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DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA Almudena Torres

NIT DE L’ALBÀ

TRABAJO DE LECTURA 2º EVALUACIÓN


INDICACIONES PARA REALIZAR EL TRABAJO:

- SE ENTREGARÁ VÍA GMAIL (migajasfilosoficas.nitdalba@gmail.com)


EN EL ASUNTO DEL CORREO SE INDICARÁ EL NOMBRE DEL ALUMNO/A,
APELLIDO, CURSO Y ACTIVIDAD, EJ.:
FULANITO SÁNCHEZ 1ºA (1) EPICURO
- FORMATO DE ENTREGA: PDF O WORD.
- LA ESTRUCTURA DEL TRABAJO SERÁ LA SIGUIENTE:
PORTADA: NOMBRE, APELLIDOS, CURSO Y GRUPO
FUENTE: ARIAL
TAMAÑO LETRA: 12
INTERLINIADO: 1,5
ENUMERACIÓN DE PÁGINAS
JUSTIFICADO

ESTAS INDICACIONES SON NECESARIAS PARA

PODER EVALUAR EL TRABAJO, DE NO SEGUIRSE, NO SE CORREGIRÁ



PÁGINAS QUE HAY QUE LEER:
De la 9 a la 25 (enumeración del libro, al final de cada página)
De la 49 a la 120 (enumeración del libro, al final de cada página)


ACTIVIDADES DE LECTURA

1. Resumen del contexto histórico (15 líneas)

2. ¿En qué consiste la filosofía de Epicuro? Justifica y desarrolla tu respuesta.

3. ¿De qué está hablando Epicuro en la Epístola de Epicuro a Heródoto? Justifica


y desarrolla tu respuesta.

• Explica con tus palabras, a partir de lo que has leído, en qué consiste la
física epicúrea, según Epicuro, ¿qué es lo que nos encontramos en la
naturaleza?, ¿con qué teoría filosófica defendida por los presocráticos
relacionarías estas ideas?

4. Epístola de Epicuro a Píctocles:


• Desarrolla: Explica cuál es el significado de las frases subrayadas en amarillo. Justifica tu
respuesta.

Me trajo Cleón una carta tuya, en la cual continuamente muestras un afecto hacia mí igual a mi interés por ti,
y das pruebas, no sin convencer, de recordar las ideas que conducen a una vida feliz, y me pides que te
remita una idea, breve y fácil de recordar, relativa a los fenómenos celestes, para recordarla fácilmente.
Pues dices que mis escritos plasmados en otros libros son duros de recordar, aun que, como aseguras, los
manejas continuamente. Recibí con gusto tu petición y por ella me sentí embargado de gratas esperanzas. De
acuerdo con estos mis sentimientos, una vez que ya escribí todas las demás obras, daré cumplimiento a esas
ideas, justo las cuales estimaste que habían de ser útiles también a otras muchas personas, y en especial a los
que últimamente gustan de la genuina ciencia de la naturaleza y a los que están enredados en ocupaciones
demasiado intensas de la vida diaria. Cáptalas muy bien y, guardándo las en la memoria, estrújalas
fuertemente junto con las de más que remití a Heródoto en el Compendio Pequeño.

Así pues, en primer lugar hay que pensar que el fin del conocimiento de los cuerpos celestes, explicados bien
en conexión con otros cuerpos o bien en sí mismos, no es ningún otro sino la imperturbabilidad y una
seguridad firme, justamente como es el fin del conocimiento relativo a las demás cosas. Ni hay que forzar
una explicación imposible ni hay que dar la misma interpretación a todas las cosas utilizando para ello
bien los razonamientos que se aplican a la vida o bien los que se usan para la solución de las demás
cuestiones de la naturaleza, por ejemplo, que el universo está constituido por cuerpos y naturaleza
intangibles, o que los elementos básicos de la materia son indivisibles, y todas las afirmaciones de ese tenor
que tienen una sola acomodación a las cosas que están a la vista. Vía de acceso que no les va a los cuerpos
celestes, sino que concretamente éstos tienen varias tanto causas de su origen como explicaciones de su
sustancia acordes con las sensaciones. Pues se debe dar cuenta de la naturaleza no de acuerdo con axiomas y
leyes vanas sino según demandan los hechos visibles, pues nuestra vida no tiene necesidad ya de
irracionalidad y vana presunción sino de que vivamos sin sobresaltos. Pues bien, todo marcha sin
sobresaltos en lo relativo a todas las cosas solucionadas de varias maneras de acuerdo con la explicación de
las cosas visibles si uno admite debidamente las explicaciones convincentes que hay sobre ellas. Pero si uno
admite una explicación que está acorde con la realidad visible y rechaza otra igualmente acorde, es claro que
huye de toda explicación racional de la naturaleza y que recurre al mito. Y es preciso aportar como
indicio del proceso desarrollado en el mundo celeste cualquier fenómeno acontecido ante nosotros, porque
éstos se observa a simple vista cómo acontecen, y no los fenómenos que acontecen en el mundo celeste, pues
estos últimos pueden originarse de varias maneras.

