las coloca. Sonríe complacido. Me subo sobre
el colchón porque está helado el piso. Ríe, luego me ayuda a
ponerme la parte alta, es calientita, apoyo mis manos en sus
hombros y me pone el pantalón. Lleva mis calcetines, sabe que no
puedo dormir sin ellos. Sonrío y alzo un pie, ya divertida. Lo mete
con pericia, fascinado, luego el otro. Cuando estoy lista, me carga y
tumba sobre el colchón, me arropa y besa mi boca.
—Ahora sí, iré a darme una ducha, dulce Elle —y se aleja como
si nada.
CAPÍTULO XXVII

Siento sus caricias en mi cabello, sus besos en mi frente.


—Es hora… —me dice en el oído. Me quejo abriendo los ojos,
despacio. Aún no amanece. De pronto recuerdo lo que me dijo el día
anterior, me froto el rostro y sonrío. Él ya está vestido.
—¿Cuánto tiempo tengo? —pregunto.
—Quince minutos… —responde relajado. Salgo del baño ya
vestida, me tiende un termo de café y me invita a salir.
El lugar está en silencio, solo se escuchan los sonidos de las
aves, del viento, de la marea. Caminamos entre los árboles, rumbo
al mar, aferrada a su mano, agradeciendo las botas de montaña que
empacaron y ahí son útiles.
Bajamos por un sendero aledaño, ya un tanto alejado de la
comuna. Escucho voces. El sol no ha salido pero no tarda. No
pregunto, de alguna manera sé que estamos por llegar. Lleva en el
otro brazo un tapete enrollable, además de una mochila cualquiera,
oscura, colgando. Lo observo desde mi posición, sonriendo con el
calor en mis mejillas al recordar lo ocurrido la noche anterior.
Cuando salió del baño yo ya me encontraba medio adormilada, se
metió bajo las cobijas y me acercó a su cuerpo, me giré y escondí
como comienza a ser mi costumbre, la nariz en su pecho. Es tierno
cuando lo desea, pero también una patada en el trasero cuando se
lo propone. La verdad es que ambas maneras me gustan.
Llegamos a la playa y distingo a varias personas ahí, hombres y
mujeres. Pestañeo sin comprender qué sucede, cargan unas tablas,
trajes de neopreno. Me detengo pestañeando, me mira sin
comprender mi actitud.
—¿Surfeas? —quiero saber, atónita.
—Algo, es una de las actividades preferidas aquí, en Nueva
Zelanda, también entre nosotros. Ven —dice jalándome para
continuar. Están ahí Mika, Tom, Ron y otros más de los escoltas,
además de más hombres y mujeres, en total deben ser quince.
Enormes ellos, ellas también, reconozco. Ríen y bromean, sonrío
desconcertada por todo aquello. Me tiende el tapete sobre la arena,
deja su mochila a un lado. Ron se acerca sonriendo.
—Buenos días, señorita Elle —me saluda, Tom aparece, le sonrío
saludándolo con la mano mientras Dáran se desprende de su ropa y
queda con un traje igual al de ellos. Posee un cuerpo impresionante,
pero revestido en ese traje, es apabullante.
—¿La traes? —pregunta Dáran a Ron acomodándose la coleta.
Éste asiente—. Gracias, ahora voy. —Los demás ya están de pie en
la orilla, platican, gritan. El par se aleja y yo solo puedo permanecer
así, aturdida. Él se agacha sonriendo—. Te tomé por sorpresa, lo
lamento. Pero los amaneceres aquí son espectaculares, no debes
perdértelos, Elle —apunta besándome de manera fugaz—. No tardo,
estaremos aquí —me informa para un segundo después salir
corriendo.
Cuando se acerca a los demás, gritan, se avientan, y Mika le
tiende una tabla oscura, asombrosa. Bebo de mi café, fascinada.
Ahora empiezo a saber quién es Dáran Lancaster y es mucho más
de lo que siquiera me llegué a plantear.
Se meten en el agua, parecen peces a pesar de su tamaño y que
debe estar helada. Se sientan sobre las tablas, se escucha que
hablan, pero es ese idioma y además, no se distingue lo que dicen
por las olas altas del mar. Ahí, abrigada, con el sol buscando salir, el
clima salino, mi café en mano, él a unos metros, me siento
exultante, tan llena de vida.
Los estudio, poco a poco comienzan a entrar en calor. Son tantos
que no distingo quien es quien, pero él no se me confunde. El sol
comienza a salir y es increíble como parece emerger del mar como
una lluvia de fuego que desperdiga lava a su paso. Quedo
embelesada. Ellos en silencio, ahí, en el agua, después de haber
calentado, se adentraron para que la marea no los regrese a la
orilla. Es hermoso, realmente. Suspiro encantada.
Minutos después comienzan a subirse en las tablas y se adueñan
de las olas. Quedo boquiabierta. Dáran lo logra un par de veces.
Hasta donde estoy escucho sus gritos. Es masculino hasta lo
imposible, tanto que cada gesto incluso como esos, lo demuestra y
de pie sobre la tabla, con aquella seguridad, la verdad es que me
impacta, una vez más.
Termino mi café y lo espero, todos se escuchan felices, además
que parecen habituados a ello. Mi pecho se estremece aún más que
la noche anterior. Cuando sale, el sol ya está totalmente afuera,
aunque debe ser temprano, se acerca empapado. Lo miro desde mi
posición, achicando los ojos un poco.
—Así que también sabes surfear… —apunto alzando las cejas.
Sonríe y se sienta a mi lado jadeante. Saca de su mochila otro
termo y bebe, con sed.
—Si quieres que te enseñe, puedo hacerlo —propone. Pestañeo
mirándolo a él, luego al mar. Las olas rugen feroces, me la pienso—.
Yo te cuidaré, no te pasará nada —promete divertido por mi
expresión. De pronto lleno de aire mis pulmones y asiento sin
siquiera detenerme a pensarlo y es que no debo o diré que no,
definitivamente, y después de lo ocurrido en ese baño que casi me
mata, no quiero dejar pasar las oportunidades de sentir, aprender,
experimentar. Abre los ojos asombrado—. ¿En serio?
—Sí, quiero aprender —avalo decidida. Se acerca y me besa
sonriendo sujetando mi barbilla.
—No se diga más, wahine, te enseñaré.
Los demás se acercan a nosotros, son agradables, respetuosos,
además de alocados. Las chicas sonríen divertidas. Se respira un
ambiente de amistad añeja, de serenidad que me impregna. Dáran y
Ron se alejan un poco, hablan y luego todos regresamos a la
reserva.
El día pasa muy rápido con Nyree, que me lleva y trae para todos
lados. Así conozco más personas, mientras Dáran ayuda en el taller
de madera. A veces a lo lejos lo veo hablando con Mika, con Ron, y
otros hombres mayores. Me busca para que comamos algo a
mediodía. Por la mañana él preparó de nuevo el desayuno, pero
esta vez quise ayudar. Sé lo básico, pero descubro que me gusta
mucho más de lo que creía.
Nos sentamos junto a un árbol que da sombra. Lleva manzanas,
queso, pan y té en un termo como el de la mañana.
—¿De dónde sacaste esto? —digo con el trozo de queso
delicioso en la mano. Estamos uno frente al otro, cruzados de
piernas, mordiendo todo lo que tenemos enfrente. Se encoge de
hombros.
—Tengo mis contactos —suelta juguetón. Ruedo los ojos.
—Ayer te pregunté qué ocurre con tus negocios mientras estás
aquí… No veo tu celular, nada, ¿puede alguien como tú hacer eso?
—busco averiguar metiéndome otro trozo a la boca, curiosa.
—Dawn suele estar al frente. Ron tiene un teléfono con red al que
pueden contactarme si en necesario, pero cuando vengo me
desconecto, intento que nadie sepa bien a bien donde estoy, solo
que estoy bien.
—¿O sea que ellos sí están trabajando? —Me refiero a los
escoltas, aunque yo estoy más familiarizada con Ron y Tom, pues
son los más allegados.
—Claro, aunque de otra manera. Aquí no necesitan marcar
nuestros pasos, pero Ron ya sabes que está al frente de mi
seguridad, de la nuestra.
—¿Qué… se sabe de lo que ocurrió? —me animo a preguntar,
jugando un poco con el pan. Me observa, serio.
—Es importante que olvides eso, si hablamos de ello no lo
lograrás…
—Pero aunque no lo parezca, me agobia. Algún día
regresaremos ahí y… —No logro terminar porque cruza nuestro
picnic y sujeta mi barbilla.
—Ahora estamos aquí. Eso está en manos de quien debe —ataja
dándome un beso suave.
—No me dirás… —comprendo cuando vuelve a sentarse. Suspira
pesadamente, alzando las rodillas y recargando ahí sus brazos.
—Fue un laboratorio, Elle, uno gubernamental. Ya se descubrió
cuál y por ahora estamos en medio de un momento delicado.
—¿Por eso me trajiste aquí? —Entiendo al fin. Asiente mordiendo
una manzana, evadiendo mis ojos.
—Gracias… —expreso tomándolo por sorpresa. Arruga la frente
y se encara.
—¿Gracias?
—Sí, gracias. Porque entiendo que esto debe costar mucho
dinero para ti, que la fórmula te dará ganancias y será de ayuda
para muchas personas, que aunque es un negocio más, para mí es
mi vida, la de mi hermana. De no ser por ti, no sé qué habría sido de
mí, me aterra siquiera imaginarlo. A veces pienso que soy muy
estúpida por no saber frenar mi cabeza, pero me fue imposible.
Papá siempre me dijo que tuviera cuidado, pero ya ves, no hice
mucho caso… Es solo que… debía hacerlo, nunca siquiera preví
algo semejante —concluyo serena. Me mira de forma penetrante,
noto que su quijada se tensa, pero solo asiente de nuevo.
—De nada —responde escueto, alejándose.
Siento algo pesado en el pecho, una especie de nudo en la
garganta. Cuando me abro a él, parece que no le agrada, me
retraigo inevitablemente, desconcertada. No sé qué le molesta, pero
puedo jurar que algo dentro de esa conversación. Lo dejo estar
porque no quiero que discutamos, tampoco que estropeemos el
momento aunque ya percibo que ocurrió. Terminamos y me
acompaña hasta el taller en el que Nayree se encuentra, prepara
frutas en conserva para el invierno, posa su frente en la mía y se
aleja. Lo observo contrariada.

Llego a la casita cuando anochece, tengo hambre. Abro y huele


delicioso, Dáran está frente a la estufa, menea algo con una cuchara
de madera. Se gira cuando me escucha.
—¿Qué haces? —pregunto cauta. No sé qué esperar de él
después del mediodía.
—La cena, ponte cómoda, estará lista en veinte minutos —señala
relajado. Asiento sonriendo, un tanto perdida. Decido darme una
ducha. Ahora ya no me toma desprevenida y salgo vestida, fresca.
Él ya sirve en los platos que dispuso en la mesa junto a la ventana.
Huele exquisito.
—¿Qué es? —pregunto al acercarme.
—Lomo guisado con manzana —explica. Abro los ojos.
—¿Hay algo que no sepas? —inquiero sentándome, hambreada.
—Sí, Elle, hay mucho —admite meditabundo.
No digo más y cuando se sienta, ataco lo que me sirvió, además
de una bebida de kiwi y albahaca que sabe a gloria. Le pregunto
cómo fue su día y nos perdemos en los detalles, le narro el mío, no
puedo evitar sonreír y narrarle lo que aprendí, lo bien que me cae la
gente ahí. Busca mi mano sobre la pequeña mesa y la aprieta,
satisfecho. Cuando acabamos, lavo todo. Él se ducha. El
refrigerador está lleno, noto. Recolectó las verduras, algunas frutas
puesto que están ahí, en un pequeño frutero. Seguramente llegó
varias horas atrás.
Suspiro… Observo el lugar, me encanta a decir verdad, pero me
siento algo incómoda, algo perdida. Busco un papel y un lápiz, le
escribo que iré a caminar, me abrigo, me pongo las botas y salgo.
Arrastro mis pies hasta la parte trasera de la casa, donde hay
árboles. Aún hay movimiento en la comuna, me saluda quien me ve,
yo a ellos, otros pasan de largo. Se escuchan las voces dentro de
las casas, las risas, la calidez. Suspiro pesarosa. ¿Alguna vez
tendré eso? Una familia, risas, niños yendo y viniendo. Me recargo
en un tronco, pierdo la vista en el mar que está abajo, un sendero
largo nos divide. Me pierdo en los aromas, en el aire frío.
Nunca me planteé eso, la verdad. O quizá sí, algunas veces
hablando Aide y yo, llegamos a decir que no queríamos hijos, yo
más que ella… Ahora noto. Mi vida hace cinco meses estaba tan
planeada, tan sin fallo. Sabía lo que quería, lo que obtendría y no
pensé en mí para el futuro, no fuera de mi trabajo, éxitos en esa
área. Yendo y viniendo, estudiando más y más, haciéndome experta
en todo ese campo. La realidad es que no es un mal plan, suena
exitoso, lleno de triunfos, pero… ahora mismo no me atrae como
antes. En casa de Mika y Maer, los observé quizá de más. Su
complicidad, la forma en la que se veían, se trataban. Los niños
demandando su atención, convirtiendo esa casa en un centro de
barullo y ruido que creí sería molesto para mí, hace meses, pero
que resultó ser… vivificante.
No sé qué me ocurre… siento que ha pasado tanto en tan poco
tiempo y lo que me atraía antes, ya no. Dáran llega a mi mente,
bufo. Él es lo más complicado de todo esto, me parece, además, el
responsable de que mi mundo interior se esté tambaleando.
—¿No tienes frío? —escucho tras de mí. Giro, él está a unos
metros, con el cabello suelto, los pantaloncillos que usa para dormir
holgados, una camiseta de manga larga que conozco y un chándal
que es como los que me dieron al llegar. Le sonrío apenas,
encogiéndome de hombros.
—Es hermoso aquí —solo digo, acomodándome de nuevo. De
pronto siento su mano en mi cintura, se abre espacio y se coloca
tras de mí, recargo mi peso en su pecho, aspira mi aroma.
—Lo es, wahine. —Duramos en silencio ahí, absortos, un buen
rato, pero no es incómodo, al contrario, me da paz, me relaja. Los
pensamientos que rondan mi mente se dispersan con tan solo esas
manos rodeando mi cuerpo, con su aroma entremezclado con el de
ese lugar.
—Vamos a casa, no quiero que enfermes —pide besando mi
cabello, suspiro y asiento. Cuando voy a dar la vuelta para regresar,
me detiene, acerca, y atrapa mis labios con voracidad. Jadeo al
sentir su lengua adentrarse. Mi respiración se dispara, el calor en mi
cuerpo también—. Me embrujas, Elle —susurra sobre mi boca. Me
aleja un poco, necesito oxígeno.
—Será mejor que vayamos a dormir, alguien tiene una clase
pendiente conmigo, temprano —señalo juguetona, con mi vientre
latiendo. Sonríe malicioso, observándome de una forma extraña. Mis
mejillas sé que ya están enrojecidas.
—Alguien no, wahine¸ solo yo te enseño cosas —determina
mirándome posesivo, luego se agacha y me carga como a un costal.
Grito riendo, aturdida.
—¡Qué te pasa! ¡Bájame!
—Vamos a que aprendas unas cuantas más —ruje juguetón con
su palma sobre mi trasero.
—Eres una bestia, ¿qué ocurre contigo? —pataleo dándole con
los puños en la espalda. Sé que es inútil pero debo buscar que mi
ego no sufra daños. Saluda a alguien, alzo la cabeza, es una pareja
que pasa, sonríen y vuelven a lo suyo. Gruño frustrada. Abre la
puerta, cierra tras él cuando estamos dentro y se detiene a un lado
de la cama. Me baja con cuidado. Farfullando tontería y media me
alejo quitándome el cabello de la cara.
—¡Eso no se hace! —lo regaño, me ignora y a cambio se quita el
chándal. Arrugo la frente—. Por lo menos di algo —exijo acalorada.
Se despoja de la camiseta y noto su excitación, su pecho desnudo,
mi saliva se espesa, mis terminaciones nerviosas, todas, despiertan
como si un interruptor hubiese sido encendido.
—Quítate la ropa —ordena en voz baja sujetándose el cabello
con una goma que lleva en la muñeca. Paso saliva, ¿qué dijo? Se
acerca como un felino, cauto. Mi respiración está entrecortada—.
Elle, desnúdate —repite con voz ronca. Niego retrocediendo, con la
entrepierna ya húmeda. Dios, no lo puedo creer, es un cavernícola y
me enciende así, sin hacer nada salvo hablar y mostrarme su pecho
marcado. Tiemblo nerviosa. Sonríe de forma sensual, torcida—.
Bien… —acepta y toma los pliegues de mi suéter. Mis manos
cosquillean.
—Dáran… —logro decir, tímida. No desiste, alza mis brazos y me
lo quita. El ambiente está caldeado por la chimenea, aun así, mi piel
se eriza. Sigue con mi blusa. No me resisto, en realidad me siento
aturdida, nerviosa, pero con todo en mí despierto. Cuando solo
quedo con el sostén toma mi rostro entre sus manos y me besa,
despacio, pero exigente. Jadeo.
—Quítatelo —pide calmo. Pestañeo y observo mi torso; mis
senos están sensibles, mi pezón duro. Me muerdo el labio y busco
de nuevo sus ojos, me contempla—. Hazlo, wahine —solicita
despacio. Con torpeza obedezco, acalorada hasta donde nunca
pensé. Quedo expuesta ante él. Suspira pesadamente, retira la
prenda de mi mano y la arroja a la cama, luego acerca sus manos a
mi cintura. Quiero cubrirme, pero su escrutinio y su mirada logran
que no lo haga, lentamente sube sus manos, rasposas, por mi dorso
—. Eres suavidad… —murmura sin detenerse hasta que roza mi
seno. Jadeo apretando la quijada, los contornea cuidadoso, pasa el
dorso de su mano por mi pezón. Gimo con lava entre las piernas.
Sonríe aunque atento a lo que hace, inspeccionándome. Luego los
amolda entre sus manos con una sutileza delirante. Me aferro a sus
bíceps, un tanto mareada—. Tus senos son hermosos —apunta con
voz ronca, se hinca, toma mi cadera e introduce uno a su boca. Doy
un grito ahogado mientras siento su lengua, su calidez. Me arqueo
sin obstaculizarlo, aferrada a sus hombros, clavándole las uñas.
Luego se levanta recorriendo mi clavícula, mi cuello y aterriza en
mi boca, fiero. Me alza y recuesta sobre la cama. Toma una de mis
piernas, me quita las botas. Me cubro, respirando de forma discorde,
sonríe, pero no dice nada. Quita la otra bota. Escucho que cae a lo
lejos. Se sienta ahí, a un lado, hace lo mismo con las suyas. Siento
la antelación arremolinada en mi pelvis. Estudio su espalda ancha,
sus músculos moviéndose bajo la luz tenue de la chimenea, de la
lámpara que está encendida en la sala. Se pone de pie se quita el
pantalón quedando solo en boxers. Pestañeo nerviosa, se sienta de
nuevo y me tiende la mano. Respiro trémula, me yergo, sonríe con
ternura aunque con fuego también, coloca sus manos en mi cintura
y me pone de pie frente a él con un movimiento fuerte. Bajo el
rostro, tensa. Lo he visto en toalla, lo he visto en bañador, pero
ahora mismo se siente aún más potente. No despego mis ojos de
los suyos.
—Quita tus manos, Elle —susurra acercando las suyas a las
mías. Jadeo—. ¿Qué te asusta? —quiere saber, sin forzarme, cauto.
Busco una respuesta.
—Yo… no sé, solo, no estoy acostumbrada a esto… —admito
entrecortada. Toma mi nuca y me besa, despacio.
—Vamos a tu paso, mi dulce, si quieres que pare, lo haré —
apunta cuidadoso. Asiento soltando mis pechos. Sonríe triunfal, baja
sus manos a mi cadera y arrastra mi pantalón por mis muslos.
Siento que es demasiado, conforme el elástico desciende, sus
manos me tocan. Al final saco un pie, luego el otro. Alza su cabeza y
me observa apresándome por la cadera—. Nunca te escondas de
mí, Elle, eres hermosísima. La vergüenza en estas cosas no tiene
sentido —susurra relajado. Coloco mis manos en su antebrazo,
asiento con las mejillas encendidas, con el cabello escurriendo por
mis pechos—. Eres mi ángel de ojos color del cielo, eso eres, mujer.
Le sonrío notando como una marea cálida, dulce, me recorre.
Como el bucle del placer sombrío que me genera, se aclara un poco
con aquellas palabras. Bajo el rostro y busco su boca. Me recibe
enseguida, gruñe, luego me guía para que termine a horcajadas
sobre sus piernas. Mis pies apenas si tocan el suelo, mordisquea mi
labio, su barba roza mi barbilla, mi mejilla cuando viaja hacia mi
cuello. Sus manos en mi espalda me acercan más. Se siente bien,
demasiado bien. Luego baja una de ellas, encuentra el elástico mi
braga. Gimo cuando comprendo hacia dónde se dirige, pero no deja
de besarme, de probarme. Llega a mi punto sensible, respingo
aferrándome con fuerza a su cuello, a sus hombros. Me aprieta más
con la otra mano y luego hace a un lado mi cabello para besar mi
clavícula. Masajea ese botón que reúne todas mis terminaciones
nerviosas, lento, delirante. Alzo mi rostro ante lo fuerte de lo que
experimento, de pronto uno de sus dedos se introduce lento en mis
pliegues. Jadeo contrayéndome, recargando mi barbilla en su
hombro. Acaricia mi espalda, prosigue ahora besando el nacimiento
de mi cabello. Va y viene, lento, sin darme tregua.
—Dáran… —digo casi en su oreja. Enrolla su mano en mi cadera
y logra que su dedo se sienta más profundo. Se siente la invasión,
pero no duele, sin embargo soy consciente de que otro comienza a
introducirse. Es… nuevo, un poco molesto, pero estoy tan húmeda
que resbala, lo puedo sentir, me tenso, no obstante. La sola imagen
de él dentro de mí logra que me ponga nerviosa.
—¿Deseas que me detenga? —pregunta con suavidad, en mi
oído. Niego jadeando un poco aturdida, porque no, no quiero que
cese. Busca mi boca y se la ofrezco. De pronto mis caderas
empiezan a seguir un ritmo cadente, que no puedo contener. Sus
dedos entran y salen, es incómodo pero me regala un placer
lujurioso que no puedo dejar de emitir ruiditos ahogados.
Mi sangre hierbe, mi piel está erizada, tiemblo de pies a cabeza,
transpiro. Repentinamente baja el ritmo. Me levanta así, como
estamos, me deposita sobre la cama y se posiciona entre mis
piernas. Es enorme, contrastamos tanto, pero yo solo sé que lo
necesito. Mi cadera se remueve y no sé qué hacer con ese cúmulo
de sensaciones que exigen ser liberadas. Se deshace de su bóxer,
queda expuesto ante mí. Mis ojos se abren. Sonríe.
—¿Estás segura? —inquiere. Lo miro a él, a su erección y dudo,
necesito tocarlo—. Ven —me alienta ayudando a incorporarme, me
hinco frente a su pecho, luego toma mi mano y me guía hasta su
miembro erguido. Paso saliva y lo envuelvo, tímida. Cierra los ojos,
jadea sujetando mi cintura. Me muevo como me mostró, despacio,
luego recarga su frente sobre la mía—. No, mujer… —y me detiene
con suavidad. Lo suelto un poco nerviosa, pero disfrutando de
notarlo al límite, igual que yo.
—Dáran… —lo llamo, besa mi mejilla, luego mis labios, pasando
su mano por mis brazos.
—Dime, wahine —murmura sobre mi boca, pasando su lengua
por el contorno, me sujeto a sus hombros.
—Enséñame… —le pido entre gemidos, respondiendo sus
besos. Asiente y el roce de sus labios se intensifica.
—Lo intentaré —responde y como un felino me va haciendo hacia
atrás. Rio entre sus besos, la manera en la que me ve. Termino
recostada sobre el colchón, me da un último beso ardiente, cargado
de promesas y desciende rumbo a mi cadera para arrastrar con
ánimo pecaminoso mi braga. Mis costillas se marcan debido a las
bocanadas de aire que tomo, la ansiedad, aun así, quiero que siga.
La saca del todo triunfante, la lleva a su nariz y me sonríe. Le
devuelvo el gesto, aturdida, la deja por ahí y sube despacio,
besando los dedos de mi pie, mi tobillo, mi pantorrilla, mi muslo, el
hueso de mi cadera. Hundo mi estómago respirando agitada, besa
mi abdomen, el costado de mi pecho, luego lo apresa, succiona y
mordisquea, me arqueo, y queda sobre mí del todo, acaricia mi
rostro, aspirando con fuerza.
—Elle —me habla contenido, pero suave. Lo miro expectante,
humedeciendo mi boca, perdiendo mis manos en su cintura que se
siente tensa, recia—. Sucederá… —me avisa cauto. Asiento—. No
será cómodo al inicio, pero intentaré hacerlo lo mejor posible… —
explica seguro, determinado y solo con esas palabras sé que no hay
marcha atrás, que no quiero que la haya. Asiento acariciando su
barba. Me besa con brío y luego toma algo del buró, lo rasga y lo
acomoda con una mano.
Mi pecho se siente apretado. Lo necesito, lo ansío. Abre mis
piernas con las suyas y se posiciona. Mis latidos están justo en mi
oreja, zumbando. Sé lo que ocurrirá y también que si no ocurre no
tengo idea de qué haré con esto que me está quemando. Me besa
despacio, hunde su lengua, me pierdo en su sabor a fresca nevada
de invierno. De pronto coloca una mano en mi muslo y lo levanta
hasta su cadera.
—Enrédala —pide con ternura. Lo hago. Soy consciente de su
erección ahí, en ese sitio que lo reclama. Respira con esfuerzos, sé
que debe estarse conteniendo cuando lo siento adentrarse lento,
muy lento. Me quejo removiéndome, y es que pese a sentirme
líquido en toda su expresión, duele. Acaricia mi rostro, me besa de
nuevo, respirando pesadamente.
—Dáran… No, ah —logro decir apretando su cadera.
—Pasará, respira, mi dulce, solo respira, no te haré daño —
promete con tono ahogado.
No cesa, pero va lento y siento que me abre pese a todo. Niego
porque es demasiado, porque el placer se está mezclando con el
dolor y es extraño. Mis ojos se anegan ante la intrusión. Noto que
duda un segundo cuando ve que mis lágrimas resbalan.
—Elle, confía en mí —ruega al verme trémula. Asiento cuando
con su lengua besa el camino de ese líquido que sale de mis ojos y
entonces, de una, entra. Grito temblando, apretando su cuerpo,
tomo aire a bocanadas porque soy consciente de que está
totalmente dentro de mí, lo siento.
—¡Whakatara! *(Carajo) —ruge tenso, respira con fuerza, busca mi
rostro, sus ojos leoninos me encuentran—. Ya paso, ya paso, mi
dulce —escucho. Aun así, lucho un poco por quitarlo. No cede, a
cambio toma mi barbilla y me besa tan despacio. Pasa su lengua
por mis labios, roza mis dientes, su lengua busca la mía, que,
tímida, lo encuentra. Está tenso, tanto como yo, lo sé, y ese gesto
logra relajarme un poco, luego se separa, busca mis ojos otra vez.
Lo enfoco nerviosa, me sonríe y acaricia con suma delicadeza mi
cabello—. Tranquila. Todo está bien, Elle, solo relájate, e taku
wahine reka *(Mi dulce mujer) —me hace ver con ternura infinita.
Asiento aflojando mis manos que lo aferraban con fuerza. Nota
como bajo poco a poco las defensas y busco respirar mejor, besa mi
quijada. Roza con su mano mis brazos, mi cuello, llega hasta mi
pierna que permanece en su cadera, la masajea y lentamente voy
cediendo.
Soy bien consciente de que aún está ahí, cuán grande, pero los
distractores funcionan, tanto que jadeo de nuevo. De pronto se
mueve un poco y su mano aterriza en mi centro, empieza a jugar
con él, experto. Sujeto de nuevo sus brazos, gimiendo y de una
manera instintiva mi cuerpo comienza a exigir más, a moverse. Es
entonces que él, muy despacio, empieza a menearse dentro de mí.
Al inicio el temor al dolor regresa y aunque se siente incómodo,
escuece un poco, me gusta y lo ansío, no puedo parar. Va y viene,
enredo mejor la pierna, lo siento más profundo, pero va tan lento
que no logro pensar en nada más.
—Eres mi placer hecho mujer, por Dios que sí, wahine —dice
adentrándose para luego salir un poco. Me abre, pero si se detiene
lo mato.
Cada vez mi ansiedad sube más, su dedo hace magia y mi
cuerpo responde con brío. Dejo salir ruidos discordes, él también en
mi oreja cuando la mordisquea. Tiemblo de pies a cabeza y
entonces incrementa el ritmo. No puedo más, no lleno mis
pulmones, explotaré de la forma más literal, muevo mis manos, no
sé qué hacer con ellas, mis pies se doblan, alzo mi barbilla, mi
pecho toca el suyo y una marea desquiciante me revuelve. Grito
cuando siento que crece aún más en mi interior y ruje en mi cuello.
Me arqueo sin obstaculizarle el paso y entonces algo que no puedo
describir ocurre y me somete, enreda, atrapa y estalla. Grito
asombrada pero su boca sobre la mía absorbe mis ruidos cargados
de descontrol, porque a pesar de todo logré llegar.
CAPÍTULO XXVIII

Está aún en mí, con su nariz en mi mejilla, sosteniendo su peso


con un brazo, el otro acaricia mi cabello, laxo. Yo tiemblo de pies a
cabeza, no logro respirar con regularidad.
—Elle —me llama besándome apenas, lo miro conmocionada,
asustada por la intensidad de todo esto, posa su frente sobre la mía
sonriendo también agitado y espera sin soltarme. Mi boca la siento
trémula—. Eres absolutamente perfecta —profesa deleitado, aunque
noto su turbación, también, y me complace.
Le sonrío aún extraviada en las sensaciones. Se retira, mi
corazón retumba y lo sujeto en reflejo. Siento el vacío en mi interior.
Nota mi vulnerabilidad y me arropa en su pecho. Eso me va
tranquilizando poco a poco. Mi respiración va regresando a la
normalidad y él no deja de acariciar mi espalda, mis brazos,
perderse en el aroma que desprende mi cabello. Cuando me siento
lista salgo de mi guarida, me observa, paciente.
—No creí que fuera así… —admito bajito, maravillada. Besa mi
frente, aspirando.
—No es así, te lo aseguro, pero contigo no podría ser de otra
forma —asevera acariciando mi cabello—. Creo que de ti ya nada
me asombra —advierte deleitado, aunque con un dejo de agobio—.
¿Te lastimé? —pregunta, inseguro, estudiando mis rasgos. Niego.
Suelta el aire.
—Fue incómodo, pero… me gustó —admito cohibida, aunque
sonriendo.
—Lo lamento, quería que fuera perfecto, Elle.
—Fue perfecto… —confirmo. Sonríe satisfecho—. Y me gustó
mucho —completo perdida en sus ojos felinos. Me besa y luego me
abraza—. ¿A ti? —quiero saber, perdida en su aroma varonil. Me
aprieta y me mueve juguetón.
—Ya soy completamente adicto a ti, mujer —determina con
posesividad. Sonrío. Se levanta y me tiende una mano. Tímida la
tomo, me sujeta por la cintura y cuando volteo veo la cama
manchada, bajo la mirada y mis piernas también, un poco en los
muslos. Me descoloco, lo miro un tanto consternada. Sé lo que
ocurre en el cuerpo de la mujer en una situación así, pero que sea
yo quien lo vive le quita toda racionalidad.
—Dios, hay que cambiarlas —señalo desconcertada. Niega y me
alza en brazos.
—No, eso lo haré yo, además de lavarte —me informa resuelto,
pestañeo sin entender.
—¿Por qué? Me puedo bañar sola —apunto rodeando su cuello,
intentando olvidar que voy desnuda, que sangré y que la cama está
manchada por lo que compartimos.
—Eso lo tengo claro, y que todo lo que desees también, pero
eres mi mujer, puedo darme ese placer —explica abriendo la puerta
del baño, y agachándose para que entremos. Me deposita en el
suelo cuando abre la ducha, luego se deshace de la protección tan
rápido que no atino salvo a pensar en lo que ocurre.
—¿Hay alguna tradición aquí con las vírgenes? ¿O qué? —
inquiero cuando se acerca de nuevo y verifica la temperatura del
agua. Ríe, retira mis brazos que cubren mis senos y los enreda en
su cintura. Esta familiaridad me gusta pero es tan nueva que me
siento absolutamente novata.
—No creo, pero tampoco había estado con una en mi vida —
señala sonriendo con picardía—. Fui principiante, igual que tú —
bromea con su inherente sensualidad. Le doy un golpe en el
hombro.
Ducharnos en ese minúsculo espacio resulta… recreativo, pero
se las averigua para frotar mi cuerpo, lavar mi entrepierna como
promete y arrancarme, de paso, jadeos porque aún estoy sensible.
Su mirada pícara me dice que lo sabe, pero no avanzará. Me
permito lavarlo también, con sumo cuidado. Su erección me deja ver
lo mucho que le gusta, aunque me deja hacer lo que quiera. Lo toco,
lo exploro, jadea.
—Me gusta que quieras saber más de mi anatomía pero… creo
que lo dejaremos para otro momento, tu cuerpo necesita tiempo —
determina casi gruñendo. Río ligera y es que así me siento: ligera,
libre, alegre. Al salir me seca el cabello, luego me enrolla en la
toalla, espero que él haga lo suyo. Ya en el interior de la casita
acerca una silla y me insta a sentarme junto al fuego, se pone la
parte baja que se quitó tiempo atrás, abre un mueble y saca ropa
limpia de cama. Hago ademán de levantarme, alza su ceja,
amenazante—. Hoy yo me hago cargo —advierte.
—En realidad eso es lo que sueles hacer —le recuerdo. Quita las
usadas, que traen el recuerdo de lo compartido y coloca las nuevas,
hábil.
—Si se trata de ti, digamos que es mi placer. —Cuando acaba va
por mi ropa de dormir, me ayuda como la noche anterior, aún me
siento tímida, pero su frescura me ayuda a dejarla solo un poco de
lado. Me guía por la cintura y nos recostamos, deja salir un suspiro
lleno de cansancio, luego me acerca—. Segura que estás bien —
vuelve a preguntar cuando me acurruco en la jaula de su pecho.
Asiento adormilada.
—Perfectamente.

No me despierta como las dos mañanas anteriores, pero mis


fosas nasales se llenan del olor a café, a comida. Mi estómago
cruje. Me tallo el rostro, ya amaneció. Me siento sobre la cama,
bajando los pies y soy consciente de ciertas partes de mi cuerpo.
Los recuerdos me invaden. Escucho que el refrigerador se cierra. Él
está ahí… haciéndose cargo. Voy directo al baño, me ve pasar pero
solo me sonríe. Al salir me acerco. Como un niño juguetón me toma
por la cintura y me levanta hasta que quedo a su altura, quizá un
poco más. Rio.
—¿Qué haces? —pregunto divertida, aferrándome a sus
hombros.
—Admirándote, wahine. —Y me baja hasta que mi boca queda
sobre la suya. El beso es profundo, delicioso, sabe a café. Me baja
del todo—. Y el desayuno. Ponte cómoda.
Reímos en medio de una atmósfera que se me antoja cálida, casi
hogareña. Levanto todo, se ducha y salimos.
—¿Y mis clases pendientes? —curioseo cuando vamos
caminando, de la mano.
—Si no te bastó con lo aprendido ayer, entonces no sé qué más
quieres de mí —apunta con tono torturado. Le doy un empujón,
riendo—. Mañana, wahine, no lo olvidé, solo le di tiempo a ese
cuerpo tuyo para recuperarse… —explica guiñándome un ojo.
~*~
Al día siguiente será la comida, todos lucen ocupados, Dáran va y
viene, aunque detiene todo a mediodía y me busca. Se excusa con
Nyree que lo ve indulgente e insta a irnos. Caminamos por la playa,
saca de nuevo comida de su mochila y sobre la arena comemos lo
que lleva. Reímos cuando intento darle de comer y su barba se
ensucia, con la boca pretendo quitárselo y luego me ataca a besos.
Suelto carcajadas que llenan el ambiente, mi alma cuando las
contempla.
—Háblame de este lugar… —le pido acurrucada entre sus
piernas, satisfecha. Besa mi sien asintiendo—. ¿Qué quieres saber,
wahine? —Rodeo sus brazos torno a mi cintura, encogiéndome de
hombros.
—¿Son muy espirituales?
—Sí, bastante.
—¿Qué los rige?
—Ellos viven con la visión Matauraunga: el conocimiento, el
entendimiento, o la comprensión de todo lo visible e invisible
existente en el universo, es la manera de interpretar el mundo.
—Es complejo, si lo piensas, y real. Te amista con el medio, con
la Tierra.
—Los maoríes consideran el entorno en el proceso de
construcción del conocimiento… —continúa y sin percatarnos,
duramos más ahí de lo que pensamos. Me habla de la guerra de los
Mosquetes que fue una serie de batallas que sucedieron a principios
del siglo XIX entre varios grupos de maoríes, ubicados sobre todo
en el lado norte, que fueron justo las que empezaron a comprar
mosquetes, o armas de fuego a los recién llegados. Exterminaron
clanes enteros y no fue hasta 1840 que se firmó un tratado donde
pasaron a ser colonia británica.
Me encanta saber más, y mi curiosidad es infinita, tengo tantas
preguntas pero me voy decantando por algunas, luego haré otras.
Cuando nos damos cuenta de que nos excedimos, corremos y
seguimos en lo nuestro como dos niños que van morosos a clase.
Aprendo más esa tarde, y me llevo una mermelada deliciosa de
mango. Cuando entro noto que no está, dejo el pan, la mermelada y
decido ser yo la que cocine. Me cuesta entender cómo se maneja
uno ahí, la estufa es eléctrica, tomo lo que necesito y comienzo.
Hago una sopa de verduras, pollo con trocitos de tocino. Encuentro
naranjas, las exprimo. Tengo frío y nunca he prendido la chimenea.
Me agacho, los maderos están acomodados dentro, tuerzo la boca.
Pronto encuentro las cerillas, son largas y meto una por un lado,
otra por el otro y poco a poco comienza el crepitar.
Una mano en mi abdomen se enreda, respingo sonriendo.
—Lamento la demora, Elle —dice hundiendo su nariz en mi
cabello, me giro y busco sus labios, notando una coquetería que ha
crecido en esas horas. Me corresponde con brío.
—Hice la cena, espero que te guste —respondo sobre sus labios.
Me levanta por la cintura para que mis pies no toquen el suelo y
quedo a su altura. Rio.
—Mentiré si es preciso —asegura, ruedo los ojos—. Karahere.
—A veces —admito embelesada.
Cenamos y queda encantado, repite plato. Al terminar ahora él
recoge mientras yo me tumbo en uno de los sofás y escucho todo lo
concerniente a la fiesta de mañana. Se acerca cuando acaba, se
sienta y rodea mi cuerpo. Luce cansado.
—¿Quieres salir a caminar? —pregunta. Busco sus ojos, me mira
lánguido. Lo beso y acepto.
De la mano recorremos la reserva, termina ayudando a un grupo
de chicos a colgar algunos adornos en el centro del templo. Pronto
será invierno y suelen detener las ceremonias para cuando el clima
es más favorable. Andamos entre los árboles hablando de las
costumbres, de sus dioses, de cómo ven y entienden la vida. Los
tatuajes significan una gran hazaña en su historia personal, y antes,
gracias a ellos se podía distinguir a qué tribu se pertenecía. Me
intriga en ese momento entender los suyos, las razones, no
obstante, sigue hablándome del basto mundo de esa cultura que me
intriga tanto.
Al final de una ladera se distingue una fogata, él sabe quiénes
están ahí e intuyo que desde el inicio su plan es ese. Mika cuenta
algo cuando nos acercamos, tiene a su alrededor adolescentes y
jóvenes, lo escuchan atento, pero habla en maorí. Nos saluda con
un gesto de su cabeza, todos voltean.
—Tenemos invitada, les presento a Elle —interrumpe en mi
idioma, saludo alzando la mano. A algunos ya los he visto, otros no
—. Estaba por contar una leyenda de nuestro pueblo, ¿deseas
escucharla? —pregunta sonriente. Acepto alegre.
Narra en inglés, después de haberle pedido permiso a su
audiencia. Dáran se sienta sobre la tierra y me acomoda sobre sus
piernas, noto que algunos adultos también están por ahí,
desperdigados. La noche es fría, pero todos lucen atentos,
encantados. Se crea un ambiente etéreo, mágico que me envuelve y
me encuentro imaginando cada palabra dicha, fascinada.
Al regresar lo hacemos en silencio, tengo todas esas imágenes
de lo que escuché, y Dáran luce un poco ensimismado, aunque ha
estado de lo más atento y cariñoso conmigo, protector. En la casa
me besa tan solo al entrar, jadeo aceptando el gesto, aferrada a su
mano que envuelve mi mejilla.
—¿Te das un baño conmigo, wahine? —pregunta cauto, aunque
sereno. Mi timidez grita que no, pero la verdad es que mi deseo ruge
porque diga que sí, al final gana. Me conduce con su mano
entrelazada a la mía, hasta la cama, ahí comienza a quitarse una
bota, luego la otra, alza las cejas instándome. Mis mejillas arden
pero lo imito y coloco las manos en mi cintura, pícara. Me toma por
la nuca y me besa, gruñe y se aleja. Sonrío. Se quita el chándal, y la
camiseta dejando así ese torso asombroso totalmente expuesto. Se
detiene, es mi turno. Lo hago y quedo en sostén, me observa y
cuando me lo voy a quitar detiene mi mano con suavidad—. Permite
que yo lo haga —murmura colocándose tras de mí. Hace a un lado
mi cabello, lo abre y éste resbala por mis brazos, jadeo cuando sus
manos rozan mis costados—. ¿Te gusta que te toque, Elle? —
pregunta besando mi hombro, tomando mis pechos por debajo,
sopesándolos. Cierro los ojos y me recargo en él.
—Sí —digo con voz entrecortada. Luego pasa el dorso de su
mano por mi pezón erecto. Gimo.
—¿Y esto? —habla sin dejar de hacerlo, casi como si fuese una
pluma. Asiento, pasando saliva, erizada.
—Sabes que sí —logro responder cerrando los ojos. Juega
conmigo, me toca, los tortura y luego baja su mano, abre el botón de
mi pantalón, coloco mis palmas en su antebrazo cuando desciende
entre mis piernas y me toca.
—Estás húmeda, wahine, dime que quieres… —solicita
apretando un poco mi centro. Jadeo oprimiendo con mayor fuerza
sus brazos. No puedo hablar—. ¿Quieres que te toque así? —
inquiere moviéndose con pericia. Se detiene. Mis pulmones de
nuevo están atrofiados, aun así, necesito que siga—. ¿Elle? —El
que hable lo vuelve todo más tortuoso, sensual y me enciende.
—Sí —puedo decir tragándome la pena por la necesidad. Y
empieza a moverse ahí, justo donde mis sensaciones se
arremolinan, con su otra mano cubre uno de mis pechos
adueñándoselo y su boca repasa mi nuca, mi cuello. No transcurre
mucho tiempo cuando todo estalla dentro de mí. Sabe lo que hace y
yo parezco caramelo a fuego entre sus manos. Un tanto temblorosa
me hace girar y me abraza, alza mi cabeza y me besa. Sus labios
están fríos, los míos secos y los humedece con sensualidad.
—Deliciosa —determina sonriendo, satisfecho.
Retira la parte baja de mi atuendo, yo insisto en hacer lo mismo
con él. Accede. Su erección se asoma sin tregua. Lo miro pero
niega buscando mi boca.
—Nos daremos un baño, nada más, dulce mujer. Ahora mismo es
lo mejor —murmura sonriendo, pero tenso.
Me agrada ducharme a su lado, no me hace sentir cohibida,
aunque si deseada y se recrea con mi cuerpo, me arranca suspiros
y me inspecciona, tanto como yo lo hago con él y logro. Así, con mi
mano envolviendo su hombría, yendo y viniendo cauta, que se deje
ir y presencio, sin restricción su fuerte orgasmo. Me siento
poderosa. Me toma por la nuca al ver mi reacción y me besa bravío.
—Me tienes, Elle —ruge aun recuperándose y entonces, regresa
su atención a mi cuerpo.
Es notable que le agrada cómo va rompiendo esa barrera de
vergüenza que aún deambula en mí, aunque tampoco parece que le
urge, es más, creo que disfruta el hecho de irla lapidando
lentamente y más aún, estos logros.
Nos recostamos y en cuanto su cabeza toca la almohada y me
escondo en su pecho, sé que cae profundamente dormido. Lo
observo saliendo un poco de mi guarida y repaso su rostro
masculino. Mi estómago se encoje y acepto que este hombre está
cambiando mi vida.
CAPÍTULO XXIX

Abro los ojos sobresaltado, transpirando. Bajo la vista para


asegurarme de que Elle esté ahí. Aliviado la observo, se encuentra
acurrucada con su rostro adherido a mi pecho, como suele dormir
de un tiempo a la fecha. Soy rehén de esa ternura infinita que me
despierta. Es friolenta, su nariz enrojece con facilidad debido al
clima, así que se protege ahí y la verdad es que ya me acostumbré
a tenerla entre mis brazos. No sé si podré descansar ya de otra
manera.
Fue una pesadilla, comprendo.
Respiro con pesadez, me coloco boca arriba y la arrastro con
cuidado para que quede sobre mi pecho que baja y sube agitado.
Peino la penumbra, las llamas de la chimenea aún están latentes,
las observo atento, buscando calma en medio de ese lugar que
construí hace tanto tiempo atrás, que ha sido mi refugio, que me
llevó tan solo unos meses con aquella energía que circulaba en mi
cuerpo debido a lo que ocurrió en ese maldito lugar, diez años atrás.
Me encuentro inquieto. Hoy me informaron que Wen fue
asesinada. La teníamos vigilada después del intento de homicidio
contra este pequeño ser que duerme serena sobre mi pecho. Me
perturbó enterarme, esa es la verdad: una mujer joven, con el
mundo por delante que su único error fue trabajar para mí. La culpa
aparece.
Pasé la tarde encerrado en casa de Ron, hablamos con Nicole
para que nos explicara lo ocurrido. No fue tan complicado: Wen
salió, la siguió mi equipo pues no quise proceder en su contra
después de lo que hizo. Conozco bien cómo es este juego, al
contrario, protegimos a su familia, a ella, pero el claustro la
enloqueció, disfrazada salió, la detectó mi gente pero a un par de
cuadras de su casa dos tipos la subieron a su auto. Apareció muerta
horas después, fingieron que se suicidó. Lo cierto es que no fue así,
aunque el mundo nunca sabrá lo contrario, cómo suele ser en estos
casos. La gente cree una realidad, pero la verdad es otra
completamente. Ese es mi entorno, eso es lo que me rodea y Elle es
ajena a todo ello. Nada es verdad y nada es mentira.
Siento el pecho oprimido, me enferma todo esto como hacía
mucho tiempo no había ocurrido. Sé conducirme en estos asuntos,
sé qué hacer, cómo resolverlo y mejor aún, como obtener lo que me
conviene, lo que me parece adecuado y correcto. Pero con ella en
medio de todo no logro pensar con claridad.
Cuando regresé de Nueva York, ya hace una semana, y vi la
cama intacta algo me alertó. Había hablado con ella cuando me
llamó por teléfono y por Dios que me sorprendió tanto, al punto de
que me encontré molesto por estar ahí, en medio de esas reuniones
que a veces no puedo eludir y son de lo más frívolas, pero
necesarias de vez en cuando. Una de las empresas de las que en
parte soy dueño, estaba en pleno lanzamiento, Maya, aquella mujer
con la que me comprometí años atrás, se casó con un hombre igual
de acaudalado que ella, juntos tienen un emporio de joyería y
aeronáutica. Soy accionista de la segunda, así que ese día se
presentó el nuevo modelo que estará operando, era importante mi
presencia. Pero escuchar la voz de Elle en medio de aquello me
perturbó.
Aunque mucho peor, fue percibir bajo mi palma la puerta del baño
helada, eso casi me ahoga. Actuar rápido fue lo único que atiné a
hacer y poner en guardia a todos los escoltas, a Nicole. Estaba
seguro de que ella se encontraba adentro y el terror de que algo
grave estuviese pasando se plantó dentro de mí como un monstruo
de tres cabezas que arremete con todo a su paso. No podría estar
en un mundo en el que ella no existiera, ahora lo sé.
Tom y yo abrimos la puerta a punta de golpes pues no cedía.
Tiene cerradura de alta seguridad pero gracias al cielo la puerta
como tal nunca lo vi necesario. Mientras el equipo de seguridad
investigaba qué ocurrió en el sistema de vigilancia y Frivóla. Cuando
el aire gélido nos golpeó el rostro, Daniele pasó y la encontró en el
fondo, acurrucada, cubierta por toallas.
Nada ha sido peor en mi vida que ese maldito momento. Nada.
Experimenté odio, impotencia y deseé acabar con el responsable de
aquello. Elle estaba mortecina, inconsciente y solo pensarla ahí,
atrapada, presa de estos putos intereses asquerosos de los que yo
soy parte, me revuelve el estómago.
Pasó dos días con respiración asistida, muy delicada, en esa
habitación cálida de la que no me despegué en lo absoluto salvo
para tener reuniones en pleno pasillo y acordar el paso a seguir. Y lo
único que tuve claro cuando abrió los ojos y me abrazó, fue que
tenía que alejarla de todo eso, ponerla a salvo, y que además, debía
hacer que olvidara ese espantoso evento. Por eso estamos aquí.
La reserva, en mi mundo, es inexistente, el lugar más seguro
pues solo hay dos accesos y ambos son protegidos por el gobierno
de mi país y por mi gente. Elle puede andar por ahí libre… y sé que
eso ha hecho que su recuperación avance tan rápido. Daniele me
advirtió sobre una pequeña depresión, que podría enfermar, que era
probable que estuviese ausente, callada. No ocurrió, al contrario,
tiene una fortaleza interna que ni ella nota, pero que para mí es
evidente y se le ve incluso feliz aquí, como una niña ingenua a ratos,
como la mujer que más he deseado, en otros. Me fascina, es la
realidad.
Confía en mí y aunque es lo que busqué, me duele que lo haga
porque le he fallado en tantas cosas… sin embargo, me mira de esa
manera dulce, cándida y sé que se sabe segura, que a mi lado nada
le ocurrirá, y por Dios que eso es un hecho, el que la toque, lo mato,
sin duda lo mato.
Ahora mismo debido a todo este asunto aberrante, las partes
implicadas estamos en una etapa de silencio… Ya se sabe que ella
está a punto de dar con la cura, los países aliados e interesados
están a mi disposición y los creadores de la enfermedad ya fueron
informados, por lo que hay un momento de inactividad tácita. Aun
así, no puedo bajar la guardia. Estas tres semanas aquí son lo ideal
para lo que ocurre, Elle debe salir de escena un tiempo, regresar y
acabar con esa maldita cosa de una jodida vez. Me es pondérate
que este maldito peligro que la rodea termine porque mi mente no
soporta más saberla en riesgo.
Pierdo la mirada en el techo. Agobio, aprensión, preocupación,
son los pensamientos que me circundan. Ahora mucho más que
antes. Evoco lo ocurrido la noche anterior, sonrío y beso su rubia
cabellera, esa que se le escurre por sus hermosos senos haciéndola
ver como una ninfa celestial. Absorbo su aroma, ese al que soy un
adicto.
Me puse nervioso, por un momento pensé en no llegar al final.
Saber que yo le estaba infringiendo ese dolor me generó mucha
impotencia, pero era inevitable para ambos, así que la tomé. Nada
ha sido más apabullante en mi vida, y he pasado por mucho, pero
su forma de entregarse, de mirarme, de sonreír, de creer en mis
palabras, de permitirme ser parte de su cuerpo, es algo que sé
jamás experimentaré de nuevo con alguien más. Estaba tan
estrecha, tan húmeda, tan deseosa y asustada que todo se
entremezcló a tal grado que me sentí un neófito a su lado. Elle, esa
noche, tomó todo de mí, y parece que está decidida a dejarme sin
nada.
Se ha adaptado tan rápido a este sitio, mi sitio. La observo ir y
venir, Nyree está encantada con ella, tanto que sé que le contará a
mi madre cuando hablen, como hacen cada tanto. La gente se
siente cómoda con ella rondando y es tan sencilla y cuidadosa que
se mimetiza sin problemas. No estoy acostumbrado, pero es
clarísimo que prefiere este lugar pequeño, austero, que aquel donde
la retuve por varios meses, incluso que la casa de Wellington y eso,
todavía la hace ante mis ojos, más perfecta e inaccesible que antes.
Aisea está reacia, me conoce más que nadie y ese año aquí
llegué tan mal que sin su ayuda quizá nunca hubiese encontrado de
nuevo la paz, mi centro, ese que ahora es el que me guía.
Mi mente viaja a ese momento lúgubre y oscuro de mi vida. Ese
que se sintió como miles de aberración. Me enamoré de Maya
cuando estudiaba en Cambridge, o en realidad me fasciné, solo que
cursábamos diferentes especialidades. Una mujer inteligente, de
mundo. Nos conocíamos de tiempo atrás, entre esos círculos es
imposible que no ocurra pero muy por encima pues solía estar
lejano a ese tipo de vida. Comenzamos algo por aquellos tiempos
puesto que tuvimos amigos en común y después nos
comprometimos justo cuando cumplí 24.
Era excéntrica, aún lo es, hermosa, de gustos caros y
específicos, con un culto a la belleza que la verdad ahora me resulta
aberrante, ambos con el mundo a los pies, nos divertíamos.
Gastábamos dinero en viajes, excesos, nada era suficiente y
tampoco se nos limitaba como suele ocurrir en esas esferas, aunque
mi padre me hacía saber que no estaba del todo de acuerdo al no
darme el mando de todo ni involucrarme de más. Mi madre, por otro
lado, es… idealista, no la soportaba. No importó, continuamos, de
pronto llegaba y viajábamos a donde quisiéramos. Gasté bastante
en aquellas épocas y tuve momentos alocados que antes no.
Lara, mi hermana, preocupada me buscó cuando regresé de una
expedición exclusiva por el Ártico. Siempre nos hemos llevado muy
bien, pero me alejé de tantas cosas durante ese tiempo con Maya al
lado, con esas amistades, con los excesos. Y el asunto está en que
quieres cada vez más, y poco a poco todo te va aburriendo,
entonces vas por más. Fui patético, aunque no como otros puesto
que había algo que me detenía, algo implantado desde mi niñez, sin
embargo, me dejé llevar sin descuidar lo importante, sin drogarme, o
alcoholizarme o cosas… peores. Me comprometí con ella porque
creí estar enamorado, lo pasábamos tan bien, teníamos tanto en
común, era una belleza envidiable, sabía usar su mente y encantos.
Mis padres no tuvieron más remedio que aceptarlo, los de Maya
estaban entusiasmados. Esa tarde mi hermana me advirtió…
—Dáran, no soy nadie para decirte con quién estar, pero ella no
es para ti.
—No la dejaré, Lara, entiendo que no sea como nosotros, pero
será mi esposa.
—Es más allá, he escuchado cosas, hay personas, y lo sabes,
que no se limitan.
—Ella no es así, solo nos divertimos.
—Hermano, tú no eres como ella, no nos educaron como a todos,
en serio… No es para ti —insistió.
—Maya no hace nada malo, somos jóvenes.
—Estás en una especialidad aquí, por Dios, eres una maldita
lumbrera, no puedes pensar que ella te hará feliz. ¿En serio quieres
estar compitiendo con los demás sobre dinero, éxito, viajes…
excesos?
—Lara, esta también es nuestra realidad. Mira tu ropa, donde
vives, el chofer y tus colegios, tus viajes… ¿Por qué a Maya la
repelen si no es tan diferente? —la desafié ya cansado.
Crecimos un tanto aislados de todo aquello, así lo quisieron
nuestros padres. Ahora sé por qué y es algo que definitivamente
haría de atreverme a tener hijos, eso lo tengo muy claro.
Elle se remueve, suspira, y paso saliva porque de pronto esa idea
que he repudiado por años no me parece tan atroz, no si ella es
parte de la ecuación, la clave. Niego alejando eso de mi cabeza, no
puedo pensarlo, no tengo derecho a siquiera desearlo, no.
Lara se fue molesta después de darme una bofetada que en
definitiva me merecía.
—Dices cosas bajas, Dáran Lancaster, y que me metas en el
mismo enunciado que todos esos estúpidos con los que ahora
sales, me caldea la sangre. Eres un idiota si no lo ves, lo lamento,
porque te conozco y si son verdad los rumores, lo lamentarás. Tú
eres otra clase de hombre. Demasiado para esa tipa —y se fue sin
darme posibilidad a nada.
Ojalá hubiese escuchado, pero me tenía endiosado, además era
una mujer tan sensual, tan convincente, que sabía envolver,
refinada, de mundo, caprichosa, mimada… No muy diferente a la
mayoría de ellas, y eso me magnetizaba pues era refrescante
viniendo de un círculo tan diferente como el de mi madre, o abuela
que es todo menos eso, un ejemplo al igual que mamá. La realidad
es que viví un tanto como Elle; replegado en los estudios, en esta
cultura, en la exigencia, aprendiendo más y más, aunque con mayor
libertad que ella. Pero cuando ese mundo se abrió camino, no fui lo
suficientemente hábil para no dejarme deslumbrar, para no darme
cuenta de cosas que ahora noto sin el menor esfuerzo.
Sin embargo, aquella noche que aún me persigue, lo cambió todo
y me hizo sentir tanto asco… repugnancia, dolor e indignación, rabia
e impotencia. Después de ello la dejé, tuve que ser cuidadoso y me
refugié aquí. Al regresar a mi mundo tenía muy claro cómo y de qué
modo llevar mi vida y lo puse como un reto. Lo logré. He vivido bajo
mis preceptos, me disculpé con Lara, mis padres nunca supieron lo
que ocurrió pero no escondieron su alivio cuando me vine para acá
un tiempo y después tomé el control de todo. Mi abuelo siempre
intentó entenderme y una noche aquí, en la playa, se lo conté. Solo
él y Aisea se enteraron, jamás he podido volver a hablar de eso,
aunque Lara lo sospecha. Me hace sentir sucio, impotente y
asqueado al punto de náuseas.
No tuve amantes, no le mentí a Elle, me he acostado con muchas
mujeres que buscaban lo mismo que yo: una noche de sexo. No me
involucré nunca más en cuestiones que no fuesen trabajo y aprendí
a detectar personas con el alma corroída. Me rodee de personal
capacitado, integro, y fui construyendo un muro entre mi vida
personal y mis sencillos placeres, y ese del que sin remedio soy
parte, del que mucha de mi familia ha salido avante gracias a esta
cultura, a nuestra educación, otros no y los veo en algunos de los
eventos ineludibles. También a Maya, mantenemos una buena
relación, es osada, atrevida, pero ya sé hasta dónde llegan sus
alcances y sé cómo manejar todo eso.
Hago a un lado los pensamientos que la involucran porque me
parece aberrante teniendo a mi ángel de ojos de cielo aquí, entre
mis brazos, respirando apacible. Estoy tan hundido en esto, y creí
que aquello que descubrí en esa bestialidad de hace semanas
cuando le grité como un idiota, era profundo, que Elle estaba
entrando en mi ser tan delicadamente que ya era imposible sentir
más. Otro error, pasan los días y el sentimiento crece, mi necesidad
de ella también, la aprensión, las ganas de verla reír, de saberla
tranquila, de… ser parte de su vida. Es tan ingenua que sé, no se ha
dado cuenta de todo lo que me genera, de lo que ha hecho en mí,
de que me tiene a sus pies y que mi mente no puede ya pensar en
otra dirección salvo en la suya.
Lo cierto es que ahora mismo debo cavilar en lo que, de alguna
manera, sé que ocurrirá entre ambos. Entender que yo la fui
guiando a esto y la desazón que me genera saber que quizá si no
hubiese forzado las cosas, tal como ella dice, nada hubiese surgido,
me quema ya a estas alturas. Jamás he sentido a alguien tan
acompasado a mí, nunca creí que podría toparme con un alma que
me atrajera a este nivel, que me llamara incluso, que… sintiera que
purifica de alguna manera la mía. Esa es Elle, eso es ella en mí y
ahora mismo debo no pensarlo porque está aquí, su seguridad es lo
elemental y sentirla mi mujer es lo más dulce e inexplicable que he
experimentado nunca, algo que seguramente no merezco pero que
necesito vivir.
CAPÍTULO XXX

El traje de neopreno que Dáran consiguió me queda


perfectamente, aunque es tan ajustado que se siente raro, más
porque no deja de verme con descaro el trasero, el pecho, y mis
mejillas permanecen encendidas. El agua está helada, como me
advirtió, me estremezco.
Llegamos al amanecer, no estaban los chicos de hace dos
mañanas y es que me explica que no vienen a diario pero sí con
recurrencia, también que el clima ahora mismo tiene las condiciones
para que yo aprenda pero no para surfear, así que se fijan en ello
para salir a hacerlo.
La tabla es ligera, me explica hincado sobre la arena, las
nociones de seguridad. Nunca emerger sin el brazo arriba de mi
cabeza para hacer a un lado la tabla, caer de lado, de espalda o
sobre mi estómago, para evitar quedar atrapada y no pegar con algo
pues no es tan profundo a veces. Me describe la tabla que usaré, es
para principiante, las quillas son blandas al contrario de las suyas
que son rígidas. Mientras habla le unta parafina a la parte superior
de la misma, eso sirve para no resbalar dentro el agua. Hacemos
ejercicios donde me muestra cómo subir de estómago en ella. Rio
bastante porque no soy la más ágil, y estamos en la arena, pero lo
logro. Es paciente, sonríe todo el tiempo y es evidente que disfruta
lo que está haciendo, además de aprovechar para tocarme cada vez
que puede. Para remar debo arquearme un poco y como si fuese
crol, meter una mano en el agua, luego la otra.
Y aquí estoy, alegre como una niña, dejándome llevar por el
oleaje, cada vez que truena me arqueo, estiro mis brazos y alzo la
cabeza para que me lleve con él. Es divertido la verdad y lo único
que me pide. Logro mantener el cuerpo casi todo el tiempo sobre la
tabla, aunque ya caí un par de veces. Enseguida apareció a mi lado,
solo para asegurarse de que estuviese bien y de que logre subir de
nuevo. No es tan sencillo como se ve, pero me siento exultante
cuando lo logro.
Llegamos a la casita, húmedos, pero riendo, deja las tablas
afuera para que se sequen y adentro lo primero que hace es
besarme. Sé que lo necesito, que la noche anterior me gustó lo que
hicimos, pero ahora mismo si no lo tengo de otra forma quedaré
frustrada.
Me carga por la cintura para quedar a su altura y me separa,
cauto.
—Te deseo, Elle, te necesito —murmura con voz ronca, con su
mirada férrea, felina. Le quito la goma, mueve la cabeza y su cabello
se dispersa. Lo beso de nuevo haciéndole ver que yo también
enterrando mi mano en su nuca. Me deposita sobre el piso, a un
lado de la chimenea, lo miro coqueta aunque nerviosa y me giro
alzando mi cabello para que baje el cierre. Me pega a su cuerpo, mi
trasero nota su erección—. ¿Te encuentras lista? —quiere saber
besando mi cuello.
—Solo… —jadeo cuando mordisquea mi lóbulo—, también te
necesito —acepto y apresa mis senos sobre la tela, los masajea. Me
hace girar y busca mi boca. Baja el cierre de mi traje y siento su
palma acariciar mi espalda, la introduce en mi trasero y lo aprieta
acercándome más a él.
—Me fascinas, wahine —admite y siento como algo dulce, cálido,
se sumerge en mi piel, y se arremolina en mi pecho, danzando.
Respondo con mayor vehemencia. Me quita el traje, saco un pie,
luego el otro. Quedo en un bañador de dos piezas. Me contempla
voraz—. Y eres mi placer convertido en mujer, por Dios que sí —
zanja con fiereza. Lo beso en la boca, luego dejo besos sobre su
barba, en su mejilla, se encorva más para que lo alcance, con sus
manos en mi cadera y rozo su lóbulo. Jadea—. ¿Qué pretendes, mi
dulce? —susurra entrecortado, luego desciendo a su cuello, sabe a
sal, huele a él y acerco mis dedos a la parte trasera de su traje e
intento bajar el cierre. Gruñe, se lo quita de inmediato, y busca mi
boca para besarme, luego aferra mi rostro entre sus manos, con la
pupila dilatada—. Me enloqueces, pero por ahora es importante ir
despacio…
—Estoy bien —le recuerdo. Pega su frente a la mía y me besa de
nuevo mordisqueando mi labio inferior.
—Aun así —determina cauto. Decidida paso mis manos, osada,
por la parte alta de mi bañador y lo desamarro, cae frente a
nosotros. Sonríe negando, lujurioso—. Eres un demonio de mujer.
—Y tú un kararehe —reviro temblorosa por lo que estoy
haciendo. Me toma por la cintura y mis senos chocan con la tela fría.
Me estremezco colocando mis manos en sus hombros.
—Lo sé, eso sacas de mí —admite quitándome del todo la ropa,
luego se deshace de la suya y me adhiere a él ahí, desnudos, en
medio de aquel lugar en el que se escuchan ya ruidos de las
personas en el exterior, el aire ululando, los sonidos del fuego.
Nos besamos ansiosos, deseosos y la necesidad crece. Me
siento más mujer que nunca en mi vida, con él eso sucede, y me
gusta, me gusta mucho porque es como si me despertara cada vez
más y eso que emerge es mucho mejor de lo que imaginé podría
ser.
Me lleva hasta la orilla de la cama, se sienta y me carga por la
cintura como si no pesara nada para que quede a horcajadas sobre
él. Mi entrepierna late, me siento febril, ávida de él, de sus caricias.
Introduce una mano entre ambos y amolda mi seno, cuidadoso y
eso es lo que más me ha gustado de esto compartido con él; su
manera de tocarme, suave pero segura, no pide permiso, pero es
cauto y determinado a la vez. Sabe que no tengo idea en esta área
pero me hace sentir que puedo ser yo, aunque tímida, yo, sin
esconderme en lo absoluto. Además, está todo el tiempo pendiente
de mis sensaciones, de lo que en mi cuerpo ocurre, que es
muchísimo tratándose de este hombre.
Siento su erección muy cerca de mi centro, instintivamente me
froto, jadea mientras juega lujurioso con mi pezón. No puedo
detenerme, en serio que no. Gimo cada vez que me muevo, cada
vez que su mano toca alguna parte de mi cuerpo, cuando mi centro
se encuentra con su rigidez potente. Algo en mí apremia, transpiro y
él parece que esta vez me cede el control.
—Wahine, ¿dime qué quieres? –pregunta en mi oído, con voz
torturada porque continúo friccionando mi humedad con su sexo
caliente. Me humedezco los labios con los ojos cerrados, temblando
ya un poco.
—A ti… Ah, Dios, por favor —pido casi rogando y es que siento
lava en todas las partes de mi cuerpo, una que me estremece y
exige. Busca mi boca, me besa gruñendo, también sudoroso.
—Me tienes, mujer, por Dios que me tienes —asegura cuando se
mueve un poco, me separa y rasga un envoltorio con rapidez. Lo
observo colocarse la protección y enseguida me atrae, posesivo.
Jadeo, me mira a los ojos, luego dirige lentamente su erección a mi
entrepierna—. Mírame, Elle —ordena, y lo hago. Entra poco a poco,
es incómodo aún, se detiene apenas, pero estoy tan abierta a él, tan
deseosa que yo misma desciendo otro poco. Sujeta mi cadera con
fuerza para no lastimarme, midiendo mi reacción. Muerdo mi labio
sin soltar su iris miel, me estudia contenido. Aguardo, temerosa.
—Tú… —le pido con un poco de cobardía porque aún es
novedoso en mi cuerpo. Entiende lo que necesito. Con sus manos
me va bajando, me quejo un poco pero no tanto como para soltar su
mirada y en definitiva no quiero que se detenga. Sigue y lo siento
tanto que respiro entrecortada, me aferro a sus hombros anchos,
clavando la yema de mis dedos.
—Si debo parar, dime, mi dulce —murmura con la respiración
también irregular.
—No, por favor… —ruego con mi vientre latiendo,
acostumbrándose. Se adentra más y siento que ya es mucho, pero
aún prosigue, contemplando cada centímetro de mi rostro,
aterrizando cada tanto en mis ojos que no se despegan de sus
facciones viriles. Es excitante, erótico como nunca pensé. Me
remuevo y entonces me baja con mayor fuerza y doy un gritito
abrazándolo. Está en mí, completamente y es morbosamente
delirante. Me rodea con dulzura, sin moverse ni un poco, solo su
palma va y viene desde mi cuello hasta mi trasero—. No pares,
Dáran —murmuro con los labios sobre la cuna de su cuello, lo beso
un poco, respiro ahí.
Me acerca aún más, suspiro y comienza a moverme con un ritmo
cadente tan delicado y pecaminoso que mi cuerpo se enardece
enseguida. Dejo mi aliento en su oreja, me separo un poco aunque
sin soltarlo para quedar cara a cara, tiene las pupilas dilatadas,
succiona uno de mis labios, mi senos rozan con su pecho. Me
atrevo a moverme un poco y es que aunque aún es intrusivo, me
gusta y siento tanto.
Solo se escuchan nuestras respiraciones, ahí, en medio de eso
que vivimos, nos probamos sin cesar, jugando y enrollando nuestras
lenguas, mi punto sensible cada vez que lo toca siente más y más.
Llega un punto en el que necesito ir más rápido, lo nota y se mueve
con mayor brío. Me arqueo, besa mi cuello y me parece que ya es
demasiado, me quemo.
Percibo su mano entre nosotros, justo en mi centro, me toca y mi
cuerpo se sacude, no puedo parar, no quiero parar. Todo se desata,
ruge cada tanto, yo siento que explotaré, que mis ojos se anegan
porque mi cuerpo no sabe qué hacer con tanto y llega al punto en el
que si no me toma por el cuello y me besa posesivo, hubiese gritado
sin control. Me aprieto a él, temblando, con un par de lágrimas que
resbalan por mi rostro. Esto es demasiado, por lo menos para mí es
como detonaciones que tienen como fin barrer con cualquier vestigio
de lo que hasta ahora fui.
Deleitada y sudorosa busco regular mi entrada de oxigeno
soltando su boca, me mira también perturbado, lo sé porque no se
esconde, me lo demuestra, le sonrío y acaricia mi cabello a cambio,
luego limpia mis mejillas húmedas, extasiado.
—¿Qué haré contigo, wahine? —susurra con ternura. Me encojo
de hombros, sonriendo, aún medio en shock. Roza mis labios,
aspira mi aroma y me suelta—. Eres demasiado, Elle, demasiado —
determina contrayéndose. Su tono me desconcierta, pero lo hago a
un lado, ahora mismo solo sé que no quiero jamás sentir menos de
lo que siento a su lado.

