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France Vernier. ¿Es posible una ciencia de 10 literario?

5
France Vernier

¿Es posible una ciencia


de lo literario?
Traducción:
María Olmedo Mardne-¿ y
Juan Alfredo Bellón Ca7.abán

11
AKAl EDITOR
1. Introducción

La cucstión es saber si la -crítica_ está consa·


grada a no ser más que una práctica ideológica, un
discurso que dobla un discurso, o si una ciencia de
.10 literario» o de la «literatura» es posible y cómo
lo es.
En consecuencia, no se puede transformar una
práctica ideológica en ciencia por la simple impor-
tación de métodos o conceptos científicos prestados
de otras cicncias que no han sido constituidas como
tales más que a partir del momento en que su ob·
jeto ha sido dcfinido científicamente. No se trata
de responder, en términos O por métodos desde
ahora «científicos», a cuestiones que hemos hereda·
do, sino de plantear otras cuestiones. Así, la defini-
ción misma de un dominio y de un objeto científi·
co las determina. Mientras que se buscaba la pie·
dra filosofal, las experiencias de los alquimistas no
bacían progresar la química, que na ha sido cons-
tituida hasta después del l'ccha:1.O de este objeto ilu·
sorio. Tampoco puede eludirsc ni dejar de lado pro·
visionalmente la cuestión del dominio y del ob·
jeto (1).
Si hay que volver a insistir sobre este punto es
porque son muchos todavía los que creen que pue-
den descuidar este problema: asf, no definir el ob·
jeto científico de la crítica no es «darle de lado» ni
«atenerse a una práctica»; es, se quiera o no, ratifi·
car, ejecutar «prácticas» ligadas a una «concepción»
de la «literatura» y de la lengua que no se pone en
discusión. No hay ningún trabajo crítico -sea so-
bre variantes o cotejo de manuscritos- que no pre·

(1) Como Pierre Machcrcy ha su,brayado claramente


(página IS de Pour une tlléorie ele la productioll littera;7·e).

7
suponga o no ponga en .luego una c:onccpcu)Il del
«Texto» del «Autor». de la «Literalura•. La confu-
sión que actualmente se mantiene entre «método»
y uteoria» no debe embaucamos. Muy a menudo. el
«método.. (ifrecuentemente romado de otra ciencia
y traspuesto sobre la basc de una analogía. que en
general le hace perder lo que tcnía de «científico»
en su ciencia de origen! ) alcanza el lugar de la teo-
ría y su «aplicación» acaba por convertirse en un
fin en sí. Y no fueron cierlamenrc los métodos. sín
embargo. científicos. de la fíSica mldc•. t • los qUl'
ayudaron a Marx a elaborar la Icol'ín dd capltalis.
mo, aunque hubiera tcnido .. SI.I diSPOSICión un la·
boratorio para analizar la composici6n molecular del
oro o del papel moneda.
EXcllscseme la excesiva insistenda en este punto;
las «evidencias» son precisamente t.,s que resultan
más difíciles de poner en entredicho. Por lo tanto,
Ja cuestión tiene importancia: lo que se ha entor·
pecido es la finalidad misma de los estudios litera-
rios y de la crítica; .es su función la que. en vez de
ser cuestionada, es ratificada. siendo «desplazado»
d problema (en el sentido que Freud da a lCdespla·
I.amiento») hacia cuestiones cn suma secundarias:
de entre los diferentes «caminos» que llevan a co,
nocer mejor al "autorlO (la biografía lagarde·Michar·
diana, la psicocritica o el sociologismo individual
del tipo que Sartre emplea en sus artículos sobre
Flaubert), el que más se aparta de un estudio cien·
tífico es quizá el último en la medida en que parece
integrar de antemano una critica fundada en el mar·
xismo, mientras que lo que en realidad hace es des-
virtuar las cuestiones para reducirlas a la eterna
búsqueda (pequeño·burguesa) del individuo-testimo-
nio·del·hombre: ¡el problema de la relación entre la
lucha de clases." el fenómeno literario se reduce
a la situación de clase de Gustave Flaubert!
El hecho es particularmente grave cuando se
piensa que. dada la estructura escolar y universita-

8
ría actual dc Francia, el aprendizaje de la lectura
se hace en la escuela y que el fenómenu literario
-tanto escritura como Icctura- está prioritaria·
mente determinado pUl' (y para) la enseñanza.
La toma de conciencia, bastante reciente, dcl he·
cho de que el aprendizaje del «francés. (lengua y Ii·
teratura) está ligado más o menos directamente a
las «ideas dominanteslt ha provocado en el caso de
los enseñantes dc todos los grados una interroga-
ción positiva acerca de ]a finalidad de su enseñanza
y de su práctica (.nada se enseña inocentemente.).
Sin embargo, ello conduce, por falta de métodos
«de recambio., a un malestar que' se traduce, en el
caso de unos, en una afición a la explicación del tex-
to o en la afición por la disertación cuyo aspecto
caduco sienten (aunque la cuestión no sea ésta) y
en las que no creen, pero que tampoco saben por
qué reemplazar: en el casu de otros, por un replan-
teamiento tcuricisla, generalmente separado de toda
aplicación práctica y que se dobla -necesariamen·
te- cuando se trata de prepararse para el bachille·
rato o las «oposiciones» con una triste sumisión a
las «recetaslO del deber.
Oc este modo, la enseñanza está demasiado de·
terminada en el funcionamiento del fenóm'eno lite·
rario porque no se la puede colocar entre parénte-
sis. Pues, de hecho, los discursos teoricistas de los
enseñantes más lIal díalO no pueden ser, tal comp
funcionan lus cursos, más que paréntesis dirigidos
a la «élite» de los alumnos, y doblados por una prác-
tica, no sólo caduca, sino ligada a la propagación
de la idcologia dominante que cuntinúa rOl"mando
'! seleccionando la masa dc los alumnos y enseñantes.
De este modo es indispensable poner al dia los
presupuestos de partida y que sustentan los méto-
dos que se empican someterlos a la critica, tanto
en el plano de su \'aJid~z teórica como en el de su
aplicación metudulúgic:a. La finalidad de este articu-
lo es contribuir a definir el objeto dc lo que podría
ser una ciencia del fenómenu literario, someterlo a
critica y elaborar los métodos de investigación qu{'
podrían derivarse de esto. incluyendo sobre todo
a la enSeñan7.8. que sigue siendo la clave de toda
lectura/escritura.

10
n. Definición de un objeto

J. Puntos de partida a aitica,'

Las teorías, métodos o prácticas de la crítica li·


teraria descansan, implícita o explícitamente, en el
reconocimiento como pel·tinenle de uno de estos dos
puntos de partida siguientes. Dicho de otra forma,
toman el uno o el otro como «algo dado.. , (Así. he
citado más arriba a Macherey para apl'Obar su exi·
gencia en cuanto a la definición de un objeto. aun·
que me parece discutible la primera frase del ca·
pítulo 2: «Decir: la crítica literaria es el estudio
de las obras literarias, es darle un dominio, pero
no un objeto». Esto no es «darle.. un dominio, es
tan sólo reconocer una separación provinente de jui-
cios de valor que ha privilegiado ciertos escritos
como si tuvieran una cualidad especial o un modo
de funcionamiento irreductible respecto a otros.)

l." El primero de estos «puntos de partida» im·


plícitos es el siguiente: la «literatura- sería «el con,
¡tinto de [os textos literarios»: esta suma, acumula·
da con el transcurso del tiempo, sería algo .dado»
para estudiar, y los métodos ganando en cientifici·
dad gracias a los préstamos de la lingüística O del
psicoanálisis. permitirían transformar su estudio en
Ciencia. Todo depende, pues, del método. permane·
ciendo inmutable el campo de aplicación. Así, los
dextos literarios. no constituyen ni siquiera un do-
minio empírico. Si quisiéramos interrogar bien la
expresión .Ios textos literarios» nos veríamos obli·
gados a constata" que d conjunto que designa varía
Por comodidad. yo la n.-emplazarla por esta Oll-a:

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•.10:;corpus literarios. (2), es decir, el conjunto de
los escritos .sagradoslO, de los «textos» que son re-
conocidos como lC literarios» en una época dada por
una clase social (3). Se constata fácilmente que esto~
IlcorpuslO varían con el tiempo y el régimen social.
'! no varían sólo por adjunción de «textos» nuevos
sino que registran separaciones e integraciones. Así.
pues, a pesar de su aparente evidencia, no puede
hacerse una formulación como ¿sta: «existen tex-
tos, de aquí es de donde hay que partirlO, pues la evi·
dencia no está más que en una simple analogía con
las ciencias llamadas exactas (ejemplo: «hay mine·
rales •. Pero la analogía es ilusoria, pOl'que lo neceo
sario sería una mineralogía que tomara como domi·
nio no «los minerales», sino «los minerales precio-
sos», del mismo modo que los lCtextos. son ..escri·
lOS preciosos»).
Del mismo modo, y para limitarnos provisional-
mente a la cuestión del .. dominio» de textos litera-
rios (o paralitcrarios), siendo relativa y dudosa, no
sabría designar nuestro dominio de estudio, y me-
nos aún nuestro objeto. Por el contrario, la evolu·
ción, la transformación de estos «corpus., forma
parte del dominio de nuestro estudio.

2:' El segundo punto de partida tomado como


base implícita o explícitamente es un cardcter par·
ticular, especifico, una «lilcrariedad» que estaría
más o menos presente en todos los «textos., yendo

(2) Soy pcrh:Clamcntc conscienle del hechu dc que el


término de Corpus no es l.-strictamenle aplicable aquí (sal.
\'0 en caso de caer en el vicio que denunciaba antes: la
transferencia de conceptos) en la medida cn que Olcorpus.
desi~na un conjunto que sc ha defillido, aunque sea arbi-
tranamcnte, con cfaridad v sobre el que se decide traba·
jaro Por el contrario, Olcl conjunto dc los textos literarios.
que es -dado. como relevante de la Olevidencia. no está
precisamente delimitadu, sino siempre justiricado _.. pos·
teriari.. También la c:'tpresión .corpus lilcrarlo- necesita
una definición.
(3) Está claro que l.:uan<.lu St: trala <.le la clase dominan·
te la ideologla dominante liende a imponer su corpus á
las clases dominadas Este ~ompleio problema será exami·
liado más adelante

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desde un grado cero cn el teorema matemático has-
ta un máximo en un poema de Mallarmé. por ejem-
plo. Este punto no es más sólido que el precedente:
por una parte. los criterios de Iiterariedad son tan
variables como los «corpus. y no senan 'capaces de
definir un dominio de cstudio mejor que éstos, Por
otra parte, como siempre, han sido «sacados:- o
«abstraídos- de «textos.. constituidos como tales. no
escapan a los juicios de valor que los han designa·
do, dependiendo de su -tccnicidad. a pesar de su
apareme independencia. En fin, la atemporalidad
de esta noción (carácter particular que -estaría. en
las obras de toda época. identificable por su ine·
ductible eSJX.·cificidad) acaba pOI' hacerla inacepta-
ble para delimitar lo que no seria más que: un do-
minio de estudio.
Oc hecho, ~tos dos puntos de partida no se opo-
nen más que en apariencia y revelan una misma
concepción, resolviéndose el segundo en una racio-
nalización del primero: lo que determina los .cor·
pus litel'arios» es un presupuesto accl'ca de la llcsen·
cia- de la .literariedad» que deseluboca en la c1asifi·
cación -espontánea» de ciertos escritos como textos
literarios, así como la .literariedad- llega a extraer
de eslOs mismos «corpus». si no una «csencia., si
al menos una «cualidad intrinsccaJt, En los dos ca·
sos, «conjunto de textos- o -literaricdad», no nos
hacen escapar a los juicios de valor que querríamos
evitar, refiriéndonos en el primer caso a la .evlden·
cia» o al «consensus», y en el segundo a la especi·
ficidad de lo literario. La inestabilidad misma del
«corpusJt, de tos cl'iterios d~ .literariedad-, revela
su segundo carácter: no se puede negar que lo que
ha presidido (y preside) ta elecció" de entre los cs·
critos dc algunos de dios como «textos" o como
«obras maestras. es un juicio de valor y toda la
-cientificidad» de los métodos no sabría eludir el
hecho de que. sea cual sea el método que se les apli.
que a los .textosJt. éste ha sido previamente sepa·
rado, aislado. por juicios de valo,' históricamente
analizables (4).
¿Se podría por ~sto decir que se está en un pun-
10 muerto y condenado. _.

- ya s~a a renunciar a todo estudio científico


en el dominio 11 literario». Lo cual llevaría
prácticamente a abogar por la supresión de
los lIIestudios literarios. y, en consecuencia. a
abandonar el ejercicio y la práctica de las
ideologías idealistas de la burguesía. apare-
ciendo entonces la 1II110ción. de literatura co-
mo atacable sólo desde el exterior;
.va sea a considerar que, no permitiendo que
ningún criterio científico determine un cam-
po especifico, «literario., entre las obras del
lenguaje. éstas deben ser puestas desde el co-
mienzo en un mismo plano, y no servirse de
la lingüística, del psicoanálisis. de la socio-
logía o de la historia; dicho de otro modo.
que, no siendo la literatura más que una no·
ción, no tienen cabida para una ciencia par·
ticular?
A esta última actitud es hacia donde parecen di·
rigirse. al mellos implícitamente, ciertas críticas que
sustituyen una «investigación», que parece en jus-
ticia irrisoria o incluso nociva, por trabajos inter·
disciplinarios (lingüística. psicoanálisis-historia-so-
ciología). Pero lo hacen sobre... «textos. y no hacen,
pues, más que dejar de lado el problema.
Vuelvo, pues, a la pregunta: ¿Se está en un puno
lo muerto y hay que admitir que no puede haber
una ciencia de «lo literario. o de la literatura?
Es cierto que la literatura es una cuestión inabar·
cable y. sin embargo. corrientemente tratada como
(4) El hl:cho de que los rormalístas rusus hayan apli-
cado a textos no reconocidos como literarios sus métodos
de análisis del relato no afccta para nada al h(.ocho de que
talcs m':todos est~n sacados del estudio de los -textos li·
terados..

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evidente. no discutible; este carácter de falsa evi·
dencia es propio de todos los presupuestos ideoló-
gicos y debe ser 'prioritariamente puesto en dis·
cusión.
Así, pues, ya podemos afirmar que el término
.. literario» designa a la vez personas, cosas. actitu·
des. palabras, profesiones, instituciones, apremios».
etcétera, es decir. un complejo muy heterogéneo.
Voltaire hacía notar ya en el Diccionario filosófico
(y esta afirmación es muy sintomática puesta al
frente del articulo .. Litcratura-, del Diccionario Ro·
berl): .. Literatura: esta palabra es uno de esos tér·
minos vagos tan frecuentes en todas las lenguas...
Tales son todos los términos generales cuya acepo
ción precisa no está determinada en ninguna lengua
más que por los objetos (1 los que se aplicalll (soy
yo, France Vernier, quien subraya).
No podríamos decir mejor hasta qué punto el
término «literatura» es inapto para delimitar un ob·
jeto científico, ni incluso un campo o un dominio
de estudio.
Por el contrario. la heterogeneidad de los objetos
a los que puede aplicarse este término revela que
lo que designa no es una ..escncia».
El materialismo histórico proporciona los clc·
mentos necesarios para plantear la cuestión de otro
modo. El pretendido «impasse» o punto muerto se·
ñalado más arriba aparece entonces como una cues-
tión mal planteada o más bien una falsa cuestión.
En efecto, bajo el colol' de un replanteamiento rae
dical, conserva la allcrnativa, idealista: «literatura
o nada», mientras que la noción de literatura pro-
cede (enmascarándola al mismo tiempo) de un ren6-
meno históricamente analizable que tiene pOI' fun·
ción atemporali7.ar, sublimar. a fin de hacerla t:sca·
par a un análisis materialista.

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2. Definición de W1 dominio

Es preciso encarar el problema de este modo. En


vez de buscar desesperadamente dónde se encarna
esta noción de literatura es necesario interrogarse
sobre lo que de ella procede y sobre lo que ella des-
plaza (5).
En el conjunto de los fenómenos sociales. es un
algo -no irreductible-, sino perfectamente discer·
nible en su funcionamiento y no en su esencia, en
la medida en que hace siempre intervenir la noción
de «belle7.a» en la práctica de las obras de lengua·
je (escritura, lectura, discurso critico, enseñanza de
las «bellas» letras, etc.). Llamaremos a esto «fenó-
meno literario», comprendiendo en él las condicio-
nes de emergencia de los «textos., su producción.
edición, difusión. instituciones escolares y univer-
sitarias, las condiciones de aprendizaje de la lengua.
lectura, diferentes instancias legislativas en este do-
minio, como las academias. los premios literarios,
las revistas, la definición del «dominio cultural» y
de los «corpus literarios», cte., sin que, por el mo·
mento, decidamos que uno de estos elementos está
primero en relación a los otros, ni incluso que uno
de entre ellos pueda ser el primero.
De lo que se trata es del tipo de funcionamiento,
específico de verdad, pero histórica y políticamente
analizable, de ese fenómeno social, y por tanto dis-
cernible, que es el fenómeno literario en su con-
junto.
Veamos un ejemplo para dar una idea de ello,
esquemática y bastante grosera: entre la «explica-
ción del texto», que es )a i~terpretación de un texto
legal por los jueces. la «explicación» que puede ha·
cer del mismo texto un historiador y la llamada «Ii·
teraria- que puede hacer un profesor de francés en
un instituto o en un liceo no es en el texto donde ha·

(5) Igual que la noción burguesa de lo humano/-inhu-


mano- se anali7.a como la máscara de la supremacía del
burgués erigido en tipo humano universal.

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brá que buscar una especificidad, puesto que ha sido
escogido idéntico por hipótesis, sino en el tratamien-
to del que se le hará objeto en cada uno de los tres
casos, tratamiento ligado a la institución en la que
se encuentra cada uno de los tres comentadores. Así,
para la expresión «un profesor de francés en un li·
ceo. he hecho intervenir toda una serie de institu-
ciones que están implicadas en nuestro dominio de
investigaciones.
La delimitación de nuestro .dominio de investi·
gaciones» sería entonces: el conjunto del feJlómeno
literario (en la acepción más amplia que acabamos
de ver) que debe ser estudiado en su funcionamien-
to socio-histórico y no en su esencia.
Si se acepta esta definición se verá que la dife·
rencia de toda delimitación de un dominio a partir
de un «corpus literario» o de una «literariedad. tie·
ne la ventaja de haber sido definida. es decir, que
no puede ofrecer duda respecto a lo que remite y
a lo que no remite.
ESta definición tiene una segunda venlaja: no
elude el famoso problema del «valor», lo sitúa en el
(y no «en la raíz deb.) dominio de estudio. Es decir,
que permite ponerlo en su lugar: el «valor» reco-
nocido (¿cuándo? ¿dónde? ¿por quién?) a talo cual
«texto» es históricamente analizable y contribuye a
erigir un escrito en «texto». Ni eludido ni diviniza·
do, es uno de los componentes del proceso que un
análisis marxista puede y debe analizar. Se podrá
salir así del círculo tautológico: el «valor», disfra·
zado de diversas maneras, tiene siempre entrada en
la definición (muy a menudo implícita: «la eviden·
cia») del campo de la literatura, y ningún análisis.
tan «técnico» o «científico» como se quiera, ha sa-
bido evitar jamás este condicionamiento previo que
desemboca en hacer reencontrar, a vet:es con un
asombro ingenuo, lo que, de buena o mala gana, se
había puesto al comienzo en el objeto.

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3. Definición de Utl objeto

Queda todavía. después de haber delimitado un


dominio de estudio, definir un objeto. Igualmente
aquí el materialismo histórico nos propordbn~ los
instrumentos necesarios:

I. U
El fenómeno literario es un hecho so~iQI,
2." Hay que situarlo entre lBS superestructuras,
3.1> Como tal. el conjunto del fenómeno definido
más arriba mantiene ciertas relaciones con otros ele·
mentos de las superestructuras y. en última instan·
cia. con la infraestructura. sin que ca priori. nada
autorice a privilegiar como primero o determinan·
te uno y otro de los elementos que componen el con·
junto del fenómeno (<<textos., escuela o edición).
Hay que insistir en dos puntos:
a) Es el conjunto del fenómeno literario el que
mantiene necesariamente las relaciones --cierta-
mente mediatizadas- con la infraestructura.
b) Nada autoriza a reducir estas :-~la\,;10ncs a re.
flejos.

Sin entrar por el momento en 1<\ dh,cÚsión dCt:r.


ca de la aportación' política e inelulJu teórica de los
artículos de Lenin sobre Tol~to' (6)1 quiértJ hin s610
poner en guardia contra 10$ Usos mecanicistas y cm.
pobrecedores de la teoría leninista del reflejo tal
como aparece en Materialismo y empiriocriticismo.
Lenin. refrendando a Engels. propone que «las sen.
saciones y las r~presentaciones del hombre. (pági-
na 241. Obras Completas, tomo XIV. Editions So-
ciales) son «copias... fotografías ... reproducciones ...
proyección de las cosas como en un espejolt; como
para lCnuestros conocimientos» con «un cuadrolt que

(6) .P?r una parte volveré a ello más adelante; por otra,
el análiSIS de el. Prévost en esta publicación (ma17.o de
1971) me parece plantear muy pertinentemente el problema.

18
.. r~produce un modelo existente objetivamente» (pá-
gina 339); afirma que «la consciencia no es, en cual-
quier caso, más que un reflejo del ser» (pág. 339).
Pero la noción de reflejo hace intervenir:

l." La existencia independiente de un objeto fuc·


ra de todo espejo. de toda mirada;
2," un espejo:
3." una \0 varias) mirada(s).

Así, pues, en la problemática que ordena )' muo


tiva Matcri(llismo y empiriocriticismo, libro polémi-
:0. recordémoslo, todo el acento está puesto, contra
el idealismo y todos sus rebrotes, en la existencia
ob¡etlva de la realidad fuera de las representacio-
nes que de ella se hacen los hombres y, por otra
parte, en la afirmación de que existe un lazo entre
t!stas y aquélla. Es decir, que la insistencia es mu-
cho menor sobre la lwtllralez.a de este lazo que so-
bre su existencia. mucho menor sobre lo que en la
imagen del reflejo implica la conformidad de la re·
presentación con la realidad que sobre la existencia
im1epemliente de esta realidad y el estado dc depell'
deJlda en que están todas las representaciones hu·
manas respecto a ella. Así, todas nuestras represen-
taciones no son «más que» (pág. 339) el reflejo, «en
el mejor de los casos un reflejo aproximadamente
exacto».
Es, pues, en el sentido débil de «ligado a «de-
D ,

pendiente dc», como se ha tomado la palabra re-


flejo, y no en su sentido fuerte de conformidad, de
semejanza.
Por otra parte, Lenin no habla más que de la re·
ación general de las llrepresentaciones» o de la
cconsciencia» o de los «conocimientos» humanos
J:on la realidad objetiva. Tiene bucn cuidado de ci·
t.ar a EngcJs (pág. 137): « ... el pensamie1lto humallD
es tan soberano como no soberano y su facultad de
,:onocimicnto es tan ilimitada como limitada. Sobe·

19
rano e ilimitado, por su naturaleza (o por su t:struc-
tura), su \locaci6n, sus posibilidades y su prop6sito
hisI6rico final; no soberano y limitado por su eje-
cución individual y su realidad sinRtllar. (El subra·
yado es de France Vernier.)
También todas las teorías que hacen de tal pen-
samiento individual, a lorliori de lal o lal «obra» li-
teraria, un reflejo de la realidad, son un empobre-
cimiento mccanicista e incluso una grave deforma-
ción de 'la teoría leninista. Hasta en sus artículos
sob're Tolstoi, Lenin está tan lejos de fundar una
teoría de la obra-reflejo que vale la pena precisar
-para conservar la metáfora óptica- quc el obje-
to (= ciertos aspectos de la realidad) no se «refle-
ja» más que a condición de una mirada dctermina-
da. que no es la de la «prensa liberal». Dicho de
otro modo, el «espejo» no «refleja». no es, pues, cs-
pejo. La cuestión esencial que plantea Lcnin. tal
corno la ha mostrado Claude Prévost, a través de
términos marcados por la ideología literaria de la
época, es la siguiente: ¿reflejo ti los ojos de quién?
El olvido o la omisión de este problema, apoyado
en la eficacia retórica de la vieja metáfora del cuer-
po humano, asimilada al organismo social, se en-
cuentra en el hipócrita «nosotros» de los críticos
y, .. de las disertaciones: «c\ autor nos muestra...
nosotros vemos.... etc.». o mejor. en la ausencia to-
lal de mención del lector (.se ve»): «el texto mues-
Ira, descubre, etc.•. ¿Quién es este Nosotros o este
Se, si no es una vez más el Hombre universal. el
Hombre-en-general de los manuales? Pues, hay que
recordarlo, lodos .nosotroslO no vemos la misma
realidad.
Así, muchos críticos, incluso marxistas, olvidan
este punto esencial en el funcionamiento del fenó-
meno literario. Así, G. Lukács exagera lo que su pro-
pia interrogación de los textos debe al hecho de
que él sea marxista, y cae en la ilusión de que es el
.lt~xto» el que por sI mismo es un espejo. Por ejem-
plo, en el prefacio de Balzac y el reaUsmo fral1cés.