5. Epístola de Epicuro a Meneceo

• ¿Por qué han de filosofar tanto el viejo como el joven?


• ¿Qué supone la muerte para Epicuro?
• ¿Cuál es el significado de la siguiente cita: vivirás como un dios entre hombres
[pag 91]?

6. ¿De qué está hablando Epicuro en Máximas capitales? Justifica y desarrolla tu


respuesta.
• ¿De qué está hablando Epicuro en estos fragmentos? Haz un resumen.
• Elige dos máximas que más te hayan gustado y explica por qué las has
elegido. Justifica tu respuesta.

7. Explica y desarrolla en qué consiste el apartado de Fragmentos [pag 99].

• Busca información sobre Safo de Mitilene. B


• Elige 10 fragmentos que más te hayan gustado. Explica la razón por qué
los has elegido y cuál es la aplicación que pueden tener para guiar nuestra
vida.
8. Lee el siguiente artículo y responde a las preguntas:
https://lecturassumergidas.com/2013/10/20/un-paseo-por-el-jardin-de-epicuro-y-
alrededores1/
UN PASEO POR EL JARDÍN DE EPICURO Y ALREDEDORES
Por Emma Rodríguez © 2013 /
Lo primero que pensé cuando me planteé escribir este artículo sobre la felicidad es que
tenía que disfrutarlo en el sentido más amplio. Llevo semanas repasando los ensayos que
he ido atesorando a lo largo del tiempo sobre esta materia tan atractiva como escurridiza,
a partir de la publicación de “Filosofía para la felicidad”, volumen en el que Errata
Naturae rescata los textos que han llegado hasta nosotros de Epicuro, acompañados de
tres análisis muy significativos sobre el pensamiento del clásico: palabra de Carlos García
Gual, de Emilio Lledó y de Pierre Hadot.
Llevo semanas en compañía de Epicuro y por extensión del resto de los pensadores
griegos a los que irremediablemente conduce. Llevo semanas junto a Bertrand Russell,
Comte-Sponville, Wilhelm Schmid…, filósofos que no se han resistido a seguir
preguntándose qué es la felicidad hoy. No concibo mayor disfrute, tratándose de una
lectura, que partir de ella para llegar a otras, para encontrar relaciones, bifurcaciones,
motivos para la certeza y la duda. Es verdaderamente gozoso el estímulo que
proporciona contrastar múltiples ideas, reflexiones y clarividencias que nos van llevando
a fraguar nuestro particular fragmento de entendimiento, ese que despega de lo
aprendido, de lo asimilado, y acaba confluyendo con las propias experiencias,
convicciones y recuerdos.
Si algo he constatado paseando por el Jardín de Epicuro es cuán perdidos tenía algunos
conceptos básicos, cuán fácil resulta olvidar, en este tiempo de aceleraciones, verdades
tan simples como imprescindibles para seguir andando, con los ojos muy abiertos, la
conciencia despierta y el ánimo dispuesto, por el camino abierto. ¿Cuál es el sentido de
la vida?, recuerdo la pregunta lanzada por el instructor de yoga en una clase hace
algún tiempo. Solo una persona contestó: “la felicidad”. Una respuesta sencilla y a la
vez cargada de complejidades al conducirnos de inmediato al más cercano de los
territorios, nuestro propio paisaje interior, cercano pero tan poco explorado la mayor
parte de las veces.
Incomprendido, malinterpretado, desfigurado en la corriente de la tradición, Epicuro es
“una de las figuras más atractivas y, a la par, misteriosas de la historia del pensamiento
(…) una de las primeras víctimas de la censura ideológica” por su discurso a
contracorriente, no asumido del todo “por los correctos dominios de una buena parte de
la Filosofía”. Quien nos va poniendo en antecedentes es Emilio Lledó. “El llamado
Jardín”, prosigue, “era muy distinto de las instituciones docentes fundadas por Platón y
Aristóteles. Mucho menos preocupado por llevar a cabo investigaciones científicas o
lingüísticas, como en el Liceo, y nada interesado, como lo estuvo la Academia, en forjar
líderes políticos, reyes-filósofos que se hicieran cargo de la nave del Estado, Epicuro
llevó a cabo una verdadera revolución en la forma y sentido de sus enseñanzas, e incluso
en la variedad de sus oyentes. Mujeres, esclavos, niños, ancianos, acudían al Jardín a
escuchar al maestro y dialogar con él”.
