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Remiro Brotons, Antonio Et Al. - Derecho Internacional. Curso General UNIDAD III PÁGS.183-197 - 239-3
Remiro Brotons, Antonio Et Al. - Derecho Internacional. Curso General UNIDAD III PÁGS.183-197 - 239-3
INTERNACIONAL
CURSO GENERAL
tirant lo b anch
Valencia, 2010
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113. El estoppel
Hay quienes consideran que el estoppel es la otra cara de la aquiescencia. Am-
bos proceden, sin embargo, de razonamientos jurídicos diferentes. Tratándose
de estoppel lo fundamental no es el acto o comportamiento en sí, sino la reacción
frente al mismo; lo que interesa descubrir no es la voluntad en obligarse de un
sujeto que hace una declaración o se comporta de una manera determinada, sino
las expectativas legítimas que la declaración o el comportamiento de tal sujeto
despertaron en los demás, que ajustaron a ellas bona fide su posición y ahora se
verían perjudicados por la inconsistencia en el decir y hacer (o no hacer) de la
otra parte (CIJ, Plataforma continental del Mar del Norte,1969; Golfo de Maine,
1984; Controversia fronteriza entre El Salvador y Honduras. Demanda a efectos
de intervención de Nicaragua, 1990; Licitud del empleo de la fuerza, 2004).
En virtud del estoppel un sujeto podría ser obligado definitivamente por actos
y comportamientos que en sí mismos carecían de efectos jurídicos, y ello con el
fin de impedir que saque provecho de sus propias contradicciones en perjuicio de
otro. El estoppel es redundante una vez verificada la aquiescencia (CIJ, Senten-
cia arbitral dictada por el Rey de España, Honduras c. Nicaragua, 1960). Pero
puede haber aquiescencia sin estoppel y, viceversa estoppel sin aquiescencia.
En todo caso, al igual que ocurre cuando se trata de la aquiescencia (CIJ, Pla-
taforma continental del Mar del Norte, 1969; Golfo de Maine, 1984), las declara-
ciones y comportamientos a partir de los cuales se invoca el estoppel deben ser
claros o inequívocos, persistentes y coherentes. Pero más importante aún que
eso es probar el perjuicio sufrido por el invocante del estoppel como consecuencia
de la posición que asumió con base en tales declaraciones y comportamientos.
Entre ambos —el comportamiento de uno o actitud primaria (E. Pecourt) y la
modificación de la posición del otro en su propio perjuicio o actitud secundaria
debe existir una relación de causalidad (CIJ, Frontera terrestre y marítima entre
Camerún y Nigeria, 1998).
préstitos serbios, 1929; CIJ, Anglo-Iranian Oil Co., 1952), pero eso no impide a
las partes localizar su régimen jurídico en el Derecho Internacional, conforme al
principio de autonomía de la voluntad, que faculta a las partes para designar la
ley aplicable al contrato (IDI, Atenas, 1979) (v. par. 461). Todo ello con indepen-
dencia de la cobertura que a los llamados contratos de Estado pueden brindar
los tratados de cooperación, asistencia, desarrollo y protección de inversiones.
mero, su transitoriedad…, se cuentan entre ellos. Sobre esta base, diríase que
el nombre del tratado se circunscribe habitualmente a los acuerdos bilaterales
entre Estados sobre materias de importancia o con una secular tradición con-
vencional: paz, amistad, neutralidad, límites, establecimiento, extradición…,
encorsetados en un instrumento solemne que contiene cláusula de ratificación
(v. par. 166, 168) y es estipulado por el Jefe del Estado; o que las nuevas áreas de
cooperación, bi o multilateral, los nuevos sujetos y las nuevas formas de mani-
festación del consentimiento reclaman a su vez otras especies, otras cabeceras,
otros nombres, entre los que parecerían gozar de mayor aceptación los más neu-
tros de convenio o, incluso, acuerdo, aunque no parece que los usuarios hayan
querido, llamando al acuerdo acuerdo rendir tributo a los pueblos primitivos
que llamaban hombre al hombre y río al río.
La denominación de un acuerdo escrito es en sí misma irrelevante para esta-
blecer la existencia o no de un tratado en los términos genéricos en que lo hemos
definido, adoptados por la Convención de Viena (art. 2.1.a) y confirmados por la
Corte Internacional de Justicia. Así, en el asunto de la Plataforma continental
del Mar Egeo (1978), donde se afirma que no existe regla de Derecho Interna-
cional que prohíba que un comunicado conjunto constituya un acuerdo interna-
cional, dependiendo esencialmente de la naturaleza del acto al que se refiere, y
no de la forma que se le da; o en el asunto de la Delimitación marítima y cues-
tiones territoriales entre Qatar y Bahrein (1994), que considera que las minutas
de una reunión celebrada por las partes en 1990 enumeraban los compromisos
consentidos por éstas y constituían un acuerdo internacional. Asimismo, en el
asunto relativo a la Isla de Kasikili/Sedudu la Corte (1999) entendió que un
comunicado suscrito por los Presidentes de Bostwana y de Namibia incorporaba
un acuerdo del que se desprendían obligaciones jurídicas.
Dicho esto, la denominación de un acuerdo escrito puede tener alguna utili-
dad como índice para: 1) la identificación de uno de los elementos definitorios
del tratado, a saber, la voluntad de las partes de crear derechos y obligaciones
jurídicas regidas por el Derecho Internacional; 2) el reconocimiento por una de
ellas de la subjetividad internacional de la otra; 3) la discriminación entre los
Estados y otros sujetos como partes; y 4) la determinación de su régimen cons-
titucional.
En relación con lo primero, si no se excluye que bajo la cobertura de un co-
municado conjunto o de una minuta se esconda un tratado, será bien difícil
negar que lo sea el documento que presentamos bajo este mismo nombre, el de
convención o el de convenio. El recurso a cabeceras blandas, u otras polivalen-
tes (declaración, acta, carta…) permite, en todo caso, escamotear o poner en
duda la voluntad de generar obligaciones jurídicas. Tómese, como ejemplo, la
declaración tripartita de Madrid, de 14 de noviembre de 1975, entre España,
Marruecos y Mauritania, con base en la cual España abandonó el Sahara occi-
dental (v. par. 65).
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Otro tanto cabe decir en relación con lo segundo. Mediante el recurso a deter-
minadas cabeceras blandas o polivalentes se insufla ambigüedad sobre el reco-
nocimiento de la subjetividad internacional de una de las partes por la otra. Un
Estado no suscribe tratados o convenios con entes cuya personalidad internacio-
nal desea mantener entre corchetes. En este sentido es sugerente la forma en
que el Ministerio español de Asuntos Exteriores informó acerca del comunicado
conjunto hispano-británico de 27 de octubre de 2004 “sobre el que el ministro
principal de Gibraltar…había sido consultado y…expresado de forma separada
su acuerdo”. Según el comunicado se establecía un “nuevo foro de diálogo a tres
bandas sobre Gibraltar” a base de una agenda abierta en la que cada una de las
partes, “sin perjuicio de su respectivo status constitucional (incluyendo el hecho
de que Gibraltar no es un Estado soberano e independiente)”, podría plantear
cualquier asunto, tener voz propia y separada y participar sobre la misma base.