Cuando está duchado sale casi corriendo, Mika vino a buscarlo


minutos atrás, lo espera al frente de la casa. No alcanza a
desayunar pero con besos en la boca me asegura que algo comerá,
que se le hizo tarde. Lo dejo ir deleitada, tiendo la cama, levanto lo
que dejamos por ahí, llevándome cada tanto su ropa a la nariz,
perdiéndome en su aroma, en ese que distinguiría entre miles. Algo
apretuja mi pecho, doblo sus cosas y las guardo, o pongo en el
cesto de la ropa sucia. Salgo a la parte trasera, a un lado del huerto,
meto las sábanas que él lavó a mano, supe entre risas por la
mañana cuando estábamos en el mar. Decido que puedo hacer lo
mismo y con lo que encuentro tallo su ropa, la mía, aunque decido
que los vaqueros los lavará él, son muy pesados. La pongo a secar.
Una mujer pasa y me saluda. En general se ve movimiento, pero
esa parte trasera tiene menos tránsito. Siento tanta paz, noto
suspirando.
Como un pan con mermelada, una fruta, el café lo hizo Dáran
temprano, solo lo caliento y pienso que quizá debería llevarle algo.
Come como por cinco humanos normales, recuerdo. Le preparo un
emparedado con queso, verduras frescas. Pico un poco de fruta, la
coloco en un recipiente y en un termo sirvo café. Salgo porque ya
acabé ahí, noto alegre, ahora deseo ir a ver qué puedo hacer entre
tanta algarabía.
Lo encuentro en el centro de la comuna. Su chándal descansa en
una de las sillas que ya están dispuestas, cuelga unos focos con
ayuda de otros lugareños, Mika anda por allá dando órdenes, con
Ron al lado, y Dáran ríe por algo que le dicen, uno de ellos me ve, le
indica y voltea, está como a tres metros prácticamente. Me da
vértigo pero sé que a él le importa poco. Me sonríe con franqueza,
algo les dice en maorí y desciende casi como un mono, retrocedo y
aterriza a un metro, hábil. Le tiendo la cesta. Alza las cejas, la toma
e inspecciona, asombrado.
—¿Es para mí? —pregunta incrédulo.
—No veo otro kararehe por acá —repongo mirando a mi
alrededor, con las mejillas encendidas. Los chicos que están
colgados ríen porque me escuchan. Dáran voltea y entorna los ojos.
—Ni yo —dice uno de ellos, en carcajada.
—Cuidado que ustedes no tienen su rostro, wairangi* (Idiotas) —les
responde entre riendo y amenazante. Ambos hombres alzan las
manos divertidos. Él se acerca, me toma por la cintura y besa
importándole nada—. Gracias, wahine, podría acostumbrarme a
esto —cuchichea mientras los de arriba silban y él ríe sin verlos.
—Solo pensé que tendrías hambre, ¿nos vemos después? —
inquiero apenada por todo aquello, aunque divertida.
—No te librarás de mí, Elle —sentencia casi sobre mi boca, de
nuevo y me besa—. Gracias —dice otra vez, besando mi nariz y
regresa a lo suyo, trepando como si lo hiciera a diario. Ya arriba algo
les dice y estos sueltan la carcajada, él también. Los dejo estar.
Nyree se encuentra atareada, me ofrezco a ayudar. Acepta
alegre, Aisea también está ahí, me observa, como cada vez que me
la topo, pero no me habla. Es raro, porque sé que no le caigo bien
en lo absoluto y no entiendo la razón, pero la he visto hablar con
Dáran y sus gestos se suavizan, lo quiere, así como la misma Nyree
y muchos ahí.
Hago todo lo que me piden, voy vengo. Luego Maer aparece, con
los niños a cuestas parece agobiada. Me presenta a su mamá, el
bebé que lleva en brazos no deja de llorar, quiere un trozo de pan.
Con la mirada le pregunto a ella si puedo dárselo, asiente apenas,
se lo ofrezco, lo toma y luego me tiende los brazos. Pestañeo, no sé
cargar a bebés, esa es la verdad.
Algo le dicen en maorí a su madre, voltea y nota que el niño
quiere irse conmigo.
—¿Puedes cargarlo un poco? —y me lo tiende. No sé qué
responder, pero el bebé sigue abriendo sus manitas hacia mí. Lo
tomo sin saber qué hacer, Nyre lo nota y acomoda mis manos—.
Serán unos minutos, si come pan no pasa nada. Ahora mismo no
me preocupa —señala.
Asiento y me alejo de la locura que se está montando en ese
lugar. Cocinan en la tierra algo para la ceremonia, pero además,
más cosas. Aisea me ve, le sonrío trémula, insegura con el pequeño
entre mis brazos, agarro un pedazo de pan previendo que eso me
ayudará y salgo. Parecen nerviosas todas ahí. El bebé tiene ocho
meses y es hermoso, pero frágil. Pronto encuentra la manera de
acomodarse en mi pecho, parece que él también se estresó.
Camino por ahí, con su cuerpo tibio acurrucado en el mío, por
instinto, porque no encuentro otro motivo. Lo meneo un poco, se
talla los ojos. Le sonrío y recuerdo esa canción que hace una
semana vino a mi mente en el peor momento de mi vida, pero que
me lleva a ella y se la canto. Paseando por ahí, sin alejarme de
donde están esas mujeres ocupadas. Descubro que el pedazo de
pan será en vano porque cayó dormido en mis brazos. Experimento
una ternura a la que no estoy habituada y sin pensarlo le doy un
beso en la cabecita de cabello oscura. Me gusta la sensación. Me
siento sobre una de las bancas, lo acomodo en mis piernas y
muerdo el trozo.
Maer sale y al verme abre los ojos, tras ella su madre. Noto la
mirada de alguien clavada en mí, además de la de ellas, por reflejo
volteo y Dáran a lo lejos está de pie, me estudia con un gesto que
no sé descifrar, a cambio le sonrío, pero parece aturdido. La madre
de Ari, el bebé, ya está frente a mí, fascinada por lo que no sé si él
sigue ahí.
Justo a mediodía todo comienza, la gente se prepara y se
encuentran en aquel lugar que queda hermosamente decorado.
Ayudo a Nyree y no he visto de nuevo a Dáran. La mujer muestra
una familiaridad conmigo que me gusta, no es intrusiva pero me
hace sentir parte de todo aquello. Maer me presenta con varias de
sus conocidas, son realmente parlanchinas, y les presume que
dormí al pequeño Ari como si fuese la gran hazaña. Tom pasa a lo
lejos, me ve y saluda con un gesto muy de él, educado y cortés.
Alzo la mano y le sonrío.
Cuando todo está listo se escucha un grito. Los presentes parece
que ya saben qué pasa, aun así, no puedo evitar sobresaltarme,
después de todo no olvido lo que en mi vida, esa que por ahora he
hecho a un lado, ocurre. Nyree toma mi mano y la aprieta, notando
mi turbación. La comuna se acerca las faldas de lo que es la casa
espiritual, otra que es grande y a la que se debe pedir permiso para
ingresar y que te lo concedan. Otro grito. Y el ambiente se siente
expectante, alegre. Me acerco porque todos van para allá.
Un grupo de mujeres que he visto por ahí, sale con un top hecho
a mano, con la barbilla pintada, plumas en el cabello, mirada
desorbitada y faldas del mismo material. Una empieza a cantar en
su idioma, o llamar, no lo sé. Luego aparecen hombres con tan solo
unas faldas del mismo material, los rostros dibujados con tinta negra
mostrando los dorsos y los collares que son característicos de todos
ahí, noté desde que llegué, de jade. Enseguida reconozco a Dáran
entre ellos. Mi piel se eriza, con ese cuerpo trabajado y que conozco
también, pegando con su puño a la otra palma abierta, siguiendo las
instrucciones de Mika, que comanda. Y comienzan al unísono,
aquello que vi al llegar, pero poco a poco hombres que pensé que
eran del público se unen y crean algo increíble. Sus voces, como un
mismo canto, sus pasos, la fuerza y yo solo puedo contemplar
aquello, pero sobre todo a él que es parte de todo eso. Sonrío
maravillada.
—Es el haka de guerra, así inauguramos la celebración de
quienes ya son mayores de edad, con hombres que ya han peleado
sus batallas y ganaron como demostración.
—¿A qué hora lo ensayan?
—Eso se enseña desde que comienzan a caminar, Elle —apunta
—. Es parte de nosotros, como hablar, pensar, el mundo. Los
ancestros dan la bienvenida a los hombres con el cambio de
estación, nosotros con nuestras tradiciones.
Embelesada los observo, dura apenas unos minutos, pero basta
para generar una atmósfera cargada de fuerza. Cuando acaba, los
menores suben y hacen su demostración, los mayores les cedieron
el paso. Más cánticos y una Aisea que les da la bienvenida, deduzco
con humo y señas que no tengo idea qué simbolizan, aunque todos
parecen emocionados. Pronto aquello termina y nos sentamos en
esas largas mesas que están dispuestas para la comida. Mientras
hablo con una de las chicas que recién conocí, alguien se sienta a
mi lado, volteo esperanzada de que sea él pero es otro hombre, más
joven, con el cabello negro lustroso, y sonriente, grande también.
Me sonríe ligero y me tiende la mano con un trozo de pan en la
boca.
—Soy Ian —se presenta. Le devuelvo el gesto, luce como todos,
aunque también como Tom, o Ron…
—Elle —respondo educada.
—Un gusto. Pero me intriga, qué hace una mujer tan linda como
tú, en este lugar… —murmura metiéndose un bocado a la boca con
frescura. Pestañeo y le sonrío, aunque los de alrededor lucen tensos
—. Sin quitar merito a las de aquí, solo que… ya sabes…
—Yo la traje, Ian —escucho a mis espaldas, volteo y Dáran ya
está vestido como suele; el chándal, el vaquero y sus botas, solo
que su cabello recogido a la mitad. Luce molesto, peligroso incluso.
Ian se levanta, le sonríe.
—¡Vaya! ¿Cuándo llegaste? —pregunta relajado. Busco la mirada
de Dáran, se suaviza aunque no me ve a mí, sino a él.
—Hace unos días, creí que aún tenías temas pendientes —
declara. Luego se sonríen conciliadores y posan sus frentes,
pacíficos. Me levanto porque no entiendo y de pronto me siento
incómoda. Ian me observa.
—Ya nos presentamos, no sabía que venía contigo. Me alegra
que estés aquí. Tardaste en volver —señala metiéndose ligero las
manos en los bolsillos del pantalón. Dáran me rodea por la cintura,
posesivo, me incómoda su actitud.
—Ya sabes, no es tan sencillo a veces. Elle, Ian, él es emisario,
va y viene, por eso no lo conocías —explica, aunque noto su tono
no tan relajado, no ese que suele. Asiento de nuevo, sonriendo. El
hombre en cuestión parece no detectar mucho o finge que no.
—Ese soy yo —avala con picardía. Es agradable, ligero.
—Vi el haka, quedó tremendo. Me hubiese gustado alcanzar a
entrar —señala con frescura.
—Seguro en otra ocasión. Me alegra verte, ahora si nos disculpas
vamos a comer, muero de hambre. Te veo luego.
—¡Claro! Un gusto, Elle. Nos vemos, Dáran —y se sienta de
nuevo para comenzar a conversar con los que están a su alrededor.

Llegamos a otra mesa donde está Maer y Mika, y hombres de


mayor jerarquía ahí, que se encargan de las cosas más importantes
como Aisea, o Nyree entre varios más con los que no he convivido
tanto pero conozco. Ya hay dos puestos. Me tiende la silla, luego se
sienta y pasa la comida un tanto distante. Está deliciosa, la verdad,
habla con los demás, ríen y aunque intentan usar el inglés la mayor
parte del tiempo revuelven mucho con el maorí y me pierdo de la
mitad. Él se mimetiza y yo no lo logro del todo, aunque sonrío, me
hace sentir incómoda su actitud pues me ve poco y en general lo
noto retraído, pensativo. ¿Dónde está el Dáran de la mañana?
Cuando acabamos, hay música típica de ellos, bailes y se siente
la algarabía. Una joven con la que estuve ayudando en las
conservas se acerca, me muestra pasos y bailamos. Dáran
permanece junto a los hombres, aunque me busca con la mirada
cada tanto, ríen, toman a saber qué cosa. Ron luce muy amigable
con él, Tom también y el tal Ian se une más tarde. Parece alegre,
noto.
Me divierto, es la verdad, ellas me muestran cómo ir y venir, pero
soy tan poco hábil en esas cosas que me cuesta y debo
concentrarme un mundo. Cuando alzo la mirada para buscarlo, ya
es instintivo, percibo otros ojos sobre mí, el recién llegado.
Pestañeo, medio le sonrío y continúo.
Terminamos varias sentadas alrededor de fogatas desperdigadas
por ahí. Reímos de tonterías, son tan ligeras que me es fácil
dejarme fluir. Dáran se acerca cada cierto tiempo, me rellena el vaso
que contiene una infusión que me mantiene caliente y se va.
—¿Cuánto tiempo llevan casados Dáran y tú? —pregunta una de
ellas, todas me miran. Alzo una ceja, desconcertada, abochornada
también, de haber tenido algo en la boca, lo escupo.
—¿Casados? No… —corrijo sonriendo. Maer ríe, aunque algunas
pestañean confundidas.
—¿Pero duermes en su casa?
—Sí…
—Entonces están casados —dictamina una de ellas, como si
fuese obvio. Maer niega.
—Recuerden que Dáran, aunque es parte maorí, tiene otras
costumbres —interviene. La observo desconcertada.
—¿Aquí basta con dormir en casa de un hombre para casarse?
—comprendo atónita.
—Desde el momento en que una mujer pasa la noche en la casa
de un hombre, la unión queda formalizada, aunque ahora también la
comuna realiza una ceremonia para que no pase desapercibida,
pero aquí así es la costumbre —explica.
—Por eso creímos que estaban casados. O por lo menos para
nosotros lo están. Nadie ha dormido en esa casa además de él
hasta ahora que estás tú —habla otra. Asiento y prefiero cambiar de
tema porque la palabra matrimonio, y Dáran, en un mismo
enunciado, me desbalancea demasiado, así que me explican un
poco de qué va la celebración de este día y lo que implica para los
mayores. A pesar de ello no logro hacer a un lado la conversación.
Él y yo casados… Imposible, determino.
Anocheció ya hace algunas horas y el frío es un poco más
intenso. Despertamos muy temprano ese día, tengo sueño y Dáran
apenas si lo he visto, ha permanecido o con ellos, o con otros
hombres, incluso con Nyree lo llegué a ver. No me complico, este es
su elemento y yo tengo sueño. Me escabullo frotando mis manos,
deseo prender el fuego y recostarme, además, tengo un incipiente
cólico.
Cuándo estoy por llegar a la casita que está del otro lado de la
comuna, una mano me detiene. Respingo asustada. No dejo de
tener presente que mi vida está en riesgo, aún si Dáran asegura que
ahí no.
—Lo lamento, iba a mi casa y te vi. No quise asustarte. —Es Ian.
Niego más tranquila.
—No te preocupes —respondo dando un par de pasos hacia
atrás. Soy tímida desde siempre, aunque me sé desenvolver, pero
ahora también me noto cauta, sin embargo, ahí he bajado la guardia
muchísimo. Por otro lado, el flirteo no se me da, bueno, creo que
ahora mismo solo lo ha logrado una persona y no es ese hombre
que de alguna manera sé que busca eso y no me gusta.
—¿Ya vas a descansar?
—Sí, ha sido un día largo —reviro sonriendo con cordialidad.
—Lo imagino, para mí también —concuerda, de pronto noto que
alguien se acerca. Reconozco la figura; grande, hombros anchos, su
manera de andar casi felina, su postura erguida y silenciosa. Me
tenso a pesar de que no tengo ni un solo motivo porque ni hay nada
entre Dáran y yo, ni estoy haciendo algo incorrecto.
—¿Ocurre algo? —pregunta ya a un par de metros. Ian voltea
negando.
—Nos encontramos en el camino, ¿no es así, Elle? Buenas
noches —solo dice y se va. Dáran lo observa sin acercarse. Ruedo
los ojos y me encamino rumbo a la puerta, me sigue. Me acerco a la
chimenea y busco las cerillas. Escucho que cierra, un segundo
después me las quita y la enciende él.
Tomo mi ropa y voy al baño, me doy una ducha larga y descubro
que mi periodo llegó. Abro uno de los cajones donde guardé lo que
necesito. Me desenredo el cabello y salgo. Dáran se encuentra
sentado en la orilla de la cama, los codos en las rodillas, las manos
entrelazadas y su barbilla descansando ahí, con la vista fija sobre el
fuego. Ya se quitó el chándal. Me tensa, pero lo dejo estar. Ya
entendí que si pasa algo, no me lo dirá del todo. Que a sus
pensamientos no tengo acceso porque en realidad no los comparte
conmigo y aunque lo deseo como una idiota con mayor fuerza cada
segundo, no he perdido de vista cuál es mi papel en todo esto, o lo
intento.
—¿Lo encontraste en el camino? —pregunta de repente. Arrugo
la frente, rodeando mi cuerpo.
—Escuché que él mismo te lo dijo —respondo a unos metros.
Alza la mirada y la clava en mí, me examina, pero no abandona su
postura.
—Parece que la timidez y lo cortante desaparecieron —revira,
cauto.
—¿De qué hablas? Soy educada…
—Y sonriente, y amable… —completa poniéndose de pie.
—Sí, bueno, ¿qué otra cosa debo ser?
—Me intriga —empieza y se levanta despacio, luego se acerca
acechándome. No me muevo—, ¿por qué cuanto te vi la primera
vez fuiste todo menos sonriente y amable? —pregunta recalcando
esas dos palabras.
—Y estoy aquí… qué más da —repongo evocando ese momento
que se siente que fue hace años, y no unos meses. Se detiene a mi
lado. Suspira—. ¿O qué, no puedo hablar con nadie que no des
autorización? ¿En serio? —inquiero comenzando a enojarme.
—Estás conmigo —ruge.
—Sí, lo sé. ¿Crees que puedo olvidarlo en algún momento? —
susurro mordaz, con el corazón oprimido.
—Para con eso, Elle, no te he obligado a nada —me recuerda a
un lado de mí, mirándome. Mis mejillas se tiñen y tengo ganas de
darle una bofetada porque no mide que me hace daño, no entiende
que no quiero pensar en nada, solo sentir, que si no hago las cosas
de esa manera me hundiré y no quiero. Me siento libre a su lado,
alegre, pero no en este momento. Aprieto mis puños.
—Lo tengo claro —respondo mirándolo de reojo.
—En este lugar hay reglas, la mujer de un hombre, es intocable
—apunto contenido. Lo encaro, molesta.
—Sigues siendo la bestia de siempre. No soy tu mujer —gruño.
—¿No?
—¡No! —grito—. Y me molesta que crean que por dormir en tu
casa, seamos algo más de lo que sea que somos. Él me saludó, fui
cortés, como con todos aquí, pero lo que consigo a cambio es que
tú te comportes como una bestia posesiva, y me ignores hasta que
ves que alguien es amable con la mojigata que te entretiene.
Púdrete —rujo molesta, con la voz temblorosa. Me observa por un
largo rato.
—No permito que hables así de ti, Elleonor —ordena tomándome
por el brazo, acercándome a él usando mi nombre. Mi pecho
quema, se siente un nudo enorme—. Quería darte tu espacio, y sí,
conozco a Ian, él ama este sitio pero no es un hombre que se
detenga por las costumbres. Me reventó que le sonrieras a él y
recordar lo que me costó a mí obtener ese gesto en ti —admite
abatido—. Te has convertido en mi principio y mi fin. No deseo
asfixiarte, sé que nada ha sido sencillo, que lo ocurrido en
Kahulback aún ronda tu cabeza, pero maldición, mujer, descifrarte
es más difícil que encontrar un remedio para la peor enfermedad —
termina respirando agitado. Mi labio tiembla.
—Le sonreí porque es parte de tu vida aquí… Como a todos —
explico trémula, agotada. Me suelta y pasa las manos por su rostro,
luego se frota la barba, negando.
—Soy un idiota.
—Sí, lo eres —confirmo avanzando rumbo a la cama, abatida—.
Y esta vez no busques recompensarlo porque no quiero que lo
hagas. Solo sé quién has sido estos días, es todo lo que quiero —
solicito metiéndome bajos las cobijas.
—Me puse celoso —admite desde su posición. Lo estudio a la
distancia, ya sentada, cubierta y el enojo se va diluyendo.
—Y ya te diste cuenta de que es ridículo… —reviro agotada, me
encara—. Dáran, no quiero pensar, no consigas que lo haga, solo
quiero sentir y eso es lo que he hecho, y a tu lado siento demasiado.
—Debí tener más cuidado contigo, wahine, pero es ya muy tarde
—dice como para sí.
—Dáran —lo llamo, se detiene cuando está por entrar al baño—.
Fue asombroso verte ahí, en el haka, no me lo esperaba —le digo,
voltea y me sonríe más tranquilo.
—También el que me llevaras el almuerzo, no tienes una idea de
cuánto.
CAPÍTULO XXXI

Se mete bajo las cobijas un tiempo después, yo aún no me he


dormido. No me gustó lo que ocurrió, me hace sentir perdida en
cuanto a él, pero notar que siente lo mismo, logró que pasáramos la
tormenta sin raspones. Me abraza y acerca mi cuerpo al suyo,
enorme, amoldándolo.
—Mañana no habrá clases de surf —le digo acurrucada. Me giro
y busco su rostro, acaricio su barba, pasa su mano por mi mejilla,
atento—. Llegó mi periodo —le aviso con un poco de vergüenza.
Besa mi frente.
—Bueno, tenemos pendientes algunas otras cosas, como bailar,
o la pelota, señorita, o quizá que me logres ganar en un juego de
mesa al fin para jugar los divertidísimos backgammon o ajedrez —
bromea ligero, siendo el de siempre. Le doy un golpe en el hombro.
—No son aburridos —repito.
—Ya veremos, aunque siempre podemos hacer algo para que se
pongan interesantes —me pincha la costilla cuando dice eso,
juguetón. Rio quitando su mano.
—No cambias…
—Jamás, wahine.

Los siguientes días pasan rapidísimo. Instauramos una rutina sin


proponérnoslo. Cada uno hace cosas de la casita, como suelo
nombrarla. La primera vez que lo escuchó de mis labios rio a
carcajadas.
—¿Qué es tan gracioso? —reviré encarándolo, mientras
almorzábamos entre los árboles que dan vista al mar.
—¿Casita? Dios, no sabes lo que me costó construirla, ladrillo a
ladrillo —recalca alzando las cejas—. ¿O te parece poco el espacio?
—inquirió evaluándome.
—Es perfecta —corregí—. Más que las otras, debes saber, pero
es tan pequeñita que me lleva a una de muñecas… —admití con las
mejillas encendidas. Pasó su pulgar por mi rubor como noto es ya
su costumbre, cambiando de expresión.
—¿Debiste tener muchas como para poder saber eso? —
murmuró inspeccionándome, siempre lo hace. Suspiré negando y
desvié un poco mi atención, aunque estaba muy cerca.
—Nunca tuve una, tampoco muñecas en realidad, salvo una…
pero no jugué mucho con ella —confieso. Lo encaré sonriendo un
poco. Acomodó mi cabello tras la oreja.
—Casita es perfecto, Elle, por mí puedes ponerle el nombre que
quieras a ese lugar o al mundo en realidad, para mí estará bien —
susurró buscando mis labios.
A los tres días de eso, llegó con una pequeñísima casa de
madera, hecha a mano, quizá cabe en una caja de zapatos, pero
tiene todos los detalles de una. Mis ojos se anegaron en cuanto me
la mostró después de cenar. Pidió ayuda a los del taller y entre
todos colaboraron con él. La observé absorta casi una hora, con la
barbilla en mis manos que descansaban en la mesa donde la puso.
Tiene dos plantas, escaleras, hasta cortinas y lámparas en
miniatura, es hermosa.
—¿Pasarás ahí la noche, wahine? —preguntó desde el sofá,
donde permaneció leyendo después de que le diera un beso lleno
de agradecimiento y… más cosas que no quería ni pensar, pero que
circulaban por mi piel, porque a pese a no poder llegar más allá, se
las ingeniaba para dejarme temblando. Asentí embelesada.
—Es el mejor regalo que me han dado —reconocí ahí, extraviada
en los detalles. Se acercó y me hizo girar, ya estaba en cuclillas
frente a mí, me sonrió con una dulzura que no le había visto y es
que cada vez es más así, que de otro modo. Besó mis manos y
luego mi boca.
—Eres lo más peligroso que he conocido, Elle, sin duda —y me
besó con vehemencia, una que le devolví ahí, al lado de mi regalo.
~*~
En cuanto a la rutina, después de los menesteres del lugar donde
vivimos, y mientras yo no pude entrar al agua, salimos temprano a
pasear por la playa, o explorar los alrededores. He hecho, días
después de su acto de celos, terminamos húmedos por juguetear
ahí, como dos niños. Rio al recordar esa primera vez que me atreví
a salpicarlo. Aún era muy temprano, acababa de amanecer, íbamos
caminando, abrigados. Me gusta la brisa marítima, la calma, los
sonidos propios del mar. Cuando me acerqué un poco al agua me
observó a un par de metros de distancia. Yo había estado
recolectando conchas como ahora suelo hacerlo pues antes ya
parece otra vida, solo las que más me gustan las recojo, y él me
sigue o me guarda algunas. Una vena juguetona me embargó esa
mañana y lo salpiqué. Abrió los ojos de par en par.
—¿Es en serio, mujer? —preguntó sonriendo pero con un dejo de
provocación.
—Es solo agua, Dáran —reviré risueña y volví a hacerlo, riendo
por su asombro. Se limpió la cara, luego la barba y sacudió la
cabeza. Lo hice de nuevo, divertida, su chándal ahora fue el
afectado.
—Corre, corre porque si te atrapo acabarás hecha sopa —
advirtió. Entorné los ojos negando.
—Eso no es justo, yo solo te salpiqué.
—Una…
—Dáran, no, apenas si tienes unas gotas encima y…
—Dos… —siguió. Abrí la boca en una gran “O”. Alzó las cejas
como un depredador y corrí riendo como una niña. Por supuesto
salió tras de mí, me alcanzó apenas si un segundo después en el
que grité cuando me cargó por la cintura, me tomó como un costal
de papas y, en el revolcar de las olas, me dejó. Claro que me
empapé.
—Eres un vengativo —le dije alzando las mangas empapadas de
esa agua helada. Me acerqué y no retrocedió, comencé a
restregarme contra su ropa seca, como un gatito, exprimí mis
mangas incluso.
—Si sigues haciendo eso te tomaré aquí, demonio de mujer —
advirtió con voz ronca. Lo miré socarrona, caminando de vuelta.
—Todavía estoy con mi periodo —repliqué ufana, mintiendo.
Soltó la carcajada, me tomó por la cintura y me cargó sobre uno de
sus costados. Pataleé.
—¡Suéltame!
—Te secaré yo mismo, mujer. Y en cuanto a tu periodo, no dura
más de cinco días, es día seis —soltó bajándome antes de que
entráramos a la vereda. Mis labios castañeaban.
—Eres una bestia, de verdad —gruñí acalorada, porque era
cierto, ¿cómo tenía ese dato? Ya no quise averiguar. Lo cierto es
que el día anterior se había ido y no supe cómo manejar el tema así
que lo omití, pero mi cuerpo sí moría de frío.
—Sí, no debí mojarte con este puto clima, Elle. Ven acá —ordenó
y me cargó como suele, caminando con mi peso y yo con mis
brazos enrollados en su cuello. Llegué a la casita hecha una paleta.
Él empapado. Nos quitamos la ropa deprisa, o en realidad Dáran me
la quitó porque yo ya ni hablaba y nos metió bajo el chorro caliente.
Esa mañana reanudamos eso que quedó en suspenso por unos
días. Fue nuevamente cuidadoso, delicado y sin remedio me
encontré gritando ahogadamente cuando, sentado él en la orilla de
la cama, conmigo sobre sus piernas, dándole la espalda, jugando
con uno de mis pezones y masajeando mi punto más sensible, se
hundió en mí. Llevé el ritmo, de puntillas en el piso, pero no pude
más. Me hizo girar y me acomodó frente a frente, acarició mi
columna vertebral y volvió a unirse a mí. Rodeé su nuca respirando
en su oído, mientras él me tocaba sin piedad. Exploté temblando,
como suelo, agotada y saciada. Besó la cuna de mi cuello y luego
de quitarse la protección quedamos enredados en la cama una hora
más, besándonos, probándonos, sonriendo. De alguna manera es
tan fácil eso con él.
—Ya no jugaré contigo porque no tienes piedad —me quejé
haciendo un mohín. Sonrió relajado con su mano acariciando mi
trasero.
—Si me mojas, te mojo, wahine. Hay que saber medir al
contrincante —expresó alzando su ceja.
—Y al adversario…
—Me mojaste.
—Y tú me hundiste en el agua —refunfuñé
—¿Quieres decir que debo ser más gentil o un dejado? —inquirió
intrigado.
—No te saldría aunque quisieras.
—¿Qué puedo hacer para redimirme ante ti, mi dulce?
—Pues… no usar la fuerza bruta, ese sería un avance.
—¿Cómo? Esperas que deje del lado todo lo que soy —apunta
travieso, fingiendo indignación. Entorno los ojos de nuevo.
—Te mojaré, Dáran Lancaster, te lo aseguro y terminarás hecho
una sopa.
—Eso quiero verlo, Elleonor Phillips —respondió retador.
~*~
En cuanto al día a día, él prepara el desayuno, yo levanto todo.
Sale cada uno a lo suyo, que en mi caso es ayudar en el taller de
pan, o de conservas y el de Dáran, hablar con Mika y los que se
encargan de la reserva, a veces está con Ron, quien ayuda en la
enseñanza del haka junto con Tom. A los otros los he visto
cooperando en un par de casas nuevas que se están construyendo.
Dáran también pasa mucho tiempo en el taller de madera, o con
Aisea. A mediodía me busca, da conmigo donde sea que me
encuentre y comemos algo en algún lugar de ese paraje. Reímos,
bromeamos, nos besamos… cuando estamos solos, porque en
otras ocasiones compartimos el momento con otros del lugar y es
tan agradable que lo disfruto casi como nuestros momentos a solas,
aunque lo cierto es que estos últimos son incomparables y mis
favoritos.
Por la tarde continuamos haciendo cosas de la comuna. A las
cinco pasa por mí, preparamos la cena con una radio encendida que
no sé de dónde sacó, sintoniza una estación de rock que le agrada y
mientras pica algún vegetal bromea fingiendo cantar, me toma de la
cintura y me da vueltas, sigue en lo suyo o simplemente mueve el
pie al ritmo de la música.
La verdad es que es muy ligero en general, ya desde la isla lo
notaba, pero aquí es como que no tiene filtros, ni se contiene, fluye y
ya. A su lado he reído más que en toda mi vida, aceptarlo me
desequilibró, pero acabé por asumirlo y ya. Él es como es, ahí, y
yo... me descubro siendo lo que nunca fui pero que en realidad me
gusta ser. Cuando terminamos de comer, me enseña a bailar ahí, al
lado de la chimenea. No le importa la canción, él baila y se menea, y
logra que yo también en medio de risas y besos que empiezan
ligeros y suelen acabar en mí temblando, y él absorbiendo mis gritos
gracias al tsunami que me provoca. En dos ocasiones, más tarde,
nos unimos a alguna fogata que suelen prender miembros de la
comuna para narrar anécdotas y cosas por el estilo.
Es en una de esas pláticas que me enteré, por Ian, quien ya no
parece importarle a Dáran, aunque no se acerca como ese día, que
la familia Lancaster ayudó desde el inicio a que la comuna existiera,
con su dinero y contactos logran que sea autosuficiente, segura y
que se le proteja como lo que son; una cultura propia del lugar que
habita ahí desde antes de que se colonizara y da identidad al
territorio neozelandés.
No me impresiona, la verdad, ya no, pero me agradó saberlo,
aunque Dáran no pensó lo mismo y solo me sonrió a medias, un
tanto molesto. Comprendo que no le gusta alardear, es un hombre
que disfruta lo que tiene, que ama la libertad, que si tiene lo que
tiene lo usa para algo que sirva de verdad, pero desde el silencio y
eso... solo logra que me atraiga aún más, si es posible.
Además, con el paso de los días, me quedad claro que es pieza
clave en ese sitio y se ha ganado su lugar a pulso, no solo por el
dinero que aporta, o contactos, por los tratos con el gobierno que ha
conseguido, sino porque ayuda, apoya, es parte de ellos en todo
sentido y eso lo hace ser accesible y humano ante mis ojos.
Esa noche lo observé dormir después de habernos entregado de
una manera tan tierna que me cimbró por completo. Estiró la liga del
deseo hasta un punto de enloquecimiento. Fue tan atento como
siempre, pero algo en su forma me trastornó, en la manera de
verme, de tocarme. Dáran me ha llevado a los límites del placer, y lo
que antes pensé que era sombrío ahora ilumina cada hora de mis
días. Es decidido, sí, imponente, también, pero sobre todo es un
hombre bondadoso, preocupado y que cuida a los suyos. Me siento
tan inexperta a su lado, eso es una verdad, pero no busco
esconderlo, con él ya no podría porque simplemente no tiene
sentido, su gentileza, su ser pausado, tan paciente… va abriéndose
camino de una forma tan cauta y certera que ahora mismo no sé
qué ocurrirá cuando regresemos, no veo otra realidad en mi mundo
salvo esta, la que comparto con él cada día y cada noche.
Una de esas noches de fogata, supe que esa cicatriz en su ceja
fue creada por Mika, cuando estaban adolescentes. Dáran se
carcajeó cuando salió al cuento. Pelearon hasta desfallecer, contó
Nyree. Se detestaban, ella asegura que por tener temperamentos
tan similares, duraron así, varias horas. Ni uno de los dos se rendía.
Sangre en la nariz, en la boca, fatigados y seguían. Al final ya daban
golpes sin ton ni son. Nadie intercedió, solo presenciaron tal
muestra de idiotez. Al final ninguno venció al otro y el padre de Mika,
que estuvo ese día en la fogata y es sumamente agradable, los
declaró a ambos perdedores y tuvieron que ir a pescar durante un
mes juntos como castigo por todos los desmanes que causaron.
Después de eso se hicieron grandes amigos.
Así me enteré también que pesca y Dios, verlo es impresionante,
me lo mostró una mañana, después de mis clases de surf en las que
he adelantado bastante y solo pude observarlo absorta. Sin camisa,
con el traje de neopreno mojado, abierto hasta la mitad y una lanza.
Pescó cuatro que compartimos con algunos de la comuna. Me instó
a intentarlo, no logré salvo un pequeñísimo, tanto que me sentí mal
por haberlo hecho. Dáran lo notó y solo besó mi frente rodeándome
ahí, en medio de ese ojo de agua cercano al mar.
—¿Qué haré contigo, mujer? —musitó en medio de ese hermoso
lugar.
~*~
Lentamente voy conociendo más de su vida, poco a poco, yo
suelto más de la mía. Cuando almorzamos, o cenamos, hablamos
de nuestra niñez, de los momentos que pasamos, de anécdotas. Ya
no me importa si sabe de mí, o no, si me abro de más. Necesito
hacerlo, tanto como lo necesito a él.
En este sitio me siento confiada, alegre, otra persona. Puedo reír
con fuerza, patear el agua sin importarme nada, ensuciarme las
manos con la tierra, plantar algo que sé no veré crecer pero que me
ilusiona, cocinar y perderme en los aromas. Olvidarme de todo,
absolutamente todo, salvo de su presencia en mi vida.
Me he hecho amiga de Maer y otras mujeres, por lo que es fácil
encontrarme a su lado bromeando, o jugando con sus hijos. Entre
otras cosas, también he aprendido a golpear la pelota, ahora puedo
decir que me defiendo. Por lo que hemos jugado un poco de voleibol
en plena playa con una red de piedras que él crea. Nada se le
dificulta y a todo le ve solución.
Además, ¡ya gané en un juego de nervioso! Entonces tuvimos
nuestra añorada partida de ajedrez que en efecto, resultó algo
aburrida. Digo, es un contrincante digno, no imaginé otra cosa, pero
no, no resultó tan delirante como pensé y en un arrebato me levanté
y senté sobre sus piernas a horcajadas. Apresó mi cadera alzando
las cejas. Suele él tomar la iniciativa, pero me sentí osada ahí,
viéndolo concentrado, tan callado, atento a lo que hacía.
—¿Quieres que pierda, wahine? Porque si es así —y aferró mi
trasero pegándome más a su hombría, jadeé—. Puedo ceder por
esta ocasión —admitió subiendo las manos por mi talle.
—Olvida el juego —le pedí cerca de su boca. Mordió mi labio
inferior y apresó uno de mis senos, cuidadoso.
—Y lo que tú quieras, mujer —secundó con bravura. Hizo a un
lado el tablero que cayó sobre el suelo desperdigándose y me beso
ahí, en plena mesa. Pronto bajó mis pantalones, y me probó con
vehemencia, cuando sentí que no podía más, buscó protección y se
internó en mí de un movimiento. Jadeé arqueándome. Nunca
imaginé hacer algo como eso, pero a su lado es casi natural.
Sentada sobre la pequeña mesa rodeando su cadera con mis
piernas, su cuello con mis manos, fue y vino sin cesar hasta que no
pude más y grité ahí, en su garganta. Me miró segundos después
deleitado.
—Te dije que era aburrido —señaló aún unido a mí. Sonreí
posando mi frente en su hombro—. Aunque te las averiguaste para
darle un viraje interesante —admitió recuperando el aliento.
—Y lo hicimos sobre la mesa —dije bajito, pestañeando, todavía
turbada por la intensidad. Besó mi cabello, buscando con su mano
mi barbilla, alcé el rostro.
—No puedo imaginar mejor sabor que el tuyo, estás en el lugar
correcto —aseguró clavando sus ojos en mí, mordisqueando mi
boca.
—Quizá podamos jugar en otra ocasión —propuse un tanto
avergonzada, pero deleitada aún.
—Las veces que quieras —aceptó, pero sé que no se refiere al
ajedrez. Reí besándolo de nuevo.
~*~
Cada momento a su lado se va tornando más intenso, más fuerte,
cada caricia, cada beso, cada palabra y cada recuerdo. Me agobia
notar que el reloj avanza y sé que la hora de regresar se acerca,
tanto que este día, dos antes de que partamos me encuentro de mal
humor y frustrada. Intenté ponerme difícil por la mañana con Dáran,
pero no cayó, al contrario, sabe lo que me ocurre y fue solícito,
dulce, aunque cuando quiso hablar de ello le rogué que no lo
hiciera. Dolía casi al punto del llanto saber que debíamos irnos, por
él, por mí, por el lugar, por nosotros… por eso que hemos construido
estos días y que comprendo no es real y no seguirá igual.
A media mañana me siento tan frustrada e irritada, que decido
salir a tomar aire. Bajo hasta la playa casi corriendo, quiero llorar, o
gritar o algo. Siento que de nuevo toda mi vida cambiará y ya no
quiero. Regresar a Kahulback, con escoltas, resguardada entre
muros, Frivóla, acabar y después… Después qué sucederá.
Mis ojos se anegan y dejo que el llanto limpie mi aflicción. Dáran
no será el mismo de aquí, ese hombre que me mostró este tiempo,
retornara a su envergadura de hombre calculador, de mundo, lleno
de pendientes, con un celular sonando todo el día. Aunque allá
también lo pasábamos bien juntos, recuerdo con una media sonrisa.
Pero la intimidad que aquí conocimos, que tenemos, ya no estará y
me agobia hasta el punto de ahogo. Eso sin contar el cariño que ya
les tengo a las personas que habitan este paraje. No, no quiero
irme, admito sollozando, ahí, de pie frente al mar, abrazándome
impotente.
Me limpio las lágrimas, resignada, cuando siento algo frío en mi
nuca. Jadeo pero no alcanzo ni a moverme cuando escucho:
—Vales muchos millones, Elle Phillips, muchísimos. —Es una voz
que me parece familiar, abro los ojos, luego un clic. Respiro
entrecortada, comprendo que es un arma. Tiemblo, mi pulso se
detiene.
—¿Qué… qué haces? —pregunto sudando frío, entendiendo que
nada podrá mantenerme a salvo ya, que si mi vida se hubiese
reducido a esas tres semanas entonces habría valido la pena, pero
que no quiero morir, que esto no terminará nunca.
—Debo entregarte, anda, camina —ordena, urgido, con el cañón
en mi nuca, clavándolo. Mi sangre se congela, mi mente también.
Quisiera encontrar las palabras para describir un momento como
este. Pasan frente a ti miles de pensamientos discordes, sin sentido,
otros tantos con ideas locas en las que sabes, de antemano, que no
tienen sentido, pero lo más fuerte es ese miedo que corroe, paraliza
todo a su paso y te hace sentir el ser más vulnerable y mínimo en la
faz de la tierra. Repentinamente escucho un golpe seco y dejo de
sentir el arma. Quedo paralizada con temor a voltear, tiemblo de
pies a cabeza. Dáran aparece frente a mí con una expresión en el
rostro que estremece, con las cejas haciendo sombra a sus ojos,
luce hasta peligroso, tanto que no lo reconozco, menos perdida en
este shock. Acerca su mano a mi mejilla. No parpadeo, no hablo, no
nada.
—¡Llévenselo! —ordena y no soy capaz ni de respirar.
—¿Elle? Tranquila, ya pasó, ¿Elle? —Me llama, lo busco enfocar,
pero de pronto siento las piernas débiles, mis extremidades
cosquillean y no sé de mí.

Despierto gracias a aquel fuerte olor. Lo hago a un lado, molesta,


abro los ojos y observo mi alrededor, cauta. Está Dáran sentado ahí,
frente a mí. Él es quien puso eso en mi nariz que huele tan fuerte.
Aisea está enfrente. Tom también. Pestañeo desorientada.
—Dale ese té, que lo beba de a poco —ordena la mujer. La miro
y de golpe recuerdo todo. Me incorporo aturdida.
—¡Me quería llevar, dice que mi cabeza vale millones, él me
quería matar! —repito desarticulada. Dáran intenta tranquilizarme, lo
hago a un lado y me bajo de la cama. Aisea y Tom se alejan.
—Elle, Elle… No pasó nada, por favor tranquilízate.
—¡No puedo! No puedo más con esto. ¡Me matarán! Ellos lo
harán —grito llorando repentinamente furiosa. Aisea me observa
abatida, algo en ella cambia conmigo en ese momento mientras yo
me llevo las manos al cabello, enloqueciendo, y es que ahí no debía
ocurrir esto.
—Elle —me nombra preocupado, notando que estoy fuera de mí.
Lo enfoco y lo empujo rabiosa, con algo animal circulando por mi
cuerpo, con frustración que me come. Toma mis brazos, forcejeo,
me intenta detener—. Wahine, basta, por favor —suplica. Niego
golpeándolo llena de rabia, de esa que he intentado mantener a
raya. Aturdido me carga y lleva hasta el baño, pero yo soy gritos,
enojo, golpes y fiereza. No soy consciente de nada hasta que el
chorro frío cae en mi cabeza. Jadeo atónita. Ambos estamos dentro
de la ducha, vestidos. Logro regresar a la realidad y lo miro a los
ojos, mi labio tiembla y sollozo.
—Ya no puedo con esto, Dáran —lamento derramando lágrimas
cargadas de impotencia. Él, a cambio, acuna mi barbilla y con
firmeza me sujeta.
—Podrás, acabarás esto y esta pesadilla concluirá. Te lo
prometo.
—Dijiste que era seguro, que tu isla era segura y mira… Es
cuestión de tiempo —señalo vencida. Arruga la frente, negando.
—No soy infalible, Elle, pero te prometí que estarías bien, y lo
cumpliré te lo aseguro. Tenga que hacer lo que tenga que hacer —
asevera férreo. No digo nada. Nos salimos y me ayuda a mudarme
enseguida para que no agarre un resfrío. Ya estamos solos.
—No entiendo entonces… —murmuro ya seca de nuevo, él
también. Respira profundo y frota mis brazos.
—Ya conocíamos las intenciones de Ian —admite, lo encaro
asombrada—. Sé quién lo mandó y lo que querían.
—¿Por qué no hicieron nada? Pudo haber logrado lo que
planeaba.
—No lo iba a lograr, Elle, y siendo miembro de la comuna con un
alto cargo debía evidenciarlo.
—¿Sabías que me encañonaría y no hiciste nada? —comprendo
un tanto histérica. Niega.
—No fue así, sabíamos que debía emboscarte mañana al regreso
de tus labores, lo interceptaríamos antes con el arma y listo. Pero…
—Supo que ya sabían…
—No, me parece que iba a querer pasar… un tiempo contigo
antes de entregarte. Hoy encontramos una cueva del otro lado, tenía
todo listo. —Me alejo temblando aún más. ¿En qué mundo estoy
metida? Pestañeo y pierdo mi atención en el fuego, más lágrimas
salen de mis ojos. Suspira, acercándose, retrocedo consumida—.
Elle, nos marchamos en una hora —me avisa con suavidad. Lo
encaro negando. Acuna mi barbilla afligido, agobiado—. Nos íbamos
a ir en un par de días, qué más da —pregunta abatido.
—No quiero irme —le hago ver. Respira pesadamente y acerca
su frente a la mía, luego toma mi rostro entre sus manos.
—Acabarás eso, dejaremos que las aguas se calmen y te
prometo que volveremos. —Lo miro fijamente, no tengo más
opciones porque mi vida desde hace meses no las tiene. Asiento
llorosa. Besa mis labios con cuidado y lo abrazo porque lo necesito,
porque me estoy rompiendo por dentro, porque él es lo único certero
ahora mismo, porque estoy ya cansada de esta locura que por
mucho que intento eludir, me recuerda lo estúpida que fui al
meterme en todo esto.
~*~
Empaco mis cosas, porque no quiero que él lo haga, o que me
ayuden, como allá suele ser. Tomo la casita que me dio, la envuelvo
con cuidado, tragándome el llanto, con un peso en el pecho que me
carcome. Tomo una florecita pintada de azul que me talló en madera
una vez que le dije cuál era mi color favorito. Esa tarde, hace como
cinco días, comenzó a llover mientras dábamos una vuelta después
de cenar. Quise correr para no terminar empapados. Me detuvo. Lo
miré sin entender.
—Es ahora que puedo terminar hecho sopa… —apuntó con el
cabello ya pringado de gotitas de agua. Lo observé pestañeando,
dudosa.
—Pero yo también…
—Entonces quieres que me quede aquí solo para que cumplas tu
promesa —inquirió sonriendo de esa manera especial que tiene. Le
respondí el gesto, mirando el cielo, estaba lleno de nubes blancas y
grisáceas esponjosas.
—Me gusta más cuando está azul —admití sin moverme.
—Como tus ojos —soltó contemplándome, bajé la mirada y me
acerqué.
—Ese es mi color favorito —reviré rodeando su cuello. Se
encorvó para que lo alcanzara como suele, sujetando mi cintura
—De un tiempo a la fecha el mío también, te lo aseguro —y me
besó ahí, bajo la lluvia.
~*~
Dáran entra y sale. Nyree llega, se acerca y me abraza. Le
devuelvo el gesto, entumecida.
—Serás feliz, Elle de Dáran.
—No soy de Dáran —murmuro llevándole la contra por primera
vez.
—Tienes razón, Dáran es de ti —corrige y besa mi frente—. Aún
tienen mucho camino por delante. Estarás bien. Tienes un alma
fuerte, Elle, un espíritu resistente. Confía —me dice para luego
posar su frente sobre la mía—. Aquí siempre serás bienvenida, te
hiciste tu lugar y estará aguardándote.
—Gracias por todo, Nyree —logro decir. Palmea mi mejilla con
dulzura. Alzo la mirada y Dáran nos observa de pie, al lado de la
chimenea. La mujer pasa a su lado y le dice algo en maorí, éste
asiente y ella se va. Clavo la vista en mi equipaje.
—Elle… —murmura desde su posición. Niego abatida.
—Acabaré eso… Sé que debo hacerlo —aclaro doblando una
blusa que usé varias veces. Se acerca, me alejo. Suspira—. No
tardo en terminar.
—Regresaremos —promete con suavidad, a mi lado. No lo miro y
asiento, aunque sé que no ocurrirá, no veo cómo.
En silencio hace su equipaje, cuando acaba toma el mío y me
insta a salir. Ya anochece, tengo un nudo enorme atascado en la
garganta. Paseo mi vista por todo el espacio y salgo casi corriendo.
Esta no era mi realidad de todas maneras.
Me despido de Maer, que está donde el helicóptero nos dejó hace
casi tres semanas. También Mika, y los escoltas con los que
llegamos. Se rozan la frente y luego nos subimos, me pongo los
auriculares, amarro mi cinturón y pierdo la mirada en los árboles. Ya
no sé qué esperar, tampoco qué ocurrirá, solo sé que debo terminar
eso que me tiene justo en esta situación. Me encuentro muy
cansada, demasiado.
Dáran está serio también, a mi lado. Buscó mi mano minutos
atrás, pero la quité segundos después y entrelacé mis dedos.
Necesito espacio, lo sabe y me deja estar. Siento coraje y no puedo
evitarlo, incluso hacia él, aunque sé que no estaría viva de no ser
por su empeño en ello… Y sus intereses, me recuerda una voz que
taladra en ese momento mi cabeza.
Llegamos a Wellington. Kamille y Kaisser aparecen, sollozo
cuando los veo, nos saludan efusivos. Hincada sobre el césped frío
entierro mi cabeza en el cuello de la perra. No se mueve y aguarda.
Luego me separo y Dáran me tiende la mano. Se la doy y no la
suelta mientras caminamos rumbo a la casa. Noto los escoltas por
todos lados, la opulencia, y me hastía enseguida. Ron va a lado de
Dáran, hablan en aquel idioma, parece que da instrucciones. Se
despiden y nos desviamos rumbo a la habitación que compartimos
antes de irnos a la reserva. Abre el ventanal, ingresamos y
enseguida lo cierra para que no entre el frío.
—Elle… —me llama.
—Me daré una ducha —solo digo y entro al vestidor, luego al
baño y cierro tras de mí. Una vez sola me desvisto como una
autómata, cuando la temperatura está lista entro y entonces mis
lágrimas se confunden con el agua que se va por el desagüe. Me
cubro el rostro y lloro, termino sentada bajo el chorro drenándome.
Tocan la puerta. Sé que es él, llevo mucho tiempo aquí.
—¿Sí? —contesto poniéndome de pie.
—Nada, tómate tu tiempo —escucho. Sonrío con amargura.
Como si fuese dueña de eso, del tiempo. Cierro la llave, me pongo
la bata y salgo. El enorme vestidor está lleno de ropa. Tomo una
camiseta, una braga, un pantalón holgado. En cuanto cruzo la
puerta veo que Dáran está sentado en aquel sofá que da a la
ventana, que ahora está cerrada, con los codos sobre sus rodillas y
la barbilla en sus manos entrelazadas, descansando. No se ha
cambiado. Me estudia cauto, serio.
—¿Quieres cenar algo? —pregunta despacio. Niego y me
encamino a la cama. Ya está lista, como siempre, para que
durmamos. Meto mis pies y me acurruco, busco su mirada, él no ha
quitado su atención sobre mí.
—¿Cuándo nos vamos a Nueva Escocia? —pregunto bajito.
—Pasado mañana. Tengo cosas que arreglar antes de
marcharnos —explica. Asiento.
—Elle… Todo irá bien —me dice con suavidad.
—Lo sé —miento dándome la vuelta, turbada y no porque no le
crea, sino porque no veo cómo podría ser “bien” en esos momentos,
o en mi vida.
Se da una ducha, su teléfono suena y suena, tanto que termina
hablando afuera. No puedo dormir, después de un rato entra, lo
apaga y se mete bajo las mantas. Se acerca y besa mi cabello. No
lo puedo evitar, siento que me estoy rompiendo y me giro para
esconder mi nariz en su pecho. Suelta el aire y me arropa.
—Esto será un mal sueño, te lo prometo.
—Solo quiero que acabe —murmuro ahí, en mi lugar seguro.

No duermo bien y es que cualquier ruido, de lo que sea, me


despierta. La paz en la reserva es impresionante, solo se escucha a
lo lejos los ruidos del mar, pero aquí, pese a estar alejado de todo,
es diferente, se siente diferente. Respingo cada tanto y sueño con el
arma en mi cabeza, o cosas peores. Dáran despierta cada vez que
me muevo. En la madrugada me levanto y acomodo en el sofá. No
tarda en darse cuenta, se yergue desconcertado, me busca con la
mirada y cuando me encuentra, se frota el rostro.
—No te estoy dejando descansar —le digo antes de que hable.
Sonríe de forma torcida, negando.
—No necesito descansar, wahine, te necesito a mi lado —
determina saliendo de la cama, lo veo acercarse, mi cuerpo
reacciona pero ahora mismo no sé si podría ir a más con él. Se
hinca frente a mí y acaricia mi rostro—. ¿Qué puedo hacer, Elle,
solo dímelo? —Mis ojos se anegan.
—Ya has hecho mucho… Solo quiero acabar… No me gusta
tener miedo y siento que ya no lo puedo hacer a un lado —admito
pesarosa. Acaricia mi mejilla, limpia la lágrima que resbala.
—Eres valiente, mucho más de lo que imaginas. Es normal sentir
miedo, solo no dejes que te dirija.
—Cuando acabe… cuando consiga la cura… ¿qué ocurrirá? —
pregunto perdida en sus ojos fieros. Suspira.
—Las cosas se calmarán después de unos meses —señala
sereno. Asiento.
—No dejo de pensar en el arma —le confieso agobiada.
—Te daré algo para que te relajes, ¿está bien? —pregunta con
un dejo de preocupación. No me gusta la idea de tomar algo pero
creo que es necesario.
—Sí —acepto sin remedio. Besa mi frente y sale un segundo en
el que me siento aprensiva, intento controlarme pero es difícil, no
quiero depender de su presencia para sentirme a salvo, me niego.
Un tanto sudorosa, espero, no tarda. Me da dos comprimidos y me
insta a recostarme. Me tumbo sobre su pecho desnudo y me pierdo
en esos fuertes latidos de corazón a los que ahora ya estoy tan
habituada.

Despierto y sé que es tarde porque el sol, lo que se filtra de él,


está ya en pleno. Dáran no está, respiro profundo, un tanto
deprimida y me quedo ahí, suspendida. No tengo intenciones de
moverme, la verdad, solo pienso y pienso en miles de cosas, de
momentos, de situaciones reales, hipotéticas, a veces me quedo en
blanco simplemente.
No sé qué hora es cuando la puerta se abre, alzo la cabeza
tensa. Es él. Entra al notar que estoy despierta. Está vestido con sus
vaqueros oscuros, una coleta alta y una camiseta verde militar. Se
sienta y me observa ladeando la cabeza.
—¿No piensas salir de esta cama hoy, wahine? —pregunta
intrigado. Me incorporo resoplando. Acaricia mi melena que cae ya
más larga, casi a la cintura. Encojo mis hombros, desganada. Sonríe
y de pronto recuerdo lo que empaqué, eso que él me hizo, arrugo la
frente y bajo de la cama, entro al vestidor y regreso. No doy con mis
cosas—. ¿Qué ocurre?
—¿Dónde está nuestro equipaje que trajimos de la reserva,
Dáran? —gruño irritada. No se lo toma a pecho.
—Debe estar ya listo para llevarlo a la isla. —Asiento aliviada, me
acerco y subo de nuevo a la cama, me recuesto haciéndome ovillo y
me observa—. Si no piensas bajar de aquí está bien, pero comerás
algo —advierte acercando su mano a mi cadera.
—¿Qué hora es?
—Las once —responde, alzo las cejas. Se acerca y busca mi
boca, le respondo con un dejo de timidez—. Pediré que te traigan
algo, estaré ocupado, Elle —musita con un dejo de culpa.
—Estaré bien, no te preocupes —repongo notando lo que ya
sabía y duele. Exhala con fuerza. Asiente, me da un beso fugaz y
sale de ahí. Permanezco observando el sitio que dejó vacío más de
la cuenta. Le mentí, no estoy bien y no sé cuándo logre estarlo.
Admito rodeando mis rodillas, recargando ahí mi cabeza,
meciéndome.
CAPÍTULO XXXII

—Sí, está bien, en unas semanas ya tendremos todo y se dará el


protocolo que acordamos. Sin embargo, no quiero una sorpresa más
—advierto contenido—. De lo contrario no verán las ganancias y les
aseguro que costará mucho más de lo que acordamos. Ya me cansé
de estas estupideces —les hago ver en la junta que sostengo vía
remota. Dura más de la cuenta, pero logro lo que me propongo;
blindar a Elle.