INCOMPRENDIDO, MALINTERPRETADO, DESFIGURADO EN LA
CORRIENTE DE LA TRADICIÓN, EPICURO ES “UNA DE LAS FIGURAS
MÁS ATRACTIVAS Y, A LA PAR, MISTERIOSAS DE LA HISTORIA DEL
PENSAMIENTO (…) UNA DE LAS PRIMERAS VÍCTIMAS DE LA CENSURA
IDEOLÓGICA” POR SU DISCURSO A CONTRACORRIENTE, NO ASUMIDO
DEL TODO “POR LOS CORRECTOS DOMINIOS DE UNA BUENA PARTE
DE LA FILOSOFÍA”, SEÑALA EMILIO LLEDÓ.
Era un “lugar de paz, en un mundo agitado por continuas revueltas y trastornos bélicos”,
un lugar de “alegre moderación” en el que, “frente a las perturbaciones de su tiempo,
buscó el filósofo la imperturbabilidad o ataraxia; y frente a la servidumbre y el
servilismo, la capacidad de gobernarse a sí mismo”, dice, por su parte, Carlos García
Gual, quien explica que Epicuro puso tanto énfasis en el carácter curativo, sanador, de la
filosofía por su impresión de vivir en “un mundo enfermo, sin rumbo y sin finalidad,
sometidos los hombres a los terrores del futuro y a tormentos mutuos”, algo que no nos
resulta ajeno a los habitantes del siglo XXI.
Es inevitable recurrir a los hechos del pasado como espejo del presente. Buscar allí las
referencias, las respuestas que tanto anhelamos encontrar y que tanto nos dicen sobre la
repetición de los comportamientos humanos. El lector atento sabrá encontrar en la ética
de Epicuro motivos para la identificación, orientaciones para entender mejor de qué
forma el poder sigue perpetuándose de forma similar en nuestros días, cómo seguimos
soñando con un mundo que nunca acaba de dibujarse con los colores de la equidad, del
respeto a los otros, a los más débiles, a los desfavorecidos. Como constata Emilio Lledó,
el lector atento sabrá encontrar en Epicuro “expresiones, a veces provocativas, contra la
hipocresía de aquellos escandalizados dueños del poder político e ideológico, dueños
también del gozo y el placer que les daba su riqueza y su seguridad y que, sin embargo,
predicaban la dura e inamovible resignación y la tristeza para los pobres hijos del
abandono social, para los esclavizados por los temores reales a los que sus dominadores
los condenaban”.
Autor de un esclarecedor ensayo, titulado simplemente “El epicureísmo”, Lledó resume
en el texto que nos ocupa las esencias de este hombre que en el siglo III antes de
Jesucristo supo ver “cómo las grandes teorías de sus predecesores habían olvidado un
principio esencial de toda felicidad y, por supuesto, de toda sabiduría: el cuerpo humano
y la mente que lo habitaba”. Un hombre que no tuvo duda alguna de que en lo referente
a la mente, ésta “tenía que estar libre de los terrores que, en buena parte, había
incrustado en ella la religión”, sabedor de que “una mente atemorizada es una mente
infeliz y al mismo tiempo es, de alguna forma, creadora de infelicidad”.
Hoy resulta un ejercicio muy saludable regresar al autor de “Carta a Meneceo”.
Recuperar su valoración de las emociones; su sentido de la amistad; la importancia que
ya entonces concedía a la libertad para pensar, más allá de las informaciones sectarias e
impuestas; su llamada a la alegría de vivir; su rechazo de la ciudad opulenta, “la política
de consumo y lujo que, en su inmoderación, animalizaba a los seres humanos y
provocaba, en la mayoría de ellos, la miseria y el dolor”. ¿Nos suena, nos resulta
cercano?
“La lectura de los textos de Epicuro nos devuelve el optimismo que brota de una
inteligente mirada sobre la oculta felicidad. Como en los mejores momentos del
platonismo, la felicidad, no consiste en tener más sino en ser más (…)”. Leemos a Lledó y
tenemos la necesidad de buscar, subrayar, memorizar, guardar los mensajes que Epicuro
envió en esa botella transparente capaz de atravesar los mares del tiempo. Una botella
que al ser abierta nos deslumbra con su legado. “De los deseos, unos son naturales y
necesarios, otros naturales pero no necesarios, y otros, al fin, ni naturales ni necesarios,
sino que provienen de opiniones sin sentido”, aconsejaba el filósofo aprender a establecer
esa distinción básica como principio necesario para emprender la buena vida. Entre los