El comunicado puntualizaba que “cualquier decisión o acuerdo alcanzado en el
foro deberá ser acordado por cada uno de los tres participantes” y añadía: “Si las
tres partes desean adoptar una decisión…respecto a un asunto sobre el que el
acuerdo formal debiese ser, de forma apropiada, entre España y el Reino Unido,
se entiende que el Reino Unido no prestará su correspondiente acuerdo sin el
consentimiento del Gobierno de Gibraltar” (v. par. 64).
En cuanto a lo tercero, la práctica de la Unión Europea sugiere un cierto
sentido discriminatorio, de clase, cuando reserva los tratados, que son conclui-
dos por los Estados miembros, para dar forma a su constitución material, y
denomina acuerdos, según los tratados, a los concluidos bilateralmente por las
instituciones de la Unión.
Otro tanto cabe advertir cuando la capacidad convencional se contempla des-
de los entes territoriales que componen el Estado: en Estados Unidos se denomi-
nan agreements o compacts los acuerdos celebrados por los Estados federados;
en Argentina, la Constitución enmendada en 1994 (art. 124) facultó a las pro-
vincias para celebrar convenios internacionales dentro de ciertos límites. Cons-
ciente o subliminalmente, el término tratado es omitido.
Por último, la denominación del acuerdo escrito, irrelevante en principio in-
ternacionalmente, puede no serlo en el orden interno, y así lo reconoce la misma
Convención de Viena (art. 2.2). No es recomendable, pero nada impide a los
Derechos estatales acuñar para el tratado —o para otros títulos— una acepción
particular y dotarla de efectos jurídicos.
A nadie escapa, por ejemplo, la repercusión que ha tenido en Estados Unidos
la distinción —nacida de la práctica— entre los treaties y los executive agree-
ments, sea por su conclusión (con intervención o no del Senado actuando por
mayoría de dos tercios), sea por su rango (por encima o no de las leyes de los
Estados miembros de la Unión), sea por las garantías de su cumplimiento, espe-
cialmente las financieras. Más allá de lo jurídico, treaties y executive agreements
han escalafonado moral y políticamente a las contrapartes, separando a los ami-
gos de los hijos de perra (siempre desde una óptica washingtoniana). En las
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ha habitado entre nosotros. Para John Bolton, por ejemplo, que fue embajador
en Naciones Unidas, de los tratados no se deducen obligaciones jurídicas para
los Estados Unidos. Como ha observado D. F. Vagts, “los tratados irritan a los
hegemonistas”.
En segundo lugar, la afirmación de que los tratados generan obligaciones
jurídicas no conduce a que todos los acuerdos entre sujetos soberanos sean tra-
tados. Los Estados y otros sujetos internacionales pueden concertar acuerdos al
margen del Derecho Internacional (aunque no contra el Derecho Internacional).
Esos acuerdos pueden ser contratos si producen efectos jurídicos regidos por un
Derecho estatal o, en otro caso, acuerdos sin relevancia jurídica, aunque puedan
tenerla en otros órdenes.
Estos últimos, acuerdos jurídicamente no obligatorios, son denominados po-
líticos, informales o de facto, pactos entre caballeros (gentlemen’s agreements)…
dentro de una terminología abigarrada y abierta, desafortunada cuando carac-
teriza los acuerdos mediante un rasgo que no les es exclusivo, facilitando los
equívocos, o los engloba en realidades más complejas. Nosotros hemos venido
utilizando la expresión acuerdos no normativos, pero seguramente es más pre-
ciso hablar de acuerdos no jurídicos o extrajurídicos, si se busca una expresión
que sintetice su carácter no obligatorio en Derecho. No ha de extrañar que su
número se haya multiplicado dentro de la tendencia a esquivar las ataduras
legales e institucionales, internacionales e internas, que caracteriza las relacio-
nes internacionales de los últimos años.
Tal vez los juristas se sientan desamparados, pero los gobernantes y altos
funcionarios parecen felices. Gracias a los acuerdos no normativos se difumina
el reconocimiento de la subjetividad internacional de una de las partes, se pue-
de ser menos continente en la asunción de obligaciones y se conserva un con-
trol absoluto sobre su ejecución evitando las molestias de un régimen legal, se
prescinde de autorizaciones e informaciones parlamentarias preceptivas cuya
obtención puede no estar asegurada, se gana tiempo en situaciones engorrosas y
se evita la publicidad. Así, los sistemas constitucionales acomodan los acuerdos
secretos…
Ese ilícito puede invocarse además como causa de suspensión y terminación del
tratado (v. par. 232, 237) y desencadenar represalias no armadas (v. par. 333,
335). La discrepancia de las partes sobre el incumplimiento origina diferencias
o controversias que eventualmente pueden someterse a mecanismos de arreglo
arbitral o judicial (v. tema 19).
Nada de esto acontece cuando de obligaciones no jurídicas se trata, aunque
hay quienes se esfuerzan por emparentar los acuerdos no jurídicos con el orbe
del Derecho apreciando que les son aplicables algunos principios jurídicos, sobre
todos el de buena fe, también el del estoppel, o advirtiendo sus implicaciones,
consecuencias o efectos jurídicos, siquiera indirectos o laterales. Realmente pa-
rece un contrasentido buscar en lo jurídico conceptos para fundamentar el res-
peto de obligaciones no jurídicas. El principio de buena fe es un principio que
inspira el régimen de los tratados (v. par. 160, 247, 273) y fundamenta el valor
obligatorio de actos unilaterales y del estoppel (v. par. 112, 113), pero también es
un principio moral y político aplicable en cuanto tal a los acuerdos no jurídicos.
Si el tratado es matrimonio, el acuerdo no normativo es unión de hecho. No
por ello, al igual que ocurre en estas relaciones personales, su validez socioló-
gica es menor. Por el contrario, puede ser incluso mayor. Quienes los suscriben
libremente lo hacen con el propósito de serles fieles —si no en la enfermedad, sí
en la salud— mientras perduren las circunstancias que libremente les condu-
jeron a ellos y esté en su mano, política y legalmente, ejecutarlos, bien a través
de la iniciativa legislativa y de la potestad reglamentaria, bien mediante las
aplicaciones de gasto de los créditos ordinarios, o realizando actos políticos de
gobierno, exentos de control judicial.
