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ARARAS
EN
CUBA
FLORENTINA, LA
PRINCESA DAHOMEYANA
EL INGENIO “ARGUEDAS”
Al Avemaría8 los esclavos formaban en silencio. El nuevo
contramayoral9, Catalino Miranda –proveniente del ingenio
“San Martín” –era uno de esos hombres detenidos en el
más salvaje primitivismo. De mano dura; abusos y
desmanes lo tuvieron siempre por padrino. Con sus ojos
cervales, el mulato Catalino vigilaba cada movimiento de la
dotación. Sonreía estupendamente mientras jugaba con su
“cáscara de vaca10”. La tarde anterior se había cebado con
Luisa Yebú11. Antes lo había hecho con Francisca Agu-Ti12.
Estaba seguro el hombre de confianza de Zulueta que había
nacido para mandar. Pero lo que no podía comprender
Catalino Miranda era por qué los negros inclinaban la
cabeza al encuentro con Florentina. Para él todos eran
iguales: negros esclavos. El respetuoso gesto ante su
princesa escapaba a este grotesco personaje.
Las espigas de lipia se ofrecían al vuelo de las abejas.
El burdo vestido de esquifacíon13 no impedía la serena
dignidad. Movíase como una brizna más, abandonada. La
halagaba el zureo de la rabiche, el aire entre las cañas. La
tez de un bermejo puro, estaba hecha del aceite de la
madrugada; y se había perfilado entre vuelo de mariposas y
pétalos y fibra y cantos enardecidos.
Cerca de las argollas de cobre, las maracas tribales de los
Arará: una raya ancha ambos lados de la mejilla, dos más
pequeñas en las sienes, y tres, verticales, en los hombros.
Pero eran los ojos emboscados lo que más impresionaba.
En los ojos de Florentina Zulueta hacían noches los que
más impresionaba. En los ojos de Florentina Zulueta hacía
noches los más altos jazmines que la lluvia permitiera.
Copiaban frondas, humos, ráfagas. Había detenido el
tiempo, las lágrimas, los largos silencios. En ellos todo el
misterio de aquella mujer a quien los esclavos llamaban
“mamá”.
Ente altas yerbas de guinea y cercados de piñón, estaba el
cementerio del potrero. Allí descansaban los negros.
Muchos se enterraban con su vieja frazada, sin otra caridad.
Dicen que el primero en inhumarse fue Simón Tote-Gue14.
Los esclavos o espíritu poderoso.
Tal vez lo más triste del ingenio era este lugar, donde la
calma presidí hasta las tardes en que llegaban los mayitos.
Sin cuidarlas campanillas moradas se esparcían, recibiendo
solamente la savia nutricia de los Arará.
DASOYI
A la sombras de la chirimoya o en la tierra sembrada de
apasote, gusta descansar el humilde llagado. Por aniguos
caminos se muestran sus pantalones de saco, su camisa
de sarasa15 y los varios colores del chal en la cintura. Mueve
el ajá16 con la misma mano que bendice a sus hijos. Médico
y guerrero, Dasoyi es la fuerza principal de la Regla de Arará.
Se le invoca con profundo respeto.
Son á ecum pa é
Oguiso
Má de má
Son á ecum pa é
Oguiso.
Má pa de má17
HEBIOSO, EL GUERRERO
Ya no maro a no á
A ni ná mi no á
Ya no maro a no á
A ni ná mi no á33
Acutorio es dueño del monte. En el vodú Dahomeyano
puede ser Oggou Ibó u Oggou Batalá. También son
oggunes: Togó, Ibo Buá, Ibo Cui y Gambúa. Hay más de
ciento setenta oggunes asociados a este fodù. El más
temido es Criminal, un espíritu de esta familia. En otras
interpretaciones Hebioso y Acutorio se fusionan en una
entidad, muy bien definida. Soslayando la tradicional
rivalidad entre ambos. Existe un Oggún, Balindjo, que posee
el fuego y se sincretiza con San Jacobo el Mayor. Su culto
es muy respetado en Haití.
A Somaddonu, Ojosí o Juguerdá- padre y madre de todos
fodú que dio al hombre el pensamiento y es dueña de todas
las cabezas, los ararás le cantan:
Ya ya a mi va
Ya si yo yo be
Ma si yo yo be
Yo yo be34
OSAÍN
Para las creencias africanos el monte representa el mayor
santuario natural donde residen las fuerzas más poderosas
de sus religiones. Así en la Regla de Osha el verdadero
dueño del monte es Osín Agguénniy, que de la tierra de Oyó
pasó a la tierra de los ararás. Ellos lo mencionan como
Yebú o simplemente como Osaín. Este espíritu salió de la
tierra; no es hijo de nadie. Aparece como un ente tuerto,
cojo y manco. Tiene un pie, el derecho; un brazo, el
izquierdo; y posee una oreja muy grande y una muy chiquita.