pocos fragmentos de su obra que han sobrevivido hay algunos que son, de verdad,
auténticas joyas que animo a descubrir. Entre los que yo he decidido guardarme en el
fondo del corazón, elijo y comparto algunos, pero cada cual deberá hacerse con los
suyos.
HOY RESULTA UN EJERCICIO MUY SALUDABLE REGRESAR AL AUTOR
DE “CARTA A MENECEO”. RECUPERAR SU VALORACIÓN DE LAS
EMOCIONES; SU SENTIDO DE LA AMISTAD; LA IMPORTANCIA QUE YA
ENTONCES CONCEDÍA A LA LIBERTAD PARA PENSAR, MÁS ALLÁ DE
LAS INFORMACIONES SECTARIAS E IMPUESTAS; SU LLAMADA A LA
ALEGRÍA DE VIVIR; SU RECHAZO DE LA CIUDAD OPULENTA, “LA
POLÍTICA DE CONSUMO Y LUJO QUE, EN SU INMODERACIÓN,
ANIMALIZABA A LOS SERES HUMANOS Y PROVOCABA, EN LA MAYORÍA
DE ELLOS, LA MISERIA Y EL DOLOR”.
“Nadie por ser joven dude en filosofar ni por ser viejo de filosofar se hastíe. Pues nadie es
joven o viejo para la salud de su alma. El que dice que aún no es edad de filosofar o que
la edad ya pasó es como el que dice que aún no ha llegado o que ya pasó el momento
oportuno para la felicidad. De modo que deben filosofar tanto el joven como el viejo.
Éste para que, aunque viejo, rejuvenezca en bienes para el recuerdo gozoso del pasado,
aquél para que sea joven y viejo a un tiempo por su impavidez ante el futuro”, indica
Epicuro al comienzo de “Carta a Meneceo”, un delicioso tratado sobre la amistad, una
invitación a no dejar de observar, a cultivar el propio criterio sobre todas las cosas.
“Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros, porque todo bien y todo
mal residen en la sensación y la muerte es privación de los sentidos (…) La muerte, nada
es para nosotros, porque cuando nosotros somos, la muerte no está presente, y cuando la
muerte está presente, entonces ya no somos nosotros”, sigue discurriendo más adelante.
Y se refiere al sabio como quien disfruta no del tiempo más duradero, sino del más
agradable. Hay, repito, muchas ideas para detenerse, para deleitarse, para sentir la
estimulante energía que nos irradia cuando creemos estar tocando lo que de verdad
importa, esos principios esenciales que se imponen a la banalidad a la que tantas veces
nos vemos abocados en un presente marcado por la inmediatez y por la urgencia.
¿Por qué Epicuro no ha sido convenientemente comprendido a lo largo del tiempo? es la
pregunta que se plantean en este volumen de Errata Naturae tanto Lledó como García
Gual, también traductor de sus textos, y Pierre Hadot. No resultaba fácil aceptar en su
época que los dioses no tenían un papel significativo en la vida de los hombres. “No hay
motivo para temer a los dioses, puesto que no tienen el menor efecto sobre la marcha del
mundo y se mantienen en su esfera de perfecta serenidad…”, pensaba el clásico y de ahí
parte Hadot en un escrito que se plantea la interesante pregunta de si las teorías sobre la
felicidad de los filósofos antiguos propiciaban el egoísmo de los individuos, al invitarles a
replegarse sobre sí mismos sin atender a lo que sucedía en la sociedad. “Es evidente la
preocupación de Platón y Aristóteles por la política y la ciudad”, se responde; del mismo
modo que en el bien moral defendido por los estoicos tiene una gran relevancia la
dedicación a la comunidad. Pero, ¿y los epicúreos? Les salva de ese posible reproche,
según Hadot, el importante papel concedido a la amistad y el sentido de ayuda mutua,
tanto espiritual como material, que promulgaban entre sus miembros.
“NO HAY MOTIVO PARA TEMER A LOS DIOSES, PUESTO QUE NO
TIENEN EL MENOR EFECTO SOBRE LA MARCHA DEL MUNDO Y SE
MANTIENEN EN SU ESFERA DE PERFECTA SERENIDAD…”, PENSABA EL
CLÁSICO Y DE AHÍ PARTE PIERRE HADOT EN UN ESCRITO QUE SE
PLANTEA LA INTERESANTE PREGUNTA DE SI LAS TEORÍAS SOBRE LA
FELICIDAD DE LOS FILÓSOFOS ANTIGUOS PROPICIABAN EL EGOÍSMO
DE LOS INDIVIDUOS, AL INVITARLES A REPLEGARSE SOBRE SÍ MISMOS
SIN ATENDER A LO QUE SUCEDÍA EN LA SOCIEDAD.
A lo largo de la Historia se ha tendido a ningunear a Epicuro, colgándole la etiqueta de
defensor de los placeres, palabra asociada de mala manera a los vicios y excesos. Pero el