En último término, la observancia de un acuerdo en el orden internacional
depende, más que del carácter de sus obligaciones, de su acierto para refle-
jar continuadamente intereses comunes, recíprocos o complementarios de las
partes. Las normas generales en el caso de incumplimiento de una obligación
jurídica no garantizan la reparación adecuada, ni siquiera el reconocimiento de
la infracción. Incluso cuando las partes se han dotado mediante reglas particu-
lares de un mecanismo de arreglo obligatorio de las controversias que surjan en
sus relaciones, la ejecución de las decisiones acabará reposando sustancialmen-
te en su cumplimiento voluntario por el declarado infractor. En este sentido, hay
y puede haber acuerdos no jurídicos con garantías de observancia más eficaces
que muchos tratados.
Si, en efecto, la observancia voluntaria de una obligación no jurídica es segui-
da por un eficaz mecanismo de control que revise, pregunte o pida explicaciones
periódicas o condicione el disfrute de ciertas ventajas a su observancia, su efec-
tividad tenderá a ser mayor que la de una obligación dispuesta en un tratado
carente de tales mecanismos y beneficios. Más aún si la primera goza de una
precisión que falta en la segunda, pues es ahí, en el plano de la aplicación y no
en el de la juridicidad, donde ese rasgo de la obligación es relevante. Además,
caben siempre las medidas inamistosas, de retorsión (v. par. 332), para forzar
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ellos España); y 2) respecto de todos —pero sólo— los tratados celebrados con
posterioridad a la fecha de su entrada en vigor para cada uno de ellos (art. 4).
No obstante, su relevancia positiva rebasa con mucho esta limitación si se
considera desde la perspectiva de su aportación a la codificación y desarrollo
progresivo de normas generales. La misma Convención precisó que nada obsta-
ría a la aplicación de cualesquiera de las normas enunciadas “a las que los tra-
tados estén sometidos en virtud del DI independientemente de la Convención”
(art. 4).
A este respecto es revelador que ya antes de la vigencia de la Convención
los tribunales internacionales invocaran sus artículos alegando su dimensión
consuetudinaria (CIJ, Namibia, 1971; Consejo de la OACI, 1972; Competencia
en materia de pesquerías (competencia) 1973; Plataforma continental del Mar
Egeo, 1978; ss. arbitrales en los asuntos del Canal de Beagle y de la Plataforma
continental entre Francia y Gran Bretaña, 1977). Luego esas referencias se han
generalizado sin importar que las partes en la controversia no fueran partes en
la Convención (ss. arbitrales en los asuntos Young Loan, 1980, Delimitación de
la frontera marítima entre Guinea y Guinea-Bissau, 1985, Pesca en el golfo de
San Lorenzo, 1986, entre Canadá y Francia; CIJ, Controversia fronteriza entre
El Salvador y Honduras, 1992; Controversia territorial (Libia/Chad); 1994, Isla
de Kasikili/Sedudu (Bostwana/Namibia) 1999, Soberanía sobre Pulau Ligitan
y Pulau Sipadan (Indonesia/Malasia), 2001).
Siendo amplia, la Convención no es exhaustiva; rige sólo las relaciones in-
terestatales (arts. 1, 2.1 a y 3 c) y excluye cuestiones como la responsabilidad
internacional por incumplimiento, los efectos de la ruptura de hostilidades y la
sucesión (art. 73). Pero las relaciones convencionales entre Estados y Organiza-
ciones Internacionales o entre Organizaciones Internacionales fueron reguladas
por la Convención de 21 de marzo de 1986 ajustándose a la horma de la Conven-
ción de 1969 y sobre las cuestiones excluidas se abrieron procesos de codificación
y desarrollo progresivo que han avanzado desigualmente y que serán oportuna-
mente considerados (v. par. 296, 233, 242). En todo caso, como recordó la Con-
vención de 1969 (preámbulo, último párrafo), las normas consuetudinarias son
aplicables a todas las cuestiones no reguladas en sus disposiciones.
El carácter dispositivo de buen número de las normas internacionales y las
remisiones, directas e indirectas, que hacen al Derecho interno, son razones
por las que los ordenamientos estatales contienen reglas que las completan.
Así, en el vigente Derecho español se descubren disposiciones pertinentes en
la Constitución de 1978, Estatutos de Autonomía, leyes orgánicas del Tribunal
Constitucional y del Consejo de Estado y en sus Reglamentos, Reglamentos de
las Cámaras legislativas, Código civil… Antes, en 1972, el Ministerio de Asun-
tos Exteriores había querido imponer una cierta racionalidad en una de las
actividades más caóticas de la Administración —la de la formación, registro y
publicación de los tratados— para lo que se dictó el Decreto 801/1972, de 24 de
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XXXIX. LA REPRESENTACIÓN
Los sujetos del Derecho Internacional, personas jurídicas, actúan a través de
órganos individuales y colectivos. En Derecho Internacional las reglas que rigen
su representación en la formación de los tratados —codificadas por las Conven-
ciones de Viena— se basan en la acreditación, expresa —los plenos poderes— o
implícita, y en la aceptación del carácter representativo que ostentan, por sí
mismos, determinados órganos encargados de la acción exterior.
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por la Ley en las delegaciones que negocien tratados que afecten a materias de
competencia autonómica.
La práctica es de lo más variado. Más allá de las reglas que cada Conferen-
cia elabora para permitir su acceso con estatuto de observador, hay formas de
participación indirecta. En algunos casos, representantes de ONG y del sector
privado pueden integrarse en las delegaciones oficiales de los gobiernos, que
obtienen así cobertura política frente a sus opiniones públicas en temas muy
sensibles. Dentro o fuera, su presencia, lejos de ser retórica, ha influido en la ne-
gociación y adopción de textos. Fue el caso, por ejemplo, de la Convención de las
Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño (1989), la Convención relativa a
los humedales de importancia internacional, especialmente para aves acuáticas
o Convención Ramsar (1971), el Protocolo de Montreal relativo a las sustancias
que agotan la capa de ozono (1987), el Convenio contra la Tortura (1984) y, muy
particularmente, la Convención sobre las minas antipersonas (1997), y el Esta-
tuto de la CPI (1998). Excepcionalmente ONG de países desarrollados han sido
la argamasa de coaliciones de países en desarrollo y han elaborado su estrategia
de negociación. Así ha podido señalarse su papel en las conferencias sobre el
cambio climático, al estar detrás de la asociación de pequeños estados insulares
(AOSIS) o asumir, incluso, la representación de algunos de ellos.
(arts. 12, 13, 14, 15 CV). Los negociadores suelen establecer cláusulas amplias
y flexibles a fin de agilizar la entrada en vigor, potenciar la participación en los
tratados multilaterales y sortear dificultades originadas por prescripciones del
Derecho interno de los Estados. Además, se admite que, sea cual sea la forma
convenida por los negociadores, el Estado o la Organización Internacional tie-
nen derecho a, unilateralmente, formalizar su consentimiento de otra manera
siempre que su intención en tal sentido se desprenda de los plenos poderes de
su representante, se haya manifestado durante la negociación o, en relación con
la firma, se haya otorgado con reserva de ratificación (aceptación o aprobación)
(arts. 12.1. c, 12.2.a, 14.1.c y d y 14.2 CV 1969 y 1986 y 14.3 CV1986).