Cuando ese bastardo le apuntó, mi estómago se revolvió a tal


grado que casi me encuentro tomando el arma de Ron para matarlo
por hijo de puta. Gracias al cielo Tom venía desde hace una
semana, que notamos algo raro, marcando los pasos de mi mujer,
sobre todo cuando estaba sola. A mi lado no la dañarían, eso lo sé,
muchísimas cosas de todo tipo se removerían como para
arriesgarse, además, de que entre la gente con la que me manejo
hay códigos, nuestras vidas no entran en el juego de poder. Lo
cierto es que Elle esa mañana amaneció nostálgica.
Fue extraño porque suele estar de buen humor, siempre
elocuente, picara ahora, atenta a todo, sonriente. Hacerla enojar no
es sencillo, aunque esa ha sido mi especialidad desde que está a mi
lado, pero es tan dulce molesta, tan atrevida, que me encuentro a
veces provocándola para que lo haga. Al final ella gana, esa es la
verdad, y no me importa admitirlo, me tiene en sus manos por
completo.
Pero ayer fue diferente, Elle buscó problemas conmigo, no le
seguí, por mucho que lo intentó no pudo simplemente porque no
existe algo que a su lado me irrite, ya no. Además, entendía su
molestia, yo también la estaba experimentando. Ese lugar, con ella
ahí, dejó una huella tan honda que no encuentro modo de volver a
verlo como antes. Cada mañana al despertar y verla a mi lado,
sentía que el mundo podría estallar y no importaría. Sin embargo,
cuando mi equipo descubrió lo que temí de Ian, me desbalanceó,
aunque puse todo mi empeño en ocultarlo y con esa mujer ahí,
siendo precisamente el motivo, no fue tan complicado, aunque sí
agobiante. Hablamos de su seguridad, lo más importante para mí
sin duda. Lo cierto es que no tenían la menor posibilidad, vamos
varios pasos adelante en ese sentido y el ataque era de procedencia
privada, no gubernamental ni de las altas esferas, por lo que sería
más sencillo.
Nunca pensé que la interceptaría así, como lo hizo. Bastardo,
debí romperle la cara las veces que noté cómo la miraba, con esa
lujuria en cada una de sus facciones asquerosas y que ella, con esa
manera que tiene de ser a veces un tanto incauta, no lo notaba,
aunque tampoco se le acercaba, pero sé que fue a raíz de mi
ataque adolescente de celos, sin embargo, creo que de alguna
manera ella se aleja de donde ve peligro. Quizá conmigo fue lo que
sucedió… Y bueno, en cuanto a ese hijo de perra, obviamente me
contuve, no podía cometer un error, he aprendido a actuar sin
impulso, y así es en general, salvo con ella, porque con Elle, nada
aplica, me convierto en instinto y me olvido de todo.
Sus ojos, cuando me miraron después de esa experiencia, me
aterrorizaron. Comprendí que había llegado al límite y todo porque
la tomaron con la guardia baja, demasiado en realidad. Aisea se
enteró de que algo andaba mal con Ian —yo se lo había contado—.
Cuando llegué a la comuna con ella en brazos, blanca como la
leche, Tom corrió a buscarla para que me ayudara a que volviera en
sí pues no lo lograba, al verla, se dobló al fin. En todos esos días ahí
no mostró un ápice de agrado hacia ella, más bien desconfianza. No
cree que en el mundo como ahora lo vivimos existan almas limpias,
está convencida de que se corrompen en algún punto y teme que
Elle tarde o temprano caiga en ello. La verdad es que así como hace
años todo mundo tuvo razón, en esta ocasión sé que si hay alguien
que no le conviene a mi ángel de ojos color del cielo, soy yo, no
viceversa y eso me irrita sin remedio.

Tres semanas de ausencia dejan sus respectivas consecuencias,


tengo muchos emails, abro los importantes. Mantengo una reunión
con Dawn, con Kelly. Todo está restablecido en Kahulback. No logro
concentrarme. Me paso las manos por el rostro, ahí, en el despacho
en cuanto me quedo solo. Elle sufre y no sé cómo acercarme, por
primera vez ya no sé… Su mirada luce vacía, tan triste, agobiada y
no lo soporto, la vulnerabilidad es lo que la define en este momento.
Entra una llamada, respondo y me levanto. Salgo al jardín
ansiando aire. Esas paredes me asfixian. Me detengo al verla a lo
lejos y mi cuerpo reacciona, así como mi pecho se estruja. Lleva
puesto un vestido que le llega a sus tobillos, oscuro, de manga
larga, su cabello recogido en una coleta descuidada y botas
afelpadas, es hermosa. A su lado van Kamille y Kaisser, que están
igual de perdidos por ella, que yo. El sol está en pleno, aunque no
calienta tanto, el invierno se aproxima.
Respondo lo que me preguntan, sin perderla de vista. Se adaptó
tan fácil a ese lugar, mi lugar. Solo escuchaba palabras de
admiración y amables sobre ella, incluso de cariño en Maer, o Nyree
y varios más que compartían tareas a su lado. Se dejó fluir, me
mostró una mujer que aunque llegué a imaginar por los meses
anteriores de convivencia, me acabó trastornando en todos los
sentidos. Y es que en medio de todas esas noches, días, sus risas,
sus travesuras, sus miradas, sus preguntas, sus juegos y su
curiosidad y necesidad de aprender todo lo que sea que la haga
vibrar, le di mi alma, y ella… no lo sabe.
—Lo lamento, debo colgar. Hablamos pasado mañana —corto,
meto el teléfono en el bolsillo, le ordeno al personal que solucionen
todo para el día siguiente, casi con prisa y salgo en su búsqueda.
¡Qué mierdas hago aquí, ella me necesita!
La intercepto cuando se acerca a la orilla del jardín. Voltea
cuando la llamo, no quiero ser sigiloso por ahora después de lo
ocurrido ayer. Luce pálida, siento un aguijonazo en el pecho. Me
observa, intrigada.
—¿Sucede algo? —pregunta con su voz unos grados más baja
de lo que suele. Su boca está sonrosada por el clima, su nariz
también y contrasta tanto con su piel. Niego acercándome. La tomo
por la cintura con una mano, luego apreso su quijada y la beso.
Responde enseguida, gimiendo como suele, aferrando mi hombro y
mi nuca. Me mata.
—Nada, mujer, ya acabé lo que debía, ¿aceptas compañía? —
pregunto acariciando su mejilla, su expresión se dulcifica y eso me
desarma. Sonríe un poco, eso me calma.
—Sí, nos vendría bien, ¿verdad, chicos? —les pregunta a sus
admiradores caninos que están ahí a un lado, sentados
observándonos. Sonrío y la vuelvo a besar. Hoy haré que el mal
trago de ayer no la torture, ella no merece todo esto.
Paso la tarde a su lado. Está callada, un tanto ausente, pero me
permite acercarme, besarla, abrazarla, incluso parece que es lo que
desea y yo se lo doy, le daría todo si lo pidiera.
Cenamos afuera, come mal, pero no insisto. Elle es así, ya la
conozco lo suficiente, la debo presionar lo justo. Ahora mismo no es
el momento. Más tarde la desnudo midiendo sus reacciones en el
vestidor, me lo permite. La beso una vez que yo también la igualo y
sus mejillas se encienden. Dejo su cabello suelto que le escurre por
el dorso. Es perfecta sin duda. El jacuzzi se llena en medio de
nuestros besos, de sus jadeos, pero ahora mismo quiero solo que
se relaje, que tenga paz.
Cuando entramos me siento y coloco frente a mí su angosta
espalda, tomo un poco de jabón y masajeo con cuidado sus
hombros, sus brazos. Suspira con la cabeza gacha. Adoro su
cuerpo, la manera en la que responde cuando la toco o siquiera la
veo, la manera dulce de recibirme siempre, pero mucho más la
manera en la que se deja ir sin mesura, a un grado que me hace
sentir invencible y capaz de hacer lo que sea.
La insto a recostarse sobre mi pecho, siente mi erección
irremediable, que ya no parece cohibirle y se remueve, sonriendo un
poco más relajada, noto. Tomo una esponja y la paso por sus
hombros, su clavícula. Riego agua por encima de sus sonrosados
senos, observa cada movimiento, luego paso la esponja por su
vientre plano, sumergiéndola en el agua, se encoge y jadea. No la
he tocado del todo y responde así, me mata.
Con sus ojos cerrados, a un lado de mi cuello, regreso mi camino
y lo recorro ahora con la mano. Tiembla. Envuelvo sus deliciosos
pechos y aferra mis piernas, es tan sensible y me excita aún mas
que no lo oculta, ella siente y expresa. Así, nada más. Se humedece
la boca, bajo una de mis manos lentamente, aprieta las rodillas
flexionadas. Las separo con cuidado y queda expuesta a mí con esa
feminidad que me embriaga. Encuentro su punto clave y jadea más
fuerte. Entre otras cosas, los sonidos que le arranco, son también mi
adicción personal, además de una colección de cosas que ya podría
enumerar de ella. Juego un poco y luego introduzco uno de mis
dedos a ese canal que está siempre tan tenso, húmedo y caliente.
Respinga y se remueve alzando un poco la cadera.
—Dáran… —se queja de la forma más dulce. Aún está
descubriendo tanto, y nunca creí que disfrutaría ser quien se lo
mostrara. Mi excitación aumenta, sé que la percibe, y como suele,
me sorprende introduciendo una mano bajo su espalda cuando se
arquea y me toma entre sus delicados dedos. Gruño y empieza a
moverse como le he mostrado. Ambos jadeamos, somos presas de
nuestro deseo.
Cuando sé que debe parar la detengo, se queja y voltea de una,
quedando a horcajadas sobre mí, con su sexo cerca del mío. Me
besa con fervor. No lo pienso, me pongo de pie con ella a cuestas
sin soltar su boca y camino hasta la habitación, escurriendo. Saco
un preservativo y en cuanto estoy listo me hundo en su cuerpo. Me
recibe enrollando las piernas en mi cadera, buscando mis labios.
Estoy al límite, no hay otra manera con esta mujer, es tan
estrecha que aprieto los dientes. Se cuelga de mi cuello y la levanto,
estoy tan dentro de sus pliegues que rujo contra sus labios. La
acerco al muro lateral y me adentro aún más. Jadea en medio de
gritos que no detengo. Elle está muy húmeda, me rodea con fuerza,
me exige, no la limito y permito que haga lo que quiera. Me hundo
más y más, deleitado. Ella grita con más fuerza, sorprendida, de
alguna manera sé que necesita esto, yo también y presiona más
duro, más rápido. Enreda sus manos en mi cabeza con la barbilla
arriba, lamo su cuello, siento su pulso.
—Dáran… Ah, no puedo —se queja como las primeras veces.
Mordisqueo su oreja, yendo y viniendo con mayor ahínco en
respuesta. Sé, por la manera en que su sexo me envuelve, que es el
momento. Me muevo más rápido, me encuentro en el fondo de su
ser y de pronto grita encajando sus dulces dedos en mi cuello.
Temblando y yo a su lado dejo salir un sonido gutural que me
estremece ante la fuerza del orgasmo.
Cuando el aire entra mejor a mis pulmones, a mi sistema, me
agobia haber sido muy brusco. Elle a mi lado es menuda y estas no
dejan de ser sus primeras experiencias, por nada me perdonaría
manchar esto. Sigue temblando. Sonrío más perdido por ella. Me
separo un poco y busco su rostro, lo baja y me sonríe con un par de
lágrimas resbalando por sus pómulos, con las mejillas ruborizadas,
los labios enrojecidos y cabello húmedo en su cara. Salgo de ella
suavemente y la bajo con cuidado, en cuanto la dejo en el piso
rodeo su cintura, sosteniéndola. Aun luce conmocionada.
—Wahine… quizá fue muy… —No me deja terminar porque
cubre mis labios con su palma que aún tiembla.
—Perfecto —admite jadeando, sonríe. Hago su cabello a un lado
y la beso. La tomo en brazos y dejo en la cama. Regreso un
segundo después y ya está hincada, desnuda esperándome. Toma
mi rostro entre sus manos—. Me gustas demasiado, Dáran
Lancaster —confiesa como una niña traviesa. La cargo por la cintura
y la saco de la cama para que quede a mi altura.
—Tú me enloqueces, Elleonor —admito sin ocultarlo porque sería
absurdo a estas alturas.
CAPÍTULO XXXIII

No sé por qué se lo dije, lo cierto es que fue como un impulso que


no pude acallar, necesitaba exteriorizar algo de todo esto que no
quiero ni ponerle nombre, pero que me genera. La noche fue más
sencilla que la anterior, aunque no logro quitarme esa sensación de
algo frío en mi nuca. Lo cierto es que Dáran buscó que durmiera lo
mejor posible, puso un poco de música, no me permitió vestirme, así
que estuve más alerta de lo que su cuerpo desnudo genera en mí
que de otras cosas que rondan en mi cabeza.
Despierto temprano. Permanezco un rato observándolo; su
barba, sus facciones recias, su cabello… Bailó conmigo desnudos,
en silencio, durante largos minutos. Solo me besaba, acariciaba de
manera tierna, con su barba en mi frente, respirando pausado. Una
de las canciones fue aquella con la que bailó conmigo en el
solariego. Me pegué más a él, ha pasado tanto tiempo desde ese
día que me cuesta comprender el punto en el que nos encontramos,
la intimidad que hemos creado, donde a veces las palabras no son
necesarias, solo las miradas, los gestos. Él notó que la recordaba y
buscó mis labios con una suavidad inaudita. Me logré perder en
esas sensaciones, en su cuerpo grande envolviendo el mío, pero
sobre todo en su paz, esa que emana y muchas veces me contagia.
Ian estuvo tras de mí todo este tiempo, comprendo recordando lo
ocurrido, aquel día que lo conocí, su forma de mirarme tantas veces
que me incomodaba por lo que rehuía constantemente.
Acerco una mano a su cabellera larga, tomo un mechón y lo froto
entre mis dedos. Ayer logró lo que pensé me sería imposible: que
dejara de lado lo ocurrido. En serio lo olvidé durante horas. Sin
embargo, soy consciente de que debo manejarlo yo, que debo darle
la vuelta yo y lo único que pienso es que lo lograré hasta terminar
con esta maldita cosa del virus, solo entonces mi mente tendrá un
respiro.
Me pierdo en sus labios, me encantan, así rodeados por esa
barba que pica y a veces la usa para hacerme cosquillas. Ahora sé
más sobre la vida de Dáran Lancaster, pero ¿lo conozco en
realidad? No lo sé, quizá él tampoco busca que lo haga del todo…
continúa siendo un tanto misterioso, un enigma. Reconozco sus
reacciones, sus estados de ánimo, pero no qué piensa, qué ocurre
en su mente… Lo tengo ahora más claro después de lo de Ian.
Se remueve respirando profundo, como suele. No me muevo,
permanezco ahí, sobre la almohada, mirándolo. Abre los ojos y veo
su iris color miel. Me sonríe sereno, le devuelvo el gesto. Acerco una
mano a su rostro, espera, y paso un dedo por su pómulo sin barba,
luego me acerco y beso su frente. Suspira intrigado. Me levanto sin
preámbulo y me dirijo al baño. Aparece tras de mí, lo veo por el
espejo.
—¿Qué ocurre? —quiere saber con voz ronca,
inspeccionándome, paseando sus ojos por mis senos que los cubre
un poco mi cabello pero que se asoman igual. Por mi cuello, se
detiene en mis ojos. Luce amenazante, con el cabello suelto, su
pecho ancho que sobresale por mucho al mío, sus brazos, sus
tatuajes, esa barba y sus cejas que enmarcan todo aquello que
esconde y sé que no me ha mostrado por completo. Me enciende
solo por estar ahí, de pie, cuán alto y grande. Mis mejillas se
sonrojan. Me giro y lo encaro, recorro su cuerpo y me detengo en su
excitación. Respiro un tanto más rápido—. ¿Qué deseas, Elle? —
inquiere. Subo la mirada lentamente, su abdomen marcado, su
pecho fuerte cubierto por dibujos en forma de espiral, de figuras
geométricas que se entrelazan, su cuello y las venas que saltan, su
barba, sus ojos…
—A ti —logro decir con el vientre anhelante, ya húmeda,
acalorada. Apenas si entiendo como mi cuerpo contrasta tanto con
lo que en mi cabeza ocurre, pero es verdad, lo ansío dentro de mí
tanto como respirar.
—Ven aquí —ordena. Me acerco despacio, con las manos
cerradas en puños. Me detengo frente a él, alzo el rostro, se
encorva un poco, mis mejillas están teñidas, lo sé porque las siento,
porque pasa una mano por ellas, como suele. Luego apresa mi
cuello y me besa posesivo, respondo sin remilgos—. Quién soy yo
para negarte algo, wahine. —Me toma por la cintura y me regresa a
la cama.
Salimos dos horas después de eso. En cuanto me informa me
retraigo, nerviosa. Soy mutismo y seriedad. El mismo avión, todo
igual y yo… ya no soy la que fui la primera vez que me subí. Percibo
un cambio de piel que no tengo idea de cómo esconder, porque
ahora mismo no es lo importante. Me acurruco en la cama cuando
todo está listo y pierdo la vista en el exterior. Un nudo gigante se
instala en mi pecho, un vacío profundo en mi estómago, eso sin
contar con el miedo que me recorre.
Necesito acabar con este virus, crear el antiretroviral, ruego
porque lo que dejé siga el curso que vaticiné y se pueda pasar al
siguiente paso. Puedo hacerlo, debo hacerlo.
Dáran se asoma cada tanto, besa mi cabeza, se acurruca un
momento y sale. No me atosiga, es evidente que necesito tanto de
él, como de mi espacio. Miles de cosas rondan en mi mente, en mi
cabeza. Hago nota mental de buscar a Aide en cuanto llegue, a
pesar de que le avisaron, debe estar preocupada, la conozco. Si
supiera en lo que estoy metida, que me han querido asesinar tres
veces, estoy segura de que ya le habrían dado algunos
microinfartos, o quizá no tan micros. Leo, pero no me engancha
nada.
Veo una película de Disney, no surte el efecto común. Comemos
y, al terminar, se sienta a mi lado en el sofá, apaga las luces cuando
para nosotros es de noche aunque vayamos contra el día y me
rodea protector. Todo está en penumbras… juego con su colgante. A
él también lo percibo ausente, taciturno.
—¿Esto ya te había ocurrido? —Me mira en la oscuridad, tuerzo
la boca—. Quiero decir, ¿proteger a alguien como a mí? y no sé,
¿esto? —insisto. Vuelve a colocar la cabeza en el respaldo y pierde
su atención en el techo, lo que se distingue.
—Lo que pasó contigo no es cotidiano, al contrario, Elle, y yo no
soy un capo, o la interpol, tampoco un mafioso de alto vuelo. Soy un
hombre que mueve mucho dinero e intereses, tal como muchos
otros.
—Muchos otros no, a tu lado alguien que hubiese considerado
millonario queda reducido a burla, Dáran —expreso sin mayor afán.
Detiene su mano que va y viene en mi espalda, rítmicamente.
—No, Elle. Cuando ha existido un asunto delicado, mi equipo
suele hacerse cargo, yo me involucro lo necesario —admite al fin.
—Aunque involucre a una mujer —indago sin dejar de hacer lo
que hago, como si en realidad no importara. Toma mis dedos y los
aprieta. No levanto el rostro.
—¿Crees que eso hago? —pregunta con tono sereno, pero sin
ocultar su molestia. Me encojo de hombros.
—No sé qué haces en realidad.
—Lo sabes, tengo varias empresas en las que soy dueño, en
otras, accionista. Tengo tratos con los gobiernos de algunos países
y mi pasión es el área de la ciencia.
—Mantienes una reserva, tienes una isla, segura estoy de que
hay cierta injerencia en las políticas e intereses de algunos países,
incluso, un avión como este, helicópteros, departamento de
inteligencia… No soy ingenua, no eres solo un millonario —recalco.
—Sí, alguien que heredó lo que tiene.
—Y que ha sabido mantenerlo y acrecentarlo. ¿Lo negarás? —
susurro sin moverme. Su pecho se ensancha, lo escucho respirar.
—Aunque involucre a una mujer, jamás he tomado parte en este
tipo de cosas.
—¿Qué fue diferente conmigo? —quiero saber, seria. Un pesado
silencio se instaura entre ambos.
—Ya te conocía —habla al cabo de un rato. Arrugo la frente y me
yergo. Me mira ahí, con su cabeza recargada en el respaldo de tela
clara—. Hace doce años… —completa esperando mi reacción. No
sé qué decir, es imposible.
—No es verdad.
—Sí, lo es.
—¿Cómo? No lo recuerdo y estoy segura de que no lo olvidaría.
—En una celebración de tu padre, en Harvard. Él era mi asesor,
tú estabas ahí —explica despacio.
—Recuerdo ese día, pero… no a ti —admito intentando evocar
los detalles de ese evento, yo solo recuerdo el malestar que
experimentaba.
—Bueno, eso es un golpe a mi ego, pero ya lo había notado… —
acepta, templado.
—Ese día hubo una fiesta organizada por el colegio, la salida de
Elementary, no pude ir. Aunque tampoco en lo general se me
permitía asistir a convivios u otras cosas. Estaba… Irritada, luego de
eso ya nunca volví a insistir —evoco sonriéndole un poco. Fue una
de las pocas ocasiones en las que sí, sentí el peso de no ser como
los demás. Se coloca frente a mí y sujeta mis manos,
envolviéndolas. Respira con la cabeza gacha, concentrado en
nuestros dedos.
—Lo lamento, Elle… No debió ser sencillo todo eso —susurra
encarándome. Sus ojos los distingo sin problemas con esa
penumbra. Suspiro negando.
—No me había dado cuenta de todo lo que no hice, de lo que no
viví, hasta estos meses, Dáran —confieso nostálgica—. Fue un gran
padre, te lo aseguro. Mi abuela me enseñó muchísimo… —digo
buscando no ponerme de víctima porque no es así—. Pero perdí de
vista tantas cosas. Y bueno, ese día estaba ofuscada.
—No lo parecías, la verdad es que te miré porque no pude
evitarlo, despertaste mi curiosidad —acepta con una sinceridad que
me estremece—. No pienses mal, eras una niña, yo un chico de 22
años. Sin embargo, tu postura, la manera en la que me estudiaste,
ese rubor cuando te presentó tu padre conmigo y te di un beso en la
mano. —Abro los ojos de par en par.
—¿Eras tú? —musito aturdida. Nunca recordé su nombre, no lo
escuché, pero ese gesto que logró captar mi atención pues me hizo
gracia a diferencia de todo en ese día, nunca lo olvidé. Fue
agradable notar que entre tanta seriedad de ese recinto, había
alguien ligero. Era él. Comprendo un tanto afectada. Dáran sonríe
satisfecho, incluso alegre.
—¿Me recuerdas? —pregunta interesado.
—No del todo, pero sí el gesto, todavía en la noche veía mi mano
y me hacías reír. Ahí todos eran tan serios…
—Tú no te quedabas atrás, para tener esa edad encajabas sin
problema —apunta ligero.
—No fue un día fácil, tú le diste un respiro a eso que sentía —
explico relajándome un poco, rebuscando en mi memoria ese
momento. No puedo creer aún que sea él. Qué hayan pasado tantos
años y me tuviera tan fresca en su memoria.
—Me alegra haberte sido útil, Elle.
—¿Por eso hiciste todo esto? —deseo saber. Se rasca la barba,
pensativo.
—No sabía que eras tú quien dio con todo este asunto, pero
cuando leí tu nombre en el informe que me dieron, no dudé. Tu
padre fue mi asesor de tesis, nos llevábamos muy bien, pasamos
muchas noches hablando sobre esos temas que conocía a la
perfección. Esa tarde, cuando te conocí, me dijo que siempre le
preocuparía lo que tu cabeza pudiera llegar a hacer, qué eras muy
peculiar, qué harías grandes cosas, pero no sabía a qué precio. —
Mis ojos se anegan porque sí, eso decía y además, tenía razón,
ahora mismo vivo las consecuencias de ello—. Y no falló, eres
brillante y absolutamente particular, perfecta…
—Dáran, ese día, en la convención… No buscabas flirtear, ¿no
es cierto? —indago.
—No fue por lo que te busqué.
—Querías hablar sobre lo que encontré, el virus.
—En teoría, aunque cuando te vi fue diferente. Pero sí, mi
propósito inicial era proponerte un trato.
—No te lo permití.
—No, me rechazaste categóricamente —me recuerda sonriendo
de forma torcida, frotando su barbilla.
—Y me convertí en el reto para un hombre que ama los desafíos
—atajo. Alza su ceja marcada.
—Veo que lo irremediable ocurrió: me conoces.
—Sí, como también ocurrió todo lo demás que vaticinaste —
reviro serena. Recarga su espalda en el mullido sillón, exhala con
fuerza. El silencio regresa.
No quiero pensar, de verdad que no lo deseo, así que me levanto
y me dirijo a la habitación. Me recuesto aturdida. No lo entiendo, si
me conocía, ¿por qué me obligó a compartir su cama?, ¿por qué me
fue llevando lentamente a todo lo que predijo? Aprieto la almohada
en mi puño. ¿Todo lo que ocurrió entre ambos también fue
planeado? ¿Fui tan estúpida, tan ingenua como para ponerme justo
en el punto que él deseaba? No quiero ni pensar en sentimientos,
eso me agobia al punto de ahogo, pero me enferma comprender
que quizá, si no me hubiese orillado, nunca me hubiese dejado
llevar, nunca me habría abierto a él. Me siento tan insegura en todo
esto, no solo en mi vida, en mi futuro que ya no sé si exista, también
respecto a él y además, en medio de cambios internos que me
hacen sentir en un huracán que no logro detener y está barriendo
con todo lo que fui hasta principios de enero, ya es junio.

Me quedo dormida en medio de todo aquello, abro los ojos y


respiro hondo. Aún volamos. Como quisiera tener algo de certeza en
este momento, por lo menos un poco. Salgo después de darme una
ducha, él trabaja encima de la mesa del comedor. Me observa, ya se
bañó y lleva vaqueros oscuros, una camiseta lisa de manga larga,
clara, y una coleta alta. Sin embargo, no hay vestigios de lo que fue
allí, en Nueva Zelanda. Solo sus tatuajes que se asoman, su ceja
marcada y algunos anillos toscos que suele traer.
—¿Tienes hambre? —pregunta cauto. Niego sentándome en el
sofá, tomo el libro que leía—. Elle, las cosas no son como piensas
—lo escucho. Bajo el libro y lo encaro, serena.
—Nos conocemos, sí, pero te aseguro que no sabes lo que
pienso —reviro. Se pasa una mano por el rostro que termina en su
barba, negando, desvía la vista un segundo por la ventanilla.
—No regresemos a ese punto, te lo suplico.
—No pensaba hacerlo —aseguro con suavidad. Se levanta y
pasea por el lugar un poco. Lo observo.
—Elle, ¿qué quieres de mí? —pregunta justo frente a mis
piernas, estoico. Me incorporo, enfrentándolo.
—No se supone que esa pregunta la hacía yo —respondo
alzando el rostro. Gruñe, sacude la cabeza con fiereza, me toma por
la nuca y me besa con vehemencia. No puedo evitarlo y respondo
porque lo ansío, porque no puedo pensar en ninguna dirección
donde no esté él, lo que me hace sentir, sus manos en mi piel, sus
palabras y esto que nos somete.
—Ya nada es como debía ser, te lo aseguro, wahine —suelta
sobre mi boca. Me arrastra hasta la habitación, cierra la puerta y
desabrocho su pantalón, él el mío, con urgencia. Cuando quedo
libre me tumba sobre la cama, se protege y entra en mí. Va y viene
sin control. Jadeo con fuerza, gimo por la necesidad, por las
sensaciones que explotan. Me arqueo y se entierra aún más. Ruge
en mi oído, grito mordiéndome la mano para no crear un
espectáculo. Me sacudo con violencia ante el fuerte orgasmo, él
también. No nos movemos después de eso. Busca mis ojos, lo miro
y acaricio su rostro, acomodo sus mechones que se soltaron de la
coleta.
—No te alejes, solo eso —pido agitada, me besa y adhiere su
frente a la mía.
—Ya no es una opción para mí, mujer —afirma besándome de
nuevo.

Aterrizamos en Nueva Escocia por la mañana, prácticamente a la


misma hora el mismo día que nos fuimos. Es de locos esto. Nos
espera un helicóptero fuera del hangar. El movimiento por su
regreso es evidente, los escoltas, el personal de la aeronave,
incluso policías. Me tenso agobiada, pero él sujeta mi mano e
ingresamos a nuestro siguiente transporte. Habla con alguien por el
manos libres en no sé qué idioma, pero no suelta mi mano.
Despegamos y dejo mi mente en blanco.
El resto del vuelo estuvo inmerso en sus asuntos, incluso tuvo
dos videoconferencias en el ala donde trabaja, delante de donde
nos quedamos, por lo que me sumergí en un libro que Dáran sacó
de una gaveta, nuevo.
—Me lo han recomendado y noté que el otro no lo has podido
retomar —me dijo y era cierto. Es de suspenso, asesinatos. No
avancé por las sensaciones que me genera gracias a todo lo que
me rodea. Lo tomé agradecida, besó mi frente y me perdí en sus
páginas enseguida sin problema.

Aterrizamos minutos después, mi estómago está justo en los


pies. Me toma por la cintura para bajar y su vida nos cae encima.
—Me alegra que tuvieran buen viaje, bienvenidos. —Nos saluda
Kelly interceptándonos. Le sonrío apenas, tensa. Los escoltas se
dispersan, otro helicóptero está aterrizando. El ruido, ella, sus
asistentes. Dáran le sonríe conciliador, pero la detiene con un
ademán.
—Llego a las oficinas en una hora, hasta ese momento no estaré
libre —ordena rodeándome protector—. Hazte cargo. —Su asistente
pestañea, parece no estar acostumbrada a ello, aun así, asiente y
nos dejan continuar, solos, aunque evidentemente con Tom, Ron y
un par más flanqueándonos. Me tiene sujeta de la cintura, observo
todo. Me parece irreal. Entramos y los recuerdos me aplastan,
ingresamos al apartamento y me quedo en el umbral, ya que la
puerta se cerró. Lo nota, ladea el rostro cauto.
—Todo está funcionando con normalidad, wahine, y la puerta del
baño ya no la comanda Frivóla —me informa. Pestañeo incrédula.
Me ofrece la mano, se la doy y subimos. Se siente extraño estar ahí
de nuevo, pero lo sigo con sus dedos enganchados a los míos y en
efecto, es una cerradura normal. Abro, pero no me atrevo a entrar—.
Tendremos que hacer algo para reconciliarte con el baño, ¿no es
así? —murmura rodeando mi cintura, por detrás, hundiendo su nariz
en mi cabello.
—Fue horrible, Dáran, fueron horas muy largas, creí que no
saldría viva, llegué al punto que hasta respirar dolía… —confieso.
Besa mi cabeza.
—Haz pasado por mucho, Elle, no te justifiques, tampoco te
presiones…
—Me cuesta trabajo, no me gusta sentirme así —admito.
—Hagamos algo… —propone haciéndome girar, coloco mis
palmas sobre su pecho—. Ahora mismo nos duchamos juntos de
forma inocente —apunta, sonrío rodando los ojos—. Y el resto del
día termina ese libro que te gustó tanto —murmura.
—Quiero ir al laboratorio —reviro. Su expresión cambia, me
evalúa.
—Estamos llegando de un viaje muy largo, descansar te vendría
bien.
—Tú no lo harás… —le recuerdo con sus manos aún enredadas
en mi cintura.
—Hay cosas que debo atender ya, Elle.
—Yo también —le hago saber.
—¿Un día? —pregunta negociando. Niego.
—Necesito empezar —insisto con mi voz matizada por un dejo de
urgencia. Lo medita un poco y luego asiente.
—Bien, Elle, haré que todo esté listo. Solo… ve con calma —me
pide besando la punta de mi nariz.
—Hablaré primero con Aide que estoy segura está enloqueciendo
y luego voy —avalo aferrando su rostro, disfrutando de la textura de
su barba. Asiente y roza mis labios.
—¿Lo de la ducha? ¿Aceptas? —pregunta cambiando de tema y
comienza a restregarme su barba en la oreja. Rio porque ya sabe
que me hace cosquillas.
—Sí —respondo intentando quitarlo de encima, pero no tengo ni
la menor posibilidad, lucho con mis manos.
—No escuché bien, wahine. —Juega y sigue.
—¡Qué sí!
—¿Qué sí, qué?
—Dáran Lancaster, para ya, me irritarás. ¡Date una ducha
conmigo! —me quejo riendo, se detiene enseguida.
—Si tanto insistes, puedo darme una ducha a tu lado, Elle, no
hace falta que grites —contesta serio. Le doy un empujón riendo por
primera vez genuinamente en horas, me toma por la cintura y me
besa—. Me fascinas, mujer.
~*~
Contactan a mi hermana por instrucciones de él. Cuando la veo
por la pantalla de mi Tablet, en el solariego, lucho con las ganas de
llorar a moco tendido. La eché de menos, pero no es eso, es lo que
me recuerda al verla, esa vida que ya no sé si alguna vez fue real, si
siquiera existió.
—Luces cansada, hermana —señala atenta a mis gestos. Le
sonrío torciendo los labios, buscando por todos los medios ocultar lo
que siento, que es demasiado.
—Viajé muchas horas…
—Me tiene preocupada todo esto, algo pasa y sé que no me
estás contando todo. El misterio, las llamadas constantes para
avisarme de que estabas bien. Es raro, Elly —inquiere alzando una
ceja. Me quito las gafas y suspiro.
—No te hagas ideas, ¿qué podría ser? —pregunto intentando
lucir relajada. Coloca su mano bajo la barbilla, reflexiva; cuando me
mira así sé que no me cree, aunque no suelo mentirle, pero, por
ejemplo, cuando una película no me gustaba y le decía que sí, ella
adivinaba enseguida que no era sincera, así me observa.
—No sé, tú dime. Además de que luces… tan distinta, Elle, y no
sé identificar qué es, pero te sienta bien a pesar de tu cansancio,
hay algo más… —asegura. La impotencia circula por mi cuerpo,
bravía, porque quisiera decirle todo lo que me ocurre, hablarlo con
alguien, con ella más que nada, que me escuchara. Drenar esto que
me come, la angustia, el miedo… lo que siento y lo que ya no
reconozco en mí. No puedo y eso ya hace mella en mi interior, más
que antes.
—Nada importante… Solo cosas que he reflexionado —admito
bajando la mirada, jugando con la manga de mi suéter gris oscuro,
con detalles en colores.
—¿Qué cosas, Elly? —Suspiro y la miro, está atenta a mí.
—¿Crees que sea prudente ir a visitar cuando pueda, claro, a
nuestra tía a Virginia? Quiero decir, crees que le agrade verme, que
me acerque —pregunto cauta. Sonríe ampliamente.
—Te aseguro que le encantará. Cuando hablo con ella pregunta
por ti. Yo fui hace tiempo, es una mujer tan vivaz —expresa alegre.
Pestañeo.
—¿Por qué no me lo dijiste? —sondeo intrigada.
—Porque siempre estás tan inmersa en tus cosas, nunca
mostraste interés, Elle —argumenta un tanto culpable.
—Aun así, me hubiese gustado saber —apunto aturdida. ¿En
serio he llegado hasta el grado de ignorar todo a mi alrededor de
esa manera?
—Lo lamento. Aunque puedo darte su número, llámala. Le
encantará saber de ti y seguro que será feliz de que la visites.
Nuestras primas ya no viven con ella, son mayores que nosotros,
pero te aseguro que no te arrepentirás.
—Recordé la canción que mamá nos cantaba para dormir… ¿La
recuerdas? —le pregunto nostálgica, más que nunca. Asiente alegre
y comienza a tararearla. Lo hacemos juntas en medio de sonrisas
cargadas de complicidad, y mis ojos se anegan, mi voz se quiebra.
—No, no llores, Elly, tú no sueles hacerlo. ¿En serio estás bien?
—pregunta agobiada. Asiento limpiando mis mejillas ya enrojecidas
para ese momento.
—Es solo que la echo de menos… me hubiera gustado conocerla
más… —acepto alzando la mirada, perdiendo mi atención en el
bello paisaje que ahora sin nieve se ve. La calefacción está
encendida y Rory ya me mandó una tarta de higos. Todo ahí genera
un nudo en la garganta, no puedo eludirlo.
—Ella era tan vivaz. Papá tan serio, con ella reía mucho. Era
dulce, cariñosa, suave. A veces me recuerda a ti, porque también
era curiosa y nos pinchaba para que lo fuéramos.
—Hubiese sido todo diferente si ella no… —Dejo incompleta la
frase. Suspira reflexiva.
—Quizá, hermana… Jamás lo sabremos. Pero, tienes el mundo
por delante, Elle, vívelo. Está ahí para eso —asevera. Mis ojos se
anegan de nuevo, cubro mi boca con la mano y desvío la vista,
asiento. Luego la miro, me observa y sonríe con un dejo de tristeza
—. Acaba pronto, en cuanto estés disponible iré a verte.
Platicaremos de lo que quieras, ¿sí? No estás sola, Elly.
—Lo sé…
—Y quizá es bueno que estés pasando por todo eso, aunque te
noto nostálgica es como si estuvieras descubriendo lo que te rodea,
y me alegra, ¿sabes? No es sano eso que has hecho; estar tan
encerrada. Papá y abue fueron estrictos, sí, pero ya no están, tu
vida ahora es tuya. Vívela, es más simple de lo que imaginas —
expresa serena, convincente. Asiento buscando sonreír, me despido
prometiendo que hablaré con ella en una semana. Al cortar el llanto
llega a manera de marea bravía, me jalo el cabello y grito harta
meciéndome en el sofá, con la cabeza gacha. La puerta se abre. No
volteo.
—Lo lamento —era Tom. Lo ojeo apenas y asiento abrazando mi
estómago y sigo llorando con amargura.
¿Cómo se puede sentir plenitud y abominación al mismo tiempo?
¿Cómo se convive con sentimientos constantes que son opuestos,
que no están bien, que me acechan y me sumergen? Pero a la vez
me hacen sentir libre, plena y tan mujer. ¿Cómo?
Me calmo lentamente, cuando lo logro salgo de ahí, me sigue.
Sabe que voy al laboratorio. Caminamos por la isla, ahora no se
necesita el auto, está cerca, Kaisser y Kamille llegarán más tarde y
los extraño.
CAPÍTULO XXXIV

En cuanto entro al laboratorio, sé qué debo hacer. Hay que


revisar los ensayos para poder poner en práctica lo que surja, sé
que esta vez la combinación es la adecuada, y que justo por ello es
que casi muero congelada. Uno de los requerimientos para que la
vacuna funcione es que el vector viral debe tener un promotor que
dirija la transcripción del gen DNA y que proporcione la cantidad
correcta de proteínas. Antes de irme encontré este promotor y di con
la cantidad proteica exacta para la vacuna. Pero no se la dije a
nadie, por miedo a exponerlos, lo de Wen quedó tatuado en mí de
una forma tan fuerte que decidí ser más cauta y sigilosa, memoricé
todo. Además, también estuve trabajando en la combinación de
algunos antivirales para quienes ya hubiesen contraído la
enfermedad. Ahora estamos en fase de prueba.
Si todo va bien y me enfoco, quizá en dos meses tenga lo
necesario para que Dáran lo pueda hacer público y esta maldita
pesadilla termine.
No salgo a comer, promuevo de forma consciente que el equipo
se reduzca a Cass y Chris, en una junta inicial que solicito y les
hago ver que requiero su apoyo en otra área que también estoy
ayudando a desarrollar. Entre menos seamos, mejor. Examino los
avances, el estado de todo lo que dejé andando. No salgo a comer,
decido permanecer ahí, realizando anotaciones, analizando cada
una de las pruebas de forma meticulosa. No puede fallar nada.
Cass me recuerda que ya es hora de marcharnos. Los insto a
irse, yo pienso seguir. No hay algo que me apremie más, en
realidad. Nos quedamos solos cuando Chris se va, se recarga en
una mesa, me observa.
—Fue lamentable lo que ocurrió con Wen, ¿supiste ahora que
saliste de viaje con Lancaster? —Cierro un frigorífico con algunas de
las pruebas y lo encaro. ¿De qué habla?—. No te enteraste… Dios.
Después de que dejó de venir aquellas semanas por un asunto
personal, parece que algo no salió bien… Se suicidó, apareció
ahogada. Dejó una nota incluso, fue a los pocos días de tu viaje. —
Mi mente se congela, mi respiración también, tiemblo y lo oculto con
esfuerzo. Chasquea la boca—. Era muy joven, algo raro ocurrió, la
verdad es que aún no lo creo —acepta reflexivo. No atino a decir
nada, a moverme siquiera. Me mira—. Lo lamento, fui poco
cuidadoso, ya veo que te impresionó —susurra tomando mi mano.
No puedo pensar con claridad, en realidad aparecen unas náuseas
espantosas, ácido sube por mi estómago. Sé que no se quitó la
vida, como también que Dáran lo sabía.
Me alejo de ahí casi corriendo, me cambio como puedo. En
cuanto salgo me meto a uno de los baños y devuelvo hasta lo último
de mi sistema, que no es mucho puesto que no he comido muy bien
este par de días. Respiro ahí, frente al inodoro aterrorizada,
pasmada. Las lágrimas resbalan por mis mejillas, me cubro la boca
dejándome caer sobre el piso y lloro de nuevo. Escondo mi cabeza
entre las rodillas, rodeándolas con mis brazos. Busco no perder la
cordura pero en serio que ya no puedo. Escucho pasos, recargo la
cabeza en el muro aledaño. La puerta se abre, no le puse seguro,
es él, Dáran. Luce agitado, preocupado, peor al notar mi estado.
—¡Whakatara! Wahine, ¿qué ocurrió? —Se acuclilla agobiado.
Busca tocarme, me hago a un lado, recelosa—. Elle, lo que sea aquí
estoy, puedes decirme… —me insta cauto, con suavidad. Sorbo mi
nariz y me limpio los ojos con el dorso de la mano.
—Así como tú me lo dices todo, ¿no? —reviro colérica. No sabe
de qué hablo, me levanto con torpeza, busca ayudarme, lo hago a
un lado con rencor, llorosa porque en este momento solo puedo
pensar en que Wen fue una víctima, que a pesar de que quiso
matarme y casi lo mata a él, la obligaron. Lo hago a un lado, me
detiene por la mano. Me zafo mirándolo a los ojos—. Tu mundo es
un maldito infierno —rujo saliendo de ahí.
Camino sin subirme al auto que nos aguarda. Tom me sigue.
Entro al apartamento porque a dónde más puedo ir. Me siento
rebasada en todos los sentidos, me acomodo en uno de los sofás
aferrando las orillas, con la cabeza gacha.
—Te enteraste de lo de Wen —habla a unos metros con esa voz
ronca que tiene, gruesa—. Escucha, Elle… —comienza, pero me
levanto y lo ignoro, subo las escaleras.
—¡La mataron! —rujo furiosa, aferrada al barandal, temblando de
pies a cabeza. Lloro de nuevo, me dejo caer sobre el escalón y
cubro mi rostro.
Estoy harta de esta vulnerabilidad, de no poder hacer más, de lo
que ocurre a mi alrededor, de no poder dejar de llorar, pero es que
ya no encuentro qué hacer. Se sienta a mi lado, lo escucho suspirar
pesadamente. No me toca, pero siento su pierna enorme rozar la
mía.
—Sí, Elle, mi mundo es un infierno en gran parte —acepta
sereno, aunque noto la agonía que matiza su voz—. Y sí, la mataron
—admite. Volteo negando, derramando más lágrimas. Luce abatido,
se pasa las dos manos por el rostro, aspira con fuerza. Su mirada
está puesta en aquel ventanal a unos metros de nosotros—. Lo
supe al día siguiente de llegar a la reserva. No te lo dije porque no
podías con una cosa más, Elle… —señala ahora sí encarándome—.
Solo mírate, estás a punto de romperte y no sé qué hacer para que
no sea así. Y no te culpo, al contrario, creo que has enfrentado todo
con valentía, mejor de lo que hubiese pensado. Sin embargo, si
puedo aligerar tu carga, lo haré, mujer, por Dios que lo haré las
veces que sea necesario —determina con fiereza.
—Dijo Cass que se suicidó —hablo hipeando. Sus ojos miel me
observan, suavizándose.
—Sí, eso es lo que hicieron creer.
—No entiendo… —admito exhausta, entristecida. Dáran me
explica lo ocurrido, no ahonda en los detalles, aun así, mi piel se
eriza—. Eso quiere decir que cuando yo acabe esto… Igual
podrían… —Su gesto se torna peligroso y toma mi rostro entre sus
manos, acallándome ante el gesto.
—No, cuando tú termines esto, y las cosas se tranquilicen no
deberás volver a temer por tu vida. Esto habrá acabado —asegura
bravío.
—¿Entonces por qué ella? —quiero saber, con mis labios
temblando. Coloca su frente sobre la mía, suspira.
—Porque no cumplió su parte, porque no supo esperar.
—Matarla así, nada más. Es aberrante, Dáran, inhumano —
apunto consternada. Su mirada se ensombrece, hay un dejo de
culpa, de asco.
—Las cosas, wahine, no son controlables. Quisiera que todo
fuese así, pero solo puedo controlar y cuidar lo que ocurre en mi
proximidad. Lo demás, te aseguro, que aunque luchara la vida
entera… no lo lograría. Wen estaba custodiada por nosotros
precisamente por eso, ella decidió, y la consecuencia fue funesta.
—No merecía eso… Sé que te pusiste muy mal, me dolió saberlo,
pero no lo merecía… —susurro llorosa, de nuevo. Niega con
ternura, besa mi frente y me acerca a él, me rodea y yo ya no me
resisto.
—Nadie merece algo semejante, Elle —murmura acariciando mi
espalda, besando mi cabello.
—¿Tú has estado del otro lado? —pregunto ahí tan cerca de su
aroma que me adormece, me tranquiliza sin remedio.
—¿Del otro lado?
—Sí, siendo como los que ahora me persiguen —explico
colocando mi nariz en la cuna de su cuello. Lo siento reír, niega.
—Ya te dije que no soy ese tipo de negocios los míos. En mi vida
crearía un arma biológica.
—Pero te verás beneficiado con esto —le recuerdo. Se tensa,
aun así, no deja de acariciarme.
—A estas alturas lo único que deseo es que acabes lo que
empezaste y saberte fuera de peligro, wahine —determina alzando
mi barbilla con su dedo índice y pulgar—. Y qué tus ojos dejen de
verse apagados, toku aroha *(Mi amor) —Ya no me pregunto qué dijo,
mezcla constantemente ese idioma, es como si pensara de esa
manera más que en inglés.
—Me siento agotada, Dáran, en todos los sentidos —admito
bajito. Besa mi frente, luego roza mi nariz con la suya.
—Iremos poco a poco. Estarás bien, wahine, no tengo dudas de
ello. —Permanezco ahí, a su lado. Pide la cena conmigo aún
adherida a su costado. Cuando llega me insta a levantarme, me
siento y nos sirven. Observo el suculento plato, pero no tengo tanta
hambre—. No hay negociación, Elle, come la mitad —advierte. Me
encuentro tan cansada que podría caer dormida sobre la comida.
Aun así, sé que debo ingerir algo. Con movimientos lentos lo hago,
silenciosa, él también y sé que piensa en lo mismo que yo, en Wen.
Me doy una ducha rápida a su lado. La aprensión al baño
disminuyó, pero prefiero no entrar sola ahí, salvo que sea
absolutamente necesario. Sé que con el paso de los días me iré
relajando con este tema. Mientras tanto él se muestra solícito, no
me busca de otra manera salvo la dulce y cariñosa. Me lavo los
dientes, seco un poco mi cabello y luego me dirijo a esa cama que
tantas veces hemos compartido, pienso que caeré de inmediato.
Dáran está en una llamada, lo escucho abajo. Me remuevo, sube,
deja el celular en su mesilla de noche.
—Pensé que estarías ya dormida, Elle —expresa mirándome
como a una niña difícil. Me incorporo bufando, negando.
—No puedo… —acepto frotando mi frente, ansiosa. Con una
palmada apaga las luces y me recuesta rodeando mi cintura con
uno de sus brazos sobre las almohadas, a su lado.
—Ven acá, te wahine o toku koi *(Mujer de mi vida) —murmura con
suavidad. Me enjaula en su pecho, acaricia mi espalda de manera
relajante—. Solo suelta todo, Elle, déjalo ir —dice con voz
arrulladora. Pronto dejo de pensar y me pierdo en la inconsciencia.

Me remuevo, su olor me invade. No tengo idea de la hora, me


siento desorientada, aún muy cansada.
—Duerme, Elle —me pide con voz adormilada. Alzo la cabeza,
está con los ojos cerrados, me giro un poco para ver el reloj. Las
tres de la mañana. El rostro de Wen llega a mi mente, pensarla
ahogada. Luego imagino que eso pueda pasarle a Aide. Si no salen
las cosas bien, si no se olvidan de mí. Si a pesar de los esfuerzos
de Dáran me hacen daño. Empiezo a notar que me falta el aire. Me
aparto. Me veo huyendo, aterrada, sola. Me ahogo. Me llevo la
mano a la garganta. La sensación del revólver, el frío entrando por
mis piernas, el agua cubriéndome. Jadeo. Me incorporo sin poder
respirar.
—¡Elle! ¡Whakatara! —exclama tomando mi rostro entre sus
manos, sacudiéndome. No logran mis pulmones llenarse de aire.
Dáran se sienta casi sobre mí, retira la mano de mi garganta, sus
ojos en los míos. Sé que está asustado, yo también. Me carga de un
movimiento, me lleva al baño, abre la ducha y entra conmigo sin
más—. ¡Elle! —ruje aturdido. Lo enfoco cuando el agua fría moja mi
ropa. Como si hubiese estado algo obstaculizándome el aire, de
pronto logra entrar. Aspiro a bocanadas. Lo nota y hace mi cabello a
un lado. Lleno mis pulmones aferrada a sus brazos—. Dios, Elle, ya
pasó… Tranquila —ruega acariciando mi cabello, besando mi
cabeza.
—Quiero mi vida de vuelta, Dáran —logro decir en medio de ese
caos. Siento como su pecho se infla.
—Todo estará bien, solo créeme. Confía en mí —ruega. Asiento
bajo el chorro que ahora me hace temblar. Pronto la entibia, me
quito la ropa, él también y la dejamos ahí a un lado. Busco sus
labios, sé que lo necesito casi como el oxígeno que no ingresaba en
mí. Devuelve mi beso, mi vientre late enseguida. Es absurdo, pero
en medio de esto lo único que necesito es tenerlo, perderme en su
aroma, en su potencia, en su fuerza, en este placer que ruge
cuando tan solo me ve o está cerca. Me estudia cuando nota que
me torno más exigente, ahí, colgada de su cuello, con sus manos en
mi cintura.
—¿Segura, wahine? —pregunta cauto.
—Sí… —logro decir entreabriendo los labios. No lo piensa y me
besa con fervor.

El sol está en pleno. Desnuda bajo las cobijas me estiro un poco.


Los recuerdos de la noche anterior aterrizan en mi mente, sonrío
acurrucándome de nuevo evocando su manera tierna de
comportarse, tan mesurada, dulce. Me acerco a su almohada y
aspiro su aroma, ese que desprende aun sin loción. La angustia fue
sometida por eso que me genera y logré dormir sin sobresaltos.
Abro los ojos de par en par, busco el reloj. Las diez. Me visto, me
cepillo el cabello, lo dejo suelto, me pongo un vestido, unos tenis y
bajo. El desayuno está ahí, una nota llama mi atención.
“Debía irme.
Por favor no te excedas.
Te veo a la hora de la cena.
Dáran.”
Tiene una letra cuidada, no como la mía que solo yo entiendo.
Evoco lo de Wen, me duele, pero por ahora debo enfocarme en lo
que vengo haciendo, hay mucho por hacer. Me siento y comienzo a
comer, alzo los ojos me topo con mi casita y la flor sobre la repisa
del mueble de enfrente. Me levanto y las tomo, las contemplo
evocando esos días de paz. Subo, saco de mi parte del vestidor
aquella caja donde me dieron algunas de mis cosas meses atrás y
las coloco ahí con cuidado.
Cuando termino de desayunar, me pongo una cazadora y salgo.
Paso la mañana inmersa en los quehaceres. Cass, en cuanto me
ve, se disculpa. Hablamos un poco sobre Wen y le hago ver que
solo me sorprendió, mintiendo por supuesto. ¿Qué más?
El tiempo pasa muy rápido ahí, no como, no hay tiempo para ello.
Por supuesto me mandan llamar, salgo y Tom me pide que me
acerque. Lo hago intrigada.
—¿Qué ocurre? —pregunto un tanto apurada.
—El señor pidió que no se saltara la comida —apunta
señalándome el comedor. Arrugo la frente.
—No tengo tiempo, debo seguir y…
—Insisto, señorita —repone sereno. Entorno los ojos.
—No comeré sola —rezongo cruzándome de brazos.
—¿Qué propone?
—Tú me acompañas, si no me meto de nuevo —lo desafío. Sé
que lo desconcierto.
—No puedo hacer eso.
—Comunícame con este hombre —le requiero señalando su
saco. Sonríe apenas. Marca, pide hablar con él de mi parte, me lo
comunica, entre divertido y desconcertado.
—¿Elle? ¿Qué pasa?, ¿estás bien? —Desea saber. Su voz me
encanta, pero no desisto, necesito sentir el control de algo, lo que
sea.
—Perfectamente. Me sacó Tom del trabajo porque debo comer.
—Sí, no quiero que enfermes, has estado alimentándote mal.
—Bien, pero que él almuerce conmigo. No quiero hacerlo ahí,
sola —pongo de condición. Suelta una risa que no me espero.
—¿Estás coqueteando con mi escolta, mujer?
—Eres un idiota.
—Pásame a Tom.
—Adiós.
—Te veo más tarde, te wahine o toku koi —se despide con tono
arrullador. Le tiendo el teléfono, habla en maorí un poco. Lo guarda
y me invita con ademán a ir al comedor.
—¿Aceptó? —pregunto asombrada. Asiente sin mostrar lo que en
realidad piensa. Sonrío triunfal.
Pido algo ligero, él también. El lugar ya casi está desierto y nos
sentamos en una mesa que da al mar, luce tenso. Le sonrío.
—Lamento si te incomodo, pero ya no soporto todo esto.
—No ha sido fácil para usted.
—No, aunque estoy aquí, viva, por lo menos —expreso
metiéndome un pedazo de queso a la boca. Niega.
—Seguirá estándolo.
—En la reserva eras más sonriente, accesible.
—No estamos ahí ahora.
—Lo sé —avalo resoplando. No hablamos más, es silencioso y
quiero respetar eso, además, sé que me vi caprichosa haciendo que
se sentara a mi lado solo para comer, pero fue un arrebato, quizá
solo estoy midiendo a Dáran, quizá de verdad no quiero estar sola.
No lo sé.
Por la noche el tiempo se va de nuevo sin percatarme, me quedo
sola y continúo. Me llaman desde afuera.
—¿Sí?
—El señor Lancaster nos pidió que le recordáramos la hora —me
avisa uno de los vigilantes. Miro el reloj. Las ocho. Hace dos horas
que todos salieron, noto que soy la única ahí. Me cambio de prisa y
salgo, con Tom al lado.
—¿Está molesto?
—Creo que ahora mismo si lo está, no se lo dirá. Puede estar
tranquila —me dice con cierta complicidad.
Llego al apartamento y suena rock muy bajo. La cena está
servida, él toma de su copa mirando por la ventana, con vaqueros,
su cabello en una media coleta, y camiseta oscura, va descalzo.
—Lo lamento… —Voltea, sereno, y me sonríe perversamente.
—Ven aquí, wahine —ordena con voz pausada pero de indudable
autoridad. Me acerco quitándome el suéter. Observa mis piernas, los
tenis, sonríe y sube poco a poco hasta mi pecho, mi rostro. Mi piel
se eriza, sé que mis mejillas se tiñen de carmesí. Me detengo a
medio metro. Bebe evaluándome. Respiro y comienzo a hablar, ni
sé por qué, pero lo hago, un poco nerviosa:
—El tiempo se me fue, además no llegué temprano. No escuché
el despertador y… —Acerca una mano a mis labios, cuidadoso.
—¿Quieres ponerme a prueba, Elle? —pregunta cauto. Arrugo la
frente.
—¿Ponerte a prueba? —repito. Asiente pacífico. Algo en la
atmósfera me desconcierta.
—Lo de mediodía fue chantaje… —apunta. Sonrío
comprendiendo.
—No quería comer sola, ya te dije.
—Pude ir a hacerte compañía.
—Siempre estás muy ocupado, no le vi el problema, confías en
él, ahora que estuvimos en la reserva lo corroboré —le quito
importancia. Su celular suena en la mesa. Alzo una ceja. Lo deja
ahí, desafiante.
—Claro que confío en él. Pero, ¿debo preocuparme por Tom? —
inquiere recargándose en el grueso vidrio sonriendo con un dejo de
cinismo.
—¿Es otra escena de celos? —quiero saber sin ánimo. Sonríe
dejando la copa sobre la mesa, rozándome al hacerlo, de regreso
rodea mi cintura y me pega a su pecho. Jadeo.
—Si para que estés bien, de nuevo, debo traer al mismísimo
diablo, lo haría, Elle. No lo dudes —asegura bajando su rostro,
además de su mano hasta mi trasero acercándome a su excitación.
Mis senos se endurecen y el líquido entre mis piernas retorna. Lo
miro acalorada.
—¿Entonces?
—Solo quiero que te des cuenta de hasta donde llegaría por ti,
mujer, solo eso —gruñe sobre mi boca y va alzando los dobleces de
mi vestido. Soy consciente de su mano cálida, un poco rasposa
sobre mi piel desnuda. Pasa por mi muslo, y termina sobre mi
cadera, bajando lentamente mi braga. Gimo sin dejar de verlo, con
mis manos en sus hombros—. Y por Dios que con ese vestido me
estás poniendo peor, mucho peor —confiesa mordisqueando mi
oreja y llevándome a la sala.
CAPÍTULO XXXV

Los días siguientes no son tan sencillos. Estoy tan inmersa en lo


que hago, tan obsesionada, que Dáran literalmente debe
arrancarme del laboratorio cada noche. Ahora él va personalmente
por lo que me es imposible continuar. Me despierto temprano, no he
tenido noches del todo buenas, pero cada vez son mejores. Él ha
sido paciente, elocuente y me brinda justo lo que necesito cuando el
temor me ataca. Después de cenar vamos a pasear a Kaisser y
Kamille, los eché mucho de menos, luego nos duchamos, termino
gimiendo invariablemente antes o después de bañarnos, a veces él
lee un rato, yo también si no caigo profunda a su lado.
Vivo corriendo prácticamente, Dáran solo me observa, pero no
interviene. Mientras coma, duerma, está bien para él. Poco más de
un mes transcurre. Me siento un tanto ajena de todo lo que me
rodea, he encontrado de nuevo la seguridad de mi vida en ese
laboratorio. Trabajo como loca, no me detengo. Pero todo cambió
cuando salió en dos ocasiones de viaje, fueron cortos. Lo cierto es
que me alteró un poco o quizá mucho, y en el primero me tragué el
miedo y me puse difícil, al final acabé perdiendo yo. Esa noche,
cuando me lo dijo, estaba ya acurrucada a su lado, desnuda,
agotada por los días que me obligo a vivir sin cesar.
—Mañana viajo a Washington —me avisó en medio de la
penumbra. Mi mente sufrió un pequeño embate, un momento de
tensión—. Solo será una noche —completó bajando la mirada,
alzando mi barbilla para que lo mirase.
—No te preocupes, es tu vida —señalé cauta. La verdad es que
mi cuerpo gritaba que le pidiera no irse, pero mi mente, más
racional, se negó.
—Eso no es verdad. Y no me gusta tener que estar ausente
ahora mismo, no con todo lo que ocurre en tu cabeza.
—Mi cabeza está bien —reviré serena. Sonrió negando,
girándose para quedar boca arriba. Lo miré atenta. Suspiró.
—Tú no estás bien, Elle, si no te arranco de ese laboratorio cada
noche ahí duermes, no estás aquí en realidad, te has aislado… —
me hizo ver, calmo. Pestañeé cubriendo mi pecho.
—No es verdad, ceno contigo, pasamos tiempo con los perros,
estamos… juntos —le debatí un tanto descompuesta porque la
verdad no lo había notado.
—Lo sé, pero te refugias en esa labor.
—Debo acabar eso, Dáran.
—Y lo harás, a este paso quizá antes de lo que imaginé.
—¿Te molesta? —reviré sentándome. Acarició mi cabello, tan
largo ahora, lo frotó entre sus dedos, silencioso.
—Yo también quiero que acabes, wahine, pero no a costa de que
te pierdas.
—No entiendo… Ni siquiera sé de qué hablas. ¿No regresamos
de la reserva para esto? ¿No me tienes aquí para que te entregue
las combinaciones y todo para la cura? Eso hago, Dáran —
argumenté un poco irritada, y es que sí, estoy en mi límite. Se irguió
y me observó, su dorso desnudo quedó expuesto ante mí, su
cabello cayó sobre sus hombros, arrugó la frente. Todo él me tensa.
Aferré con mayor fuerza la cobija torno a mi pecho.
—No te tengo aquí por eso… —gruñó y detecté un dejo de
molestia. Lo observé impávida.
—Cierto, también para calentar tu cama. Y ambas cosas estoy
haciendo. ¿Entonces? —debatí sin pensarlo, solo buscando
atacarlo, con un agujero abriéndose en mi pecho. No sé qué esperé
escuchar, qué quería que me dijera. Me puse en una situación
complicada yo sola. No se inmutó, solo me evaluó, así como es,
sereno. Pasó una mano por su rostro, y negó.
—Buenas noches, Elle —dijo así, nada más, y se recostó
dándome la espalda. Mi pecho se apretujó, al grado de pesarme. Lo
miré a través de la penumbra, desorientada y sí, dolida. Fui
estúpida, ¿qué esperaba que me respondiera? ¿Qué? Si esa es la
verdad, él lo sabe también y lo que diga caerá de todas manera
sobre nada. Porque entre nosotros no hay nada, salvo esta química
voraz, adictiva, que me envuelve y no me deja pensar en otra
dirección que no sea la suya. Me recargué sobre las almohadas,
aturdida, con los ojos abiertos. No dormí en toda la noche, no pude.
Al día siguiente él se fue temprano. Pasé un día deprimente, esa
es la verdad. Dormí sola por primera vez en mucho tiempo y no fue
nada sencillo. Me agobia qué ocurrirá cuando regrese a mi vida,
cómo pasaré mis días, mis horas… las noches. Leí hasta el
amanecer, fui a trabajar y al regresar, desanimada e irritada por dos
noches pésimas de sueño, encontré una maceta con un árbol
minúsculo sobre la mesa. Lo miré intrigada.
—¿Quieres salir a plantarlo, wahine? —Escuché tras de mí, giré y
al verlo no lo resistí, fui hasta él, enredé mi mano en su cuello y lo
besé. Me cargó para que quedara a su altura, respondiendo mi
gesto, ansioso.
—Sí, sí quiero —acepté acariciando su rostro, su cabello
recogido.
—Es tuyo, pensé que te gustaría —musitó contra mi boca.
—Te eché de menos —confesé ya sin importarme. Por unos
segundos solo me contempló con esos ojos miel, fieros, para luego
besarme con mayor vehemencia, complacido.
—Yo también, te wahine o toku koi, yo también.