placer del que habla el pensador es un placer controlado, sereno, inteligente, que parte
del conocimiento de los sentidos, de la conexión con el mundo, con lo que
experimentamos y percibimos. Nada mejor que sus propias palabras para entenderlo:
“Cuando decimos que el placer es fin no nos referimos a los placeres de los disolutos o a
los que se dan en el goce, como creen algunos que desconocen nuestra doctrina o no
están de acuerdo o la mal interpretan, sino al no sufrir dolor en el cuerpo o turbación en
el alma. Pues ni banquetes ni orgías constantes ni disfrutar de muchachos ni de mujeres
ni de peces ni de las demás cosas que ofrece una mesa lujosa engendran una vida feliz,
sino un cálculo prudente que investigue las causas de toda elección y rechazo (…) El
principio y mayor bien es la prudencia; de ella nacen todas las demás virtudes, porque
enseña que no es posible vivir feliz sin vivir sensata, honesta y justamente”.
Junto a la célebre misiva a Meneceo, se conservan de Epicuro fragmentos cortos,
consejos, máximas cargadas de lucidez. Como muestra, me quedo con algunas. Por
ejemplo: “El más grande fruto de la autosuficiencia es la libertad”, o ésta otra: “También
la frugalidad tiene su medida: el que no la tiene en cuenta sufre poco más o menos lo
mismo que el que desborda todos los límites por su inmoderación”. Y por último: “Es
preciso confirmar reflexivamente el fin que nos hemos propuesto y toda evidencia a la
que referimos nuestras opiniones. De lo contrario, todo se nos presentará lleno de
incertidumbre y confusión”.
Imposible reflexionar sobre la felicidad sin recurrir a Epicuro. Aconsejable cuestionarlo
y partir de él para realizar otras búsquedas hacia el presente que nos ayuden a encontrar
nuestro particular mapa de los tesoros. En mi caso he llenado la maleta con unos cuantos
ensayos que considero esenciales, pero cabrían muchísimos más. Como bien dice
Wilhelm Schmid en un sugerente ensayo titulado “La felicidad. Todo lo que debe saber
al respecto y por qué no es lo más importante en la vida” (Pre-Textos, 2010), “no hay
una única definición vinculante de felicidad” y debe ser cada cual quien establezca lo que
entiende como tal. “La filosofía”, indica a sus lectores, “simplemente puede ayudar a
aclarar la siguiente cuestión: ¿Qué significa la felicidad para mí?”
Hacerse la pregunta ya es suficiente para, ligeros de equipaje, seguir la travesía con este
filósofo alemán que se plantea qué es lo que busca el hombre moderno, acomodado en el
bienestar, en el deseo de prolongar lo más posible la celebración y el triunfo de lo
positivo, sin apenas preparación para aceptar las contrariedades, los altibajos, los dolores
de la vida, esa parte de desgracia de la que quiere huir a toda costa. “Buscar la felicidad
en un tipo de placer duradero parece incluso el método más seguro de ser infeliz, ya que
el placer no puede perdurar a toda costa”, apunta a una verdad que ya está en Epicuro.
EL FILÓSOFO ALEMÁN WILHELM SCHMID SE PLANTEA QUÉ ES LO QUE
BUSCA EL HOMBRE MODERNO, ACOMODADO EN EL BIENESTAR, EN EL
DESEO DE PROLONGAR LO MÁS POSIBLE LA CELEBRACIÓN Y EL
TRIUNFO DE LO POSITIVO, SIN APENAS PREPARACIÓN PARA ACEPTAR
LAS CONTRARIEDADES, LOS ALTIBAJOS, LOS DOLORES DE LA VIDA,
ESA PARTE DE DESGRACIA DE LA QUE QUIERE HUIR A TODA COSTA.
“La felicidad superior, la plenitud, abarca también la otra parte, la parte desagradable,
dolorosa y negativa con la que debemos arreglárnoslas”, seguimos a Schmid, quien aboga
por la aceptación de todas las polaridades de la vida a través de un cierto equilibrio: “No
sólo los logros, también las frustraciones; no sólo el éxito, también el fracaso; no sólo el
placer, también el dolor; no sólo la salud, también la enfermedad; no sólo estar alegre,
también estar triste; no sólo estar satisfecho, también estar insatisfecho. No sólo días
plenos, también días vacíos, pues esos cien días que percibimos como vacíos y aburridos
se justifican como un único día de plenitud desbordante”, razona.