Entre las formas de manifestación del consentimiento mencionadas en el
artículo 11, unas, como la firma y el canje de instrumentos constitutivos de tra-
tado, habituales en tratados bilaterales, se materializan en el propio tratado;
otras, como la ratificación (especialmente solemne y propia de los Estados), la
confirmación formal (que es una suerte de ratificación de OI), la adhesión, la
aceptación y la aprobación, se incorporan en un documento ad hoc.
autorización (v. par. 217), aunque no sea recomendable, como semilla de litigios,
especialmente en las relaciones bilaterales (considérense, por ejemplo, desde
esta perspectiva las reservas y contra-reservas que acompañaron los instrumen-
tos de ratificación de Estados Unidos y de Panamá del Tratado de Neutralidad
Permanente y Funcionamiento del Canal de Panamá, 1977; o la declaración
del Senado de Nicaragua incluida en el instrumento de ratificación del tratado
Bárcenas-Esguerra, con Colombia, 1928, y luego materialmente incorporada en
el protocolo de canje de ratificaciones, 1930).
174. La calificación
La calificación es una operación presente en todos los sistemas en la medida
en que siempre ha de identificarse a un instrumento como tratado. Si se quiere
sortear la intervención parlamentaria respetando el orden constitucional lo más
aconsejable es negar al acuerdo esta condición (v. par. 122, 127). Pero si el acuer-
do es un tratado habrá de establecerse su compatibilidad con la Constitución.
Luego, en un sistema de lista la operación calificadora habrá de determinar si
el tratado en cuestión se subsume o no en alguno de los tipos para los que se re-
quiere autorización parlamentaria. Y si éstos se someten a regímenes diferentes
aún habrá que completar la operación concretando necesariamente el tipo que
lo abduce.
Por lo que concierne a España, recrearse en la adjetivación de los tratados a
la luz de los diferentes supuestos contemplados en el artículo 94.1 de la Consti-
tución de 1978 carece de trascendencia práctica, dada la uniformidad del régi-
men al que se someten todos ellos; pero no cabe decir lo mismo cuando hay que
pronunciarse sobre si el tratado encaja en el artículo 93 o, por el contrario, en
uno de los apartados del artículo 94.1, pues su régimen varía.
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 263
requerida (de simple a absoluta), lo que no ocurre en el caso de los tratados del
artículo 93.
La regulación del artículo 93 es aún más criticable considerada en su con-
texto. La exigencia de una ley orgánica tenía sentido cuando el anteproyecto de
Constitución preveía para la conclusión de otros tratados —los tipos del vigente
artículo 94.1— una autorización mediante ley (ordinaria) o, por lo menos, si-
guiendo sus mismos trámites, pues traducía el propósito de hacer más rigurosas
las condiciones para los tratados de mayor trascendencia. Este planteamiento
quebró, sin embargo, desde el momento en que se aprobó un procedimiento es-
pecial para la autorización de los tratados del artículo 94.1.
habrá de ser el pleno quien acuerde el requerimiento; para ello será necesaria la
iniciativa de dos grupos parlamentarios o de una quinta parte de los diputados
(art. 157.1 de su Reglamento). En el Senado, en cambio, basta con que la inicia-
tiva parta de un grupo parlamentario o de veinticinco senadores (art. 145 de su
Reglamento). La intervención del Tribunal Constitucional implica la interrup-
ción automática de la tramitación parlamentaria (arts. 157 del Reglamento del
Congreso y 147 del Reglamento del Senado). El control previo sigue el modelo
de justicia rogada, de manera que el Tribunal Constitucional no puede ampliar
de oficio el objeto de control (las disposiciones del tratado consideradas), aunque
sí los motivos de impugnación (la causa petendi).
El Tribunal Constitucional ha admitido, en los dos únicos casos en que ha te-
nido que pronunciarse (ambos a instancias del Gobierno) que en el requerimien-
to se pueda pedir su pronunciamiento sobre el cauce de reforma de la Constitu-
ción (procedimiento ordinario —art. 167— o agravado —art. 168—), para el caso
de que declare la incompatibilidad del tratado con la Ley Fundamental (declara-
ciones 1/1992 y 1/2004). Su declaración, al igual que los pronunciamientos de los
órganos de control constitucional de los países latinoamericanos mencionados,
tiene carácter vinculante. Debe tenerse en cuenta, por otro lado, que en relación
con los tratados del artículo 93 el control previo puede también llevarse a cabo
por otra vía indirecta, planteando un recurso de inconstitucionalidad contra la
ley orgánica de autorización del tratado.
El control previo de la constitucionalidad de los tratados ha de verificarse
dentro de límites temporales determinados. En el caso de España la solicitud
debe plantearse una vez que el texto esté definitivamente fijado y antes de que
se haya prestado el consentimiento del Estado en obligarse por él (art. 78.1
LOTC). De rebasarse ese límite un control preventivo no tendría objeto. Lo ló-
gico es requerir —y evacuar— la declaración antes de que se haya producido la
autorización parlamentaria de la conclusión del tratado (Chile, Ecuador).
su aplicación. Hay en estos casos una confusión entre la entrada en vigor del
tratado como detonante de la obligatoriedad del tratado y como premisa de su
aplicación (v. par. 247, 249).
187. La publicación
La publicación de los tratados “a la mayor brevedad posible” (art. 102.1 de
la Carta)— es el complemento necesario y natural del registro. Según el Re-
glamento adoptado en 1946 (art. 12), todos los tratados registrados debían ser
publicados en inglés y francés; no obstante las dificultades surgidas a conse-
cuencia de su volumen y consiguiente retraso en la publicación llevaron a la
Asamblea General (Res. 33/141, de 1978) a permitir la no publicación in extenso
de ciertos tratados de importancia menor.
Tema 9
Alemana, Corea del Norte o Vietnam del Norte, y los países occidentales que,
para impedirlo, se oponían a ellas, inclinándose por la exigencia de una invi-
tación de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Una vez superadas las
descalificaciones recíprocas de aquel período, la cláusula todos los Estados se ha
impuesto como un componente normal en los tratados multilaterales generales
y hoy se la presume implícita en los tratados multilaterales generales que no se
pronuncian al respecto.
Esto no significa, sin embargo, que haya cristalizado, al amparo de una nor-
ma general. el derecho de todos Estados a participar en los tratados multilate-
rales, pues supondría coartar el albedrío de los negociadores para designar, de
uno u otro modo, los sujetos con los que están dispuestos a comprometerse o,
incluso, para emanar declaraciones obstativas a la participación de Estados —o
gobiernos— no reconocidos.
otro lado, el ejercicio del derecho a ser parte que la CONVEMAR (1982) reconoce
a las Organizaciones Internacionales de integración se subordina (Anexo IX) a
que ya sean partes en la misma la mayoría de sus Estados miembros; como con-
secuencia, estipula que la Organización no podrá conservar el status de parte si
todos sus miembros dejan de serlo.