La siguiente semana tuvo que ir a Los Ángeles. Se ausentó dos


noches que se sintieron eternas, largas. Esta vez admití mientras
paseábamos a los perros, que no me era fácil cuando se marchaba,
así que me propuso que viajara con él cuando me fuera posible.
Pestañeé desconcertada, pero acepté ruborizada. Retomé después
de esa noche, donde me hizo ver sin saberlo, cómo me oculto en mi
trabajo, las clases de cocina con Rory y busqué por todos los
medios cumplir con la jornada laboral sin malpasarme, pero aún
sigue yendo por mí y parece ya lo natural.
Hemos acabado un par de rompecabezas, aunque uno lo tuvimos
que comenzar de nuevo cuando presas de un arrebato lo
deshicimos pues me tendió ahí y sobre la superficie, hundió su boca
en mi entrepierna y luego me penetró de esa manera lenta que me
aniquila. Cuando nos dimos cuenta todas las piezas estaban ya en
el suelo. Reímos.
Nadamos algunos días, toma la pelota y jugamos, ahora me está
enseñando soccer. Es divertido porque Kaisser y Kamille se alocan.
He plantado algunos árboles nuevos, me gusta, me recuerda a la
reserva, al igual que la cocina. Él sigue siendo el de siempre; ligero,
fresco, juguetón a veces, me arranca carcajadas y con el paso de
los días he podido dejar de lado ese miedo que al regresar me
carcomía. Con Dáran me siento segura, protegida. La rutina en la
isla si bien no es la misma que en aquel paraje, me agrada. Se
encarga de encapsularnos y logro olvidar casi todo, salvo lo que
experimento por él…
Lo observo más, lo ansío más, me encuentro estudiándolo con
mayor detenimiento, cuando juega con los animales, o da alguna
orden, cuando habla por teléfono así; contundente, autoritario, en
diferentes idiomas. Cuando se comunica con sus escoltas en maorí,
cuando después de estar juntos me mima y se comporta
aterradoramente dulce pues suelo terminar temblando,
conmocionada, aturdida. Siempre siento más, siempre logra llegar
tan hondo que me encuentro, por algunos minutos, completamente
vulnerable, rendida a él.
En cuanto al laboratorio ha estado al tanto de los avances, pero
no se inmiscuye con mis decisiones, en ninguna, de hecho yo suelo
ser la que le cuente un poco porque de su boca no sale nada
relativo a ese tema.
Hemos terminado sumergidos en una guerra de rosetas de maíz,
ahí, en la sala después de estar viendo una película que nos
aburrió, discutimos como dos niños por quién la había elegido y
entonces, todo se alocó y comenzamos a aventarnos las palomitas.
La verdad quedó todo hecho un desastre cuando nos percatamos,
en medio de risas, yo arriba de un sillón y él, tras el respaldo del otro
con el bote en la mano. Cuando me di cuenta ya estaba sobre mí
ahí, en medio de aquella locura, besándome. Debo aceptar que me
dio pena que alguien lo tuviese que limpiar así que entre ambos
levantamos a gatas la mayoría. Al día siguiente no había rastro de
nuestra travesura infantil.
Podría coleccionar momentos así a su lado, ya son tantos que he
perdido la cuenta y me aturde comprenderlo. Soy adicta a sus
sonrisas, a su manera de mirar, de arquear su ceja marcada, a esa
forma serena de encarar cada cosa, a su voz ronca, tan masculina,
a sus conversaciones vastas, llenas de cosas que me siguen
asombrando y disfruto tanto, a su ligereza, a su forma de
envolverme para dormir, a sus manos sobre mi piel, a su forma de
llevarme a los límites de mí misma, del placer.
Sin embargo, lo ocurrido esa noche previa a que saliera de viaje
por primera vez después de regresar de la reserva, o no lo dicho, en
realidad, se clavó en mí. Y duele. Soy para él lo que soy y me obligo
cada vez con mayor fuerza a no pensar en otra dirección, de otra
manera, porque sería ridículo, porque me haría daño, porque…
evadir cualquier atisbo de sentimiento es lo más sensato. Julio está
ya por finalizar, seis meses llevo aquí, a su lado. Estoy a muy poco
de terminar lo que empecé, un tiempo prudencial más y todo habrá
acabado… lo cierto es que… Ya no sé si la meta de marcharme es
lo que quiero.
—Luces cansada, wahine —interrumpe mis pensamientos esa
voz que se hunde en mí como si fuese hecha para activar mi vida.
Sonrío sentada en el jardín, donde jugaba con Kaisser mientras
Kamille está a mi lado, mirándolos. Se recuesta a un lado y posa su
cabeza en mis piernas, rodeando mi cintura con una mano. Le
sonrío y acaricio su barba.
—Tengo un poco de cólico —acepto torciendo los labios. Baja mi
cabeza y me besa.
—¿Quieres que vayamos a que te recuestes un rato? —pregunta
solícito. No soy de ponerme mal, solo me da sueño, tengo algunos
antojos, aunque no dura mucho eso.
—Es temprano, no quiero arruinar el día.
—No lo haces, me gusta cuidarte, mujer —asegura clavando sus
ojos en los míos. El aire ahí suele ser intenso, aunque el clima ahora
mismo es agradable. Alzo el rostro y me permito sentirlo un poco.
Llevo un moño mal hecho, una blusa azul turquesa y vaqueros un
poco rasgados. Jamás los hubiese comprado, antes, todo suena
ahora así, a “antes”, pero los vi en el armario cuando repasaba las
opciones, que siguen siendo demasiadas, los saqué alzando una
ceja, luego me los probé y me gustaron, así que aquí estoy, con
vaqueros rasgados y me siento osada, además de despeinada, pero
me agrada la libertad que me brindan esos detalles—. Por cierto, la
semana que viene debo ir a Montreal, habrá una convención, estaré
un poco ocupado, pero puedes pasear por ahí con Tom cuidándote,
por supuesto, y en la noche hay un coctel de clausura al que debo
acudir. ¿Qué dices? —pregunta, bajo la mirada y dejo de acariciarlo,
me observa cauto.
—Estoy por terminar… —le recuerdo.
—Lo sé, pero nos vamos el viernes por la noche y el domingo
estamos aquí. No interfiere —explica. Siento un nervio extraño
recorrer mi columna, desvió un poco la mirada, me muerdo el labio.
Ir juntos, como si fuéramos… Mando lejos ese pensamiento, no sé
en calidad de qué iré, su amante, asumo y no se siente correcto,
tampoco me agrada, pero quiero estar a su lado, siento curiosidad
por verlo en ese elemento que me contrasta con lo que hasta ahora
he visto de él—. No es lo más divertido, pero podremos bailar un
poco —dice alzando las cejas, provocativo.
—Sí, está bien —acepto. Abre los ojos asombrado, se levanta y
me besa.
—Ya había creado un plan para convencerte, mujer, me alegra
ese “sí”
—¿Qué plan? —le pregunto riendo sobre su boca.
—Uno interesante…
—Dime —exijo. Ya sabe que no tolero que me pinche así,
siempre caigo.
—Tú —dice acercándome posesivo—, yo —gruñe
mordisqueando mi labio—, la cocina —y me besa en la comisura
con cuidado—, cocinando algo delicioso… —sigue, mi vientre ya
pulsa. Lo hago a un lado, buscando aire, sonriendo—. Solos.
—Eso suena… bien —admito un acalorada.
—Y peligroso, wahine, pero cerraré con llave —determina
guiñándome un ojo con suficiencia. Rio rodando los ojos.
—Siempre eres un burdo.
—Y tú te sigues sonrojando por eso. Eres mi adicción, Elle —
señala tomándome por la nuca para besarme.

La semana transcurre, el viernes llega rápido y yo estoy exultante


y para qué negarlo, nerviosísima. Y es que le informé a Dáran el
miércoles que estoy lista para dejar lo del virus en sus manos. Se
asombró cuando se lo hice saber en medio de la cena, aunque la
verdad es que de inmediato se mostró aliviado. Por lo que convocó
una junta para hoy, viernes. Es evidente que no quiere ya demorar
las cosas. Ni yo, la verdad.
Es en un edificio enorme en el centro de Nueva York, son las
primeras horas de la mañana. Llegamos en helicóptero y no puedo
creer que ese monstruo sea parte de su patrimonio.
No me mencionó que sería ahí, hasta que me despertó por la
mañana. Casi lo golpeo. Me decanté un atuendo rojo por completo;
un pantalón holgado que llega amplio hasta mi pantorrilla, una
camisa del mismo color, corbata roja que venía con la indumentaria
y un saco a juego. Me alisé el cabello, hice partido a un lado, lo
sujeté con un prendedor para que no se viniera a mi cara y me
maquillé un poco. Me miré en el espejo por un momento, respirando
con el pulso acelerado. Este es el principio del fin de todo esto que
he vivido, que me ha costado tantos momentos de miedo, de
desazón, de inseguridad. Sonreí a mi reflejo. Lo había hecho,
acabé.
—Wahine, debemos marchar —llamó desde abajo, entre llamada
y llamada. El celular no dejó de sonar, pero él no se inmutaba, solo
atendía, tan calmo como suele lo escuchaba. Bajé cuidadosa por los
tacones, nerviosa, con las palmas sudando. Volteó y separó el
aparato de su oreja. Colgó a su interlocutor y se acercó enseguida.
Sus ojos miel me contemplaron y su gesto se tornó
arrebatadoramente masculino, de por sí. Me tendió la mano y ya
abajo, me hizo girar. Reí avergonzada.
—Logras que sienta la tierra bajo mis pies, mujer, pero por Dios
que ahora mismo creo que alucino —expresó cautivado.
—¿Voy bien? ¿No es demasiado? No sé si… —acalló mi boca
acercándome a su cuerpo, colocando su mano sobre mis labios que
solo llevaban un poco de bálsamo brillante.
—Perfecta, un arma más que poderosa, Elle, mucho más —
determinó rozando mis labios, perdiéndose en mi aroma. Sonreí.
—Estoy nerviosa —confesé tímida.
—Elle, nadie sabe tanto de esto como tú, date cuenta de lo que
hiciste.
—Solo quiero que esto termine, Dáran —admití atribulada. Posó
su nariz sobre la mía, un poco tenso.
—Lo peor ya pasó, lo lograste.
—¿Estarás ahí? —quise saber, cauta, con mis manos sobre el
saco azul oscuro que le queda a la medida.
—¿Y dejar a mi mujer sola en todo esto? Impensable, Elle. —
Rodé los ojos. Me sacudió por la cintura—. Además, me
corresponde ir.
~*~
Y aquí estamos. En el último piso, el más alto, con una vista
espectacular, nos reunimos con el jefe del laboratorio que desde
este punto se hará cargo, además de Dawn, dos expertos en cada
área, y la directora del departamento de comunicación de dicha
empresa y de Dáran, sin contar con Kelly que no se le despega en
todo momento, tanto que me incomoda. No la había visto en acción,
parece adivinar hasta sus pensamientos. Hago a un lado la
sensación, me debo centrar.
Durante casi dos horas expongo todo sobre el virus; su
estabilidad y que ya se presta para trabajar con él de manera segura
y confiable, ya se ha probado la eficacia del antiviral combinado y la
manera de proceder para la vacuna de la enfermedad y evitar que
se propague más. Así que los resultados son prometedores, el
índice de error es casi nulo después de las pruebas realizadas y lo
que se ha observado en sus reacciones, los siguientes protocolos
les corresponden a ellos.
Dáran solo me mira desde su asiento justo en la cabecera de la
elegante mesa. No interviene y permite que me pregunten, que me
desenvuelva, que me explaye. Uno de los bioquímicos, encargado
del desarrollo en la farmacéutica, en quien recaerá lo subsecuente
de los antivirales. Cuando acaba la exposición y se determinan los
protocolos a seguir, se aclaran las dudas de todo para poder hacerlo
de dominio público y anunciar que ellos tienen ya la solución, se
acerca mientras los demás terminan hablando entre sí. Dawn con
Dáran y la encargada de relaciones públicas, que sé tendrá una
reunión después con ellos para determinar ruta de acción. Kelly
tomando notas.
Apago mi Tablet, cierro mi cuaderno y no sé qué sentir. Esto es
un gran logro en mi carrera, pero el precio fue altísimo y me sumerjo
en un conflicto interno entre lo que es correcto y lo que concierne a
mi salud mental. Sé qué en cuanto se dé a conocer esta
información, dejaré de estar en la mira, así que a Dáran le urge que
se trabaje en ello por lo que escucho que sostendrá otra reunión con
el área responsable de comunicación, para que el mensaje sobre el
tema quede claro y listo. El día anterior no llegó a cenar, de hecho
llegó tarde, estaba adormilada, le pregunté entre sueños qué
ocurría, me dijo que debido a la reunión de hoy, había tenido
muchas cosas que hacer, no es común, pero le ocurre.
Es un hombre ocupado, no lo dejan ni respirar, lo observo cauta,
desde la mesa donde acomodo mis cosas. Apenas si acabamos
cuando lo interceptan. Me sonrió frustrado y le devolví el gesto,
indulgente, ese es su mundo, lo que hice, un negocio que
seguramente dará a ganar varios millones pues por lo que se dijo se
buscará patente de hasta quince años por la innovación y lo que
implica. No tengo mucha idea de qué tanto hay debajo de todo esto,
pero al ver cómo lo acechan, las preguntas, comprendo que más de
lo que imagino.
—¡Guau! Además de inteligente, hermosa, muy joven —escucho
a mi lado, volteo y reconozco al bioquímico. Debe tener unos treinta
años. Es alto, bien parecido, peinado inmaculado hacia atrás,
delgado.
—Tú tampoco luces muy mayor para el puesto —señalo
sonriendo, amigable. Cruza sus brazos y recarga la cadera en la
mesa.
—Vaya, gracias, lo tomaré como un cumplido, Elle… ¿Puedo
tutearte? —pregunta amistoso. Siento el rubor en mis mejillas. No
estoy acostumbrada al flirteo, además, ahora mismo me hace
sentir… incómoda, como si no fuese lo correcto, eso sin contar que
no me siento ya capaz de confiar en nadie.
—Preferiría que no, doctor Newman —oigo tras de mí, aunado a
que siento una mano enredarse en mi cintura. Pestañeo notando
cómo el semblante del hombre con el que conversaba cambia de
inmediato, se yergue y pone formal.
—Lo lamento, señor Lancaster, no quise ser irrespetuoso —
apunta tenso.
—No lo fuiste. Me llamo Elle —le respondo sonriendo sin mirar a
Dáran, que aprieta un poco su mano torno a mí.
—Felicidades por lo que logró, señorita Phillips, tiene por delante
una carrera brillante. Con permiso, señor Lancaster, un gusto —
logra decir y se aleja. Alzo los ojos y Dáran me observa de forma
penetrante, no sé descifrar su mirada.
—Dáran, en la línea está el señor Lavev —le anuncia Kelly,
interrumpiendo eso que no sé qué es. No la mira, mantiene su
atención en mí.
—Vamos a que descanses un poco —murmura tomándome de la
mano, dejando a Kelly ahí, y a los demás que nos observan, aunque
Dawn enseguida noto que asume el control de todo. Sus escoltas
nos siguen. En el elevador intento soltar su mano. No me lo permite.
Lo miro con el ceño fruncido. Sonríe negando.
Arriba el helicóptero nos espera.
—Avisen a Dawn que regreso más tarde —ordena a Ron, quién
habla por su intercomunicador y da el aviso. Una vez arriba abrocha
mi cinturón, luego el suyo y me tiende los auriculares. Volamos
sobre la ciudad de Manhattan. Es asombrosa y me pierdo en la
increíble vista, luego bajamos en otro lugar. Otro edificio. Entramos
a un elevador, y pronto se aparece un apartamento impresionante.
Abro los ojos atónita. Escucho que algo le dice a su gente y nos
dejan solos. Es de dos plantas, ventanales enormes que permiten
ver toda la ciudad.
—Por Dios… —susurro con el pecho contraído.
—Puedes descansar aquí, tengo cosas que hacer, cenamos
juntos y por la noche volamos a Montreal, tu equipaje está listo —
me informa sereno. Volteo desconcertada, un tanto molesta.
—¿Por qué te portaste así con Newman? Solo quería hablar —le
reprocho. Se frota la barba, analítico, luego introduce una de sus
manos en el bolsillo del pantalón de vestir. Alza una ceja y me
estudia.
—Quería coquetear… ¿O me dirás que no lo notaste? —inquiere
a un metro de mí, ahora con las dos manos dentro de los bolsillos,
examinándome. Sé que mis mejillas me delatan así que prefiero no
responder—. Vaya, lo notaste y, aun así, continuaste.
—No hacía nada malo. Parece que no puedo hablar con nadie…
Es absurdo.
—Nadie que te mire como si desear estar entre tus piernas, Elle
—masculla serio.
—¡Eres un vulgar! —gruño molesta. Sonríe asintiendo,
acercándose como un felino al acecho.
—Y tú una tentación, mujer, una con la que se debe tener
cuidado —asevera. Retrocedo, indignada.
—Hoy era un día importante, uno que marcaba algo importante
para mí —le reclamo.
—Y para mí también —secunda caminando aún, sigo
retrocediendo.
—Sí, lo sé, mucho dinero está en juego. Y el que sea según tú
una tentación, cosa ridícula, no te da derecho a encerrarme aquí,
ahora. —Mi pantorrilla choca con una mesa. Me detengo, volteo y es
parte de la decoración de esa sala descomunal. Gimo cuando él me
toma por la cintura, acercándome a su cuerpo.
—Tengo ya muchos millones, Elle, no necesito más. Y en cuanto
a lo otro, tu seguridad sigue siendo mi prioridad, y es ahora que se
revolverá de nuevo el avispero, no jugaré con esto, puedes
asegurarlo. Así que no lo veas como una prisión porque no lo es,
solo no puedes andar por ahí, como si nada en medio de Nueva
York.
—Mañana iremos a Montreal, ¿estaré encerrada? Prefiero no ir,
gracias —refunfuño, removiéndome.
—Allá tengo todo listo, es más sencillo cuidarte. Aquí no. Solo
disfruta de tu logro y más tarde lo haremos juntos.
—A veces siento que te detesto —le hago ver buscando que sus
manos me suelten. No lo hace, a cambio sonríe, calmo.
—No, estás enojada, frustrada, todo eso es normal y lo entiendo.
Yo también ansío tu libertad, no estar preocupado por si tu lindo
trasero —y lo apresa pegándome a su excitación, jadeo acalorada
—, está en peligro, porque el único maldito lugar en el que quiero
que esté es sobre mí. Así que te suplico seas más cauta, me hagas
más fácil la tarea de cuidarte y me esperes aquí, tranquila —pide ya
con su boca cerca de la mía.
—¿Por eso te portas de esa manera con ese hombre que solo
quería hablar conmigo? —reviro evadiendo sus labios.
—No, eso lo hice porque fue estúpido al acercarse así a mi mujer.
—Que no soy tu mujer, bestia —respondo irritada. Sonríe con
malicia y me carga sobre su hombro.
—Eso lo vamos a dejar claro ahora mismo, Elleonor.

Abre una puerta en la planta alta. Ya le grité un repertorio


indecoroso de groserías, ya le pegué en la espalda y ya pataleé.
Solo conseguí que frotara mi trasero. Me baja junto a una cama.
Unos ventanales enormes también están ahí, justo al frente,
circundando la habitación. Al sentir el piso sobre mis pies, me
tambaleo, retrocedo y me retiro el cabello de la cara, él ya se
empieza a quitar la corbata.
—¿Qué haces? —le pregunto furiosa.
—Dejando claras algunas cosas —responde quitándose las
mancuernillas. Niego atónita. No lo puedo creer.
—Quítate la ropa, wahine —ordena así, apacible, confiado.
—Estás demente. No me acostaré contigo. Olvídalo —aseguro
yendo rumbo a la puerta, me detiene por la cintura y me adhiere a
su cuerpo. Intento quitarme pero alza mi cabello y comienza a besar
mi nuca, mi cuello. Mi piel responde erizándose, mi garganta
jadeando.
—Me enloqueces, mujer, de verdad que sí —dice sobre mi oreja,
al tiempo que apresa uno de mis pechos. Gimo porque mi vientre ya
pulsa, porque estoy absolutamente húmeda, porque no lo puedo
evitar cuando se trata de este hombre. Me hace girar y me besa con
fiereza. Le correspondo sin pensarlo.
Empieza a desabrochar mi blusa, me quita el saco, la corbata,
luego se deshace del suyo. Nota el sostén rojo. Gruñe. Busca mis
ojos asombrado, muerdo mi labio porque fantaseé al ponérmelo lo
que haría al verlo y luego posa su mirada ahí. Me toca como sabe
que me gusta.
—Me tienes por completo, Elle, entiéndelo, mujer —murmura
besándome otra vez.
Pronto estamos sin ropa entre nosotros, besa cada centímetro de
mi cuerpo, lo lame, lo saborea, me mordisquea. Jadeo entrecortada,
ahí, de pie frente a esas ventanas enormes, es morboso y excitante
a la vez. Alza una de mis piernas y entierra su lengua en mi
humedad. No veo de donde sujetarme salvo de sus hombros, de su
cabello, lo hace con brío y grito cada tanto, temblando.
Estoy al límite, lo sabe. Me arrastra hasta el respaldo de un sofá
a tan solo un metro de la ventana. Edificios se ven por doquier. El
sol a lo alto. Se coloca tras de mí. Cuando sujeto el respaldo toma
mi cintura, abre mis piernas con las suyas y lentamente empieza a
hundirse en mí. Me quejo por lo innovador. Doblo mis brazos y
encajo los codos en la tela para enseguida terminar con mi clavícula
sobre el acolchado, aferrada a los costados del respaldo. Mi trasero
se levanta y entra más profundo. Me arqueo ante la nueva
sensación de saberlo tras de mí, así. Su mano acaricia mi espalda y
la otra ya busca mi centro. Agacho la cabeza cuando está
totalmente adentro.
—Si quieres que me detenga… —logra decir contenido.
Niego, de puntillas. Es alto, y eso intensifica todo, sale despacio y
entra con bravura. Grito alzando la cabeza, no puedo sentir tanto.
Mis piernas tiemblan por la tensión, mis brazos y mi entrepierna late
desaforada. Se agacha y sale para entrar de nuevo con rigor, pero
ahora sujeta uno de mis pechos. Es demasiado.
No se detiene va y viene así, rápido, con fuerza. Siento que no
puedo más, que me llena, que su mano en mi sexo me enloquecerá,
que sus dedos apresando mi pezón harán que me desmaye.
Escucho su respiración, nuestros roces fuertes, no puedo más. Me
arqueo una y otra vez. Es demasiado. Cada vez me penetra con
mayor fuerza, con mayor brío. Grito temblando desesperada, mis
piernas se doblan y entonces todo revienta en mi interior barriendo
con cualquier pensamiento que no sea él, dentro de mí, así. Él ruge
sobre mi nuca, sudoroso.
—Mi mujer, Elle, eres mi mujer —escucho entrecortado. Tiemblo
de pies a cabeza, no puedo moverme, mis piernas no me sostienen,
es Dáran que me tiene rodeada ahora por los huesos de mi cadera.
Sale de mí, despacio, me hace girar con suavidad y me carga con
cuidado. Me acurruco contra su pecho, aturdida aún. Me recuesta
sobre las cobijas. Va al baño para quitarse el preservativo que no
noté en qué momento se puso y regresa. Se hinca frente a mí.
—Fui brusco, maldición —sisea agobiado, acariciando mi mejilla,
haciendo a un lado mi cabello. Niego agotada, sonriendo un poco.
—Fue diferente… —logro decir conciliadora, deleitada.
—No quiero lastimarte, Elle —asevera—. Te deseo de esta
manera bestial y… —Lo acallo con mi mano en su boca rodeada de
esa barba que me encanta.
—Me gustó, solo fue… nuevo, pero me gustó te lo aseguro —le
hago ver, lánguida. Busca mis labios y me besa, luego pega su
frente a la mía.
—Eres tan dulce, a veces me dejo llevar, toku aroha *(Mi amor),
seré más cauto —promete.
—Solo quiero descansar un rato. Anda, aquí te veo después —lo
insto sonriendo. Su culpabilidad me doblega, él en general. Me besa
de nuevo absorbiendo mi aroma.
—Festejaremos hoy por la noche todo esto, así que solo ponte
ropa cómoda, wahine —me pide a tiempo que cubre mi cuerpo
desnudo con el acolchado. Lo observo tomar sus cosas y meterse al
baño, se da una ducha y sale tan impecable como estaba antes de
que este deseo nos atacara. En cuanto me quedo sola caigo
rendida. Después de todo el estrés que solté en la presentación,
aunado a la dosis reciente de extenuante ejercicio, no me resulta
difícil.
~*~
Deambulo más tarde por ahí, el lugar es impresionante. No es
muy del estilo que podría pensar de Dáran, pero la realidad es que
cada sitio es diferente, solo concuerda algunas piezas maoríes
colocadas discretamente, de forma elegante. Regreso a la
habitación, tomo mi Tablet y leo un poco. Una mujer, cuando me ve,
me ofrece algo para almorzar, ya es tarde y no tengo tanta hambre,
permanecí dormida mucho más de la cuenta.
Voy hasta el que imagino que es el vestidor. Pestañeo, es
imponente. Entro y el aroma de él me envuelve, la ropa que llevo
está arrugada. Deseo darme un baño. Paso mis manos por sus
trajes, sus pantalones. Luego noto el espacio que tiene indumentaria
femenina, no es mucha pero hay una variedad justa para elegir. Sin
fijarme sé que es mi talla, como siempre. Tomo unos vaqueros, un
suéter holgado y botines. Dijo cómodo, y eso lo es. Me ducho sin
cerrar la puerta, solo la de la habitación. Encuentro todo lo que suelo
usar. Debería estar acostumbrada pero no lo estoy, no puedo. Me
seco el cabello, me hago un moño alto, encuentro un kit de
maquillaje de la misma marca, que imagino es costosa, como en
cada lugar en el que he estado. Debe ser dueño o accionista. Me da
igual. Le doy color a mis mejillas y bálsamo para los labios, un poco
de rímel. Me veo en el espejo y sonrío, me gusta así, este estilo,
reconozco.
Leo durante un rato hasta que lo escucho llegar. Alzo la vista,
habla por el manos libres. Se despide cuando me ve, sonríe
satisfecho, se acerca y me besa. Enredo mi mano en su nuca.
—Te ves preciosa, dame unos minutos y nos marchamos, ¿sí? —
solicita con el saco colgando del brazo. Asiento—. ¿Descansaste,
estás bien? —pregunta deteniéndose a un metro.
—Sí y sí —respondo sonriendo. Me da otro beso y se va.
Salimos media hora después. Lleva ahora sus usuales vaqueros
y camiseta ligera, su cabello igual que yo. Bajamos hasta el auto,
nos subimos en uno lujosísimo que nos espera y luego aparcamos
minutos después, pues el tránsito es increíble, frente a un edificio
igual de alto, pero está en construcción. Lo miro sin entender.
—¿Quieres mostrarme otra de tus adquisiciones? —pregunto
antes de bajar.
—Ya sabes, me gusta alardear —apunta ligero.
Nos escoltan, como suele, y subimos por el elevador. Todo está
en obra blanca, podría decirse, sin detalles. El aparato se detiene en
un piso vacío. Veo concreto, pilares del mismo material y ventanas
de piso a techo con una vista igual de hermosa que la de su
apartamento. Solo una abierta para que el aire entre, entonces
distingo tras un muro un mantel sobre el piso, velas, flores en
algunas macetas, comida en cestas, vino. Sonrío, los escoltas
quedan afuera del lugar, por la puerta principal. Me acerco.
—¿Qué es esto? —pregunto notando los detalles. Rodea mi
mano y se la lleva a la boca.
—Si te hubiese llevado al restaurante más lujoso, lo hubieras
desdeñado, lo sé. Y esto lo aprecias —expone calmo. Agarra uno de
los cojines que están recargados en un muro, y lo coloca
invitándome a sentar. Lo hago encantada, tomo una uva que
encuentro en ese picnic campirano en medio de la ciudad, la
muerdo y luego le tiendo otra. Se sienta a mi lado, la muerde riendo,
coloca su celular enfrente y enseguida empieza a sonar música, no
sabe vivir sin ella.
Sirve dos copas con vino blanco, me ofrece una y la alza.
—Por esta mente brillante que tengo frente a mí. Salud, wahine
—brinda con los ojos fijos en mí, alzo la mía y la choco.
—Salud, Dáran —secundo chocando los cristales, alegre.
Hablamos de muchas cosas, reímos bromeamos. Me informa de
que ya está todo listo y que la noticia se dará a conocer el lunes a
primera hora, pero que ya se sabe en el gremio. Luce tranquilo,
satisfecho. Estamos tendidos sobre el piso, hablando de tonterías
cuando suena el celular, ve quien es, no responderá, así que se lo
quito, juguetona, pícara. Alza su ceja.
—Abre la cámara —pido con suavidad. Coloca su huella y lo
hace, me lo tiende. La pongo invertida y tomo una foto de ambos
ahí, en medio de ese lugar. Sonrío al verla porque él me mira a mí y
yo al lente—. Para recordar este día —murmuro regresándoselo. Lo
agarra, me besa y escucho que toma otra. Rio sobre su boca pero
no me suelta y otra. Luego lo deja, y esa canción, la misma que
hemos bailado tanto en el solariego, como un par de veces en
Wellington, comienza.
Lo miro comprendiendo que no es casualidad, menos cuando se
levanta y me tiende la mano. La voz ronca del cantante, su palma
descansando en mi cintura, las luces del lugar, su cuerpo cerca, su
aroma, la sensación de plenitud. Me dejo guiar como ahora ya sé.
Me da una vuelta, regreso, sonrío, nos mecemos bajo el ritmo, luego
me inclina y me alza de nuevo, rio otra vez. Sus piernas encajan
entre las mías, continúa haciéndome girar con elegancia, luego otra.
Es magnético, potente. Me lleva sin problemas y ahora ya sé qué
hacer, lo disfruto. No es una melodía común, nada típica y me gusta
cómo suena, me gusta más lo que dice, pero sobre todo que me
guía hasta él. Es una noche llena de dulzura, de frescura, baile,
sonrisas, recuerdos.
Después viajamos rumbo a Montreal en un jet privado, de diez
asientos. Todo su equipo de seguridad nos acompaña, su asistente
también, que permanece en su trabajo, absorta. Dáran se acomoda
a mi lado en uno doble. Caigo dormida casi en cuanto despegamos.
Aterrizamos a medianoche, nos trasladamos en un par de
camionetas. Pronto llegamos a un hotel lujosísimo, la habitación es
impresionante, está en el último piso.

Al día siguiente salgo por ahí, ya conozco, pero no deseo


quedarme encerrada. Dáran, antes de irse me explica que dejaron
varios vestidos de coctel en una de las habitaciones, que los vea y
el que más me gusta, lo elija. También me dijo que si deseaba
ayuda para mi arreglo, solo debía decirle a Tom.
Busco una cafetería en medio de mi caminata, esa que custodian
tres hombres. Me siento en un café que da a la calle, pido el mío y
ordeno para ellos. Se los tiendo cuando me los dan y me pierdo en
la gente, observándola atenta, relajada. Saboreo la libertad por
primera vez en mucho tiempo, aunque sé que no es total, no olvido
lo que me dijo el día anterior; ahora mismo todo está muy revuelto,
por lo que me pide hacer caso y no alejarme de más.
Cuando Tom me solicita irnos, le hago caso, un auto ya nos
espera y acepto que llame a alguien para mi arreglo. No tengo ni
idea de qué elegir, o cómo me debo peinar, mucho menos
maquillarme, estoy un poco nerviosa, debo aceptar.
En el hotel me ducho, al salir me avisan que ya llegó quien
solicité. Una mujer encantadora, me inspecciona. No habla mucho,
pero es ligera cuando lo hace y me da un par de opciones de
vestidos para que me pruebe. Ambos me gustan pero me siento
absolutamente extraña con esos escotes. Me convence usando un
aditamento especial que mantiene la tela en su lugar.
Me siento sensual, mujer, pero rara, muy rara. Como si no fuese
yo, aunque a la vez sí. Usa poco maquillaje, dice que no necesito
mucho para realzar mis rasgos, solo color pues soy muy blanca, yo
diría que más que eso, pero nunca me ha desagradado. Mis labios
son carmesí, mi cabello lacio gracias a la ayuda que lleva. Arreglan
mis manos, mis pies. Es una locura que de haber sabido no acepto,
pero cuando lo noto es tarde.
Salgo de la habitación, tímida, sé que él ya llegó, lo escuché.
Despido a la mujer que parece no estar acostumbrada a las
muestras de cortesía y lo busco en la recámara que compartimos.
Huelo su loción, sale del vestidor y al verme, se detiene. Solo lleva
el pantalón de vestir, mis mejillas se ruborizan. Quisiera
acostumbrarme a lo que su presencia genera, su cuerpo fuerte, pero
creo que esa es una causa perdida.
—¿Qué te parece? —pregunto levantando un poco los pliegues
del vestido, apenada, ese escote es tan pronunciado. Me llevo una
mano ahí—. Quizá es mucho, pero insistió y… —Él continúa de pie,
ahora pasándose la mano por el rostro. Alzo las cejas mostrando los
dientes. Leo lujuria en su mirada.
—Me metes en muchos problemas, mujer.
—No exageres —reviro adentrándome. Me recargo en una mesa.
—Oh, sí, demasiados, wahine, pero no importa, con tal de verte,
taku anahera *(Mi ángel) —acepta acercándose, besa mi mejilla, mi
cuello y luego el escote. Mi piel se eriza, lo hago a un lado,
acalorada.
—Basta…
—Sí, basta. Iré a cambiarme o te tomaré ahora mismo. Luces
perfecta, Elle, de qué otra forma podría ser —señala dándome un
beso en la frente, luego me carga y me besa.
—El labial —le digo riendo. Me baja y asiente con la boca ya
pintada. Gruñe frustrado y se mete de nuevo al vestidor—. Tanto
artilugio solo estorba.

La recepción es asombrosa, el lujo y la opulencia me aturden. Me


encuentro nerviosa ahí, entre esa gente que se nota enseguida de
mundo, que lo saludan con cortesía, otros con suma elocuencia, y
algunos más, como si fuesen buenos amigos. Dáran me presenta
con varios de los presentes, no suelta mi mano. Finge que no nota
cuando me miran de ciertas maneras, yo también, pero en lo
general son educados. Siempre que pide algo de tomar, lo huele
discretamente, a mí me da una copa y me pide que no la pierda de
vista y que le beba sorbos pequeños, que si quiero más solo acepte
lo que él me dé.
Habla con muchas personas, gente de sociedad, de altas esferas
económicas. Hay miembros del gobierno, políticos, conoce a la
mayoría o en realidad la mayoría lo conoce a él. Es un hombre que
se sabe conducir, desenvolver, de eso no tengo duda. Es prudente,
cortés, aunque para mí es notorio que tiene bien trazada una línea
donde nadie se ve que desee cruzar. Las mujeres poderosas son las
que más me sorprenden, son más agresivas, algunas son
simpáticas conmigo, hablan un poco, otras de plano me ignoran. Es
notorio lo que les atrae a mayores y jóvenes, y lo poco que les
importa mi presencia que no significa nada, pues soy Elle Phillips,
alguien prácticamente sin nombre para ellas. Los hombres no son
muy diferentes, pero sí quizá menos cortantes.
Bailamos un poco, mantengo mi copa todo el tiempo. Cuando
habla con alguien, no se aleja de la mesa donde a ratos hemos
estado, para luego volver y buscarme conversación, aunque no me
toca tanto, es atento, solícito. Noto que no tiene preferencia por
alguien en particular ahí, pero que tiene que ver con muchos más de
los que imaginé. No es mi elemento, eso seguro, pero intento
adaptarme así que si alguien me saca plática se la sigo, y si no, me
limito a observar, aunque hice más lo segundo que lo primero.
CAPÍTULO XXXVI

Me encuentro más tranquila desde que salió a la luz todo lo


concerniente al virus, aunque continúo a cargo de un par de
investigaciones de otro tipo. Hablo con Aide, me da el teléfono de mi
tía, lo anoto y guardo en mis contactos. Aprendo más recetas con
Rory, recorrí un poco el horario de salida para poder ir con ella, cosa
que él mismo propuso y con lo que estuve de acuerdo. Nado por las
mañanas, cuando Dáran se va al gimnasio, a veces se lo salta y me
acompaña, aunque la verdad es que acabamos en todo menos
nadando.
El deseo y la química entre nosotros son inexorables y crece
conforme más estamos juntos. Pensé que en algún momento,
después de pasar los primeros días, o semanas, disminuiría. Estuve
en un error, uno enorme. Lo ansío mucho más, se ha adueñado de
mi placer en un sentido absoluto que incluso a veces me asusta por
la intensidad, por lo mucho que lo anhelo, que lo necesito con
urgencia.
Habrá otro evento. Ha tenido que salir a juntas, cosas así, pero
cuando caen en fin de semana, comienza a pedirme que lo
acompañe.
Respecto a la vacuna y antivirales, salió en todos los noticieros,
no se habló prácticamente de Dáran, si no de Dawn, del laboratorio.
Esa semana lo vi en todas las noticias pues los países que la
crearon no tuvieron más que aceptar que cuando esté lista lo
adquirirán. Un golpe bajo que benefició a los países de
contraposición, en este caso el bloque de Dáran. Él dice que poco a
poco todo se irá calmando, le creo, sin embargo, sigue siendo cauto.
Viajamos a Los Ángeles, asistimos a un evento de caridad en el
que sus empresas tienen mucho que ver. También a Florida.
Siempre opulencia, siempre vestidos, siempre lo mejor. Personas
famosas incluso me ha tocado saludar, políticos de los que solo leía
en las noticias virtuales, o escuchaba en CNN, gente influyente que
amasa fortunas incalculables, casi dueñas de países. Es abrumador,
pero él es experto en ello; se limita a estar, habla lo necesario, bebe
casi nada, está al pendiente de mí, y ríe cuando se requiere. Es
sereno, pausado, observador, como un tigre al acecho, me asombra
esa es la verdad.
Este fin de semana volamos a Nueva York, a una cena. En una
lujosa casa, gigantesca, en las afueras. Ahí lo percibí más cauto,
aunque parecía conocer mejor a los presentes, y ellos a él, o por lo
menos eso creo porque me resulta complicado pensar en alguien
que lo conozca del todo; es misterioso, lo envuelve un halo como de
inaccesibilidad y es avasalladoramente imponente desde cualquier
ángulo.
Asistieron alrededor de cincuenta invitados de aquel hombre que
es dueño de las marcas más caras de autos en el mundo, deduje
por sus conversaciones que en general suelo no entender. Ese día
lo percibí serio. Me pidió vestir algo un poco más discreto, no
pregunté el motivo, yo no conozco esas esferas.
La verdad es que sí, había algo diferente, además de que todos
los presentes son magnates de vuelos incalculables, comprendí por
sus conversaciones. No son arrogantes, no la mayoría, incluso hubo
un par de hombres, de la edad de Dáran, que estuvieron platicando
con nosotros; Austin y Brian, dijeron su apellido pero no lo recuerdo,
sin embargo, se mueven con soltura, son amigables, además, Dáran
les sigue el cuento.
Cuando estuvimos solos durante un momento, me explicó que
fue a cerrar un trato importante con uno de los presentes y este tipo
de eventos refuerzan los negocios. Los escoltas quedaron afuera y
cuando llegamos noté que son varios, pero que se conocen entre sí.
Dáran se alejó durante unos minutos gracias a una llamada. Me
pidió permanecer ahí, en la terraza, acepté con la bebida en mi
mano, mirando a la nada.
—Buen gusto… —escuché tras de mí. Giré y una mujer de quizá
unos cuarenta años, se acercó. Guapísima, derrochando estilo,
glamour. Le sonreí y por reflejo busqué la mirada de él; se
encontraba a unos metros, hablando en otro idioma. La advirtió pero
solo me sonrió, señal inequívoca de que no tenía nada de qué
alertarme.
—Gracias —balbuceé acomodando mi cabello rubio tras la oreja.
—Al contrario, es un diseño único y lo portas de maravilla. Es de
los que más me han gustado. Desde que lo vi lo imaginé en alguien
así, como tú. —Su voz es ronca, fuerte, su personalidad también.
Mis mejillas se tiñeron ante su inspección, la manera en la que
evaluó mi prenda.
—Bueno, pues… gracias, supongo.
—Hola, preciosas, soy Victoria Ferrano —se presentó
acercándose, dándome un beso en cada mejilla. Le respondí pero
su nombre no me dijo nada y noté que debería ser así.
—Un gusto, soy Elle —respondí.
—Sí, escuché de ti. La verdad es que Dáran siempre ha tenido un
gusto excepcional. —No quise pensar a qué fue dirigido ese
comentario porque una parte de mí se sintió incómoda, yendo en
una dirección torcida—. Ese vestido lo diseñé yo —explicó al
percibir mi turbación. Abrí la boca y los ojos, asombrada. Bajé la
vista hasta lo que llevaba puesto y luego la miré.
—Oh, lo lamento, no sabía —me disculpé apenada. Me tomó la
mano y la palmeó indulgente.
—Tranquila, preciosa. Lancaster es accionista de mi línea
cosmética. Una fusión entre mis aportes y sus laboratorios. Tiene a
los mejores químicos del mundo a su disposición. Somos socios. —
Entonces recordé mucho de lo que hay a mi disposición en los
lugares donde he estado, además de otras marcas.
—Sí, he visto algo de la línea cosmética.
—Vaya, ven aquí. De mujer a mujer, cuéntame qué tal… —No
pude decirle mucho pero me encontré a gusto, me hizo reír, bromeó.
Dáran se unió a nosotras, la saludó con calidez y la velada
transcurrió agradable, pues se unieron unos más y entonces sentí
que no era tan difícil.
~*~
Dos semanas más pasan, agosto avanza. Sé que cada vez corro
menos peligro, pero Dáran no habla mucho del tema, sin embargo,
hemos ido a navegar, hemos realizado algunas excursiones para
volar cometas, a veces también lo hacemos en la isla. Podría decir
que ya he sembrado muchas cosas a su lado, ahí, por el lago y
están dando flores. Me encanta. Jugamos con Kaisser y Kamille y
pasamos también muchas horas enredados en esa cama, o en
cualquier lado de ese apartamento. A la par de todo eso, ha
comenzado a darme algunos regalos que… no sé qué me generan,
aun así, le agradezco sonriente. Brazaletes, collares, anillos, joyas
que imagino deben ser muy costosas aunque no me interesan a
decir verdad. Y ¡Dios! Las encuentro como dulces sobre mi ropa,
sobre mi almohada. La verdad extraño los twizzlers, pero parece
que esos ya no son parte de esto y tengo almacenados como para
dos vidas. En cuanto los encuentro, le agradezco, los guardo junto
con lo demás que están ahí; más joyas a las que él o yo, con
nuestras huellas, tenemos acceso.
Una cena más se llevará a cabo mañana, elegir mi indumentaria
fue sencillo, Victoria me hizo llegar un vestido hermoso que sin duda
usaré, por medio de Dáran.
—La cautivaste, wahine, y eso no es fácil. Es recelosa— apuntó
cuándo me lo mostró, dándome un beso en el cabello pues me
desconcertó y lo examiné intrigada.
—Entonces tienen cosas en común —reviré alzando el rostro
para verlo, dejando de lado el regalo. Sonrío torcidamente.
—Sí, en este mundo es necesario, taku anahera. —Le sonreí y
no hablamos más del tema, ni del vestido que es hermoso pero no
capta mi atención como el pastel de arándanos que preparé como
postre de la cena.
~*~
Me ayuda Dáran a bajar del auto, llevo el cabello recogido en un
moño clásico con partido del lado. Poco maquillaje, ahora no requerí
ayuda, me las arreglé sola para ambas cosas y ese vestido que me
queda como guante. Me toma por la cintura y entramos. La
suntuosidad queda clara en cada esquina, en cada detalle. Es… un
poco exagerado, para mi gusto. Una finca enorme, en medio de
muchas casas que deben valer millones, o más.
—Luces asombrada, wahine —susurra contra mi oreja. Mi piel se
eriza y lo miro sobre mi hombro.
—Es excesivo lo de ustedes —repongo notando que ahora son
un poco más de invitados. Besa mi cabello.
—Cuando nada es suficiente, nada es excesivo —responde. Lo
veo ahora sí, luce serio, pero sereno.
Ingresamos, me piden mi abrigo, él me lo quita con
caballerosidad y se lo tiende a una de las chicas que tiene mi edad,
noto, y trabaja ahí. Pasamos por un salón enorme, lleno de arte, de
pronto una mujer aparece, una que he visto en algún lugar, una que
es impresionante como todas ahí; exótica, de ojos claros, cabello
asombroso, bronceada y con un cuerpo que me descoloca. Nos
sonríe.
—¡Dobro pozhalovat' dorogoy! *(Bienvenido, querido) —dice en lo que
imagino es ruso, o algo así. Abriendo los brazos, contoneándose.
Me mira, sí, apenas un poco porque se concentra en él. Dáran luce
tan inmutable como suele. Le sonríe lánguido, pronto ella toma su
rostro entre las manos y la da un beso en cada mejilla. La sensación
se instala en medio de mi estómago. Una que comienza a comerme
de a poco, que me resulta desconocida pero me somete.
—Hola, Maya. Me alegra verte. —Habla él, separándose un poco,
sin soltar mi mano. Ella le sonríe genuinamente. He visto muchas
bellezas a últimas fechas, la verdad es que sí llega a hacer mella,
pero lo logro pasar porque simplemente no está en mis prioridades,
además, ninguna lo ha mirado de esta forma, como si le
perteneciera, y quizá sí, sea de las mujeres más bellas que he visto
en mi vida.
—Sí, no hace tanto, pero se siente mucho. ¿No, querido? —
responde con voz arrulladora, con un dejo de acento que supongo
es su natal.
—Te presento a Elle —masculla él tomándome por la cintura para
acercarme un poco. Me intimida, esa no lo puedo negar. Esos ojos
impresionantes me observan un segundo, luego a Dáran, y de
nuevo cae su atención en mí. Sonríe de una manera perfecta.
—Un gusto, Elle, me alegra tenerlos por aquí. Supe que diste con
algo importante. En hora buena por tu aportación —expresa con
tono sereno, educado. La realidad es que el que toque ese tema me
aturde, creí que nadie estaba enterado, ahora imagino que esa
gente lo sabe pero no habla de ello.
—Gracias, un gusto también —respondo tensa. Ella se enreda en
el otro brazo de Dáran. Busco quitarme porque esto no me está
gustando, pero entierra sus dedos torno a mi cuerpo mientras Maya
habla sin detenerse sobre un nuevo modelo de avión, un viaje a una
playa virgen y cosas que entremezcla en ruso. Él la entiende pero
en definitiva yo no y ácido sube por mi esófago, una vena posesiva
aparece y me desconcierta.
Al ingresar a una terraza impresionante, después de cruzar
opulencia y más opulencia, a la que no le presto mucha atención,
porque me encuentro irritada, molesta, como nunca me ha ocurrido,
Victoria aparece frente a nosotros.
—¡Vaya!, pero si te queda perfecto, preciosa. ¡Me alegra que
llegaran! —exclama y saluda a Dáran con dos besos. Me parece un
poco esnob, pero ya empiezo a entender que así son. Maya le
sonríe cálida—. Acompáñame, vamos a mostrar mi obra de arte.
—Sí, vayan —avala la anfitriona.
Dáran duda por un segundo, pero luego me suelta. Me alejo
tensa, aunque alcanzo a atisbar cómo le quita la mano de su brazo.
Victoria me lleva entre la gente, me presenta y conozco a más
personas que en otras ocasiones. Dáran habla con un hombre
mayor en una esquina, aunque sin perder detalle de mis
movimientos. Yo solo siento que no me agrada verlo con otra mujer,
no cuando lo miran así, cuando se acercan así.
El sitio tiene antorchas, meseros, canapés, una piscina. Hay
personas de edad variada, de todos los estilos, aunque pondera el
elegante. En medio de una charla que no le llevo bien el hilo, con
Victoria al lado, peino el lugar. Maya sonríe por algo dicho, lleva una
copa y su acompañante es un hombre alto, atractivo, pero
acartonado. ¿De dónde la conozco?
—¿Es verdad que descubriste cómo curar ese virus tan
pendenciero? —silva un hombre a mi lado, debe tener 30 o 35.
Asiento sonriendo, tímida. Otro me toma por la cintura. Me alejo
desconcertada porque no reconozco esa mano y porque no me
agrada. Es otro que sonríe de forma lasciva.
—¿Eres más hermosa que brillante? —pregunta. Posee unos
ojos grises asombrosos, de cabello corto, un tanto desaliñado, lleva
una copa y me la tiende. No sé qué hacer. Me siento observada.
—Sería muy presuntuoso contestar —reviro. Una mano cálida
sobre mi hombro casi me hace soltar el aire.
—Lancaster, es una agradable sorpresa saber a quién nos
trajiste. Pusiste el mundo de la salud y político de cabeza por un
rato, se habla de un arma biológica...
—Es hermosa y brillante, un combo —secunda el primer
interlocutor. No me siento cómoda, preferiría estar en otro lugar.
Victoria me sonríe, notándolo.
—Lo es —habla Dáran tras de mí, con su mano ahora en la cuna
de mi cuello. Luego se acerca de un movimiento felino casi
imperceptible y me retira la copa de entre los dedos que tomé para
no parecer descortés. Bebe un trago, sonriendo, noto de reojo, pero
no me la devuelve. Comienzan a hablar de las ganancias en el área
de la salud que esto producirá, sin hablar de números y de las
características de la enfermedad. A veces me preguntan, pero en lo
general solo observo y asiento.
—Elle, ¿me permitirías tomarte una foto con el vestido? —
pregunta Victoria, sonriente. Soy como su juguete favorito en este
momento. Dáran ya está a mi lado, entre ellos se miran—. La nueva
colección, querido, ahora te la regreso. Ella es justo lo que necesito
—señala con ademanes elegantes.
Podría contestar yo, eso lo sé, pero todo esto me tiene alerta, no
es mi terreno. He estado en peligro de morir más de una vez en los
últimos meses y lo temerario ahora mismo está lejos de mí, más si
me percibo en una zona de riesgo, como ahora.
—Elle, ¿qué dices? —habla él, y veo que no hay problema en sus
ojos. Asiento ruborizada y tomo la mano que me tiende la
diseñadora.
Un hombre vestido de manera asombrosamente moderna, quizá
demasiado para mí, saca una cámara y me coloca en una banca un
tanto alejada de la reunión.
—Sabía que te verías perfecta, debía cerciorarme de captarte,
preciosa —señala ella al notar mi nerviosismo. ¿Una cámara
profesional? ¿En serio?—. Claro está que no usaré el material a
menos que me otorgues el permiso, pero ya se verá.
Soy un fiasco, lo sé, me siento torpe, no logro hacer lo que me
pide y al final el hombre se rinde y mientras ella me habla a un
metro de distancia, distrayéndome, detecto los disparos del flash.
Eso de posar es tarea para expertos, de verdad.
—Bellisima —asegura él, satisfecho al fin, acercándose a la
mujer.
—Victoria, debo ir al sanitario, ¿si me disculpas? —murmuro
deseosa de regresar a ese sitio donde me siento tranquila, ese que
tiene aroma a nevada, brazos de hierro.
—Ay, Dios, preciosa, claro. Lamento haberte retenido tanto. Eres
un dulce por aceptar las locuras de esta mujer. —Le sonrío negando
y regreso por dónde venimos. Ella se queda revisando las tomas.
La verdad me produce entre risa y desconcierto, no puedo
entender el porqué alguien que tiene un emporio de la moda cree
que yo porto cualquier diseño de la manera ideal como para tomarse
la molestia de fotografiarlo. Pero los ricos y sus excentricidades.
Subo los escalones, en la terraza no lo encuentro. Le pregunto a
una de las meseras, que lucen tan afable como todo el personal, las
señas para los sanitarios. Necesito un momento a solas. Doy con él
rápidamente, es digno de una revista, como todo con ese grupo de
poder. El cuidado en cada detalle, que si bien no soy diseñadora,
reconozco que es asombroso.
Me dejo caer en un taburete durante unos segundos con
desgarbo. Me sirvo agua y bebo dos vasos al hilo. La verdad es que
me gustaría que nos marcháramos ya, aunque creo que aún falta
para ello, acepto frustrada. Debo salir, tampoco pretendo
esconderme, solo necesitaba un momento fuera. Me observo en el
espejo, lleno de aire mis pulmones. Esto me asfixia, acepto en mi
fuero interno, y quizá deba dejar de acompañarlo. Me hace sentir
ansiosa. Es algo en la manera que tienen de mirarme que eriza los
vellos de mi nuca, como si fuese un cordero en una cueva de lobos
donde están listos para comerme. Luego evoco a esa mujer, la
manera de enredarse en Dáran… ¿Por qué me fastidia tanto al
grado de desear vaciarle el líquido de una copa encima o… algo
más? Resoplo agobiada, sacudiendo la cabeza.
Salgo sin estar más relajada, al contrario. Camino lentamente y
escucho su voz, sonrío percibiendo cómo la seguridad de su
presencia me sosiega, pero me detengo cuando escucho otra…
femenina, esa que nos recibió. La antelación me aplasta y una garra
de furia rasga mi pecho. Están afuera del pasillo. No me ven al
doblar la esquina gracias a algunas esculturas enormes, de piedra.
Ella ríe coqueta, él sujeta sus brazos, negando sereno, sonríe
también un poco. La garra se clava con mayor fuerza. Aprieto los
dientes experimentando una agresividad que jamás he sentido y que
me exige alejarla de él.
—Eres un aguafiestas, ella debe estar ocupada con Victoria…
Además, debemos celebrar —propone sugerente. Dáran se hace a
un lado. Le importa poco y se le adhiere al pecho. Él no la toca, pero
le sonríe sin agacharse. Me recargo en el muro contiguo con las
mejillas ardiendo, con el pulso desbocado, con la rabia circulando.
Me asomo de nuevo, temblando, con una furia inexplicable
recorriendo mi sangre, mi piel. Maya pasa un dedo por su barba, él
se hace a un lado y la aleja, de nuevo.
—No insistas, Maya, por favor.
—¿Por qué eres así? —pregunta como un gatito mimado—. Sé
que no es por ella, por Dios, conozco el tipo de mujeres que
frecuentas, cariño, y ella es casi una niña para lo que acostumbras
—escucho. Mis ojos se anegan, no comprendo, pero me insulta lo
que dice, aunque mucho más que lo toque y le hable de esa forma.
—No hablaré de ella contigo, y ya asistí como pediste. Ahora
debo marcharme. Ya encontrarás con qué divertirte, te lo aseguro —
le hace ver con tono relajado, incluso sonriente.
—Bueno, ya no insistiré, te veo pronto entonces —se rinde al
tiempo que le da un beso sobre la boca. Apenas un roce que me
quema de una manera ridícula y logra que mi corazón se detenga
por un segundo.
Mi estómago se hunde, mi saliva se espesa, retrocedo despacio.
Estudio mis opciones, no puedo salir y aparecer así, nada más,
tengo ganas de… Dios, mis ojos se anegan. Extraviada en el mar de
emociones violentas y dolientes que me arrastran, decido regresar
al baño sin hacer ruido y me encierro, negando, aturdida. Me paso
las manos por el rostro, tiemblan. Una vena posesiva e inexplicable
está apoderándose de mí, una que no había sentido, una que…
Me detengo frente al espejo, aspirando agitada, con las pupilas
dilatadas. Negando aterrada porque una verdad puja, una que
acribilla todo a su paso, que me ahoga y como un tsunami truena
con lo que mi mundo fue. Una que tiñe mi mente, mi pecho, mis
pensamientos, una que… no puedo aceptar, que no puede haber
ocurrido, una que… no pude evitar. Cubro mi boca, con los ojos bien
abiertos, enrojecidos.
Yo… estoy enamorada de él. Descubro colapsada.
Comprendiendo al fin tanto, entendiendo esto que me somete.
Retrocedo y me detengo hasta que topo con el muro, varios
metros atrás, lívida. Ojeo la puerta del baño, luego mi reflejo. Niego
frenética, casi convulsa. Me llevo las manos a la cabeza, al cuello,
temblando. De pronto me embargan unas ganas casi primitivas de
golpear a alguien, de exigirle que no vuelva a tocarlo, que ni siquiera
se le acerque. Mis ojos se anegan, pero más que por los celos,
porque ¡maldición!, eso son y duele ponerles nombre, o lo que
escuché, es lo que descubro, lo que comprendo he eludido durante
este tiempo, meses quizá. Dios, Dios.
—Lo amo —susurro casi sin voz. Y tan solo decirlo me derrumba
porque no debí, no está bien. Es en este momento que comienzo a
sentirme atrapada, más que antes, perdida y nauseabunda. Me
contengo y me dejo caer sobre el piso, con las manos en las rodillas
flexionadas.
Lo amo, amo a Dáran, lo sé desde hace tanto tiempo… No sé si
cuando me enseñó a bailar, o cuando me mostró cómo jugar a la
pelota, o en medio de esos juegos de mesa… Pero todo puja a que
comenzó justo antes de que lo envenenaran y creció en la reserva.
Niego. No, no debo, no puedo, no está bien.
—¿Elle? —escucho afuera, es él. Mi corazón da un vuelco.
Respingo y sollozo al mismo tiempo.
No, no debí, no es lo correcto. Me retuvo en su cama usando su
poder, mi miedo. Fui un desafío, nada más y además… él no siente
lo mismo, yo en su mundo soy una minucia más y cuando se canse
acabará. Esa verdad me envenena de forma certera.
—Voy —respondo intentando hacer sonar mi tono normal.
—Estaré esperándote, es hora de irnos —me avisa con esa voz
que me cautiva. Mi piel reacciona y me odio por ello.
—Sí —logro hablar. Y respiro hondo. ¿Cómo lo veré a los ojos?
Una angustia espantosa se arremolina en el centro de mi
estómago. Reúno todo el valor que no sabía que tengo, intento
respirar lentamente una y otra vez para calmar la marea de cosas
que me ocurren. Salgo minutos después. La verdad es que no me
siento preparada pero tampoco puedo durar ahí una eternidad,
además, quiero marcharme.
Lo encuentro a unos metros, pensativo. Su imagen me golpea
con una fuerza brutal, casi dolorosa. En cuanto me ve, sonríe
suavizando su expresión. Desvío la mirada, tensa, jugando con mis
manos.
—¿Te encuentras bien? —quiere saber acercándose…
demasiado. Retrocedo rehuyendo de sus ojos. No se mueve, solo
me mira—. Estás pálida, wahine —señala rígido. Me atrevo a
encararlo un segundo y algo dentro de mí cruje. Niego y entonces
corroboro lo mucho que siento por él, lo inevitable que fue que
ocurriera y siento ganas de llorar por la fuerza y fiereza del
sentimiento que me despierta.
—Solo cansada… —repongo sonriéndole nerviosa. Para mi
desgracia acuna mi barbilla, su aliento casi sobre mi boca, su tacto
me quema. Ahora mismo quisiera tenerlo lejos.
—¿Segura? —Consigo hacerme a un lado, sonriéndole tensa.
—Sí, vamos… —lo insto, percibo su preocupación. Me adelanto
un poco, pero no lo suficiente como para que no logre enganchar su
mano en la mía. Respingo y la miro, como si nunca lo hubiese
hecho, luego siento su atención en mi cabeza, alzo mis ojos.
—En casa me dirás qué ocurre —ordena contenido, sacándome
de ahí casi a volantas, incluso, ignorando categóricamente a Maya y
al hombre del que viene tomada de la mano.
En el auto no hablamos, me acomodo junto a la ventana,
silenciosa, perdida en este descubrimiento que me atropella, que es
parte de mí y que no sé cómo lograré manejar. Dáran se convirtió,
con el paso del tiempo, de los meses, en alguien especial, en mi
refugio, en mi seguridad, en mis sonrisas también, en mis ganas de
conectar con lo que me rodea, en… mi deseo, uno que no debió ser
pero que ahora no sé cómo vivir sin él. Me siento mujer, una en todo
el sentido… Pero no es real, dijo un año, han pasado ocho meses,
pronto serán nueve y no veo como podría durar más. Debo regresar
a mi vida. No puedo olvidar las condiciones bajo las que se dio esto,
el reto que representé, sus motivos. No debo o habré rendido hasta
mi dignidad.
Llegamos al apartamento, da órdenes a sus escoltas y yo avanzo
taciturna, observando todo con mayor detenimiento. Esto no es mi
vida, me recuerdo con los brazos cruzados, temerosa de
encaminarme a esa habitación donde horas atrás estuvo justo como
advirtió; dentro de mí. Quiero llorar, quiero salir de aquí. Reparo en
la pulsera que me colocó torno a mi muñeca antes de irnos, se
siente tan pesada.
—Elle… —lo escucho. Cierro los ojos, tensa. Su voz me
envuelve, desde el inicio ha sido así, admito para mí. De pronto noto
su mano en mi hombro, respingo. Siento un nudo enorme en medio
de la garganta. La deja caer y aparece frente a mí, para acunar mi
mentón.
Lo miro atemorizada, es muy potente esto que experimento.
¿Cómo no lo noté? “No querías verlo”, escucho esa voz en mi
interior. Sus ojos miel, sus facciones gruesas, varoniles, su gesto, su
barba. Me examina preocupado.
—No permitas que piense algo que no, dime qué ocurre, te lo
suplico. —Mi labio tiembla. Quito mi barbilla, sin dejar de verlo. No
puedo decirle esto, no puedo hacer nada. Ahora mismo los celos
que experimenté cuando esa mujer le coqueteó, no son nada en
comparación, si acaso un recordatorio doloroso.
—¿Qué pudo ocurrir? No entiendo —respondo con suavidad.
Intenta buscar mis labios, como suele hacer. Logro esquivarlo,
alterada. Arruga la frente.
—Iré a darme un baño —le digo subiendo casi corriendo.
Permanece ahí, lo sé porque cuando estoy arriba lo miro solo un
segundo, el mismo que él a mí.

