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El uso de barreras para evitar riesgos respiratorios tiene una larga data,
siendo masivamente usadas durante las pandemias de Plaga en 1340 y de
Gripe Española a inicios de los años 1900 (1). Sin embargo los registros del
cuidado de la vía aérea nos remontan al antiguo Egipto en donde el papiro de
Ebers muestra medidas de protección y hasta recetas de inhalaciones
medicinales de anticolinérgicos. Si bien desde hace mucho se tiene conciencia
de los riesgos que conlleva el aire contaminado y la necesidad de usar
protección respiratoria es en este siglo que los fundamentos científicos y
técnicos cobran mayor relevancia en comparación a los años siglos
anteriores(2). El desarrollo de la ciencia y la tecnología apoyadas por el uso de
computadores ha permitido una selección más minuciosa de las bases y
principios tecnológicos en la fabricación de mascarillas faciales. La necesidad
imperiosa de reducir los contagios en la actual pandemia hace que se oferte
una gran variedad de dispositivos a nivel mundial, siendo la mascarilla la que a
la fecha ha demostrado mayor efectividad(3). Entendemos además que no
todas las mascarillas tienen el mismo uso ni las mismas especificaciones y por
tanto varía enormemente su indicación y muchas de ellas son mal utilizadas
por el personal sanitario por gran desconocimiento de sus especificaciones(4).
Incluso algunos pueden contener aditivos antimicrobianos para prolongar el
tiempo de vida útil y reducir los contagios(5).
Sin embargo hay que notar que diversos estudios con modelos
matemáticos han sugerido que las máscaras solas, pueden tener solo un
pequeño efecto en el número de vidas salvadas en epidemias graves(2), pero
el beneficio puede aumentar con otras medidas de salud pública.
BIBLIOGRAFIA