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donde expone sus puntos de vista teóricos. escribe
(página 14): «es la imagen del mundo dado por la
obra la que es decisiva para la historia. lo que la
obra proclama es lo decisivo» (el subrayado es de
France Vernier).
No, no es el «texto» quien «proclama lt , y lo que
Lukács ve en él no es sino el resultado de una rcla·
ción de tres términos, cada uno de los cuales es como
pIejo: la realidad objetiva (y la percepción que de
ella tiene Lukács a través del análisis de Marx en
el /8 de BrumarioJ, un «texto» (= un escrito con·
vertido en texto como resultado de un proceso so-
cial complejo), una ocmiradalt (formada contradicto-
riamente por un cierto aprendizaje de la lectura .v
por el marxismo).
Esta puesta a punto tiene por objeto precisar
que nada está más alejado del análisis de Lcnin (y
de las prolongaciones que exige) que las teorías de
la «obra·reflejo»; éstas impiden plantear las verda-
deras cuestiones olvidando los mecanismos esencia·
les e impiden analizar de manera dialéctica las re-
laciones que enlazan el fenómeno literario con las
superestructuras y la infraestructura.
Podemos, en fin, preguntarnos, habida cuenta de
lo que se acaba de decir, si la metáfora del reflejo.
útil y operatoria en las condiciones de lucha en que
se encontraba Lenin con el objetivo preciso de una
batalla contra el idealismo, debe ser mantenida
-aunque sea con las precisiones y matizaciones neo
cesarias. Parece que, más bien que operatoria. sea
molesta por las ambigüedades a que ha dado lugar
y que continúa provocando, puesto que se trata so-
bre todo de analizar las condiciones de posibilidad
de lodo «reflejolt en el dominio .literario» y de fa-
bricar la teoria de las ocdeformacioneslt o «rupturas»
del «espejo•. Tenemos más intcrés en conservar el
elemento esencial, que es cl de una dependencia del
fenómeno literario respecto a la realidad de las re·
laciones sociales. que es su fuente, sin negarnos tam-
poco a la existencia de una imagen que ha lenido

21
su utilidad, pel'O que se ha prestado a tantas defor
maciones por las que se ha desfigurado.
y esto tanto más cuanto que las teorías defor
madas de la «obra-reflejo» implican -o entrañan-
una concepción estática, eminentemente antidialéc
tica, de las relaciones sociales, que impide analizar
las acciones de retorno que puede ejercer el fenó-
meno literario sobre otros elementos de las super·
estructuras e incluso de la infraestructura. Al ins·
taurar una relación de sucesión: el objeto a refle-
jar/el reflejo, que viene a completar la pretendida
universalidad del órgano visual metafórico, estas
teorías impiden analizar las relaciones que mantie-
ne dialécticamente el fenómeno Uterario con las su-
perestructuras e infraestructura.
¿Cuál será entonces nuestro «objeto-? Hay que
precisar aquí un punto: puesto que las ciencias lIa.
madas 4lexactas» han constituido cada una progre-
sivamente su objeto a partir de una práctica empi.
rista poco a poco criticada, en el dominio que nos
ocupa me parece indispensable dar un salto: si el
objeto científico que vamos a definir ha sido desig·
nado por un proceso-verbal de carencia, como con·
secuencia de los puntos I1merlOS encontrados al fi.
nal de todas las interrogaciones literarias sobre la
literatura, no es ni lo uno ni lo otro lo que permite
fundarlo ni formula;Jo{al objeto).
Su formulación no puede venir más que de un
análisis exterior a la «práctica» literarla·crltica, No
puede aparecer como homogénea más que en la me·
dida en que se hubiera aceptado ya el considerar
el fenómeno literario como un fenómeno social -lo
que precisamente está en el origen del IItlgio, Igual.
mente, para evitar toda tergiversavión al respecto.
se puede afirmar deliberadamente que el ob,leto
científico que propondremos es exterior a la prác·
tica Iiteraria·crítica -que, en el mejor de los casos,
ha servido para conferir valor a la necesidad de su
definición. Por esto, en relación a ella, formularé
un presupuesto de este modo:

22
El objeto científico que propongo es: la natura·
leza histórica ne las diversas mediaciones, variables
segt.fn las épocas y los modos de dominaci6n de las
ideologías dominantes, por las que pasan las rela·
ciones entre infraestructura. otros elementos de las
superestructuras y el fen6meno literario en una épo-
ca dada y en una sociedad dada. A partir de aquí es
desde donde se podrdn determinar las leyes que ri·
gen estas relaciones. (A partir de aquí es desde don-
de precisamente se podrá analizar el trabajo especi-
fico del escritor).
Estas mediaciones son cxtremadamente comple-
jas. y habría que desconfiar de las reducciones abu-
sivas dol tfpo de las que han llevado a tratar el fc·
nómeno literario como el Derecho, cuaodo lo quc
los !'epara no es sólo cuantitativo. sino cualitativo.
pues el derecho es esencialmente un instrumento de
dominación de clase.
El fenómeno literario es actualmente como
(-desviado como-) tal; sin embargo. no puede ad·
quirir totalmente una especificidad verdadera m~s
que en una sociedad llegada al socialismo.
La existencia dc estas relaciones entre iotra.:"·
tructura y fenómeno literario. por complejas que
sean. elimina todas las teorías que se apoyan en la
:mtonomía dc la literatura (comprendidos su brotes
>l modernos» , como la cerrazón del texto. L,; espcd·

ficidad de la «escritura literaria- y, en general. todo


formaUsmo, incluso aunque el formalismo ruso ~n·
tre ltislóricametlte como una reacción positivv. en
nu~stro dominio de estudio).
La autonomía relativa del fenómeno literario en·
tra~a. entre otras cosas, el que se someta a discu-
sión la noción misma de historia de la literatul'a:
como si una historia separada y separable de la ti·
~eratura pudiera rendir cuenta a través de una ~s·
p..::cie de gcnetismo, de su funcionamiento. Así, la r~'
lación que une a una novela del siglo XIX francés
con otra del siglo XVIII o XIX norteamericano no pue-
de ser considerada como una relación niño/adulto

23
o entre primos hermanos (es lo que implican las his-
torias de la literatura y, más generalmente, los pro-
gramas escolares). Ello no quiere decir que no haya
ninguna relación entre ambas, sino que estas rela-
ciones no son de «obra» a «obra» y deben ser con-
sideradas desde una perspectiva radicalmente dis-
tinla y mucho más compleja que no tiene nada quc.~
ver con las relaciones «olímpicas» que se concede
en nuestros manuales a lodos los «académicos» del
Panteón internacional de la cultura (Homero, Sha-
kespcare, Dante, Cervantes, Robbe-Grillct) «interes·
cribiéndose» «infierno» y apretándose una tenaza tan
internacional como atemporal.
Si se admite, no sólo este dominio. sino este ob·
jeto. la primera cosa a estudiar es el tipo de rela-
dones que se instauran entre el fenómeno literario
y las ideologías.

24
111. Fenómeno literario e ideologfa(s)

Si se ha descartado la autonomía del fenómeno


literario (y por ello el formalismo) y, por otra parte,
una interpretación mecanicista (y no leninista) de
la teoria materialista del reflejo. el primer punto
a estudiar es el de la articulación fenómeno litera·
rio/ ideología dominante o, dicho de otro modo, de
su(s) relación(es).

J. Dos funcionamiemos históricameme analizables

No se trataria de poner en relación las ideolo-


gías como estructuras con el funcionamiento del fe·
nómeno literario. Ni, tampoco, de reducir este último
a una estructura con el fin de hacerla superponible
o. al menos, comparable a la ideología dominante.
No se trata de atemporalizar o de abstraer los dos
términos para compararlos. Tampoco de estudiar-
los en términos de antes para después, como si un
ya-allí ideológico condicionara el fenómeno literario.
De Jo que se trata es de poner en relación lo que
son dos funcionamientos históricamente analizables.
teniendo en cuenta sus interacciones y de que no
son aislables el uno del otro. Y recuerdo esto a pro·
pósito de un análisis necesariamente cxtraliterario,
puesto que debe conocerse no sólo el funcionamien·
to del fenómeno literario, sino también el de las
ideologías desarrolladas en su contenido y cuyo fun·
cionamiento condicionan.
Dicho de otro modo. ¿cn qué lugares, según qué
modalidades, se articulan: el Irmcionamiellto del fe-
nómeno lilel'tlrio!el fllucionamientu de la ideología

25
dQminame? ~n I~ medida en qu~ el funcionumlento
y ~l (Q 10&) fllodo(s) de dominación de la ideología
dominante no SOn idénticos en todas las épocas y
en todas las estructuras sociales, me parece prema-
turo intentar una teoría general de estas relaciones
de funcionamiento ~ al menos no soy ~~p{lt de
ello. Me contentaré, pue~, ~º!l cir~411fjcriblr Oitfl aná·
lisis al moda d~ PfoduccióJ1 capit~1i~ta h:on 01 rillor
precapit~listª)~

2. Un instrumento de acción al servicio de una cwse

Emplearé, pues, aquí «ideología dominante» en


una acepción particular, dando una definición ex·
clusivamente dinámica (ni estática, ni estructura))
que la examine como instrumento de acción al ser.
vicio de una clase. Ideologia dominante será emplea.
da aquí en el sentido de: «impacto objetivamente
coml~n a las formas variadas de fclS relaciones ima-
ginarias en el mundo que se ha eloborado 'Y que ut j.
/ila la clase dominante el! una époCQ dada en un~
sociedad dada».
(Desde este punto de vista, las repr6sentaciones
idealistas y la idcoloeia tecnocrática aparecerán co-
mo variantes segundas y coyunturales, no siendo sus
tipos de funcionamiento orgánico radicalmente di·
ferentes desde el punto de vista del impacto que pro-
ducen. Esto no es más que un ejemplo.)

3. El papel de la ideología dominante

Si este papel es, globlamente, el contribuir al


mantenimiento del poder de ]a cIase dominante in-
sertándose en los procesos (complejos y contradicto-

26
rios) por los que el capital lucha para reproducir las
relaciones de producción que le son necesarias, es
de capital importancia para el objeto que nos ocu·
pa analizar más precisamente cómo se desenvuelve
esta tarea global. Propongo aquí un rápido análisis
que debe permitirnos discernir con más objetivi.
dad, no sólo su funcionamiento, sino también las re·
laclones de éste con el fenómeno literario.

A) En el ínter/or de la clase dominante


1) La ideoiugia tiene por misión constituir los
intereses de )a clase dominante en «valo·
res,. universales (morales, espirituales, esté·
ticos... ) y justificarlos.
2) Por otra parte, tiene que asegurar de mane·
ra permanente una función difícil: la de abo
sorber (o digerir, o recuperar. como se quie·
ra) los elementos extraños a la ideología que
amenazan constantemente con conmover su
sistema ficticio Debe integrarlos, al menos
en apariencia, en su sistema que, por defini·
ción, debe «tener respuesta para todo•.
Grosso modo, estos elementos peligrosos son de
dos clases:
al Los del)Cubrimientos científicos: siendo el
sistema de la ideologia dominante ficticio por defi·
nición y estando fundado sobre una deformación in·
teresada de la realidad, no puede por menos de ver·
se: amenazado a la corta o a la larga por los descu·
brimientos científicos. También cada uno de ellos
debe, por un doble movimiento, por una parte ser
utilizado directamente en provecho de la clase do-
minanta, y por otra. ser «explicado., es decir, des-
naturalizado y -reducido» para poder entrar en el
«sistema_ (aunque éste deba paradójicamente sufrir
alguna6 modificaCiones para digerir esta absorción).
No pondré más que un ejemplo porque me pare·
ce simple y claro, pero es obvio que los hay aman·

27
tones. En una época en la que la ideología estaba
en manos de la Iglesia Católica y «reposaba» sobre
el razonamiento de «autoridad~, presentándose como
la intérprete de los textos sagrados cuya «letra- te-
nía la reputación de ley, el descubrimiento de Gali·
leo era eminentemente peligroso, puesto que (con
todas sus implicaciones) estaba en exacta oposición
con la letra del Antiguo Testamento: losué habla
detenido el sol tres días. De ahí la censura a la que
al principio fue sometido. Esta, revelándose insufi-
ciente para detener el proceso corrosivo a que era
sometida la ideología, consiguió encontrar una ejem-
plar «solución ideológica-: no era la «letra» de la
Escritura lo que contaba, sino su «espíritu»: la tie·
rra podía girar, y de golpe. la importancia del papel
interpretativo de la Iglesia se había reforzado con
ello. El peligro se había conjurado y transformado
en provecho. Este esquema, burlesco por su enor·
midad, es. sin embargo, válido siempre.
Las aventuras de Freud desde fines del siglo XIX
hasta nuestros días están entre otras para testimo·
niarlo. Sin embargo, no hay que subestimar, "a pe-
sar de lo grosero de estos casos, el enorme desplie-
gue de energía intelectual que necesita esta tarea
constante de la ideología.

b) Los elementos subversivos provinientes de


la organi7.aci6n y de la conciencia de clase crecien-
tes del proletariado, de sus luchas y de la expan·
sión de las ideas socialistas: todo el mundo puede
«saber. hoy día que el verdadero problema no es
ya la alternativa capitalismo/socialismo, sino un pro-
blema de gestión económica frente al desarrollo de
las fue17.as productivas; que nadie está más atado
a la existencia de los sindicatos obreros «fuertes»
que M. Ceyrac... ; que es la burguesía la que está en
el origen de todas las libertades democráticas (¡en
particular del derecho a la huelga!) que burlan to-
dos los países socialistas. etc.
He aquí aún una razón más. el intenso desplic-

28
gue de energía. de «intelig~ncialO, ~tc.. que debe im·
pedirnos subestimar a la ideología burguesa: está
muy lejos de ser estúpida y desamparada, como al·
gunos prematuramente afirman.

3) La tercera tarea de la ideología dominante


consiste en unificar las contradicciones in-
ternas de la clase dominante: su heteroge-
neidad entraña oposiciones internas que pue-
den ser muy violentas (er. Karl Marx: 18 de
Brumario). Así, pues, es una necesidad vital
para la clase dominante asegurarse tanto
como le sea posible su cohesión frente al ene-
migo dé clase. En esto la ideología asegura
una función difícil,!,' esencial.

B} En dirección a las e/ases eXpIOl(lda.~

Hay que hacer notar desde el principio una difi-


cultad mayor que debe resolver la ideología: debe
necesariamente presentars~ como poseedora de Va-
lor universal (al menos en apariencia) tanto para
quienes sirve como para quienes explota.
Decimos simplemente que en conjunto tiene por
tarca hacer reconocer y defender los «valoreslO (== in·
tereses enmascarados) de la clase dominante por
quienes son incluso víctimas de esos valores. Es de-
cir, no sólo evitar la revolución que la derribaría,
sino enviar a la clase obrera a sacrificarse a diario
por sus propios intereses.
Aquí la tarea no es tampoco simple y. sin ~nlrar
en los detalles de los mecanismos de la ideología
dominante, me contentaré con señalar los imperati·
vos que impone una empresa tan paradójica.

a) La ideologia debe presetJlarSe como un «sis-


tema_ científico, es dedr, capaz de rendir cuenta de
todos los fenómenos. A este efecto, todos los ins-
trumentos de «representación» le son extremada-
mente útiles, en la medida en que, reduciéndolo todo
a un denominador común, sigue la definición que

29
Burfon da de «sistema., que el «lodo, reunido, pue-
da presenlat al clIpíritu un gran cuadro de especu-
Ideiones seguidas, o al menos un vasto espe.ctdculo,
todas cuyas cs,,-enas se liguen y se relacionen por
medio de ideas consecuentes y de hechos adecua·
dos •. (Hist. Nil!. Minér., chada por el Diccionario
Robert.) (Asi, «huelga» debe remitir a «libertad. y
a «trabajo., que a su vez remiten a los Derechos del
Hombre, a «salario., a «mérito- y a «dignidad hu·
mana. o a los «deseos. de la colectividad nacional,
etcétera.)

b) La ideologia debe, para ser eficaz, no sólo


der (y !re ven claramente las consecuencias de este
cuestiones = debe, pues, convertir en imposible, en
jnformulable, toda cuestión a la que no sepa respon·
der) y se ven claramente las consecuencias de este
hecho en el aprendi7.aje de la lengua, del que habla·
ré más adelante).

e) E., consecuencia, una tdctica de base y l~ons­


lante en el mecanismo de la idcologia burguesa ac-
tualmente dominante, consiste en rechazar todas las
cuestiones molestas hacia dos polos que no son
opuestos más que en apariencia: la evidencia .v el
misterio.
Funcionan conjumameme con una exacta como
plementariedad, pues ambos designan dominios que
tienen esto en común: son los lugares donde no hay
necesidad de pruebas (Cf. definición de «evidencia»
en el Diccionario Rober!) (ef. en los manuales la
transparencia de la «obra» en la «realidad» y Cf. al
historiado.r de lo real rodeando alegremente el mis-
terio del «estilo» y el «genio visionario», los arca·
nos de lo 41 Bello» en el umbral donde viene a morir
toda crítica, impotente y pasmada).

d) En fin, el «desplazamiento» (en el sentido


freudiano del término) es un mecanismo que como
pleta el precedente, orgánicamente ligado a la fun·

30
ción misma de la ideología dominante de la que eS
difícilmente separable. Haciendo aparecer, cuando
no puede ignorarlos de hecho. Jos conflictos de cia·
se en un plano integrable en el pretendido sistema
(por ejemplo, los conflictos .psicológicoslt) su inci-
dencia 60bre el fenómeno literario es ahora pcrcep-
HJ."l
.h/le.

4. Funcionamiento de la ideologla dominante

La amplitud y la importancia -'Y:~~~~; ~ara la


clase en el poder- de los papeles que asume ]a ideo-
logía explican la necesidad de una política concer·
tada: la burgu~sfa¡ 'lUto -en f:U periodo revolucio-
nario- había sabido tan bien tener en sus mano"
los .instrumentos de concepción y difusión de la ideo·
logut, he. I.:omprendido rápidamente la importancia
oc organizarlos y de asegurarse su monopolio. La
política de unificación nacional ha sido una de las
primeras tareas de la Revolución (burguesa).
Remito aquí al artículo de Althusser en La Peno
sée sobre los «Aparatos ideológicos de Estado», al
menos para lo que concierne al dnáJisis global de
la función de un «cierto número de realidades que
se presentan al observador inmediato bajo la forma
de instituciones distintas y espcdali7.adas- (página
número 13). Sin embargo, sin que se trate aquí de
hacer un análisis apret:ado de este artículo, me pa-
rece importante. para el objeto que ahora nos ocu-
pa. emitír una reserv:j. sobre la sistematización de
lo que Althusser lIamn las .intuiciones» de Gramsci
(página 12, nota 7): emplear el mismo término de
.aparatolt para el a.parato represivo y el aparato
ideológico de Estad {) parece tener una cierta venta·
ja teórica: subray~ ,r la complementarcidad de amo
bos y el papel org ánico qUt~ juegan en la reproduc-
ciÓn de las relaci( Jncs de producción estas diversas

31
institudones. Pero, por el contrario, el ~mpleo co-
mún del término «aparato» instaura un paralelismo
estrecho entre instituciones como el ejército, la po-
licía y los sindicatos o la escuela. por ejemplo. Los
segundos no me parecen diferir de los primeros úni·
camente porque ellos «transcurran en la ideología»,
en vez de «transcurrir en la violencia».
Mientras que los aparatos represivos de Estado
son instrumentos formados unilateralmente por la
clase en el poder y directamente concebidos para re-
primir a las clases dominadas (lo que marca su cons-
litución misma y su organil.ación) la mayor parte
de las instituciorlt'~ que Althusser coloca entre los
A(parntos) I(deológicos) de E(stado) deben su for-
mación a luchas de clases y esto marca su funciona-
miento. Lo que -habrá que convenir en ello de buen
grado- no es el caso de los A(paratos) I(deológicos)
de E(stado). Esta característica ¿no es. teórica y po-
lilicamente, 10 bastante esencial para justificar que
no se designe a las instituciones en cuestión con el
mismo término de aparatos? No se trata aquí de una
trampa terminológica, sino de la exactitud de un
término teórico que oriente el análisis.
El hecho de que existan «contradicciones», de que
«la resistencia de las clases explotadas pueda encon-
trar el medio y la ocasión de expresarse» y pueda
conquistarlo «por la lucha de las posiciones de ~om­
bate», es (al menos) tan determinante como el hecho
de que la clase dominante disponga de medios su-
ficientes para intentar (yen muchos casos conse·
guir) transformarlos en sus propios «aparatos»: la
cuestión no acaba nunca para eHa.
Resta decir que la ideología dominante dispone
del conjunto de funcionamiento institucional, estruc-
turado, que penetra todas las instancias de la vida
social. Esta precisión es esencial a nuestro propósi-
lO: nos permite al fin poner en tela de juicio las
teorias críticas que reducen la incidencia de la ideo-
logía dominante sobre la literatura a un 14nico puno
to de impacto o a un único nivel.
5. La escuela y el funcionamiento del fenómeno
literario

El fenómeno literario está. en nuestra sociedad.


absolutamente determinado por la escuela: en eIJa
es donde se aprende a leer (en todos los sentidos de
la palabra), a hablar francés, a conocer .los auto·
res», a juzgarlos, a discurrir sobre ellos, etc.
Así, la enseñanza del francés (lengua y literatu·
ra) está dividida en ciclos, cada uno de Jos cuales
corresponde a públicos diferentes, no sólo por su
edad, sino por el lugar que ocupan respectivamente
en la producción.
En la escuela primaria (en la que se detendrán
los obreros y los pequeños campesinos), la enseñan·
1..8 del «francés» (lengua y estilo) es estrictamente
normativa hasta en sus detalles (hay palabras «pin·
torescas». «giros vivos., «imágenes poéticas», todas
dentro de ur: repertorio, que no sufren crítica ni
discusión. I.:a repetición es una falta. el empleo de
los verbos ser, hacer o poner, una torpeza: es ltel
buen francés»). Un arsenal de autores procedentes
de un cielo atemporal y separado de toda historia
proporciona dictados y lecturas en voz alta (leer y
hablar); aHí aparecen todos como modelos. De este
modo se aprenden las virtudes y la lengua propias
en su .estado»; se aprende que «greve. (huelga) en
buen francés es sinónimo de playa, cte. (Basta con
ver la oposición frente al modesto plan de reforma
del francés para comprender la importancia que la
burguesía concede a este aprendizaje.)
En la enseñanza secundaria, la en~ñam:a norma·
tiva del francés (según una gramática calcada del
latín y que no tiene para nada en cuenta el funcio·
namiento efectivo de la lengua ni el de la lingüísti·
ca) se combina con una enseñanza literaria donde la
Historia no tiene más papel que contar la filiación
de los genios individuales de los que cada ltobra»
es el «mensaje». Se considera lo mejor aprender
biografías y algunos Jugares comunes esenciales (la

33
3
fria razón del XVIII Y la sensibilidad del siglo XIX,
el gusto destructor de Voltaire. los dos infinitos
que dividen al Hombre... ).
En fin, no es sino en la Universidad (en princi-
pio se trata de la futura élite) donde la lingüística
es tolerada (la lingüística que no considera «la len-
gua» como medio de expresión). donde se ha con-
venido en considerar a los «escritores» con alguna
distancia y donde se ha tratado de criticarlos. (El
aprendizaje familiar no puede sino confirmar esta
jerarquía.) Esta caracterización tan breve (y super-
ficial) no tiene por objeto más que subrayar la com-
plejidad del fenómeno literario y. por ejemplo. la
hipócrita ambigüedad de expresiones como «el lec-
=
tOr» o «la lectura. (variantes «nosotros- o «se-).
Antes de seguir adelante hay que explicitar mu-
chos corolarios que conciernen a las relaciones de
funcionamiento entre la ideología dominante y el
fenómeno literario:

1) La ideología dominante se inviste, a muchos


niveles y según diferentes modalidades, en el fenó'
meno literario.
Además, lo mismo que la ideoiogía dominante no
tiene siempre en todas las sociedades y todas las
épocas el mismo modo ni los mismos ;llstmmeIllQ$
de dominacidn, asimis~o es variable la naturaleza
de las relaciones por las que se manifiesta su im·
pacto a diferentes niveles del fenómeno literario.