Froto mi cuerpo, me quité los restos de maquillaje. Todo lo que


agarro, todo lo que veo, es como si él estuviese ahí, a mi lado.
Permanezco un rato con la frente adherida al mármol. No encuentro
si llorar, gritar, salir corriendo, huir. La angustia está instalada en el
centro de mi pecho, tan honda como lo que siento por él.
Una mano bronceada, con algunos tatuajes en los dedos, torno a
mi cintura hace que abra los ojos. Está justo sobre mi ombligo.
Jadeo, suele ducharse a mi lado, aunque no pensé que aparecería
ahí. No en ese momento. No pestañeo, solo escucho el agua
brotando de la regadera que está sobre nosotros, yéndose por el
drenaje. Su erección está en mi trasero. Entreveo sus piernas tras
las mías.
—Júrame que nadie te hizo algo… —habla en mi oreja. Gimo,
soy absolutamente consciente de él, de lo que quiere, de… lo que
yo también a pesar de todo. Sin embargo, sé que si lo hago, me
lastimaré más. Me volteo y me enjaula en sus brazos,
acorralándome. El agua recorre su cabeza, escurriendo por su
cabello, su rostro, sus músculos, luce como un guerrero de antaño.
Lo encaro acalorada, con mis manos entre los dos.
—Nadie de esa fiesta —respondo buscando huir, pero me detiene
apresando mi cintura con suavidad. Lo miro de nuevo. Me observa,
estudiándome.
—Sé que me pierdo de algo, Elle —musita ahí, bajo el agua.
Tiemblo porque no sé qué hacer, porque mi vientre ya está
pulsando, porque mis pezones que son conscientes de su presencia
lo reclaman, porque mi boca cosquillea. Todo en mí lo reconoce y
me aterra notarlo con esa claridad.
—Nada —miento. Luego sujeta mi barbilla.
—Lo que sea, puedes decirme. Lo sabes, ¿verdad, wahine?
Lucho contra lo que siento, contra lo que me genera, con mi piel
rosando la suya, con su tono cargado de amenaza, de seguridad
que he necesitado. Asiento y cuando pienso girarme para salir de
ahí, me besa. Me resisto sin mucha fuerza, aunque lo intento, pero
en cuanto su lengua entra en mí, me rindo.
Soy un manojo de sensaciones entre sus manos, en su boca que
me reclama, que me exige cederle todo. Me dejo llevar con el
corazón comprimido. Lo amo, lo amo tanto y no debí, no debo.
Apaga la regadera. Nos saca de ahí con esa facilidad de siempre,
besándonos, me toca entre las piernas. Jadeo temblando, me sienta
sobre la plancha de mármol donde están dos lavamanos. Húmedos,
escurriendo, me acerca a la orilla, se agacha y me prueba con
voracidad, hunde su lengua con pericia. Coloco mis manos atrás
para sostenerme, me arqueo ante la fuerza y agilidad que ejerce en
mí. Con mis piernas sobre sus hombros, con sus manos torturando
mis senos.
Suele ser avasallante, asombroso, pero todo eso entremezclado
con lo que siento le da una potencia abrasadora, impactante,
mientras jadeo lágrimas de desazón resbalan, sollozo y gimo a la
par. Cuando creo que no podré soportarlo más porque tiemblo
completamente de forma convulsa, se protege, me acerca a su
erección y me penetra lentamente.
—Elle… —susurra contra mis labios, limpiando mi rostro, yendo y
viniendo, despacio, casi agónico. Niego con los ojos cerrados, lo
abrazo. Me acerca más.
—No te detengas… por favor —le suplico sintiendo como en cada
embestida entrego mi alma, cada vez que se aleja un agujero
helado me absorbe. Suspiro llorosa, humedezco su hombro y no
cesa. A cambio besa mi cabello con ternura, pasa sus manos por
toda mi espalda, pasea su boca por mi cuello, mi hombro. Lo
escucho jadear, está tan hondo que siento explotar. Lo aferro con
fuerza, me pega más a él. Acelera y mis lágrimas no cesan, se
mezclan rítmicamente con mi ansiedad por él. Lo rodeo con las
piernas, me contraigo cada vez que se separa un poco.
—Mi dulce —logra decir buscando mis ojos. No puedo, lo insto a
ir más rápido, a darme lo que necesito, a arrebatarme el último
vestigio de razón. Con su mano busca mi barbilla, lo miro con los
ojos enrojecidos. Sigue y soy tan consciente de él, como de mí,
como de que en ese momento somos uno. Limpia mi rostro y besa
con frenesí, aunque noto agobio, desconcierto y esa cruda
necesidad que nos consume. Grito en su boca, él gruñe y pierdo
toda proporción.
Laxa sobre su barba, las lágrimas siguen brotando, no lo he
soltado, no quiero porque si lo hago sé que me vendrá encima todo.
—¿Elle, toku aroha *(Mi amor)? —me llama tenso, sudoroso. Niego
porque no quiero encararlo, no quiero perderme en sus ojos, no
quiero… recordar que lo amo como lo amo y que fui una tonta por
no darme cuenta de hasta donde me entregué, hasta donde le cedí.
Permanece ahí unos segundos más, dentro de mí, acariciándome,
besando mi hombro desnudo.
Tiempo después me baja con cuidado, me limpio la cara, busca
mi mirada, lo veo y sonrío a medias, alejándome. Enseguida
aparece en la habitación, estoy desnuda frente a la cama. Suspira.
—Por favor, dime qué ocurre… —insiste rodeando mi cuerpo.
Cierro los ojos. Deseo llorar de nuevo.
—Solo… creo que estoy sentimental, no lo sé —miento
acercándome a la cama, vencida, porque no tengo las fuerzas por
ahora para hacer otra cosa. Se frota el rostro y me observa
acurrucarme, del lado opuesto. Apaga todo y se mete bajo las
cobijas, se acerca a mi cuello, rodea mi cintura.
—Descansa, mi ángel —murmura sobre mi cabeza y aprieto mi
puño para no derrumbarme, para no sollozar, para no mostrar todo
lo que estoy ocultando.
CAPÍTULO XXXVII

Por la mañana despierto cuando el sol está en pleno. Me


remuevo entre las sábanas, me pongo boca arriba soñolienta y lo
veo, está a un lado, con una coleta alta, sentado, con el dorso
desnudo, su cadera cubierta, contemplándome. Le sonrío nerviosa
por su escrutinio.
—¿Te encuentras mejor? —pregunta sereno, evaluándome.
Suspiro y desvío mi atención hasta todo lo que puedo ver desde mi
posición, a través de esa enorme ventana.
—Sí… —miento buscando desconectar mi descubrimiento, el que
ahora rige mi vida, el que cambia todo en mí.
—Me preocupé —admite, cauto.
—No tienes razón, a veces así somos las mujeres —le hago ver.
Arruga la frente.
—No es verdad, tú no. Además, no eres de las que usa ese tipo
de argumentos.
—Dáran… —lo nombro sintiendo una espesura rara en mi boca
al hacerlo, al notar cuanto me conoce ya—. ¿Cuándo estaré fuera
de peligro? —Entorna los ojos. Me yergo cubriendo mi pecho—.
Dijiste que sería un tiempo después de la cura, ya casi son dos
meses.
—Supongo que a finales de año. —Bajo la mirada, pestañeando
agobiada, juego con el acolchado. No puedo con tanto, comprendo.
—Es mucho tiempo…
—¿Temes a algo? —desea saber, perspicaz. A ti, hubiese
querido responderle, a mí. Pero solo me encojo de hombros,
pensativa.
—Solo necesito sentir que… recupero mi vida. —Acerca su mano
y me hace girar por el mentón. Mis mejillas se tiñen, lo sé. Las
acaricia y sonríe.
—Lo peor ya lo estamos pasando.
—Dáran, quiero volver a Toronto, a mi apartamento —suelto sin
meditarlo más, porque en serio lo necesito. Su expresión se congela
durante tanto tiempo que me comienzo a poner nerviosa. Se levanta
haciendo a un lado la cobija y entra al baño, desnudo. Aferro la
colcha con fuerza y un sollozo ahogado emerge. No puedo con esto,
no podré mucho tiempo más, lo sé.
Cuando sale solo me informa que partimos en una hora y me deja
de nuevo sola, ahí. Me recuesto y las lágrimas emanan. No debería
ser tan cobarde, él una bestia.
Lo encuentro en el desayunador que da a la intemperie, donde el
aire sopla. Jugueteo con la comida, perdida en el paisaje, en las
nubes.
—Elle —me nombra. Lo encaro doliéndome el pecho con tan solo
eso. Amo su cabello recogido, la manera en que sostiene la taza,
sus gestos cargados de masculinidad. Aprendí a amarlo con cada
segundo compartido, con cada momento íntimo. Me mira así,
pacífico como suele—. Acordamos un año, el plazo no se ha
cumplido. —Cuando lo escucho pestañeo y me yergo.
—¿Es en serio? —replico con un frío doliente que entra por mis
pies y pronto cubre mi ser.
—Yo no juego, Elle —me recuerda, evadiendo mis ojos. Algo se
encaja en mi pecho, algo que duele más que mi propio
descubrimiento.
—Me tendrás a tu lado, a la fuerza, solo porque lo deseas.
—No te veo sufrir, los berrinches no van conmigo. Somos adultos,
no unos niños. —Mis dientes castañean, mis manos tiemblan y las
oculto.
—Tampoco eres piadoso —repito lo que hace tantos meses me
dijo y no puedo creer que lo esté diciendo en este momento. Llena
de aire sus pulmones y toma de su taza, esquivo—. Y no bromeas
—completo. Me encara ahora sí, contenido. Me levanto, dejo la
servilleta de lino ahí, e ingreso al opulento penthouse.
Aparece una herida honda en mi pecho, sangrante. Me está
doliendo y no sé qué hacer, cómo cambiar lo que me ocurre.
Quisiera odiarlo, pero sé que ya no puedo, ya es muy tarde para
eso. Dentro de la habitación me dejo caer en la esquina de un muro
que se une a la enorme ventana. Observo la vida afuera, esa que no
es lo que solía ser para mí, esa que cambió ya tanto porque ni
siquiera sé que haría de poder irme, sin embargo, tengo derecho a
decidirlo. Soy consciente de que estoy aún en peligro, pero también
que va a decremento y que terminar el año a su lado me hará perder
mi orgullo, mi dignidad y no lo permitiré.
Entra una mujer para avisar que me espera afuera. No tomo
nada, porque no llevo nada. Con él todo mundo se hace cargo
menos yo de mis cosas. Está en el elevador, serio. Entramos sin
cruzar palabra. Llegamos más tarde a la isla. En cuanto veo a los
perros los abrazo, ellos me lo permiten.
Dáran me ofrece una mano después de unos minutos. Lo sopeso
observándolo. Si vuelvo a lo del inicio, será repetir la historia, pero si
logro hacerle ver que no puedo permanecer más tiempo ahí, a su
lado, quizá sea más sencillo. Se la doy y me sonríe cauto, incrédulo
también. Enreda sus dedos entre los míos y yo solo siento que me
está ensombreciendo el alma.
Llegamos al apartamento, es domingo, solemos hacer tantas
cosas esos días. Me detiene.
—Escucha, solo me preocupa lo que pueda pasarte —admite
culpable.
—Tú nunca te arrepientes de nada… Haces lo que consideras
que debes, gracias a eso estoy viva —le digo con suavidad,
soltando su mano despacio y dirigiéndome a los escalones. Quiero
recostarme y dormir, nada más.

Despierto más tarde. Tengo una nostalgia atípica. Estoy sola,


noto, por lo menos en la planta alta. Con una necesidad urgente,
voy al vestidor, me siento en la duela y saco mi caja de cosas. Lo
único mío aquí. Contemplo una foto de mi hermana y mía, otra de mi
padre, tengo ganas de llorar. Saco una libreta que no había notado
que estuviera la primera vez. La recuerdo, son recetas que anoté de
contrabando con la cocinera antes de que me impidiera mi abuela
estar ahí.
Suspiro, mi vida siempre ha sido así; una serie de reglas que
cumplir, de impedimentos, de prohibiciones, de una u otra forma. Y
ya no quiero que así continúe, no me dejaré llevar por lo que los
demás deciden por mí, esto acabará y elegiré un camino que me
llene más, que se ajuste a lo que he descubierto que soy durante
estos meses. Sí, sin Dáran estaría muerta, lo comprendo, y no
tendría la posibilidad de plantearme siquiera esto, quizá jamás
hubiese experimentado este sentimiento que me somete, pero no
por ello cederé.
—Elle. —Lo escucho, alzo la vista. Se frota el rostro, andando
felinamente, se sienta sobre un taburete, a un par de metros. Sonríe
melancólico al ver mi caja. La casita está ahí, su flor…
—Dime.
—Te prometo que en cuanto estés fuera de peligro hablaremos
de esto. Solo ahora no es posible pensar en nada hasta
asegurarnos. Durante este tiempo no ha sido fácil mantenerte a
salvo, no me pidas que de último momento lo deje estar.
—Está bien —acepto con las piernas cruzadas, un tanto
adormecida por dentro, desilusionada, enojada y muy enamorada.
—Y lo que te dije en Nueva York…
—No importa —repongo conciliadora. Me examina incrédulo,
desconcertado.
—No es así, ya nada es lo que fue, te lo aseguro, wahine, y sí,
contigo descubro que soy más una bestia, que un hombre.
—Lo sé —confirmo circunspecta.
—Estaré con los perros, por si quieres venir y acompañarnos. —
Se levanta y me observa, atribulado—. Eres mi principio y mi fin…
—expone dejándome ahí y recuerdo que en la reserva lo mencionó.
Mi garganta escuece. Más lágrimas brotan.
~*~
Voy a la cocina, Rory no está, pero encuentro a una de las
chicas. Le aviso que me prepararé un emparedado. Después de
buscar convencerme de que no debo, logro negociar un poco y lo
hacemos entre las dos. Dáran aparece de repente. Me observa
curioso, alzo un pedazo de pan y le pregunto si quiere uno con
cortesía. Asiente, le pide a la chica que nos deje solos y se
posiciona a mi lado.
—¿Qué hay que hacer? —pregunta solícito. Lo miro de reojo,
nerviosa de tenerlo tan cerca, de que saque a flote esa manera que
es más difícil repeler. Un revoloteo extraño se instala en mi
estómago. Sin darme cuenta me encuentro recordando aquellos
días increíbles en Nueva Zelanda, en la casita, con el olor a leña,
riendo por cualquier cosa, jugando. Ahora mismo me percibo
acartonada, tensa, sin poder fluir como solía, pero su ligereza me
rompe el esquema, como es ya la costumbre. Me roza cada vez que
se presta la ocasión, o besa mi cabello en un descuido. Mi piel se
eriza, como jamás ocurrió en la adolescencia, o después…
Dáran me ofrece una mordida de uno de sus tres sándwiches, me
limpia con su dedo índice un poco de mostaza que quedó en la
comisura de mi boca, luego lo introduce en la suya y lo lame, lento.
Me acaloro y me giro para tomar un poco de agua de limón y
albahaca que preparó. Es mi pecado hecho hombre, entiendo al fin.
Le ofrezco un poco de tarta de arándanos, que aduló cuando la
probó, días atrás. No quiere un plato para él, pide a cambio, que nos
llevemos el molde. Toma dos tenedores y me jala por la mano para
salir de ahí. Vamos a fuera de la casa. Kaisser y Kamille se alocan
al vernos, me sienta tomándome por la cintura sobre una barda y
luego se acomoda al lado, para que ellos no nos alcancen. Introduce
el cubierto, pincha un pedazo y lo saborea, extasiado.
—Cocinas delicioso, wahine.
—Tú comes lo que sea… —reviro metiéndome un trozo a la
boca. Me besa de pronto, tomándome por sorpresa, de una forma
inocente, o finge que es así.
—Tenías migajas y no trajimos servilletas —expresa con descaro.
Me paso un dedo por los labios. Me observa, su pupila se dilata, ya
conozco sus señales.
—Puedo limpiarme sola, gracias —susurro metiéndome otro
trozo.
—Sé todo de lo que eres capaz, mujer, solo te hago la vida más
sencilla cuando me lo permites. Por otro lado, no como lo que sea,
créeme que no —asegura con voz ronca. Me sonrojo, lo sé, pero no
respondo como comúnmente lo haría, a cambio me como otro poco.
Paseamos con los perros por la isla, no suelta mi mano. Me
encuentro nerviosa casi todo el tiempo, algo extraña y más de una
vez repite mi nombre porque a la primera parece que no respondí.
Está vigilante, pero suave, atento.
Saca un caballo, intento reusarme a subir. No obstante, me
convence cuando, durante un rato, él permanece abajo y yo arriba,
mientras va jalando las riendas con suavidad. Me pierdo en lo que
veo, en las nubes, en el cielo azul, silenciosa. Después de un rato
sube, me sujeta por la cintura y lo pone a galopar, ya no me da el
miedo del inicio, aunque tampoco suelto la montura.
Por la noche pongo seguro a la puerta del baño, me doy una
ducha en medio del agobio que me circunda. Cuando salgo, ya
vestida, no dice nada, solo me observa. Hace meses que no hago
algo así, por el temor, porque él se ducha conmigo, pero esta vez
dejé mi temor aparte con esfuerzo y las ganas de tenerlo ahí, para
mí, y me duché en medio de algunas lágrimas que emergieron sin
poder contenerlas.
Nos recostamos para ver una película que elige. No quiero
hacerlo yo, como es lo común. No sé de qué va en realidad, me
encuentro ausente, lejana. Cuando termina besa mi frente,
suspirando. No sé cómo comportarme, cuál es la forma correcta,
solo sé que esto me está consumiendo lentamente, tanto que duele.
Rodea mi cintura una vez dentro de las cobijas. Mis ojos se
anegan al percibir su caricia cuidadosa sobre mi abdomen, la
manera en la que besa mi cabello. Permanezco despierta durante
varias horas, no logro conciliar el sueño. Añoro mi nariz escondida
en su pecho, perderme en su aroma, que me abrace y me haga
sentir tan segura. En un arrebato me volteo, me mira. Continúa
despierto, lo observo desde mi posición.
—Lamento si te he lastimado, Elle —dice con suavidad. Sus
palabras me toman desprevenida, el nudo en la garganta crece,
presa de un impulso sujeto su cuello y lo beso. Porque simplemente
no puedo tenerlo cerca y no desearlo, porque aunque siento que me
hundo no puedo sin llevarlo conmigo, porque mi vida sin sus caricias
me agobia, porque… lo amo a pesar de que no debería.
Responde con sorpresa, pero también con necesidad, la misma
que la mía, que cuando se conjugan podemos crear cualquier
cantidad de tiempos verbales. Me toca cauto, aunque firme, pronto
termino sin ropa, él también, quejosa, un tanto llorosa porque no lo
puedo evitar, sujeto su cadera con mis piernas.
—Me estás enloqueciendo, wahine, de verdad que sí.
Lo beso con ardor, se protege y entra en mí, suelto el aire. Nos
dejamos llevar, lo siento tan dentro, que no puedo ni pensar, como
suelo. Va más rápido, jadea guturalmente. Aferro su espalda, soy un
manojo de sensaciones que se rompen. Besa mi cuello, lame mi
lóbulo y no puedo más. Llegamos juntos en medio de ruegos y
jadeos llenos de calor, de nosotros, con esa potencia que nos
caracteriza.
Lánguida y notando lo que acabo de hacer suelto mis piernas,
aturdida. Baja su rostro, busca mi mirada, el nudo crece, la angustia
también. Me besa con un cuidado atípico y mis ojos se anegan con
tan solo eso. Lo nota y coloca su frente sobre la mía, buscando que
su respiración se regularice, dando tiempo a que la mía también
entre a los caudales de la normalidad.
Cuando ambos estamos más tranquilos, va al baño, regresa y me
abraza como suele. Aún continúo atribulada y es que mi cabeza va
a un sentido mi mente a otro, no logro unirlas. Su aroma llena mis
pulmones, mis ojos sueltan algunas lágrimas, los cierro y me
acurruco más cerca. No dice nada, parece que él tampoco se
encuentra listo para hablar, para preguntar, a cambio besa mi
cabeza y suspira de nuevo. No está bien, sé que no está bien y, aun
así, no logro luchar contra ello.

Pasan los días. Me sumerjo en el trabajo, en lo que debo hacer,


lo cierto es que me encuentro en un limbo muy extraño. Lo ansío
más que antes, mucho más. Pienso en él todo el tiempo, pero
cuando lo tengo cerca, me duele. Me lastima cuando me toca,
cuando se porta dulce, cuando tiene detalles que siempre me han
cautivado. Es elocuente, cariñoso, y yo solo puedo pensar que amo
a alguien que no debo, que tomó mi vida en sus manos, que pudo
haber decidido protegerme de otro modo y no lo hizo, que aunque
respire gracias a él, aunque ha hecho todo lo posible para que esté
a salvo, algo se siente incorrecto y es el cómo hizo todo. Además de
que siento cierto resquemor porque no conozco sus intenciones, si
de verdad desde el inicio sabía que iba a doblegarme. Mi mente es
un conflicto constante, me duele la cabeza de tanto darle vueltas.
Necesito irme, es lo único que sé, o acabaré reducida a lo que no
deseo ser.
Tiene un evento el siguiente viernes, es diferente a los anteriores,
campestre, será en Inglaterra. La realeza de aquellos países incluso
asistirá y desea que vaya, me informa el miércoles por la noche.
—No, prefiero quedarme aquí —rechazo mientras juego con
Kamille. Percibo su mirada, como también sé que ha notado mi
estado de ánimo y duele más que no ha mencionado nada al
respecto, porque si soy sincera, qué puede decirme.
—Podemos ir a algunos museos, pasear un par de días, el
evento es el sábado por la tarde.
—No, si no te molesta aquí me quedo —susurro sin verlo. Lo
escucho respirar.
—¿Qué pasó en esa fiesta, Elle? —pregunta de nuevo. No lo
había hecho desde ese día. Me tenso, pero niego quitándole
importancia—. Fui rudo, lo sé, pero no quiero que te pase nada.
—Entiendo, gracias.
—No lo hago para que me las des. —Percibo el ácido en su tono.
—Aun así, es lo que has hecho y estoy viva por ello —señalo
serena, con el cuello de la perra en mis manos que saca su lengua,
alegre.
—Irás conmigo —determina. Lo encaro angustiada. Me yergo.
—No lo hagas, Dáran, te suplico que no me obligues —le pido
aturdida, con el labio temblando. Se pasa las manos por el rostro,
nota mi turbación, su gesto pasa por varias facetas que no sé
descifrar.
—Dime por qué no quieres ir.
—No me gustan esas fiestas, esos eventos, no me siento
cómoda. Sé que puedes llevarme, hacer lo que quieras en realidad,
pero no me obligues a eso. Por favor no —insisto sintiendo que mi
garganta quema. Mete las manos en los bolsillos de su pantalón,
peina el cielo durante unos segundos y me mira de vuelta.
—Jamás te obligaría, Elle. Iré yo —zanja dándose la vuelta y
regresando a la casa.
~*~
Se marcha el viernes por la noche. Hablamos poco porque
aunque él intenta sacarme de mi mutismo, no lo logra,
monosilábicos es lo que logro responder. No tengo ganas de jugar,
de ver películas, no leo, deambulo por ahí. He ido con Rory pero no
logro sentir eso que me despertaba la cocina tan solo una semana
atrás. Entro a la piscina, nado un poco y salgo, me pongo la bata y
termino con la vista perdida en el ventanal.
Hemos tenido relaciones. Aunque no con la frecuencia de hasta
hace poco porque rehúyo, pero me es difícil. Busca mis labios y sé
que perderé antes de siquiera empezar. Lo cierto es que después de
ello, que paradójicamente ha sido aún más intenso, no puedo evitar
que todo se revuelva en mi interior, y si bien no es llanto, mis ojos se
humedecen, a veces emanan ese líquido salino que ahora parece
ser mi compañía constante. La verdad no sé si lo note, pero todo
esto es más fuerte que yo.
El sábado soy bien consciente de su ausencia aunque me resisto.
Desayuno sola, en medio de ese enorme lugar que no tiene nada
mío y que, sin embargo, ya estoy habituada a él sin remedio. Hablo
con mi hermana, me logra hacer reír un rato, noto en medio de la
plática ligera un anillo en su mano. Comprendo de pronto que se
casará. Grito alegre. Ella también. George se asoma, lo veo y grito
de nuevo. Besa a mi hermana en la cabeza y reímos.
Aide, con él al lado, me cuenta cómo ocurrió y yo lloro feliz,
emocionada. George me advierte que debe pedir su mano y que
cuando todo acabe organizará una cena para ello. Mi estómago se
retuerce. Eso funge como un recordatorio más de todo lo que es mi
vida ahora mismo, donde ni siquiera puedo ir a verla. Me sabe a
agridulce el momento, intento enterrarlo y me cuenta que será en
febrero, que le gustaría que le ayude en la organización y que ya
muere por verme.
Al terminar de hablar me siento nuevamente sumergida, atada,
hundida. Necesito irme. Paso el día junto a los perros, paseando,
afuera. Se echan a mi lado cuando me pierdo en una orilla de la isla,
con la atención fija en el agua, en el horizonte. Ordeno la cena,
cuando llega me salgo con ella en las manos, Tom me observa,
cauto. Me siento sobre el suelo y le indico que lo haga también. Lo
miro desde abajo.
—¿Tengo algún poder para dar órdenes aquí? O soy una simple
persona a la que debes cuidar.
—Señorita, no puedo hacerlo.
—No me respondiste.
—Puedo acatar órdenes suyas, mientras no la pongan en peligro.
—Entonces siéntate y come un poco. —Le tiendo el tenedor. Me
observa sin saber qué hacer. Mis ojos se anegan, mi pecho quema.
Lo nota, se sienta sacudiendo la cabeza y agarra dudoso el cubierto.
—Si te dice algo, te aseguro que se arrepentirá.
—Es su cena.
—Puedo compartir, es mucha y no tengo tanta hambre. Anda, no
necesitas hablar, sé que no eres parlanchín, solo quiero compañía y
tú me caes bien. Lo sabes —le digo pinchando una zanahoria. Me
sonríe asintiendo.
—Gracias…
Cuando acabo permanecemos ahí, recargados en el muro, en
silencio.
—Ojalá pudieras hablar más, creo que serías un buen amigo —
murmuro abstraída.
—Es probable —admite serio. Lo miro de reojo, sonrío un poco.
—No siempre estaré aquí, quizá algún día —expongo
poniéndome de pie. Le doy la mano, me observa, insisto, la toma y
le sonrío—. Gracias, Tom —mascullo y entro.
No duermo prácticamente, acabo un rompecabezas. Dáran
llegará el lunes por la mañana, así que logro relajarme un poco ese
día, nado, estoy con los canes, juego con ellos para terminar
vencida antes de las nueve.
Salgo al laboratorio temprano y cuando estoy por llegar escucho
el helicóptero. Mi corazón retumba, lo ignoro. Me sumerjo en lo que
hago buscando olvidar todo lo que me aqueja, lo que deambula
como una sombra oscura a mi alrededor. Estoy agotada,
desanimada, envuelta en una fragilidad que me consume, me duele
y que no puedo eludir. Evoco mi vida antes de todo esto, y es
horrible entender que tampoco es lo que busco. Ya todo cambió, ya
no soy lo que era, no tengo idea de qué sigue, de cómo lo
enfrentaré. Entregarse a la incertidumbre no es algo fácil de lidiar y,
sin embargo, he tenido que hacerlo desde hace meses.
Llego a cenar después de pasar un tiempo con Rory. Me mostró
cómo hacer dulce de leche. Entro al apartamento y su presencia es
ineludible. Huele a él, se siente él. La música, las luces. Hay una
maceta con una planta que está llena de florecillas blancas. La
contemplo y huelo.
—Mayflower, también conocido como el arbutus rastrero, es un
arbusto de la familia Ericacea. —Me yergo y lo busco con la mirada.
Está en las escaleras, con vaqueros, una camiseta y su cabello
sujeto a medias. Mi pecho se contrae, paso saliva, mi vientre late
tan solo por eso. Me observa fijamente—. La planta se desarrolla
bien en suelos húmedos y ácidos. Sus flores son rosadas y se
vuelven casi blancas. En Canadá, el Mayflower es el emblema de
Nueva Escocia, por lo que también se le conoce así. Creí que te
gustaría… —concluye con voz monocorde. Pestañeo asintiendo.
—Es hermosa.
—¿Quieres plantarla, Elle? —pregunta bajando. Respiro rápido,
sé que se acercará, por lo que me alejo del arbusto. Se detiene y
cruza sus fuertes brazos.
—¿Ahorita?
—Antes de cenar, será rápido —replica, evaluándome. Asiento
tímida. Cierra los ojos un segundo, luego la toma y con un gesto me
invita a salir.
Cavamos con los instrumentos que ya tenemos ahí, en nuestro
pequeño jardín hecho de cada una de las plantas que me han dado
y que asombrosamente crecen grandes y fuertes. Cuando
acabamos las observo con aprensión. Me marcharé, debo hacerlo y
tendré que dejarlas como todo ahí.
—Victoria me buscó —me dice sacudiéndose las manos, a mi
lado, luego de guardarlo todo.
—Son socios —apunto fingiendo serenidad. Se coloca frente a
mí, soy consciente de su calor, de su piel, de su aroma. Me trago el
llanto limpiando mis uñas.
—Me buscó por ti. Quiere hablar de algo contigo —me informa.
Lo encaro desconcertada, arrugando la frente. Sus ojos miel, fieros,
están clavados en mí y en ese momento sé que perdí de nuevo.
Sonríe cuando entreabro los labios, toma mi cuello y me besa
despacio—. Me estás consumiendo, wahine, lo estás haciendo —
determina entre roces. No le digo nada, pero sé lo que siente porque
es lo mismo que yo experimento, aunque no tengo idea de por qué
él lo dice. Enreda sus manos en mi cintura. Nuestras lenguas se
buscan con frenesí, jadeo cuando besa mi cuello, mi oreja.
—Dáran —logro decir alejándolo, temblando. Pasa un dedo por
mi sonrojo, su expresión se suaviza.
—Vamos adentro —propone. Niego sujetando su mano.
—¿Qué puede querer hablar conmigo? —quiero saber agobiada.
—Algo referente a las fotos.
—¿Cuándo? Por mí no importa, acepté que me las tomara, si de
algo le sirven… —Sonríe con dulzura y acaricia mi labio inferior con
suma atención. Me estremezco.
—Eres tan dulce, Elle —murmura, luego apresa mi mirada—. El
miércoles, en Nueva York. Escucha lo que desea, de todas maneras
no puede usar tu imagen sin tu consentimiento.
—Puedo cedérselo, de verdad, no hay problema.
—No es así, wahine, y aunque no me encanta la idea, confío en
ella, son tus decisiones. Ve y hablen, no pierdes nada —propone
conciliador, contenido también.
—Mi hermana se casará —suelto repentinamente. Arquea una
ceja, la de siempre. Retuerzo mis dedos—. Quiere que vaya a
cenar, su prometido quiere presentarme con sus padres y…
—¿Buscas… mi consentimiento? —comprende serio, arrugando
la frente ahora. Retrocedo un poco, recelosa.
—Sé que no puedo estar yendo y viniendo, que buscas mi
seguridad, pero si puedo ir con Victoria entonces no veo por qué no
puedo ir con ella… —expongo, expectante. Me estudia y tuerce la
boca.
—No eres mi prisionera.
—Pero dijiste… —Me silencia, cerca.
—No me parece prudente que estés de aquí para allá, pero eres
libre de ir y venir, de decidir mientras permitas que me haga cargo
de tu seguridad y haga todo lo necesario para que no estés en
riesgo. Una cena en Massachusetts no veo que tenga problema,
wahine —avala calmo. Sonrío incrédula, alegre a pesar de todo—. Y
felicidades a tu hermana —completa. Le sonrío como una niña y
presa de un impulso me cuelgo de su cuello para besarlo. Me
responde enseguida con fervor.
Terminamos jadeando en la cama, yo con la falda arriba, él con
tan solo el pantalón abajo. Aturdidos, todo fue arrebatado, rápido,
fuerte. Acaricia mi rostro agitado. Paso saliva contemplándolo.
—Echaba de menos tu sonrisa, taku ahora —acepta besándome
despacio, de nuevo.
Nos duchamos juntos minutos después. Me arranca jadeos y
sonríe triunfante cuando con su mano me hace llegar al orgasmo
casi sin proponérselo. Duermo entre sus brazos después de cenar
en medio de una atmósfera un tanto más natural a comparación de
los últimos días. El hecho de poder ver a mi hermana pronto, ir a
cenar, logra opacar un poco todo lo que he venido sintiendo. Aunque
no lo pierdo de vista porque cada sonrisa suya, cada comentario,
cada movimiento masculino, cada mirada, funge de recordatorio
constante de aquello que me define sin remedio y que por mucho
que lucho contra ello, no lo logro.
CAPÍTULO XXXVIII

El miércoles llega, me convence de ir sola y ese mismo día


regresar. Acepto después de que Victoria, un día antes me buscara
por su celular. Me intriga y la verdad no entiendo, pero casi sin
darme cuenta me encuentro con él acompañándome a abordar el
helicóptero. Antes de subir me detiene, besa mi frente y luego mis
labios.
—Acepta solo lo que te haga sentir cómoda. Yo estaré aquí
esperándote —murmura y me besa de nuevo. Asiento tensa—. Tom,
está en tus manos —le advierte en inglés y no en maorí, como
suele. Éste hace un gesto de tener todo controlado.
Pronto despegamos, mi corazón martillea, estoy nerviosa y no sé
ni por qué, solo me genera aprensión la propia situación. Sé que
debo confiar, más si asegura que nada puede ir mal, que es algo
inocente pero que no debe él opinar al respecto porque solo me
corresponde a mí. No voy sola, dos escoltas además de Tom, me
acompañan, pero siento que no sería igual si él hubiese ido, aunque
quizá busca darme espacio… como últimamente.
Llegamos a Halifax, enseguida el jet nos espera. Subo, me da la
bienvenida la tripulación y despegamos. Un poco más de una hora
después estoy en Nueva York. Tom no me pierde de vista. En el
hangar ya un auto negro aguarda, da instrucciones para que los
demás nos sigan en otro. Es irreal, pero voy tomando las cosas
como vienen.
Aliso mi vestido azul celeste, respiro. Voy bien, me repito, tiene
unos pequeños detalles en rojo, mangas amplias con bordados al
final, el cuello redondo, cerrado, con una cintilla oscura que cuelga
del cuello, elegí unos zapatos rojos a los que no estoy
acostumbrada pero que me gustaron, dejé mi cabello suelto y me
maquillé un poco. Sé que a Dáran le agradó, tanto que me acorraló
antes de salir. Pese a mi tensión me hizo reír, apenada.
—Ya no encuentro qué adjetivo usar contigo, mujer —rugió sobre
mí, con la mesa tras mi cadera. Me arqueé haciéndolo a un lado,
entre nerviosa y divertida. Es un descaro, también eso me gusta.
Posó una mano en mi trasero y me acercó al tiempo que me besó
con brío—. Taku anahera puru *(Mi ángel de ojos azules) —gruñó
alejándose. Nunca sé qué es lo que me dice cuando emplea ese
idioma, solo sé que algo cálido me recorre, me envuelve y solo logro
pensar cuando me deja espacio.
~*~
Llegamos a un edificio enorme, moderno. Tom me abre la puerta,
bajo tomando su mano. Me sonríe con complicidad, buscando que
me relaje y me da un celular. Lo miro desconcertada.
—Solo debe apretar dos veces este botón y estaré ahí, tiene
rastreador. No lo saque de su bolso, llévelo con usted. ¿Sí?
—¿Es necesario todo esto? ¿No es su amiga?
—Cuando se trata de usted, el señor es algo obtuso. Mejor
hagamos las cosas así, yo también lo prefiero —explica.
—Me asustan —expreso guardando el artefacto.
—No tiene por qué, no hay nada que pueda ocurrirle. La
acompaño —propone y luego habla en maorí por el
intercomunicador con los demás.
Entramos, y un guardia nos conduce a los elevadores. Enseguida
me dan acceso con un gafete que Tom sostiene. Me hace sentir
cohibida, extraña. Algunas personas reparan en mí y creen que soy
alguien importante. Dentro del elevador me ruborizo. Él me guiña un
ojo. Entran en algunos pisos más personas, quedo protegida tras su
espalda. Ruedo los ojos.
En el piso setenta se detiene, sale una mujer, y luego Tom me
cede el paso. Enseguida una chica como de mi edad, se acerca
sonriendo con suficiencia.
—¿Señorita Phillips? —me nombra. Asiento sonriente—. Un
gusto, ¿me acompaña? La señora Ferrano la espera —informa y
mira a Tom—. Estaremos adentro, puede aguardar aquí o en
recepción.
—Gracias. —Me mira alentándome.
Escucho el repiquetear de mis tacones, los de ella. No pierdo
detalle y noto la energía del lugar. Es un sitio asombroso, muchísimo
movimiento, personas van y vienen hablando por teléfono y
revisando cosas, sonríen y no se detienen. Prendas van y vienen, la
marca está por doquier. Es ropa, es cosmética de alta gama. Toca
una puerta de cristal, me da el paso. Victoria se acerca alegre, va
vestida impecable, abre los brazos.
—Preciosa, me alegra mucho que estés aquí. Y tan divina como
siempre —señala tomando mi mano y revisando mi vestido. Asumo
que es de ella también, como la mayoría de las cosas que tengo
en… aquella isla, me recuerdo, no mi casa.
—Tú también, lo sabes —respondo haciendo a un lado mi
timidez. Le resta importancia con un ademán elegante. Sonrío.
—Pero ven, siéntate, tenemos mucho de qué hablar. ¿Quieres
algo de tomar? —pregunta solícita. Niego serena, acomodándome
en un sofá blanco. Su oficina cuenta con una vista espectacular, una
mesa de trabajo, ropa en percheros largos, diseños en papel
regados y un escritorio blanco con una computadora, una laptop y
Tablet. Despide a la chica que me condujo, elocuente—. La verdad
es que creí que no aceptarías, Dáran me advirtió que podría
suceder, pero me alegra tanto que no fuera así…
—Bueno, aún no sé qué ocurre, esa es la verdad —admito con el
pequeño bolso sobre mis piernas. Sonríe pícara, pero sin soltar su
porte que es apabullante, imponente. Se levanta.
—Ahora mismo te muestro, preciosa, ¿vamos? —Coloca mi
mano en su brazo y salimos. Pasamos un par de puertas más y abre
otra. Es una sala de juntas muy grande. Me detengo en la entrada,
estupefacta. Hay dos mujeres, además del fotógrafo, ahí, moviendo
imágenes… mías. Soy yo aquella noche, la que aún no logro olvidar.
Respiro desconcertada. Ellos me sonríen—. Chicos, les presento a
esta preciosura. Elle Phillips —dice alegre.
—¿Qué es esto? —quiero saber. Me insta a entrar.
—Tú, querida, tú. —Observo las fotos sobre caballetes, otras
adheridas a los muros a pizarras. Son unas diez. Me detengo frente
a una y volteo, ruborizada, aturdida. Su equipo y ella están ahí, a
unos metros, aguardan.
—¿Por qué? —quiero saber. Me invita a que me siente en una
silla, a su lado. Me acerco atolondrada, muy sorprendida.
—Escucha, Elle —comienza—. Reviviste algo en mí que hace
tiempo no regresaba. Cuando comencé, me caracterizaba por tener
buen ojo, por amar diseñar y entonces soñar con la persona ideal
para mis atuendos. Luego creció tanto todo que me enfrasqué en
miles de cosas, aunque sigo diseñando ya es muy poco, no tanto
como quisiera. Sin embargo, cuando te vi con ese vestido… todo
tuvo de nuevo ese sentido, y tú, querida, eres toda una inspiración.
—Pero… No, no entiendo. No soy modelo y jamás podría. —Me
silencia con un ademán, luce excitada, alegre.
—La moda es eso, moda. Pero tú eres natural, eres dulce,
elegante aunque sin proponértelo. Tu estatura, tu cuerpo que es el
de una mujer sin cirugías, sin presunción, tu cara… Eres justo lo que
estoy buscando. Eres real, Elle, clásica, perfecta —determina.
Pestañeo con la boca seca—. Hace años que no cazo un talento, no
es mi área, es la de ellos. Pero todos aquí estamos de acuerdo en
que… si aceptas, podrías ser la imagen de la siguiente temporada
—explica dejándome en shock.
—No, ¿cómo crees? No podría, soy química, no tengo nada que
hacer en este tipo de cosas. No sé modelar, menos tengo la
desenvoltura. Tú viste cuanto le costó —y señalo al fotógrafo que
me mira sonriente— tomar alguna que sirviera.
—En realidad no fue tan difícil, como puedes ver. Eres fotogénica
y con un poco de ayuda aprenderás. Eres inteligente, Elle —expresa
el chico, cálido.
—Entiendo tu turbación, preciosa —acepta Victoria, colocando su
mano sobre la mía—. No deseo presionarte, de ninguna forma. Pero
quiero que nos des la oportunidad de mostrártela, serás la primera
en verla. No es nada osado, o que pueda incomodarte. ¿Qué dices?
¿Lo piensas?
—Es… No sé qué decir. Me tomas por sorpresa, no imaginé esto.
—Lo sé, es parte de tu encanto, querida.
Unos minutos después prenden el proyector y me comienza a
mostrar los vestidos. No tengo ni idea de moda, pero me agradan.
De colores vivos, sobrios pero modernos, de diferentes cortes. Me
parece inverosímil todo esto. Hace apenas unos meses usaba solo
ropa clara, pantalón de vestir, camisa y blazer, casi siempre
similares, un moño apretado, mis gafas y zapato bajo. Jamás algo
siquiera cercano a lo que ahora mismo llevo puesto y que me gusta,
definitivamente, aunque que tampoco me convierte en lo que ella
pretende.
Duramos una hora ahí, bromeando, explicándome cada atuendo
con suma devoción, con detalle. Sin remedio me lleva a mí cuando
hablo de eso que tanto me gusta hacer, sobre todo cuando lo hablo
con Dáran, que es igual en eso.
—Preciosa, ¿te parece si almorzamos y seguimos conversando?
—propone emocionada. Su asistente entra cuando la presentación
termina y asiento.
—Victoria, la señora Librensko está aquí.
—Hazla pasar —le ordena, luego me mira, sonriendo con dulzura
—. Seguro es algo rápido, a veces solo pasa para saludar. Es una
mujer muy ocupada.
No alcanzo a responder cuando Maya aparece sonriente,
radiante, y siento como si alguien hubiese depositado una piedra
pesada en mi estómago. No logro respirar de forma correcta, mis
palmas sudan y evoco sus labios sobre él, la manera en la que se
acercaba, lo que le decía sobre mí. En un mundo como el suyo
Dáran y ella serían lo ideal; un par de personas poderosas, ni
siquiera ahora puedo saber hasta qué punto, pero fieras, hermosas,
listas para someter a quien quieran, con los mismos intereses, con
la misma vida…
—¡Querida! —exclama con su forma tan dulzona de hablar, que
en lo personal me da escalofríos. Me mira y pestañea
desconcertada, pero enseguida sonríe como esas mujeres de
revista; fría y calculadora, dueña de la situación. Me tenso de
inmediato, desvío la mirada hasta uno de los modelos que sostengo
en la mano, uno que quiere regalarme—. Oh, lo lamento,
¿interrumpí algo? —pregunta con inocencia y se acerca—. Tú
eres… ¿Elle? ¿No? —dice sonriendo con indolencia. Una minucia
en un mundo de gigantes, eso soy ahí.
—Sí… —respondo con un dejo de sequedad, porque la veo y
recuerdo la manera en que lo miró, que lo tocó, pero sobre todo la
rabia que despertó en mí, la posesividad instintiva y abrupta que
descubrí que siento respecto a Dáran.
—Vaya, ¿y qué haces por aquí? —pregunta como si le diera lo
mismo. Me levanto, incómoda.
—Es una larga historia —cede Victoria, un tanto tensa. Le sonrío
a ambas.
—Si me disculpan voy al sanitario —me excuso buscando salir de
ahí. Si la invita a almorzar definitivamente tendré que inventar algo
porque lo único que me provoca es rasguñar su perfecto rostro. No
me reconozco con todas esas reacciones, pero desde hace meses
que no soy ni el asomo de lo que era.
—Claro, querida. Kattlyn, muéstrale el camino —pide a una de las
chicas con las que hemos estado hablando, riendo, pasándola bien
a decir verdad.
—No es necesario, los vi al pasar. Un gusto, Maya —expreso
buscando sonar cortés e indiferente. Me sonríe de forma forzada.
—Igualmente.
Salgo de ahí y casi suelto el aire. Camino y doy con ellos. Respiro
aliviada cuando cierro. Me acerco al espejo y observo mi reflejo,
negando. Este no es mi mundo, esta no soy yo. Debo darle las
gracias a esa agradable mujer y marcharme. Sí, eso es lo
adecuado, lo correcto. No me encuentro en mi elemento por muy
cálida que sea conmigo. No me interesa modelar nada, ni ser
imagen de una casa de diseño de esa índole, estar en el candelero.
Ya ha sido demasiado este año y lo único que realmente deseo es
paz, seguridad. Aceptar algo como lo que Victoria propone es lo
opuesto.
Alguien entrará, abro el grifo para lavarme las manos cuando la
veo por el reflejo. Me observa inmutable. De algún modo comprendo
que algo quiere, que no saldré indemne de ahí y que busca hacerme
daño. Lo veo en sus ojos, en esa sonrisa que exhibe su
conocimiento de algo que yo ignoro. Me giro para salir, pero se
adelanta y cierra con seguro. Arrugo la frente porque ahora me
obstaculiza la salida. No pensé que sería tan directa. La enfoco, un
tanto asustada, otro tanto molesta.
—Quiero hablar contigo, Elle Phillips.
—No veo de qué, Maya, apenas si nos hemos visto —atajo sin
moverme notando que conoce hasta mi apellido.
—No soy el enemigo, querida —asegura con gesto
condescendiente, casi nostálgico.
—¿Por qué el aseguras la puerta, entonces? —pregunto
evaluando mis opciones, con las palmas sudorosas. Si decide
hacerme daño nadie podrá ayudarme, además, ella no tendrá
represalias, en su mundo eso no pasa, lo sé ahora. Aun así aferro
mi bolso, adentro está el celular, recuerdo tranquilizándome un
poco.
—Porque si no, no tendremos privacidad. Apenas si contamos
con pocos minutos, créeme.
—¿Para qué? —me aventuro a preguntar, tensa, pero temeraria.
—Para abrirte los ojos —señala.
—Te reitero, no te conozco, Maya, no veo por qué te tomarías la
molestia de lo que sea, incluso de eso —le hago ver buscando
parecer inmutable. Sonríe y se recarga en la puerta. Suspira
cansina, sacude su melena espectacular. Por mucha seguridad que
tenga, me siento tan insulsa a su lado, una más de tantas, aunque
me reconforta que el 99% de la población femenina del planeta así
se sentiría ante ella.
—Yo estuve comprometida con Dáran hace unos años, pequeña.
Y debes saber dónde estás metida —expresa con serenidad. Esa
verdad cae sobre mí dejándome helada, como si hubiesen vaciado
encima toda una tormenta de nieve y de pronto recuerdo de dónde
la conozco, de aquella vez que busqué en internet sobre él. Es ella.
Mi sangre se detiene, mi pulso también. No miente.
—¿Por qué debería escucharte? —inquiero, aun así.
—Porque somos mujeres, debemos ayudarnos y porque me
parece cruel que estés en medio de todo esto sin seguramente
conocer la verdad. Dáran es un hombre complejo, si lo sabré yo, de
gustos excéntricos, atípico, impredecible, pero no estoy de acuerdo
en que a una dulce jovencita como a ti le haga daño. Estoy segura
de que no lo mereces, basta ver tu cara de ángel.
—Prefiero irme, si no te molesta.
—Entonces no quieres escuchar cómo todo fue planeado. Cómo
decidió hacerte su amante para asegurar la vacuna él, y que otro
laboratorio no fuese el precursor de algo como lo que descubriste —
murmura sobre mi oído cuando pretendo salir. Respiro rápido, la
miro de reojo, aturdida. No, no es cierto, mi estómago se revuelve—.
Pregúntale, sus socios le exigieron garantías; si te metía en su
cama, si te dominaba, las tendría pues te controlaría. Y dime, Elle,
¿no fue así? Lo lamento, pero no sabes dónde te metiste, aquí nada
es un juego, si acaso el que jugamos con las personas, porque
podemos, porque lo deseamos. Son peones de nuestra vida y
decidimos hasta la menor de las cosas. Tú eras solo una pieza más
de ello —asevera con suavidad venenosa. Retrocedo un par de
pasos, ofuscada por lo que dice, por cómo lo dice, por el temor a
que esas palabras sean reales, porque de alguna manera sé que es
así y me rompe por dentro, me hunde. Tocan. Transpiro y me atrevo
a encararla—. Está ocupado —dice sin soltar mi mirada—. Te dije
que teníamos poco tiempo. Pero debías saberlo, Dáran no se fijaría
en una jovencita como tú teniendo todo lo que alguien como él
puede tener. Lo sabes, le diste lo que quería, y listo. Luego
regresará a su vida, te desechará como lo hace cuando le conviene.
Y sí, como lo hizo conmigo y no, no estoy celosa…
—¿Señorita Elle? —Es Tom. No puedo respirar, me estoy
ahogando, tiemblo de pies a cabeza. La manija se mueve—. Abra,
por favor.
—Yo me casé, rehíce mi vida, pero me costó mucho tiempo
reponerme, no quiero que te pase, o quizá llegué tarde y le crees
cada palabra que te dice. —Se cubre la boca, compungida—. No…
Te enamoraste, te hizo creer que te protegía sin nada a cambio. Oh,
querida, no puedes ser tan inocente. Tengo pruebas, cuando
quieras… solo búscame —señala y la puerta se abre de golpe.
Jadeo. Tom está ahí, Victoria también. Tiemblo, agitada. Maya
sonríe, me da un beso en la mejilla que me sabe a veneno puro y
sale.
—Es inaceptable lo que hiciste —regaña a Tom con tono suave
—. Hablaré con Dáran —le advierte y se marcha contoneándose.
No me muevo, mis dientes castañean. El escolta me observa
preocupado, leo en sus ojos culpa y eso me quiebra aún más, como
si no estuviera ya rota. Victoria se acerca, niego alejándome
asqueada, sintiendo como todo dentro de mí se desgarra en
millones de partículas que salpican mi visión, hasta el último
recuerdo.
CAPÍTULO XXXIX

—¿Elle? —me nombra, cauta. Niego otra vez. La hago a un lado


y salgo corriendo, me siguen, busco las escaleras, peleo con la
cerradura para abrir la puerta de emergencia, pero Tom toma mis
manos. Lo encaro y lo aviento con rabia.
—¡No me toques! —rujo fuera de mí. Victoria pestañea
confundida, agobiada también. El elevador se abre, entro y Tom
también. Intento aflojar el cuello que me ciñe. Me quito los zapatos,
los dejo ahí. Algunas personas entran, el escolta habla por el
audífono, da órdenes, enérgico. En cuanto se abre la puerta corro,
no tengo ni la menor oportunidad; los otros dos ya aguardan ahí y
me interceptan. Los golpeo con furia, los empujo con ferocidad,
estoy fuera de mí, el odio circula en mi sangre, en mi mente, con un
corazón lacerado y cansado.
—¡Déjenme! —grito despavorida. La gente que pasa nos
observa, me meten en el auto, dentro me acerco a la otra puerta y
busco abrirla. Desesperada noto que no puedo—. ¡Abre! —Niega—.
¡Abre la maldita puerta de una jodida vez! ¡Desaparezcan de mi
vida! ¡Abreeeee! —bramo hasta que mi garganta escuece.
—Lo lamento, la llevaré a Nueva Escocia —me avisa buscando
parecer inmutable. Niego aterrada.
—No, Tom —le ruego acercándome, tomándolo por el saco.
Retira mis manos con cuidado.
—Son órdenes —determina, serio. Lo observo con odio.
—Son bajos, asquerosos. Son parte de esta porquería —chillo
sentada con las piernas arriba, rodeándolas. Fuera de mí,
temblando de forma convulsa.
Evoco momentos; la playa, la casita, nuestras risas. Me llevo las
manos al cabello. Nada fue real. Él es una maldita mentira. Mi pecho
escuece, se hunde y oprime tanto que duele físicamente, que me
quema y acribilla. Pero no lloro, me siento tan traicionada,
conmocionada que no logro dejar de temblar. Mi corazón está
oprimido, mi mente entumida, me ahogo, me ahogo en medio de
toda esta repugnancia. Por eso me miraban así en esas fiestas, por
eso desde el inicio todo fue turbio. Él sabía lo que debía ocurrir y
nada lo detuvo.
Su teléfono suena, responde con el manos libres, habla en maorí,
se nota tenso, me ve cada tanto. Asiente. Cuelga y me observa
agobiado, le regreso la mirada tan solo un segundo.
Llegamos al hangar, me ofrece ayuda. Me resisto, pero con el
mayor cuidado me baja. Entro al jet y me repele siquiera
encontrarme ahí, en medio de esa repugnante opulencia. Durante el
vuelo logro permanecer impávida, ausente. Percibo la mirada de
Tom sobre mí, agobiado, lo ignoro. En Halifax, una hora después en
la que logro de alguna manera evadirme porque el dolor me está
quemando, porque siento tanta rabia que me come, porque por
primera vez el odio aparece y me somete, bajamos.
El helicóptero está listo, me subo esta vez sin oponer resistencia,
no llevo zapatos, aunque me los ofrece Tom, ni siquiera lo veo.
Cada minuto que se acerca a aquel lugar noto como el rencor sube
a mi garganta, como me envuelve y la ansiedad crece.
Distingo Kahulback y mi estómago se hunde. Al aterrizar lo veo.
Está ahí, solo. ¿Cómo puedo odiar y amar a alguien con la misma
intensidad? Se acerca cuando abren, me observa agobiado, cauto.
Me desabrocho, los demás bajan.
—¿Elle? —me nombra. Me levanto y acerco.
—Quítate —rujo violenta. Se hace a un lado y brinco como
puedo. Tomo la tela del vestido y corro lo más rápido que consigo.
Entro a la casa, subo por unas escaleras, llego hasta la segunda
planta, mido mis opciones, sé que no tengo en realidad, no desde
que llegué aquí, pero no puedo más aceptar todo con docilidad. Veo
una puerta, la abro, entro y cierro tras de mí. Es una habitación de
visitas, supongo. Me escurro por la madera, entumida. Escucho sus
pasos, cierro los ojos.
—¿Elle? Sé que estás ahí, ábreme, por favor —me pide.
—¡Vete al infierno! —le grito. Mueve la manija, entrará, lo sé. Me
levanto y hago a un lado. Aparece, luce asombrado, alterado. Lo
miro con odio mezclado con este maldito amor que le tengo. Sin
pensarlo le doy una bofetada tan fuerte que ladeo su rostro siempre
tan sereno, y salgo de prisa. Me detiene a unos metros
apresándome por la cintura. Pataleo.
—¡Se acabó, Elle! ¡Basta! ¡Ya esto es demasiado! —ruge. Le
grito, intento por todos los medios soltarme, no logro nada.
Llegamos al apartamento y hasta que no se cierra la puerta tras
nosotros no me suelta. Lo aviento y me alejo. A una distancia
prudente lo encaro agitada—. ¡Me vas a decir qué ocurrió! ¡Ahora!
—me grita por primera vez. Pestañeo y mis ojos se anegan
enseguida. Lo observo lo que parecen años, intentando encontrar
algo que no encaje en esa aberración—. ¿Qué te dijo Maya? —
cuestiona al ver que no hablo. De pie, fiero, pero sin acercarse.
Cómo un guerrero que mide al rival, solo que yo soy más una
estúpida presa que ya cazó, usó y rompió.
—¿Por qué no le preguntas tú? —escupo con indolencia, cuando
las lágrimas comienzan a emanar. Estoy rota, estoy tan rota y no
hice nada para evitarlo, acepto con dolor, uno que como una espiral
se arremolina por todo mi ser. Gruñe.
—Te lo estoy preguntando a ti —zanja contenido. Alzo la barbilla
buscando guardar un poco de la dignidad que me queda.
—Estuvieron comprometidos… —le digo limpiando mi rostro con
furia. Tensa la quijada y asiente.
—Hace mucho tiempo.
—Eso me dijo.
—¿Y qué con eso?
—Y parece que conoce bien todos tus movimientos, que… sabe
lo que haces.
—No te sigo, Elleonor. Maya y yo tenemos negocios en común,
nada más.
—¿En serio? No me lo pareció la otra noche cuando te coqueteó,
te propuso pasarla bien como hacía poco tiempo atrás, y te besó —
remembro ácida. Su semblante se tambalea por un segundo, el
mismo que sentí ganas de golpearlo hasta no tener fuerza.
—No hay nada entre ella y yo desde hace diez años…
—¿Qué más da, Dáran Lancaster? ¿Quién soy yo para pedirte
cuentas? —refuto encogiéndome de hombros, con cinismo—. Ah, sí,
ya recuerdo. Solo soy aquella química estúpida que encontró algo
que les daría a ganar mucho dinero, y como no se podían arriesgar
a que decidiera no hacerlo o se lo diera a alguien más, la
competencia por ejemplo, debías retenerme aquí y… convertirme en
tu amante, ¿no es cierto? —apunto notando como mi último atisbo
de fuerza se pierde cuando su semblante palidece. Mi corazón se
hunde y cruje casi tan fuerte que lo escucho. Me cubro la boca
negando horrorizada, me doblo y lloro negando, decepcionada.
—Elle —dice acercándose, retrocedo—. Elle, no fue así —intenta
explicarme. Niego enfocándolo. Me observa impotente, tenso,
descompuesto—. No fue así.
—¿Entonces? ¿Entonces cómo? ¿Maya miente? Los
inversionistas no te pidieron eso, no les ofreciste eso, ¿dime?
—Ellos no tienen decisión en mi vida —determina a unos pasos,
pasándose la mano por el cabello, varios mechones se le sueltan.
—Me usaste, ¡me usaste desde el inicio! Me querías doblegar,
demostrar que lograrías tenerme justo donde me advertiste, todo era
parte del plan, ¿no es así? Tu cama, dejarme sin opciones, ¿en
serio te envenenaron? —pregunto llorando, temblando.
—¡Cómo puedes dudarlo! ¡Me viste! Escucha, ellos querían
garantías para protegerte, mentiría lo que fuera necesario para
hacerlo, sin su ayuda iba a ser más complicado. No podía
arriesgarte.
—Nada es verdad, nada es mentira. ¿No es cierto? —le
recuerdo, palidece más. Me acerco y coloco un dedo sobre su
pecho, llorando como nunca antes, me estoy deshaciendo por
dentro—. Tú eres una absoluta mentira. Una de la que no me
alcanzarán los días para detestar. Fui un capricho, la obsesión del
momento, y ¿por qué no? Además ganarías. Fui una estúpida —me
lamento llorando sin cesar.
—Elle, hablemos… No es así, cuando supe que eras tú, decidí
asumir esto…
—Me vendrás con la estúpida historia de que como me conoces
desde hace años, quisiste ayudarme… ¿Es en serio? No puedo
creerte, no confío en ti. Y quiero que me dejes ir.
—No.
—¡Sí! ¡Sí! No te quiero cerca, ni siquiera puedo perdonarme el
haber sido tan idiota como para acabar justo como me lo antelaste
tantas veces. ¿Dime algo? ¿No te aburrió? ¿Fue difícil por lo
menos? ¿O algo nuevo retozar con una mojigata que no tenía ni una
jodida idea de nada, menos de ese mundo asqueroso en el que
vives? ¡Dime! —le grito acercándome y le doy otra bofetada, pero
que nada le hace o eso parece. Detiene mis muñecas, tiene la
quijada apretada. Me intento zafar con violencia.
—Sabes que no es verdad, sabes que no fue así. Estuviste aquí,
Elleonor. Por favor tan solo cálmate. Hablemos —me suplica pero lo
empujo y termino aventándolo de nuevo, y otra vez. No lo muevo en
realidad, aunque ayuda a mi furia, mi rabia, la impotencia.
—¡Te odio! ¡Te odio! Me rompiste, ¿entiendes? Me rompiste por
completo —le hago ver dejándome caer al piso, a centímetros de
sus pies, cubriendo mi rostro, llorando.
—No hables así, no es verdad nada de lo que piensas —me
ruega agachándose. Siento su mano sobre mi espalda, me hago a
un lado como si me quemara, porque en realidad eso siento; me
lacera.
—Es la verdad… —lo encaro dolida—. Si me hubieras pedido la
fórmula, si me hubieras dicho la verdad, te la hubiera dado sin
necesidad de todo esto. Pero preferiste demostraste que podías
hacer de mí lo que quisieras. Felicidades, lo lograste, ¿ahora qué
sigue?
—Elle, nada fue actuado, todo fue real. Sé que lo sabes, no se
puede mentir hasta ese grado —asegura. Le sonrío sorbiendo el
llanto.
—En mi mundo, no, en el tuyo… sí. Y ¿sabes qué es lo peor?
Que me dijiste, me advertiste que cedería. Lo hice, y ahora me
siento usada, humillada, despedazada… Quiero ir a casa, Dáran.
Necesito que esto acabe y olvidarlo, por favor. Si algo te inspiro
déjame ir. Ya no puedo más.
—No me acosté contigo por esa puta fórmula.
—Me obligaste a compartir tu cama. Pudiste buscar otras
formas… No lo hiciste.
—Debía ser creíble.
—¿Y por qué no me lo dijiste?
—Quise hacerlo, en la convención.
—Pero me puse difícil, y me convertí en algo que debías
conseguir…
—Elle, quizá al inicio. —Lo acallo con la mano temblando
alarmantemente. Lo nota.
—No más, Dáran. No más —le suplico entre sollozos. Se aleja y
recarga en un muro, perdiendo su atención en el techo, mientras yo
no me muevo y lloro en silencio, sobre el piso. Mi pecho arde, me
siento exhausta, aturdida. Los ácidos de mi estómago se
entremezclan tanto como todo mi dolor, lo que me consume y se
deshace. Me levanto con esfuerzo y corro al baño de abajo.
—Elle… —lo escucho, apenas si alcanzo a llegar. Devuelvo todo
lo que puedo, una, dos, tres veces. Ahí, mientras sujeto mi cabello,
mientras comprendo que esto es mucho más fuerte que yo. Me
levanto temblando, no lo puedo evitar. Abro el grifo y me echo agua.
Al levantar el rostro lo encuentro ahí, desencajado. Niego
agachándome, recargando mis brazos sobre la plancha de piedra.
—Quiero irme… —logro decir.
—Debes tranquilizarte, hablemos cuando estés más calmada.
—No cambiaré de opinión —aseguro volteándome—, y si no lo
haces, te juro que te odiaré por siempre, Dáran, lo haré de verdad.
Desaparece y escucho la puerta de la entrada abrirse. Me dejo
caer de nuevo llorando. Pasan las horas, mis lágrimas no cesan,
aunque ya no es llanto. Salgo de ahí entumecida, observo todo con
ironía. Uno de nuestros rompecabezas está ahí, con rabia lo
revuelvo y tiro al piso dejando piezas por doquier.
Subo, me dirijo al vestidor, saco mi caja y al ver la casita y la flor,
sonrío con amargura, con odio, los dejo de lado y tomo la foto de mi
padre, de mi hermana. Lloro de nuevo. Los necesito, necesito estar
en un sitio real, donde pueda reparar los daños que todo esto está
dejando en mi piel, en mi sangre, en mi mente, en mi pecho… en mi
alma que llora como yo.
Me acurruco en el diván y los observo intentando evocar
momentos alegres a su lado, pero los más dulces terminan siempre
en él. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué debía lastimarme así? ¿Por qué
permití que lo hiciera?
Despierto lentamente, enfoco agotada, estoy sobre la cama, mis
fotos en la mesilla de noche. Está tan oscuro. Ojeo el reloj, la una de
la mañana. Mi cabeza punza, me arden los ojos. Veo el vestido y mi
realidad me golpea. Me paso la mano por la frente, con el corazón
bombeando. Me levanto despacio, no está, lo noto. Voy al baño, me
desmaquillo llorosa. Soy un desastre, aunque nada comparado con
mi interior que colisionó y ahora es un campo de guerra sin soldados
en pie donde la muerte reina y la oscuridad. Molesta por tener que
usar de nuevo ese baño, me doy una ducha, me pongo un pantalón
de algodón, una camiseta. Observo toda la ropa y río con amargura.
Me acomodo junto a la ventana de la habitación con las fotos de mi
familia adheridas al pecho. Recargo mi sien en el vidrio y me pierdo
en la penumbra de la noche. Necesito irme, si no colapsaré.
Veo salir el sol, los ojos me arden. Escucho que la puerta de
abajo se abre, me tenso pero no volteo. Es él. Sus pasos sigilosos,
ahora los reconozco y me odio por eso. No me muevo. Sé que está
de pie ahí, en el rellano de las escaleras.
—Necesitamos hablar… —dice con esa voz que me estremece,
que me genera tanto pero que en ese momento repelo.
—Quiero irme —solo respondo.
—Tu seguridad aún está comprometida, no puedo jugar con ello
—expone sentándose en la cama a escasos dos metros de mí, no
volteo. Rio con amargura.
—Pero conmigo sí… —repongo.
—Jamás jugué contigo, Elle —zanja con voz profunda. Lucho con
las ganas de mirarlo, pero me contengo.
—Da igual, ya tienes lo que querías, no tienes obligaciones para
conmigo. Déjame ir.
—No arriesgaré tu vida, o que algo te ocurra. —Mi sangre hierve,
volteo rabiosa. Lleva el cabello en un moño alto, samurái, una
camiseta blanca en cuello V, su colgante sobresale, algunos de sus
tatuajes y pantaloncillos holgados oscuros, de algodón. Su hombría
me golpea, pero no permito que me someta.
—No soy tu responsabilidad, el que te hayas metido entre mis
piernas, como predijiste, no me convierte en alguien por quien
debas preocuparte. Quiero regresar a mi hogar, a ese del que nunca
debí salir y si me pasa algo… es mi problema, no tuyo
definitivamente —reviro apenas si con voz, en tono contenido.
Cierra sus puños, luego se pasa las manos por el cabello y clava la
cabeza en el piso con los codos descansando en sus rodillas. Niega.
—No te arriesgaré y deja de hablar de esa manera. Sabes que
fue mucho más que eso.
—No fue nada, el que fueras el primer hombre en mi vida no
implica nada. Si acaso con el tiempo un mal recuerdo de toda esta
pesadilla —aseguro con rabia. Me mira descompuesto. Se pasa una
mano por la barba, niega.
—Si te pasa algo, wahine, no podré perdonármelo —espeta
decidido. Mis puños se cierran ante el apelativo que aprendí a amar,
a aceptar. Lo sentía tierno, muy mío, una manera de nombrarme
solo a mí.
—No vuelvas a hablarme en maorí, nunca —le ordeno. Sus
facciones se tensan.
—Pienso de esa manera, y eres taku wahine, te guste o no.
—No soy tu mujer —rujo levantándome, me observa pero no se
mueve—. Jamás lo fui.
—Lo serás siempre —determina sin atisbo de arrepentimiento.
Mis ojos se anegan y niego.
—¡Deja de decirlo! No es verdad, nada en ti lo es. Y digas lo que
digas no podré volver a confiar en ti.
—Maya sabe que me importas, por eso te lo dijo.
—Me lo dijo porque es una víbora igual que tú. Cómo se debieron
reír a mis espaldas en aquellas asquerosas reuniones, que déjame
decirte, son repulsivas. Me expusiste a ello, ¿para qué?
—Debían saber que estás conmigo.
—No estoy contigo, me retienes aquí que es diferente. No eres
tan idiota como para pensar que porque era virgen y me acosté
contigo me siento atada a ti de alguna manera. Estabas ávido de
algo nuevo, diferente, de gozar de tu reto. Yo de aprender, de
dejarme fluir tal como propiciaste. Solo fue un intercambio de placer.
Ahora quiero irme, Dáran.
—Estás enojada, lo entiendo… —Gruño y bajo por las escaleras,
con la foto de mi hermana y mi padre aferrada a mi mano. Me sigue
cuando me siento en el sofá, frustrada.
—Si no me dejas ir, te odiaré, te odiaré tanto que me comerá, que
terminará conmigo pero, aun así, no dejaré de sentirlo. Si no me
dejas ir, cada vez que me mires aborreceré el propio hecho. Si te
atreves a tocarme, gritaré hasta quedar sin aire. Y cada día buscaré
la maldita forma de huir aunque sepa de antemano que es
imposible. Así que decide… porque no soporto un minuto más
tenerte cerca, menos verte, estar aquí —susurro con ira impresa en
cada palabra, con mi corazón hecho trizas, con el alma herida,
notando como palidece, como lo dejo sin opciones, o eso creo.
—Veo que no quieres escuchar.
—No quiero estar aquí, el que no escucha eres tú.
—Tu vida peligra. ¡Con un carajo!
—¿Qué más te da? Ya tienes lo que querías —le hago ver con el
labio temblando, llorando de nuevo. Gruñe pasándose las manos
por la cabeza.
—No tienes una maldita idea de lo que yo quería, de lo que
quiero, te juro que no la tienes, Elleonor —ruge y sube.
Clavo mi atención en la mesa, las lágrimas humedecen mi
pantalón, sin ser llanto, solo dolor, desazón, un agujero que sangra y
me absorbe. Mis dientes castañean y el frío se instaura en mi piel,
en mi mente. ¿Por qué? ¿Por qué todo tenía que ser así? ¿Por qué
tuve que amarlo como lo hago? ¿Por qué no luché por alejarlo más,
por protegerme? Sollozo.
Porque rompió cada barrera, bajó mis defensas, supo cómo
ingresar a mi mente y luego habitar en mi alma, esa que ahora
mismo sufre sin remedio, porque fue delicado, cauto, cuidadoso.
Porque lentamente fue rompiendo mi caparazón, ese que usé toda
mi vida, que ni siquiera sabía que lo tenía. Dáran atravesó todos los
muros que durante años construí. Los rompió tan sigilosamente que
no lo noté y logró que respirara diferente, que viera diferente, que
sintiera diferente que… viviera de verdad. Ahora mismo duele aún
más todo aquello, mucho más que antes. No sé qué haré si logro
salir de aquí, pero sé que debo alejarme o no lo resistiré, sé que no
podré, no soy tan fuerte.
Niego limpiando mi rostro. Durante todo este tiempo no me
permití pensar en nada que no fuese el momento, lo que me hacía
sentir, me dejé llevar y sentí tanto… Tanto que sé jamás podré
volver a sentir algo siquiera similar. No soy tan ingenua como para
no saber que esas experiencias no se repiten, que la química que sí
existe entre ambos es más fuerte que nada que hubiese conocido y,
aun así, no significa nada.
Paso saliva, buscando que, de algún modo, ese nudo baje y me
deje respirar bien. No cede. Mi mente en este momento es una
revolución tan profunda que no logro siquiera moverme.
—Debes comer —escucho que dice, de pie, a unos metros. Ya se
duchó, se mudó de ropa por vaqueros y camiseta. Busco contener lo
que me genera y solo lo miro, impávida—. Elle, no hagas esto de
nuevo —me suplica pasándose la mano por el rostro. No respondo,
me giro y bajo la cabeza—. Pediré que lo traigan, no tendrás que
soportarme, solo lo necesario. —No reacciono. Le da un golpe al
muro donde está el televisor y escucho que se va.
Llega el desayuno, ni siquiera lo miro, me recuesto en el sofá e
intento perderme en algo agradable. No encuentro mucho a qué
aferrarme, salvo esa tonada de mi madre, esa que emergió después
de lo ocurrido en el baño. Sin remedio me pierdo en los recuerdos,
en la reserva, en lo que fue. Me sentí libre, feliz como nunca a pesar
de todo, aprendí tanto. Cada mañana era diferente, lo que me
despertaba crecía casi cada segundo… No fue complicado amarlo,
me mostró casi justo lo que yo deseaba ver en él; un hombre
vibrante, sencillo, alegre, juguetón, que vivía al pendiente de cada
detalle, que me mostró un mundo de sensaciones que desconocía,
que reía a mi lado, que bailaba conmigo a pesar de pisarlo, que
hablaba con cultura, que a la vez me hacía sentir su amor por la
vida, por las cosas sencillas. Sí, fue inevitable.
Despierto al escuchar ruidos. Me remuevo en el sofá. Una mujer
trae de nuevo comida, es una de las chicas de la cocina. La
observo, me mira agobiada.
—Debe comer, señorita… —me pide con voz dulce. Le sonrío.
—Gracias, no me encuentro bien del estómago y no tengo apetito
—le hago ver y es verdad, sigue revuelto, muy revuelto. Tuerce la
boca.
—A Rory no le gustará ver la charola llena de regreso.
—Lo intentaré —propongo, se anima y sale un minuto de
después. Abro los platillos y mi garganta escuece, salgo corriendo al
baño. Devuelvo puro ácido. Jadeo ahí, aferrada al inodoro. Me lavo
la boca y salgo. Lo cubro para no olerlo y subo. Necesito irme.
Pienso de nuevo, desesperada, incluso sudando por la ansiedad.
La noche llega y no me he levantado de la cama, ahí, acurrucada,
a veces me duermo, a veces despierto de forma abrupta con mi
corazón martilleando, tomo agua y vuelvo a recostarme. Llega, sé
que es él, aunque no lo vea. Me tenso, no lo puedo evitar.
—Enfermarás —decreta a mis espaldas. No volteo. Suspira
pesadamente.
—Déjame ir —solo respondo cansada. Escucho que cierra la
puerta del baño, se da una ducha e inevitablemente mi cuerpo
despierta. Esa sensación en el vientre, ese cosquilleo de mis labios,
aprieto la almohada. Me detesto por esto, por no ser capaz de
someterlo.
—Si no comes algo haré que te mediquen, te lo advierto —gruñe.
—Eres el dueño y señor, yo alguien sin derecho a elegir. Haz lo
que quieras —respondo con voz adormilada.
—No me doblegarás, eres mi prioridad, no te arriesgaré.
—Y tampoco van contigo los berrinches. Para con eso.
—Elle, no bromeo.
—También lo sé, y no como porque no puedo. No tolero nada —
le informo sin girar, con voz casi somnolienta.
—Le pediré a Daniele que te examine.
—Como quieras.
Lo escucho suspirar, mientras su colonia invade mis pulmones y
lucho con las ganas de voltear y olvidar todo lo que me duele.
Más tarde el médico aparece, lo observo impávida y evado a toda
costa la mirada de la bestia como lo prefiero nombrar de nuevo, que
permanece recargado en el muro aledaño a la escalera. Me toma la
presión, revisa mi corazón y casi espero que me diga que no lo
escucha, porque ya no lo siento. Me hace respirar, en fin, lo típico.
Al terminar me observa tenso.
—Estás alterada. Debes relajarte, no es sano —diagnostica,
agobiado por mi falta de reacción. Luego voltea hacia él—. Dáran,
necesito un momento con ella —le informa sereno. Éste se frota el
rostro y asiente. Espera unos segundos y me mira, cauto—. ¿Qué
ocurre? —Me encojo de hombros, con las ganas de llorar de nuevo
rondando.
—Solo quiero marcharme.
—Elle, no sé qué esté ocurriendo entre ustedes, pero puedo darte
un calmante, quizá así te relajes e incluso pienses con mayor
claridad.
—No, Daniele, solo quiero irme. No soporto un día más aquí y no
lo entiende. Ya hice lo que quería, debo marcharme —murmuro con
los ojos anegados. Sacude el rostro, pensativo.
—Hablaré con él, ¿de acuerdo? Pero tú permitirás que te dé un
calmante, y comerás —propone.
—No quiero dormir, ¿por qué el calmante?
—Porque estás en medio de un cuadro agudo de estrés, uno que
necesita atención —explica de forma profesional—. Estás pálida,
ojerosa, las náuseas, el vómito, las palpitaciones y sé que no
quieres enfermar, no como aquella vez. —Niego segura de ello, no
me puedo encontrar en esa situación de nuevo. Acepto sin remedio.
Lo ingiero y me recuesto. Baja y escucho voces, cuchicheos, luego
salen. Pero sus pasos me alertan, lucho contra el sueño que me
generó la pastilla.
—Debemos tener una conversación, sé que no es el momento y
lo entiendo —señala con tono cansino. Volteo agotada, sin mucha
fuerza.
—No hay momento, no hay debemos, siempre fuiste tú, con tus
deseos de por medio. Ya no puedo, Dáran, de verdad ya no puedo.
Si te empeñas en tenerme aquí no dejarás nada en mí… Solo
déjame seguir mi vida. Quiero odiarte y no puedo, pero sé que si no
me voy, sucederá.
Su semblante es contenido, fiero, pero sé que lo que le dije al fin
lo doblega, lo noto en sus ojos, en su manera de respirar, en sus
puños cerrados.
—No quise hacerte daño.
—Pero lo hiciste —logro decir y me volteo acurrucándome, me
estoy quedando dormida—. Y duele... duele mucho.
Mis ojos se cierran, pierdo la consciencia.