“El ser humano da el paso decisivo hacia esa felicidad, fijando él mismo su postura. Así
puede fluir con la vida”, señala el autor, quien va más allá de estoicos y epicúreos y
sostiene que no es la felicidad, sino el sentido, lo más importante de la existencia. El
sentido en toda su amplitud: a nivel individual y también colectivo. El disfrute a través de
la percepción de lo que vemos, oímos, tocamos, olemos, saboreamos… a través de las
relaciones sociales, de las conexiones ideológicas, de las búsquedas intelectuales, del
contacto con la naturaleza… “El planteamiento de objetivos ideales que conducen a la
realización de ideas, sueños y valores no puede ser sustituido por el planteamiento de
objetivos materiales, que conducen a un bienestar que podría ser de ayuda para la
realización vital, pero, sin embargo, rara vez puede ser satisfactorio”, sostiene Schmid.

Especialmente luminosa me parece la siguiente idea: “Una época saca fuerzas renovadas
gracias a muchos individuos y se prepara para un salto histórico. Una modernidad
transformada, diferente, significará un tiempo de búsqueda del sentido y no tanto de su
disolución”. El filósofo alemán se atreve incluso a indicar ese sentido en el presente que
vivimos: “La utopía de una sociedad ecológica y social que se haga realidad no sólo de
forma nacional sino global”.
En la senda del sentido, del proyecto vital, Wilhelm Schmid se cruza con Bertrand
Russell. “La conquista de la felicidad” (Austral, edición de 1999, con prólogo de José
Luis Aranguren) fue una obra que me cautivó cuando la leí hace algunos años y ahora he
vuelto a sentir lo mismo al repasar sus páginas, convenientemente subrayadas. El Nobel
inglés habla de la felicidad desde su particular percepción de la misma, desde sus
vivencias. Parte de las ideas de los clásicos -si llegamos a alguna conclusión es que los
pilares básicos se mantienen imperturbables a lo largo del tiempo- pero su manera de
exponerlas resulta espontánea, cercana. “Yo vivo y gozo de mis días: mi hijo me sucede y
goza de los suyos, y a él le sucede a su vez su hijo. ¿Por qué hacer de esto una tragedia?
Por el contrario, si yo viviera eternamente, los goces de la vida acabarían por perder
fatalmente su sabor. Siendo como es, la vida conserva perennemente su frescura”, se
plantea.