2) El aprendizaje, la práctica, el manejo pala·


bra/lectura/escritura, sin reducirse a el1a~, se reali·
1.an en el interior de ideologías sobre la «literatura»,
el «autor», el «francés» y a través de códigos de
utilización aprendidos en la escuela, pero percibi-
dos como espontáneos. Su acción. a la vez forman te
y deforman te, y por supuesto sin inocencia, es prác.
ticamente indivisible.
la escuela produce códigos «espontáneos» de pa-

34
labra/lt:ctura/escritura de los que más adelante (d.
V ) intentaré un estudio.

3) Es, pues, erróneo reducir las relaciones entre


fenómeno literario e ideología dominante a las que
~sta mantuviera con t:I «contenido explícito. de los
textos:

Por una parte, la noción de contenido remite


a la creencia (ideológica) en la transparencia
del lenguaje. en el papel de .expresión. de la
escritura, en la universalidad de .la lectura •.
- Por otra parte. los pretendidos «contenidos
explicitos» no son en los textos sino resulta-
dos de elaboraciones segundas cuyas modali-
dades son variables (ef. infra IV.),

Por esto, tomar como único objeto de estudio el


.contenido ideológico. de los textos es aceptar, sin
darse cuenta, una ficción útil a la clase dominante.
colocarse en el terreno que ella trata de imponer y
privarse del avance de las armas para atacarla. Des-
de el punto de vista científico, este error teórico
fundamental bloquea dcfiniti\'ame'llte el análisis del
fenómeno literario.
Si el fenómeno literario debe ser siempre exa-
minado en tanto que fenómeno social supereStruc-
tural que funciona con una autonomía relativa, esto
no quiere deci." que sea totalmente reductible a su
función de servidor de la ideología dominante. Cier-
tamente, ella lo condiciona a todos los niveles, pero
no agota con esto su funcionamiento.
Ahora se trata dt: indicar en qué y cómo su papel
puede ser activo y revolucionari<.'

35
IV. El fenómeno literario no es reductible a su
papel de servidor de la ideología dominante. Distor-
siones y disfuncionamientos

La ideología dominante no es omnipotente, y en


una sociedad dada, en una época dada, tropieza con
elementos que no puede reducir, bien estén éstos
estructurados como sistema, o bien incluso disper-
sos y fragmentarios. y que remiten objetivamente
a intereses de clase fundamentalmente opuestos a
los que soportan la ideología dominante. Estos
elementos pueden ser vestigios atrasados de un sis-
tema social anterior, pero los más importantes son
los que están ligados a los intereses de clases ex-
plotadas y «en auge», y por tanto, en la época que
nos ocupa, ligados a los intereses de las clases de
las que el proletariado es la vanguardia, la fracción
más consciente. En este caso, estos elementos «ex-
traños» a la ideología dominante son a la vez anta-
gonistas y «nuevos» (por lo cual son más netamente
irreductibles) y su papel en el fenómeno literario
es mucho más determinante.

J. Desde un punto de vista teórico

Dado el número, la complejidad y la imbricación


de las mediaciones a través de las' que pasan las
relaciones entre infraestructura/otros elementos de
las superestructuras/fenómeno literario, la clase do-
minante no puede controlar ente.-amente su funcio-
namiento.
La naturaleza misma de las instancias o institu·
ciones que culminan esta elaboración es tal que no
pueden evitar ser lugar constante de contradiccio-
nes. Para comprender esto basta con un ejemplo

37
muy simple: si la escuela gratuita y obligatoria co-
rrespondía a una exigencia del desarrollo del capi.
talismo, ha sido, en unión con el desarrollo de la
socialización de la producción (otra exigencia del
capitalismo) un factor importante para la toma de
conciencia y organización del proletariado (por esto,
el término «aparatolO me parece que no tiene en
cuenta más que una de sus funciones y, en el fondo.
no es apenas dialéctico).
Así pues, nada nos autori7.a a atribuir los .fa·
1l0SlO e «imperfecciones- de estas grandes «máqui-
naSlt o «aparatos» sólo a los defectos o carencias d~
la clase dominante o de su ideología. Por el contra·
rio, un análisis marxista nos lleva a ver en estos .fa·
1I0slO la emergencia, a través de la represión ideoló·
gica, de los intereses de cIases antagonistas: no son
« agujeros lt, sino las partes v"isibles de un iceberg.
Para abandonar el lenguaje sospechoso de la crío
tica: el tipo y la naturaleza de las mediaciones a tra·
vés de las que se manifiestan los intereses de las cla·
ses explotadas por la cIase que rige y difunde la ideo·
logía dominante, no son del mismo orden que los
que rigen la influencia y los modos de acción de
ésta, en una época dada en una sociedad dada.
Se propondrá, pues, que todas las «dificultades»
(entorpecimientos de funcionamiento o «revolucio-
nes formaleslt) tienen que ser analizadas en su rela·
ción con los intereses positivos de las clases explo-
tadas.
En efecto, la complejidad misma del fenómeno
literario explica por qué, a pesar de todas ¡as ceno
suras y barreras ideológicas impuestas por la" clase
en el poder, las cIases explotadas pueden encontrar
los medios de lI;expresarse» y de batirse.
Es la consecuencia de una contradicción del ca-
pitalismo, de la «democracia burguesa» que concede
una autonomía relativa al fenómeno literario: grao
cias a ella es como puede tCconvertir» sus intereses
en «valoreslt, pero de golpe pierde el control directo
y muy a su pesar debe permitir a las concepciones

38
antagonistas que ~ncuentren también dla!> su puno
to de impacto (7) y ciertamente por los caminos más
difíciles.
Así, desde un punto de vista teórico, el fenóm~no
literario aparece como una apuesta (enjeu) y un fu-
f!.ar de lucha de clases, tanto más cuanto que en nin·
gún caso, como se ha visto, no puede limitarse su
papel al de un reflejo pasivo, sino a participar -con·
tradictoriamcnte- por una parte en el manteni·
miento en el poder de la clase dominante, por otra
parte en la discusión indirecta, como factor de la
toma de palabra y de conciencia.
Pero la naturaleza de estas mediaciones varia
según el modo de dominación de la ideología domi.
nante. No pondré más que un ejemplo: en el si·
glo XVIII, en Francia, la lengua, los cánones estéti·
cos, aunque estén determinados por la clase domi·
nante, no son exclusiva propiedad de la aristocracia.
Así, la «literatura» se encuentra con que es un cam·
po de batalla donde los adversarios -aristocracia
y burguesfa- pueden luchar abiertamente, aunque
no sea con los mismos medios (pues aunque el poder
dispone de la censura, los escritores y los lectores
se reclutan neccsariame'nlC en el seno de la bur·
guesía).
Por el contrario. después de la Revolución de
1789, la lengua francesa (aprendizaje y normas), los
códigos estéticos y, de una manera general, todos
los «medios de expresión. reconocidos como la-
les (8), terminaron por ser exclusiva propiedad de la
burguesía en el poder.
También seria aberrante intentar aplicar la mis·
ma «rejilla- en los dos casos para discernir en el
fenómeno literario de los siglos XVIII y XIX las mo-

(7) ef. A. Casanova, .La Pensée., febrero 1971. pági-


na 4S -último parágrafo- y 46.
(8) Se verá más adelante cómo la burguesía, por la
peyoración y la ridiculización, ha borrado del .dominio culo
tural_ todos los .medíos de e~prcsión- Que corrían peligro
de escapársele.

39
daHdades de emergencia respectivas de los intere-
ses de la clase burguesa revolucionaria y de los del
proletariado.

2. Desde un punto de vista histórico

Disponiendo de dos armas maestras para redu-


cir el fenómeno literario al papel de servidor de la
ideología dominante. la censura y el condicionamien·
to (9). las clases dominantes han tenido siempre. sin
embargo. dificultades en este dominio. Esta simple
constatación es suficiente para confirmar la ambi·
güedad del fenómeno literario. En los dos «polos.
puede. por una parte. hacerse referencia a los regí·
menes fascistas que han practicado la censura to-
tal, hasta el punto de suprimir el fenómeno litera·
rio. Los escasos textos respetados no son incluso ya
tratados como «textos literarios., sino como instru·
mentos de propaganda directamente política. Asi, la
Alemania nazi. Por otra parte, el sistema de condi·
cionamiento encuentra sin duda su ilustración más
perfecta en los Estados Unidos. donde el condicio-
namiento ideológico está tratando de vacunar sufi·
cientemente a la mayor parte de la población para
que los «textos» considerados como subversivos
puedan circular sin extender la epidemia. De ahí el
ingenuo embelesamiento de los liberales ante la «Ii·
bertad. de prensa y de edición de los Estados Unir
dos de América. De hecho. de lo que siempre se tra·
ta es de una dosificación de dos sistemas: aquí baso
ta, sin entrar en el detalle de las modalidades de
ataque y defensa puestas en práctica por las clases
en el poder, constatar que tanto cuidado señala un
peligro serio.

(9) I~ como actualmente. y en otros ~lanos. la bur·


guesfa ejecuta concurrentemente la (pretendIda) participa·
ción y la represión.

40
Así, pues, se ha visto hasta qué punto las clases
dominantes, y en particular la burguesía capitalista,
que se ve constreñida por sus propias contradiccio-
nes, tienen carta blanca sobre el material (lcnguaje,
símbolos, representaciones imaginarias), el espacio
y los instrumentos del fenómeno literario.
Aquí se intenta, pues, discernir y verificar, si es
posible, la teoría del funcionamiento subversivo del
fenómeno literario según el tipo dc sociedad de que
se trate.

3. Un proceso social complejo

Lo que aquí importa sobre toeJo es tomar el fe·


nómeno literario en su conjunto. en tanto que pro-
ceso social complejo -despla7.ado. pero esencial-
y no de reducirlo, incluso positivamente o por ra·
zones de método, a los .textos ... Dicho de otro modo,
si se acepta el análisis que precede, es falso plantear
el problema en ~tos términos: «se trata de discer-
nir e~' los textos lo que en ellos es irreductible a la
ideología dominante». Es, pues, igualmente erróneo
investigar prioritariamente un «microsistema. que
se diferencie del sistema de la lengua, una «estruc-
tura profunda» que, habida cuenta de la especifici-
dad del funcionamiento literario del lenguaje, esca·
paría a la influencia de 13 ideología dominante, y
que, según algunos. hasta sería clave del poder sub-
versivo de la .literatura». Por otra parte, se ve que
la divinidad recientemente conC'edida al Autor/Crea-
dor no es, en esta óptica, sino desplazada hacia el
texto divino. Hace falta, pues, para escapar a la
trampa del lenguaje, hacer saltar en dos la noción
de texto:

1) Por una parte, los textos como resultado de


un proceso social complejo.

41
2) Por otra, los textos corno punto de partida
de diferentes tipos de utilización. sin que ni
en el primero ni en el segundo caso el tér-
mino -texto» recubra el mismo objeto de es-
tudio.

El estudio de las condiciones de emergencia, así


como el de los tipos de utilización de los textos,
hay que hacerlo históricamente y en su relación con
las condiciones de ejercicio de la ideología domi-
nante. Así, en el papel de la Escuela, que es deter-
minante para el fenómeno literario, hay que estudiar
precisamente la estructura y el funcionamiento a
medida que se desarrolla el capitalismo.
En Francia, sobre la base de la enseñanza reci-
bida en el segundo y tercer ciclo escolares, se es-
criben los textos que son diversamente utilizados
en la enseñanza primaria. secundaria y superior. En
cuanto a los -textos» que sOn anteriores o extraños
a Ja dominación de la burguesía, su tipo de utiliza-
ción, su admisión en el «corpus-. obedecen a las
mismas leyes: sus condiciones de emergencia deben
ser estudiadas en relación con la estructura eco-
nómico-social de la sociedad y de la época en la que
han aparecido.
Importa, pues, distinguir:
1) Las relaciones que establecen los textos, co-
mo productos culturales, con la ideología do-
minante y los elementos que remiten objeti-
vamente a una ideología antagonista.
2) Las relaciones que establecen los tipos de
lectura de los textos (sus condiciones de uti·
lización) con la ideología dominante y los
intereses de clase antagonista.

El problema es explicar la manera como se des-


arrolla en el fenómeno literario una lucha cuyo ori-
gen y riesgos están en otra parte, que no es, sin em·
bargo. contrapuesta a los textos (en el sentido de

42
un proceso metafórico). La relativa autonomfa del
fenómeno literario entraña un conflicto, que tiene
sus leyes, al nivel del lenguaje y de los criterios es-
téticos, y por otra parte entraña una acción de re-
tomo sobre superestructuras e infraestructura, cu-
yas modalidades hay que analizar en cada época.
Como el análisis que precede ha intentado de·
mostrar, no se trata del enfrentamiento claro y sim·
pIe de dos sistemas ideológicos organizados. el uno
dominante, el otro dominado, que, a través de las
senes de mediaciones indicadas más arriba, choca-
rían entre si en el terreno neutro y técnicamente es-
pecífico de la lengua y de la «literatura- y de los
que bastaría encontrar los hilos respectivos y con-
currentes. El fenómeno literario no debe, pues, ser
examinado como una simple categoría del conflic-
to ideológico, donde. disfra7.ados bajo una común
especificidad, volvería a encontrarse a los mismos
combatientes.
Además de la ilusión consistente en reducir los
«textos» a pretendidos equivalentes ideológicos (sus
«contenidos» >, quedando la lengua relegada a un pa-
pel de traductor mientras que ella es en realidad
el lugar y el riesgo de un conflicto que la sobrepa-
sa, hay que descartar otra, complementaria: la de
los métodos .formales» que no toman el fenómeno
literario en sus relaciones con la Historia, sino que
lo aislan en su especificidad. No se trata de negar
la aportación de los formalistas rusos, sino de situar
sus investigaciones y de ajustarlas a un objeto di·
ferente. Continuar apoyándose en los fines de los
formalistas rusos más que en los resultados de sus
análisis que permiten hacer progresar la problemá-
tica de una ciencia del fenómeno literario, es inmo-
vili7.ar su aportación misma. Así, cuando V. Chklovs-
ki (10) escribe: .lIamaremos objeto estético, en el
sentido propio de la palabra. a los objetos creados
con la ayuda de los procedimientos particulares.

(10) En Théorie de la littérature. Seuil 1965, pág. 78.

43
cuyo fin es asegurar una percepción estética para es-
tos objetos., o cuando Eikhenbaum (11) afirma:
«Habría que mostrar que la sensación de la forma
surge como resultado de ciertos procedimientos aro
tísticos destinados a hacérnosla sentir., no se pue·
de ignorar que estas declaraciones escamotean el
problema centra!: ¿«percepción. por quién?, ¿quién
es el nosotros que «siente.? Sin hablar de los coro-
larios de esta perspectiva (la noción de creación, la
de intencionaltdad), el no hacer intervenir este ele·
mento esencial del funcionamiento del fenómeno Ii·
terario es, quiérase o no, apoyarse sobre una «natu-
raleza humana. que, a través de las diferencias de
lugares, de tiempos, de clase, respondería en este
dominio a una constante.
Ni el texto-transparencia ni e] texto-opacidad
bastan para rendir cuenta -respuestas opuestas a
una misma cuestión, sin embargo, conservada- del
funcionamiento del fenómeno literario.
Propondré dos conceptos para tratar de expli.
car la lucha específica, en efecto, pero no autóno-
ma, que se entabla en el (yen medio del) fenóme-
no literario, evitando las teorías que han llevado
a reducirla a un reflejo o a transformarla en una
historia autónoma de las formas.

4. Distorsiones

En una sociedad dada, la ideologfa dominante


se presenta como un sistema donde c todo tiene su
lugar., y que puede rendir cuenta de todo. y cuya
legislación impone a través de múltiples mediacio-
nes, tanto las normas estéticas como las de ]a mo-
ral. Los elementos que remiten objetivamente a
ideologías antagonistas y que son, pues, irreducti·
bIes a la ideología dominante. no pueden manifes-

(J 1) Op. cit., pá¡. 44.

44
tarse positivamente, sino sólo por la distorsión de
las normas en vigor. No por una estética constitui·
da --que supondría el triunfo de la clase antago-
nista- ni tampoco, por definición, por otras
normas.
El término «distorsiones_ designa las de/orma-
ciones o contravelzciones a las 1I0rmas estéticas en
vigor en una época dada (las del «buen francés-
como las de la retórica o las de los géneros litera·
rios). No todas las innovaciones o .hallazgos» es-
tilísticos, sino las que contravienen a las normas
(las primeras son atribuidas, como luego se verá
a propósito del efecto estético, al «talento_; las
segundas, cuando no son censuradas, al «genio»).
Habida cuenta de lo que precede, estas distor·
siones son la manifestación (mediatizada) de los
deseos y aspiraciones de las clases dominadas. Es
su apariencia de innovaciones en «la forma» o en
«la técnica» de un género, por ejemplo, lo que le
da un falso aire de especificidad irreductible o in·
cluso de autonomía (12). Esto es lo que haee po·
sible su aparición misma. En la medida en que es·
ias innovaciones remiten a datos sociocconómicos
cuya relación con eHas es informulada o incluso in·
formulable por los dctentadores del «lenguaje» y
de la .literatura- en una época dada, es por lo
que escapan a la censura ideológica tanto al nivel
de la escritura como al de la edición. Lo que es, en
efecto, «específico- es el tipo de mediaciones que
preside los desplazamielllos, las formaciones de
compromiso que las dejan aparecer (tengo que pre·
cisar que no me pongo aquí al nivel del escritor
o del sujeto escritor, sino al del conjunto del fe.
nómeno literario). Es por lo que en la época su
aparición, o bien son imperceptibles como tales, o
bien «pasan» como innovaciones estilísticas o etéc·

(12) Hay que anticipar a lo Que sigue: el hecho de ~uc


apar<..'Zcan asf (formales) resulta de la ideología extcndlda
sobre «la literatura- como dominio irreductible que remita
al Mis:erio y a lo Bello.

45
okas., Jo qUé I~s permite ser consideradas a la
vez como «interesantes» y relativamente poco pe-
ligrosas, puesto que se les puede tener en cuenta
la originalidad individual del autor -cuando no se
las ha podido censurar- gracias a una ideología
de la literatura que rige su uso (este punto será
desarrollado más abajo).
Pondré inmediatamente dos ejemplos a modo
de ilustración.
Cuando pronunciaba un discurso bien pensante
en la Cámara de Diputados en 1849, Víctor Hugo
se vio obligado, después de muchas tentati\ras para
explicar que la miseria podía ser destruida, a res·
ponder a las acusaciones de los dipulados de la
derecha: .la miseria no es un sufrimiento, la mi·
seria no es la pobreza misma (ruidos); la miseria
es una cosa sin nombre».
En efecto, las palabras de la «lengua francesa»
disponibles en aquella época para designar este
hecho eran palabras que, de entrad~. lo clasifica·
ban en una óptica determinada, la de la ideología
dominante: pobreza y miseria (<< lo que convierte
a nuestra (sic) suerte en digna de piedad», Diccicr
nario Robert) no son más que categorías de la des-
gracia (<<situación, condición penosa, tl"iste, dolo-
rosa, en la que el hombre (sic) ve a m~nudo la ac-
ción de un destino adverso, de una suerte riguro-
sa. (ibid.).
El término «explotación» existía también, pero
¿estaba en «francés»? Si nos remitimos de nuevo
al Diccionario Robert, no apárecerá allí más que al
final del artículo como uno de los usos de la rúo
brica: «en mal sentido. Acción de abusar de al.
guien en provecho propio... explotación de inocen·
tes por un estafador.... y en todo caso sin una sola
cita de ningún escrito marxista ( ¡edición de 1960!).
O sea. la única palabra que designa el hecho en
cuestión por medio de un concepto claro que per-
mite analizar y .destruir la miseria» no tenfa de·

46
recho de ciudadanía en la lengua francesa, es de-
cir, la que se habla en la Cámara de Diputados.
Así, decir cla miseria es una cosa sin nombre»
es una contravención patente de las normas del
lenguaje. La frase es propiamente absurda, puesto
que viene a decir: cLa cosa designada por un nomo
bre no tiene nombre». Decir que se trata de un
«sorprendente efecto de estilo» o ver en la frase
cel lado punzante de una generosidad impotente»,
etcétera, sería reducir esta contravención de las
normas a un hallazgo formal o a la individualidad
del Hombre-Hugo. Dc lo que aquí se trata más
exactamente es de una distorsión formal, pues pone
en entredicho el funcionamiento de «la lengua.. Sin
embargo, he elegido intencionadamente un ejemplo
simple donde la implicación socioeconómica es ela·
ra. está objetivamente ligada a los intereses del
proletariado explotado. Pone de manifiesto, muy
parcialmente, a su nivel, la incapacidad interesada
de la «lengua francesa» para denominar un hecho
que la clase dirigente tiene intcrés en ocultar, cs
decir, la función ideológica del bucn francés. Por
esto, si la censura (y aquí la autocensura del ora·
dor) no ha podido suprimirla. no puede por me-
nos de ser tachada en el sistema ideológico domi.
nante de:

- ridícula: es absurda (cL las «risas irónicas


en muchos bancos» que registra el acta de
la sesión);
- poesía: en otro contexto. un poema, por
ejemplo, un «absurdo» de este género se co-
loca en la cuenta de la «visión» del poeta,
como, por ejemplo, -el sol negro de la me·
lancolía».

Para insistir sobre el hecho de que las distor·


siones no están propiamente hablando en el texto,
sino en sus contravenciones, citaré más brevemen·

47
le el poema de Apollinaire «Les Femmes», que ha
sido entendido como una audacia poética, una in-
novación formal: todos los diálogos (las partes en
itálica) no están en ruptura con las normas más
que en la medida en que figuran en una colección
de poemas, con un título, una paginación (estro-
fas y tipografía), rimas y el emparejamiento con
«verdaderos versos» como «el ruiseñor ciego tra-
tó de cantar•. No es tal palabra, tal metáfora. la
que «innova., sino el hecho de transportar a _la
poesía» fragmentos de diálogo «realista.. que pa-
sarían desapercibidos en una novela. Contraven·
ción ésta del género más simple y de la que se en·
cuentran abundantes ejemplos (13).
De hecho, cuando se trata de «textos literarios.,
nos encontramos frente a distorsiones infinitamen-
le más complejas. que reaccionan unas contra otras,
sin medida en común con los dos sencillos ejem.
plos aislados que acabo de poner con el único fin
de precisar lo que entiendo por distorsión.
Está claro que no se podrá comenzar a estu-
diar las distorsiones de una forma seria mientras
no se hayan realizado investigaciones sistemáticas
sobre las normas a las que contravienen en su re-
lación funcional con la ideologia de la «lengua fran·
cesa ll , la manera como es enseñada (modos de
aprendizaje de la oral y de la escrita) en los dis-
tintos ciclos escolares, en nuestra época. Por ejem-
plo, es fácil comprender la función ideológica de
un ejercicio escolar tan «evidente. como: «Poned
la frase siguiente en imperfectoll o «en pasivall o
«en tercera persona del singular». La formulación
misma implica que la «esenciall de la frase (= su
contenido) permanece idéntica anle la variación

(13) Envío a todos los estudios .críticos.. ~ue se las in-


genian para adscribir tal o tal .obra. a los dIversos géne-
ros para reducirlas. Ejemplo: Ma~ron Ú!scalll: ¿es una .his-
toria. o una "novela.?, así como la última página de la
Explicación de El Extran.jero, por Sartre (Siwatiotrs, 1): "y
cómo clasificar esta obra... No nos atrevemos a llamarla
relato., etc.