Los movimientos de liberación nacional y los pueblos coloniales, admitidos
habitualmente como de observadores en Organizaciones y Conferencias tenden-
tes a la formación de tratados multilaterales generales, han encontrado fuertes
resistencias cuando se ha planteado su participación como contratantes (véan-
se, por ej., arts. 305.1, b y e CONVEMAR y res. III.1, a, de la III Conferencia de
las NU sobre el Derecho del Mar).
A lo que de momento han podido aspirar los pueblos que luchan contra la
dominación colonial y la ocupación extranjera —y las autoridades que los repre-
sentan— es a que se les reconozca —siguiendo un modelo aplicado a las Orga-
nizaciones Internacionales— la posibilidad de obligarse por las disposiciones de
algunos tratados multilaterales generales mediante una declaración al efecto,
pero sin acceder formalmente a la condición de partes. Así, por ejemplo, median-
te declaración de 7 de julio de 1982 Palestina expresó su compromiso unilateral
de aplicar el Convenio IV de Ginebra (1949), relativo a la protección debida a
las personas civiles en tiempo de guerra, lo que Suiza, Estado depositario, con-
sideró válido; pero cuando el 14 de junio de 1989 la OLP solicitó adherirse, entre
otros, al Convenio IV, en nombre del Estado palestino, el depositario estimó que
“no estaba en condiciones de decidir si la solicitud …podía considerarse como
instrumento de adhesión” (v. CIJ. Muro, 2004) (v. par. 561).
las cláusulas más recurrentes que permiten a los contratantes personalizar los
compromisos derivados del tratado.
Si descomponemos, como hicimos con el tratado (v. par. 114), los elementos
de esta definición, advertimos que la reserva: 1) Es una declaración unilateral;
2) y formal, que se hace por escrito; 3) al manifestarse el consentimiento en
obligarse por un tratado; 4) multilateral; 5) con objeto de excluir o modificar los
efectos jurídicos de ciertas disposiciones en su aplicación al sujeto que la formu-
la; 6) siendo irrelevante, en principio, su enunciado o denominación. Todos estos
elementos o rasgos definitorios requieren, sin embargo, ser precisados y, en su
caso, matizados y completados.
a) Reservas embrionarias
Las mismas disposiciones de Viena se hacen eco de este límite ratione tem-
poris cuando exigen que la reserva formulada al firmar (esto es, al autenticar
el texto del tratado) denominada reserva embrionaria, sea confirmada formal-
mente por su autor al manifestar el consentimiento en obligarse, considerando
la fecha de esa confirmación determinante de su régimen jurídico (art. 23.2 CV).
No obstante, la reserva embrionaria ofrece, junto a su interés político, excluyen-
do las sorpresas, una cobertura jurídica a las reacciones de los demás, pues su
aceptación expresa u objeción no requieren confirmación una vez la reserva se
ha formalizado (art. 23.3 CV).
El carácter supletorio de las reglas de Viena permite, no obstante, que los
negociadores de un tratado autoricen la formulación de reservas antes o, inclu-
so, después de este momento. Lo primero implica prescindir, al manifestar el
consentimiento, de la confirmación de la reserva formulada al firmar. La CDI
sugiere la generalización de esta práctica (Guía…, directriz 2.2.3).
b) Reservas tardías
Si el tratado permite la formulación de reservas tras la manifestación del
consentimiento, suele circunscribirla a las expresamente autorizadas o, en rela-
ción con las no previstas, a la aceptación —incluso expresa— de los demás con-
tratantes. Disposiciones de este tenor, sin ser frecuentes, pueden encontrarse en
convenios elaborados por la Conferencia de La Haya de Derecho Internacional
privado, el Consejo de Cooperación Aduanera y el Consejo de Europa.
Pero en defecto de cláusula convencional ¿serán admisibles las reservas tar-
días? Aunque la práctica de algunos depositarios, como la de la Secretaría del
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 287
nas u objetos: los miembros de las fuerzas armadas, los buques y aeronaves de
Estado…), a circunstancias determinadas (como las derivadas por un conflicto
bélico), relativas al status particular de su autor o de su ordenamiento interno
(por ej., preservando su status de neutralidad), o excluyendo o modificando la
aplicación del tratado a un determinado territorio. La CDI justifica su propues-
ta aduciendo que la inclusión de estas declaraciones en la noción de reserva no
es un salvoconducto para su validez (directriz 1.6). “Una reserva…sólo puede
ser declarada ilegítima si se trata de una reserva”, insiste la Comisión.
a) Reservas de exclusión
Hay reservas de exclusión y reservas de modificación. Las primeras, según se
desprende de la Convención de Viena, tienen por objeto descartar la aplicación
de cláusulas determinadas de un tratado, algunos de sus párrafos o apartados.
Las cláusulas, párrafos o apartados pueden ser uno o varios, pero —a menos
que cambie de naturaleza— la reserva no ha de pretender la exclusión de partes
enteras del tratado. De ser ese el caso estaremos en el supuesto previsto por el
art. 17.1 de la Convención de Viena (cláusulas de exclusión) ya considerado. Qué
se entiende por una parte de un tratado es, sin embargo, una cuestión abierta
cuya solución no deja de presentar dificultades. Cabe proponer que será una
parte del tratado lo que parte el tratado denomine, pero también un número
sustancial de artículos aunque estén en partes o capítulos distintos…
Atendiendo a la identidad de fundamento y objeto que persiguen reservas y
cláusulas de exclusión, y su complicada calificación, la CDI se ha inclinado por
incorporar las declaraciones hechas con base en una cláusula de exclusión a la
noción de reserva (directriz 1.1.8). Se trataría de reservas aceptadas de ante-
mano y no susceptibles, por tanto, de objeción. Sin embargo, esta asimilación
parece, no sólo forzada en el marco de la Convención de Viena, sino desmentida
por la práctica, en la que no es difícil encontrar tratados con cláusulas de exclu-
sión y, simultáneamente, de prohibición de reservas (v., por ejemplo, Estatuto
de la CPI, arts. 120 y 124). Incluso hay Organizaciones, como la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), que ha puesto en conocimiento de la CDI su
práctica opuesta a la pretendida asimilación.
b) Reservas de modificación
Las reservas de modificación tienen por objeto, no ya excluir, sino limitar o
reducir los efectos jurídicos de disposiciones determinadas de un tratado (o del
tratado en su conjunto con respecto a ciertos aspectos específicos).
Aunque el art. 2.1 d de la Convención de Viena habla sólo de modificar, su
sentido es necesariamente restrictivo. La CDI lo subraya (Guía…, directriz
1.1.5). Se trata de desterrar la controvertida reserva extensiva, que contraría el
espíritu mismo de la institución. La reserva aspira a facilitar la participación
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 289
202. Su denominación
La denominación que se dé a una declaración unilateral formulada a un tra-
tado no prejuzga en uno u otro sentido su condición de reserva (art. 2.1.d CV).