Por esta última es que lo oye todo. Da saltos para caminar
apoyándose en un bastón de raíces tejidas. No se le
entiende casi lo que habla. No desea mujeres, no las
necesita. Tiene a Hebioso como su gran amigo.
Puede habitar Osaín en un guiro al que se dibuja con yeso
una cruz y se adorna con varis plumas de distintos pajaros.
A Osaín le gustan las mariposas amarillas. Él es el gran
poder de las Yerbas; El gran curandero. En su mundo viven
varias fuerzas como son Eléko, los Iwis, los Yyandó los
Ibayés; así como animales sobrenaturales como Kiama,
Kolofo y Aróni.
Detrás de la puerta de la Sociedad Africana hablaba Osaín.
Florentina perdonaba siempre a los muchachos que por
curiosidad se acercaban a oírlo.
La lengua adjá -de la gran familia sudanesa-, determina las
raíces del habla arará entre nosotros. Así el canto arará fue
recreado por algunas voces que le brindaron especial
resonancia. Entre esas primeras voces estuvieron las de
Masima y Mañaña Oguó, ararás que personalizaron el canto
matizándolo de acentos característicos.
Pequeña, con un sombrero de guano, hace casi un siglo
Marcelina Zulueta hubo de ser considerada una de las más
grandes cantadoras. Coronada su cabeza por Male35, era
negra de nació, una arará pura, fue el tercer gallo36, su casa
estaba situada en la misma esquina donde hoy convergen
la calle San Juan con la Carretera Central. Año después,
Vicenta Zulueta, nieta de Marcelina, se convirtió en una
destacada cantadora.
Se recuerda, por su vez, a Coromba Zulueta, de origen
congo, que tenía hecho a Juguerdá. Vivía en la propia
Sociedad Africana y fue criada por Florentina. Con los años
hubo de enfermar Coromba es Emiliano Menéndez Zulueta,
“Quito”, actual cantador del Grupo Dahomey Arará, que es
quito gallo, y el último hasta ahora.
Cuando muere un practicante del rito arará, se le acuesta
sobre una estera y se le corta un poco de pelo. Éste se pone
en una jícara. Se le añade quimbombó seco o hilo fino de
coser y se tapa con un paño blanco y negro.
La ceremonia fúnebre continúa después, cuando suena el
jobá pakututó, que es un platón de agua y aguardiente
donde se pone una jícara grande virada boca abajo, la que
se toca con dos palitos. Entonces, entonan los cantos de
muertos, que son como cincuenta37.
Cerca de noventa años tiene Ramona Peraza Zulueta (para
la religión africana OBA TOLÁ), quien es dueña de la palabra:
“Florentina era mujer muy dulce. Le gustaban los niños,
aunque la vida no se los dio. Crió a Digna, la madre de
Victoria Zulueta. Hablaba un español clarito. No era muy
chiquita ni muy delgada. Usaba medias y argollas. Tenía
mucha ropa de guinga con vuelos y plisados.
“El esposo de Florentina se llamaba Ta Facundo, también
arará, cuyo santo era Malé. El primero de enero celebraban
fiestas.
“A Florentina se le saludaba con los brazos cruzados e
inclinando la cabeza; entonces ella besaba la frente.
“Su figura, de verdad, recordaba a una princesa”.
IGI-OLORUN
LOS GEMELOS
Los ararás rinden culto a potencialidades mágicas de los
gemelos. Considerando que el nacimiento de dos
hermanos en un parto preserva a las familias de posibles
desdichas.
El creyente ewé-fon los presenta en dos muñecos, vestidos
de rojo y negro o de ojo y blanco, a los que se le ofrecen
comidas y dulces. Para los ararás ellos provienen de Zoun,
la tierra de los muertos. Se adornan con llaves, medallas y
monedas. Nacieron en el rio y no le temen a nada sobre la
tierra.
Generalmente todos los conocen con el nombre nigeriano
de los Ibedyis. Dicen que son hijos de Mase y Hebioso, que
los ama entrañadamente. Se sincretizan con los santos
católicos San Cosme y San Damiá.
En la casa templo de Armandito Zulueta existen dos
jimaguas llamados Marassa que pertenecen al culto de los
negros franceses que fueron herea dados de su madre
Teresa La I.
Concepción Parovani une a sus noventa años de edad, una
delce manera, un aire firme
“La sociedad Africana era una ideología. Todo allí era
respeto, bienestar y grandeza. Era un lugar un lugar de
fundamento. Yo era muy pequeña y vivía en Reglita; no
podía entrar en la Sociedad salvo el dia que festejaban a los
niños. Era la Sociedad Africana la más importante casa de
santo que había. También estaba la de los gangás con los
Diago.