48
de los tiempos, voz o personas. Pero es el conjun.
to del sistema desde el aprendizaje de la lectura
(en el sentido de «desciframiento.. de la escritura)
el que debe ser analizado sistemáticamente en sus
funciones culturales complejas de constitución de
las normas.
y esto vale igualmente para el estudio de las
figuras retóricas desde este punto de vista, para el
de las nociones de «géneros literarios.., etc.
En fin, hay que analizar las condiciones que
determinan en cada época la constitución del con·
junto de los «textos.. reconocidos como «litera·
rios .., de los «corpus. literarios.
Pero no es este el lugar de establecer el enor·
me programa de las investigaciones indispensables
-y previas- que no han sido emprendidas más
que parci.almente. Sólo trato de señalar que, desde
luego, debemos primeramente buscarnos los ins-
trumentos sin los que todo análisis de las distor·
siones no se fundaría sino en bases intuitivas y
subjetivas (= sin esto se caerá en un discurso ideo-
lógico).
No hay que confundir «Distorsión. con «Trans-
gresión... El último término creo que encubre lo
que ahora me propongo estudiar: los funciona.
mientos y disfunciotlamienros. • Transgresión» pa·
rece implicar la idea de una eficacia del texto por
sí mismo. No podemos contentarnos con analizar
«en los textos.. las virtualidades sin tener en cuen·
ta el impacto efectivo que han tenido o que no han
tenido, según el tratamiento de que han sido ob-
jeto y que depende de una serie de instituciones
creadas por la clase dominante, y en primer lugar
la escuela. Así, tal «distorsión.. analil.able ahora y
a partir de un sistema conceptual dado, puede no
haber funcionado en absoluto en su modo de uti·
lización escolar o universitaria. Por el contrario,
puede haber sido percibida/utilil.ada (según las
modalidades que quedan por definir y de las que
hablaré después) por las clases explotadas, bien sea

49
en d movimiento de su aparición, bien más tarde.
Es con esta condición, y sólo con esta condición,
como puede convertirse en transgresión, es decir,
no un simple testimonio salido de un conflicto de
clases, sino un elemento de lucha. Aquí, una vez
más, es el conjunto del funcionamiento del fenó'
meno literario el que debe ser considerado. De ahí
el límite forzado de todo formalismo. Las distor-
siones no pueden ser analizadas de modo absolu-
to o solamente por su relación con los códigos y
normas que «transgreden», sino que deben ser ana·
lizadas por su relación con su conjunción efecti-
va (en una época dada y en una sociedad dada)
con los elementos que provienen objetivamente de
los intereses de las clases dominadas; por su re·
lación con el tipo de eficacia que han tenido, ti~nen
o pueden tener, según el modo de utilización de
que se las haga objeto.

Funcionamientos y disfunciones

Conforme al objeto definido más arriba (el fun·


cionamiento del fenómeno literario y las leyes que
rigen las mediaciones entre conflictos de clases y
el efecto estético) no se pueden analizar las diver-
sas «lecturas» o tCcríticas» como simples variantes
metodológicas y formales.
Toda lectura, toda crítica (comprendidas las
que toman la forma de puesta en escena o puesta
en pantal1a), todo comentario de un texto, hay que
abordarlos como si fueran (en último análisis y a
través de mediaciones) un tipo de utilización del
texto y, de manera más general, de la .literatura».
Por relación con las mediaciones que rigen la es·
critura y la difusión de «textos», las que presiden
su utilización, pueden ser simétricas o complemen·

~o
tarias, pero son probablemente (ello hay que cstu·
diarIo) fundamentalmente las mismas para un sis·
tema social y una época dados.
Habrá que distinguir, pues:
1) El .funcimzamiento conforme-, es decir, to·
dos los tipos de lectura o de utilización (en par·
ticular escolar) que provienen de la explotación
de los textos en provecho de la clase dominante.
Pero hay que recordar a continuación, una vez
más, que es el conjunto del funcionamiento del fe·
nómeno literario el que hay que considerar. Asi, no
podemos apreciar las relaciones que se establecen
entre tal o tal «explicación. o .Iectura. de un tex-
to particular COn la lucha ideológica y, más allá,
con la lucha de clases. Por esto es necesario haber
estudiado sistemáticamente la función ideológica
precisa que ocupa la enseñanza del .francés. en tal
época, con respecto a tal público. y ello exige en
primer lugar que se cstablc7.ca la relación entre la
estructura escolar y cultural de Francia y los ti·
pos de .Iectura-comentario<rítica- practicados en
cada ciclo de la enseñanza. y al mismo tiempo en
relación con los objetivos precisos de la clase do-
minante -comprendiendo sus variantes superficia-
les y coyunturales (14).
Por lo mismo. el estudio no deberla ser em·
prendido desde los únicos presupuestos de qUe par·
te talo cual .lectura. (aunque éstos deban cierta-
mente anali7.arse), sino que debe conducirnos al
conjunto de su funcionamiento.
Un análisis dialéctico debe negarse a dejarse
encerrar en la alternativa cuidadosamente impues-
ta en nuestros días:

(14) Tal .lectura., perFectamente adaptada a la función


v a) público de la Universidad. podría ser subversiva si se
h¡ciese en la escuela primaria. ~s de un Funcionamiento y
no de una .esencia- de )0 que se trata.

51
- o bien: «Cientificidad .. serena que estudie
especificidad de la escritura según una al
tecnicidad;
- o bien: un simplismo reductor que manip
le las «obras.. como cosas inertes en pro'J
cho de las clases explotadas y en despreo
del «misterio de la belleza•.

El espectro del realismo socialista es excesiv


mente utilizado para cubrir de burla toda tenta
va que trate de poner al día el lazo de unión ent
el «desinterés.. de la Estética y los intereses de
clase dominante.
Afirmo, pues, que si se acepta lo que hasta aq
se ha dicho, la I~nica gestión científica posible ca
siste en tener en cuenta a la vez la relativa espe
ficidad del fenómeno literario (= no tratar «la li1
ratura_ como si fuera Derecho, error del realisJ
socialista. Pero, hay que decirlo, error sin duda
cesarío, pues era quizá entonces la única mane
de luchar contra las teorías idealistas y, sobre t()(j
porque llevaba al tratamiento dialéctico. cr.
artículos de Claude Prévost sobre «Lenin y TQ
toh. en La nouvelle critique de marzo de 1971)
la función que ocupa efectivamente la .literatuI
en un país dado en una época dada: en Francia,
el aprendizaje de la «lengua» en los diferentes
elos de la enseñanza con sus papeles específicos
gados, no tanto a la «edad» como a los «público
a quienes «se trata» de manera adecuada a su
turo lugar en la sociedad.
De modo que no se explicará jamás el funcio
miento del fenómeno literario,. contentándose
analizar la diferencia entre la lección de vocabula
o de gramática practicada sobre los «dictados- er
escuela primaria y de la «lectura» estructural o r
coanalítica enseñada en la Universidad. Por ejt'
plo. hay una relación estrecha, una exacta comi
mentariedad, entre:

52
l. La utilización dictada de un _texto- de
Ch. Vildrac (15) tomado de Bridinette:
-toda la familia, por la noche, se encontraba
reunida en tomo a la gran mesa. La abuela
hada punto, mamá cosía alguna pieza de len.
cería, papá leía su periódico...• con el ejerci.
cio apropiado: «Reemplaza los puntos con
las palabras enhebra, lienzo, familia, fami.
liar, reunión: "Qué agradable es la noche
en La velada nos ... alrededor de la me-
sa , etc.•
2. El estudio de los -tipos humanos» de la Co-
media Humana con cuestiones de apoyo en el
Lagarde et Michard (es un ejemplo entre mil).
3. La «explicación de El extranjero» que da Sar·
tre en Situations 1. etc.

Estos tres ejemplos de .. lectura. reemplazan,


dada la estructura escolar universitaria de la Fran·
cia actual, las funciones, más que paralelas comple.
mentarias, adaptadas al público específico a quien
se dirigen. Cada una de ellas implica las restantes.
de modo que su funcionamiento constituye orgáni·
camente un apoyo bastante coherente a la idcologia
de la clase dominante. Este aspecto fundamental del
funcionamiento de la -literatura» no puede, ni si·
quiera provisionalmente, dejarse a un lado: ello re·
velaría un simplismo tan grande al menos como el
del realismo socialista, aunque mcnos «visiblc», por·
que sirve a la cIase dominante.

2) Los «disftmcionamie"tos» (voluntariamente


escribo esta palabra con i y no con y para subrayar
que no se trata de una dificultad de funcionamien·
to, sino de un funcionamiento diferente, incluso
aunque este último pueda tener, como generalmen.

OS) Mi nuevo vocabulario, e. E. primer año. A. e.. pá.


gínas 24-25.

53
te tiene, por índice un «dysfuncionamiento» (*). Se
podría decir también «dislectura», pero este tér-
mino me parece que da una idea quizá demasiado
estrecha si se toma lectura en su sentido .corrien-
te. (ef. Diccionario Robert = «acción de leer,
tener conocimiento del contenido de un escrito») o
quizá demasiado vaga, si se toma, como la moda in·
vita, .lectura» en el sentido de «interpretación» con
la idea implícita acarreada por las nociones de .lec·
turas plurales. o «múltiples., que los textos son
objetos inertes, o en todo caso neutros, a los que los
tratamientos que indiferentemente Se les puede apli.
car confieren sentido, valor o estatuto (16).
Llamo, pues, disfuncionamiento a toda utiliza-
ción de los textos que (habida cuenta, como ya se
ha dicho, del conjunto de las condiciones que ri·
gen en una época dada en un país dado. el funcio-
namiento del fenómeno liteI'ario) está ob jetiva-
mente conforme con los intereses de las clases ex-
plotadas (insisto, objetivamente. pues con la inten-
ción no basta. de ahí el límite del realismo socia·
lista).
Sin embargo, no se está aquí en el dominio de
la pura relatividad, ni, como se acaba de ver, no
es la cuestión el tratar los textos como objetos in-
diferentes de los que lo único que variaría serían
los diferentes tratamientos de los que se les hace
objeto.
Creo que todo lo que hemos visto hasta aquí lo
demuestra de sobra.
Siendo las distorsiones, como se ha visto, la
emergencia «mediatizada., «diferida» o «desplaza-
da», como se quiera, de los conflictos de cIases, su

(*) La autora diferencia entre disfonctionnement/dys-


fonctionnement. [N. de los T.)
(16) La alternativa: un contenido o una infinidad de
contenidos posibles me parece falsa y remite aún a ese
modo de análisis dicotómico heredado del cristianismo del
que nos cuesta tanto trabajo dcsembara7.amos y que tan
bien sirve para no decir nada.

54
funcionamiento conforme consiste siempre en en·
mascarar o -recuperar. dichos conflictos.
Así, pues, como se verá más abajo, son precisa-
mente estas distorsiones las que entrañan la erec·
ción de los escritos en dextos•. Son, pues, parte
integrante y constitutiva de lo que se ha llamado
«literalidad. (17). El funcionamiento conforme con-
siste, pues, necesariamente, en ocultar aquello mis-
mo que funda la -Uteralidad- de las «obras maes-
tras. y, de una manera general, de los «textos.; y
esto a pesar de la extraordinaria pirueta actual·
mente desplegada para ocultar el hecho fundamen-
tal con los espejismos de la cientificidad o de la
tecnicidad.
Por el contrario, los .. disfuncionamientos- (sien-
do la utilización de los «textos...dados. por el
«corpus. literario reconocido en una época dada
en un sentido conforme a los intereses de las cla-
ses explotadoras) consisten, teóricamente, en uti-
lizar de manera sistemática las distorsiones. Insis.
to en «teóricamente_ porque la ideología dominan-
te, «dominante- por definición, enreda la claridad
de este esquema. Sin embargo, -dominante» no
equivale a «todopoderosa», .\' á pesar de la confu-
sión en la que actualmente nos encontramos, la
tendencia existe. Mientras que los intereses de la
clase dominante ticnden a enmascarar lo que en
los textos funda de hecho lo que se ha llamado su

(17) Debu. para responder l:n principio a una ubjeción.


precisar un punto: en una ~ociedad sin clases está claro
qu~ no podrá haber distorsiones que remitan a conflictos
de clases. ¿Quiere esto decir que no habrá .literatura.? Al
contrarlo. se podría decir que habrá al fin literatura. Las
contravenciones de las normas remitirán entonces al des-
acuerdo entre ellas '1 el progreso del conocimicnto. El len-
guaje, habiendo dejado de scr instrumento de opresión.
tcndrá siempre. sin embargo, que ser puesto en cuestión, al
tiempo que será instrumento y lugar de investigación per-
petua. Pero no es éste el lugar para desarrollar este punto.
Digamos simplemente que esta función de la -literatura.
cs. en la sociedad en la que vivimos, constantemente obli·
terada por la utilización que de ella hace la clase dominante
y gue no puede desarrollarse, por tanto, en toda su -espe·
ciflcidad•.

55
.literalidad.. afirmando por otra parte la irreduc-
tibilidad de este carácter «misterioso», los intere-
ses de la clase explotada se encaminan a desenre-
dar (a través del laberinto de las mediaciones y la
presión de la ideología sobre la • literatura») las
distorsiones que SOn a la vez constitutivas de .10
literario» y subversivas.
No se trata, pues, de proponer una lectura en-
tre otras (Cf. lecturas plurales) ni incluso una lec-
tura inversa. Se debe constatar el lazo necesario
que en nuestra sociedad une distorsiones y disfun-
cionamientos: en efecto, si es posible constatar las
contravenciones a los códigos que remiten, no a
los intereses de las clases explotadas y en alza, sino
a los de las clases antiguamente dominantes y ven·
cidas, estas -contravenciones» nostálgicas casi no
son distorsiones: prolongamientos encasillados en
códigos anteriores que hacen referencia a .10 co-
nocido»: así, la anacrónica persistencia de la tra-
gedia raciniana cuando triunfa el drama burgués
no habria de constituir una distorsión. Por otra
parte, todos los esfuenos empicados no han con-
seguido hacer de Zaire o de Mérope obras maes-
tras (quizá tan sólo «obras» gracias a las Lettres
anglaises y a Ca ndideJ, en una perspectiva donde
la unidad del genio de un autor se plantea como
dogma.
Es decir, que el único análisis científico posi-
ble del funcionamiento del fenómeno literario no
puede hacerse más que conforme con los intereses
de la clase explotada. es decir, desde el marxismo.
Lo que quiere decir, aceptada la autonomía relati·
va del fenómeno, que los «métodos criticos» que
remiten en su conjunto a la ideología dominante
-como el estructuralismo-- pueden producir ele-
mentos de análisis utilizables y parcialmente jus-
tos, siempre que se les ponga en su lugar, en un
análisis marxista. Más arriba se ha visto el caso
análogo del formalismo y hay también otros. Tam.
poco se trata de oponer a todas las investigaciones

S6
llamadas «modernas» una dogmática con el fin de
no claudicar. Por el contrario, esto sería una acti·
tud muy poco dialéctica. Pero también hay que
1!uardarsc de ceder a los prestigios de los espeiis-
~os pseudocientíficos.
Los «textos literarios .. desempeñan el papel de
soluciones ficticias a problemas desplazados (en el
sentido que Freud da a este término) y su utiliza-
ción consiste en una puesta a punto o en una dis-
cusión a través de la ideología que rige su escri·
tura, su difusión. su erección en textos... La pri.
mera (la puesta a punto) consiste en enm3.iCarar
y reducir sus distorsiones, sosteniendo en otra par-
te y en abstracto la irreductibilidad de la .litera-
tura»; la segunda (la discusión) consiste en tratar
los «textos» a la vez como resultados de un proce·
so social previo y como lugares de un conflicto tras-
puesto, en definitiva, consiste en sacar a la luz y
con provecho las distorsiones que los han fundado
como textos y dan cuenta de su .literalidad- (cada
una de estas operaciones cambia según las épocas
consideradas).
No se trata. pues. en ningún caso de discernir,
bajo el término de «disfuncionamiento», un nivel
o un elemento singulares (aislables) de los textos,
sino el conjunto de las contravenciones de los có·
digos admitidos que, una vez analizadas como emer-
gencia mediatizada de conflictos de clases, dan
cuenta de lo que mina o contradice el funciona-
miento conforme, es decir. en nuestra sociedad, ]a
forma que toma la .literalidad.. de los textos. Por
definición, los «disfuncionamientos .. están, pues, li·
gados al .funcionamiento conforme» y se manifies-
tan - 8 condición de que se quiera ver- por los
disfuncionamicntos (con «y. en francés). Corres·
ponden necesariamente, en el plano de ]a .Iectu-
ra .., a lo que he llamado .distorsiones. en el plano
de la «escritura. y en el de la disfunción.
Es, por tanto, fácil de comprender que -lectu·
ras» y .dislccturas., .funcionamientos conformes.

57
y .disfuncionamientoslt no hay que investigarlos
únicamente en los textos ni considerarlos inmóvi·
les, sino dependientes de las condiciones de la lu-
cha ideológica en la época dada, y del modo de do-
minación de la ideología dominante, es decir, de·
pendientes de una relación histórica entre las con-
diciones de emergencia de los textos y sus condi-
ciones de recepción. De ahí la necesidad de analizar
estas últimas.

58
V. Códigos y modos de escritura/lectura

Si aceptamos, pues, no englr «el. o .:los tex·


tos. como punto de partida, en elemento primero
del análisis; si reconocemos los textos como una
etapa de un fenómeno social complejo; si admiti·
mos que el «texto» resulta ya de un condiciona·
miento a nivel de la lengua, de una transformación
social y de una selección social de los escritos, que
es el producto, no sólo de la escritura, ni del tra·
bajo del escritor (18), sino de un proceso comple-
jo; si aceptamos, por otra parte, que los textos «no
existen» como tales, sino que funcionan como tex·
tos (esta vez hay que considerarlos como uno de
los elementos que, con 01 tos, constituyen lo que
se llama lecturas), entonces, lo mismo que se ha·
brá podido desechar la falsa cuestión del «texto-
expresión», se podrá también descchar la no me-
nos falsa cuestión de «la lectura».
Plantear la cuestión de «la lectura» es reducir
de antemano todas las diferencias que se le pue·
dan encontrar a variantes de un fenómeno plan.
teado como determinante.
Plantear «escritura», en vez de «lectura», es de
antemano inferir que las diversas escrituras son
variantes de un fenómeno del que se haría depen·
der otro, la «lectura», con sus variantes también.
Esto es privilegiar en un análisis teórico un crite·
rio que se pretende «técnico» (sin prueba = «ello
es evidente», es la «evidencia» misma) por relación
con otros criterios, convertidos de golpe en varian·
tes, con un papel secundario.

(18) Lo que nO quiere decir que desde el punto de vista


del objeto de otras ciencias (economía, psicoanálisis, lin·
giUstlca), los textos o tales textos no puedan muy legítima-
mente ser considerados en este sentido.

S9
Así c~mo «la escritura» no es transparencia de
«un pensamiento., la .lectura. tampoco es ni in-
terpretación de este pensamiento ni percepdón de
algo «dado» (el texto) por «el ingenio•.
y esto, aunque, creyendo por ello conectar este
lenómeno con la infraestructura. se llame «lectu-
ra_ de consumo. frente. al «texto» producto. Este
razonamiento analógico no resuelve nada y enreda
la cuestión: por una parte, ratifica la reducción del
campo literario practicada por la clase dominante
que acepta. sin criticarla. la herencia de los «tex-
tos.; por otra, parece introducir los fcnómenos eco-
nómicos y socialcs mientras que en realidad no lo
hace -pcligrosamente- más que por analogía. a
fin de cuentas.
En fin, rctoma un binomio ideológico: produc-
ción/consumo. que oculta el de explotadores/ex-
plotados o el de productores/aprovechadores.
De hecho, en este caso se desecha el análisis
marxista, aunque invocándolo, de una forma para·
lela a la que empleaba Sartre en sus artículos so-
bre Flaubert en Le.t; temps modemes: el problema
de la lucha de clases y de la situación de clase del
autor surge a nivel del individuo-escritor y no al
del funcionamiento de los textos en una sociedad
dada. La escritura/la lectura -el autor/el lector-
el productor del texto/el consumidor del texto son
variantes del mismo binomio ideológico.
Pero, se dirá, habla ya casi de «la lectura. (si
se continúa invocando «la escritura») y se pone más
bien el acento en la multiplicidad o la pluralidad
de las lecturas.
A continuación decimos que incluso bajo esta
forma es preservada la oposición cscritura(s)/lec-
tura(s). La primera puesta en entredicho de .la Icc-
tura» se ha hecho bajo la forma de la infinita mul·
tiplicidad de las lecturas: como toda discusión, te-
nía ciertamente un aspecto positivo. el de subra-
yar la importancia de la transformación de los tex·
tos, pero esta noción remitiría a los individuos y
a un relativismo vago, como si todo depepdicra de
los lectores·individuos con todos los parámetros
que ello supone,
Una variante más reciente del mismo «despla-
zamiento. es la noción de «lecturas plurales»:
aquellas que se ha creído oportuno diferenciar, no
ya a nivel individual, sino. a nivel del método em-
pleado. Por relación con la precedente tiene una
clara ventaja:

- por una parte, ha desmitificado la «eviden-


cia» de la lectul'a, subrayando con ello la ac-
tividad de transformación y el aspecto «cons-
truido» a partir de presupuestos;
- por otra parte, pone de relieve el hecho de
que las diferencias no hay que remitirlas a
los misterios individuales, sino a un conjun.
to escogido de cuestiones, que deben ser plan.
teadas, determinado desde fuera del tc..xto.

Así, hablar de una lectura «psicoanalitica» es


admitir que se van a utilizar los textos para res-
ponder a cuestiones determinadas fuera de ellos
por el psicoanálisis.
Sin embargo, la noción de lecturas plurales po-
ne el funcionamiento histórico y social del fenó-
meno literario entre paréntesis, y al menos no lo
considera como determinante, Así, hablar de una
lectura socio-crítica es aceptar implícitamente una
entre otras y negarse a ver que en última instan-
cia los diferentes «métodos» de lectura remiten a
conflictos de clases, Forma vanguardista de la transo
ferencia a nivel de la tecnicidad del problema de
la lucha de clases, esta noción de lecturas plura.
les me parece oportuno rechazarla como no perti-
nente para plantear el problema del funcionamien.
to del fenómeno literario (19).

(19) Esto no quiere decir que se hayan de rechazar los


diversos trabajos realizados con esta óptica. con tal de que
se reconsideren sus resultados.

