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ZACARIAS

ARAGONÉS/LLEVARÍA

3/01-10
4/01-14
La primera visión que leemos hoy pone a tres personajes en escena: Josué, el gran
sacerdote, representante de la comunidad judía (el tizón sacado del fuego, es decir, el
pueblo que ha salido de la esclavitud), que va vestido con vestiduras inmundas y con la
cabeza descubierta, signo del estado de luto y de pecado en que se encuentra; el ángel de
Yahvé que preside la escena, y que probablemente no es aquí más que una paráfrasis para
designar a Dios mismo; y Satán, nombre que a través de la revelación se irá perfilando
hasta finales del AT (Sab 2,24), adquiriendo una personalidad definida: enemigo de Dios y
del hombre.
Josué es rehabilitado, pero se le ponen unas condiciones: caminar por los caminos de
Yahvé y guardar sus mandamientos, expresión que puede muy bien significar los actos de
culto. El gran sacerdote simbolizaría, pues, la clase sacerdotal especialmente, principal
responsable de la prevaricación del pueblo y, en consecuencia, de la catástrofe nacional. El
sacerdocio disfrutará nuevamente de sus derechos y privilegios, pero no tiene que olvidar la
necesidad de ser fiel. La elección de un hombre por parte de Dios, en efecto, nunca se
puede confundir con una prebenda o un beneficio de uso personal, es siempre una misión
encomendada, a la que debe ser leal.
Entra luego en escena un personaje misterioso, a quien se llama «Germen». ¿Quién es?
Jeremías había designado al Mesías con el nombre de germen o «vástago justo» (23,5). La
restauración del sacerdocio sería, pues, el signo no sólo del retorno del pueblo a la amistad
de Dios, sino de algo más admirable todavía: la venida del Mesías. La Vulgata, siguiendo a
los Setenta, tradujo esa palabra por «Oriente», que se convertiría en título
litúrgico-mesiánico (Lc 1,78). Pero parece que el directamente designado es Zorobabel, el
principal promotor de la reconstrucción del templo. El es el encargado de hacer la obra que
se presentaba como preludio del idílico cuadro mesiánico, y que merece la especial
atención de Dios -los siete ojos de la piedra- y su solicitud.
Finalmente hay una nueva visión que en la forma actual del texto es difícil de
comprender. La interpretación más corriente ve el templo en el candelabro; en los dos
olivos que le dan aceite, la autoridad religiosa y civil; las siete lámparas u ojos representan
la providencia, interesada en la reconstrucción del templo y del pueblo. En una palabra: es
Dios el que actúa en la historia, y se sirve de los acontecimientos para llevar a cabo su
plan.
(·ARAGONES/LLEBARIA-J._BI-DIA-DIA.Pág. 274)
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11/04-17
12/01-08
Nos encontramos ante uno de los pasajes más difíciles de interpretar del AT. La idea
general parece ser ésta: el profeta es enviado a predicar a un pueblo que puede
compararse con el rebaño destinado al matadero, ya que Dios le ha retirado su
benevolencia y está en manos de unos dirigentes que sólo buscan su propio provecho.
Siguiendo la costumbre de los pastores de la antigüedad, el profeta toma dos varas (un
cayado y un garrote para defenderse de las fieras), que son una imagen de la alianza y de
la unidad que Dios había prometido. Poco después se deshace de tres pastores, que no
sabemos en concreto qué representan. Algunos creen que se trata de tres instituciones:
reyes, sacerdotes y profetas. otros piensan que se trata de tres partidos religiosos: fariseos,
saduceos y esenios.
Para la mayoría se trata de tres personajes que no podemos identificar El pueblo no
acepta el trabajo del profeta, y éste renuncia a su misión rompiendo las dos varas para
significar que se ha acabado la protección divina y que la división -el cisma samaritano- es
definitiva. Tampoco las autoridades están satisfechas de la tarea del profeta; le ofrecen el
precio ridículo de un esclavo, cantidad que él rechaza y entrega al erario público En
resumen: Judá no ha aceptado ser gobernada por Dios-pastor y ha pagado las
consecuencias. Por eso se ve en manos de un pastor insensato, el actual dirigente,
descrito según el modelo de Sedecías, tipo del mal gobernante, a quien Nabucodonosor
sacó los ojos (Jr 39,7). Una mala administración pública es la consecuencia y a la vez el
castigo de los pecados de la comunidad.
San Mateo ve en las 3O monedas de plata y en las palabras «hiere al pastor, que se
dispersen las ovejas» dos profecías que se cumplen en la pasión de Jesús (27,8. 26,31).
Es una muestra de la libertad con que el Nuevo Testamento utiliza el Antiguo.
Finalmente, Jerusalén aparece como una copa embriagadora que produce vértigo a
todos los que la beben y como una piedra que sirve para probar la fuerza y que puede
fácilmente herir. En otras palabras: todas las naciones vecinas serán castigadas por medio
de ella. También las naciones tendrán en el pecado el castigo.
(·ARAGONES/LLEBARIA._BI-DIA-DIA.Pág. 325)
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14/01-21
Fragmento de claro sabor apocalíptico con influencias de Ezequiel y Jeremías. Es un
conjunto de oráculos que hablan de las calamidades escatológicas, precursoras de la
época mesiánica y de la futura exaltación de Jerusalén. La descripción de la conquista de la
ciudad santa está basada en el recuerdo de anteriores asedios. también puede reflejar una
conquista y una deportación recientes: las llevadas a cabo por Tolomeo I Soter el año 312
a. C. Pero la derrota, por grande que sea, no significará el fin; quedará un "resto". Yahvé se
manifestará en una teofanía grandiosa en la que tomarán parte, como de costumbre, los
elementos de la naturaleza.
Como ocurre de ordinario en la literatura apocalíptica, a las tribulaciones sigue la
glorificación. El v 6 ("sucederá aquel día que no habrá frío ni helada ni hielo") es una
reconstrucción del texto hebreo que no tiene sentido tal como nos ha llegado.
El fragmento describe la nueva Jerusalén llena de luz y de bienestar y de la que, como de
un nuevo paraíso, sale un río de agua que fecunda toda la tierra. Yahvé reinará sobre el
territorio montañoso de Judá, que una imaginación exaltada contempla como una llanura en
la que sólo sobresale Jerusalén como signo de su preeminencia teocrática.
Tras hablar de la glorificación de Jerusalén, el profeta describe la suerte que espera a los
enemigos. La descripción parece inspirarse en la destrucción del ejército de Gog según
Ezequiel (cc. 38-39). Finalmente, la perícopa y el libro acaban con la presentación de
Jerusalén como santuario universal al que peregrinan todos los pueblos. El que no vaya se
quedará sin lluvia, ya que sólo Yahvé puede darla. Incluso Egipto -que no necesita agua
porque la recibe del Nilo- será castigado. Los caballos, que hasta ahora se habían utilizado
como instrumentos de guerra, se emplearán sólo para las peregrinaciones a Jerusalén.
Como las copas de los sacrificios serán insuficientes, podrán utilizarse los calderos del
templo, de la ciudad y de la región. Pero los cananeos, es decir, los cismáticos
samaritanos, quedarán excluidos.
Nuevamente, la descripción de la Jerusalén responde más a una tarea por realizar que a
una realidad alcanzada en algún momento de la historia: la paz universal en el reino de
Dios.
(·ARAGONÉS/LLEBARIA..Pág. 327)

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