“YO VIVO Y GOZO DE MIS DÍAS: MI HIJO ME SUCEDE Y GOZA DE LOS


SUYOS, Y A ÉL LE SUCEDE A SU VEZ SU HIJO. ¿POR QUÉ HACER DE
ESTO UNA TRAGEDIA? POR EL CONTRARIO, SI YO VIVIERA
ETERNAMENTE, LOS GOCES DE LA VIDA ACABARÍAN POR PERDER
FATALMENTE SU SABOR. SIENDO COMO ES, LA VIDA CONSERVA
PERENNEMENTE SU FRESCURA”, SE PLANTEA BERTRAND RUSSELL.

¿Tiene sentido reflexionar sobre la felicidad en un presente en el que hay asuntos


muchos más urgentes: la desigualdad, la injusticia, la xenofobia…? es un interrogante
que he abierto varias veces a lo largo de este recorrido. ¿Podemos ser felices en una
sociedad en la que hay cada vez más personas que viven bajo el umbral de la pobreza?
Epicuro y el resto de los filósofos griegos lo hicieron en una época de esclavitud,
crueldad y miseria. Pensadores de todos los tiempos se han sumado a la corriente,
conscientes de que la felicidad es una palabra manto tras la que todo puede encontrar
cobijo. Somos felices cuando nos cuidamos y cuidamos al otro; cuando nos preocupamos
por el mundo en el que vivimos y procuramos su mejora. He ahí el sentido.

Bertrand Russell se pregunta: ¿por qué es desgraciada la gente? y se apoya en unos


versos de Blake: “en todas las caras que me encuentro,/ veo huellas de flaqueza y dolor”.
“Es verdad que las preocupaciones exteriores traen su posibilidad de dolor”, argumenta,
“el mundo puede hundirse en una guerra, ciertas clases de acontecimientos pueden ser
difíciles de alcanzar, los amigos se pueden morir. Pero esta clase de dolores no destruye
la calidad esencial de la vida tanto como los que se producen del disgusto consigo mismo.
Y todo interés externo inspira alguna actividad que nos previene por completo contra el
tedio, mientras que el interés por uno mismo no conduce a ninguna actividad
progresiva”.

Matemático y pedagogo, además de filósofo, Russell era un hombre disciplinado,


absolutamente convencido de que en el camino de la existencia hay que ir
desprendiéndose del narcisismo, de la megalomanía, de la excesiva atención a las propias
contradicciones. Hay que romper “la concha dura del ego” a través del amor, del trabajo,
de la colaboración. “La raíz del mal”, sigue diciendo, “está en la importancia que se
concede al éxito en la competencia como la mayor fuente de felicidad (…) El mal
procede de la filosofía de la vida, generalmente aceptada, según la cual la vida es lucha,
competencia, y sólo se respeta al vencedor”.

Recuperar los placeres sencillos, como un paseo en contacto con la naturaleza;


abandonar las prisas y aceptar el aburrimiento; educar a los hijos con alegría; aceptar los
vaivenes de la vida con naturalidad, como parte de la misma; aumentar el grado de
admiración hacia los demás y disminuir la envidia; no tener miedo a la opinión pública y
actuar de acuerdo a las propias convicciones… De todo esto habla Russell en su libro.
“Somos criaturas de la tierra; nuestra vida es parte de la tierra, y nos alimentamos de ella
lo mismo que los animales y las plantas. El ritmo de la vida es lento; el otoño y el invierno
son tan esenciales como la primavera y el verano, y el descanso es tan esencial como el
movimiento”, señala.

RECUPERAR LOS PLACERES SENCILLOS, COMO UN PASEO EN


CONTACTO CON LA NATURALEZA; ABANDONAR LAS PRISAS Y
ACEPTAR EL ABURRIMIENTO; EDUCAR A LOS HIJOS CON ALEGRÍA;
ACEPTAR LOS VAIVENES DE LA VIDA CON NATURALIDAD, COMO
PARTE DE LA MISMA; AUMENTAR EL GRADO DE ADMIRACIÓN HACIA
LOS DEMÁS Y DISMINUIR LA ENVIDIA; NO TENER MIEDO A LA
OPINIÓN PÚBLICA Y ACTUAR DE ACUERDO A LAS PROPIAS
CONVICCIONES… DE TODO ESTO HABLA RUSSELL EN «LA CONQUISTA
DE LA FELICIDAD».