“Mi abuela se llamaba Ma Casimira y fue esclava de la finca
Palestina y era hija de Lucumí con gangá. Los bisabuelos,
Ma Teresa y Ta Bonifacio, fueron esclavos también, de
nación carabalí, mi otro abuelo era mandinga. Así es la
mezcla que tengo.”
“En sueños, una vez, se me presentó Don Julián Zulueta.
Los vi como un hombre de bastante estatura, elegante, muy
presentable; vestido de blanco, con botas muy limpias y
montado en un caballo moro. Me dijo que había que darle
de comer a la laguna del centro. Se le vaía como
avergonzado de todo lo que había hecho a los negros. Mas
tarde hablé con Elizarde, un negro arará muy viejo que
había conocido a Zulueta y me dijo que era así mismo
como el sueño me lo madera, donde vivía Agró40.
Piedra antiguas como de una mar abuelo, misterioso,
conformaban el ennegrecido brocal, donde el musgo
desbordante barnizaba su aparente reposo. Se perdía la luz
bajo la fronda de la útil baría. Entonces, el gran ojo,
silencioso, daba la impresión de una muerte apacible. En lo
alto suaves tintes naranjas anunciaban la caída de la tarde.
Era el momento en que despertaba el galán y las gallinas
alcanzaban el limonero.
Dicen que allí, junto al pozo, aparecía un negro corpulento,
vestido con pantalón de saco, sosteniendo un largo bastón
cubierto de conchas y caracoles; con unas manazas
poderos, donde las venas, en desordenada geografía,
mostraban las huellas de profundos, abismales, lejanos ríos.
Turbaba la altivez del apuesto visitante. Seguro el dueño del
pozo, imaginamos; el señor que gobierna los seres que
viven allí: varios ofidios de flamante piel y ojillos
inconmovibles, pero todos respetuosos caballeros.
A esa hora Florentina recogía a los muchachos y los
encerraba en un cuarto. Entonces, el canto que le brotaba
era una dulce razón para el negro del bastón y de las venas
para que desapareciera.
Ya el lucero descansaba en lo alto de la protegida ceiba.
PATASOLA
En casi toda el áfrica occidental se mantienen creencias
que consideran el alma de un ser inmaterial depositaria en
un animal. El llamado CULTO OFIOLÁTRICO DAHOMEYANO
que nos señalara DON FERNANDO ORTIZ, tiene raíces muy
antiguas en esa cultura, podemos señalar que esta
influencia entre los ararás está muy profundamente
arraigada. Muchos de sus entes taumatúrgicos poseen
estas características. Así lo demuestra este sujeto
sobrenatural que los ararás reverencian como Patosola.
Terso el cuerpo cilíndrico. Lustroso, como aceitado. Los
ojos dispersos en toda su extensión descubren varios
matices fulgurantes. La cabeza enhiesta, minúscula,
empotrada como a la fuera, destruye el orden vital del ofidio.
Esta es la impresión del insólito ser que se identifica con
San Silvestre. En el culto a este fetiche se imponen baños
azucarados de Limpieza, con frescura, salvadera y
rompezaraguey, con el fin de evitar posibles
inconsecuencias.
El día final del año a Patasola se le ofrecen dulces y
golosinas en una jícara y se le pide por que la paz reine en
el hogar el nuevo año que se avecina.
Gilberto Hernández Zulueta, EL DIABLO es en la religión
africana, EWIN-DINA. Sus vivencias se narran matizadas de
ese don generoso que es la simpatía.
En la Sociedad Africana había muchos viejos a los que
teníamos que ir diariamente a pedirles la bendición, porque
de no hacerlo y enterarse nuestros mayores, el regaño era
en grande. Cuando allí plantaban la fiesta, los muchachos
quedamos de orilla. La disciplina era muy grande. Había
dos colas para entrar, una de hombres y otra de mujeres. Y
las fiestas duraban varios días.
Si le hacían algo malo a algún miembro de la sociedad,
ellos cogían una jícara. Con no sé qué cosa dentro, y a las
doce del día en el patio, la levantaban en alto, pedían y
después la dejaban caer al suelo. Una vez Ma Justa, una
negra arará de la sociedad le robaron una gallina; y el ladrón,
al dia siguiente de tirar la jícara, se le empezó a hinchar el
brazo. De esta forma y ante aquel fenómeno, el que cogió la
gallina se denunció a la dueña pidiéndole clemencia. Pero
Ma Justa, muy seria, le contestó TA ECHO YA; NO PUÉ TRÁ.