Es el efecto que la declaración persigue, y no el nombre que reciba, lo que deter-
mina su naturaleza y régimen jurídico.
Ahora bien, considerando la existencia de supuestos de difícil y controvertida
calificación, en gran parte debida a las manipulaciones de los sujetos intere-
sados, podría presumirse que a un Estado le son oponibles las cabeceras que
emplea y a los demás los actos hechos o dejados de hacer en relación con ellas.
Si un Estado llama reserva a su declaración, es lógico esperar que los demás
reaccionen frente a ella como a la reserva corresponde (aceptándola u objetán-
dola); pero no lo será en caso contrario. Si un Estado no reacciona frente a lo
que el declarante llama reserva, habrá de probar que, a pesar del nombre, no es
290 ANTONIO REMIRO BROTÓNS
tal. Si un Estado insiste en que es reserva lo que bautizó de otra manera, habrá
de demostrarlo.
La imposición de límites a la indiferencia del nominalismo tiene particular
relevancia por lo que hace a la distinción entre reservas y declaraciones inter-
pretativas, a la que nos referiremos más adelante (v. par. 215).
a) Reservas prohibidas
La prohibición expresa de formular reservas (art. 19 a CV) puede ser general,
admitir excepciones o circunscribirse a determinadas disposiciones o tipo de re-
servas (identificadas normalmente en función de su categoría u objeto).
La prohibición general de formular reservas casa a la perfección con la labor
de codificación y desarrollo progresivo; de ahí que en Naciones Unidas haya
prosperado en señeros instrumentos de última generación sobre desarme (Con-
vención sobre la prohibición de minas anti-personas, 1997, art. 19), protección
del medio ambiente (Convención Marco sobre el cambio climático, 1992, art. 24,
y Protocolo de Kyoto, 1997, art. 26), derechos humanos (Protocolo Facultativo a
la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra
la mujer, 1999, art. 17) y Derecho Internacional humanitario (Estatuto de la
CPI, art. 120). En otras ocasiones la prohibición trata de evitar que por esta vía
un Estado acabe defraudando obligaciones aceptadas en un quid pro quo. Así
la CONVEMAR (1982) dispuso (art. 309) la prohibición de reservas “salvo las
expresamente autorizadas por otros artículos”.
La prohibición de formular reservas también puede ser implícita: una cláu-
sula disponiendo que pueden hacerse únicamente determinadas reservas (art.
19 b), excluye todas las demás.
La reserva prohibida, si se formula, será ineficaz por sus propios méritos.
Para que produzca efectos jurídicos —y siempre que no afecte a ius cogens—
292 ANTONIO REMIRO BROTÓNS
b) Reservas autorizadas
En el caso de reservas expresamente autorizadas, sea con carácter general o
puntual, no se exige la aceptación ulterior de los demás contratantes, a menos
que el tratado disponga otra cosas (art. 20.1 CV). La Convención no ofrece base
para hablar de reservas implícitamente autorizadas. Las reservas no prohibidas
han de ser compatibles con el objeto y fin del tratado y, por lo tanto, su trata-
miento es el de las reservas no previstas por el tratado (CDI, Guía…, directriz
3.1.3).
La autorización expresa de reservas no implica — a menos que el tratado
especifique su contenido (reservas negociadas)— que los contratantes se hayan
despojado de la facultad de objetarlas y estén obligados a pasar por todas ellas,
primero porque estas reservas no escapan a la exigencia de compatibilidad con
el objeto y fin del tratado (Plataforma continental entre Francia y Gran Bretaña,
1977; CDI, Guía…, directriz 3.1.3 y 4) y también porque siempre será posi-
ble objetar por consideraciones políticas o de pura conveniencia u oportunidad.
Cuando se ignora qué y cómo se va a reservar, es lógico entender que los Estados
conservan la facultad que les permite parar sus efectos atendiendo a sus propios
intereses. Pensemos además (P.H. Imbert) en los Estados que no han participa-
do en la negociación de la autorización o han figurado en la minoría contraria a
su adopción.
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 293
de una reserva es controvertida. Esta es la función que desde hace más de dos
décadas reclaman para sí los órganos de supervisión de los tratados de derechos
humanos.
La CDI, siguiendo las pautas de la Convención de Viena, define la objeción
como “una declaración unilateral, cualquiera que sea su enunciado o denomina-
ción, hecha por un Estado o por una Organización Internacional como reacción
ante una reserva a un tratado formulada por otro Estado u otra Organización
Internacional, por la que el primer Estado o la primera Organización se propone
excluir o modificar los efectos jurídicos de la reserva, o excluir la aplicación del
tratado en su conjunto, en sus relaciones con el Estado o la Organización autor
de la reserva” (Guía…, directriz 2.6.1).
La objeción ha de ser, en todo caso, expresa —más precisamente por escrito
(art. 23.1 CV)— y ha de plantearse en el término de doce meses desde la recep-
ción de la notificación de la reserva, si el objetante ya era contratante en esa
fecha o, si no lo era, al manifestar su consentimiento en obligarse por el tratado
(art. 20.5 CV). Con anterioridad a ese momento, la reserva embrionaria tam-
bién es susceptible de objeción sin que se exija su ulterior confirmación (art. 23.3
CV) aunque, como es natural, sus efectos quedarán en suspenso hasta que se
cumpla una doble condición: que la reserva sea efectivamente formulada y que
el objetante adquiera —de no tenerla— la condición de contratante.
Han de considerarse efectivas las objeciones que se plantean con carácter
general a un tipo determinado de reservas aun antes de que se formulen y, en
consecuencia, haciendo abstracción de quienes sean sus autores, lo que evita al
objetante el desgaste político y la reiteración. Tratándose de reservas específicas
potenciales o futuras, la CDI sostiene que una objeción no produciría efectos ju-
rídicos (Guía…, directriz 2.6.14). Más difícil es pronunciarse acerca de si, ante
reservas idénticas, ha de presumirse reiterada la objeción hecha a la primera,
pues lo considerado incompatible, y más aún lo inoportuno, podría no serlo des-
pués o respecto de otros sujetos.
La aceptación de la reserva, además de expresa y por escrito (art. 23.1 CV),
puede —y suele— ser— tácita, cuando se agota el término de doce meses sin que
los contratantes formulen objeción, e implícita, cuando un sujeto se obliga por
el tratado sin objetar las reservas formuladas más de un año antes (art. 20.5
CV).
las relaciones de las otras partes inter se (art. 21.2). Por eso se habla de su efecto
relativo. Lo mismo ocurre, de ser un órgano judicial o arbitral internacional quien
se pronuncia sobre la validez de una reserva (CIJ, art. 59 del Estatuto).
En las relaciones entre reservante y aceptante, las disposiciones del tratado a
que se refiere la reserva se modificarán en la medida determinada por la misma
(art. 21.1 CV).
