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Jorge Martínez
4to año de Teología
Prof. Pbro. Alexis Tovar
1
GAUDIUM ET SPES, N° 14
2
JOSE-ROMAN FLECHA, La fuente de la vida, manual de bioética; Ediciones Sígueme, Salamanca 1999. P.
281
3
PIO XII, Vegliare con sollecitudine, n° 39
4
LINO CICCONE, Bioética, Ediciones Palabra, Madrid 2005, p. 446
Ahora bien, las consideraciones morales y éticas (e incluso canónicas) se complican
cuando la situación de las ITS se da dentro del ámbito matrimonial, más especialmente
cuando solo uno de los contrayentes está infectado. En primer lugar, se puede dar el
caso que al momento de contraer matrimonio uno de los cónyuges ya está infectado; en
algunas circunstancias puede dar ocasión a una causa de nulidad matrimonial: “El error
acerca de una cualidad de la persona, aunque sea causa del contrato, no dirime el
matrimonio, a no ser que se pretenda esta cualidad directa y principalmente ” (c. 1097
p. 2); es decir, solo cuando el contagiado pretende estar sano directa y principalmente,
siendo que la otra parte no contraería matrimonio si conociera la verdad, es causa de
nulidad matrimonial, sin negar que también pueda darse la causa de dolo (c. 1098) en
otras circunstancias.
En lo referente a la vida matrimonial, surgen muchas interrogantes de carácter ético. ¿es
éticamente correcto que la pareja viva relaciones sexuales normales a pesar del riesgo
de que la parte no contagiada sea infectada? ¿son licitas las relaciones sexuales con
preservativo debido a que se busca la salud de la persona? ¿es obligada la abstinencia
total en caso contrario?
En cuanto al riesgo de procrear a un hijo con la infección, gracias a los avances es
posible evitar completamente la transmisión de la infección al hijo o reducirla a un 1% 6;
por lo que queda en cuestionamiento es en la posibilidad de que ese hijo se quede
huérfano muy pronto.
Para responder a las interrogantes es necesario situarlas en sus distintos casos, pues
algunas de estas ITS no imponen una carga totalmente destructiva para la pareja sana, y
que pueden ser sobrellevadas por amor al cónyuge y la próxima familia; por esta razón
y por la dignidad del matrimonio y el deber de este de procrear, se deben buscar formas
de sobrellevar estas ITS cuando no implican un riesgo grave para la salud de la pareja, y
así mantener la intimidad propia de la vida matrimonial. Sin embargo, no puede decirse
que lo mismo pasa con el VIH/SIDA, que si supone un grave problema para la
supervivencia de la persona.
Las relaciones sexuales normales en estos casos pueden constituir un acto homicida bajo
la máscara de un gesto de amor. La parte sana tiene el derecho y hasta el deber de
rechazar la relación sexual, pues es su vida la que está en juego. Sin embargo, este
derecho puede tener excepciones, por ejemplo, cuando la abstinencia puede conllevar
un grave peso moral sobre la parte infectada que pueda alterar en profundidad toda la
relación con la pareja y su salvación, la parte sana puede llegar por el bien del otro a la
decisión de no rechazar la intimidad sexual. Si las dos partes son seropositivas, aunque
ya no haya riesgo de contagio, se puede dar una reinfección, refuerzo de carga viral, e
incluso añadir nuevos tipos de virus VIH más resistentes a los fármacos; convirtiendo
cada acto conyugal en un empujón para acelerar la infección y contraer SIDA.
5
JUAN PABLO II, Discurso al cuerpo diplomático (1. 9. 1990), en P.J. Lasanta, Diccionario social y moral
de Juan Pablo II, 580
6
Cfr. ídem p. 449
¿Es licito, por tanto, el uso de preservativo en estos casos?, esta valoración no puede ser
positiva ya que hay que recordar que el preservativo no elimina el riesgo de la infección
por VIH, sino que solo lo reduce; el amor exige la exclusión de cualquier
comportamiento que ponga en riesgo la salud y vida de la persona amada, por lo que
estas relaciones sexuales tampoco son licitas. De todo esto se debe concluir que lo único
que es éticamente valido en estos caos es la renuncia a las relaciones sexuales como
exigencia del amor; pues hacer daño a la otra persona con el pretexto de mostrar el
propio amor es totalmente ilógico; por el contrario, la renuncia al placer por el bien del
otro solo puede surgir del amor.
CONCLUSION
Las enfermedades de transmisión sexual son una realidad que han traído al mundo
situaciones que gran dolor y sufrimiento para muchos. Hombres y mujeres de toda raza
y región pueden ser víctima de una epidemia que nace principalmente de estilos de vida
cada vez más promocionados por una cultura hedonista y relativista que impera en
muchos ámbitos.
La Iglesia, lejos de sentirse ajena a estas realidades invita no a medias soluciones, que
puedan tergiversar el sentido de la sexualidad y la familia, sino que impulsa a promover
una verdadera prevención que nazca de la transformación de conductas nocivas no solo
para la salud física, sino también para la sociedad. Es por eso que tanto pastores como
fieles laicos deben procurar encontrar espacios de concientización, revalorizando los
ideales de amor, fidelidad, familia y castidad tan golpeados en estos tiempos.
ANEXOS