Se ha transformado la vieja casona de la sociedad africana
de los ararás. La madera es sombra donde la cantería reina.
El amplio patio, donde las grandes celebraciones se
recuerda, conservan intacto el paraíso, la colonia, la
salvadera. En triste pirámide de piedra y musgo el pozo se
resiste a morir. Sólo el cuarto principal es el mismo. Se han
detenido las horas, se han nutrido de humo las ventanas;
pero el deslumbramiento se mantiene. En esta habitación
vivio Florentina Zulueta. Aquí yacen enterrados los secretos
y prendas del fundamento de su religión. Aquí entregó sus
últimos años a la vida. Permanecen, en una esquina, cerca
de la puerta que da al pasillo, los santos africanos y otros
objetos del culto, atendidos discretamente. Aquí se
conservan las huellas profundas que desde el mar llegaron
a nosotros.
Muy cerca de las tejas abandonadas,, donde madura el
gandul, hablamos de ella. Es el momento en que todo se
despuebla de ruidos y victoria Zulueta ordena sus palabras.
Mi madrina me llamaba Agisteme, que en su lengua quiere
decir LOS HIJOS NO SE COMPRAN PORQUE SI NO YO TE
HUBIERA COMPRADO. Es el nombre con que los santos me
concen. Mi madre me puso en sus brazos y ahí quedé. Yo
fui la hija de Florentina Zuelueta. En su muerte recibí los
secretos del fundamento.
Florentina era mujer de un trato muy dulce; muy educada en
su forma de hablar, a pesar de que no sabía leer ni escribir.
Todos los africanos la tenían como un gran juez que
decidía entre sus problemas. Diariamente visitaba a los
enfermos. Nunca le oí una palabra fuerte ni tuvo un gesto
grosero con nadie. Aquí, en la sociedad Africana, se hacían
las fiestas de todos los negros de nación, aunque fueran de
otras razas y creyeran en otras casas. Éste era un templo
mayor para ellos. Sobre la esclavitud, Madrina no hablaba
con los muchachos; pero yo le veía las marcas en el cuerpo
como si estuviera cortada por cuchillos; y oí algunas
conversaciones con otros esclavos y siempre terminaban
llorando.
Florentina fumaba tabaco, pero no bebía. Desayunaba con
agua cono azúcar. La comida que más le gustaba era el
tapi-tapi, que es comida de hebioso. Se hace el tapi-tapi
moliendo el arroz, ya cocinado, y dándole una forma de
pelotas aplastada, como torta, a las que se echaba
quimbombó o caldo de gallina. Se comía con las manos.
En las fiestas que se daban aquí, se tocaban también
francés, que era un baile en parejas muy bonito. Yo
conservo tres tambores sagrados de los ararás que tienen
mucho más de cien años y los collares de santo de
florentina.
Cuando madrina murió, muy viejita, se le compró una caja,
para enterrarla, que costo cien pesos, y la llevaron en
hombros al cementerio. Fue un duelo para todo el pueblo.
Se esforzaba por hablar, pero había llegado a un limite
preciso. Nos condujo a un rincón del cuarto, donde estaban
las prendas más sagradas de su religión, y descubrió el
gran pañuelo rojo y blanco que cubría a Hebioso. Era la
primera vez que alguien no consagrado en el culto de los
ararás enfrentaba al poderoso Fodú. Afuera, entre galanes y
luceros, crecía la noche Victoria Zulueta formaba parte de
aquella atmosfer sobrecogedora que nos envolvía.
A los ciento cinco años de edad muere Florentina Zulueta.
Con ella desaparecen, entre nosotros, las raíces más puras
de su raza, a la que representa con absoluta dignidad.
Nuestra tierra, su tierra, hubo de recibirla un día de 1933.
Con la misma humildad con que vivió hubo de enfrentar
aquel suspiro en que se disolvieron todas las noches, los
sueños todos. Florentina Zulueta regresaba, libre ya, como
ella lo soñara, a su infinita tierra conmovida.
Varias plantas se inscriben dentro del culto religioso de los
ararás y son reverenciadas por sus poderes. La
identificación de estos ejemplares del proceso de
tranculturacion producido. No son las únicas par cada Fodú,
pero si las más importantes y utilizadas.
Tocoyo yonó: trébol, campanilla, peonia.
Acutorio: almácigo, malva blanca, salvadera.
Aggidai: rabo de gato, alacrancillo, hoja de guásima.
Aferequete: lengua de vaca, salvia, berro.
Somaddonu: piñón de pito, verbena cimarrona.
Dasoyi: cuandiamor, maravilla blanca, escoba amarga.
Hebioso: platanillo, jobo, hoja de ceiba
Dañé: hoja de caimito o ciruela.
Mase: orozuz, romerillo, lechuga.