61
Tendremos, pues, que estudiar los diversos ti-
pos de lectura en su funcionamiento histórico y
social, no como variantes «técnicas., sino como par-
te integrante del funcionamiento mismo del hecho
literario dentro de sociedades dadas en épocas da·
das. En tal sentido, ninguna lectura puede parecer-
nos .errónea. o .sin sentido. o .no válida.: es ob-
jeto de estudio en tanto que medio de utilización
de los textos. Las diversas lecturas nos aparecen,
pues, situadas en el dominio definido más arriba;
el analizarlas forma parte del objeto definido. En
ningún caso talo cual lectura puede servirnos como
instrumento neutro de análisis. Tampoco es una
«nueva lectura. de los textos lo que propondré.
Aunque el -texto. no es un punto de partida
(pues no hay texto sin todo el proceso social que,
en una época dada, ha condicionado la emergen-
cia que ha transformado ciertos escritos en textos)
no hay textos sin lectura: el conjunto de este fe·
nómeno es el que, en última instancia, remite a la
infraestructura y puede tener a su vez influencia
sobre ella. No se debe inmovilizar el o los textos
para intentar extraer sus relaciones con la infra·
estructura, puesto que esto es ya aislarlos de su
funcionamiento efectivo, sin el que no existen corno
textos. Recíprocamente, no habría que analizar las
lecturas como si se ejercieran sobre un objeto (el
texto tomado como algo .dado.), sino más bien
como si contribuyeran a fabricar los objetos socia·
les que son tales textos (¿escritos, escogidos, cuándo,
cómo?... leidos (¿por quién, cuándo?... ).
El primer punto a examinar es el funcionamien-
to de la lengua en su relación con el funcionamien·
to de la ideología dominante (en el sentido defini-
do más arriba), «escritura. y .lectura. que se ha·
cen en y por la lengua.
No tomaré aquí por objeto más que la Francia
capitalista salida de la Revolución burguesa de 1789.
La .Iengua francesa. es presentada como un bien
común a todos. como un instrumento fabricado

67
por el Hombre para reproducir su pensamiento. Es
por 10 que ella tiene su historia propia (20), la del
afinamiento progresivo de un instrumento que se
enriquece con el paso del tiempo y que acaba ~ien·
do transparente al «pensamiento. y a la «realidad.
(curiosamente intercambiables. como en los ma·
nuales la obra de Balzac es «la expresión de su
pensamiento» o de su -visión. y al mismo tiempo
el reflejo de la «realidad•... ). Los datos históricos
y sociales no intervienen sino secundariamente. pa·
Ta rendir cuenta del enriquecimiento de la lengua
y su papel determinante es por ello eludido 'J en·
mascarado.
Esta perspectiva entraña igualmente el que la
«corrección de la lengua. (el «buen- francés) no
es más que la aplicación de reglas de expresión
útiles a todos para expresarse y comprenderse. y
como hay que rendir cuentas de las diferencias en·
tre las lenguas, se remite alegremente su causa
a la diversidad de las naciones, o sea, al -genio»
diferente de cada «pueblo•.
En resumen, si esta concepción no correspon·
de a las investigaciones actuales en lingüística. es
ella en todo caso la que es generalmente «admiti.
da» y, más o menos explícitamente, es la que está
en la base del aprendizaje escolar del francés (len.
gua y «literatura»).
Así, desde la Revolución de l789, precisamen.
te, la clase dominante, más o menos consciente·
mente, y siempre de manera muy reglamentada, ha
acaparado para su uso exclusivo no sólo la legisla·
ción estética de la que hablaré más abajo, sino la
totalidad de los medios de expresión tradiciona-
les (21) y, en primer lugar, la lengua. Acaparado
no significa solamente que la clase dominante se
haya amparado en la lengua como un instrumento
-neutro por si mism~ y del que ella se sirve.

(20) Cf. la Hísto{re de la langue franfaise. de Brunol.


(21) Cuando se crean otros medios no son -reconoci·
dos.. y SOn juzgados inferiores, .populares•...

63
En primer Jugar, es la clase dominante la que ha
forjado y extendido la noción ilusoria de una len·
gua comun, nacional: Michelet la designaba ya
bastante justamente como «el lenguaje convenido.,
deplorando que no pudiera expresar otras ideas
que las dominantes y que los poetas obreros se
vieran obligados a escribir en estilo pseudo-Lamar-
tine (ef. Le peuple, págs. 178-179, ed. Julliard, 1965).
Este pretendido medio «de expresión- (pero ¿ex-
presión de quién?) ha sido modc1ado de tal modo
en su provecho por la clase dominante que:

l. Sea apto para servirla.


2. Sea inapto para servir a la clase que ella
explota y excluya la formulación misma de
los problemas que permitirían la toma de
conciencia, la organi7.ación y la lucha.
3. La «lengua francesaJO no aparece como es
(= instrumento al servicio de una clase), si·
no como el fruto de los esfuerzos humanos,
como un instrumento transparente a la na·
turaleza humana y a la naturale7.a de las
cosas, al servicio de todos, para expresar y
comunicar. Así, la cuestión fundamental (el
pensamiento ¿de quién?, ¿al servicio de
quién?) resulta al fin imposible de plantear-
se. El ocultamiento del papel de utilidad de
la lIllengua» a la clase dominante es, pues
un aspecto esencial de su funcionamiento
de ahí el mito de la «lengua comun» sefta-
lado más arriba.

Una observaci6n se impone desde ahora: decir


que la clase dominante «ha acaparado la Jengul
para su uso., que la ha «modelado» en su prove
cho, es una afirmación parcialmente inexacta (to
dos nosotros escribimos en un lenguaje atrapado
y que hay que precisar: así, en efecto, se corre el
riesgo de hacer pensar que la clase dominante e~

64
rodopoderosa. que hace exactamente 10 que quie·
re. y esto sería un error grave. El proceso es his-
tórico y dialéctico. No es en absoluto a partir de
una tabla rasa como la clase dominante modela
la lengua. Ella se ocupa:
De una parte, de una adquisición tradicional
que no ha sido determinada y a la que se ve obli.
gada a tener en cuenta. La lengua francesa no ha
nacido al día siguiente de la Revolución. Y son ta-
les las contradicciones que la burguesía revolucio-
naria del Antiguo Régimen ha contribuido amplia-
mente a transformar la lt:ngua de manera muy mo-
lesta para la burguesía dominante. No hay más que
vel- su embarazo frente a la fórmula «libertad-igual-
dad-fraternidad- que le había servido de instru·
mento de combate cuando aún no estaba en el po-
der; no hay más que ver la terrible dificultad en
que se ha encontrado la burguesía para conciliar
«todos los hombres nacen lib,-es e iguales» y el su-
fragio censata.io que se apoya en «no es ciudada-
no más que el propietario». oposición que desman-
tela la ecuación :: los hombres son ciudadanos. Ni
es sólo el l~xico lo que está en entredicho, sino el
funcionamiento mismo de la sintaxis.
De otra parte, se ocupa de lo que le impone la
clase que explota por medio de sus luchas, como
prendidas las del plano lingüístico: ei Manifiesto
del Partido Comunista pudo ser escrito y leído en
francés en 1848. Marx pudo escribir o ser traduci·
do al francés, definiendo acertadamente con ello
uno a uno todos los conceptos operativos que «la
lengua» no comportaba. De ahí la apelación peyo·
rativa de derminología marxista». Imponer el tér-
mino «explotación», sustituyendo el de «miseria»,
que remite a un análisis moral, hace estallar Hom·
bre-en.general en cIases. lo que son victorias polí-
ticas. De ahí la constante represión lingüística a la
que se ve obligada la clase dominante: o bien ex-
cluye del «buen francés» los términos «vulgares_
como «lucha de clases». lChuelga» o oeproJetariado»

65
sustituye «problemas sociales» o «proletario» (22);
o bien responde por la peyoración sistemática (así.
«materialista» es precedido de «con doblez.), la
burla, la desviación (<<producción» se opone a ...
«consumición»), la recuperación: después de haber
sido una palabra diabólica, lCfevolución» sirve para
garantizar la política gubernamental y para vender
los detergentes (<<una revolución en el lavado...•).
Así. el modelado de la lengua por la clase do-
minante es el resultado de fuerzas antagónicas.
Además, no ha sido hecho de una vez para todas,
sino que es un esfuerzo constante. Emprendido des-
de la Revolución de 1789, se traduce en una políti-
ca concertada de la lengua (unificación de la len-
gua que llega a ser «nacional», lucha contra los dia.
lectos). La burguesía, dueña de la enseñanza (es-
tructura = primaria, secundaria, superior; progra-
mas; reclutamiento y elección ... ), de las Academias
que establecen la «corrección» d~ la lengua de la
prensa y de la televisión, ha conseguido imponer
una pretendida «lengua común» que, contrariamen-
te a la ",evidencia», no es en absoluto un medio
neutro de expresión, sino un útil al sen-ieío de sus
intereses, un instrumento de organii'.ación intere-
sado por .10 real». Desde su toma del poder, la
burguesía ha eliminado al proletariado como cla·
se, no concediéndole más que con cuentagotas y se-
lectivamente el acceso a un cierto nivel de la len·
gua (el francés de la escuela primaria), de una len·
gua ya atrapada. Doble ventaja, pues, de un lado,
esta lengua, presentada como instrumento de ex·
presión, es concebida para «expresar» una cierta
interpretación orientada de la «realidad», y ::;irvc,
pues, hip6critamente, de vehículo a las ideas domi·
nantes, y de otro porque además esta otra política
sirve para justificar el lugar inferior concedido a
la clase explotada, incapaz de «expresarse» en una

(22) Debe resaltarsc como un índice interesantc que cl


término «sociedad dc consumo. es perfectamente bienveni-
do en .textos.. de tono elevado.

66
lengua más «evolucionada», a la que se le ha ve·
dado el acceso (el manejo de la lengua que se apren-
de en los Liceos y Facultades). Distinguir el .buen
francés» del «malo», supone ya todo un aprendiza-
je orientado y reservado, mediante una selccción
que comienza antes de la escuela. a una fracción
solamente de los «franceses». Es tan cierto que
hablar de «buen francés» significa manejar confor·
me a sus normas la lengua de una clase, que en
1876 un senador de la derecha se desenmascaraba
inconscientemente respondiendo a Víctor Hugo (en·
tonces en la cima de su carrera y coronado con
todas las distinciones que la burguesía podía con·
ceder a un escritor) que él «no hablaball francés,
cuando acababa de exigir, en un «período» aparen-
temente «correcto»... , la amnistía de los Comune-
ros. Seguy, aparentemente, no hablaba sin duda
correctamente «francés» cuando se negaba a com-
prender en qué se oponía ~c1a libertad» al derecho
de huelga, como le expUcaba tan claramente M. Cey-
rae, a propósito de una célebre frase «A armas
iguales». ¡Hay que ser bueno para «dialogar» con
gente que no «comprende» el sentido de libertad!,
ni el de .diálogo», ni el de «participación», ni el
de «humano»... ni nada. El impacto ideológico es
doble: hablar bien francés -en el sentido en que
lo entienden nuestros gobernantes y sus académi·
cos- es no sólo poner en escena idcas recibidas (y
por lo tanto, dadas), sino también confirmarlas.
y no he lomado aquí ejemplos más que a nivel
del léxico, cuando es todo el funcionamiento de la
.lengua» lo que hay que examinar desde este punto
de vista. Así. el funcionamiento de los pronombres
personales en .francés» es tal que «nos» se revela
como un pronombre eminentemente político. En
la lengua cuidada, «nos» no designa más que una
serie de «yo» o el «tú y yo» del conjunto de los
hombres, pero jamás una clase. (Quizá sería inte-
resante desde este punto de vista estudiar la ho-
rrible .incorrecciÓn» popular -nos, se... » que, Ji.

67
gándose a una colectividad a la que el sujeto ha·
blante pertenece, a lo impersonal, se revelaría qui.
zá como una subversión del individualismo de que
hace gala el buen francés.)
Oc todas formas, no es ésta la ocasión para cm·
prender un análisis del funcionamiento de la len·
gua francesa. El único punto que quisiera subra·
yar y que justifica los pocos ejemplos que acabo
de evocar es que -escritura, lectura o habla-, la
lengua no es un instrumento neutro, sino uno de
los lugares donde se inviste la ideología dominante,
uno de tos lugares donde se libra la lucha de cia·
ses. Esta sería la tarea de un lingüista materialista
que consistiría precisamente en analizar este fun·
cionamiento (23).
Toda aserción sobre «el contenido» de un texto,
loda utiJi7.aci6n del reflejo, en la medida en que
ignora este nivel del impacto de la ideología do-
minante al tratar la lengua como transparencia, es,
pues, víctima de un efecto que remite a la ideolo-
gía dominante.
La primera conclusión que vamos a sacar de
estas breves precisiones, y que importa hasta el más
alto grado para el estudio del funcionamiento del
fen6meno literario, es que escribir o leer en fran·
cés implica que uno se sirva de un instrumento
que no es inocente y cuyo funcionamiento, como la
revisi6n, no depende de una decisión individual, ni
de tal escritor, ni de tal lector. Lo que no quiere
decir que no se pueda hacer nada al respecto, sino
que hay qU(~ conoc~r las condiciones del combate
para poder luchar.
Así, no depende de un individuo -aunque sea
ccscritoh- el cambiar por sí solo el e1emento·cla-
ve de las superestructuras que es «el francés •. No
es que no pueda en un sentido (que se anali1.ará
más adelante) contribuir a ello, sino que el resul-

(23) er. por cj~mplo: la tesis de J. Dubois sobre El


voc:abulario politico y social en Francia clesde 1869 a 1872
11962).

68
tado no depende de su intención. Así, cuando P. Gu·
yotat dice (Nouvelle Critique, marzo de 1971. pági-
na 65): «Trabajo en la supresión, en la reducción
a la nada de ciertas palabras, de ciertos giros, de
conjunciones. de pronombres .., cte., toca el vcrda·
dero problema: precisando «trabajo en ...•, parece
aceptar situarse en una lucha colectiva que no po·
drá desembocar en una transformación de «la len·
gua. más que tras la victoria del socialismo. pero
que puede también ayudar a ella.
Pero la cuestión que se ha planteado por los
interlocutores revela el otro aspecto del problema:
.¿Cómo hay que comprcnder la Argcli... de tu Ii·
bro? la cuestión misma pone de manifiesto hasta
qué punto. aunque sea entre marxistas. la int~n­
ción de transformación lingüística no es suficiente
para imponer su modo de empleo. Y la verdadera
cuestión es (o debería ser): .. Veste trabajo es el
d~ WUl recomposiciótt IOtal ele 1t4 lengua: poder es-
cribir u.n texto que conste de 280 páginas con las
I¡nicllS palt,brCls que yo juzgo digltlls ahora de fi-
gurar en el vocabulario materialista...., la inten·
ción es ciertamente chocante. pero apenas remite
a un análisis del funcionamiento de la lengua en
relación con la infraestructura.
Del mismo modo que una .lectura» individual
no conseguiría cambiar por sí sola los mecanis·
mos de la lectura tales como han sido ensenados.
No obstante, si este funcionamiento de la len·
gua condiciona el fenómeno literario en su con·
junto. a pesar de su carácter determinante, no es
suficiente en modo alguno el dar cuenta de ello.
Esto constituye, desde el punto de vista del análi·
sis, un primer nivel. En efecto, no se lee solamente
.francés. cuando se lee un poema, una novela o
una metáfora. Por otra parte, la actualización del
código-«Iengua. que es toda escritura, toda lectura
cen francés., )a simplc percepción de un fragmento
de «texto. como .descripción», por ejemplo. ac·
tualiza loda una serie de reglas de creprcsentaci6n»

69
infinitamente más complejas que las «leyes» de la
perspectiva que condicionan la «visión» de un cua·
dro, reglas tan rápida y «evidentemente» aprendi-
das que no se tiene conciencia de ellas como de
una adquisición. como del resultado de un apren·
dizaje. sino como de una «evidencia». Así, estas re-
gias, tácitas la mayoría de las veces, no emanan en
absoluto de «la naturaleza dc las cosas», ni tamo
poco de la del «Hombrc», ni dc «la lengua», sino
de la dominación de una clase. Claro que, como para
la lengua esa dominación está diferida, mediatiza-
da, sería simplista decir que «la metáfora. o el
sistema de los pronombres personales son instru·
mentos políticos directos en las manos de la clase
dominante. Y tanto más cuanto, como para la len·
gua. esta última no ha legislado jamás en absoluto
y sin oposición. A este nivel también se trata de
una resultante, pero aquí tampoco es neutro el ins-
trumento.
Volvamos al ejemplo evocado más arriba: «leer.
un fragmento de «texto. como una -descripción»
supone -sin que sea incluso cuestión del juicio
vuelto sobre si mismo. sino más bien del único
funcionamiento de la «lectura- que se acepte, al
menos implícitamente. que cela lengua» tiene por
función «represcntar- la realidad. Es decir, que hay
«una realidad» visible para todos y que los proce·
dimientos de la escritura o el talento del escritor
«pintan. más o menos fielmente. Reenvío a la de-
finición dcl Diccionario Robert: «Descripción. Lit.
pintura de las cosas concretas, más o menos cvo-
cadora. según los procedimientos empicados». Se
apoya en una cita de Albalat, Formación del estilo:
«Hemos definido la descripción: un cuadro que
hace visibles las cosas materiales.. Leer un texto
como una «descripción- supone también que se
acepte la mentira que representa «la lengua_ y el
conjunto de procesos retóricos como instrumentos
de representación del mundo y no como instrumen-
to de acción sobre él. Ello supone que se Ica el

70
texto como transparente a un 4Ilreferente». cuando
es el encuentro del texto y de los lectores educados
en leerlo según ciertas normas lo que provoca el
efecto de 4Il1"Calidad»: se pone desde luego un cui·
dado especial en inculcar que los procesos de es-
critura son medios fieles de expresión. ¡En efecto,
son .fieles» al efecto que han producido!
Así. el solo hecho de leer un pasaje como una
.descripción» -mecanismo, sin embargo. «automá-
tico». pues un imperfecto o un término tal de ac-
titud lo señala al principio de párrafo «el valle se
extendía...• o .fumando su pipa, cl...,.- realiza
toda una serie de ideas recibidas sobre la realidad,
el lenguaje y sus funciones, el .estilo» como medio
de expresión, el carácter universal de la percepción
(cf. «visible.... ¿a quién?), cte., que aparecen así
corroboradas, operatorias y «evidentes». Todavía
no he hecho alusión más que a .una descripción».
¡Y qué decir de una descripción en una novela que
supone, entre otras cosas, toda una serie de códi-
gos aprendidos: por ejemplo, la correspondencia
entre el «cuadro» donde se ve al héroe y la psico-
logía de éste, gracias a la cual los lcctores saben
de antemano .leer. en la usura de un tapete so-
bre el que tal personaje está apoyado o en la ra·
re1.a de su cabellera, la rapacidad de su alma, etc!
Así, pues, leer un fragmento de un texto como
una descripción es por esto mismo privarse de ver
una reconstrucción y, sobre todo. la emergencia de
un conflicto a mvel de lenguaje. Esto es tomar
un trampantojo por un cristal. De golpe, todos los
estudios de estilo son inconscientemente juegos de
prestidigitación. centrados en el «arte de expresar»,
como si lo que hubiera .de ser expresado» pudie-
ra pasar, a través de la transparencia del texto, in·
dependientemente de este «estilo- mismo. Remito
a un análisis de Valéry que revela con la mayor
simpJe7.3 este proceso. en general muy hábilmente
enmascarado (cf. Valéry, PI. l, páginas 775-776).
Pero es a todos los niveles como hay que estudiar

71
sistemáticamtmte, en su relación de funcionamien·
to histórico con la infraestructura y las superes-
tructuras, los códigos tácitos cuya confusión con·
diciona. no sólo el .iuicio. sino la simple icctura:
en efccto. cuando se lee (24) un «texto» se lee no
sólo «francés» -con todo lo que esto implica y
de lo que yo no he dado antes más que unas cuan·
tas ideas-, sino un «texto. --con todo lo que el
aprendizaje escolar ha inculcado de ideas recibi·
das y convertidas en «evidentes.. gracias a esta no-
ción (así. una «falta de gramática.. en un «texto»
es leida. bien como una • licencia poética., bien
como un .arcaísmo», bien como una errata del
editor. como una «falta.). Pero se lee también re·
tórica --con todo 10 que las reglas del arte del dis-
curso implican (25}-, se lec una novela o un poe-
ma. etc. --con todo 10 que la noción que se tiene
de cada «género» lleva consigo: una «descripción»
en una novela se lee como un indicio del «carác-
ter» de los «personajes». mientras que un poema
se Icc como la «expresión del estado de ánimo del
pocta». etc.-, se lee además un «texto de X» y se
lee, pues. a través de las ideas que se han recibido
de los diferentes genios del Panteón literario (asi.
las alusiones a los problemas de dinero se cr Icen»
en un «texto» del Abate Prévost como «los obstácu·
los que. fatalmente, se interponen al amor; sin em·
bargo, en una «novela de Balzac» se leen como «la
pintura de la sociedad.. hecha por un historiador
de costumbres), En fin. se leen todos «los textos..
como si fueran parágrafos del gran discurso sobre
el Hombre que, de Montaigne a Sartre, o de Platón
a Kafka. pasando siempre por Pascal (lugar de paso

(24) Aun habrá que precisar. para un análisis profun-


do. que representa OIse.. (OIon.. en francés). con las varian-
les de lectura esenciales que ello supunc.
(25) ef. a título de ejemplo el análisis de Guedj: OILe
,lrfonde.. eH "la; 1968 y las funciones de la simetría en los
pCliodos. Aún será preciso mostrar cómo esta simetría s....
pone loda una tradición cristiana para ser .. reconocida ..
convincente.

72
obligado de toda disertación) se mueve más altu
que toda Historia. en el cielo del genio y del co·
razón humano reunidos. Aún no he abordado más
que el condicionamiento de «lectura» aprendido rá·
pidamente t:n la escuela que es la «Iectura.para-
preparar.una-explicación.de texto» o para • hacer-
una·disertación» y de las que las «cuestiones» del
Lagard et Michard dan una buena idea: sin embar-
go forma, de modo privilegiado, la manera de leer
que el «alumno» deberá tener.
Sin entrar por el momento en detalles de aná·
lisis que son no obstante esenciales y no han sido
emprendidos todavía, se puede afirmar que el fun-
cionamiento del fenómeno literario reposa sobre
(si no es que se reduce a) la ejecución enmascara·
da, escritura tanto como lectura, de «códígos» so-
bre un «código» (la «lengua») y cuyo análisis his·
tórico y dialéctico es indispensable en el estudio
del .fenómeno literario».
Además, estos .códigos» no son instrumentos
de expresión o de transmisión neutros. sino que son
producidos y utilizados por la clase dominante. no
bajo la forma de un sistema estático, sino en una
lucha incesante cuyo origen está en los conflictos
de clase y que le da por el momento la preeminen.
cia. Así, la ideología dominante (en el sentido que
se le ha dado mds arriba), contrariamente a lo que
concluyen los teóricos mccanidstas del reflejo (in.
cluso del reflejo deformado), se inviste a diferen·
tes niveles de funcionamiento del fenómeno litc-
rario. según diversas instancias y diversas modali·
dades.
Preciso aún que este análisis del fenómeno !i-
tcrario, como ejecución de códigos sobre un códi·
go, no tendría en ningr4tl caso que rendir cuenta
de su funcionamiento de una forma exhaustiva. No
se puede reducirlo sin simplismo: sin embargo,
éstas son sus condiciones.
Defino por otra parte los «códigos» en uu sen·
tido muy amplio, como lodos los mecanismos

73
aprendidos, convertidos etl automáticos y sentidos
como «evidentes., que permiten escribir y leer en
una época dada en una sociedad dada. exactamen·
te igual como la simple percepción de un espectácu-
lo de no japonés implica, de parte del público, de
los actores, del autor, la práctica de un código de
símbolos sin el que los gestos no pueden .leerse»
ni concebirse. Estos c6digos no so,) nerdros, sino
modelados, a partir de una herencia que se ha re·
cibido y contra las tentativas incesantes de la cia·
se a quien domina, por la clase dominante que.
además. los oculta en tanto que instrumentos de
sus intereses y los presenta como instrumentos de
expresión y de comunicación al servicio de too
dos (26).
Ahora hay que exponer el problema más difícil.
Las ideas dominantes, las de la clase dominante,
dominan al conjunto de la clase dominante y dc
la clase dominada. Sin embargo, no son todopode-
rosas. Justamente porque, sicndo máscaras de in·
terescs parciales, no pueden rendir cuenta más quc
de una cierta interpretación de la «realidad. y por-
que, por definición, tienen por tarea enmascarar
y no .desvelar., como pretenden. No son operato-
rias más que en un campo definido de la clase do-
minante y no podrían explicar lo que de antemano
«han expuesto» como .evidente., es decir (d. de-
finición del Diccionario Robert): .que no tiene neo
cesidad de ninguna otra prueba.. La fuerza mis-
ma del análisis marxista es cambiar las cuestiones
y precisamente pedir pruebas a las pretendidas .evi·
dencias», que no pueden aportarlas, También e~
indispensable analizar cómo y por qué la «lengua»
y todos los «medios de expresión 10 ~stán atrapados,
del mismo modo que hay que guardarse de un ra-
dicalismo desesperado que sería políticamente, pero
también científicamente, erróneo. No sólo Marx,

(26) En este semido, la oc1itcralura.. es baSlante como


parable en su funcionamiento 1.\ la liturgia (ef. el articulo
de Antoine Casanova en .. La PcnséclO. febrero de 1971).

