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El es nuestra santificación. Cuando Cristo viene a morar a la vida del creyente, él santifica
su alma. En este sentido, Simpson creía que debe haber una crisis en la vida, y que el
Espíritu Santo fue dado no sólo para ayudarnos en el servicio, sino también para la limpieza
interior que acompaña a la santificación. Por eso es que él predicó sobre el bautismo del
Espíritu como una experiencia distinta pero que está ligada a la persona y ministerio del
Señor Jesucristo.7
Tanto en América Latina como en otras partes del mundo este tema ha sido punto de
controversia y hasta motivo de división de iglesias. La verdad es que en muchos casos ha
causado desunión y ha impedido que los creyentes disfruten de una vida santificada y
victoriosa. Al enfatizar una verdad como ésta, será conveniente dejar en claro tres aspectos
que ayudarán a señalar la naturaleza de la santificación.
7 Harry M. Shuman, “The Founder of the Alliance”, en The Alliance Witness, 21 de mayo,
1986. Pág. 24.
Primero, este acto tiene que ver con una vida consagrada y controlada por Dios antes que
con experiencias extáticas y emotivas que pueden ser originales, pero no necesarias. La
santificación, pues, tiene que entenderse en relación con Efesios 5:18, “sed llenos del
Espíritu Santo”, porque es el Espíritu de Dios quien debe controlar la vida del cristiano.
Visto así, la santificación se convierte en un mandato apostólico y no en una opción; en
algo para obedecer y no para discutir.
Aquí debemos aprender a respectar las distintas personalidades y la libre voluntad del
Señor para actuar sin hacer de todo esto un dogma.