Para las relaciones entre reservante y objetante las reglas de Viena contem-
plan dos posibles efectos: máximo, si el autor de la objeción manifiesta inequívo-
camente la intención de impedir la entrada en vigor del tratado en sus relacio-
nes con el reservante (art. 20.4); mínimo, de no expresar tal intención, en cuyo
caso las disposiciones concernidas “no se aplicarán entre los dos Estados en la
medida determinada por la reserva” (art. 21.3). Se distingue así entre una ob-
jeción cualificada (también apodada reforzada o radical) y una objeción simple
(residual o presunta). Tradicionalmente se había presumido (regla panameri-
cana mínima; CIJ, Reservas, 1951; incluso CDI, proyecto de arts., 1966) que la
objeción impedía la entrada en vigor del tratado entre el objetante y el autor de
la reserva. La Conferencia de Viena invirtió la presunción.
La primera impresión que produce la lectura del artículo 21.3 de la Con-
vención es la de que los efectos de la objeción simple coinciden con los de la
aceptación, lo que situaría al objetante en la disyuntiva de recurrir a la objeción
cualificada (dinamitando la aplicación del tratado) o dar a su acto —la obje-
ción simple— una significación exclusivamente política. Esto último dependerá,
no obstante, de la incidencia de factores como el tipo de cláusula —adjetiva o
sustantiva, contractual o normativa— reservada y el carácter —excluyente o
modificativo— de la misma. Ha de tenerse en cuenta, en todo caso, que si bien
una reserva es oponible al aceptante no lo será al objetante, que siempre puede
contestar la posición de su autor.
Si un sujeto puede, al objetar, oponerse a la entrada en vigor del tratado
en sus relaciones con el autor de la reserva, podrá con mayor motivo excluir la
aplicación de sólo una parte o de las disposiciones que estime vinculadas a las
que han sido reservadas, siempre que sea factible la divisibilidad del tratado. Se
ha hablado así (CDI, Guía…, directriz 3.4.2) de objeciones de efecto intermedio,
entre la simple y la cualificada (v., por ej., objeciones a las reservas formuladas
al art. 66 de la CV de 1969, relativo al procedimiento para la verificación de la
nulidad, la terminación y suspensión de los tratados).
Cabe preguntarse si en esta tesitura podrá el autor de la reserva reaccionar
reclamando en su beneficio los efectos de la objeción cualificada, esto es, que el
tratado no entre en vigor en sus relaciones con el objetante.
terior fijada por su autor (arts. 22.2, 22.3.b, y 23.4 CV; CDI, Guía…, directrices
2.7.1-8).
b) El dolo
El dolo supone que el sujeto que lo alega ha manifestado su consentimiento
inducido por la conducta fraudulenta de otro negociador (art. 49).
Como causa de nulidad los elementos constitutivos del dolo son:
1) Un elemento material, a saber, una conducta fraudulenta que engloba,
como dijo la CDI (1966), “toda declaración falsa, toda presentación inexac-
ta de los hechos y otros procedimientos engañosos”.
2) Un elemento psicológico: la intención o propósito de equivocar, de provocar
el error de otro u otros negociadores.
3) Un resultado: la maniobra fraudulenta induce efectivamente a quienes
la padecen a un error que es determinante en la expresión de un consen-
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 313
224. La nulidad por la ilicitud del objeto: oposición al ius cogens preexis-
tente
El artículo 53 dispone que “es nulo todo tratado que en el momento de su ce-
lebración esté en oposición con una norma imperativa de Derecho Internacional
general”. El mismo precepto define estas normas, a los efectos de la Convención,
316 ANTONIO REMIRO BROTÓNS
es, salvo en el supuesto del artículo 53 (ius cogens) en que constituye un deber,
un derecho, cuyo alcance puede ser negociado por las partes no culpables (es de-
cir con exclusión del sujeto que provocó el dolo, la corrupción o la coacción, art.
69.3). Añádase que los actos ejecutados de buena fe antes de la alegación de la
causa no resultarán ilícitos por el solo hecho de la nulidad (art. 69.2.b); esto es,
de ellos no puede derivarse una reparación.
Es preciso destacar que la declaración de nulidad no afecta al deber de cum-
plir las obligaciones enunciadas en el tratado a las que estén sometidas las par-
tes en virtud de otra norma de Derecho Internacional (art. 43).
3) Respecto del alcance subjetivo, la nulidad se circunscribirá a las relaciones
entre quien la invoca y las otras partes (art. 69.4), lo que permite salvar,
en principio, la supervivencia de los tratados multilaterales. Sin embargo,
si la nulidad viene producida por la coacción sobre el sujeto o la oposición
del tratado con una norma de ius cogens, su apreciación afectará a todas
las partes en el tratado. La particular gravedad de estas causas justifica
esta severa determinación.
lias con respecto a las personas protegidas por tales tratados” (art. 60.5). La vio-
lación grave de estas disposiciones comportará la responsabilidad internacional
de su autor, pero no consentirá a las otras invocarla para dar por terminado el
tratado o suspender su aplicación.
Posiblemente esta puntualización es técnicamente superflua, ya que estos
tratados vienen a establecer obligaciones absolutas o incondicionadas. Además,
su carácter de ius cogens les atribuye una obligatoriedad que supera el marco
convencional. El fundamento de la violación como causa de terminación o sus-
pensión —inadimplendi non est adimplendum— les es, pues, ajeno. Pese a todo,
una regla como la del artículo 60.5 merece un juicio positivo, pues sirve para
poner de relieve los valores que han de primar en la sociedad internacional, una
pedagogía de la que no andamos sobrados.
quen con normas imperativas o regímenes erga omnes que afectan a intereses
legítimos de terceros (v. par. 146).
quiénes están legitimados para invocarlas y qué pasos habrán de seguirse para
hacerlas efectivas.
La Convención de Viena, en su intento por garantizar la estabilidad de los
tratados y como muestra de la excepcionalidad que inspira su regulación, con-
tiene previsiones estrictas sobre quiénes están legitimados para invocar una
causa de terminación o suspensión y prevé la posibilidad de que pierdan su
derecho (sanación).
La terminación o suspensión de la aplicación del tratado por una causa ex-
trínseca tipificada en la Convención resultará del ejercicio de un derecho reco-
nocido a las partes afectadas, con exclusión de aquéllas que la han provocado
infringiendo sus obligaciones. Sólo cuando se plantea la oposición del tratado
con una nueva norma imperativa de DI general (ius cogens superveniens) puede
hablarse de la existencia de la obligación de cualquier parte de poner en marcha
el procedimiento para terminar el tratado e, incluso, de una apreciación de oficio
por el órgano llamado a aplicarlo.