74
ya se ha dicho, ha podido escribir en esta .lengua..
atrapada lo que ella estaba hecha para no decir,
sino que la existencia misma de la censura es sínto-
ma de las contradicciones en las que se ha enre·
dado la ideología dominante, y por ello, una vez
más, el fenómeno literario debe analizarse dialéc·
tieamente. La escuela gratuita y obligatoria. una
vez conseguida por las luchas de la clase explota.
da, ha sido muy bien utilizada como vehículo de
las ideas dominantes, lo que no impide que haya
servido también mucho a la clase obrera. dándole
los medios -aunque estuvieran «atrapados»- para
expresarse, organizarse y extender sus ideas.
En la Francia actual es cierto que es la clase
explotada la que Corre el riesgo de ser más fuer-
temente influenciada por los 4lvalores culturales»
que la burguesía intenta inculcarle, y no es ella la
que escoge plantear la falsa alternativa -cultura
burguesa» o «no cultura», enmascarada bajo los
términos «cultura» o «incultura». Ante este falso
dilema, la clase explotada no puede sino escoger
-y es lo que hace- -cultura», poniendo en ello otra
intención y comenzando por reclamarla para to-
dos, lo que no quiere dedr que esté engañada. Pero
la clase explotada casi no tiene ya nada, después
de un siglo de cultura propia, si no es en el domi-
nio político. La burguesía reinante ha liquidado
muy cuidadosamente, en nombre de la unión na-
cional. todos los vestigios de cultura -popular».
Es cierto que la clase explotada. no -aprove-
chando» más que los primeros ciclos de la ense-
ñanza, concebidos por la clase dominante para edu-
car reclutando (bajo la pena de no ser educado del
todo), teniendo, pues, menos útiles críticos en este
dominio y menos tiempo crítico que la burguesía.
estando mucho más exclusivamente sometida a la
televisión y a la radio. así como a los films llama-
dos «comerciales». pero que son sobre todo vehícu-
los ideológicos, se ve empujada -tan paradójica
como lógicamente- a hacer suyos los valores culo

7S
turales ~stablccidos por la clase domimlllt~. Tar.·
to más cuanto que, al menos durante largo tiempo.
la urgencia de la lucha no se llevaba sobre este:
punto y la clase obrera no ha tenido apenas tiempo
de forjarse útiles en este nuevo combate.
Sin embargo, sería tan peligroso subestimar la
autonomía de la ideología dominante, y en general
de las superestructuras, como limitarnos a su sim·
pie análisis. Esta actitud lleva directamente a la
conclusi6n de que los únicos legisladores auténti·
camente revolucionarios -siendo la clase explota·
da por sí misma incapaz de escapar a las coaccio-
nes ideológicas que tanto pesan sobre dla- serían
los artistas y los intelectuales que, unidos por una
parle a las posiciones de la clase obrera. y arma·
dos por otra de «mejores. instrumentos criticos
que ella. escaparían por ello doblemente a la in·
fluencia de la ideología dominante, al menos en
el dominio llamado «cultural •. Por una parte, esto
supone que se ratifica la noción de un dominio
cultural específico, mientras que, por el momento,
la delimitaci6n de las fronteras y de la especifici.
dad de este «dominio. es de la jurisdicción de la
clase dominante, que excluye de él cuidadosamen.
te todo sobre to que no tiene medios para legislar
soberanamente (por eso he insistido al principio
sobre la necesidad de definir como dominio de es-
tudio un tipo de funcionamiento particular y no un
conjunto de «textos» que estaria «ahí.: extraer 'a
especificidad de un conjunto delimitado por la cla·
se dominante, incluso si debe rendir cuentas de lo
que le imponen las luchas de la clase dominada.
acaba legitimando su elección).
Por otra parte, confiar ia soberanía crítica bajo
el pretexto de que son especialistas en la materia
a un grupo de individuos que, así aislados, no pue-
den ya, quiéranlo o no, escapar a la influencia de
la ideología dominante, no es solamente un error
político. Por difícil que sea este problema, la unión
con la clase obrera es teórica y prdclicamente csen·

76
cial. Teóricamente, porque la especificidad dd fe-
nómeno literario está, en nuestra sociedad de cla-
ses, detenninado de hc.'Cho, no desde su naturale·
za, sino desde su función social (sólo en una socie·
dad sin clases podría adquirir su verdadera espe·
cificidad que actualmente está dominada por la de
su función). Así, la pertinencia misma de un análi·
sis científico depende de su r~conocimicnto como
fenómeno social -cualquiera que sean las media·
ciones que le confieran una aparente autonomía y
a pesar de la presión ideológica que lleva, bajo
formas sabias, a hacerla aparecer como irreduc·
tible.
Es, pues, necesario avanzar por el camino abier·
to por Lenin y que Claude Prévost ha analizado aqui
(número de la Nouvelle Critique de marzo de 1971).
Señalando en todo momento que Lcnin, «en el do-
minio de la literatura» no «enseña un lenguaje nue-
vo. y que «participa espontáneamente de la ideo-
logía del «genio» y del «gran escritOr» (página 75),
Claude Prévost subraya el aspecto positivo de la
crítica de ~nin sobre Tolstoi: «Lo que puede, pues,
implicar que la eficacia de la literatura se mani·
fieste a muchos niveles. (página 77). En efecto, a
pesar del carácter ideológico de las nociones de
las que se sirve, Lcnin pone de rdicvc dos puntos
esenciales:

1) Que la literatura puede tener una eficacia


que no es necesariamente la que le es reconocida.
2) Que esta eficacia no depende sólo de los
textos, sino de la utilización que se les dé -o que
se les puede dar.
Además, calificando ciertos textos de «geniales»
o de «grandes», Lenin se manifiesta contra la idea
de que todo depende de la lectura o de la utiliza-
ción de los textos como objetos inertes. Establece.
pues, la noción que yo intentaba definir antes en·
tre lIldistorsiones» y «disfuncionamicntos•. Lo pr~·

77
dsa incluso, en términos que ciertamente se deben
discutir, afirmando que la .prensa libera]» «nO tie·
ne derecho» a calificar a Tolstoi de .gran escritorlt.
Hay que subrayar que las dos .lecturas lt , la de la
«prensa liberal- y la suya, no sólo son «diferen·
tes», sino que la una es manipulación «ilegítima»
y la otra análisis «legitimo». Si nos desembaraza-
mos de estas metáforas jurídicas reconoceremos
con facilidad que para Lcnin las diferentes lectu·
ras no son «igualeslt y que la pertinetlcia teórica
de la suya está fundada en su relación con la in-
fraestructura socioeconómica: en efecto, lo que
funda la «grandeza» de Tolstoi a sus ojos es que
él «plantea» los problemas, «expresa» los «aspec·
tos esenciales» del «movimiento real». Es decir, que
«un gran texto» deja emerger a su manera los con·
flictos de clases por otra parte enmascarados. ¿ Po·
demos decir, como lo hace Lcnín, que Tolstoi «plan.
lea» los problemas o «expresa» estos «aspectos
esenciales»? Los términos son ciertamente inexac-
tos porque el texto de Tolstoi no «expone» a los
ojos de todos, los verdaderos problemas ( ¡Testimo-
nio, la prensa liberal que Lenin ataca!), ni tampo-
co «expresa» los aspectos esenciales del movimien·
to real para todos. Si vuelvo a tomar los términos
que he propuesto más arriba podemos decir que
el texto comporta las distorsiones que pueden ser.
ya enmascaradas o recuperadas en el csteticismo
(prensa liberan, ya bajo condiciótl de una lectura
motivada por intereses de clase opuestos a los que
ella legisla (ejemplo: la lectura que hace Lenin), o
ser, por otra parte, analizadas en su relación -me-
diatizada- con la lucha de clases (cf. «plantear»
los .problemas», etc.), por otra parte utilizadas
como disfuncionamientos: los únicos que rendirán
cuenta de la .grandeza» del texto, es decir, de lo
que ha fundado su erección como obra maestra.
Sobre el primer puntQ: «otra» eficacia: hay que
combatir aún la falsa alternativa impuesta: utili·
dad/gratuidad. La «)jteratura» es siempre útil (com·

78
prendiendo en ella sobre todo lo que se llama «poe-
sía pura»). El problema consiste en analizar a quién
y c6mo. Esto no es fácil porque la clase dominan.
te ha enmascarado siempre con «gratuidad- 10 que
le era útil y ha llamado «utilitario» (peyorativamen-
te) a lo que le era hostil o al menos 10 que le pa·
recía uti1i7.able por su adversario. Es así como la
noción, tan «evidente», de «obra de tesis- no ha
servido jamás de hecho más que para designar las
obras que parecían remitir a una ideología anta-
gonista o las que, bien pensantes, eran demasiado
burdas: las que parecían peligrosas (27).
Sobre el seglmdo punto: La utili1..ación que se
hace, que se puede hacer, de los textos. La clase
dominante pretende siempre, por una trasposición
interesada, ponerse al servicio de los textos, escla·
recerlos, interpretarlos, mientras que los pone a su
servicio, primero, condicionando a lodos los nive·
les su producción, luego, manipulándolos en su
provecho.
Así, «leer» un texto en «francés_ significa «/ta·
blar» de un texto, incluso mentalmente. Esto es
tan verdad que ahora está «de moda. titular un
curso (= un discurso) «lectura de»: Hacer una
«lectura de» es producir un discurso sobre. y se
encuentra al otro extremo la trampa del lenguaje.
Esto implica que lo que no se puede decir no es
.lectura-, pues precisamente la eficacia que pue-
den tener los «textos_ no se limita a lo que se diga
de ellos, o sea, a lo que se pueda decir de ellos. Te~'
timonio de esto, la confesión que cierra todas las
tesis: los cientos de páginas que preceden no pre-
tenden agotar el irreductible .misterio» del «genio»
de! «autor.. Dicho de otro modo, la explicación (pue-
de ser de más de mil páginas) no explica ni siquie-
ra lo que motivaba la empresa: el genio del autor.
Un segundo índice tiene que despertar la descon-

(27) Ver la definición qUt: da Sartre en SituatiOllS 11.


)áginas 238 y siguientes. de las .obras de tesis •.

79
fiam.a: d famoso .. nosl> da las críticas, que remite
de hecho a lIlnosotros que sabernos leer., designa,
no sólo a la clase dominante, sino a todos los que
leen a través de los códigos que ella enseña, desde
la escuela primaria.
Así, pues, si en nuestra sociedad la burguesía
tiene el monopolio del aprendizaje de los códigos
de leeturaiescritura, por una parle, ellos se reve-
lan inaplos para definir ese «residuo» que «escapa
al análisis» y que remite alegremente al «misterio
del genio- (¡inefable!); por otra parte, nada auto·
riza a limitar la eficacia de los textos a los discur-
sos sobre ellos, ni incluso a lo que un lenguaje sin
inocencia permite decir o escribir.
También, frente a los olcódigos» definidos ano
tes, propondré, a titulo de hipótesis, que existe lo
que llamaré:
Modo~ de percepción: Designo así los modos de
aprehensión de Jos textos que, no pasando por los
«códigos» aprendidos, no están sometidos a la le·
gislación lingüistica y estética de la clase domi-
nante. Manifestándose bajo la forma de «impre-
sión,. y a veces de actos, son casi informulables en
"Clengua común-, el «bucn francés» (hecho para sus-
tituir su formulación). Su relación con los textos
de los cuales dan testimonio escapa, pOI' definición,
a la!\ «críticas•. Corresponden a un tipo de «utili-
ladón» de los textos diferente del que va en pro-
vecho de la cIase dominante y que ella enseña; co-
rresponden a la utilización de la «literatura. desde
el punto de vista de la clast." explotada: suscitados
por la experiencia concreta de la explotación, a des·
pecho del aprendizaje escolar. constituyen un tipo
de aprehensión de los textos tan alejado como ~ca
posible del discurso y de su redoblamiento Ilam::!·
do .lectura•. Es tarea de una crítica marxista tl"
nerlos prioritariamente en cuenta, analizarlos yen·
contrarIes una formulación. Es lo que hacía Lenin
en sus artículos sobre Tolstoi, a través de las tramo
pas de un lenguaje que reprime.

80
Así, pues, si nos plant~mos estodesde el punto
de vista del funcionamiento del fenómcno literario.
tcndremos que sustituir la tradicional oposición
escritura/lectura (que no es más que seglltldaJ por
la oposición entre, por una parte, los códigos de
lectura/escritura (Jos que condicionan la escritura
y lectura en una época dada en una sociedad dada),
y, por otra parte, los modos de percepció,,/dis/or.
siones. Se aprecia que estos moclos de percepción
son los que hace ti posibles los disfuncionamicntos
más arriba definidos.
la oposición «técnica. de dos operaciones tan
«evidentemente» diferentes como escribir y leer no
debe ser puesta, como lo es, como primera y de·
terminante. Su pertinencia no existe si no se la si·
túa en su lugar. que es el segundo. Escribir, como
leer, es siempre plantear al lenguaje. a las normas
«estéticas- establecidas, cuestiones. El punto fun·
damental no es: «¿escribir o leer?, sino «¿qué
cuestiones?. Porque plantear cuestiones al lengua·
je, a la retórica, al soneto o a la novela (escribién.
dolos o leyéndolos) es pl~ntcarlas, a través de múl·
tiples mediaciones de las que se ha dado nOlicia
más arriba, a la sociedad en la que vivimos, habla·
mos, escribimos.

, 81
VI. Definición dcl objeto estético

La lucha que se entabla a nivel del conflicto de


lenguaje y de ejecución o discusión de los códigos
~e escritura/lectura es a la vez. para cada -tcxto».
en cada época. una meta (de las -distorsiones») y
un punto de partida (de los -disfuncionamientos»).
Pero ello no es perceptible en todo momento
más que según las normas mismas del -sistema»
ideológico dominante: esto reduce automáticamen·
te todo lo que remite. desde una ideología irreduc-
tible a la suya. a:

negaciones;
carencias;
o a una «originalidad» que proviene del miste·
rio del individuo.

Siendo Incapacidad. Ridiculo o Genio las varian·


tes de una misma oposición que no habría de ex·
plicarse por criterios _técnicos» o «literarios», sino
que puede analizarse muy bien en relación con la
función del fenómeno literario en la batalla ideo-
lógica. La fórmula más sintética que ha encontra·
do jamás la burguesfa en este dominio es la famo·
sa -Ay, Víctor Hugo! », de Gide, como respuesta
a la cuestión -¿Cuál es el mejor poeta francés?».
Ella une -paradójicamente» -pero de la manera,
de hecho. más -dójica». es decir. la más conforme
con los deseos de la clase dominante- el máximo
de alaban7.a (= Genio: el mejor poeta francés), con
el máximo de escarnio (= ce iAy! »). 'El lugar geomé·
trico de esta aparente paradoja es: peligro.
y ello porque esta fórmula se ha convertido en
un sujeto privilegiado de .disertación», ejercicio
consistente en reducir el rompecabezas de una cita

83
al contenido ideológico esperado, que el alumno
(= no-genio) debe enunciar en términos claros
(= buen alumno), traduciendo lo que el genio cri-
lico ha sintetizado «misteriosamente •.
A partir de una contradicción: Victor Hugo =
= ridículo + genio, el proceso es el siguiente:

a) El genio-critico encuentra una .fórmula.


misteriosa y realiza metafóricamente una síntesis
imposible: una fórmula profunda.
b) El alumno reduce esta fórmula a su .Iec-
ciónlt.
e) El alumno. cuando llega a ser adulto. cree
.Ieer» a Victor Hugo y tener .ideas personales» re-
produciendo .libremente» las de Lagard et Michard
& Gide. Dicho de otro modo, el adulto (= infor.
mado. hombre y capaz de juicio) sabe entonces di·
lucidar espontáneamente:

- lo que, en diversos grados, corrobora el .dis-


curso sobre el hombre., que se perpetúa;
las carencias «humanas. que limitan la per-
fección en talo cual texto;
- los misterios que lo subliman. C. Q. F. D.

Esta .molestia» que el «sistema» reduce según


la coyuntura (cuando, y no hay que olvidar estc.'
punto, no ha conseguido buenamente censurar los
escritos que son, incluso indirectamente. portado-
res de ella) a la incapacidad o al .. genio» individual
del hombre-autor, tiene. como ya se ha dicho. sus
razones objetivas en la emergencia de elementos
qU(; remiten a una ideología antagonista de la de
quien reina y legisla.
Los modos de emergencia de esta última no son
del mismo orden que los que resultan de la ideo-
logía dominante. No son elementos o un «nivel ..
separables, aislablcs. sino obstáculos para bailar en

84
círculo. También el mOVimiento de- I:ontradiccíón
perceptible en el «texto» entre todo lo que remite.
a diferentes niveles. a un sistema afirmado y por
otra parte todo lo que. a través de diversas media-
ciones. pone en discusión sus cimientos o las más-
caras justificativas produce el efecto estético.
Este movimiento permanece perceptible a trae
vés de la sucesión de épocas y regímenes sociales.
aunque sea diversamente explotado: lo que expli-
ca que ciertos textos .literarios» no se «sobrepa·
sen,. una vez explicitado, por otra parte, lo que en
ellos no era más que oscuramente perceptible (ba-
jo forma de disonancia o de innovación formal en
el momento de su aparición); la tensión que se pro-
duce entre órdenes de naturaleza diferente perma-
nece «legible», es decir, utilizable. Esto explica tamo
bién que ciertos «textos», reconocidos como obras
maestras. cambien de «campo» en una época dada:
así, las novelas de Balz3c, recientemente pasadas
«a la izquierda». Ante el hecho mismo de la exis-
tencia de los «modos de percepción», sobre los que
la ideología dominante no tiene poder, la legisla·
ción de esta última no puede ser omnipotente. Son.
pues, en una época dada, en un sistema social dado.
considerados como .literarios» los textos cuyas
distorsiones son perceptibles. es decir. los textos
que «plantean problema» y se encuentran con que
tienen una utilidad coyuntural (<<reducir» urgente-
mente, en lo que respecta a la clase dominante;
utili1.ar, poner al día, en lo que incumbe a la clase
dominada). De ahí la movilidad del .corpus litera-
rio» evocada antes. según la época, el sistema so-
ciopolítico, la pertenencia de clase de los quc la de-
termina. Son rechazados de este «corpus» todos
los textos que:

- aparecen muy «simples». aquellos cuyas dis·


lOrsiones no son perceptibles (ejemplo.
H Bordeaux o Delly);

85
- pero también los textos teóricos, el lenguaje
científico, los periódicos o los discursos po-
líticos; aquellos en que la «opacidad» del
lenguaje, como se dice metafóricamente, no
parece, en un momento dado, estorbar la
transmisión del «mensaje». Ocurre, sin eme
bargo, que estos .textos» cambian de esta·
tuto y entran en el .corpus. de otra época
(ejemplo. E. Sue, o incluso Descartes. sobre
el que en la Sorbona no se podía hacer una
tesis literaria no hace mucho, ¡porque era un
.filósofo. y no un -autor literario.!).

Asi. la palabra .Belle7.a. (como la de -miste-


rio.) enmascara, bajo la ficción de una esencia
universal. las contradicciones. Ante la misma obra
de arte o el mismo texto, unos experimentan un
placer motivado por la percepción de elementos
subversivos o de ruptura -aunque no los reconoz·
can como tales bajo el disfraz de sus mediaciones
01 formales »-, otros experimentan el placer ligera.
mente vertiginoso (y complementario del primero
que acabo de referir), que proviene del cosquilleo
tranquilizador de sentir perceptibles, pero conteo
nidas. las rupturas y contradicciones del sistema
ideológico dominante del que ellos son paladines
-aunque este placer les parezca desinteresado.
~,utónomo o específico.

86
Los disfuncionamientos de las normas del
cuento en • Candlda.
Partiremos aquí de un punto de vista que
no es posible fundamentar en este artículo -será
explicado en otra parte-, y por eso pedimos a
los lectores que lo acepten provisionalmente, aun·
que sólo sea a titulo de hipótesis. No tomamos
como objeto de estudio uno o varios textos en el
sentido en que texto designa una obra hecha para
decorar, y que posee un «verdadero sentido» que
los lectores sucesivos desvelan o traicionan; para
nosotros, la noción de texto no es un punto de par·
tida sino un momento en un proceso social com-
plejo.
Definamos, pues, nuestro objeto: el funciona-
miento, y no la esencia, del hecho literario, como
prendiendo en él lo que condiciona su existencia,
constitución de diferentes códigos estéticos, es-
tructura de la enseñanza y de la edición, etc. Nos
contentaremos aquí con un estudio parcial sobre
el funcionamiento de lo que las clases en el poder
han erigido primero en texto por la edición y la
difusión, y después en obra maestra por la utilí·
lación escolar y crítica, tomando como ejemplo el
Candide de Voltaire.
Entre los diversos tipos de impacto que ha po-
dido tener y que tiene Ca~ldide según las legislacio-
nes estéticas en vigor en diversas épocas y según
sus lectores, no nos detendremos aquí a estudiar
las diferentes lecturas conformes, es decir, las di·
ferentes maneras de utilizar este -texto" que han
parecido sucesivamente aprovechables a tal o tal
fracción de la clase dominante.
Lo que aquí nos interesa es el estudio de lo»
disfuncionamientos, digamos de las fallas aparen·
temente técnicas o estilísticas que, a través de di·

89
versas mediaciones, corresponden a los intereses
de las clases explotadas y son perceptibles en una
lectura adversa, aunque siempre eludidas o recua
peradas por las lecturas conformes. Esto implica
algo que no podemos enunciar aquí más que a tí·
tulo de postulado:

l." Que, habida cuenta de la relativa autono-


mía del hecho literario y de las mediaciones muy
complejas por las que se manifiestan y se invisten
los intereses de las clases antagonistas, son, en úl-
tima instancia, estos intereses los que determinan
los criterios de juicio «estético».

2.° Que el funcionamiento mismo del hecho Ii·


terario entraña la necesidad, para que un escrito
sea constituido en texto y posteriormente en «obra
maestra., de que dicho escrito encubra disfuncio·
namientos cuyo peligro señalen, y por tanto su in-
terés, es decir. el despliegue de una particular in·
dustria intelectual para reducir al «texto» a un
efecto «conforme•.

3." Que estos disfuncionamientos (de aparien-


cia estilística) corresponden más o menos oscura-
mente a los imperativos estéticos reprimidos de una
ideología antagonista de la que reina.
Así. en el hecho literario, tal como globalmen·
te se presenta. existen lo que se llama «géneros».
producciones de un grado diferente al que poseen
individualmente las obras maestras. Lo que define
los géneros, el sistema de referencias que los en-
cierra y los sitúa, entra, por tanto, dentro de nues-
tro objeto.
Si se intenta aislar los caracteres que definen
-sincrónicamente- el «género. del cuento, que lo
diferencian. a partir de las normas estéticas en vi·
gor, de otros tipos de escritos y que por ello con·
dicionan su lectura. parece que los caracteres si·
guientes son a la vez necesarios y suficientes:

90
En un cuento -o más bien, en la idea recibi.
da que el lector se hace de él, de entrada, y que
define las condiciones de su lectura- se exige y
espera como una .ley del género».