Despierto y el sol se filtra, nuevamente los días se me


entremezclan y creo que es viernes pero no estoy segura. Me hayo
bajo las cobijas, volteo y noto que su lugar en la cama está intacto.
Siento alivio y aprensión, una punzada constante de dolor. Me
encuentro un poco más despejada, es la verdad, por lo menos dormí
y quizá coma algo, pero antes me decanto por una ducha. Me pongo
unos vaqueros y una blusa sin adornos, lavo mi boca y bajo. Estoy
sola. En el comedor unos panqueques con frutos rojos me esperan,
logro comer uno, café y luego me quedo pensativa, con la taza entre
las manos. La puerta se abre, nerviosa pongo mi atención ahí,
donde alguien, quizá él, aparecerá.
Es Tom. No reacciono y le doy otro sorbo al café.
—Tengo instrucciones de llevarla a Toronto —me informa tan
formal como siempre, pero noto su preocupación. Casi suelto la taza
y escupo el café. Pestañeo temblando, desconfiada. No puede ser
cierto, algo dentro de mí cruje porque no vino él a decírmelo, porque
aceptó que me marchara, porque… todo terminó y me duele mucho
más de lo que debería después de lo que sé—. La única condición
es que acepte que esté al frente de su seguridad unos meses,
mientras todo termina.
Siento caliente el rostro, mi pulso se desboca. Dejo la taza y bajo
los pies de la silla. Me levanto aturdida, dolida también, con un nudo
creciente en mi pecho, tanto que duele incluso pasar saliva. Debería
estar feliz, esto era lo que quería, ¿no? Pero duele y solo tengo
ganas de llorar.
—¿No estás jugando?
—No, señorita. Son órdenes del señor Lancaster. —Escucharlo
mentar abre más la herida, pero quizá Daniele logró convencerlo y
no hay nada que ya quiera de mí. Logró lo que buscaba, y
comprendió que era innecesario mantenerme a su lado—. Podemos
partir en cuanto tenga listo su equipaje, ya vienen a ayudarle —
explica serio.
Asiento aturdida y observo el lugar sin poder dejar al lado cada
momento que he pasado en estas paredes. Puedo recordar sin
problema cuando abrí los ojos y lo asustada que me encontraba, y
luego… todo fue cambiando, yo fui cambiando. ¿Por qué hizo así
las cosas? ¿Por qué no fue sincero? ¿Por qué tornó turbio lo que
quizá pudo haber sido claro? ¿Por qué envolvió mi vida en este
placer sombrío sin que pudiera evitarlo?
La respuesta me golpea como una bofetada certera: tú te
enamoraste, él solo deseaba usarte y ganar su desafío. Ya
consiguió lo que quería, aun así, le debes la vida, haber cambiado
de piel.
—No necesito ayuda. Solo dime a qué hora podemos irnos —
hablo al fin, con voz rota. Me observa calmo.
—Cuando lo desee —determina sin acercarse—. Todo está listo.
Mis ojos se anegan, tiemblo. Ya no regresaré, ya no lo veré y
aunque me quema la sola idea sé que es lo mejor, que debo
marcharme y comenzar de nuevo, que aquí no es mi lugar, nunca lo
fue.
—Solo una cosa —apunta, lo miro—. Será prudente, escuchará
las medidas de seguridad que se decidan. Mi trabajo es mantenerla
con vida y sana. Le ruego no lo obstaculice.
Arrugo la frente, no quiero trasladar mi prisión.
—¿Podré ir a donde quiera?
—Es libre, señorita Elle, siempre lo ha sido. Solo debe saber que
hay lugares donde nos es más difícil garantizar su bienestar.
—Como un cine… —comprendo curiosa, abrazándome agitada.
No me interesa ir a uno, pero me es importante entender bajo qué
condiciones se está dando esto. De todas maneras prefiero estar
lejos de aquí, como sea.
—Por ejemplo.
—Bien, y cuando… pase el peligro, ¿se irán?
—Así es. Serán un par de meses, quizá hasta que concluya el
año. Depende de lo que se sepa, de factores que se irán
estudiando.
—¿Y le informarás cada paso mío? —inquiero entornando los
ojos. No será sencillo, comprendo. El hecho de tenerlos ahí todo el
tiempo hará que lo tenga presente y me asusta prolongar lo que me
duele, pero que además, esté al tanto de mi vida… Me revienta, no
le incumbe.
—Solo si tiene que ver con su seguridad.
—¿No tengo opción?
—No, me parece. No si desea irse.
—Deseo irme —confirmo decidida, aun con esas condiciones
impuestas, de las que no puedo tampoco quejarme, se trata de mi
vida y sería absurda, infantil.
—Bien.
—Iré por mis cosas. Salgo en quince minutos —le informo. No
esconde su desconcierto, pero asiente así, erguido, serio, como
suele ser y sale.
Una vez sola permanezco, ahí, en medio de aquel lugar. Lo
repaso respirando agitada, con ese nudo atascado en mi garganta,
pero que no me detendrá. Niego llorosa y subo deprisa, debo irme
ya. No quiero pensar, solo hacer lo que debo. Tomo mi caja, esa que
me dieron meses atrás con mis pocas cosas. Noto que ahí, a un
lado, está la casita y la flor. Sollozo ahogadamente, pero sin llorar.
Las tomo y dejo sobre la cama, agarro una hoja de su mesa de
noche, que suele tener en el cajón y escribo con letra torpe, tiemblo.
“A veces un segundo cambia una vida, o varias. Un año eran
muchos de ellos, y demasiados para mí. Gracias por mantenerme a
salvo.
Elle.”
Lo dejo a un lado, suspiro con los ojos acuosos. Meto la Tablet y
el cargador y salgo de ahí, dejando atrás todo esto, con el llanto
atascado, con el dolor ahogándome, con el corazón roto.
CAPÍTULO XL

Llevo dos días en mi apartamento, dos días en los que no he


podido dormir, dos días en los que me veo en el espejo y no me
reconozco, dos días en los que observo lo que me rodea y no lo
siento propio, dos días… que dejé atrás algo que no sabía cedí; mi
alma.
Suspiro con las rodillas envueltas en mis brazos, sobre mi cama,
perdida en los detalles que yo misma coloqué hace tiempo; muebles
claros, adornos en colores sin vida, si calidez, le falta algo, mucho
en realidad. Quisiera unas plantas colgando por ahí, quizá un tapete
al bajar de la cama que no sea gris, si no, miel, de punto. Una repisa
en el muro al lado de mi cama, a lo mejor más luz, determino.
Resoplo reparando por enésima vez en la caja que traje de la isla.
Mis ojos se anegan, sollozo de nuevo y escondo la cabeza entre mis
piernas negando.
Cuando salí de aquel apartamento, albergué la ilusión que, de
alguna manera, no sé, aparecería y quizá se despediría. Era
estúpido lo sé, no tenía sentido pero mi corazón no es muy cuerdo
que digamos, y debo admitir que me hubiese gustado verlo por
última vez por mucho que doliera. Porque sí, duele recordarlo tanto
como si me quemara y, aun así, no puedo dejar de hacerlo. Kaisser
y Kamille aparecieron en el jardín, a unos metros del helicóptero.
Hubo un segundo en el que creí que me doblaría, que a pesar de
todo cedería. Lo cierto es que no tenía sentido, ya todo estaba dicho
y ese no era mi lugar, nunca lo fue. Los abracé sollozando. Coloqué
mi frente con la de cada uno y cuando alcé el rostro me topé con
Rory, llorosa. Me abrazó con fuerza, luego me separó tomando mi
rostro entre sus manos delgadas.
—Diste vida a este lugar, niña.
—Gracias por todo… —conseguí decir en medio de ese llanto
que debía guardarme, pero que no pude.
—Estaremos esperándote —murmuró pegando su frente con la
mía. Esa mujer también tiene algo de ellos, lo supe tiempo atrás y
con ese gesto lo corroboré.
—No regresaré.
—Cuando los lugares se rinden a una persona, niña, los llaman
entre susurros y les recuerdan que ese es su hogar. Y esta isla, es
el tuyo —aseguró. La abracé y corrí hasta el helicóptero. Tom me
ayudó a subir y cerré los ojos cuando despegamos. Necesitaba
dejar todo eso atrás.
Aterricé a Toronto antes de mediodía. Un auto nos esperaba en el
hangar, reconocí las calles de esta ciudad donde creí, tiempo atrás,
creí tener todo lo que necesitaba. Qué equivocada estaba.
Llegamos a mi apartamento, bajé y sentí el estómago en los pies.
Tom me tendió un sobre. Lo miré extrañada.
—Las llaves, señorita, su celular y lo demás está adentro. Espero
que encuentre todo bien —expresó no tan serio como suele. Lo
tomé desconcertada y sí, ahí estaba mi juego de llaves. Las coloqué
frente a mis ojos. Luego sonreí sin alegría. Abrí y al hacerlo, giré.
—¿Cómo será esto? No entiendo, dónde dormirán, dónde
comerán.
—Eso no debe preocuparle —señaló acercándose—. Y en su
teléfono está mi contacto, lo encontrará. Lo que sea puede llamarme
y enseguida estaré con usted.
—Tienes llaves… —asumo arqueando una ceja, sin contar la
fisgoneada a mi celular, verdad.
—Todo lo necesario para garantizar su bienestar, pero la idea es
que no nos note.
—Quieres decir que podré ir en transporte público, como solía al
trabajo… —Niega un tanto avergonzado.
—Lo lamento, no es posible.
—¿Estás diciendo que debo llegar a mi trabajo en uno de esos
autos? —chillé un tanto histérica ya.
—Escuche, por ahora es la manera que tenemos de cuidarla. Le
suplico que no me lo ponga difícil.
—No soy una mimada, tampoco exageres —me quejé. Sonrió.
—En lo absoluto, yo diría que es lo opuesto. Solo permítame
hacer mi trabajo —pidió con tono conciliador. Resoplé.
—No quiero tener miedo, y ustedes me recuerdan que debo
tenerlo, así que no soy tonta, está bien —determiné cansada. Sonrió
más tranquilo.
—Sé que no es sencillo todo esto, lo que ha pasado. No deseo
hacérselo peor, solo estamos aquí para lo que necesite.
—Gracias, Tom, lo sé —murmuré entrando.
Los olores del corredor, el elevador, el conjunto me llevó a
instantes de mi vida que evoco como si hubiese estado en un
letargo, algo autómata y sin emociones, o muy pocas en realidad.
Abrí, nerviosa, y todo estaba igual, fue como si lo que vi en ese
vídeo, meses atrás, no hubiese ocurrido, como si el tiempo ahí se
hubiese detenido. Gris y blanco reinan aquí, casi nada de color, casi
nada de detalle. Todo pulcro, sin esencia.
Dejé las llaves sobre la mesa del desayunador. Mi celular estaba
ahí, cargado... Las dos plantas que tenía están milagrosamente
vivas. Es evidente que se ha cuidado del lugar mientras no estuve.
Abrí el frigorífico y no faltaba comida, de hecho hay cosas que me
gustan, arrugué la frente. Enseguida abrí los anaqueles, todo estaba
como lo dejé, quizá mejor surtido porque solía comer cualquier cosa
en el desayuno y almorzar en la calle, y la cena comprarla o pedirla.
Sé que todo es obra de él, o de la gente que trabaja para él, que
al final termina en lo mismo. Mi corazón se hundió un poco más, me
senté en el sofá observando mi alrededor. Es pequeño el lugar, no
necesito más, pero no tiene nada de hogar, determiné viendo el
televisor. Me dirijí a mi habitación, mi bolso con mis cosas como mi
cartera o cremas que solía llevar, estaba ahí, en mi silla que está
frente a la cama. Luce tan… serio. Abrí el closet y permanecí allí, de
pie, un tanto aturdida. ¿Qué estaba haciendo de mi vida en ese
entonces? Pensar en mi trabajo, obsesionarme con saber más,
lograr más. Eso hacía y perder de vista todo lo demás.
Tomé una prenda, no es fea, pero es seria, tengo solo un par de
vaqueros, pero claros, que solía usar los fines de semana si salía
pues solía estar leyendo, trabajando. Mi calzado es casi igual y tan
serio. No es que ahora sea un arcoíris, pero… me parece plano todo
eso, además, lo que implica, lo que dice sobre mí. Las palabras de
Dáran se abrieron paso en mi cabeza, irrumpiendo. Él lo notó,
comprendí en ese momento con el labio temblando. Cerré las
puertas, me senté sobre el colchón que está cubierto por este
acolchado blanco que luce inmaculado y me sacudí llorando, de
nuevo. Hundí la cabeza en mis manos y permití drenarme durante
varios minutos.
Cuando creí que era suficiente, llorosa, tomé mi teléfono y le
mandé un mensaje a Aide avisándole que estaba de nuevo en
Toronto. No tengo muchos mensajes más, algunos compañeros de
trabajo, pero que solo mandaron al inicio. Me acomodé en la silla del
comedor con la mano en la boca, pensativa. El silencio me aplasta,
escuece. Ojeé mi librero lleno de libros de ciencia, de historia,
periodísticos. Sacudí la cabeza suspirando. Es como si este lugar no
fuese mío y a la vez, lo fuera de una manera dolorosa. No pude
haber cambiado tanto en tan poco tiempo.
Revisé mis correos, no había entrado a esa dirección desde
que… me fui. Me asombró que encontré varias propuestas de
trabajo. Saben lo que hice, lo que conseguí. Además, el mío, lo
conservo por lo que leo pues en una carta de la empresa me indican
que al regresar tendrá a lugar mi nombramiento: jefa de laboratorio.
Pestañeé y lo cerré. Curiosa entré a mis cuentas de banco. Gemí
atónita al ver el dinero que tengo. Lo revisé y noté depósitos
realizados cada mes, son mucho más altos de lo que solía ganar y
hace un mes, uno grande, muy grande. Cerré la aplicación
desconcertada, incrédula, sudorosa. Volví a entrar y sí, ese dinero
estaba ahí y aparece como pago de la empresa, de su empresa que
es en realidad donde estuve trabajando sin saber.
Permanecí en la sala, que consta solo de dos sofás, aturdida.
Eso es obra de él, asumí descompuesta, sin saber muy bien qué
sentir. Mi celular sonó. Lo tomé, era mi hermana.
—¡Ey! ¡Volviste! —me saludó feliz, emocionada.
—Hola, sí, Ai, ya estoy aquí.
—Y tienes celular de nuevo, Elly. ¿Cómo estás? ¿Cuándo
regresaste? Eso quiere decir que acabaste… —comprendió. Mi
garganta escoció. Me recosté en mi cama, atribulada. Porque sí,
todo acabó y a pesar de saber que debía ser, duele mucho.
—Bien, regresé hoy. Sí, terminé —admití con voz cortada.
—Ey… ¿Qué ocurre?
—Nada, es solo que… se siente diferente estar aquí —admití
peinando las paredes, tan solo tienen un par de adornos, nada que
diga algo de mí salvo un par de fotos.
—¿Segura? Pensé que deseabas ya regresar…
—Sí, es solo el cansancio, pero estoy bien.
—¿Regresas al laboratorio? —preguntó interesada. Mi mente se
quedó en blanco.
—No, no lo sé. En realidad no sé qué haré de ahora en adelante,
Aide —acepté con franqueza. No habló durante algunos segundos.
La escuché respirar. Mi antigua yo jamás hubiese dicho algo
semejante.
—¿Tienes que decidirlo ya?
—No…
—Entonces no lo hagas, Elly, date tiempo.
—Lo sé, eso haré.
—¡Quiero verte! —expresó. Acordamos que en quince días iría
para allá. Se escuchaba entusiasmada, aunque un tanto agobiada
por mi tono. Quiso verme antes pero no me siento lista. Temo que
note lo fracturada que me encuentro, aunque dudo que en ese
tiempo le dé la vuelta. En realidad siento esta certeza de que nunca
ocurrirá—. Elle, no sé qué pasó contigo durante este tiempo, pero
debes saber que nunca te vi más chispeante, más… viva que
mientras estuviste rodeada de todo aquello. Y aunque a últimas
fechas lucías tensa, me daba tranquilidad ver en tus ojos eso que no
solías tener. No dejes que se vaya, hermana, no tienes que
demostrarle a nadie nada, solo debes saber que yo te amo sea
como sea y que estaré orgullosa de ti así decidas echar todo a la
borda.
—Mentirosa, me lo recriminarías… —rebatí limpiando un par de
lágrimas que no pude enjaular gracias a sus palabras, a lo que
significan y hieren.
—Bueno, quizá tantito, eres brillante, pero sé que me entiendes.
No te presiones, sigue por donde ibas que te estaba sentando de
maravilla, Elly —aceptó optimista.
~*~
He comido poco, pero lo he conseguido si me preparo yo los
alimentos que, además, me relaja hacerlo, noto al perderme en la
cocina, utilizando utensilios que nunca pensé usar ahí. Estas dos
noches han sido la peor parte. Añoro como una tonta su aroma,
esconder mi nariz en su pecho, que me rodee y sostenga. Era como
estar en el lugar más seguro del mundo y fui tan estúpida.
Paso el día recostada, perdida en los recuerdos, en momentos
que abren más mis heridas, en el dolor y la sinrazón. Siento a ratos
que lo odio, tanto que me ahoga. Otros, que lo amo, tanto que
termino sollozando con rabia e impotencia hundida en la almohada.
Sé que no puedo seguir así, que no es sano, pero no encuentro por
ahora otra manera de enfrentar esto que me come y me desmorona.
Me levanto de la cama, sin ganas, me hago un café, preparo una
tostada, le unto un poco de mermelada y saco unas fresas que
estaban ahí. Necesito aire, determino. Voy a mi armario y no
encuentro en realidad nada que me sirva para ello, si acaso una
malla vieja, negra. La tomo además de una blusa que hace años me
dio Aide y que nunca usé porque no creí que fuese mi estilo. Me
hago una coleta alta, me pongo el único par de tenis que tengo, que
por lo menos son deportivos, alguna vez pensé que podría
necesitarlo y salgo con el celular en la mano y mi bolso, uno que
parece de alguien mayor, mucho mayor, noto con conflicto.
Abro el buzón abajo, veo que Tom está ahí, conversando con sus
compañeros, saco la correspondencia, la reviso. Cosas del trabajo,
artículos a los que estoy inscrita sobre mi carrera, nada importante.
Salgo y los tres se yerguen, enseguida. No sé si podré
acostumbrarme a ello. El auto en el que llegué, negro, elegante,
está ahí, justo enfrente.
—Buenos días, señorita —me saluda Tom, acercándose—. ¿Irá a
algún lugar? ¿Necesita algo?
—Aire, Tom, solo aire —le respondo elevando la mano para
saludar al otro par que responden mi gesto.
—Podemos llevarla a donde desee.
—Quiero caminar… ¿Está bien? —pregunto cauta, asiente
relajado.
—Claro, iremos con usted —advierte y voltea para con los otros
dos y da indicaciones, uno va con nosotros el otro se queda. Resisto
las ganas de quejarme. Cuando pretendo avanzar, me nombra. Lo
miro por arriba del hombro—. El señor Lancaster le manda esto. —
Es un sobre pequeño. Lo agarro temblorosa porque la mención de
su nombre me hace temblar y profundiza el nudo en la garganta.
Asiento y lo guardo. No sé si quiero saber lo que tiene dentro. La
verdad es que me da temor averiguarlo.
Deambulo por los parques cercanos, alrededor de una hora,
observando todo a mi paso, los niños jugando, mujeres corriendo,
los autos, la gente trabajando, hablando entre sí, compartiendo
algún café, parejas que… van tomadas de la mano y algunas que se
besan. Reprimo las ganas de llorar y desvío mi atención. Es tan
ridículo pero tengo la impresión de que es la primera vez que me fijo
en lo que hay alrededor de donde llevaba más de un año viviendo.
Pasamos por un diminuto centro comercial, veo una tienda de
ropa. Llama mi atención un suéter a rayas que está en el aparador.
Jamás me había ocurrido, noto sonriendo desconcertada. Le aviso
al escolta que entraré, me cede el paso, sereno. Una vendedora se
acerca al verme, nota la presencia de mis custodios y sé que eso
influye en la manera que busca atenderme. Un tanto deslumbrada
por tantas cosas, le pido ayuda y de forma agradable me la
concede. Me muestra atuendos sencillos, pero coloridos y a la vez
discretos. Tom se mantiene a una distancia prudente. Tomo una
blusa y me la coloco encima, lo miro como preguntando, asiente,
luego otra y niega. Sonrío.
Salgo con un par de bolsas que contienen vaqueros, algunos
jersey, blusas y un nuevo bolso. Además de un par de calzado que
se me antoja cómodo y más juvenil que lo de siempre. No es
mucho, pero me regala un atisbo de optimismo y logra que olvide un
poco lo que en mi corazón acontece. Me las quita, y aunque me
niego ellos las cargan. Me detengo en un café, compro tres, le doy
uno a él y el otro al hombre que también me acompaña, que se
llama Jull.
Llego a casa, un poco más serena aunque al entrar todo me
sepulta. Coloco lo recién comprado sobre la cama, me dejo caer en
el sofá y pierdo mi atención en el techo. Es domingo; estaría con los
perros, riendo por alguna de sus ocurrencias, o simplemente
caminando tomada de su mano, esa que me envolvía, que me hacía
sentir una paz indescriptible.
Cierro los ojos, extraño su calor, su aroma. ¿Por qué tuve que
bajar las defensas? Me pregunto de nuevo entristecida, y es que por
mucho que lo intento eludir, aparece y duele, duele mucho. De
pronto recuerdo lo que Tom me dio. Dudosa me acerco al bolso, lo
abro y saco el sobre. Me acomodo de nuevo, nerviosa. No sé si
quiero ver su interior, aunque se adivina un objeto. Lo abro con
cuidado, con las manos temblorosas. Una memoria extraíble. La
contemplo entre mis dedos durante varios minutos.
Al final, alterada, la dejo sobre la mesa. No sé si puedo con ello,
no en este momento. Tan solo pensar que estuvo en sus manos ya
me anega los ojos, así que como buena cobarde que a veces soy
me dirijo a la habitación. Tengo ganas de acurrucarme en la cama,
de nuevo, pero me obligo a no hacerlo y saco la ropa, la meto al
armario y a su vez, retiro de ahí lo que no me agrada. Lleno las dos
bolsas de vuelta pero ahora con lo que tenía antes, lo dejo junto a la
puerta para donarlo, sé de un lugar a un par de cuadras que
aceptan ropa o cosas que estén en buen estado.
Cuando termino mi distracción observo mi armario. No es un
cambio dramático, pero noto cómo me refleja. No soy la misma, ya
no lo soy y no tengo idea de qué camino seguir. Me encuentro
confundida, agobiada y con una necesidad enferma de él, de sus
besos, de su potencia, de su voz. Resoplo, agotada, no he dormido
casi nada. Me acurruco con lágrimas de nuevo pensando en lo que
ahora mismo estará haciendo. Quizá una fiesta, o con Kaisser y
Kamille. Sollozo y es ahí cuando caigo profunda.
Alguien me apunta y al girar, es él. Eso me despierta, alterada.
Fue un sueño, o pesadilla en realidad, una que me hace sentir
realmente mal. Me levanto transpirando, no pasa de medianoche.
Resoplo agobiada, decido darme una ducha, pero hasta eso es una
tortura, lo evoco ahí, acariciándome y con tan solo eso, mis pezones
se yerguen, mi vientre pulsa. Termino con la frente sobre el mosaico,
enojada, frustrada y llena de impotencia. Patético, así que sin
pensarlo más, me ducho como un rayo. Con braga y una blusa,
salgo al comedor, debo comer algo, solo desayuné. La memoria
extraíble que está sobre la mesa de la sala parece tener reflectores
sobre ella. Me sirvo agua y no le quito el ojo de encima. Respiro
hondo, luego me acerco y la tomo. Prendo mi Tablet y la introduzco.
Es un video. Solo eso hay ahí. Mi piel se eriza, temerosa lo abro.
Es él. Serio, imperturbable, su barba, sus labios, su cabello, su
mirada… Respiro agitada. ¿Cómo puede generarme tanto el solo
mirarlo por medio de un aparato?
—No tengo idea de cuándo veas esto, Elle —comienza con esa
voz gruesa, increíblemente masculina. Se frota la barba, está
sentado y sus rodillas se asoman, ahí descansa sus codos. Mis ojos
se anegan. Se encuentra en el jardín, cerca del estanque donde
solíamos hacer picnics, noto—. Sé que no deseas escucharme,
menos verme, pero creo que es lo menos que te debo. Es
importante hacerte partícipe de lo siguiente: tu seguridad está
garantizada, el peligro por ahora es bajo, y tenemos la certeza de
que irá disminuyendo. Tu trabajo permaneció blindado, así que
puedes regresar cuando lo desees, aunque imagino que debes
tener más propuestas y estás ya al tanto de tu asenso en el que no
tengo nada que ver. Mis empresas se manejan independientemente
de mí, son decisiones internas, pero tu desempeño y aportación
clave te otorga ese reconocimiento aunque por políticas se cuidaron
tus datos personales. Además, Victoria buscará contactar contigo,
creo que debía informarte sobre ello. —Lo veo y mi corazón se
contrae más, no hay nada tierno o dulce, no hay palabras que
ayuden a mi alma ahora mismo, esa que está herida por habérsela
cedido sin pensar. Parece que recita una lista de pendientes que
debía dejar aclarados, impersonales, fría. Mis mejillas se
humedecen por la rabia que me despierta su indiferencia, por
esperar algo más—. También está al día todo lo concerniente a tu
apartamento. Encontrarás en tu cuenta bancaria una suma
considerable, fue lo que acordaron los socios en compensación.
Úsalo, es tuyo, lo ganaste. Además de un incremento en tu sueldo a
lo largo de los meses, trabajabas directamente conmigo y eso gana
mi gente por lo clave y delicado que es su desempeño, así que no
es un regalo, es lo justo. Tu apartamento fue restaurado, espero que
lo encuentres todo en orden. Tom puede hacerse cargo si hay algún
inconveniente. Elle… —se frota a barba de nuevo, gira el rostro y
luego mira por el lente, con la mano en la barbilla—. No quiero
herirte más. Sé que me odias y lo entiendo, lo merezco, pero… Solo
cuídate, por favor, personas como tú son las que dan al mundo el
verdadero sentido —y ahí termina el video.
Quedo suspendida durante algunos minutos, no parpadeo, no
nada. Luego, impotente, tomo la Tablet negando. No puedo creer
que solo haya hecho eso y la aviento con rabia, una que me congela
por dentro.
—No te odio, pero debo aprender a hacerlo —rujo cayendo a un
lado del asiento, llorando con fuerza, con ese dolor que ya no logro
mitigar por mucho que haga.
Termina la siguiente semana, salgo poco, paso la mayor parte del
tiempo sentada en el sofá con las rodillas enrolladas por mis brazos,
perdida en mis pensamientos, ahogándome. He hablado con mi
hermana, está preocupada, insiste en verme antes de que yo vaya.
Logro convencerla de que no es necesario, que ya queda poco
aunque al paso que voy estaré igual o peor, comprendo.
El siguiente viernes soy un desastre, el departamento si bien no
está sucio, se ve tan sin vida como yo. Mi hermana me pregunta si
he buscado a mi tía. Tomo la Tablet a la que gracias al cielo no le
pasó nada. Ya saqué esa memoria y presa de un impulso la lancé
por el drenaje, luego me arrepentí, pero ya era tarde, lloré de nuevo.
Reviso las propuestas de diferentes laboratorios. Unos son aquí en
Canadá, pero otros en diferentes lugares como Estados Unidos,
Francia, incluso Suiza. No sé qué hacer al respecto, pero no deseo
vivir tan lejos de Aide, menos ahora. Me siento frágil, vulnerable.
Al estar ahí, encuentro el documento de recetas que creé con
Rory. Sonrío y las leo evocando lo bien que lo pasaba. Resoplo
recargando la cabeza en el respaldo del sofá que ya parece mi lugar
favorito. Antes ni lo usaba. Después veo que en una nota está el
teléfono de mi tía. Lo observo tensa, y sin meditarlo mucho decido
marcarle. Mientras timbra, me pongo nerviosa y cuando pienso que
me apresuré, responden.
—¿Sí? —contesta una voz dulce, cálida y de inmediato mi mamá
acude a mi memoria. Mis ojos que ya parecen llorar por si solos, se
anegan aunque por un motivo diferente.
—Hola… tía —murmuro insegura.
—¿Elle? —adivina dudosa.
—Sí —logro decir. Escucho que suspira y luego respira rápido.
—Oh, mi amor. ¿De verdad eres tú? —pregunta notoriamente
azorada.
—Hola, sí soy yo… Mi hermana me dio tu número y…
—Mi vida, no lo puedo creer —me interrumpe emocionada.
Sonrío por primera vez en días—. ¡Esto es asombroso!, ¿cómo
estás? Me comentó Aide que te encontrabas en medio de algo muy
importante. Sé que te ha ido muy bien, siempre busco saber de ti.
Oh, mi cielo. No te dejo ni hablar pero es que no lo creo aún.
—Bien, me va bien… Y ¿a ustedes? —Y me cuenta sobre mis
dos primas, mayores que nosotros, tiene nietos, su esposo murió
hace unos años, pero es feliz, tiene una tienda de alimentos
gourmet. Se escucha satisfecha, alegre y se siente tan bien saberla
así. Sonrío más de una vez—. Ay, Dios, Elle, debes estar preciosa,
tu hermana me ha mandado algunas fotos… No quiero presionarte,
pero me encantaría poder verte, cariño. —Lo medito un segundo.
—También a mí —admito.
—¿En serio?
—Sí, sé que no estuve en contacto todo este tiempo, que…
—Sh, no digas nada, lo importante es lo que haremos de ahora
en adelante. Podrías venir, si tienes tiempo, claro, o…
—Me encantaría visitarte. —Grita de forma femenina,
emocionada. No la conozco en realidad pero ya siento simpatía por
ella.
—No lo puedo creer, cuando quieras, mi niña. Dime que alisto
todo. Tus primas se pondrán felices.
—Bueno, podría en tres semanas. O si te parecer pronto…
—¿Bromeas? Es el tiempo justo. Te prepararé una habitación,
porque ni pienses que te quedarás en un hotel, en lo absoluto. Oh,
Dios, maravilloso. Solo dime cuándo llegas y estaré preparada.
—Gracias, tía.
—Carol, dime Carol, mi amor.
—Gracias, Carol.
—Ni lo digas, al contrario, me haces muy feliz.
—Serán solo unos días, no quiero abusar y…
—¿Qué? No, jovencita, mínimo una semana. Tenemos mucho de
qué hablar, que conocernos —asegura con voz melosa. Rio.
—Sí, lo sé.
—Entonces aquí te espero, cariño. Estaré ansiosa.
—Yo también, Carol —admito notando como una calidez aparece
y logra entibiar un poco el frío que me acompaña.
Cuelgo y me pongo a buscar vuelos, luego arrugo la frente.
¿Cómo haré con Tom y el otro par? Me pongo una bata encima y le
llamo para que suba. Toca minutos después. Lo hago pasar. Me
observa un tanto agobiado, soy un desastre pero me importa un
rábano, lo invito a sentarse.
—¿Quieres café, agua? —le ofrezco, niega. Yo me sirvo y la bebo
al hilo, apaciguando todo eso que brota en mi interior de solo verlo
porque me lleva tanto a él. Suspiro, Tom espera, serio, tan correcto
como siempre.
—¿Se encuentra bien? —pregunta evaluándome.
—¿Importa? —reviro secamente. Se frota el cabello oscuro
rompiendo un poco su usual envergadura—. Escucha, Tom, quiero
viajar a Massachusetts, con mi hermana. Luego a Virginia. Estaba
viendo vuelos, pero luego los recordé… ¿Les compro tickets? —
indago bebiendo un poco de mi agua. Sonríe abriendo los ojos de
más, que aunque son rasgados, se ve que esconden picardía, los vi
así en la reserva. Recarga los brazos sobre la mesa, enormes.
—El jet está a su disposición, cuando desee viajar solo me
informa y listo —explica entornando los ojos. Mis mejillas se
ruborizan.
—Tú perdiste el juicio —determino dejando mi vaso y cruzando
mis brazos, a la defensiva. Sonríe, es obvio que lo ve venir—. No
me subiré ni de broma, puedo pagar mis vuelos, incluso los suyos.
Después de todo me están cuidando. Aunque últimamente solo los
tengo de adorno abajo —suelto torciendo la boca, reflexiva.
—Escuche, señorita, es parte de lo que hablamos antes de
traerla de regreso, usted aceptó. Me es muy complicado cuidarla en
un vuelo comercial, en el aeropuerto.
—Entonces debo usar algo que no es mío… No puedo, Tom.
—No piense así. Solo sea práctica.
—No quiero aceptar nada de él —le hago ver frustrada, agobiada.
—Créame, lo sabe. Pero esto no es cuestión de orgullo, es su
vida —expone. Resoplo paseando la vista por mi apartamento.
—¿No hay otra manera?
—Me temo que no. Por ahora es así.
—Detesto esto.
—Lo sabemos.
—Quiero irme el sábado. ¿Es posible? —pregunto un tanto
molesta.
—A la hora que desee estará listo todo.
—¿Es en serio?
—Muy en serio.
—Tom…
—Señorita Elle, no me atrevo a inmiscuirme, pero deje de lado lo
que sea que pase por su mente, pondere su vida, como nosotros lo
hacemos, su bienestar. Lo demás, son cosas que en este caso, no
son impedimento.
—Odio seguir dependiendo de él —confieso más para mí, que
para el escolta. Me mira serio.
—Creo que vemos las cosas diferente —apunta, capta mi
atención—. El aire tiene su lenguaje, señorita, las heridas cierran un
instante, y ser fuerte no siempre es equivalente a poder, a veces…
solo sirve para protegerse —reflexiona dejándome sin entender. Se
levanta y sale de mi apartamento, silencioso, como suele ser él.
CAPÍTULO XLI

Decido que el vuelo sea temprano, después de darle vueltas todo


el día. En cuanto le digo, responde que está hecho. Mis rostro
hierve, pero decido que después de todo es lo que hay. Por curiosa
me metí en esto y aunque no tenía ni idea de que despertaría a un
titán, lo cierto es que tengo que ser cauta aún, y no voy a tirar a la
borda mi vida por necedades, tampoco dejaré de ver a mi hermana,
o visitar a mi tía, necesito con urgencia salir de aquí.
Los siguientes días los paso mejorando el recetario que hice en la
isla. Buscando en internet algunas imágenes, deseo imprimirlo y
regalarle una copia a Aide, que no es muy cocinera, pero George lo
amará. Pronto me empiezan a aparecer cursos de cocina, le doy clic
a uno y después, no dejan de salir.
Hay varios aquí, en Toronto, anoto los datos. Sonrío pensando
que podría tomar alguno al regresar. Sigo releyendo los correos
referentes a mi trabajo. No sé qué hacer, al final decido responder
todos dando las gracias y acepto de manera formal el ascenso en el
que ya estaba. No me mudaré, tampoco quiero comenzar de nuevo
en otro sitio. Quiero mi vida de vuelta y mejorarla, si puedo. Me
responden casi de inmediato de algunos, con una oferta más
sustanciosa, pero sé que las declinaré, y en el que acepto, se
muestran comprensivos en cuanto a que podré reincorporarme
cinco semanas después.
Llego al Aeropuerto Internacional Logan. No fue fácil desde el
momento en el que tuve que subirme a ese auto lujoso, menos
entrar por el hangar y abordar ese jet que reconozco, pero me trago
mi ansiedad, permanezco taciturna, ya casi es un comportamiento
habitual. Aterrizamos y un auto nos espera, tuve que decirle a mi
hermana que yo llegaba a su casa; Tom no desea tener que cruzar
el aeropuerto para encontrarnos. Lo miré resentida pero acepté sin
remedio.
Al dar la vuelta en Craigie Street en Cambridge, mis manos
sudan. La he estado manteniendo al tanto de mi llegada y sé que
está igual de ansiosa que yo. Estacionan el auto y antes de que Tom
pueda abrirme, bajo. Ella ya está en las escaleras, me mira, mis ojos
se anegan, brincoteamos como dos niñas y corremos para
abrazarnos en medio de su jardín. Lloro cuando al fin me rodea. Me
sacudo y sé que ella también lo está haciendo. Nos separamos
emocionadas, tomándonos de las manos, sonriendo. Luego George
se acerca, es un hombre alto, con facha de intelectual, que me cae
muy bien. Tiene un puesto alto en la universidad pero no deja de ser
a veces incluso bromista, ligero. Me abraza y luego busco la mano
de mi hermana, contemplo el anillo y gritamos como dos locas,
riendo. Los abrazo a ambos.
—¿Por qué tanto misterio, Elly? —dice de pronto Aide, frente a
mí, con la mano de George rodeando su hombro. Volteo y Tom está
ahí, junto con el otro par. Mi rostro se enrojece.
—Es una larga historia.
—Debe ser una muy larga, parecen escoltas, y luego ese auto…
—Me tenso. Su prometido aprieta su hombro—. Bueno, ya tendrás
tiempo, pero qué hacemos con esos hombres ahí… —inquiere.
—No sé, hablaré con ellos, dame un minuto —le pido. Me acerco
y mi equipaje ya está abajo. George se aproxima y lo toma,
sonriente, en cambio Aide mantiene una postura seria, ahí, con los
brazos cruzados. Tomo a Tom de la manga y le hago una seña, me
sigue.
—¿Qué se supone que harán ahora, dónde dormirán, o cómo? —
le pregunto intrigada, en voz baja. Sonríe sereno.
—Se queda uno en guardia aquí, los demás solo estaremos
pendientes por si sale. Lo que sea me avisa, no nos notarán.
—Ya los notaron —expongo arqueando una ceja.
—Era inevitable. Solo disfrute, no se preocupe por nosotros, es
nuestro trabajo y sabemos qué hacer.
—Pero…
—Por favor, señorita —pide calmo, pero determinado. Asiento al
fin soltando el aire.
Me acerco a Aide, rodea mi brazo y los mira por encima del
hombro.
—Antes de que deshagas esa maleta me dirás qué ocurre, Elle
Phillips.
—Suenas a mi hermana mayor… —bromeo recargando la
cabeza en la suya, la besa y luego me abraza ya en la puerta.
—Eso soy, jovencita.

George sube mi equipaje a la habitación donde suelo quedarme.


Han cambiado algunas cosas, pero no muchas. Me gusta el
ambiente de su hogar, lleno de libros, de luces tenues, plantas. Él
toca un poco de guitarra y a veces en las noches se le puede
escuchar. Es agradable estar ahí, acepto observando todo como si
nunca lo hubiese hecho. Algo extraño recorre mi cuerpo y es que es
como si fuese la primera vez que de verdad me fijo en los detalles y
su desorden me parece… lindo. Tiene personalidad, la de ellos,
noto.
Me arrastra hasta un sillón, hace a un lado los cojines, una vez
acomodadas toma mis manos y me observa fijamente. George baja
y al vernos, niega.
—Oh, Dios, ya veo que no te dejará llegar ni a la recámara.
Bueno, entonces iré a… ver el cielo, o algo… Regreso más tarde —
anuncia. Lo miro apenada. Aide sonríe negando, sin quitarme la
vista de encima. Escucho que sale y permanecemos en silencio un
largo rato.
—¿Y bien? —habla al fin. Suspiro pesadamente. Debo decirle,
necesito hacerlo.
—Promete que no me interrumpirás, ni saldrás a agredirlos antes
de tiempo, ni nada —ruego. No es su comportamiento habitual, pero
ahora mismo la creo capaz. Entorna los ojos. Respiro y froto mi
frente.
—Descubrí algo, Aide, algo peligroso —comienzo. Sus ojos se
ensanchan, pero no habla. Empiezo a contarle todo sobre el virus, o
lo que creo que es importante. Se muestra aturdida, pasmada en
realidad—. No sabía en qué me metí, no lo medí, no lo pensé,
porque simplemente no creí que hubiesen tantos intereses tras ello,
menos que fuese un arma biológica con un propósito claro —admito
con los labios temblando. Ella luce asustada, pero atenta, aprieta
mis manos enfundando valor, haciendo un esfuerzo enorme para no
interrumpir, tal como le pedí—. Entonces un día, en la convención
de Cancún conocí a un hombre, el dueño de ese laboratorio, en
realidad accionista de varios. Es poderoso, Aide, no te hablo de un
millonario, te hablo de alguien influyente en el gobierno, incluso en
la economía que conocemos.
—¿Quién? —desea saber, olvidando ya su promesa. Duele
nombrarlo, paso saliva, nerviosa—. Me asustas, Elle.
—Lancaster, Dáran Lancaster —suelto esperando su reacción,
pero no se mueve ni siquiera pestañea.
—¿Qué?
—Aide, conoció a papá aquí, sabía de mí por él.
—¿Lancaster? ¿Estás segura? —insiste severa. Asiento con las
mejillas ruborizadas.
—Y qué ocurrió…
—Lo vi ahí, quiso hablar conmigo, pensé que me coqueteaba y
no sé…
—Lo rechazaste como al 100% de los hombres, aunque en ese
caso era lo correcto. Esas familias están muy por encima del
mundo, lo manejan y moldean a su antojo —asegura y yo solo
siento que debí investigar más sobre su vida y no lo hice—. Sigue.
—Bueno, quería proponerme un trato. Sabía lo que descubrí,
pero como me negué a hablar con él… —Le cuento lo de la cena,
las miradas y se tensa más—. Regresé de nuestro viaje por México
y de pronto… desperté en otro sitio. —El horror desencaja su rostro.
Con cada cosa que le voy contando se alarma más. Hay un
momento en el que no resiste y se levanta, da vueltas por la
estancia negando, con las manos en la boca. No me detengo,
necesito hablar y hablar, decirle todo. Lo insulta varias veces, pero
ni así me freno, sigo, llorando a ratos, sorbiendo la nariz.
—¿Te tocó? —De repente se detiene. Lo de la cama la tenía roja
de rabia. Niego segura, porque la verdad es que no lo hizo sin mi
consentimiento. Asiente. Continúo.
Hablo de los detalles, de cuando baila conmigo, de los paseos
por su casa, de la tarta de higos, de Kaisser y Kamille que tanto
echo de menos. También de las gafas, de su manera de
comportarse conmigo. Se va suavizando y poco a poco empieza a
lucir más interesada que molesta. Suspiro, me da un pañuelo
desechable, me limpio. Se acomoda en la mesa de la sala, frente a
mí, me observa ahora de una manera extraña, pero no habla,
espera.
Le platico sobre la película de Lion, los juegos de mesa. Sonríe
ahora un poco. Le explico que me ponía nerviosa, que era
agradable estar a su lado… Cuando me mostró la luna en aquel
estudio y tomé de más, como él no me correspondió debido a mi
ebriedad y lo mucho que me enojó, lo que sentí. Y es como si al irle
narrando todo, la situación cobrara otra perspectiva, una menos…
cruel.
Luego que lo envenenan por mi causa y palidece pasmada. Le
relato la situación y después… el beso. Abre de par en par los ojos.
Me encuentro recorriendo su recuperación y al hacerlo comprendo
que no pudo haber mentido en ello. La pelea. Se levanta de nuevo y
lo maldice, pero luego todo lo que ocurre. El viaje a Halifax, mi
segunda borrachera. Ríe en esta ocasión negando. Me ruborizo de
nuevo, y al día siguiente los cometas. Acaricia mi rostro de forma
maternal. Le sonrío con nostalgia.
Avanzo en el tiempo, narrando cómo todo fue subiendo de nivel,
sin ahondar en detalles, pero sí digo los que me hacen sentir aún
ahora ese cosquilleo constante, eso que nunca pensé experimentar.
Le hablo sobre Rory, lo que aprendo, lo bien que se me da. Y
luego… cuando casi muero congelada. Niega aturdida.
—No, no me digas eso, Elle —suplica con los ojos desorbitados.
—Creí que no volvería a verte —admito llorosa. Me abraza
durante un buen rato.
—Tranquila. ¡Por Dios! ¿Qué es todo esto? Qué ocurrió después
—presiona. Respiro hondo, me limpio la nariz y entonces le cuento
cómo me sacaron de ahí, y lo ocurrido en Nueva Zelanda.
Me estudia como si no pudiera creerme, más cuando le confieso
que decidí entregarme a él, ahí, en medio de ese hermoso lugar.
Sus ojos se anegan, se cubre la boca, pero no está molesta, si
acaso conmovida. Le narro de sus detalles, de lo que hacíamos día
a día, de cómo se comportaba conmigo, de lo cuidadoso que fue
siempre, lo atento. Las clases de surf, el huerto, la casita, el haka,
sus costumbres, su familia, Nyree, Mika, sus hijos, Maer y vuelvo a
llorar de solo evocar cada instante de esas tres semanas
inigualables que cambiaron mi vida por completo.
—Dios, Elle…
—Pero tuvimos que regresar, un hombre estaba tras de mí y me
encañonó —le explico con los labios temblando. Se recarga en el
sofá perdiendo la mirada en el techo, abrumada. La observo,
esperando.
—No sé si puedo seguir escuchando… Me aterra pensarte en
medio de todo eso, es… ¿No era seguro ese lugar? —pregunta
irguiéndose, consternada. Acuna mi mejilla. Le explico lo que pasó,
asiente. Luego el regreso, lo que me costó adaptarme, la cura, lo
que logré y sonríe orgullosa, pero derramando lágrimas. Enseguida
las fiestas, lo que experimentaba y cuando descubrí lo que siento.
Me cubro el rostro y niego.
—No debí, Aide, sé que no debí, y no sabes lo que me enoja
haberlo permitido. Dios, es tóxico, es incorrecto y no pude evitar
sentir lo que siento… —expongo culpable. Acaricia mi cabello, mi
espalda.
—Sh… tranquila, no creo que sea así, no por lo que me cuentas,
no te habría dejado marchar. Por como hablas de él, que aunque me
asombra muchísimo, es como si fuese alguien que merece eso que
sucede en tu corazón —susurra cariñosa. Niego levantándome,
molesta. Y le cuento lo último. Abre los ojos de par en par, se lleva
las manos a la boca, desconcertada.
—Y no quiero verlo, le permití cada cosa, le abrí mi alma, se la di,
Aide y jugó con ella… la usó porque eso hacen esas personas,
usan, desechan —rujo impotente, dolida. Me abraza con fuerza por
un buen rato en el que no dice nada, solo acaricia mi espalda.
Cuando me nota más tranquila me toma de las manos y me
acomoda a su lado en el sofá, hace acaricia mi cabello y sonríe
analizándome.
—Estuviste ahí, Elle, tú mejor que nadie sabe si pudo mentir
tanto.
—No lo sé, la verdad no lo sé, pero debió decírmelo, hablar con
franqueza, desde el inicio.
—Hermana, no hizo bien, no lo puedo justificar y sí, su dinero le
dio el poder de tenerte a su lado, eso estuvo mal sin duda… pero no
pudo haber hecho que lo amaras, que salieras al fin de ese
caparazón, que te abrieras al mundo. Eso no se actúa, eso no
ocurre sin razón. Quizá igual que tú, quedó envuelto en sus
sentimientos.
—No, él no me quiere, me lo habría dicho…
—Elle, solo puedo decirte una cosa, si Lancaster no se acerca a ti
de esa manera intrusiva, y quiero dejar claro que no lo estoy
disculpando, pero te conozco, y si no lo hace… jamás hubieses
aceptado conocerlo. Eres difícil, inaccesible hasta un punto
asombroso. Nadie me lo contó, yo lo he visto por años… Si este
hombre logró derribar todas tus defensas es por algo…
—Lo planeó.
—Pudo planear hacerte su amante, pero no todo lo demás, eso
solo lo logró porque se mostró ante ti.
—¿Lo estás defendiendo? —inquiero incrédula. Niega
acariciando mi cabellera rubia.
—Estoy intentando hacerte ver las cosas de una manera más
objetiva. Porque aunque debes saber que no me gusta nada
pensarte al lado de él, con un poder inmensurable, con todo lo que
es capaz, con lo que implica para el mundo, le debo tu vida… la
mía, incluso al de George —señala conciliadora, arrugo la frente—.
Sí, él juraba que a veces alguien lo seguía, yo no lo noté la verdad,
pero él se empecinó, sin embargo, ahora sé que era real. Nos cuidó
a todos.
—No sabía.
—Sí, creo que eso hizo.
—Quizá fue por lástima, porque sí, conoció a papá. No lo sé, no
creo que por algo más —debato agotada de tantas emociones.
Chasquea la boca, serena.
—Creo que está bien que te protejas así. Lo que viviste no fue
sencillo, si yo siento con una revoltura espantosa de tan solo
saberte en medio de aquello. Es aberrante, pero nunca estuviste
sola, no te ha dejado sola. Elle, date tiempo para sanar, para que te
fortalezcas de nuevo, para que descubras esta nueva persona que
habita en ti, que, aunque te duela, él la sacó a flote…
—Porque me encerró.
—No, porque te abriste a él, porque encontraste afinidad…
imagino.
—Quizá solo fue una actuación.
—¿Todo? ¿Estás segura?
—No quiero pensar en eso —zanjo nerviosa. Sonríe.
—No lo hagas, deja que fluyan las cosas, sin presión. Sé que
acomodarás tu mente, tus sentimientos. Y si te soy sincera, sí
preferiría que jamás volvieran a toparse, esas cúpulas de poder son
de cuidado, muchas cosas torcidas se rumorean, si lo sabré yo,
cosas que no imaginamos, otras que me asquean… Lo cierto es que
por lo que escuché, si sucede, no habrá marcha atrás y si se
adentró en tu alma, es porque reconociste algo en él que te atrajo,
que logró que conectaras con la vida…
—No quiero verlo nuevamente.
—Puede que así sea, el ambiente en el que se mueve no tiene
nada que ver con el mundo en general.
—Quisiera odiarlo, ¿sabes? Sería más fácil —acepto frustrada.
—Quizá sí…

Cuando llega George ya estamos en la cocina, riendo porque es


imposible que mi hermana siquiera pele una papa de manera
decente. Me aligeró narrarle todo, fue como quitarme un peso de
encima. Sigue doliendo, no cambia eso, pero compartido es menos
aplastante. En la cena le doy a mi cuñado lo que les hice. Lo ojea
asombrado. Mi hermana busca verlo pero la detiene juguetón,
alzando el dedo índice leyendo una receta. Los observo y
comprendo que así éramos ambos, juntos, a lo mejor él más
juguetón, a lo mejor “yo” más tímida, pero nada que no supiera
manejar y sacarle provecho. Cuando acabamos salgo y le llevo un
plato al chico en guardia, intenta rechazarlo pero finjo enojarme y
me da las gracias. Luego lo lleva vacío avergonzado, le sonrío.
Por la noche imagino que caeré rendida después de dos
semanas de mal sueño. Error, evocar lo vivido me ayudó a calmar
un poco mi rabia, pero también, a comprender que de sentir lo
mismo que yo, hubiese actuado diferente. Duermo a ratos, como
suelo y es que me acostumbré a hacerlo a su lado y creo que eso
está siendo lo más difícil; voltearme por reflejo y no toparme con su
ancho pecho desnudo y su olor inundando mis pulmones, mi nariz
protegida del frío, sus brazos rodeándome protector.
En la mañana, por la manera en la que me mira George, sé que
ya sabe todo o gran parte, pero no me dice nada. Se portan atentos,
cariñosos y yo disfruto estando ahí, pero me pierdo constantemente
en los recuerdos. Ya no lloro, no como las dos semanas anteriores,
solo lágrimas silenciosas que dejo salir cuando estoy sola en la
terraza del jardín trasero o en la intimidad de mi habitación. A veces
solo subo los pies a la silla con la taza de café entre mis manos y
Aide tiene que sacudirme para que la mire. Cuando me nota
taciturna me pregunta detalles sobre él y me encuentro
recapitulando momentos como los del juego en la playa de Nueva
Zelanda donde acabé hecha sopa, o cuando me invitó a jugar
palillos chinos, o cuando hicimos ese muñeco de nieve que apodó
“panzón”. Los atardeceres sobre su caballo, las persecuciones
corriendo que me ponía y en las que siempre ganaba. Las películas
de Disney y la guerra de palomitas… los twizzlers, las plantas con
flores, sus ideales, la manera en que creció…
—Suena a un hombre impresionante y… divertido, como un niño
travieso —acepta a mi lado Aide, en el jardín de su casa. Estamos
tomando café junto con una tarta que hice. Sonrío evocando esa
manera que tenía de tomarme el pelo, de ruborizarme.
—Eso pensé también.
—Y dices que en esa reserva… Él sabía hacer de todo.
—De todo. Desde cosas del aseo de la casa, cocinar, hasta
carpintería, pescar…
—Quizá ese detalle, el hecho de que creciera rodeado de esa
cultura lo hizo un hombre distinto a los que se mueven en ese
círculo. He estado buscando un poco sobre él, pero no hay tanta
información, es reservado, bastante, aunque sea uno de los
hombres más poderosos de este planeta.
—Mucho, es obvio que sabe lo que hace, es… misterioso.
—Esa mujer, con la que estuvo comprometido, es hija de un
hombre que está dentro de las familias más poderosas, junto con la
de Lancaster. ¿Sabías? Su marido es influyente pero jamás como el
padre de ella: Pablo Librensko, o el mismo Lancaster, de hecho
estos dos tienen más trato, aunque Maya Raiché, que es el apellido
de su esposo, está a cargo de algunos negocios, uno de ellos tienen
que ver con… Lancaster, sobre aerolíneas, me parece. Es un
mundo de enredos y familias.
—No sabía, pero no me asombra… Y deberías verla, o mejor no,
la mujer es impresionante, Aide, de verdad impresionante, sabe lo
que hace, cómo.
—Tú eres hermosa, y te aseguro que mucho más inteligente, Elle
—revira acariciando mi brazo.
—No es que me sienta insegura, es solo que cualquiera se
sentiría así. Es impactante, más como el tipo de mujer que él elegirá
para casarse o algo…
—Pues parece que no piensa igual, rompieron hace diez años, y
como te digo, ella se casó de nuevo.
—Pero le coquetea como si fuera suyo, no vi que su marido fuese
un impedimento.
—Elle, si él te buscara… ¿qué harías? —pregunta de repente,
sacándome de balance, pestañeo nerviosa.
—No quiero verlo, Aide, me lastimó mucho.
—Pero si lo hiciera… ¿lo echarías?
—Estoy muy enojada aún, herida. Además, eso no tiene sentido,
me mandó un video días después, es evidente que ya pasó para él.
Logró lo que quería y listo —asevero tomando de mi café, pensativa,
dolida.
—Ojalá que así sea, hermana, es lo mejor para ti. Su mundo es
muy complejo y me cuesta saberte entre ellos, me asusta.
—No ocurrirá. Déjalo estar.
—Quisiera tener esa certeza, Elly —expresa como para sí. La
miro de soslayo, se nota que no lo conoce. Dáran es de retos, yo ya
no le represento uno.