Imposible apresar aquí todas las enseñanzas de este hombre para el que el control de los
pensamientos, de los contratiempos del día a día, era fundamental. “Nada es tan agotador
ni tan inútil como la indecisión”, nos dice. “Nuestras acciones no son tan importantes
como nos figuramos; nuestros éxitos o nuestros fracasos tienen una importancia relativa
(…) El yo es una parte del mundo muy pequeña. El hombre que pueda dirigir sus
pensamientos y esperanzas hacia algo que trascienda de sí mismo, puede hallar una paz
en las inquietudes de la vida que es imposible para el egoísta puro”.

“Todavía es posible la felicidad”, afirma Russell. Hay que leerlo, hay que seguir sus
palabras para darse cuenta de hasta qué punto consagró su vida a vivir de acuerdo a sus
creencias. “Lo que contribuye a la felicidad es observar a la gente y encontrar placer en
sus rasgos individuales, procurar ayudar en sus intereses a las personas con quienes nos
ponemos en contacto, sin el deseo de influir en ellas ni de asegurarnos su admiración”,
leo en la página 148 y animo a todo el que haya llegado hasta aquí a buscar el libro y
trazar a lápiz sus particulares rutas con entusiasmo, siempre con entusiasmo, la palabra
mágica.
Ya que de forma entusiasta y placentera he iniciado este paseo por el Jardín de Epicuro
no quiero acabarlo sin abrir otra puerta, la de “La historia más bella de la felicidad”
(Anagrama, 2005), un libro-diálogo en el que Alice Germain conversa con tres
pensadores: André Comte-Sponville, Jean Delumeau y Arlette Farge. Un atractivo
itinerario, una guía, un compendio, un interesantísimo punto de partida o de llegada en
torno a ese “misterioso Grial que buscamos desde que el hombre es hombre y que
continúa escapándosenos”, como dice en el prólogo Germain.
Filósofos, creyentes e historiadores descorren las cortinas para ofrecer un panorama
múltiple, para dar idea de hasta qué punto el objeto de la felicidad se ha ido colocando en
un lugar o en otro según las épocas. Y si bien llegamos a constatar de qué modo clásicos
como Epicuro se adelantaron a su tiempo planteando principios que hoy siguen
plenamente vigentes; también percibimos -el libro nos conduce hasta ahí- que, entre las
direcciones que podría adoptar este siglo XXI, con tanto que ofrecer por delante, la más
deseable tendría que venir de la colocación del “tener” en su justo lugar, del abrazo al
“ser” de una vez por todas. “Hay que acceder a ser más, a una existencia enriquecida”,
leemos. Realmente no es nada nuevo. Ya lleva delante de nuestros ojos mucho,
muchísimo tiempo. Ya lo han enunciado una y otra vez los filósofos. Ya es hora de que
ocupe el primer plano de nuestras vidas, de que salte por encima de los conceptos de
posesión, de éxito y de competencia, como decía Bertrand Russell.
Puede que el trecho aún sea largo y doloroso, pero conviene ir visualizándolo. Para
acabar aquí y ahora, sigo a Comte-Sponville: “La felicidad no es la meta del camino; es el
camino mismo”, señala, aludiendo a los baches y dificultades que han de encontrarse.
“Pero si no amamos la dificultad, o si no la aceptamos, ¿cómo podríamos amar la vida?”,
se pregunta antes de lanzar un fortalecedor puente con el pasado. “No hay felicidad sin
coraje y esto da la razón a los estoicos. Pero hay todavía menos sin placer, lo que da la
razón a Epicuro, y sin amor, lo que da la razón a Sócrates, que no se creía experto en el
amor, a Aristóteles (“amar es regocijarse”), a Spinoza (“el amor es una alegría”), y a
Freud (“se está enfermo cuando se ha perdido “la capacidad de amar”)…”
Quedémonos pues con el amor, y también con la acción, con el placer... Partamos de las
semillas que otros han ido sembrando a lo largo de la Historia y dejemos que broten en
cada uno de nosotros. Encendamos esos faros que parten de nuestras lecturas y
vivencias, de nuestros deambulares y rodeos, de nuestras pérdidas y encuentros.
Intentemos seguir frecuentando, cultivando el Jardín.

OPINIÓN PERSONAL: Justifica y desarrolla tu respuesta.

• ¿Crees que con los tiempos que corren necesitamos volver al jardín epicúreo?
¿Por qué?
• ¿Cuál es tu opinión acerca de Epicuro? ¿Qué has aprendido?

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