1.° Que el encadenamiento de los aconteci.


mientos sea dado como fantasista sin cuidado de
legitimaci6n por ]a .verosimilitud» que se exige
en la novela y que sin embargo «entorpecería la
vivacidad necesaria al cuento».

2.° Una acumulación de aventuras -sea cual


sea la importancia relativa que se les dé- que
desafíe lo que pudiera definirse como «posible en
la vida».

3." Intervenciones o acontecimientos sobrena·


turales o milagrosos.

4.° Que los «personajes» -que no son .más»


sino «de otra forma» convencionales que en la no-
vela- sean dados como convencionales y a menu-
do señalados como tales por cualquier rasgo par·
ticular y anodino como el tupé de Riquet.

5.° Rasgo ligado al precedente, que la ficción


sea exhibida como tal constantemente, mientras
que en la idea que uno se hace del «género» nove·
la se espera que sea enmascarada por diversos pro-
cesos de los que el lector se convierte en cómplice.
Todo lector de cuentos espera que se le advierta
y readvierta que «esto es un cuento».

6.° La ausencia deliberada de toda referencia


a la Historia o a la Geografía, o al menos a lo que
es, en una época dada, presentado por otros como
Historia. El cuento lCocurre» en tiempos o lugares
definidos por la convergencia del mito y de la atem-
poralidad (una cabaña en el bosque, un país leja-
no y «érase una v~.).

9]
Pero estos caracteres del cuentu no sun una
simple serie de signos estilísticos distintivos: es-
tán orgánicamente ligados unos a otros -como el
aspecto de «marioneta» que se subraya a menudo
en los .personajes» del cuento está orgánicamente
ligado al encadenamiento y a la acumulación de
aventuras, igualmente constitutivas del género.
Sobre todo, estos diferentes caracteres conver-
gen para producir en la lectura un efecto definible
cuyo papel ideológico trataremos brevemente de
demostrar. El cuento se presenta deliberadamente
como no-realista.
Hay que precisar esta noción confusa de rea·
lismo. La palabra misma es una trampa porque im-
plica la conformidad con lo .real. sin poner en
entredicho la idea de lo real que puede formarse
talo cual clase de la sociedad en una época dada,
o peor aún, como si «la realidad. se impusiera por
su evidencia al buen sentido universal. Se llama
realista a toda obra de arte que parece conforme
a la idea que uno se hace de la realidad. Asi, de
una parte, esta idea está ligada a la situación de
clase (todo depende de lo que se es), de otra par·
te, los sistemas de representación, la ilusión de la
conformidad, están igualmente ligados a todo un
aprendizaje estético segregado del sistema ideoló-
gico. Dicho de otro modo, es percibida como rea·
lista toda obra que produce sobre tal público un
efecto de reconocimiento, que corresponde a los
criterios aprendidos de .realidad. y responde a los
códigos aprendidos de representación. De donde el
desplazamiento de los criterios del .realismo» de
una época a otra, de una clase social a otra y el
efecto subversivo producido por la utilización en
un cuento de elementos que pasan por realistas
en su época.
Así, todos los caracteres que hemos aislado más
arriba tienen por resultado poner deliberadamen-
te de relieve las convenciones del cuento, situarlo
en un mundo de ficción visible. Esto lo diferencia
claramente de la novela, donde la convención y la
ficción, también presentes, .deben. ser enmasca·
radas (cf. en el siglo XVIII la frecuencia de proce·
dimientos utili7.ados para autentificar las novelas:
manuscritos encontrados en un granero, intcITup,
ción disimulada o cortes del texto. cte.). El cuento
se da como un exilio provisional; como una vaca·
ción en un mundo donde todos los condicionamien-
tos (sociales y naturales. puestos en un mismo
plano) desaparecen. y es a ello hacia donde con-
vergen todos los caracteres enumerados más arri·
ba: mundo de sueño con la consciencia de sueño.
Todo ocurre, en fin. como se lo sueña. como se ha
aprendido a soñarlo. Lo que en otras partes es de-
finido como imposible (las alfombras vuelan y los...
pobres se convierten en ricos) se vuelve aquí má·
gicamente posible. Compensación-exutoria. el cuen·
to confirma paradójicamente ci orden de cosas que
transgrede. La ficción presente y desvelada. cso es
lo que son también las hadas o los genios. perso-
najes «fuera de clase» definidos tan sólo por su
altura. su peinado o cualquier anodina parlicula.
ridad.
Sin situarnos aquí sobre el plano de las pre-
tendidas intenciones de Voltaire. descuidando de·
liberadamente el «sentido profundo» de Candide.
querríamos tratar de analizar al nivel del efecto
producido cómo los procedimientos del cuento fun·
cionan en él de manera ambigua. legibles a la VC7.
en su funcionamiento «conforme» -y Candide res·
ponde perfectamente a las oc normas. del cuento-.
pero también perceptibles a contrapelo para aque-
llos cuyos intereses de clase se oponen a los de la
clase dominante -que era lo que ocurría para la
burguesía en el siglo XVIII. A ello limitaremos nues-
tro estudio. que, sin embargo, debe ser prolonga·
do al siglo XIX por la investigación de las diferen-
tes lecluras que hará de Ca"dide la burguesía. esta
vez reinante.
En el siglo XVlIl. las relaciones de la ideología

93
y del hecho literario no son asimilables a las que
mantienen después de la revolución de 1789. Aun·
que es una afirmación aproximada, y a pesar de
la dificultad de criterios no es la aristocracia que
está en el poder, sino una de las clases dominadas
(la burguesía) la que, sin embargo, tiene amplio
acceso a los medios de expresión e incluso es aro·
pliamente mayoritaria en la producción de las
cobras literariaslt (l). En tanto que después de la
revolución la burguesía en el poder ha monopoli-
zado enteramente los medios de expresión sobre
los que es la única en legislar, y el proletariado
está en tanto que clase completamente despojado
del lenguaje y de una manera general de todos los
medios de expresión.
Por esto no es extraño encontrar en las obras
del siglo XVIII la huella de ideologías contradicto-
rias. Y ello no sólo bajo el l1nico aspecto de los
contenidos patentes, sino incluso en el funciona·
miento y en los disfuncionamientos «estilísticos»
o «estéticos- de los cánones literarios. No nos he·
mos detenido aquí en la consideración del cautor»,
aunque fuera bajo el ángulo de su pertenencia de
clase. Desde nuestro punto de vista -el del efecto
producido y del funcionamiento de los textos- no
es ciertamente el estudio de Montesquieu o de sus
intenciones, lo que permite analizar cómo el espía
ritu de las leyes ha podido ser utilizado por la bur·
guesía revolucionaria (2).
Nuestro intento consiste en discernir en qué
sentido los caracteres constitutivos del cuento que,
como se ha visto, militan a su nivel como mante-
nedores del orden establecido, funcionan de hecho
en Candide sobre un doble registro:
-De una parte, «conforme», que permite al cuen-
to ser un «cuento» y, por tanto, ser leido como tal.

(1) Cf. Aa SoBOUL, La civílisatúm el la Révolution Iran-


~aíse.
(2) Cf. A. SoBoUL, op. cit., pág. 3$1.

94
- De otra, «subversivo., que socava el cuento
desde el interior para aquellos lectores que tienen
interés en hacer de él esta lectura (3).
Hay, sin embargo, que tener en cuenta, bajo
pena de esquematización reductora, el hecho de
que las dos funciones están ligadas y de que el se·
gundo no existe más que por su relación al pri.
mero.
Tomaremos sucesivamente el funcionamiento
de cada carácter del cuento en Caudide analizando
primero su efecto conforme y después los disfun·
cionamientos que nos parecen corresponder obje·
tivamente a las necesidades de la clase en auge, la
burguesía (4).

J. El encadenamiento tantasista de aventuras

Desde un punto de vista «conforme., tiene por


efecto establecer Ja red misma y el ritmo de lo im·
posible: que una o dos aventuras extraordinarias
puedan dar la impresión de verosimilitud o al me-
nos de ejemplaridad, es lo que en una novela sirve
para fundamentar eJ resto: 400 páginas para un
suicidio, cuatro evangelios para la resurrección. El
golpe teatral es, al contrario, Jo cotidiano del cuen-
to donde, por otra parle, no existen días. Esto no
alcanza solamente a la naturalC7.a de las aventuras
o de los «acontecimientos», sino a la ausencia de-

(3) Esto debe ser probablemente puesto en relación


con la duda manifestada para .c1asificar. Candide: ¿No-
vela o cuento? Cf. Diderot: Ceci n'est pas WI conte.
(4) No se trata de afinnar ~ue los lectores burgueses
discernieran como tales estos dlsfuncionamientos y apre-
daran su impacto subversivo. sino que pensamos que el
placer particular, el «efecto estético. producido sobre ellos
procede de esto y que, paralelamcnte, la .belleza. que
aquí podría encontrar la aristocracia vicne de la seguridad
tranquilizadora de encontrar perceptibles, aunque aparen·
temente encauzadas. las fallas de su sistema.

95
liberada de transiciones que podrían darle el olas·
pecto de la verdad•. En este sentido Candide ofre·
ce una serie tal de encadenamientos inesperados,
de cambios de situación, que basta con indicarlo.
Se puede incluso hacer notar la aplicación con que
son subrayados como fantasistas, con la que las
coincidencias son marcadas como tales.
También Candíde funciona muy bien desde este
punto de vista como cuento, y nadie le reprochó
jamás ser «lánguido•.
Pero -y nos hemos visto obligados a anticipar
el último carácter, puesto que todos se interrela·
cionan- todos los acontecimientos de Candide son,
si no propiamente históricos, sí al menos anclados
en la historia contemporánea; casi todos están Ii·
gados a los problemas sociales de su tiempo, casi
todos son objetivamente tan «verosímiles», que son
presentados en la narración como inverosímiles.
Pues si la burguesía tiene interés en el siglo XVIII
por poner en entredicho los fundamentos del sis-
tema de «pensamiento. que sirve de máscara y jus-
tificación a la opresión de que es víctima, ella no
tiene aún los instrumentos conceptuales ni el apa·
rato científico necesarios para fundar su propio
sistema. Todos los sistemas filosóficos entonces en
vigor eran teológicos, o incluso laicos, metaffsicos.
La burguesía, con ese agudo sentido de sus intere·
ses que la caracteriza, ha sabido perfectamente uti·
lizar en Descartes el método de la tabla rasa y de
la duda universal sin reconocer, sin embargo, el
sistema cartesiano. La idea justa, incluso si es aún
oscura, de que todo sistema metafísico está ligado
a la tiranía (esto cs. a la opresión sufrida por la
burguesía) no puede aún apoyarse sobre un siste·
ma antagonista sólido. Todas las tentativas preco-
ces de sistematización estaban, pues, dedicadas, sea
a la utopía que quema etapas construyendo abs·
tractamcnte un sistema antes de haber podido exa·
minar los hechos concretos, sea a la extrapolación
abusiva. de )a que la teoría de los climas de Mon·

96
lesquieu nos da un ejemplo perfecto. A esta situa-
ción corresponde, en su terreno, el uso del enca·
denamiento fantasista de acontecimientos cuya re·
lación a la Historia y a la sociedad contemporáneas
era inmediatament~ perceptible en Candide. El
cuento servía de punto estratégico, permitiendo una
discusión universal cuya utilidad es evidente para
la burguesía, sin que espere a tener elementos se-
guros, para una respuesta científica. Lejos de po-
der leerse como una refutación de Leibniz O de
Wolf, es una burla del método inductivo que, cua·
lesquiera que fuesen las premisas, era perjudicial
a la burguesía de entonces. Candide no puede leer·
se como respuesta a las cuestiones planteadas, y
precisamente una de sus fuerzas consiste en ayu-
dar a plantear otras cuestiones, incluso sobre la
moda de lo imaginario. Esta ley del género permi-
te igualmente utilizar el poder (cosa nada despre-
ciable en aquella coyuntura) de la utopía. sin caer
sin embargo en la trampa de su debilidad, pues-
to que es presentada como tal y circunscrita: la
inserción del episodio utópico de El Dorado, cuen-
to en el cuento, revela por 'una especie de efecto
óptico la utilidad y los límites de la Utopía. El
Dorado no aparece en Candide con la debilidad
-inherente a la utop(a- de una respuesta sim-
bólica. A diferencia de Zadig, por ejemplo, don-
de la utopía está en el cuento, El Dorado es exhi·
bido como tal en Candide. Marca un fal!io fin, una
conclusión excluida del cuento, paraíso medio en-
tr~ el ridículo paraíso de Westfalia y el triste pa-
raiso burgués del capitulo xxx. Su papel de im·
pulsión en los -personajes» del cuento es muy
claro y Candide resulta rico y al fin dueño de su
criado. Si, en el plano de la toma de conciencia,
es el falso crimen del barón lo que hace del héroe
-sin clase. un burgués enfrentado al noble por vez
primera, la adquisición de las riquezas de El Do-
rado es lo que hace de Candide un burgués frente
a su criado.

91
7
Subrayemos esta eficacia, ligada a la preceden-
te, del encadenamiento fantasista tal como funcio-
na en Candide. Si, como hemos hecho alusión más
arriba, no existe entonces un sistema sólido opues-
to al de la aristocracia. la idea de una unión obje-
tiva entre fenómenos hasta ahora reputados inde-
pendientes y prudentemente divididos en catego-
das irreductibles, se abre paso. Así, pues, la unión
que permite la fantasía misma de los encadena-
mientos entre episodios aparent~mente sin relación
permite !lproximaciones subvcrsivas: el paralelis·
mo (hasta en el detalle de la expresión) entre la
guerra eminentemente «civilizada» de los Abares
en el capítulo III, coronada por los Te Deum, y
de la guerra eminentemente .. bárbara., hecha para
el botín. que libran los «salvajes» en M:\rruecos
(capítulo XI) sugiere, de modo intuitivo al menos,
la idea de un análisis lúcido de las causas de la
guerra. Pero esta aproximación no es perceptible
mds que gracias a la libertad dejada a los lectores
por la inverosimilitud dcliberada de los encadena-
mientos; sin ésta. los lectores se verían demasiado
«cogidos., como en las noveJas, por la relación de
los personajes con los acontecimientos para tener
tiempo de redistribuirlos así, en prejuicio del des-
arrollo cronológico de la ficción. Entre los nume·
rosos ejemplos citaremos todavía el auto de fe del
capítulo VIn y la quema tan epoco cristiana» de
los Orejones en el capitulo XVI.
Por otra parte, el lazo, manifiestamente para·
dójico y grotesco entre los hechos más sobresa.
Iientes del siglo que constituye la «búsqueda» de
Cunegunda, da -sin tomárselo a broma- la in·
tuición alegórica de un lazo objetivo entre los fe-
nómenos sociohistóricos.

98
2. lA acumulación de aventuras

La acumulación de acontecimientos está. muy


lógicamente. ligada en el funcionamiento del cuen-
to a otros caracteres: no se entretiene en crear la
«verosimilitud. ni en -explorar la psicología» y lo
que cuenta es lo que -ocurre. y. eminentemente,
el hecho de que ocurren muchas cosas. El funcio-
namiento conforme de CaPldide en este sentido es
tan visible qut' nos limitamos a mencionarlo.
Pero. como para el rasgo precedente. este fun·
cionamiento se acompaña de un disfundonamiento
orientado: si las aventuras de Candide son tamo
más irreales cuanto más numerosas, es fácil ver,
para un lector de la época sensible a las numerosas
y transparentes alusiones, que no son irreales mds
que porque son acumuladas. En vez de ser un des-
doblamiento de lo imposible como es la regla. aquí
la acumulación designa 10 posible.
De otra parte, la acumulación produce un efec-
to cualitativo y no sólo cuantitativo. La burguesía
no estaba ya dispuesta a combatir, como era el caso
de la nobleza, contra las aristas. las injusticias y
las fanas de un sistema. Era la base misma lo que
debía voltear y poner primero en entredicho, bajo
pena de aplastamiento.
Así, este rasgo produce también un doble im-
pacto: funciona perfectamente dentro de las nor-
mas como aumento de irrealidad, pero disfunciona
igualmente designando como institucionales y ge-
neralizadas las «aristas», elimina su explicación por
el «accidente».

J. Lo maravilloso

Aunque no se encuentren en Candide ni hadas,


ni genios. ni acontecimientos propiamente sobre·
naturales. sí se encuentra, desde el punto de vista

99
del funcionamiento en el cuento, todo un arsenal
de los cuentos más fabulosos: la aparición de la
vieja, al final del capítulo VI, interviene exacta·
mente, por su intención, su imprevisto y su feliz
éxito, como la del hada de Cenicienta: «Ya se vol-
vía, sosteniéndose apenas, sermoneado, vapuleado,
absuelto y bendito, cuando una vieja lo abordó y
le dijo: hijo mío, toma ánimo y sígueme•. Igual·
mente, la llegada de Cacambo al comienzo del ca·
pítulo XXVI, hasta en la formulación: «Una noche
que Candide iba a poner manos a la obra (... ) un
hombre, con rostro tiznado de hollín, se le acercó
por detrás y, tomándole el brazo, le dijo: .Prepá·
rate a partir con nosotros...•
En el capitulo IV es un fantasma quien revela
a Candide la suerte de la familia Thunder-Ten·
Tronk; como los magos acostumbran a hacerlo, «el
fantasma le miró fijamente lO . Las modalidades y
el éxito de estas apariciones son exactamente las
que señalan a las madres o a los genios en los
cuentos.
Igualmente, aunque no se encuentran en Candi·
de anillos mágicos que permitan franquear el es·
pacio, sí hay en dos ocasiones objetos que juegan
este papel maravilloso de transportar al héroe a
un lugar «donde nadie podía llegarlO, como se dice
en el capítulo XXIV. En el capítulo XVII, la causa
que, cuando los héroes extremados sostienen apeo
nas «su vida y sus esperan7.as lO los lleva al paraíso
de El Dorado; la máquina que les hace franquear
montañas que «tienen l.()()() pies de altura y son
rectas como murallas». Se encuentra también ani.
males fabulosos que parecen pertenecer a la fauna
de los cuentos: carneros rojos y monos amantes
de damas que persuaden a Candide de que los «fau·
nos y los sátiroslO no SOn fábulas. En fin, el mila·
gro de los milagros, la resurrección, aparece varias
veces en Candide: el lector sabe por Pangloss en el
capítulo IV que Cuncgunda «ha muerto.; en el ca·
pitulo VII. Candide -cree ver a la señorita Cune·

100
gunda; la veía, en efecto, era ella misma •. Su des·
vanecimiento confirma lo sobrenatural de la re·
surrecciÓn. Lo mismo ocurre con su hermano el
barón, a quien Candide, tras haber caído de rodi·
llas, dice: .Vos, que fuisteis muerto por los búl·
garos» y que, re-matado en el capítulo XV, re-resu-
cita en el XXVII: «¿Es esto un sueño?, dice Can·
dide, ¿estoy despierto? ¿estoy en esta galera? ¿y
aquel señor, es el barón que yo he matado?. Pan·
gloss resucita igualmente después de haber sido
colgado y disecado.
Todos estos elementos funcionan bien confor·
memente y el resultado de estos milagros es sen·
sible: la vieja hace surgir a Cunegunda, que esta·
ba muerta; ]os carneros están cargados de pedre.
ría, etc.
Pero todos ellos tienen también, y al mismo
tiempo, un funcionamiento invertido que no co·
rresponde sólo a la exigencia racionalista que es
la de la burguesía de entonces por destruir un mun·
do de privilegios fundado sobre el milagro de] de·
recho divino. Así, las muertes que preceden a las
resurrecciones no son muertes más que en el dis·
curso y no en la narración: juegos de lenguaje (la
vieja en el capítulo XI no está «muriéndose- más
que en un plano figurado), falsas noticias: Candi·
de cree a Cunegunda y al varón muertos, según lo
dicho por el fantasma Pangloss, no es un fantas-
ma más que por metáfora, Candide dice que él ha
matado al barón porque tenía la intención de ha·
cerIo, etc. Es decir, que el lector está obligado a
caer en flagrante delito de credulidad, de aperci·
birse de que él mismo ha fabricado los milagros.
En ninguna parle de la narración se dice que nin·
guno de los personajes haya muerto. En cuanto
a la resurrección de Pang]oss. es una operación
quirúrgica, y los «carneros rojos» pierden su ca·
tegoría de fabulosos, si como el texto fuef7.a a ello
rápidamente son reducidos a llamas, los monos no
tienen «bondad de alma. más que la que Candide

101
les ha fabricado en su imaginación. La canoa tamo
poco tiene nada de mágico: se hace añicos contra
las rocas como una modesta canoa de madera, y
Cacambo tiene cuidado de colocar en ella provi.
siones comestibles, cuidado bien extraño entre los
navegantes de naves encantadas o de alfombras va.
ladoras: En vez de ocurrir como en los cuentos,
donde los acontecimientos y personajes sobrena·
turales son aceptados de buenas a primeras por el
lector, que conoce las reglas del juego, la lectura
de Candide fuerza al lector más descuidado a ver
paródicamente en la obra, sobre si mismo, el me·
canismo mismo por el cual la ideología se impone:
la construcción de falsas evidencias.
Por otra parte, la imbricación de elementos his·
tóricos precisos y conocidos de los lectores con es·
tos «milagros» desemboca, por contraste, en em·
pujar la evocación de los hechos históricos al ab-
surdo. Este tipo de efecto está en aproximar a Vbu
rey y Arturo Vi, puesta en escena exagerada de los
hechos que rodea y revela la máscara burlona y
feroz de su interpretación por la ideología domi.
nante. Los seis reyes destronados que se reencuen-
tran para cenar juntos son presentados en Candi.
de como una de las más extrañas «maravillas». eNo
se había jamás oído contar..... Pues los lectores sao
ben en esta época que se trata de seis reyes cona.
cidos. efectivamente destronados, y que su reen·
cuentro en el carnaval de Venecia es apenas un azar:
Faruk y Perón han debido reencontrarse en el ca·
sino de Montecarlo o en una banca suiza. ¿Dónde
está, pues, el milagro, si no es por relación a ideas
impuestas y recibidas como un acontecimiento, que
llega a ser o se llama milagro? La burguesía tenía
rlecesidad de que se plantearan estas cuestiones.

102
4. Aspecto convencional e inconsistencia psicológi.
ca de los personajes

Este rasgo, absolutamente general en los cuen-


tos, es el resultado de otros caracteres subrayados
más arriba y juega Su papel en !a producción del
efecto global. En la medida en que se le llama
«conformador psicológico., «vida. de los persona-
jes de ficción, es la ejecución de los códigos tra-
dicionalmente admitidos en una época dada como
indicativos de la «vida real», de la «complejidad
del ser humano lt , tales como la ideología dominan·
te nos da su imagen; la ausencia misma de este es-
pesor contribuye al efecto de irrealidad exhibido
como inherente al cuento. El aspecto «marioneta»
de los héroes, su transparencia y su automatismo
forman parte del personaje general del momento.
De este modo, basta que un rasgo anodino distin-
ga y señale la silueta del héroe del cuento. Este
carácter esencial funciona perfectamente en Can.
dide como es debido, pero también y de manera
visible, en sentido contrario, o al menos diferente.

a) Al nivel de los nombre~ .propios lt .