El viernes será la cena de compromiso y mi hermana está


nerviosa. Le ayudo con todo lo que puedo. Salgo a diario a
compartirles de lo que cocino al escolta en turno. Siempre se niegan
pero siempre lo acaban aceptando.
Cuando salgo con ella, nos siguen, ella ríe nerviosa pero con los
días lo olvida. Vamos a comprar un vestido para ese día, yo
adquiero otro. La noche de la pedida de mana llega y todo sale de
maravilla. Lucen felices, su familia es encantadora, me siento alegre
de estar a su lado compartiendo ese momento. Los siguientes días
ya no hablamos de él, una noche, llorosa se lo supliqué.
—Lamento que hayas conocido el amor en esas circunstancias,
Elly, pero sé que estarás bien.
—¿Crees que logre olvidar todo esto, a él? —le pregunté llorando
un poco sobre su hombro. Suspiró.
—No lo sé, amo a George, Dios, si me voy a casar con él, es un
tipo maravilloso, y lo que más me gusta es en quien me convierto a
su lado. Pero nuestra historia es normal, cuestión que lo torna todo
más… común, por así decirlo. Sin embargo, lo que pasaste con él,
el cómo se dio todo, la propia situación, veo difícil que lo olvides con
facilidad, hermana. Mírate, cambiaste y para bien, lo sabes, pero ya
no eres la misma y es resultado de todo eso.
—No quiero vivir así, a medias… sin embargo, así me siento todo
el tiempo.
—Pasará, Elle, no sé si lo que sientes, porque noto algo
profundo, pero sí lo que ahora mismo experimentas… Todo irá bien,
Elly, no puede ser de otra manera.
CAPÍTULO XLII

Llego a casa con mejor ánimo y preparo todo para mi siguiente


viaje. Contemplo mi apartamento justo al dejar mi equipaje sobre la
duela y tuerzo la boca. Decido que al regresar cambiaré varias
cosas, iré de compras y que aunque lo extrañe como una idiota y
me siga doliendo muchísimo lo que ocurrió, no dejaré que la vida
pase sobre mí.
Llego a Virginia un lunes por la mañana. Aterrizamos en el
Aeropuerto Internacional de Norfolk. Es octubre, el aire es frío, sé
que él acaba de cumplir años, me dijo su fecha una noche en el
solariego. No puedo creer que pasó ya más de un mes que me alejé
de él, de todo aquello y sigue siendo algo tan presente, casi como si
me acompañara en todo momento.
Las noches continúan siendo… complicadas. Despierto agitada,
es cuando las lágrimas suelen llegar sin invitación y cuando más lo
añoro. Permanezco tan solo dos días en Toronto y no es sencillo,
pero me avoco a planear lo que haré cuando regrese. Comprendo
que necesito pequeñas metas para ir dando paso a la vez, por
mucho que duela, por mucho que aún me sienta rota por dentro.
Mi tía es una mujer alegre, su casa se ubica en las afueras, es
hermosa, muy campestre. Me abraza efusiva cuando me ve y yo
quedo asombrada por lo mucho que me recuerda a mamá. No
pregunta sobre los escoltas, solo los mira un tanto desconcertada,
basta que le informara que están conmigo para que lo asuma y listo.
Esa noche dormimos tarde, hablando y hablando, quiere detalles de
la cena con mi hermana, le cuento todo de forma minuciosa.
Me hace reír, tiene tanta energía. Su cabello rubio lo lleva alisado,
corto, se maquilla discretamente pero sus labios suelen estar
perfectamente pintados. Se viste relajada, pero femenina, con
colores alegres, su casa es vida en sí. También descubro que adora
la repostería y la cocina en general. Me cuenta que en su tienda, a
la cual me lleva, hacen toda clase de delicias y no miente, es
buenísimo todo lo que he probado. Cocinamos juntas, conozco a
mis primas, son alegres, tienen pequeños que corren por toda la
casa, su vida se adivina agitada pero feliz y me siento a gusto a su
lado.
Lo cierto es que hay momentos en que me alejo, camino por ahí,
me recuesto en la cama de la habitación maravillosa que Carol
acomodó para mí y pienso en él. Su recuerdo sigue siendo
aterradoramente nítido, pero comienza a parecer algo que viví en
otra vida… Hay días, incluso, que no estoy tan receptiva y es que
desde que despierto ansío su aroma, escuchar su voz y me enojo
conmigo por ello. Duermo con una almohada adherida a la nariz, no
es lo mismo, obviamente, pero funciona a ratos.
Carol me habla sobre mi mamá, mis abuelos, de su niñez y mi
corazón se va llenando de recuerdos hermosos. No menciona a
papá y sé que, de alguna manera, no le perdona el habernos
alejado. No la puedo culpar, fue un gran hombre, pero estricto,
obsesionado con lo que hacía y con darnos un futuro a la altura de
nuestras capacidades, decía, y no sabe hasta qué punto sucedió.
Me presenta con sus amistades que son de lo más agradables. Es
una mujer libre, eso se nota y que es feliz con la vida que eligió.
La verdad es que dos semanas después, me siento complacida y
agradecida por haber pasado ese tiempo a su lado. Si bien no curó
mis heridas, sí me hizo evocar mi pasado, entender mucho más de
mí, de mis raíces, de mi madre.
Cada mañana y cada tarde salgo a darles en un plato su ración a
esos gorilas que me cuidan. No les he dado mucho trabajo a decir
verdad, paso el día en la casa, en la tienda de mi tía, quizá vamos a
algún restaurante y salvo una mañana que visité un centro comercial
acompañada de una de mis primas, no hubo sitios llenos de
personas. Tampoco me siento con ánimos, la verdad.
Llego a Toronto y sé que es hora de retomar mi vida, como sea
que esta vaya a ser. Le pido a Tom que me ayuden a empacar
algunas cosas que definitivamente serán reemplazadas en casa. Se
muestra solícito, me consiguen cajas y rapidísimo terminamos.
Muchos libros, varios tapetes, adornos que me parece no tienen
chiste alguno. Cuadros que no les veo sentido, algunos utensilios de
cocina que deseo reemplazar pues esos no me sirven y ni idea de
para qué los compré. No es mucho, tampoco tengo demasiado, era
austera en realidad… Pronto el lugar queda casi vacío y sonrío.
—¿Necesita algo más, señorita Elle? —me pregunta Tom, que
mandó a uno de los hombres a dejar las cosas a un sitio para
donarlas. Sentada sobre el sillón sonrío agotada. Comienzo a
acostumbrarme a las malas noches, a caminar con su ausencia y el
dolor que me genera, pero estoy decidida a que si él seguramente
sigue con su vida como si nada, como si no me hubiera roto el alma,
mi corazón, de esta manera cruel que no merecía, pues yo también.
No tengo idea de cómo, pero lo haré, a pesar de lo herida que estoy,
a pesar de lo lastimada que me dejó, a pesar del miedo que sigue
circulando por mi cuerpo.
—No, por ahora no.
—Quedó vacío —señala un poco desconcertado.
—Así es como debe estar para llenarlo de lo que sí quiero —le
digo con las manos en el abdomen, ligera. Me sonríe asintiendo.
—Estaremos pendientes, entonces.
Tomo mi Tablet y comienzo a buscar las cosas que quiero en
tiendas online. Para la noche ya tengo mucho de lo que deseo. Me
encuentro satisfecha y optimista. Queda una semana más para
regresar a mi trabajo y estoy decidida a no permanecer enterrada en
este dolor que me come y persigue, que se enreda en mi estómago
causando hasta dolores gástricos, que como la oscuridad al alba,
me acosa.
Al día siguiente hago nota mental de lo que deseo comprar para
mi uso cotidiano: algunas prendas, y plantas, además de pasar por
una librería y adquirir títulos menos… insulsos, que de verdad sirvan
para entretenerme. Quiero tener en casa también una copia de los
que leí durante mi estadía allá, en ese lugar que me marcó lo quiera
o no.
Les aviso a los chicos y paso el día ocupada. Por la noche estoy
agotada pero alegre de alguna forma. Durante la semana el lugar se
va convirtiendo en mi hogar, con detalles que me hacen sentir
tranquila, que se me antojan perfectos, agradables. Mi librero ya
tiene novelas, varias. Mi guardarropa ya se asemeja más a mí. La
cocina tiene todo lo que requiero y me inscribo a un curso que
comienza en noviembre, justo un día después de mi cumpleaños
veinticinco.
~*~
El viernes por la noche, estoy preparando unas galletas, les
quiero dar a los escoltas un puño en agradecimiento por toda su
ayuda en la misión que tuve esta semana, cuando el timbre suena.
Arrugo la frente y respondo. Tom suele marcarme al celular, pero no
debe ser nada malo si ellos están justo ahí.
—¿Sí?
—¿Preciosa? —Abro los ojos de par en par, es Victoria, ese tono
es inconfundible. Transpiro nerviosa, evocando cada uno de esos
momentos que intento olvidar cada día, cada hora, cada minuto.
Paso saliva.
—¿Victoria? —pregunto para asegurarme, cauta.
—Sí, mi niña. Lamento llegar así…
—Pasa, pasa… —digo apenada.
Dios, me observo, soy un desastre; tengo puesto un delantal de
colores que cubre un vaquero y una blusa roja, el cabello sujeto en
dos trenzas y seguro motas de harina por algunos lugares que no
veo. Suena la puerta y apenas si logro tener tiempo para lavarme
las manos. Abro con las mejillas encendidas, lo sé porque siento la
cara ardiendo. Mi pecho se estruja porque no puedo evitar
relacionarlos y duele. Ella está guapísima como siempre; pantalones
de vestir inmaculados, un abrigo bien ajustado a su cintura, el
cabello perfecto, maquillada y elegante.
—¡Vaya! Preciosa, lamento importunarte, puedo regresar
mañana… —dice evaluando mi atuendo. Sonríe complacida, sujeto
una de las trenzas, regresándole la sonrisa avergonzada.
—No, Dios, qué pena, estaba cocinando unas galletas, pero
pasa. Me alegra mucho verte —susurro intentando parecer relajada.
—Debo decirte que huele delicioso —admite entrando. Me da dos
besos como solía y se adentra mientras yo la observo, nerviosa.
Estudia mi apartamento. No imagino siquiera lo que está pensando,
pero me abstengo de preguntar—. Este sitio es… encantador,
querida, realmente encantador, y tú luces tan hermosa como
siempre.
Cierro la puerta negando, tímida, y la invito a sentarse en la sala.
No pierde detalle, y en vez de acomodarse ahí, toma una de las
sillas del comedor después de dejar sus cosas en un perchero y se
acomoda. La observo desconcertada. Suspira dejando vagar la vista
por todo el lugar y al final repara en mí. Me siento tan extraña, es
como si ese mundo y el mío se mezclaran de pronto y no sé qué
sentir. Me sonríe complacida.
—Lamento mucho la manera en la que me comporté aquella vez,
la última que nos vimos —me atrevo a decir con la garganta
escociendo por recordar lo ocurrido ese día. Descansa sus brazos
en la mesa, luego coloca su barbilla sobre su mano observándome
de una manera extraña.
—No te diré que sé a ciencia exacta qué ocurrió, solo que las
palabras deben ser medidas según de quién las diga, porque la
realidad, querida, no es igual para todos —expresa serena y luego
me invita a sentarme. Suspiro asintiendo.
—Es complicado y… doloroso.
—Ya lo creo, sufriste mucho, eso era evidente. Aún veo huellas
de eso en tu semblante, que aunque es realmente dulce y hermoso,
deja claro que ese día, lo que pasó, sigue acompañándote.
—Fui ingenua, muy tonta —admito turbada. Coloca una mano
sobre la mía, negando. La miro.
—No, Elle, eres genuina, muy real, dulzura, pero en ese mundo,
es casi imposible salir indemne, ni siquiera él lo consiguió —
asegura con sinceridad. Medito lo que dice, aunque su pura
mención eriza mi piel. Me levanto tensa.
—¿Deseas un café, o agua, quizá un té? —pregunto solícita.
Enseguida entiende que no deseo hablar de ese tema en particular.
Me sonríe.
—Lo que tomes está bien. —Preparo un par de infusiones y le
tiendo una taza humeante. La huele y al probarla gime de placer,
sonrío frente a ella—. Está exquisito, Elle —señala dándole otro
sorbito—. Pero dime, ¿qué has hecho? Te ves bien, la verdad, me
gusta tu naturalidad de siempre, es como un sello tuyo… Y esas
trenzas, si sueles parecer menor, con ellas más, ahora entiendo
muchas cosas —apunta reflexiva, evaluándome. Sonrío nerviosa.
—He estado viajando para ver a mi familia, cosas así…
—¿Y esas galletas que huelen tan bien? —pregunta intrigada.
—Para los chicos. —No me sigue, le sonrío—. Los escoltas. Me
han ayudado mucho esta semana a reacomodar un poco el lugar —
explico tomando la taza entre mis manos. De nuevo me estudia un
tanto desconcertada, pero no con desaprobación, sino asomando
una muy leve sonrisa.
—Pues es muy lindo, la verdad, acogedor… dulce. Me gusta —
acepta refiriéndose al apartamento, comprendo.
—Gracias —susurro, para quedar en silencio por un par de
minutos. Luego suspira.
—Elle, imagino que te preguntas por qué estoy aquí.
—Me hago una idea, es sobre la temporada que me mostraste,
tus diseños.
—Escucha, no quiero ser imprudente, no más por lo menos. Sé
que estás retomando tu vida, que evidentemente algo fuerte ocurrió
entre ustedes, y que lo menos que deseas ahora mismo es
acercarte a ese mundo del que hablamos. —Lucho con la necesidad
de anegarse que surge en mis ojos. Paso saliva y asiento—. Mi
inspiración en gran parte has sido tú y no quiero a nadie modelando
esos vestidos que no seas tú —declara decidida.
—Yo… No puedo, Victoria, de verdad no podría. Antes de… lo
que ocurrió, ya me sentía incapaz de algo así. No me gusta estar en
el candelero, tampoco tan expuesta, pero después de aquello,
menos. Además, en serio busco entender qué ves en mí y no
encuentro qué puedo ofrecerte de más que esas hermosas chicas
que seguro tienes a tu disposición, no —argumento sincera. Sonríe
comprendiendo.
—Eso es lo que te vuelve encantadora, querida. Es lo que
envuelve, mi niña —argumenta sin mostrar molestia.
—Mira, mi vida ha cambiado mucho, yo he cambiado mucho en
tan poco tiempo que estoy en un momento de descubrirme y no creo
que eso ayude a lo que tú deseas.
—Al contrario, me encanta. Eres un ejemplo. Mujer fuerte,
brillante, exitosa, y a la vez, dulce, tierna, intensa, de carácter. Una
combinación que es difícil de eludir.
—No me puedo ver así —admito pensativa, ruborizada.
—Bueno, quizá porque estás en medio de ese proceso que
mencionas, porque te aseguro que es absolutamente cierto y justo
lo que busco como imagen de eso que estoy creando. Escucha,
Elle, no tiene que ser ahora mismo, tampoco próximamente. Me
estoy dando tiempo para crearlo, me estoy dejando fluir y me
encuentro feliz con ello, pero me gustaría saber que albergo por lo
menos una esperanza de que seas tú quien pueda portarlos y
mostrarlos al mundo, porque es lo justo.
—Victoria… Yo. —El tiempo de horneado termina. Respingo y me
levanto para apagar el horno y sacar las galletas.
—Dios bendito, preciosa, eso huele de maravilla y lucen
exquisitas —señala apareciendo a mi lado, observando la charola.
Le sonrío—. ¿En qué ayudo?
—No, cómo crees, te puedes manchar.
—Bah, es ropa —revira guiñándome un ojo. Las acomodo sobre
unos recipientes de vidrio para que enfríen. Luego aparto unas
cuantas para nosotras. Luce alegre haciendo eso mientras yo
acomodo la otra tanda. Hablamos de tonterías sobre la receta y le
cuento que estoy por comenzar un curso de cocina. Sin notarlo me
encuentro invitándola a cenar. Algo tiene ella que me hace sentir a
gusto a pesar de la conexión que tiene con él. Acepta encantada.
Preparo unos emparedados de carnes frías, una ensalada, y en
todo me ayuda. Prendo música y conversamos sobre mi carrera, mis
padres, mi familia. Ella me cuenta un poco de la propia, y de cuánto
le costó llegar a donde está. Ya es noche cuando me mira alegre, de
forma suave.
—La siguiente invito yo… Aunque no creo que supere este festín,
que me costará largas semanas de dieta —apunta sin culpa. Sonrío.
—Siempre eres bienvenida, Victoria. Lo he pasado bien, la
verdad.
—Yo también, preciosa. Y escucha, no te presionaré, lo prometo,
pero me gustaría guardar tu número, vengo cada tanto a Toronto,
podríamos vernos y pasar una velada así, como la de hoy, ¿qué
dices? —Claro que acepto, intercambiamos teléfonos, y se despide
minutos después—. Ahora entiendo tantas cosas —dice cuando la
acompaño a la puerta que da a la calle. Le sonrío sin entender del
todo, pero satisfecha por esas agradables horas.
La noche por supuesto que la paso en vela… con las rodillas
rodeadas por mis brazos, pensando, recordando. Solo quiero que
deje de doler, necesito dejar de extrañarlo tanto.

Me encuentro nerviosa el domingo por la noche. El nuevo puesto,


regresar a mi antiguo trabajo, todo se siente tan diferente y de
alguna manera me agrada porque aunque taciturna, y ausente,
ensimismada, me encuentro bien, o lo mejor que puedo. Paso
tiempo leyendo, cerca de mi ventana con mi taza de café
observando a los transeúntes, el movimiento de las calles. Voy a
diario al café de la esquina, empiezan a conocerme y eso me
agrada, nunca iba antes y es muy bueno, mejor que los insulsos tés
que solía prepararme. Ya he visto un par de películas, reí incluso.
Pero cada maldita noche aferro la almohada y no puedo evitar
pensar en él, en lo que estará haciendo, recordando momentos que
me marcaron y que me persiguen sin remedio.
Sé que no soy feliz, me miro en el espejo y las ojeras no se han
marchado desde hace ya varias semanas, mi mirada no luce
divertida o alegre, como mucho del tiempo que allá estuve. Es como
si algo que me perteneciera no estuviera ya conmigo, pero me
agrada en lo que me he ido convirtiendo, en el resultado de las
circunstancias, del cruce que tuvo en mi vida, que aunque duele, me
hizo despertar y eso hace que no lo pueda odiar y lo añore aún más,
a pesar de que no debería.
~*~
El primer día en el trabajo resulta ser mejor de lo que espero. Me
reciben los directivos. Sostenemos un par de juntas y me entregan
dos proyectos a desarrollar en el área farmacéutica. Me adjudican
un espacio para trabajar y la capacidad de elegir mi equipo con
ayuda del departamento encargado de ello. Regreso a casa agotada
y ansiosa por saber más de lo que debo hacer. Paso la noche
leyendo interesada. La pasión que esto despierta en mí, retorna
intacta, más porque me aseguro de que no hay riesgo alguno en
esta ocasión. Pasan los días, elijo mi equipo, tenemos juntas para
revisar la situación actual, metas y objetivos.
Me doy cuenta de que me absorbe y empiezo a poner altos.
Sobre todo me busco el tiempo para leer cosas que no tenga que
ver con ello, para ver alguna película, hablar con mi hermana a la
que veré el día de Acción de Gracias, para cocinar y pronto entro al
curso. Ese día que también es mi cumpleaños me sorprende un
regalo de Victoria que me da Tom: un vestido hermoso, azul con
rojo. Le llamo para agradecerle. En el trabajo recibo felicitaciones y
proponen ir a tomar algo el viernes, lucho contra el “no” que solía
emitir y acepto. Las clases no están lejos de mi apartamento y me
encanta la primera sesión. Son dos por semana. Tengo pendiente la
otra especialidad, esa a la que iba a ingresar cuando todo ocurrió,
pero decido que puede esperar a enero ya que de alguna manera el
personal de él se las arregló para que no perdiera mi dinero ni mi
lugar.
Ese viernes le aviso a Tom a dónde iré, no se muestra cauteloso
y de hecho me hace saber que después de Acción de Gracias ya
dejará de estar ahí. Durante mi estadía en el bar, acompañada por
varios de mis colegas, experimento una incómoda nostalgia. Es
como… terminar de decir adiós y sigue doliendo demasiado.
No me ha buscado, no me ha llamado. Ilusamente albergué la
idea de que quizá en mi cumpleaños podría saber algo de él, nada.
Entiendo que debo olvidarlo, dejarlo ir, me lastimó y no merece todo
esto que me ocurre, ni mi tiempo invertido en añorarlo, en incluso a
veces justificarlo, para él yo ya no soy nada, porque en realidad
nunca lo fui.
Lo paso bien, esa es la verdad, son agradables y tranquilos,
reímos por algunos chistes, conversamos sobre cosas del país, del
mundo y hay una regla tácita; nada de trabajo a colación. Pero al
llegar al apartamento esas lágrimas que he logrado mantener a raya
con mucho esfuerzo, reaparecen y paso la noche en vela
humedeciendo la almohada. Quisiera odiarlo, de verdad que sí y
quizá debo intentarlo con mayor ahínco.
En Acción de Gracias voy a casa de mi hermana, paso esos días
ahí donde evito a toda costa el tema delicado; él. Lo pasamos bien,
nos ponemos al día y me dedico a tomar mi papel como dama de
honor. En diciembre nos pondremos al día, estaremos muy
ocupadas, determina. Me alegra a decir verdad, no quiero pensar.
Tom se despide de mí al regresar, sin que lo vea venir lo abrazo
con fuerza. No me toca, pero sonríe comprensivo cuando me
despego.
—También la echaré de menos, señorita —admite un tanto
apenado.
—Gracias por todo, cuídense mucho, ¿sí? —le pido tendiéndole
una bolsa con trufas que yo misma preparé. Abre los ojos deleitado.
—Señorita, nos malacostumbró —apunta sonriente. Le quito
importancia y es que no hubo un día en que no les dejara café, un
emparedado, o lo que fuera. Me hacían sentir acompañada después
de todo.
—Es la receta que Rory me enseñó, seguro a ella le quedan
mejor, pero espero que les gusten.
—Créame, nos ha puesto en un conflicto respecto a ella, pero
nunca se lo diré —acepta riendo.
Les doy a Jull y Charly, el otro escolta, también su parte, me
despido y cuando me encuentro sola, ese agujero en el pecho se
abre aún más. Sollozo pero sin llorar, rabiosa de nuevo. Ya no me
atrevo ni a decir su nombre en mi mente, menos en voz alta por lo
mucho que duele, a intentar evocarlo, aunque aparezca en todos
mis sueños y en todas mis pesadillas, aunque sin remedio sea una
parte constante de mi vida, de mi ser, de mi alma.

Pasan las Fiestas, me encuentro tan atareada que apenas si


respiro, pero lo agradezco porque justo en esos días lo evoco más.
Duermo mal por las noches, aunque ya más horas, me dedico a
nutrir mi vida de cosas que me hagan sentir viva. Salgo con mis
compañeros, el curso va de maravilla, el trabajo también, la boda de
mi hermana roba mucha de mi atención. Paso tiempo en la cafetería
aledaña a mi apartamento, cada día pruebo un nuevo café, o algún
nuevo pastel. Evito la monotonía y me intento conectar con lo que a
mi alrededor ocurre todo el tiempo. Con Carol hablo cada tanto.
Victoria ya regresó un par de veces, cenamos en un sitio discreto la
primera vez y hablamos de cosas tan sin importancia que me
encontré añorando verla de nuevo. La segunda vez fue en mi
apartamento y le preparé una variedad de platillos de los que he
aprendido, se fue deleitada y alegre.
Acaba diciembre, luego enero, llega febrero y la boda de mi
hermana queda perfecta. La acompaño al altar conteniendo las
lágrimas. La veo feliz y algo se remueve en mí sin poder contenerlo,
no es envidia, es esa sensación de que yo ya no lograré vivir algo
similar porque nada ha cambiado en mis sentimientos a pesar de
ser lo más cercano a una mujer plena.
En marzo noto la predilección hacia mí de un compañero
encargado de otras investigaciones. Sus padres son japoneses,
aunque él creció aquí. Es amigable, pausado, muy inteligente, me
invita a salir y me reúso con pretextos absurdos, nerviosa, la verdad
es que no me siento lista para eso. Van poco más de cinco meses y
no puedo, simplemente es más fuerte que yo. Me justifico con ese
argumento pero la verdad es que no veo cómo pueda darle la vuelta
a esto que en mi corazón todavía habita, que me define y sigue
doliendo, incluso sangrando. Él comprende y lo deja estar, nos
hacemos amigos con el paso de los meses y nada más.
Pronto es junio, retomo después de todo mi especialidad en
Biotecnología. Acabé el curso de cocina con mención honorífica. Mi
hermana vino junto con su marido a celebrarlo. Sé que estoy
haciendo las cosas bien, sé que tengo una buena vida, una que me
da paz, orgullo, que me hace sentir bien, pero esta sensación
constante de estar incompleta no se va. Más noches de las que
puedo aceptar me encuentro escuchando música, con aquella
bocina inteligente que adquirí hace tiempo, sentada sobre el tapete
de mi sala, con las rodillas flexionadas, rodeadas por mis brazos y
lagrimeando porque aunque ya ha pasado tiempo de todo aquello,
vive en mí como si fuese parte de una vida que me hizo sentir tanto,
que me mostró mi esencia, que me enseñó a sentir y que en el
camino me hizo amarlo como lo amo.

En agosto, un año después, en medio de un receso en la


especialidad, que es en horario nocturno, un hombre, algunos años
mayor que yo, se sienta a mi lado en una de las clases teóricas,
pronto comenzamos a conversar y continuamos haciéndolo cada
sesión al iniciar y terminar. Rob trabaja como investigador para el
mismo laboratorio que yo, pero nunca nos habíamos visto. Así que
pronto comemos juntos ahí, me acompaña a casa los días que no
tenemos especialidad, y los días que sí, nos vamos juntos. Pasamos
ratos agradables, hablamos mucho, aunque es serio, quizá
bastante, pero es un hombre culto, que ha logrado todo con mucho
esfuerzo, que tiene varios amigos y que me hace sonreír más de lo
común.
Un buen día, mientras me acompaña a tomar el metro, me mira y
sé lo que hará. Me simpatiza, de verdad que sí, pero no siento esa
atracción ni por asomo, tampoco ese deseo ensordecedor o
ansiedad por verlo, mi piel no se eriza cuando está en el mismo
lugar que yo, pero me hace sentir en paz, capaz de compartir con
alguien esa vida que me gusta pero que al final del día no la deseo
por siempre y prefiero esto que una explosión de sensaciones que
me sometan como ya me pasó. Me pongo nerviosa cuando, con
seguridad, me invita a salir y yo… tensa, comprendo observando su
piel blanca, sus ojos grises tras sus gafas, su cabello corto impoluto,
que no tengo por qué seguir alimentando eso que siento, que no es
posible seguir llorándole después de lo que me hizo, que si él
continuó con su vida, como es lógico, debo hacer lo mismo y le digo
que sí.
CAPÍTULO XLIII

El mar ruje. El vacío en mi pecho también, aunque comienza a


ser parte de mi cotidianidad, esa que generé, esa que merezco.
Observo las olas grandes, fieras, valientes, en medio de la
oscuridad del cielo estrellado, ese que le llegué a mostrar hace ya
tanto tiempo en el estudio de mi casa, esa en la que no dejó un solo
espacio sin su presencia y por lo que ahora duele tanto su ausencia.
Me paso la mano por el cabello evocando esa noche, la noche en
la que la vi maquillada por primera vez, con aquel vestido que
dejaba ver su exquisito trasero, ese que me trastorna, como todo lo
concerniente a ella, en realidad. Le mostré la luna, el cielo profundo.
Es tan curiosa que no podía dejar de ver, de preguntar. Esa es Elle.
Pero después, la forma en la que me vio, su rubor y cómo gracias a
aquellas copas de más dejó de lado por un momento ese pudor, ese
que solía ser parte de ella. Me llenó de un fiero sentimiento de
posesividad, de necesidad. No imaginé que su inexperiencia fuese
tal que no estuviera tan familiarizada con el vino. Tuvo su primera
borrachera y se veía realmente hermosa. El beso que desató aquel
momento, al día siguiente, lo tengo tatuado a hierro ardiente en mi
mente. Sé que ahí terminé de comprender lo que ella es en mi vida.
Luego, en Halifax, volvió a ocurrir y yo, que disto mucho de ser un
santo, preferí que durmiera sola por única vez, porque por ella me
convierto en custodio incluso de mis instintos. Esa mujer está
creada para tentarme, para despertarme y para doblegarme con tan
solo un movimiento de sus tiernos ojos.
Dios, soy un jodido idiota, un gran hijo de puta.
Niego con rabia, esta que me ha acompañado desde que se fue,
desde que la dejé ir hace un año, un maldito año. Han sido meses
grises, irritantes, llenos de vacío e impotencia, de odiarme
profundamente, de reprenderme y luchar contra todo mi ser que me
exige buscarla, intentarlo por lo menos. Lo cierto es que no lo
merece, no la merezco, le hice tanto daño.
Aquella mañana cuando entré al apartamento su ausencia me
golpeó de forma brutal. Nunca nada había logrado hacerme sentir
tan sin rumbo, tan solo, tan vacío. Vi el desayuno que dejó casi
intacto. No comía, no dormía y devolvía todo el tiempo, eso logré.
Escuché las hélices y sentí como me arrancaban algo desde el
fondo de mi ser, de mis entrañas. Lo acepté sin queja, lo merecía.
Sin embargo, nada me preparó para el momento en el que vi su
nota y los objetos que le hice en aquel lugar, cuando yo ya la amaba
de una manera tan profunda que hacerla mi mujer fue un viaje
dulce, cuidadoso y lleno de retos que decidí emprender de su mano
y, por Dios, que verla temblar de esa manera tan suya con tan solo
un roce, logró que me sintiera el hombre más pleno en la faz de este
planeta.
La leí turbado más de mil veces, ahí sentado, en esa cama donde
tantos momentos pasamos. Cada palabra que emití se la tatuó
como si las hubiese coleccionado para usarlas en el instante
correcto. Nunca pensé que una a una me las tendría que comer y sí,
me arrepiento más de lo que alguna vez podré llegar a manejar.
Cuando llegó así, devastada, y me contó lo que Maya le había
dicho cual víbora calada, me sentí hundido porque sí, los accionistas
y socios eso propusieron; tratarla como una mercancía, un objeto de
canje que debía ser sometido y quizá usado sin remordimientos. Y
sí, sabía que así verían las cosas por lo que tomé ventaja, después
de todo era mi empleada, aún lo es.
Nicole, mi jefa de estrategias, estaba al tanto de lo cuidadosa que
debía ser la misión con ella. Propuso ganar el terreno, debía actuar
antes que los demás. Estuve de acuerdo, pensaba hablar con ella
en aquellos eventos a los que acudí por ese interés que siempre me
ha despertado. Y es que ahora, después de todo esto, creo con
mayor fuerza lo que Aisea siempre me dijo: “cuando dos almas
están creadas para acoplarse, para unificarse, buscarán la manera
de encontrarse”. Y sé, de alguna manera, que no es casualidad, que
todo esto se entretejió para poder entender que sí hay algo puro y
bueno en el mundo y que puede estar a mi lado.
Lo estropeé.
Elle se negó, porque así es ella, porque se escondió tanto tiempo,
vivió tan poco, pero no lo adiviné, y lo tomé personal, un reto, uno
que estaba decidido a disfrutar… Fui un gran idiota, desde el
momento en que me miró con esos ojos azules, envuelta en ese
camisón, supe que mi estupidez traería consigo consecuencias,
consecuencias irremediables.
Me noqueó y me atrajo de esta forma fiera como nunca nadie y
pronto me encontré tan al pendiente de todos sus movimientos,
provocando sus rabietas, deseando escucharla, y mi nuevo desafío
fue sacarla de ese caparazón que noté tenía tan cuidadosamente
construido para blindarse, protegerse. Con lo que nunca conté es
que ella derribaría el mío y se adentraría en mí de esta forma
absoluta. No existe espacio de mi ser en el que no habite ese ángel
de ojos color del cielo. Debí explicarle, debí decirle… pero siempre
temí retornar lo avanzado que… hiciera justo lo que hizo. Fue
valiente y nunca desistió. Al final, a pesar de todo, se fue tal como
prometió.
Fui un patán y un gran hijo de puta que se perdió en sus propios
enredos, en sus mentiras y en su poder, ese que usé como siempre
prometí no hacer para dañar a alguien, y la dañé a ella, a la única
persona que me hizo volver a sentir la tierra bajo mis pies, que me
hizo sentir libre y en paz con lo que soy.
Esa tarde tomé una de sus blusas que solía usar para dormir, que
la hacían ver tan inocente y ardiente a la vez, y me la llevé a la nariz
notando como, por primera vez desde lo ocurrido de joven, volvía a
derramar lágrimas, pero esta vez eran diferentes, no de impotencia
y odio, sino de dolor y arrepentimiento. La olí hasta que perdió el
aroma y luego la rabia me embargó, una sorda.
Así que presa de la ira, me comuniqué con Pablo Librensko, uno
de los hombres más importantes y poderosos. Mi socio en varios
negocios y que estaba al tanto de todo, por lo mismo, ya que lo que
Elle descubrió no era cuestión de intereses mercantiles, sino de una
guerra fría, de atentado y un arma que tenía como cometido
desestabilizar y demostrar de lo que son capaces. Debíamos darles
un revés, mostrar nuestra fuerza. —La verdad es que no coincido
del todo en ello, pero al saberla en medio de dos fuegos
aniquilantes, no tuve opción y fingí que me importaban sus
intereses, que sí, incrementan mis arcas cada segundo—. Le hice
ver que Maya, su hija, había violado la confidencialidad del convenio
y eso, en mi mundo, vale muchos millones, muchos. Lo hice en
represalia, sí. Necesitaba que ella pagara algo de lo que hizo, lo
cierto es que no mintió y el único responsable de todo esto fui yo.
Librensko enfureció, pero no le quedó más, salvo como miembro
activo de una cúpula que se maneja con tanta discreción donde los
errores no son bienvenidos, aceptar y pagar. Por supuesto la noche
llegó y recibí una llamada de esa mujer, le respondí con la casita de
Elle en mi mano, ahí, en el vestidor, frente a todo aquello que nunca
lo supo suyo, donde duré horas sentado, ausente, perdido y
devastado.
—¡Cómo te atreves! —me gritó por el teléfono, exaltada. Reí con
sórdida indiferencia, esa que se apoderó de mí desde ese día.
—¿Pablo sabe que estás llamándome?
—Eres un pedazo de cabrón, Dáran.
—Escucha, Maya. Negocios son negocios, lo visceral no sirve en
esto.
—¿Y lo dices tú? Si babeas por esa chica.
—Hay cuestiones que quedan fuera de todo contexto. Somos
socios, tu padre y yo tenemos muchos intereses en común y te
aconsejo que la próxima vez que pienses ventilar algo sobre ellos,
medites sobre lo que puedes perder.
—Estás enojado porque se lo dije.
—Maya, no me conoces en lo absoluto. Dijiste una verdad, una
que tiene confidencialidad y que tenía un precio violarla. Lo lamento.
—No lo lamentas.
—Nos vemos en un mes para hablar sobre los avances con la
nueva flotilla. Hasta entonces, te suplico sigas atenta a tus asuntos,
no a los míos. Saludos.
Ojalá hubiese sentido cierta satisfacción, no fue así, si acaso
asco y repulsión. Esa noche, después de colgar con ella, comprendí
que era lo mejor, que Elle no debía estar expuesta a todo este
mundo vil y monstruoso que me rodea.
~*~
—¿Qué más piensas destrozar, Dáran? —escucho la voz de
Aisea, estoy tan concentrado en esto que me come, que no percibo
sus pasos, raro en mí. Fui entrenado para cuidarme, para
defenderme, tanto por los maorís como por el departamento de
inteligencia de mi país, mi abuelo lo solicitó cuando acabé mi
autoexilio aquí, hace once años.
—No queda mucho qué romper…
—Siempre se puede dañar aún más —me corrige acomodándose
sobre la arena, a un metro de mí.

Llegué a la reserva hace un par de horas, saludé a Mika que


conoce mi estado actual, lo que pasó a grandes rasgos, me dejó
solo. En cuanto entré a esa casa que construí tanto tiempo atrás, la
desesperación se apoderó de mí, esa que he logrado manejar
durante doce meses, exploté. La vi en cada esquina, en cada
instante. Sus sonrisas, sus jadeos, su jugueteo, su perspicacia y
todo me aplastó. Jamás creí que la felicidad existiera, menos que yo
en algún momento la experimentara y esas semanas la toqué, por
Dios que la toqué a pesar de todo lo que estaba ocurriendo a su
alrededor. Cuando rompí todo lo que estaba a mi paso, terminé justo
al lado de la chimenea vencido, con las manos en el cabello,
llorando de ira. Me estoy consumiendo cada segundo. Si no logro
encontrar un poco de sosiego aquí, no sé qué haré.
Desde que Daniele, preocupado por ella, me pidió apelar a la
razón y decidí dejarla ir, no logro lidiar con esto que me come. El día
que Elle reventó, me partió en dos. Jamás pensé verla así:
devastada, tan dolida y herida, menos que yo fuera la razón. Me
sentí un miserable y un monstruo como de los que siempre he
evitado tener cerca, uno que usó su poder para un fin egoísta y en el
camino… la dañé, la rompí, como aún ahora escucho en mi mente
una y otra vez en medio de estas noches eternas.
~*~
—¿Dónde está ella? —inquiere sin rodeos, como es, con esa voz
pausada y ausente, pero que se adentra inevitablemente. Respiro
profundo y duele tanto como desde el primer día sin su presencia
alrededor. El aire frío cala, pero necesito sentir algo más que esta
sensación abrazante de impotencia, de enojo hacia mí.
—Donde debe…
—¿Cómo puedes asegurarlo? —revira.
—Porque cualquier sitio lejos de mí, es mejor para ella.
—¿Qué ocurre, Dáran? —pregunta inquieta. Sé, por su forma de
hablarme, que ya vio el desastre en mi casa, probablemente todos
en la comuna.
—Nada, y todo. Esa mujer se llevó mi alma y no logro tener paz.
—Entonces recupérala —expresa con simpleza, convencida.
—No, prefiero que esté con ella que en cualquier otra parte.
—Ve tras ella, habla. Es la única forma, sé sincero pero desde el
corazón.
—No puedo, no soy mejor que Maya. La ensucié, la herí, no
pensé salvo en mí —refuto meditabundo, con voz ausente. Ella supo
lo que ocurría cuando la llevé, meses atrás.
—Y le salvaste la vida.
—Sí, pero eso no me redime y mi mundo, no es para ella.
—Entonces crea uno para ambos. Usa tu poder a su favor, para
algo que te haga feliz.
Me pierdo en el mar. No hay día en que no la ansíe, que no la
piense, que no sienta este vacío que dejó donde antes, mientras la
tuve a mi lado, habitaba un alma, la mía, más libre y feliz que nunca.
Pero la expuse, no fui honesto por temor, y la lastimé. Convertí
nuestros días de deliciosa dulzura en pesadillas llenas de lágrimas.
Aun la recuerdo sollozando después de hacer el amor, después de
haberse compartido conmigo.
Me siento sucio y vil solo de pensarla. No debí llevarla a
Kahulback, no debí buscar doblegarla, no debí olvidar lo que me
rodea, no debí ponerla a prueba con aquellas joyas, con las fiestas,
porque... Sí, le salvé la vida, pero tomé su vida en mis manos, tal
como esa sucia gente a la que repelo. Decidí por ella, y... forcé algo
que como dijo; jamás sabré si de otra forma se hubiese dado, si
hubiera surgido.
Ahora la amo, la amo tanto que no me atrevo siquiera a decírselo,
a buscarla y rogarle que me permita comenzar de nuevo, bien, como
lo merece. Porque ensucié todo y sí, me arrepiento porque si bien
mi alma es suya, tendré que aprender a vivir sin ella.
—Creí que no te agradaba —susurro después de un rato
mirándola de reojo.
—Es tu mujer, no debe agradarme a mí... Pero sí, es lo que
esperé que encontraras. Ella es la indicada y si no logras
recuperarla, entonces ambos vivirán a medias.
—La dañé.
—Nadie sale indemne cuando siente.
—No sé si me ama —admito jugando con la arena, sombrío,
carcomido por dentro.
—Te ama, por eso se marchó —revira segura. La miro aturdido.
Algo cálido, en medio de la gélida compañía en la que me he
sumergido durante este tiempo, acuna mi pecho, solo un poco. No
me he atrevido a pensarlo porque… creo que me dolería más saber
que fue así y lo que le hice, que pudo ser para mí por completo y la
perdí antes de que sucediera.
—Tan inteligente, tan brillante y tan infantil para reconocer lo que
todos aquí vimos. Son equilibrio, niño necio —recalca en maorí,
como solemos comunicarnos—. Y no te compares con esa mujer,
con lo que ellos son capaces.
Cierro los ojos con el pecho oprimido, con la soberbia pisoteada...
~*~
Años atrás, cuando creí que el mundo estaba a mis pies, que
tenía todo lo que los demás quizá solo podían soñar, ocurrió algo
que me marcó y cambió por siempre, algo que he deseado borrar de
mi mente y memoria durante todos estos años.
Era mi cumpleaños número 24, el anillo de compromiso
costosísimo, adornaba la mano izquierda de Maya, y lo presumía
con orgullo desde hacía un mes atrás. Me sentía henchido de poder.
Tenía a mi lado a una de las mujeres más bellas del círculo donde
me movía: alta, de curvas suaves, rostro de pecado y labios de
infierno. La envidia de todos ahí. Lo supe siempre y eso me inflaba
aún más la puta hombría.
Fui ingenuo, esa es la verdad, un niño entre monstruos que me
llevaban mucha ventaja gracias a esa educación aislada que tuve,
una donde jugaba con los niños del campo, con los maorís, donde
andar en bicicleta y llegar lleno de tierra junto a Lara era lo que
debía suceder, y poco me codeé con esos niños de mi posición, que
ya vivían en excesos, rodeados de un ambiente muchas veces
tóxico, cargado de expectativas, cuando yo tan solo correteaba
gallinas.
Había detalles, cosas que no me cuadraban, pero que evadí, que
no noté como ahora que son clarísimas. Las fiestas siempre
terminaban en exceso de alcohol, drogas, o sustancias más
costosas, cosas a las que nunca entré a pesar de estar envuelto en
todo aquello, a pesar de que Maya ingería cualquiera de ellas,
aunque conmigo se limitaba, supe después. Solía decirme que yo
era diferente, que tenía agallas de mostrarme sin importar lo que
pensaran, que era genuino. Me quería, lo sé, de esa manera torcida,
permeada por todo lo que le rodeaba y la vileza de este mundo en el
que vivo.
Esa noche llegamos a una zona cara de Nueva York, a una casa
construida en el siglo XIV, enorme. Perteneciente a una familia de
altos cargos en ese país, gente de poder, muy arriba de cualquier
autoridad porque al final, ellos son lo que son, somos lo que somos.
Admito. No me asombró, era algo habitual, con lo que crecí incluso,
aunque en mi caso no la sentía aplastante como cuando entré a ese
sitio. Personas de las más altas esferas sociales, aunque de mi
edad la mayoría. Al final éramos jóvenes, debíamos disfrutar, o eso
era el lema ridículo que ostentábamos. Pasamos la noche bailando,
tomando. Cualquier cantidad de gente fue y vino. Bebí un poco más
de la cuenta, era mi cumpleaños, podía darme ese lujo, ¿no?
Cuando Maya, con gesto pícaro, comenzó a llevarme por
aquellos pasillos donde solo se veían algunas parejas besándose,
algunos jugando billar, otros drogándose en cualquier salón de los
muchos que ahí poseen.
Caliente por sus insinuaciones, la acorralé, seductor. Era una
amante exigente, experimentada, que comencé a notar poco antes
de ese día, tenía tendencias un tanto destructivas a la hora del sexo,
violentas. No me agradó y se lo dije. Herirla porque sí, por placer,
me pareció nauseabundo, no ardiente. Entendió, o eso creí.
—¿Qué tienes pensado? —le pregunté buscando su boca. Me
besó con violencia, mordisqueando mi labio. Sonrió cuando me alejé
sintiendo el sabor óxido de mi sangre. Estaba drogada, yo un tanto
ebrio. Sonrío y se acercó a mi oído.
—Si te lo digo, ya no es sorpresa —musitó sensual. Me jaló de la
mano y continuamos el recorrido, pronto abrió una puerta con un
lector que llevaba en un bolsillo oculto de su vestido. En cuanto
entramos se encendieron luces cálidas. Era otro salón,
elegantísimo. No tenía idea de lo que estaba por presenciar y la
seguí a través de otra entrada que abrió de igual forma. Ocultas tras
una mampara, unas escaleras que descendían. No dudé, pero
conforme bajamos algo en el ambiente comenzó a oprimir mi pecho.
Debí dar la vuelta y salir, no lo hice y jamás lo olvidaré.
Llegamos a una compuerta de metal, tecleó un código. Olores y
ruidos se entremezclaron.
—¿Dónde estamos?
—Venimos por tu regalo, te encantará, Dáran, y aprenderás
algunas cosillas, querido. —Una alfombra roja, un pasillo angosto,
puertas de madera, algunas estaban entre abiertas y escuché
gemidos lastimeros, pero no vi nada. El olor me molestó. Abrió una
casi al final del pasillo. Al fondo se veía una entrada bordeada con
mosaicos blancos. Escuché el llanto de niños. ¿Qué ocurría? Entré
desorientado. Un cuarto rojo, con un sofá clásico forrado del mismo
color, una cama con dosel, sobre una de las mesas oscuras había
instrumentos para dar “placer” de todo tipo. Látigos, consoladores, y
muchos más artefactos colgaban de algunos muros. No me moví
por un segundo, luego otra puerta se abrió y nada me pudo haber
preparado para ese momento. Una niña de quizá quince años, sin
ropa, ingresó.
Abrí los ojos de par en par, perturbado. Lucía seria, pero
decidida.
—Querido, este es uno de tus regalos. Es tuya, disfrútala. Y tú,
dale placer —ordenó como si estuviese familiarizada con ello.
Horrorizado busqué broma en sus ojos, algo que me dijera que
jugaba, eso no podía ser. Era una niña, ¡por Dios! Sin embargo, mi
prometida hasta ese día, sonreía. Me lanzó un beso y salió. Me giré
asqueado, busqué algo con que cubrir ese cuerpo que no iba a
permitir que se humillara frente a mí. Al no encontrar nada, me quité
el saco. Se negó retrocediendo.
—Póntelo, no está bien esto —rugí furioso, no lo hizo. Decidí que
me largaba, pero al darme la vuelta me tomó por la manga de la
camisa, angustiada.
—Si se va, matarán a mis hermanos, y a mi madre. Si se va,
acabarán con mi vida torturándome. Permita que lo toque.
—¡Por supuesto que no! —bramé quitando su mano, temblando.
Quise abrir la puerta. No pude. Nervioso la miré al rostro. Tenía el
cabello castaño, mirada vacía, alta, pero una niña, ¡carajo!
—No quiero morir así, solo haga lo que debe. Nos observan, si no
vendrán y no seré la única que salga afectada —aseguró con odio,
uno que me heló. Negué con el ácido subiendo por mi esófago. La
niña se acercó, decidida y tomó la hebilla de mi cinto. Intenté
quitarla—. Si regresa y no lo he hecho, me verá morir. Haga lo que
debe, y déjeme hacer lo que debo. Después de todo es lo que es.
—¿Quién te trajo? —intenté averiguar, tenso, incluso asustado.
Sonrió con amargura.
—Somos muchos aquí, tantos como los de afuera. Venimos de
todas partes, la mayoría ya no recuerda la luz del sol, ni su vida
anterior.
—No —me rehusé haciendo a un lado sus manos. Furiosa y con
los ojos anegados me miró, pero también con un dejo de esperanza.
Las voces en el corredor, los alaridos. Tembló de manera convulsa,
me empujó al muro que estaba justo detrás, abrió mi pantalón y
posicionó su cabeza entre mis piernas, al tiempo justo en el que
Maya entraba con dos chicos de no más de doce años, riendo,
desnudos y con una cadena rodeando su cuello. Parecían idos,
perdidos.
Aterrado, absolutamente sobrio e impresionado, la observé
impactado. Hizo que la tocaran. La violencia emergió en mí como
una marea de fuego, tomé del cabello a la niña cuando sentí mi
miembro en su boca. Gruñí bajando la mirada y lloraba buscando
mis ojos, me rogaba… Respiré agitado, no me excitaba obviamente,
si no lo contrario, y es que solo sentía asco de mi alrededor, de mí,
incluso. Maya me miraba de vez en vez en medio de esa asquerosa
situación. Eran niños, ¡por Dios!, y eran muchos más afuera, los
usaban para su placer y tiempo después supe que para más cosas
que prefiero ya omitir. Quité a la chica fingiendo un orgasmo que
nunca llegó. Acuné su rostro para memorizar sus rasgos.
—Te sacaré de aquí —le prometí casi sin voz. Ella negó aturdida
por mi actuación mientras me acomodaba un poco la ropa. Me
ubiqué frente a Maya aguantando las náuseas. Quité a los dos niños
y la tomé del brazo. Me observó con cinismo, acarició mi cabello y
buscó besarme.
—¿No te agradó, cariño, te gustan más pequeñas? —logró decir
arrastrando las palabras. Ahí la vi, y vi todo lo que en realidad hay
bajo este mundo, bajo esta cúpula de poder—. Al final del pasillo
puedes conseguir más, ve tú, yo lo estoy pasando bien —ronroneó
lamiendo mi mejilla y regresando a lo suyo. Salí tomando del brazo
a la chica, anduve por el pasillo, ese que me indicó. Pasé frente a
algunas habitaciones, olía a sangre, a orines, a medicina a pesar del
aire acondicionado. Olía a degeneración y aberración. La chica se
quejaba.
—Me matarán, lo matarán —siseó de forma casi inaudible.
—Esto no es vida —bramé. Llegué hasta ese sitio lleno de
mosaicos blancos, viejos. Personas elegían como si de una
boutique se tratara a niños, niñas de todas las edades, incluso
pequeños que no debían pasar los dos o tres años. Adolescentes, y
más adelante, jóvenes de todo tipo, desnudos, sujetos por cadenas
arriba de su cabeza, drogados. Había seguridad por doquier, noté
tembloroso, sudoroso. Uno de ellos se acercó.
—¿Tuvo problemas con esta mercancía, señor Lancaster? —
preguntó mirando a la chica—. O desea algo más. —Quise
golpearlo, pero era consciente del peligro que nos rodeaba, de que
si hacía una tontería hasta mi familia lo pagaría. Noté algunos
conocidos incluso de mis padres, personas “respetables”, con un
legado intachable, que reían eligiendo. Negué atónito.
—Solo, ya acabé —dije entumecido. Éste asintió, educado y la
tomó. La miré fijamente, la debía sacar de ahí, ella lo supo y cerró
los ojos al tiempo que se la llevaban. Otro escolta me acompañó a la
salida, cuando logré irme y llegar a la calle, subí al auto. Cuadras
más tarde hice que se detuvieran y en un parque devolví una y otra
vez, no lo pude parar. Llegué a casa, comencé a buscar información
como un poseso, obsesionado, horrorizado.
Debía encontrar una manera de sacarlos de ahí. Ideé un plan.
Conseguí con ayuda de mi abuelo, al que no le dije nada de lo que
en realidad pasaba, gente que podía, a cambio de algunos millones,
hacer lo que le dijera.
CAPÍTULO XLIV

Maya me buscó al día siguiente. Me estudió intrigada, me


evaluaba y yo solo quería mostrarle el asco que sentía por ella, pero
comprendí que si le enseñaba mi verdadera intención, mi odio, ese
que creció en horas, mi desprecio y la repugnancia que hasta la
fecha me produce, me habría delatado y puesto en riesgo. Era
ingenuo, sí, pero algo aprendí esa noche; en este mundo si me
muestro, doy armas y si doy armas, me destruyen.
Tuve que fingir durante varias semanas con ella, le tuve que
agradecer el regalo, tuve que… tocarla y fingir que aunque fue
bueno, no era de mi agrado regresar pronto. Ella mostró
comprensión. Supongo que imaginó que con el tiempo lo vería
normal, esa y cada una de sus perversiones.
El plan no salió tan mal en cuanto a ella, a diferencia del otro. Fue
una redada muy mentada en aquel entonces. Sin embargo, la chica
murió y los pocos niños que encontraron jamás pudieron salir de los
sanatorios mentales donde los recluyeron. Nunca se enteraron de
que estuve tras ello, pero eran cautos y cambian de lugares
constantemente. Bajo nuestras narices y las de todo el planeta, se
entretejen situaciones que no imaginamos y terminar con ello es
como intentar aniquilar cucarachas; nunca se lograrán exterminar
por mucho empeño que se ponga en ello. La culpa me carcomió a
un grado que me convertí en la sombra de lo que era. No dormía, no
comía, no salía, vomitaba cada tanto y sentía que una horda de
fantasmas me perseguía.
Una noche no quise tocarla, ya no podía, cada vez me era más
difícil siquiera intentarlo y tenía que concentrarme en otros rostros
para lograr responderle un poco.
—¡Estoy harta!
—Si es así, ¿qué haces aquí? —le dije con insolencia.
—Buscaré un amante, uno que me haga el amor como solías.
—Lamento no cumplir tus expectativas —reviré cínico, recostado
en mi cama, sin verla, perdido en la nada.
—No podemos seguir así, te has tornado aburrido, serio, nada te
importa —bramó caprichosa.
—¿Y qué propones? —pregunté ocultando mi enojo, ese que me
estaba comiendo, la frustración, el odio y repulsión.
—Que te des un tiempo.
—¿Estás terminando el compromiso, Maya? —inquirí posando
mis ojos sobre ella, tan perfecta como suele estar. Rugió y se quitó
el anillo.
—Eso es lo que quieres, ¿no?
—Nunca dije eso. —Elegí mis palabras, cuidadoso. Librensko, su
padre, no perdonaría un desaire como ese.
—Pues yo sí, ahora mismo eres insoportable —sentenció y me
aventó la sortija. Cuando cerró la puerta del apartamento solté el
aire. No perdí el tiempo. Empaqué lo necesario y viajé hasta aquí sin
darle oportunidad de arrepentirse.
Aisea me exigió saber lo que ocurría. Al inicio no supe si debía
contarle aquella bajeza, pero pasaba tanto tiempo en esta playa,
ausente, que me advirtió dos semanas después de mi llegada que o
le decía o me iba. Le conté todo.
—Las cosas pasan, y es inevitable que nos cambien, eso no lo
podemos controlar, Dáran, pero sí podemos controlar cómo
viviremos con ello, cómo lo haremos parte de nosotros.
—Debí hacer algo más.
—Hubieras muerto, y muerto, no sirves de nada.
—La niña murió, los niños no se recuperarán y la noticia ya pasó.
Dicen que fue una red de trata comandada por un grupo de choque,
nada nuevo.
—Ese es el mundo que te tocó, pero no debe ser el tuyo, amolda
tu espíritu para que esto no te debilite, sino que te fortalezca.
Encuentra lo que quieres de la vida, Dáran, habla con el viento, deja
que te guie, sigue tu corazón y protégelo. No podrás cambiar lo que
ocurrió, tampoco es tu culpa, puedes emplear todas tus armas para
luchar contra ello y nunca serán suficientes, pero en el camino
olvidarás tu realidad inmediata. Tienes poder en tus manos, úsalo
para el bien, sé el contrapeso de esa balanza, cuídate y cuida a los
demás, a los que te rodean.
Y eso hice, trabajé duro ese año. Me escondí del mundo, solo mi
familia conocía mi paradero y fue lo mejor. Poco después de que
terminara la casa, de que lograra encontrar algo de calma, de que
mis pesadillas ya no fueran tan tétricas y que mi energía estuviese
abocada en conectar con este mundo de otra forma, mi abuelo
apareció. Me encontró en esta playa, donde solía estar cuando mi
mente necesitaba aislarse. Le conté todo porque él algo supo
gracias a Aisea. Solo me miró serio, tomó mi cuello con firmeza y
me dijo:
—Este mundo, hijo, es lo que es, estás listo para enfrentarlo, para
tomar tu puesto y ser quien debes. La balanza existe, porque sin
maldad no hay bondad, esa es la lucha eterna, eso engrandece las
acciones correctas. Ya conoces ambas partes, las más oscuras de
tu mundo, no permitas que te absorban, que te dobleguen y te
consuman, porque entonces no podrás jamás saber de lo bueno que
sí eres capaz y sé, hijo, que eres capaz de mucho.
Me entrenó el padre de Mika en el arte de guerra que es tan
importante para nosotros. Tenía nociones claras, pasaba mucho
tiempo ahí cuando más joven, pero en esa ocasión fue real, serio.
Tenía que aprender a dominar mi cuerpo. También Aisea me entrenó
en el arte de cuidar mi mente, mi espíritu, mi entorno, conectar con
la tierra, con lo real. Cuando me fui era otro. Ingresé a un
entrenamiento privado a nivel militar, mientras terminé otra
especialización. Debía protegerme y aprender a proteger a quienes
me rodean, entendí después de esa situación. Encontré en el arte
de observar mucho más que en el arte de atacar. La cautela ha sido
mi compañera y la soledad mi gran amiga, hasta que Elle llegó y
barrió con todo vestigio de mí, de eso que fui.
~*~
—Siempre me dijo que lo haría, Aisea. Mi mundo la asustó, yo
más —acepto regresando al ahora, en esta playa, vestido con tan
solo camiseta y vaqueros, sin zapatos. Necesito sentir de nuevo la
tierra bajo mis pies.
—O lo que siente por ti, el no saber si tú estarías a su lado para
vivir ese mundo. Que sí, no es el tipo de mujer que le guste, eso lo
supe después de observarla, al contrario. Pero tu madre nunca lo
quiso tampoco, y mira —señala tan cuidadosa en su hablar como
siempre. Pierdo la vista en lo que logro ver, en las montañas que
nos rodean. Aspiro el aire salino teñido de esos aromas a
naturaleza, a tierra.
—Mi padre no la obligó —argumento vencido.
—¿Tuvo opciones? —me pregunta, la encaro. Se refiere a Elle.
—Sí, pero no todas las que debía.
—Entonces ve allá, búscala y esta vez, niño necio, no quiero que
regreses si no es con la satisfacción de haber hecho lo correcto —
determina y sé que no miente, es así. Alzo la cabeza, tan agotado.
—No quiero lastimarla más…
—Ahora mismo no imagino que esté de otra manera… Pero si
necesitas más tiempo, bien, solo te recuerdo que las almas limpias
no permanecen mucho tiempo solas y ella, además, tiene la tuya.
Asiento con un peso aplastante en el pecho. Uno que se abre
bajo mis pies y me traga. El solo hecho de pensarla con alguien más
me consume a niveles que ni yo comprendo, pero imaginarla
enamorada de otro, me aniquila como si de veneno mortal se
tratara. Niego fiero. No, no puedo seguir así, tampoco resignarme a
perderla.
—Los humanos somos un cúmulo de errores, de equivocaciones,
Dáran, que en el mejor de los casos, aprendemos a no volver a
repetirlos, en el peor, nos hacen presas de ellos el resto de nuestra
vida. ¿De qué lado estás tú, de qué lado la pondrás a ella? —
Guardo silencio—. Ni siquiera debe saber lo que estás pasando, y
eso, a su vez, la está lastimando cada día más.

