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Suplemento a la sesión del 12 de mayo de 2020:

1. La cuestión del observador supone que para la filosofía su propio discurso


se convierte en un problema.
2. Este problema no es un problema para toda expresión filosófica moderna y
contemporánea, sino que es propio de una forma particular de que quehacer
filosófico: la filosofía trascendental. Es un problema que comienza con Kant,
pero que rebasa a Kant. El concepto de trascendental que aparece en la
Crítica de la razón pura (B25) tiene un propósito específico: defender la
validez apodíctica de las proposiciones de la ciencia natural frente a
objeciones escépticas. Y tiene también una forma particular de realizarlo:
mostrar que el conocimiento de objetos es posible a priori porque hay una
normatividad que gobierna el uso de los conceptos mediante los cuales nos
referimos a objetos. Hasta aquí podemos decir que el a priori del que trata la
Crítica de la razón pura presenta los dos aspectos del concepto de reflexión
que mencionamos en la sesión pasada: llevar contenidos a la forma lógica
de la universalidad (porque el a priori muestra que los contenidos de la
representación no se agotan en la singularidad de la percepción subjetiva) y
la autorreferencia (porque no se ha tenido que salir de la experiencia para
mostrar este a priori; más bien, si ella es posible entonces es necesario que
haya una estructura a priori que la norme). Hasta este punto tenemos una
posición primordialmente epistemológica fundada en una argumentación
trascendental que a partir de un contenido de nuestra experiencia cuya
posibilidad de hecho ya constatamos se remonta a sus condiciones
necesarias. El discurso filosófico como tal no es la cuestión básica del
debate.
3. Pero en este punto es necesario introducir una observación: el conocimiento
trascendental es necesariamente a priori, pero no todo conocimiento a priori
es trascendental. Crítica de la razón pura (B40 y B80-81). La idea de
exposición trascendental es que lo trascendental es el discurso no-empírico
mediante el cual la razón se crítica a sí misma; es decir, presenta y justifica
los límites que ella misma ha instituido. ¿De dónde saca, empero, su validez
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este tipo de discurso si se distingue radicalmente del empírico? No


podríamos contestar apelando a su presentación de un orden a priori, pues
perfectamente puede darse el caso (y Schopenhauer es tal vez el mejor
ejemplo) de que sea posible mostrar la “ubicuidad de espacio y tiempo, y
causalidad, en nuestra representación de objetos por medio de un escrutinio
directo e inmediato de nuestra experiencia.”1 Lo trascendental, en cambio,
no sólo quiere mostrar este orden, sino que, además, pretende exponer
conceptualmente su composición, cómo acontece reflexivamente la
formación del concepto. De tal modo, la pregunta que inquieta a la reflexión
trascendental es: “¿cómo conferir un valor normativo necesario al hecho de
que una parte de nuestro conocimiento de fenómenos es a priori?”2 En otras
palabras, la exposición trascendental quiere que la reflexión observe y
explique su propia formación de la universalidad. Con este cuestionamiento,
el discurso filosófico, en tanto exposición trascendental, se convierte en el
tema fundamental de la filosofía.
4. Este es el punto en el cual la cuestión del espectador se vuelve central, pues
la justificación requerida por el discurso trascendental necesita de una mirada
que certifique que la presentación y articulación de conceptos no es arbitraria,
ni la mera reconstrucción de condiciones empíricas, sino que tiene validez
necesaria. La filosofía de la reflexión trató de pensar a este espectador en
tomando el modelo de la conciencia humana finita que voluntariamente
puede, mediante la introspección, interrumpir el flujo de sus vivencias para
preguntarse por los factores que condicionan el significado de sus
representaciones particulares (tanto en lo teórico como en lo práctico). En
esa medida, cabe suponer que el discurso trascendental sigue la misma
pauta y reglas que el discurso empírico, con la salvedad de que no se refiere
a objetos, sino a conceptos (cuya aparición sigue, sin embargo, un orden de
continuidad y contigüidad similar al de los objetos de nuestra experiencia).
No obstante, el ejemplo que se tomó de Kant (el horror que expresa en la

1
Paul Guyer, “Schopenhauer, Kant, and the methods of philosophy”, en Christopher Janaway (ed.),
The Cambridge Companion to Schopenhauer, Cambridge University Press, Cambridge, 1999, p. 95.
2
Jean-Renaud Seba, Le partage de l’empirique et du transcendantal, Ousia, París, 2006, p. 62.
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Metafísica de las costumbres ante la ejecución formal del rey debido a la


inversión que supone) muestra de qué manera la filosofía de la reflexión
queda totalmente desconcertada cuando su exposición del movimiento
reflexivo rompe con las expectativas que guían al observador humano. Es
decir, hay casos en los cuales el movimiento de la reflexión no sigue la misma
pauta que la formación de conceptos tal y como aparece ante la perspectiva
de la conciencia humana.
5. Lo que se quiere señalar es cómo este desconcierto se presenta de nueva
cuenta cuando el discurso trascendental quiere dar cuenta de su propio
origen histórico.

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