La exclusión de legitimación del infractor se justifica por el principio gene-
ral de que nadie puede sacar ventaja de su delito (CPJI, Chorzow, 1927); pero
respecto de la imposibilidad de cumplimiento su ejemplaridad no resulta con-
vincente. Nos encontramos ante una causa de terminación o de suspensión pu-
ramente fáctica. Si el cumplimiento no es posible en los términos del artículo
61.1 de la Convención, el tratado termina o su aplicación queda suspendida por
imperio de los hechos, ipso facto. La atribución de éstos a un infractor es rele-
vante en el plano de la responsabilidad, para endurecer las consecuencias del
ilícito, pero no resucita a los muertos. Proponer que se ignore la terminación o
suspensión cuando la invoca el culpable es absurdo. Ello tiene su reflejo en la
sanación. La imposibilidad de cumplimiento, al igual que la oposición del tra-
tado con el ius cogens superveniens no son sanables, mientras que en los otros
supuestos (violación grave, cambio fundamental en las circunstancias) se pierde
el derecho a alegar la causa si se dan las circunstancias recogidas en el artículo
45 (v. par. 225). Otro tanto cabe decir cuando se trata de los efectos del conflicto
armado sobre los tratados (CDI, proyecto de arts. 2008, art. 11).
En el contexto de los conflictos armados la CDI propone la exclusión de le-
gitimación del Estado agresor para invocar la terminación o suspensión de la
aplicación de un tratado si de ello puede obtener un beneficio (proyecto de arts.
2008, art. 15; IDI, res. Helsinki, art. 9).
LVII. LA SUCESIÓN
240. ‘Tabula rasa’ o ‘tavola calda’
Cuando un Estado sucede a otro surge de inmediato la pregunta sobre la
suerte de los tratados aplicados en el territorio que cambia de soberano. La res-
puesta —que la Convención de Viena (art. 73) no quiso dar— ha oscilado entre
los extremos de la tabula rasa (que supone la terminación de los tratados) y la
continuidad, la tavola calda, (que conduce a la sucesión, universal y automá-
tica, en los mismos). La primera invoca el respeto de la soberanía del Estado
nuevo y el efecto relativo de los tratados (res inter alios acta); la gran baza de
la segunda es la estabilidad, la conservación del status quo. Con el proceso de
descolonización la llamada doctrina Nyerere reclamó para los Estados nacidos
de este proceso el derecho de decidir unilateralmente los tratados concluidos por
el predecesor que seguirían en vigor.
En la práctica las soluciones han sido muy variadas, influyendo en particu-
lar la naturaleza de los diferentes tipos de tratados y los variados supuestos
de sucesión. Buscando cautelosamente una respuesta podemos decir que: 1) en
algunos casos normas generales de Derecho Internacional pueden imponer la
continuidad; 2) en los demás, la suerte de los tratados vendrá determinada por
el régimen particular que hayan podido asumir los sujetos interesados (así, la
Convención de Viena sobre sucesión de Estados en materia de tratados, 1978);
3) de no mediar obligaciones particulares la suerte de los tratados dependerá
del acuerdo de las partes en cada caso concreto.
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 335
soberanía del Estado nuevo y del efecto relativo de los tratados (res inter alios
acta). No obstante, la Convención facilita enormemente su participación en los
tratados multilaterales generales y abiertos mediante una simple notificación
de sucesión (arts. 18-23, 27.1 y 3 y 29.1, 3 y 4); la participación en cualquier
otro tratado —multilateral o bilateral— requiere el consentimiento —expreso o
implícito— de los otros Estados partes (arts. 17 y 24).
En relación con los supuestos de sucesión tradicional (o no descolonizadora),
el principio general recogido por la Convención de 1978 es el de la continuidad
(o sucesión automática) de los tratados en vigor dentro de los límites territo-
riales en que se venían aplicando. Sin embargo, la misma Convención parece
desmentirse en la medida en que el principio cede ante el acuerdo en contrario
de los interesados o cuando se desprende del tratado o consta de otro modo
que su aplicación respecto del Estado sucesor sería incompatible con el objeto y
fin del tratado o cambiaría radicalmente las condiciones de su ejecución (arts.
31.1.b y 34.2.b). De esta manera se reconoce la importancia de la voluntad de
las otras partes en tratados bilaterales y multilaterales cerrados, sin la cual es
impensable la sucesión en los derechos y obligaciones del causante, dado que no
es irrelevante para los demás quien sea el obligado.
El principio de continuidad se completa con el principio de la elasticidad o
variabilidad del ámbito territorial de un tratado, aplicable a los supuestos de
modificación de soberanía territorial sin nacimiento de nuevos Estados (art. 15).
Pero la extensión de los tratados a los territorios adquiridos no tendrá lugar
cuando del tratado o de cualquier otro modo se desprenda que: 1) no era inten-
ción de las partes aplicarlo a la totalidad del territorio (art. 29 CV 1969 y 1986);
ó 2) dicha aplicación es incompatible con el objeto y fin del tratado, o cambia
radicalmente las condiciones de su ejecución (art. 15.b del Convenio de 1978).
ratificadas por las dos terceras partes de éstos, incluyendo los cinco miembros
permanentes del Consejo de Seguridad.
Dada la especial vinculación que existe entre el tratado originario y el acuer-
do de enmienda se presume que todo sujeto facultado para llegar a ser parte en
el originario está también facultado para llegar a ser parte en el tratado en su
forma enmendada (art. 40.3). Ahora bien, la apertura del texto enmendado a la
participación de todos los sujetos facultados para llegar a ser partes en el tra-
tado originario y la especial vinculación que genera entre ambos tratados no es
un obstáculo para que el acuerdo de enmienda, si así lo prevé, se haga extensivo
a otros sujetos.
Se presume iuris tantum que los sujetos que manifiestan su consentimiento
en obligarse por un tratado después de la entrada en vigor de su enmienda tie-
nen la intención de obligarse tanto por el tratado originario como por el trata-
do enmendado cuando ambos subsisten con círculos subjetivos diferentes (art.
40.5). El deseo de evitar esta doble vinculación exige una previsión al respecto.
Si las normas internacionales sobre celebración de los tratados son aplica-
bles a los acuerdos de enmienda (art. 39), ¿lo serán también los preceptos inter-
nos que se interesan, igualmente, por la celebración de los tratados? (v. par. 173)
La respuesta debe ser afirmativa. Ahora bien, su operación práctica presentará
dificultades en los casos en que se entienda aceptada una enmienda por omisión
o falta de objeción, o cuando se prevea su oponibilidad erga omnes una vez que,
con el apoyo de una mayoría, ha entrado en vigor, forzando a los demás a pasar
por la enmienda o a retirarse del tratado.
manera que el tratado causante sigue rigiendo las relaciones entre las partes en
los dos tratados y quienes lo son sólo en aquél. De esta manera, ambos tratados
coexisten incluso durante un largo tiempo y, a menos que se disponga otra cosa
en el tratado sucesor, sólo el trasvase de todas las partes de uno a otro produci-
ría la terminación del tratado causante. Naturalmente, en los ámbitos donde la
uniformidad del régimen sea primordial, será lógico prever que la manifestación
del consentimiento en obligarse por el tratado sucesor determina la denuncia
simultánea del tratado causante.