En medio de esta noche congelante decido que por lo menos


debo buscar que me escuche, intentarlo. Si no logro llegar a ella de
nuevo, tendré que aprender a vivir con eso, pero no sin haber
luchado por lo que más amo en la vida: mi ángel de ojos color del
cielo.
~*~
El clima es agradable, a comparación de en la reserva que está
en pleno invierno. El auto se detiene, bajo decidido, es sábado por
la tarde y sé, por Tom, que suele pasar un rato en esa cafetería
cercana a su apartamento alrededor de esa hora. Deseo que no se
sienta invadida, tampoco se asuste y ese lugar público puede que la
haga sentir menos tensa. Espero…
Doblo la esquina, Ron y Tom vienen detrás. El lugar tiene vidrios
grandes con marco rojos. Afuera algunas mesas con sombrillas
donde hay gente conversando, bebiendo algo que compraron.
Estudio desde mi posición el interior, tenso, y la distingo. Mi
respiración se ralentiza. La encuentro frente a una de las ventanas
que tienen una barra larga alta, sentada serena, con un café en la
mano, sus gafas rosas que ahora comprendo sí se llevó y un libro.
Sonríe por algo haciendo a un lado un mechón rubio que se le
escapa. Ese gesto entibia cada tramo de mi cuerpo. Lleva el cabello
sujeto en una trenza suelta, noto, que cae a un lado, sobre su
pecho. Aprieto los puños sintiendo el aire cálido entrar por mi nariz
para hospedarse en mis pulmones.
Tantas veces vi esa foto, aquella que nos tomó en ese edificio, la
sonrisa que tenía, su rubor cuando la besé. Di tanto por sentado… Y
ahora está allí, tan cerca y tan lejos a la vez. Tengo miedo, por
primera vez tengo un miedo real, ese que te dice que tu vida
depende de ese instante.
Respiro profundo y me aproximo, cada paso la percibo con mayor
claridad, mi alma está con ella, mi corazón también. Entro, no
voltea, el sitio está lleno, pero hay lugar a su lado. Me otorgo la
satisfacción de observarla por más de un segundo. Lleva puesto un
vestido claro y un suéter ligero que deja expuesto uno de sus
hombros níveos, tan blancos como la leche. Tenso la quijada por la
necesidad de tocarla y es que eso despierta esta dulce mujer solo
por existir. Me obligo a no pensar y me siento a su lado, despacio.
Su aroma, ¡Dios!
Todo colapsa en mi interior cuando Elle, desconcertada, percibe
algo en el aire y voltea. Pude haber vivido mil vidas, pero ninguna
podría prepararme para lo que sus ojos azules provocan en mí. Tan
solo un poco de rímel, bálsamo y sé que pondría de rodillas al
planeta si fuese necesario, solo por ella. Una marea dulce ingresa
en mi piel, esa que durante un año he extrañado. Su labio tiembla,
ese rubor delicado emerge y colorea sus mejillas. Lucho con las
ganas de rozarlas. En cambio la observo.
—Hola… —dice con esa voz tan peculiar y que soñé escuchar de
nuevo. Está nerviosa, lo sé, la conozco tanto como para saberlo.
—Hola, Elle —respondo cauto.
—¿Me… me sigues? —pregunta recelosa, y duele, pero niego y
comprendo su postura.
—No, solo supe que podría llegar a encontrarte aquí —apunto
con sinceridad. Asiente y baja la vista hasta las hojas que hacía un
segundo la tenía tan entretenida. Cierra el libro, es una novela de
Austen, noto. Casi sonrío por lo que ese simple hecho me genera.
—Yo… ¿cómo estás? —pregunta tomando la taza como suele:
con las dos manos, acercándola a esos labios que añoro. Paso
saliva.
—Bien, ¿y tú? —Suspira alzando sus hombros. Le da un trago y
luego la deja, cuidadosa, con su característica suavidad, esa que
contrastaba con mis maneras toscas.
—También, creo. Ha pasado un tiempo…
—Un año —acoto. Respira y asiente, desviando la mirada. Me
siento tan torpe, admirándola sin poder acceder.
—Creo que… debo irme, yo… tengo que… Solo debo irme —se
justifica de forma atropellada. Toma su libro y sale, casi corriendo.
Niego y voy tras ella. No, no puedo dejar que se vaya, no esta vez.
—Sé que dijiste que me arrepentiría, tuviste razón en todo,
wahine —suelto a un metro de ella, en medio de esas mesas que se
encuentran en el exterior, a los laterales de la entrada. Mis escoltas
están ahí, la gente nos observa. Se detiene con el libro pegado a su
pecho. Tiembla, lo noto en sus angostos hombros, en su postura y
me duele pensar que puedo estarla lastimando de nuevo, pero
necesito que lo sepa. Voltea despacio. Es tan hermosa que no
puedo salvo contemplarla a pesar del temor que me come.
—No sigas —me ruega con voz rota. Parece un ángel. Ese
vestido cubre su cuerpo de forma holgada, lleva unas alpargatas
color hueso, a pesar de su color cremoso, le lucen hermosas.
Aprieto los puños dentro de los bolsillos del vaquero, decidido.
—Sé que desde el inicio hice todo mal, y hubiese sido tan
diferente de haber dejado del lado esta soberbia.
—Pero no lo hiciste —me recuerda dolida, su nariz se enrojece,
pero controla las ganas de llorar. Mi pecho se oprime.
—No, no lo hice, también sé que esas fiestas y reuniones no te
hacían feliz.
—Las aborrezco —admite con brío.
—Yo también.
—Es tu mundo, no el mío —rebate agitada, turbada.
—Eso no es mi mundo —aseguro cuando noto que gira, aunque
con lo dicho logro que se detenga, de perfil.
—¿Qué quieres de mí? —pregunta de forma estrangulada. La
observo con fijeza, dando un paso más para que no nos separe
tanta distancia. Alzo la barbilla y respiro. Sé que está a punto de
huir, pero debe saber esto antes de que se vaya.
—Te amo, Elleonor —confieso liberando con ello la mayor de mis
verdades. Se gira atónita.
—¿Qué? —pregunta con los ojos bien abiertos, anegados.
—Una cita, concédeme una cita, salgamos, es lo único que te
pido aunque sé que no tengo derecho a hacerlo. Pero, Elle, mi
mundo eres tú, solo permite que te lo demuestre —le suplico calmo,
seguro.
Me observa fijamente, un par de lágrimas escapan de sus ojos y
resbalan por sus mejillas, enrojecidas. Aprieta el libro con mayor
fuerza y suspira aturdida, sin dejar de verme.
Temo su respuesta más que a nada en el mundo, pero también
sé que haré lo que sea para probarle que lo que le digo es verdad:
la amo y quiero que traiga consigo mi alma de vuelta.
CAPÍTULO XLV

Me limpio el rostro y desvío la atención, con el labio temblando,


apretando el libro a mi pecho. ¿Por qué? Es la única pregunta que
ronda en mi mente, de forma obsesa. “¿Por qué?”
—Tengo que irme —digo al fin, notando la presencia de Ron, de
Tom y cubro mi boca, negando. Todo cae sobre mí; el miedo, mi
necesidad, los meses in saber nada de él, lo mucho que he
aprendido después de que él abriese cada uno de mis candados, lo
que omitió, la rabia y el dolor.
Me doy la media vuelta y me alejo, nerviosa, temblando de pies a
cabeza. No logro dar crédito al hecho de haberlo visto. Siento que
despertaré en cualquier instante. Y, Dios, es que nunca he estado
preparada para lo que él genera en mí, su sola presencia me
abruma y envuelve, pero esas palabras… Esas palabras.
Camino y su mano me detiene. Gimo aturdida, con el pecho
comprimido. Ese tacto, su calidez, su fuerza logran adentrarse hasta
la célula más recóndita. Giro con las mejillas húmedas. Está tan
cerca que una descarga viaja por toda mi piel. Soy consciente de su
cuerpo, de su mirada potente tal como la recuerdo, de su aroma.
Sollozo negando.
—Elle… La jodí, lo sé, pero te amo, no miento. Tan solo permite
que te lo demuestre —ruega con esa voz que me rodea como un
espiral infinito.
—Ha pasado mucho tiempo, ¿por qué hoy?, ¿por qué así? —
murmuro llorosa. Los comensales del café nos estudian, intrigados.
Me toma por los hombros, cuidadoso. Suspiro en medio de esta
locura. Su cabello sujeto por esa coleta, su desgarbo, su barba bien
recortada, pero sus ojos miel están turbios, casi ansiosos.
—Elle, hablemos… —suplica tenso, agobiado, sin soltarme. Mi
cuerpo me grita que me deje ir, que me deje caer sobre su pecho y
permita que sus brazos me rodeen como solía, que olvide lo
ocurrido y sienta de nuevo, tal como ahora lo hago con tan solo este
roce inocente.
Respirando agitada observo mi alrededor, estamos en mi calle,
este es mi lugar, me recuerdo. Me zafo con cuidado. Me mira
impotente, cerrando los ojos con fuerza un segundo, luego los posa
en mí nuevamente, lanzando esas olas de calor que tanto eché de
menos. Me limpio trémula el rostro, decidida, intentando de alguna
manera recuperarme de su presencia. Imposible, aunque debo
intentarlo.
Me doy la media vuelta y camino rumbo a mi apartamento. No me
sigue y eso habla mucho más de lo que piensa. Respiro hondo, me
detengo y lo miro de reojo.
—Hablemos —determino apretando aún más el libro y no me
detengo a ver si me sigue, tan solo avanzo.
Llego, nerviosa. Sé que viene tras de mí, abre la puerta pasando
su mano a un lado de mi cabeza cuando giro la llave. Su aroma
ingresa de nuevo despiadado y mi vientre lo reconoce. Me enoja y
avanzo sin esperarlo. Entra al elevador conmigo. Silencio. Es como
si todo aquello que ocurrió entre nosotros ahora fuese lo que nos
separara, aun así, mis manos cosquillean, mi piel lo exige y me
pecho desea saltar hasta él, perderse en él.
Aún no sé si estoy haciendo lo correcto, pero sé que si no permito
que hable, que me explique, jamás dejaré de pensar en él, en lo que
pudo ser, en esas últimas palabras que me doblegaron porque no
las puedo creer, pero también sé que no mentiría de esa manera, no
él, a pesar de todo. Soy tan consciente de su estructura mientras el
aparato sube, tan grande que el lugar se siente mínimo. Limpio de
nuevo mi mejilla y lo escucho respirar con fuerza. Las puertas se
abren, espera a que yo salga, lo hago. Paso la llave y deslizo mi
mano por la puerta para que entre, lo hace y cuando pasa frente a
mí, enorme, mi pecho se comprime y esa sensación alocada en mi
estómago juega conmigo de manera absurda.
Dejo las llaves y el libro sobre la mesa de la cocina, despacio.
Está a un par de metros, observándolo todo, como suele hacer, sin
perder detalle, y yo a él. Maravillada y asustada a la par. Es tan
irreal tenerlo ahí, donde nunca pensé verlo. Deja vagar sus ojos miel
para de pronto voltear cuidadoso y posar su atención sobre mí,
serio, pero calmo. Cuánto extrañe eso; su paz, ese algo que me
hace sentir parte de lo que me rodea; el aire, la tierra, los aromas…
—Es hermoso este lugar, Elle —admite con voz ronca,
estudiando mis facciones. Me quito las gafas, analiza mis
movimientos y asiento cruzando mis brazos para protegerme, o en
realidad para refrenar las ganas estúpidas que tengo de rodearlo y
dejar ir todo lo que pasó. No puedo, lo sé y lo observo fijamente.
—¿Es verdad lo que dijiste afuera de la cafetería? —pregunto
cauta, desconfiada.
—Todo. Y nunca te mentí.
—Omitir es casi lo mismo, ¿no te parece? —reviro recargando mi
cadera en la encimera de la cocina. Se pasa las manos por la
cabeza. Contemplo sus tatuajes, sus anillos, las pulseras, mi piel se
eriza por la ansiedad de tocarlos, una sola vez.
—No busco justificarme. Actué mal. Pero las cosas no ocurrieron
como piensas.
—Ha pasado un año, creo que puedo escucharte sin desear
golpearte —admito con tono pausado. Sonríe de esa forma felina
que me genera arritmias, justo como la de ahorita. Mis mejillas se
ruborizan, lo nota y se rasca la nuca, guardándose la sonrisa de
satisfacción que ese gesto le genera. Entorno los ojos y le señalo
una de las sillas que a su lado lucen ridículas, la verdad. Niega
tranquilo, a cambio se recarga en un muro que da al pasillo de mi
habitación. Respira de nuevo hondo, perdiendo la vista en el techo.
Y yo pierdo mi atención en cada músculo de su cuello, de su tórax.
Dios, este hombre está creado para ser mi tentación personal. Me
quejo.
—Elle —comienza cauto—. Cuando supe que eras tú, quien
estaba tras ese descubrimiento, comprendí que yo, personalmente,
debía ser parte de ello. Ese mundo que conoces, en el que yo vivo,
no hubiera dejado nada de ti. Me dio miedo. Nunca lo he permitido
en nadie, pero mucho menos en ti. Aquella tarde, en Harvard, algo
dejaste en mí… Eras una niña, yo era joven, pero… Despertaste
algo… como un sentido de protección, de dulzura. Jamás volví a
sentirlo… hasta que te vi en los eventos de la convención. —Se
frota el rostro, tenso—. Iba preparado para ponerte al tanto de todo,
pero…
—Te rechacé.
—Y sentí que a pesar de eso debía cuidarte. Conozco muy bien
el mundo que me rodea, no te iba a dejar expuesta.
—Entonces me raptas de mi vida y me haces dormir en tu cama
—completo molesta. Niega un tanto culpable.
—Entonces… noté lo evidente; entre nosotros hay una química
absurda, irremediable. Me tentaste como nunca nadie, no lo negaré,
pero no quería hacerte daño, al contrario, lo que quería era sacarte
de todo eso indemne.
—No me gustó la manera, si puedo opinar —mascullo sin
moverme con un dejo de sarcasmo, pero atenta a sus palabras.
Extrañamente me reconozco en mi manera de atacarlo, de
comportarme. Es como si a pesar de todo hubiese mantenido esa
parte intacta para él, porque nadie me provoca emergerla, eso es
así. Asiente arrepentido.
—No hice las cosas bien, evidentemente.
—¡Pensé que me habían secuestrado por más de cinco días!
¿Qué clase de persona permite eso?
—¡No eres de las que escucha cuando está enojada!
—¡Me habías secuestrado! ¡Claro que estaba molesta! —Grito—.
Y asustada —concluyo en susurros. Se cruza de brazos.
—Sí, en vista de la manera en la que me desdeñaste, de tu
inaccesibilidad, decidí no decirte todo justo cuando te vi despierta.
Quise vengarme de tu rechazo…
—¡Como una bestia! —le riño arrugando la frente ante su
desparpajo. Sonríe asintiendo, con culpa pero un dejo de cinismo
que no esconde. Ese es él.
—Luego noté tu vulnerabilidad, me asustó ponerte al tanto de que
medio planeta estaba tras de ti. Noté que eso te llenaría de angustia
—explica sin soltar mis ojos y sé que es verdad, aunque me enoja y
ataco, no puedo dejar de hacerlo.
—¡Ya estaba angustiada gracias a ti!
—No mientas, Elle, las primeras horas estoy de acuerdo, pero
luego, con los días te diste perfectamente cuenta de que no
buscaba hacerte daño, lastimarte… —revira sereno,
inspeccionándome.
—Tampoco me decías lo que en realidad pasaba —le echo en
cara.
—Solo lo que ibas necesitando saber.
—¿Y la maldita cama? —pregunto terca con ese detalle que para
mí es determinante. Se rasca la barba.
—Bueno, eso… Eso fue porque cuando se expuso a los
inversionistas y gobiernos de los países afectados sobre lo que
ocurría, preguntaron por garantías. Les dije que te conocía y que yo
me haría cargo personalmente. Entonces pidieron algo más que
eso, pidieron que asegurara que nadie pudiese tener acceso a ti. No
tienen decisión ni injerencia en mi vida, pero se trataba de ti. No
podía dejar nada al azar.
—Entonces debías hacerme tu amante —rujo indignada. Niega
fiero.
—Les dije que estarías conmigo. Ellos asumieron de qué forma,
eso los tranquilizó y dedujeron lo que dices. Nicole, mi jefa de
estrategia…
—La que me dejó en camisón —farfullo recordando eso. Sonríe
despacio, asintiendo. Idiota, casi sonrío yo también porque de
alguna manera el que lo haga me hace sentir más segura de todo lo
que dice. Ese es él, definitivamente.
—Sugirió que si eso era lo que se debía dar a cambio para que tu
seguridad fuese blindada, para evitar que hubiese especulación o
miedo respecto a ti, que aparentáramos eso, incluso dentro de
Kahulback. Como te diste cuenta, de alguna manera la información
se filtra. Si dormías fuera de mi cama y se sabía, empezarían las
ideas erróneas, esas que por ningún motivo permitiría rondaran,
además de todo, alrededor de ti. Elle, eso era muy peligroso.
—Lo sé. Pero en algún punto pudiste decirme.
—Me enredé en mi juego, de pronto hacerte sonreír, enojar, se
convirtió en mi prioridad. Sacarte de esa burbuja, verte ruborizar,
competir como una niña… Lo fui dejando pasar, y cuando…
descubrí lo que siento por ti, temí, y ya era presa de mis errores, y
de esa estúpida idea de protegerte que repentinamente cambió mi
vida —admite con tono fiero, aunque pausado, sin quitar sus ojos de
mí. Lo miro, nerviosa, rodea la mesa y se acerca, despacio. Mi
respiración se detiene, mi boca se seca, adhiero mi trasero a la
barra—. Hice todo mal, Elleonor, pero amarte como te amo, es de lo
único que no puedo arrepentirme, aun si no logro llegar a ti —
susurra a escasos centímetros consiguiendo con ello que alce el
rostro, pasando saliva.
De pronto le doy una bofetada, una que sale de mí sin pensarlo.
La soporta estoico, pero intrigado.
—Eso es por no decirme antes lo que ocurría, por hacer las
cosas mal, Dáran Lancaster —gruño respirando discorde. Asiente.
Le doy otra menos fuerte, aun así, llena de intención—. Esta es por
el horrible video que me enviaste —rujo. Otra con menos fuerza
aunque decidida—. Esta es porque tardaste un maldito año en venir
—prosigo con los ojos llorosos. Lo desconcierto, sin embargo,
acepta con docilidad. Y le doy una cuarta, vencida—. Y esta es
porque te amo tanto que no sé cómo olvidar todo lo que pasó. —
Rompo en llanto ahí, frente a su ancho pecho. Escucho cómo suelta
el aire y me acerca rodeando mi cintura como solo él sabe hacer.
Lloro, lloro ahí, envuelta en mi lugar seguro, envuelta en su fuerza,
de su aroma. Dios, no sé si estoy haciendo bien, pero ya no me
importa.
—Lo lamento, Elle, lo lamento mucho —dice contra mi cabello,
besándolo una y otra vez. Después de un tiempo el llanto arremete,
me separo despacio.
—Sé quién soy ahora, también sé qué espero de la vida… En ese
momento no lo sabía y no sé cómo lograste que lo fuera
descubriendo pero gracias a ese tiempo, ahora sé mucho más de mí
y me siento orgullosa, satisfecha, aunque cada maldito día desde
que me fui te he añorado —confieso mientras me observa, sin
soltarme del todo, con el gesto suavizado—. Y tú… tú dijiste que ya
lo sabías cuando te lo pregunté… ¿Mentiste? —deseo saber. Niega
decidido—. ¿Qué es?
—A ti, wahine —admite—. Toku ahora, toku anahera, taku
anahera me nga kanohi o te rangi.
—¿Qué quiere decir? —necesito saber, recordando haberlos
escuchado varias veces.
—Mi amor, mi ángel, mi ángel de ojos color del cielo, como te he
llamado desde que perdí mi alma para dártela, Elle. Y no quiero que
me la devuelvas, la puedes conservar porque es ahí donde quiero
que esté, junto a la mujer que amo —determina sin dudar.
Lloro de nuevo, pero ahora me alejo, negando, cubriendo mi
rostro. Rompe como siempre todos mis esquemas. Creí estar mejor,
imaginé que quizá con el paso de los años esto que siento
arremetería. Me mentí, eso es imposible, está clavado tan hondo
que no iba a suceder, ahora lo veo con mayor claridad.
De repente volteo, limpio mi rostro decidida, con los brazos a los
lados, y lo encaro. Me observa cauto, impotente.
—Tu mundo, Dáran, no sé si pueda —admito con sinceridad—.
Es…
—Lúgubre —completa a un metro de mí. Asiento.
—No es mi mundo, Elle, es el ambiente donde tengo mis
negocios, pero mi mundo eres tú, la reserva, mi familia, mis amigos.
No ellos.
—¿Quiero entender qué hay o hubo entre esa mujer y tú? Y
quiero saberlo todo… —determino. Su mirada se torna sombría,
aprieta los puños.
—Elle, hay cosas que…
—Necesito saber. No más omisiones, no más secretos. Si decido
creerte es porque te abriste por completo a mí.
—No me pidas perderte antes de poder tenerte. Eso ya fue…
—Habla —sentencio. Se frota el rostro, luego me mira
estudiándome durante un largo minuto.
—Bien, aunque debes saber que si después de eso decides no
volverme a ver lo entenderé, no te buscaré, tampoco te juzgaré —
asegura férreo y la manera en la que lo dice me hiela—. Pero si
crees que es la única forma de confiar en mí, entonces asumo las
consecuencias, a pesar de que no me favorezcan —concluye.
Me siento en uno de los sofás y le indico que lo haga en otro
frente a mí. Se acomoda, tenso, más tenso que nunca. Sujeta su
cabeza que apunta al piso por varios segundos. Luego me encara y
comienza, con las manos laxas sobre sus rodillas.
Lo escucho con cuidado, narra un poco de su niñez, de cómo lo
educaron. Me descubro pensándolo en cada una de las cosas que
me cuenta, y también, identificándome con él. Eso me ayuda más
de lo que imagina a entenderlo. Cuando llega a ella, a esa mujer, la
incomodidad me embarga, ácidos reverberan en mi garganta, más
al evocarlo así¸ divertido, enamorado. Es cuidadoso en la elección
de sus palabras, pero conforme avanza mis celos también.
Me habla de una charla con Lara, su hermana, del desacuerdo de
su familia con el compromiso. Me extraña siendo quien es. Pero
luego… en esa fiesta, toda mi perspectiva cambia. Lo que Dáran me
narra es repulsivo. Mi corazón late con fuerza, con miedo y rabia,
indignación. Su voz se quiebra cada tanto, no es tan detallista y no
lo necesito, puedo imaginar las cosas y mi estómago se revuelve.
Me descubro con la mano sobre la boca, azorada, y lágrimas
emanando. Sus ojos están enrojecidos. Noto cuánto le duele hablar
de aquello y entonces él queda al descubierto ante mí, así, sin
barreras, sin escudos, indefenso y vulnerable, y lo veo, lo veo del
todo.
Niega varias veces al narrarme la impotencia que sintió y el odio
que lo corroía día a día, la culpa. Intentó sacarlos, no lo logró y la
pequeña murió. Me acerco notando lo mucho que se está
rompiendo en él, y lo rodeo llorando con fuerza. El impacto de esa
confesión carcome mi cuerpo, se retuerce en mi estómago y asquea
como nunca nada. Pequeños expuestos, adolescentes vendidos…
Es repugnante, degradante.
—Lo lamento… —digo sollozando. Siento que sus lágrimas
humedecen mi suéter y lo aprieto con mayor fuerza. Y es verdad,
lamento profundamente el hecho en sí, duele el pecho. Lamento que
pasara por algo semejante, la angustia que debió experimentar y
lamento que esa sea una gran verdad que nos rodea y que pocos
saben. Me aleja por los hombros.
—Es un mundo que en su mayoría está podrido, Elle, y quizá
estar aquí, buscándote sea lo más egoísta que he hecho nunca,
pero en él hay personas también buenas… —asegura con los ojos
enrojecidos. Tomo su rostro entre mis manos, lo contemplo. Su
franqueza, el dejo de desesperación, lo que debió pasar, lo que
duele enterarme de lo que son capaces y comprender por qué me
protegió tan fieramente de ellos, de todos. Lo amo más, mucho más.
—Victoria —susurro. Asiente—. Tú —sigo, niega y acaricia mi
cabello.
—Yo no, al final contigo me porté de esa manera, usé mi poder —
admite frustrado, acongojado. Acerco mi frente a la suya y cierro los
ojos.
—Y me salvaste… y me mostraste mi interior… y tengo miedo,
Dáran —acepto abriendo los ojos, me mira—. Pero confío en ti, sé
que no te equivocarás de nuevo, no de esa manera. Sé quién eres.
—Mejor que nadie, te lo aseguro, y jamás te fallaría, Elleonor,
sería ir contra mí mismo.
—¿Eso sigue ocurriendo? —deseo saber alejándome un poco,
consternada, agobiada. Me mira contrito, pero acepta.
—He ayudado cuando se presenta la oportunidad. Hemos
liberado a algunos, nunca son suficientes de todas maneras y debo
ser en exceso cuidadoso. Pero esto está por encima del propio
poder. Es peligroso adentrarse en esos terrenos aun para mí, mi
familia está de por medio, mi gente. He elegido durante todos estos
años ser la contraparte y edificar donde destruyen. Confío en que
caerá, ya empiezan a tener gente pisándoles los talones y
entonces… tendrán lo que merecen —ruge con odio impreso en
cada facción, uno que no imaginé verle nunca.
Mi piel se eriza. Me cuesta imaginarlo en medio de todo aquello
porque aunque es fiero, comprendo que en aquella época no
proyectaba todo lo que hoy, que es resultado precisamente de ese
momento. Suspiro y rodeo su mano enrollando mis dedos en los
suyos, luego me giro y beso su mejilla permaneciendo ahí más de la
cuenta. Deja salir el aire.
—A veces un segundo cambia una vida, o varias —musito
arrulladora, asqueada y perturbada por lo que acabo de saber, pero
irremediablemente enamorada de él. Voltea, está a unos
centímetros de mí—. Cambiaste la mía, y sí, me acostumbré a ti, y
te amo… Dáran, te amo y ahora te entiendo por completo —termino
mientras sus ojos enrojecidos miel chispean y recorren mi rostro,
cauto.
—¿Aceptarás una cita conmigo, Elle Phillips? —pregunta casi
sobre mi boca y todo en mí se dispara.
Salí tres ocasiones con Rob, de hecho el jueves cenamos. Me
acompañó a casa, buscó mis labios, me sentí nerviosa, pero no por
lo que sentía, si no por lo que no surgía. Pegó su boca a la mía, fue
algo suave, cuidadoso, pero un segundo después lo separé
aturdida. No sentí nada, lo miré agobiada. Sonrió despacio.
—Me gustas mucho, Elle… —confesó sin rodeos, sujetó una de
mis manos y la apretó—. Pero debes decirme si hay alguna
posibilidad de avanzar porque creo que me será muy sencillo querer
pasar tiempo contigo y temo… que no es lo mismo para ti. —Un
hombre paseando a un husky pasó justo bajo las escaleras. Mi
pecho se apretó de tal forma que gemí aturdida, luego lo miré
abatida.
—Lo paso bien a tu lado, Rob…
—Pero ya alguien ocupa tus pensamientos, ¿no es cierto? —
Sentí tanto coraje, porque no debía ser así, porque no tenía sentido,
pero me encontré asintiendo. Acarició mi rostro, cuidadoso. Ese
gesto me llevó a este hombre que ahora mismo tengo tan cerca de
mi cuerpo y que despierta todo en mí, absolutamente todo, y
entonces llegó con mayor claridad aquello que comprendí una vez,
hace tiempo; no quiero jamás sentir menos de lo que sentí a su
lado.
Quedamos como amigos, lo entendió, aunque me hizo prometerle
que si cambiaba de opinión, se lo diría. Acepté porque no tenía idea
de que horas después él, a quien no me atreví a nombrar en voz
alta durante todo este tiempo, estaría aquí, diciéndome todo esto
que ni en sueños pensé que me diría.
~*~
—Los hombres de verdad enfrentan sus errores y los corrigen —
susurro sintiendo su aliento, deleitada por su tacto masculino, viril.
—Creí que eran los que invitaban a salir, los que conquistaban —
revira con suavidad, pasando su mano por mi pierna, mis brazos,
cuidadoso.
—Ya me conquistaste… —le hago ver, deseosa. Sonríe lánguido,
acuna mi barbilla, cierro los ojos, mis labios cosquillean. Dios,
cuánto lo necesito.
—¿A pesar de todo, serás mi compañera?
—No te devolveré tu alma, kararehe, así que no veo opciones —
determino ansiosa.
—Tú siempre las tendrás, wahine, siempre —y posa sus labios
sobre los míos, despacio, como una aleteo cuidadoso, pero firme.
Sonrío deleitada, dejando de lado todo lo que ha ocurrido con una
facilidad que me logra desbalancear. Sus roces son fugaces, pero
intensos, me pierdo en las sensaciones, en lo que genera, en su
mano ahuecando mi cuello. Succiona un labio, cuidadoso, luego el
otro. Jadeo de forma involuntaria, se separa y me mira febril.
—Lamento todo lo que ocurrió. Debí ser sincero, dejar mi ego de
lado, mi soberbia. Te prometo, Elleonor, que cuidaré de ti, que ese
mundo jamás te tocará, que nunca más te lastimaré —apunta
decidido. Sonrío y acaricio su barba, su ceja marcada.
—No quiero que cambies, solo que seas sincero… y mío.
—Tuyo ya lo soy, mujer. Y lo otro me alivia, porque me es difícil
no ser una patada en el trasero cuando te tengo alrededor —acepta
robándome un beso para luego sonreír, juguetón. Entorno los ojos
levantándome, no tardo ni un segundo de pie, cuando me toma por
la cintura y me sienta sobre sus piernas. El rubor típico me invade,
acaricia mi muslo sobre la tela. Respiro más rápido, pero me
contengo—. Creí que me llevaría algo más que esas bofetadas —
admite con intensidad, cerca de mí—. Creí que no tendría ni la
menor oportunidad.
—Pensé que habías vuelto a tu vida, que solo te habías divertido
conmigo… —confieso perdida en sus ojos—. Descubrí en esa fiesta,
la de esa mujer, cuando te besó… que estaba enamorada de ti. Me
asusté tanto… sobre todo por eso… porque pensé que no sentías lo
mismo —le hago ver despacio, evocando esos momentos. Abre los
ojos comprendiendo mi actuar—. Por eso quería irme, no estaba
bien. No era correcto. Yo enamorada de quien había hecho todo
mal, de quien solo me veía como un pequeño triunfo.
—No tienes nada pequeño, Elle. Dios, fui un imbécil —gruñe
pasándose una mano por la frente—. Me porté como un idiota tantas
veces.
—Sí, muchas —confirmo. Arruga la comisura de sus ojos—.
Estaba convencida de que era tóxico eso que teníamos… Debía
irme. Cuando hablé con mi hermana y le conté todo, me ayudó a ver
las cosas menos confusas, desde otra perspectiva. —Acaricio su
pómulo. No pierde detalle de mí—. Protegiste también a George —
le hago ver que lo sé. Asiente como si fuese lo obvio. Rozo su nariz,
sonríe.
—Elle, tu seguridad era lo más importante, incluso por encima de
lo que siento por ti y tenías razón, si no te marchabas, lo hubiera
terminado de arruinar, de ensuciar. Siempre has ido un paso
adelante de mí en todo esto.
—Dáran… —lo nombro disfrutando su nombre rodar por mi boca.
Sus pupilas se dilatan. Niega y pasa un dedo por mi labio inferior, lo
acaricia atento.
—Estos meses fueron eternos, mujer, llenos de odio hacia mí,
hasta que entendí que debía intentarlo.
—Si hubieses venido antes te saco de aquí a gritos. El tiempo
obró a tu favor, esa es la verdad…
—Y al tuyo, estás tan hermosa, wahine —dice besando mi mano,
luego mi hombro.
—Acepto salir contigo… —respondo al fin. Abre los ojos
sonriendo ampliamente—. No sé qué tienes pensado, pero yo quiero
ir a volar cometas —suelto como una niña. Empezaremos de nuevo,
porque él me conecta a la vida, porque me gusta lo que logra a mi
lado, porque quiero vivir esto sin nada en medio, porque… lo amo.
—Lo que quieras, como sea.
—¿Lo que quiera?
—Sí…
—No vuelvas a alejarte, Dáran, jamás, y me importa muy poco
que esas palabras no sean nunca promesas, en nuestro caso quiero
que lo sean —determino decidida, me toma por la nuca y me besa
posesivo. Le respondo ansiosa cuando su lengua encuentra la mía.
—Tan será así, que no descansaré hasta que esta bella mano
tenga la alianza que represente esas palabras, te lo juro, taku ahora
—promete férreo. Mi pecho se hincha, mi sangre corre frenética y lo
beso yo ahora olvidando todo, absolutamente todo.
EPÍLOGO

Tiempo después…

Entro sigiloso, debo despertarla, pero me resisto un poco. Las


luces del crepúsculo regalan a la habitación una refulgencia casi
mágica, más si la miro tan serena como suele, tan mía como desde
hace ya poco más de cuatro años. Wellington es cálido en esta
temporada, quizá no el mejor clima para ella con ese abultado
vientre de siete meses. Es nuestro segundo hijo, la primera nació
dos años después de habernos reencontrado. Elle quiere tres o
cuatro, y yo, solo sé que estoy de acuerdo, una familia grande es
una fuerte responsabilidad, pero algo que deseo disfrutar a su lado.
Me acerco cuidadoso, duerme en ese sillón que ha sido testigo
de intensos momentos entre nosotros, tantos que solo logro sonreír
como en el buen idiota que me convierto cuando se trata de ella, de
mi mujer, de mi Elle.
Su cabello rubio cae por debajo de sus senos, ahora un poco
más florecientes debido al embarazo. Kaula nació una noche de
primavera aquí, en mi país. En cuanto nos enteramos de su llegada
mi mujer deseó que nuestra pequeña naciera de este lado del
planeta. Mis padres por supuesto murieron de felicidad, la aman y
es que no veo cómo pueda ser de otra forma. Lara y ella conversan
a menudo y aunque mi hermana no tiene hijos, comparten mucho de
su pensar sobre el mundo, ese que he cuidado mantener lejano en
la medida de lo posible. Sin embargo, mi dulce, ahora que lo
conoce, se enfrenta a él cuando es necesario con brava valentía.
Ella es así; una personalidad tierna la envuelve para arropar esa
fuerza interna que puede con lo que sea.
Aquella tarde a finales de agosto en la que me atreví a buscarla a
pesar de estar convencido de que me mandaría a la mierda, cambió
mi vida nuevamente.
Sonrío acuclillado evocando lo ocurrido, con ella respirando
plácida, serena, agotada también. Aisak ha sido igual que nuestra
pequeña Kaula; embarazos que la agotan por el tamaño de ambos,
pero que disfruta, aunque éste bribón es mucho más inquieto. Lo
noto por su sonrisa constante. Es una madre formidable, paciente y
cuidadosa, pero también divertida y permite a Kaula fluir con el
viento, con la vida. Nuestra hija con dos años ya, es una niña
curiosa, cuestión heredada de ambos, inteligente y vivaz, que goza
de ir aprendiendo, de su vida, esa que le damos, que cuidamos
tanto. Hoy es su cumpleaños.
En ese apartamento que aún conserva para cuando vamos a
Toronto, solos, pasamos la tarde hablando. Me contó que aceptó
ayudar a Victoria, con quien supe continuaba en comunicación. Son
grandes amigas ahora. Con la condición de que solo fuesen algunas
fotos y nada de medios donde tuviese que estar asistiendo, estuvo
de acuerdo en llevar a cabo lo que le pidió y bueno, la inspiró, la
deseaba, no le quedó otro remedio. Me relató sobre los cursos de
cocina, las propuestas de trabajo y la boda de Aide, que debo
agregar, es una aliada maravillosa cuando se trata de esta mujer de
carácter indomable. Ella ya tiene dos pequeños, así que se ven
continuamente, llevan una relación cargada de complicidad. George
es un gran tipo, inteligente y pausado, lo opuesto a mí, pero
congeniamos bastante a decir verdad.
También supe sobre su especialidad, la que estaba cursando en
ese momento. Me lo contó entusiasmada, alegre.
Lo peor había pasado, comprendí cuando no ahondó más en ese
tema escabroso del que muy rara vez hablamos, pero que sé, tiene
bien presente en su cabeza y por el que jamás bajará la guardia y lo
prefiero, a decir verdad.
Entre besos y caricias, plática sobre nuestras vidas durante ese
tiempo, anocheció. Roces lánguidos, adormecidos por el deseo,
sentada sobre mis piernas, jugando con nuestras manos, sonriendo
y disfrutando de ese momento único que recordaré eternamente.
No merecía su perdón, lo sé, pero por alguna razón ella siempre
ha pensado diferente y doy gracias a Dios por ello. De pronto se
levantó mirándome suspicaz. La observé deleitado, ese vestido me
tenía al borde, ella lo sabía, aun así, estaba decidido a ir despacio.
Con Elle las cosas son así, debe estar lista del todo. Me tendió su
mano, la tomé poniéndome de pie.
—Debes llevarme a dormir a tu casa para que esto se formalice
—señaló con las mejillas ruborizadas, pero pícara. La rodeé por la
cintura, acercándola a mí. Algo quería decir con aquello, lo supe por
la manera en la que sus ojos azules me estaban inspeccionando. De
pronto sonreí asombrado, aturdido. La costumbre maorí—. Aquella
vez en la casita, me molestó lo que implicaba porque notaba tantos
cambios en mí, en lo que sentía por ti, pero fueron unas semanas
que aun ahora no logro sacar de mi cabeza, que me determinaron y
determinaron lo que siento por ti.
—Si pasas una noche en mi casa, wahine, sin ningún pretexto en
medio salvo tu decisión, estaremos unidos ante mis creencias —le
hice ver arqueando una ceja, la de siempre. Alzó sus brazos y los
posó en mis hombros, como suele. La percibía osada y por Dios que
eso me aniquila porque es tan dulce, aún ahora inocente en tantas
cosas, pero atrevida cuando se trata de mí, de dejarse llevar.
—Ya estoy unida a ti, Dáran —señaló con simpleza.
—Lo estás, mujer, claro que lo estás —aseguré con fiereza y la
besé con deseo voraz, ese que estuve conteniendo toda la tarde.
Miró su alrededor, con las mejillas encendidas, varios mechones
de su cabello rubio ya habían escapado de su trenza y ese vestido
seguía regalándome una visión de ensueño.
—Iré por algo de ropa —anunció pensativa, luego me miró
esperando mi respuesta.
—Es tu equipaje, y te aseguro que nunca más lo hará nadie sin tu
consentimiento —enfaticé comprendiendo que eso buscaba. Ella no
quería pensar que donde estuviera quedándome existieran cosas
suyas, que hubiese antelado algo. Lo cierto es que ese apartamento
no tenía salvo objetos personales míos. Lo usaba poco, y jamás
pensé que podría Elle pisarlo, no viviendo ella en Toronto. Sonrío
triunfante y pretendió alejarse. La detuve por la mano, se volvió y
acaricié su rostro—. Y nada, Elle, nada que no desees. Serán tus
normas, a tu manera —le hice ver. Me besó satisfecha, para luego
perderse por el pasillo.
La esperé dando instrucciones a Ron, perdiéndome en los
detalles que ahora notaba con mayor claridad. Adoré ese lugar,
encerraba toda su esencia, aún lo conserva, aunque ahora la ha ido
trasladando a Kahulback, a Wellington, que son los dos lugares
donde más disfruta estar, y Massachusetts, donde pasa a veces un
par de semanas con Aide cada vez que puede o podemos, porque
me gusta acompañarla.
Salió con un pequeño bolso minutos después, tímida. Me acerqué
de inmediato y froté sus brazos, esos que mantenía al frente con su
pequeño equipaje entre ambos. Me miró profundamente, con esa
dulzura que me desarma. Besé su frente y luego coloqué mi frente
sobre la suya.
—No hay marcha atrás, Elle Phillips, esta vez es solo tu decisión,
pero no te dejaré ir nunca, no sin antes haber luchado con todo lo
que soy por mantenerte feliz a mi lado, wahine —le prometí
apresando su iris. Asintió segura, despacio.
—Eso es lo que quiero, Dáran Lancaster. Solo eso —respondió
con suavidad y sus ojos se anegaron. Busqué sus labios y la besé
en aquel pasillo. Cuando cerró la puerta tras ella, suspiró, nerviosa.
Me fascina detectar esas señales que vienen luego de un impulso
del que no se arrepiente pero que la asombra. Acuné su barbilla.
—Te diré lo que quiero, tú lo que quieres, estaremos bien, toku
aroha. Te lo prometo —musité sereno.
—Lo sé.

Llegamos al apartamento, apenas si lo observó. Estábamos solos


de nuevo. Durante el trayecto se mantuvo entre mis brazos,
sonriendo y sé lo mucho que a mis escoltas les complació verla. Se
había ganado su cariño y respeto de una forma tan orgánica, tan
real, que Rory durante ese año sin ella, me recordaba su enojo sin
darme un mísero pedazo de tarta de higos. Esa fue su venganza,
escuché que le dijo una vez a Tom en la cocina cuando él le contaba
los detalles que Elle tenía para con ellos. Esos hombres harían lo
que mi mujer les dijera sin pensarlo. Todos en casa bailan a su son,
a cambio, ella da paz y alegría cada día.
—¿Quieres cenar? ¿Tomar algo? —le pregunté con sus cosas en
mi mano. Asintió tímida, me siguió entrelazando sus dedos
delicados con los míos. En la moderna cocina le ofrecí lo que había.
“Solo agua.” Pidió silenciosa, bebimos uno frente al otro,
intercambiando miradas, sonriendo. Luego le quité el vaso
acechándola, como suelo, me observó humedeciendo sus labios—.
Si no te encuentras lista, sabes que puedo esperar, por ti espero la
vida entera, mujer —gruñí casi sobre su boca.
Negó expectante y no tuve más que decir. La tomé por la cintura
y la senté sobre la barra para que quedara a mi altura. Respingó
sonriendo, tensa. Le sonreí y comencé a besar sus mejillas cálidas,
a acariciar su angosta espalda, repasando sus vértebras. Apoyó sus
manos sobre mis hombros. Continué mi expedición, añoré tanto su
mente como su cuerpo y ansiaba poseerlos, que me poseyera.
Llegué a su oreja, soltó el aire de forma atropellada. Apresé su
cintura, apretándola un poco para percibirla bajo mis palmas. Mi
boca descendió por la curvatura de su cuello, perdiéndome en ese
aroma que solo ella desprende, con el que soñé cada maldita
noche. Deslicé mis manos por la suavidad de sus piernas, encontré
el pliegue del vestido y lo fui subiendo.
Elle era caramelo líquido bajo mis caricias. Jadeó cuando con la
lengua probé sus hombros y llegué hasta aquel tirante, mientras mis
manos seguían subiendo la tela. Pronto sus níveos muslos
estuvieron desnudos. Aferró mi nuca, lánguida y se dejó llevar. Bajé
el tirante con los labios mientras pasaba una mano por su trasero
para elevarla y la tela no se enredara. Elle comenzó a temblar, a
respirar más rápido. Apresé sus labios hinchados, ansiosos,
respondió vehemente, casi voraz. La tomé en brazos y caminé con
ella a cuestas sin dejar de besarla.
Abrí con el pie la puerta de la habitación que estaba emparejada,
cerré de igual forma y luego la deposité de pie sobre la cama.
Sonrío sin importarle nada salvo mis ojos. Leí confianza ciega y no
tuvo que hacer más. La besé de nuevo tocando su cintura, su
trasero, acercándola a mí. Con lentitud bajé los tirantes de su
vestido, ese maldito vestido que me tuvo en vilo desde que la vi.
Quedó expuesta ante mí, con un sujetador sin tirantes, con esa
braga blanca. Mi excitación la reclamó con fiereza.
Tímida pero confiada, acercó sus manos a los pliegues de mi
camiseta. Permití que me la quitara, luego pasó una de sus yemas
por mi pecho, mis hombros, deleitada. Aproveché su escrutinio que
me sabía miel en hambruna, y abrí su sujetador. Cuando la tuve
expuesta, buscó mis ojos con ardor, mordió su labio y la besé
nuevamente. Sus senos quedaron adheridos a mi pecho. De un
movimiento la recosté sobre la mullida cama. Gimió cuando cubrí su
seno con suavidad y se arqueó cuando jugueteé con su erizado
pezón.
—Dáran —me urgió. Apresé el otro con mi boca y me perdí en su
cuerpo, en sus jadeos, en su anatomía temblorosa. Pidiendo más y
yo… yo siempre le daré todo. Mientras la torturaba perdí la mano en
el elástico de su delicada ropa interior. Sus piernas se tensaron,
juntando sus rodillas, pero las abrí con delicadeza y pude al fin
tocarla. Su reacción me embriagó. Gritó cuando mi dedo tocó el
punto correcto. Clavó sus uñas en mi espalda.
—Estás tan húmeda, Elle —rumié introduciendo uno de mis
dedos. Lo aprisionó en su interior soltando aire, aturdida.
—Yo… Ah, Dáran. —Busqué sus labios y adentré mi lengua en
su boca al ritmo de mi dedo en su femineidad. Se contorsionaba,
lloriqueaba y se balanceaba deseando más. Llegó al orgasmo
dejándola confundida. Me quité los vaqueros bajo su mirada laxa,
hambrienta, luego bajé sus bragas y la acerqué a la orilla de la
cama. Negó cuando acomodé sus piernas sobre mis hombros—.
No, no puedo, no puedo —logró decir con voz cortada y la probé
ahora con mi boca.
La necesitaba a un grado casi de supervivencia. Buscó alejarme,
estaba temblando aún, tan sensible. Aferré sus dedos con los míos,
los apretó removiéndose, y enseguida comenzó a jadear. Cuando la
sentí al filo, lloriqueando, trémula, me protegí y entré en ella muy
despacio. Enredó sus piernas torno a mi cadera buscando
acercarme más. Limpie sus lágrimas con mi boca. Aferró mi nuca,
agobiada por ese cúmulo de sensaciones que aún ahora le arranco
y la trastornan por la fuerza con que su cuerpo reacciona ante mí y
que yo gozo torturando.
Me acercó, descansé los codos sobre el colchón, la besé con la
misma ansiedad que ella sentía y fue y vine con movimientos
medidos, cargados de placer luminoso que destelló entre los dos,
logrando que todo se convirtiera en elemental y animal. La hice mía
entre gritos, rugidos y exigencias, entre promesas y necesidad,
entre anhelos y total realidad. No supe, por un momento, dónde
terminaba ella, dónde comenzaba yo, y nada fue mejor que
perderme en el cuerpo que posee mi alma, esa que mi amor
resguarda.
Agotados, tiempo después, transpirábamos pese al aire
acondicionado. Su cuerpo laxo y agotado sobre el mío.
—Dáran —dijo buscando mis ojos, acaricié su rostro níveo. Supe
que venía algo importante, esperé, con ella esa siempre ha sido la
mejor táctica—. No quiero que vayas y vengas —expresó decidida.
Sonreí, no habló más, quería que yo hablara, y lo hice, vaya que sí.
—¿Quieres que te diga lo que yo quiero? —Asintió. Me enderecé
logrando con eso que también lo hiciera, quedó expuesta ante mí,
yo ante ella y nos miramos—. Quiero que seas mi mujer bajo todas
las reglas existentes. Que vivas a mi lado donde desees hacerlo y
que me permitas ser parte de tu vida, de cada cosa. Elle, quiero que
seas mi esposa, quiero que seas mi compañera, que duermas en mi
cama por la eternidad y que seas libre a pesar de ello. Eso quiero.
—Sus ojos se anegaron, su labio inferior tembló y asintió para luego
abrazarme. La rodeé dejando salir el aire, cobijando ese cuerpo que
es mi guarida, mi hogar.
—Sí quiero, claro que quiero.

Los siguientes días nos olvidamos de todo, absolutamente todo.


No fue a trabajar, yo mandé al diablo lo que suelo y nos perdimos
entre sábanas, la comida que preparábamos juntos, bailamos,
jugamos y nos amamos intentando recuperar el tiempo. La
especialidad era presencial, en Toronto, recién la había comenzado,
por lo que decidió postergarla. Le propuse trabajar en los
laboratorios de Kahulback dirigiendo algunos de los nuevos
proyectos. Dijo que sí enseguida, al final era lo mismo que hacía en
aquel momento, pero con mayor impacto, más investigación y
mucho más importancia porque son cuestiones claves en
biotecnología. Eso fue sencillo, solo se solicitó su traslado y listo.
También hablé con Kelly y ordené que se comprara el apartamento
donde vivía en aquel entonces a nombre de mi esposa. Se lo regalé
tiempo después.
Me sentía vibrar con ella de la mano. Todo lo que pensé que
jamás podría experimentar, obtener de la vida, lo tengo cada día
sonriendo, además de los pequeños motores que me ha dado.
~*~
Se remueve intranquila, tiene una mano al lado de su rostro.
Sonrío. Parece que Aisak se mueve. Lo noto bajo la tela de ese
vestido de rayas azul marino, celeste y turquesa. Dios, creo que él
tendrá mi carácter. No la deja ya dormir por las noches y es que
patea como si estuviera jugando soccer dentro del vientre de su
madre. Más de una vez he terminado con su espalda apoyada en mi
pecho, con mis manos rodeando ese vientre perfecto, sosteniéndolo
y soportando los golpes de este pequeño, solo así logra descansar
un poco y se rinde sobre mí, agotada.
~*~
Después de arreglar eso, viajamos a Kahulback. Elle se derretía
de la manera más literal por ver a Kaisser y Kamille, y qué decir de
ellos, siempre la esperaron durante ese año cuando me veían salir
de la casa, eso no ayudaba. Todos ahí se habían confabulado para
hacerme la vida más miserable de lo que ya era. Lloró al tenerlos
entre sus brazos, pronto Rory salió y la estrujó feliz. Nada se sintió
mejor que ella de nuevo ahí.
—Después de todo los susurros te hicieron volver —le dijo con
esa manera tan suya de expresarse. Elle asintió fascinada por estar
ahí. Estuvimos tan solo dos días. Ya llevaba consigo lo que quiso de
su apartamento y en cuanto entró a ese lugar que compartimos
tanto tiempo, se detuvo observando su alrededor, tensa. Por un
instante temí que se retractara, luego entró y buscó algo con la
mirada, subió sin esperarme conociendo el camino. Cuando la
encontré estaba en la cama con la casita que le hice, esa que dejé
todo ese tiempo sobre mi mesa de noche.
—Todos los días pensé en ella —admitió inspeccionándola. Me
senté a su lado y besé su rubio cabello.
—En los detalles más sencillos siempre ha estado la clave para
acercarme a ti —murmuré reflexivo. Sonrió llorosa.
—Te mimetizas con lo real del mundo, Dáran, mientras lo
recuerdes, no tendrás que pensar en cómo acercarte a mí, estaré a
tu lado.
Después viajamos a Massachusetts. Aide me inspeccionó por un
largo minuto, el mismo en el que George, su marido, me tendió la
mano, tenso por la reacción de mi cuñada. Le sostuve el escrutinio,
con la palma de Elle envuelta en la mía, nerviosa. Luego me sonrió
y asintió satisfecha.
—Después de todo sí merecías su corazón —soltó reflexiva. Mi
mujer sonrió ampliamente. Se abrazaron y luego me tendió la mano,
solemne—. Bienvenido a la pequeña familia.
—Es un honor, Aide —admití y supe que me la había ganado
definitivamente.
Pasamos un par de días ahí, para después partir a eso que ella
tanto añoraba: mi país. El de ahora nuestros hijos. Volamos a Nueva
Zelanda. Conoció a mis padres en medio de una cena cálida, como
las que ellos saben dar, con Lara y mi cuñado de visita. Enseguida
se cayeron bien. Nos quedamos unos días ahí, tenía que preparar
todo para ausentarme el tiempo que planeamos. Fueron tardes
llenas de anécdotas sobre mi niñez, largas conversaciones con mi
padre, con mi familia, que ahora es nuestra. Elle quedó prendada, lo
supe desde el primer momento, tanto como ellos orgullosos de mi
elección.
Viajamos a la reserva. Todos la recibieron alegres, Aisea posó su
frente sobre la suya y frotó su nariz con la de ella dos veces y le dijo:
“Bienvenida.” Con solemne formalidad.
Reconstruimos lo que deshice de la casa, y que ella notó al
entrar. No busqué ocultarle nada, ya no lo hago. Sonrío rodando los
ojos y entre ambos reformamos ese sitio durante esas semanas de
ensueño, agregando detalles que ella deseó.
En medio de esa cabaña, un día lluvioso, muy frío, escondido
entre las verduras que recién había recolectado, encontró el anillo
que aún porta en su mano. Uno hecho de jade, con símbolos de
eternidad en maorí. Cuando giró aturdida, inspeccionándolo, me
encontró a su lado, arrodillado ante la única persona que lo haría
jamás.
—Este kararehe, no quiere nada más en la vida salvo que su
wahine sea su compañera más allá del siempre —pedí, le quité el
anillo y se lo coloqué en su dedo cuando asintió llorosa. Luego me
levanté y la cargué para que quedara a mi altura—. Te amo, mujer,
por Dios que te amo.
Nos casamos en esta casa, un par de meses después. Solo
allegados asistieron y me importó nada todo lo demás. Fue uno de
los mejores días de mi vida, además del que ocupa en mi memoria
cuando supimos que Kaula estaba por llegar. O cuando nació,
también cuándo comprendimos que los incipientes mareos, tiempo
después, eran debido a Aisak.
Elle modeló la ropa de Victoria, la verdad es que esa colección se
vendió entre las grandes élites y pronto se convirtió en parte de la
línea, pero como mi mujer no se movió de sus condiciones iniciales,
no hubo mucho qué hacer.
Con Maya me topo para cuestiones de negocios, y se han
encontrado en algunas recepciones, aunque son pocas a las que
asistimos, en realidad. Elle se comportó tan regia como es, y ella,
con sus elegantes modales, por supuesto que la trata con
elocuencia y educación, aunque siempre noto esa vena maliciosa
que desperté aquel día cuando la dejé hace ya quince años.
Modificamos la casa de la isla cuando supimos que ella esperaba
a Kaula. No fue recomendable que continuara en el área de
investigación, era riesgoso, así que le propuse adecuar el lugar para
la llegada de nuestra hija, después de todo no era seguro para ella.
Lo tomó como un pasatiempo que la alejó de la decepción que
implicó dejar el laboratorio. Conseguí que la universidad de Toronto
impartiera una especialidad en Halifax, por lo que fue y vino hasta
que viajamos a Nueva Zelanda, para que naciera la bebé.
Nyree, mi madre, y Aisea, estuvieron con ella mientras yo
continuaba atendiendo el trabajo. Cuando estuvo cerca la fecha,
dejé todo y me dediqué a hacerle los días más llevaderos. Su
barriga era grande, ella tan delicada a comparación. Aprendí a
relajarla. Tomamos cursos privados y su parto, que aunque me
impactó como nada jamás, fue maravilloso. Mi corazón creció al ver
a mi pequeña Kaula entre nuestros brazos. Dos meses después
viajamos de regreso.
Se avocó a la niña, es la fascinación de todos los que trabajan
aquí y Elle floreció aún más, si eso fuera posible, pero siguió
estudiando, y no ha dejado de ser un referente en su área.
~*~
La escucho quejarse, aparto uno de sus mechones rubios.
Frunce el ceño, sus párpados aletean. Toda mi familia está aquí,
incluso Aide y sus hijos, que juegan en el jardín con Kaula, Kaisser y
Kamille. La vimos tan cansada unas horas atrás que mi madre la
acompañó a la habitación. Me tiene un tanto agobiado, como
siempre, no puedo evitar ser protector cuando se trata de ellas,
ahora de él. Al fin se despierta. Durmió un poco más de una hora.
Se remueve con esfuerzos y me enfoca. Sonríe perezosa.
—Hola… —dice con voz somnolienta. Coloco una mano sobre su
vientre. Aisak patea, se queja arrugando el gesto. Niego mostrando
los dientes, se recuesta de nuevo, sonriendo—. Te juro que tú lo
cuidarás cuando nazca —amenaza con dulzura. Luego aprieta mi
mano, tierna.
—Ya sabes que haré lo que digas… —le recuerdo
contemplándola. De pronto se yergue de forma abrupta, la detengo
antes de que se levante del todo.
—¡El pastel! ¡Dios, soy la peor madre! —articula. La acerco
negando mientras le sonrío.
—Apenas lo vamos a partir, ella ha estado feliz con sus primos.
Debías dormir un rato.
—Es su cumpleaños —revira agobiada.
—Sí, y tiene dos años, tú estás embarazada y todo importa, ¿de
acuerdo? —determino apelando a su razón y es que entre tantas
cosas a veces se olvida incluso de ella. Asiente más tranquila. Le
sonrío relajado.
—A veces solo quisiera dormir y dormir —admite acariciando mi
barba. Beso su mano.
—Hazlo, para eso estoy aquí, además de mamá, Aide, y las
personas que nos ayudan.
—No sé cómo planeamos tener otro si este pequeño no ha ni
nacido y reclama su lugar —murmura. Chasqueo la boca, la levanto
para sentarme y acomodarla entre mis piernas. Rodea mi cuello y
recarga la frente en mi barbilla, con la otra mano acaricia su vientre
—. Quiero dos más —suelta ligera, olvidando lo anterior. Sonrío y
alzo su rostro—. Me gusta esto de ser mamá, y quejarme sin culpa
—admite sin remordimiento alguno, pero con su dulzura que me
desarma.
—En mí tienes a un esclavo eterno, mujer. Así que quéjate lo que
desees, embarazada o no.
—Los berrinches no iban contigo, ¿eh? —me recuerda pícara. La
beso voraz, devuelve mi gesto con la misma necesidad.
—Y tú no serías mi compañera y mira… —reviro arqueando una
ceja con cinismo, acariciando su vientre. Aisak justo en ese
momento patea con fuerza. Elle pierde el aire, se dobla un poco. Me
agobio. Dios, este hijo mío acabará con ella antes de nacer. Ríe
bajito.
—Ya, a este pequeño lo cuidas tú, no hay más —determina
recobrando el aire. Sonrío buscando sus ojos.
—Lo que tú quieras, taku aroha, solo cuídate, ¿sí? —le ruego.
Acaricia mi frente, mi cabello sujeto en un moño suelto. En serio me
preocupa, aunque esté tan bien monitoreada.
—Dije cuatro, kararehe, y yo cumplo lo que digo —me recuerda
con frescura. La beso de nuevo.
—No juego, Elle, quiero que lo que queda de tiempo estés
descansando —sentencio sin posibilidad a réplica.
—Lo sé, lo haré —acepta sin remedio.
—Yo me ocuparé de Kaula y tú de Aisak, ¿estamos?
—Te amo, Dáran Lancaster y amo lo que tenemos, aunque seas
un mandón —musita perdida en mis ojos. Respiro hondo,
contemplándola.
—Y yo solo sé que mi alma la tienen ustedes y quiero que ahí se
quede, mujer de mi vida, así que cuídate.
~*~
Observo a mi familia, ahí, a unos metros de mí. Ella está atenta al
repertorio de palabras que Kaula ya emplea. Mi hija algo le explica y
con la característica paciencia de mi mujer, la escucha, alegre. Las
observo absorto, a mi lado está mi padre, que hace lo mismo. Mamá
platica con Aide y Lara, mientras George va tras sus hijos y mi
cuñado juega con Kaisser, pues Kamille no se despega de Elle,
como suele.
—Debes estar orgulloso y muy satisfecho de la familia que tienes,
hijo… —señala este hombre que tanto quiero y admiro. Le doy un
trago a mi cerveza, sonriendo a la vez que asiento. Todo lo que amo
está aquí, al alcance de mi mano, y aunque aún no sé si lo merezco,
si sé que siempre lucharé por ello.
—Sí, sabes que es una locura, pero me alegra vivirla.
—Siempre te pensé así, aunque hubo un tiempo que perdí las
esperanzas. Ahora sé que solo la vida te estaba guardando justo lo
que necesitabas —expresa, lo miro asintiendo. Me da una palmada
en el hombro—. Me alegra, hijo, porque lo mereces. Estoy orgulloso
de ti, porque aunque has sabido llevar el legado y duplicarlo, el
éxito, Dáran, es esto. Jamás lo olvides.
Sonrío volviendo mi atención a ellas, mi mundo. Elle percibe mi
mirada, me encara con las mejillas enrojecidas, se acomoda un
mechón rubio tras la oreja y sonríe a medias. La ansío, siempre la
ansío. Choco mi botella con la de mi padre, me guiña un ojo y me
acerco a ella presa de esta atracción que siempre ha ejercido sobre
mí. Me recibe con un casto beso al tiempo que me acuclillo y juntos
ayudamos a nuestra hija a abrir otro de sus regalos mientras habla
sin parar.
No, no puedo pedir ya nada a la vida porque lo tengo todo.
AGRADECIMIENTOS

Existen personas que dicen o hacen algo en el momento indicado


y entonces todo alrededor se ve diferente, cobra un sentido distinto.
Gracias, Liz Azconia, una mujer inteligente, que escribe hermoso, y
que admiro, porque entre tantas pláticas me ayudaste a dar un paso
que no me atrevía a dar. Me alegra contar con personas como tú en
esta aventura de tener tantos mundos, tú me entiendes. Daniela
Abello, una joven crítica, cuestionadora, intensa en su actuar, en su
pensar, que fue testigo de mi locura con esta historia, desde que
surgió la idea, pero como estaba inmersa en otros proyectos, la iba
a dejar estar. Ella me ayudó a comprender que debía seguir mi
instinto, y es así como decidí darle todo a Placer Sombrío. Muchos
audios intercambiados, horas de ser unas locas fans con estos
protagonistas, y la verdad un incentivo hermoso para esta aventura.
Diana Adeath, Dios, aún recuerdo mis apuntes a mano, los tuyos,
explicándome más sobre todo lo referente al virus, espero haberlo
hecho bien. Tu paciencia infinita, tu ayuda, cada vez que te buscaba
y los comentarios sobre lo que iba escribiendo, lograron que le fuera
dando la forma que deseaba a la historia. Por supuesto mis hijos, mi
marido, que conocieron una faceta nueva en mí, una en la que
estando en este mundo, vivo en otro y créanme, no es fácil. ¡Los
amo! A mi hermana, Mariana, cómplice eterna, mi mejor amiga, y
quien le ha dado vida a mis ideas de portada. Así que aquí estamos,
con esta historia siendo la primera inédita en mi tiempo como
escritora y agradezco también a todas las Coemas, que han sido y
son mi guía en este complicado pero maravilloso camino que es
compartir lo que en mi cabeza hay. ¡Gracias, lectores, por
permitirme entrar a su mundo con el mío!
PLAYLIST
Disponible en mi canal de YouTube

Hourstone • Counting Down to 2


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