«Candide lt ; funcionamiento conforme: como el
gato con botas, o Pulgarcito, «Candidelt indica ex-
plícitamente un aspecto físico notable; Capitulo 1:
.Su fisionomía anunciaba su alma.» Se trata, evi·
dentemente, de una expresión y, sobre todo, de la
transparencia de la cara al alma, de la ausenc:a
subrayada y redundante de todo «misterio-, de un
espesor fisiológico; esto se ve recordado en el tex-
to a cada instante: Candidc no cesa de ser «asus-
tado y predidolt, etc.; disfuncionamiento: Candide,
«que había sido educado en no juzgar de nada por
sí mismo. (cap. XXV). En este sentido, la palabra
Candide no designa un rasgo de carácter. sino el
resultado normal de un sistema de edrlcación, y
este carácter distintivo no tiene nada de individual
JI nada de anodino, tanto más cuanto en la diferen-

103
cia de los signos particulares habituales cm tos
cuentos, éste es negativo (ceducado en no juzgar
de nada») y que en lugar de llamar la atención so-
bre la estatura, el peinado, el traje, nos la llama
sobre un comportamiento esencial: el juicio. Este
disfuncionamiento -técnico» se aprecia en que aún
corresponde, en su dominio, a una exigencia im·
periosa de la burguesía de entonces: atreven;e a
.re·juzgar» por sí misma.
• Pangloss.; funcionamiemo cotl/orme: cba·
vard.; como ocurría con Candide, este rasgo es
recordado sin cesar en esta acepción anodina; dis·
funcionamiento.' cel que no es más que palabra.,
'1 no alcanza nunca los hechos. Esta acepción es
tan a menudo empicada y subrayada en Candide,
que basta con indicarla. En cuanto a la coinciden·
cia de este funcionamiento .estético. con los in·
tereses de la burguesía está también muy clara: la
burguesía tiene -tenía entonces- interé~ en apo-
yarse sobre los hechos, su fuerza económica y en
repudiar los discursos.
«El barón»; luncionamienw conforme: como
ocurre en los cuentos de personajes dc~ignados por
un indicio simbólico de poder, «el rey, la reina, el
príncipe-, o más bien de pompa, pues su función
social es en general acumulada por el aspecto de-
corativo de su título, conformemente al efecto del
suefto del cuenlo, en Candide se encuentra al .ba·
rón •. Y aunque este título, más precisamente .si·
tuado_ que el rey o reina, con·nota más claramen·
te la jerarquía social del Antiguo Régimen, funcio-
na bastante bien en la producción del efecto cs·
perado. El barón está primero en un castillo en
Westfalia y en el nuevo mundo contimla viéndose
rodeado de un decoro principesco y llevando so-
bre la cara el índice de su rango, .el aire altivo-•
• pero de una altivez que no era ni la de un español
ni la de un jesuita»; disfunciotlamiento: está aquJ
aún más íntimamente ligado al funcionamiento con·
forme, tan importante es entonces el no definir.

104
incluso ~n un cuento, al nobl~ más que por su cua·
lidad de noble, su aire de superioridad y sus privi.
legios. Como en los films de Eisenstcin, los capita.
listas no son jamás hombres, sino únicamente ex-
plotadores, el barón no 'es más que barón (er. en
el capitulo XV el asombro de Candide cuando ve
.humeante. la espada que él mismo acaba de in·
crustar hasta la guarda en el cuerpo del barón,
como si la presencia de sangre en el cuerpo del
barón fuera una marca de humanidad inesperada).
Su papel, su función, su lugar en la estructura del
cuento no son más que los de un barón. Aquí el
esquematismo sirve como revelador. pues importa
sentir que, dominando toda la característica per-
sonal, la cualidad de noble es la única pertinente
en la lucha que va a llevar la burguesía y designa
al adversario.
La precisión del título obliga al lector a refe·
rirse a la jerarquía social contemporánea y le im·
pide situarse en el mundo fabuloso de los reyes
y de las reinas de cuento. Este rasgo de disfuncio-
namiento se ve corroborado por el cúmulo de los
títulos intercambiables en Candide: barón, jesuita.
comandante; no puede tratarse del decoro mágico
de los palacios. La alianza de los poderes opresi-
vos concretos, nobleza, sable e hisopo. funciona
irónicamente y con seguridad. Enviamos al final
del capítulo XV al cómico baile de titulos que de-
signan al hermano de Cunegunda: «el barón... mi
reverendo barón... el jesuita barón... el barón je-
suita-. No se puede designar más claramente lo
que en el enemigo es enemigo.

b) El título del cuento: «Candide o el optimis·


mo-, funcionamiento conforme: con la más escru·
pulosa conformidad, este título doble está en la
línea de los títulos de cuento, tradicionalmente
compuestos de un nombre propio doblado por un
resumen evocador (S); disfuncionamiento: el he·
<5> Puede encontrarse d mismo juego subversivo so·

lOS
cho de sustituir con el nombre de una doctrina fi·
losófica el habitual adagio de sentido común sobre
el peligro de la curiosidad o el éxito de la astucia
es ya una distorsión significativa y ligeramente sao
crilega en la medida en que toda5t las doctrinas fi·
losóficas que justifican un sistt:ma social existente
son «optimistas. en el sentido del siglo XVIII, es
d~cir, reconocen la necesidad que tienen las cosas
de ser lo que son.
Además, el juego de -Candide» o el «optimis-
mo. produce a su vez otro sentido «normal»: -es
preciso haber sido educado en no juzgar nada por
sí mismo para aprobar el orden existente». Insis·
timos una vez más en )a necesidad de doble regis-
tro para que se produzca un efecto «estético.. Es
preciso que el segundo registro aparezca en diso-
nancia, no se adivine apenas, mientras que el pri-
mero parezca imponerse, para que se produzca .el
misterio de la belleza», sin el que sólo habrfa de-
daración política y no efecto literario (6).

e) Los caracteres de los personajes; funciona.


miento conforme: se ha visto en qué desemboca
en el cuento su esquematismo. Como el nombre de
los héroes, su .carácter- se limita a un rasgo fun·
cional en la intriga: la joven pobre y buena, la mal·
vada reina, la buena hada, etc. Este principio es
respetado en Candide: no hay más que fijarse en
la presentación del héroe; disfuncionamiento: aquí
hay dos órdenes. De u~a parte, el automatismo de
_marionetas. es demasiado constante en Candide,
demasiado apoyado. demasiado visiblemente en re-

bre JustiPle ou les mallreurs de la vertu. y ello no es en


absoluto por azar. [N. del Traductor: La Justina o Los in-
fortunios de la virtud está publicada en Akal, Madrid. 1974.)
(6) Aquf no trataremos de «poner en claro" un «senti-
do oculto". v cuando escribimos: .El título da también.._"
es por simple necesidad de formulación. Transponiendo en
claro lo que por definición no puede ser· más que oscura·
mente sentido o adivinado como disonancia, traicionamos
forzosamente su ruuuraleza para analizarla.

106
lación con d contexto histórico para que Su efecto
pueda limitarse a la aplicación de la «ley del gé.
nerOlt. Aquí, como por una huelga de celo. el pro-
ccdimiento es dirigido a otro fin que el de las «ne-
cesidades» dcl cuento y, aunque cn efecto contri·
buy~ a hacer de Candide un cuento como sc espe·
ra, disfunciona revolviéndose contra su propio pa·
pel. Las repeticiones y la insistencia convierten esta
«comodidad» en procedimiento teatral: así. en el
capítulo VI, «Candide, espantado, perdido, san·
grando por lodas partes... se decía para sí: Si éste
es el mejoc de los mundos posibles. ¿qué son, pues,
los otcos ?». Esta punzante exclamación de asombro
habrá que confesar que sobrepasa la necesidad de
una psicología prematura. tanto más cuanto lo im·
pcrfecto la hace sobresalir. Así. el automatismo,
sobrepasando su papel funcional, toma un impac.
to bien diferente, sobre todo cuando, puesto en re·
lación cn el texto con las guerras de conquista o
con el colonialismo, invita al lector a establecer re·
lacioncs subversivas enrre los hechos. Los pasajes
donde este procedimiento es el más notorio son
significativos: en el capítulo V, Pangloss, conti·
nuando su discurso, está a punto de dejar morir
a Candide. En el capítulo 111, la masacre de «9 a
10.000 granujas» es evocada en dos parágrafos que
empie7.an por «nada» y acaban por «brazos y pier-
nas cortadas». Entre la nulidad y el fraccionamien-
to, el individuo se ve anonadado. Todas las frases
tienen por sujetos a seres inanimados: «trompe·
tas, cañón, mosquetería, bayoneta» y por comple·
mentos de objeto a hombrcs. Los términos emplea·
dos son los que se esperaría en la descripción de
una partida de bolos: «Los cañones derribaron de
entrada alrededor de 6.000 hombres de cada ban·
dOlt. Luego la frase siguiente hace intervenir como
por azar a los «reyes» y a los Te Deum. Candide
produce, a pesar de la suerte «individual» que le
es impartida como «héroe_ del cuento. un pareci·
do efecto de automatismo: ctomo el partido de ir

107
a otra parte a razonar efectos y causas». En el ca·
pítulo XI, en la guerra de Marruecos, el descuar·
tizamiento de 'Ia madre es descrito como una par·
tida de cuatro rincones donde sólo importan los
detalles topográficos (quién tenía la pierna dere·
cha o el brazo izquierdo) y se trata todavía de una
guerra.
En el capítulo XIX, la enfermedad del esclavo
de Surinan es descrita en términos análogos (1a
pierna izquierda y la mano derecha). Pero no se
trata ya de una aventura anodina, sino de una ex-
plotación colonial. Aquí se ve claramente que la
esquematización constitutiva del cuento desembo·
ca en otro impacto muy diferente. Lo que se llama
en los casos precedentes el «estilo alerta» o la cmor·
daz ironía- de Voltaire es un efecto eminentemen·
te «estético» que corresponde, al mismo tiempo que
funciona en las normas del cuento, a la reivindi.
cación individualista de la burguesía frente a los
privilegios heredados y familiares de la aristocracia.
Hemos hablado del esquematismo propiamen.
te dicho, pero hay que estudiar también los ras·
gos de esquematización de cada personaje. Las
marcas distintivas de los héroes de Candide no son
únicamente pintores y caracterizantes como lo es
la norma. Son reveladoras, no de una psicología,
sino de los mecanismos mismos por los males que
se impone a quienes oprimen la ideología de ]a cla·
se en el poder. El «candOr» de Candide, la altivez
del barón, la logomanía de Pangloss, la bestialidad
de Cunegunda, forman por su complementariedad
el esquema de las diferentes formas de credulidad
que son necesarias (y, por tanto, provocadas) para
mantener la dominación de una ideología que en·
mascara la opresión bajo su .moral». Candide. bue-
no y dulce por definición, «el mejor hombre del
mundo», mata a tres hombres a quienes la socie·
dad ha dado funciones dirigentes. La bestialidad
de Cunegunda, como su candoroso sadismo, no se
dan en absoluto como una originalidad de su ca·

lOS
rácter: basta comparar (y el lector más conspicuo
no debe dejar de hacerlo)· los capítulos VI y VIII,
donde se encuentra dos veces ~contado» el auto de
fe, una vez por el narrador y la segunda por Cu.
negunda. La perfecta coincidencia entre el apara·
to teatral descrito en el capítulo VI y las reaccio-
nes de Cunegunda en el capítulo VIII revela baso
tante bien hasta qué punto estas últimas son pre-
vistas y suscitadas por la Inquisición. No pueden
leerse como un ~tudio psicológico, sino que fun-
cionan como una prueba. El discurso de Cunegun-
da es la confirmación esperada y cada uno de los
términos que ella emplea corresponde exactamen·
te a los del capitulo VI; «actúa» como tiene que
«actuar» el pueblo al que se le «da» bellos autos
de fe. Nada, pues, de accidental, sino un sistema
feroz que funciona perfectamente.
Además, este disfuncionamie.nto global, que da
a un carácter tradicional del cuento un impacto
subversivo, vuelve a encontrarse en otros disfun·
cionamientos: si Candide guarda a todo lo largo
del cuento la misma simpleza, ésta se ejerce en
circunstancias diferentes que, bajo la uniformidad,
cambian su efecto. Un análisis detallado de las pa·
labras atribuidas a Candide en el estilo directo re-
vela, bajo la repetición de las fórmulas y la per·
sistencia del tono, que después del episodio de El
Dorado todas las palabras de Candide llevan, tie·
nen un resultado efectivo sobre la intriga, mien·
tras que antes eran siempre inútiles o desdichadas.
Así, pues, el único elemento que cambia en sus
discursos, que le permite hacer sugerencias en vez
de esperar las de Cacambo, dar órdenes -a su
criado en particular- es que él posee un capital
y las piedras preciosas de los carneros rojos hacen
acceder sin ruptura aparente, pero de manera sen·
sible en la lectura, a este personaje del cuento, sin
clase, al «status» de burgués que le llevará a la
dirección de la explotación agrícola del eapitu-

109
lo XXX (7). Es, al nivel del funcionamiento estético,
dar la intuición del hecho (no el análisis) de que,
sin cambio de carácter, fuera de toda «psicología lt ,
el peso de un personaje viene de su situación social.
Un análisis análogo puede ser hecho con lo que
concierne al doble y paralelo automatismo de Pan·
gloss y de Martín.

5. La pueslIl de relieve de la ficción en el cuento

No se trata aquí de un juicio objetivo sobre la


mayor o menor ficción de tal o cual género, sino
del hecho de que por definición el cuento exhibe
su propia ficción mientras que la novela la enmas·
cara. El lector es advertido sin cesar de que esto
ces un cuento»; no vamos a tratar de averiguar por
cuál de entre los varios procedimientos obligados
se obtiene aquí esta exhibición de la ficción: léxi·
co propio y fórmulas fijas, lógica partkular mos-
trada como extraña a la «realidad•. es decir, a la
que tiene curso en una sociedad dada. lemas obli·
gados cuya repetición misma importa, afectación
de no seriedad que designa sin cesar su propia dis·
tancia. Se encuentra todo esto en Candide, funcio-
nando todavía sobre un doble registro.
Léxico y fórmulas: Todos los cuentos utilizan
un vocabulario particular que se compone de este-
reotipos como el «príncipe encantador. o de expre-
siones corrientes a las que una repetición sistemá·
tica da valor mágico como «tira de la anilla y el
pestiJIo se abrirá», o incluso palabras misteriosas
como «abracadaba lt. En relación con los otros ca·

(7) Hasla enlonces, Candide es lo que :le quiera: noble


en un 72 por 100 aproximadamente, criado por la manera
en que se le expulsa del castillo. y si parece acceder a la
condición de burgués durante el breve espacio del capitu-
lo XV permanece, sin embargo, en una situación vaga has·
ta su salida de El Dorado.

LlO
racteres del cuento, contribuyen a crear y mante-
ner la atmósfera irreal, cuya relación con la ideo-
logía dominante ha sido senalada más arriba. Se
encuentra en Candide un buen número de fórmu:
las, así como un léxico particular (entre otras la
«metafísico-cosmo-nigología. de Pangloss). Pero
mientras que lo que funda el efecto de las fórmu·
las dd cuento es que se las acepte sin ni siquiera
preguntar su sentido (<<ábrete sésamo.), el vocabu-
lario particular, como las fórmulas q1le figuran en
Candide, no pueden nunca leerse a ese único nivel.
No damos más que un ejemplo de ello en el capí-
tulo XXIX: «El tierno amante Candide, viendo a su
bella Cunegunda ennegrecida, los ojos rasgados, la
garganta seCIl, las mejillas arrugadas, los brazos ro-
jos escamados, reculó tres pasos presa de h<r
Tror...•. Es bastante evidente que «tierno amante»
y .bella.. no funcionan únicamente al modo acos-
tumbrado. De esta manera, la convención, las ideas
recibidas (es decir, dadas por los unos a los otros),
presentadas como la .. ley natural», era una de las
habilidades de la ideología dominante cuyo favor
se sabe en el siglo XVIll. Así, el disfuncionamiento
aparentemente humorístico que acaba de verse no
es reductible a un simple efecto de estilo: alean-
7.3 (y contribuye) al efecto global de los disfuncio-
namientos ya analizados.
La lógica del cuento: «Se da por descontado»
en el cuento que las leyes físicas y sociales son
transgredidas: tanto la gravedad como la distribu·
ción de las riquezas. Basta que un hada haya sao
tisfecho un voto al principio para que se convier·
ta en invisible a voluntad, o que sapos y culebras
salgan de la boca de una niña descortés. Algunas
leyes del sueño son dadas y todo se desprende de
ellas con una coherencia interna al cuento. Los
«pues., «entonceSlt, «también», guardan su acep-
ción usual y lógica, habiendo cambiado sólo las
premisas. La lógica y las virtudes convincentes del
aparato retórico son escrupulosamente respetadas.

111
Este aspecto se aprecia en Candide, que ofrece un
lujo particular de «pues-, «así pues», «de esto se
desprende que-, etc. Pero si a un primer nivel este
arsenal lógico funciona, es empleado siempre de
manera que la lógica formal se encuentra en él en
perfecta contradicción con el «sentido común».
Desde el primer capítulo, el discurso de Pangloss.
plagado de «pues-, de «también», de «por consi·
guiente-, es una ilustración de ello; el ejemplo, sin
duda, más vertiginoso es la rigurosa «lógica del
discurso» de Cacambo a los Orejones. Esta distor·
sión que da al cuento «relieve-, «misterio», «iro-
nía., es decir, «belleza. pone de hecho en entredi
cho la adecuación del lenguaje a los hechos, desig.
nando a «la. lógica como una entre otras posibles.
Los ti: lemas» del cuelzto: evoquémoslos aquí bre-
vemente; están todos. El castillo, la amante fiel. la
bella joven, el amor absoluto que nada lastima, las
aventuras, el viaje, el exotismo, etc. Todos en un
sentido tienen allí su función acostumbrada y la
que liga aparentemente los capítulos es la búsque-
da de Cunegunda. Pero el castillo no es más que
una granja, el héroe se transforma no en príncipe
encantador, sino en explotador agrícola, la bella
muchacha no es ni bella, ni joven. ni muchacha. etc.
Así, la insistencia sobre lo ficticio de la ficción
se ve perfectamente en Candide, pero al mismo
tiempo que contribuye a hacer del cuento un cuen·
lO funciona como instrumento de retorno y, en vez
de ayudar a soñar tranquilamente, impide sonar.

6. La ausencia deliberada de referencia a la historia

A diferencia de los otros caracteres del cuento,


éste está totalmente transgredido en· Candide: la
atemporalidad no funciona aquí más que de ma-
nera interna a la intriga; como en los cuentos. no

112
se sabe jamás, en efecto, d tiempo que transcurre
de una aventura a otra y no se lee una cronología
de la vida de Candide. Pero las referencias transo
parentes a la Historia SOn de una precisión perfec-
ta, ya se trate de la Guerra de los Siete Anos, del
temblor de tierra de Lisboa, de la guerra en Ma·
rruecos o del imperio jesuita. la ola misma de la
cronología de las aventuras permite una lectura
directa de la Historia contemporánea y las desven-
turas de la vieja en el capitulo XI, pasadas (en la
intriga), se sitúan, como se leen, y no como «ocu-
rren. en la ficción, en una época contemporánea.
La lectura se ve abocada a dar primacía a la na·
rración. En ésta no hay, como se sabe, aparte de
la utopía de El Dorado, la cual es presentada como
tal, apenas un detalle del cuento que no se refiera
a un hecho exacto, que no esté situado en su lugar
preciso. Este solo hecho de presentar en un cuento
una tal abundancia de hechos históricos es en sí
subversivo, es decir, que esta presencia de la his-
toria en un género donde no tiene cabida trastor-
na el efecto de todos los otros caracteres del cuen·
to, cambia su centro de gravedad y su impacto. A
partir de aquí las otras normas del cuento son res-
petadas (formalmente), pues esta presencia de la
actualidad funciona como distorsión. A partir de
aquí nos vemos ,forzados a leer -esto es un cuen·
to», pues los elementos que, de manera transparen-
te, se afirman en el sentido de «esto no es un cu~n·
to. causan impacto, y por esto el efecto «estético-
es fuerte. Sin contar que, paradójicamente, el hilo
irrisorio, que es la búsqueda de Cunegunda, hace
sentir sobre un mundo paradójico, pero eficaz, la
arbitrariedad y la gratuidad de las justificaciones
hipócritas y provisionales que ese. da de los he-
chos históricos.
Parece, pues, que lo esencial del impacto pro-
ducido por el juego de las (y sobre las) normas
constitutivas del cuento es una inversión. Mientras
que su resultado (y su razón de ser) es exilar pro-

113
visionalmente al lector, ~n una vacaClOn compen-
sadora y soñadora, al país de lo irreal, los disfun-
cionamientos y distorsiones que permite Candide,
y a los que su lectura obliga, fuerzan a una apre-
hensión brusca, agresiva y a veces violenta, de
aquello que, precisamente, los lectores han sido
educados para no ver. Bien entendido que no ta-
dos los lcctores (y volvemos con ello a los postu-
lados planteados al principio): si, efectivamc.mte.
hay -habida cuenta de la relativa autonomía del
hecho literario (producción-difusión-Iectura)- una
coincidencia objetiva entre, de una parte, los cá·
nones estéticos de la ideología dominante, de otra
parte los disfuncionamientos «estéticos. y los in-
tereses de la clase en auge (aquí la burguesía re-
volucionaria) se puede ver en el funcionamiento de
Candide, «cuento., lo que sostiene y funda el efec-
to estético que le fue reconocido.
Es, en efecto, pensamos, esta ruptura lo que
funda el «valor literario» de un «texto., es decir,
el indicio de su peligro y la necesidad de reducir·
lo -en particular por el embalsamiento del mis-
terio eterno de la belleza. Todos los escritos no
pueden funcionar así.
Nosotros no nos hemos ocupado aqui más que
de dos niveles de funcionamiento: el que corres-
ponde a la ideología dominante en el siglo XVIII y
a las ndrmas estéticas que e))a entraña, y el que,
de manera más «oscura-, en todo caso no «racia-
nal., corresponde a los intereses de una ideología
en auge, aunque no en el poder, la de la clase bur·
guesa revolucionaria. Pero no hemos estudiado
aquí un tercer nivel de disfuncionamiento que ya
socava el segundo y corresponde -habida cuenta
siempre de numerosas mediaciones- a los intere·
ses de las masas populares que la burguesía va a
utilizar para su Revolución y a las que inmediata-
mente burla. Queda igualmente por estudiar cómo
el juego de estos tres niveles de funcionamiento

114
obliga a la burguesía. esla "el. reinante. a lecturas
reductoras y entre ellas contradictorias del texto
en los siglos XIX y xx. Esto constituirá el objeto
de estudios ulteriores.
Lo que hemos tratado de demostrar sobre algu-
nos puntos al menos -el funcionamiento de Can-
dide como «género..- . cómo lo que hace la tIlbelle-
za- de Candide y su "encanto» no es en absoluto
misterioso, sino que corresponde en un dominio no
conceptual a la lucha oscura y transpuesta de in-
tereses de clase antagonistas.

115
1ndiet'

1. Introducción 7
11. Definición de un objeto 11
l. Puntos de partida a criticar 11
2. Defh!ición de tm domitlio 16
3. Definición de WJ objeto 18
(11. Fenómeno literario e ideología(sl 2S
l. Dos funcionamientos históricamente
wwlizables 25
2. Un instrumento de acción al .'ierv;·
cio de una f.·lase 26
3. El papel de la ideología dominwlIe 26
Al En el ;meriur de la dase domi·
IILmte 27
B l En cl¡re,'óóPI a las dúses explo.
ladas 29
4 FunciOtum,Ífmto ele la ideulo~íu doo
Ininante 31
5. lA escuela ." el !wldu"amie"to del
ferlómeuu literario 33
IV. El fenómeno literario no es reduclibl~
a su papel dI: servidor de la ideología
dominante. Distorsiones y disfunciona·
mientos 37
l. Desde U" punto <le "ista teórico 37
2. Desde m, punto de vista histórko 40
3. Url proceso social complejo 41
4. Distorsiones 44
FundOlwmie"tos \' disfundones 50
V. Códigos y modos de escritura/lectura 59
VI. Definición del objeto estético 83
Los disfuncionamicntos de las normas del
cuento en .. Candide» 87

117
l. El c,K",Ic:IltIlU;C"1o (uulista ele m'cu-
tlll'tl... 9S
2. Lu llCIIlIllIlucivlI tic: u\'clllUras 98
3, 1.0 IIIctrClvilloso 99
... Aspecto cOlll'CIlciUllal e ;1/I.:OUSi.~lC"·
cill psic:(J/áa:;ClI d,' los persOIIlJ;c\ 102
5. La plteSill de relif!\'C de la /ic:dvu
en el cuento 110
6. La ausencia deliberada de re/ertmc:ia
a la historia 112

118

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