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NIT DE L’ALBÀ
PÁGINAS QUE HAY QUE LEER:
De la 9 a la 25 (enumeración del libro, al final de cada página)
De la 49 a la 120 (enumeración del libro, al final de cada página)
ACTIVIDADES DE LECTURA
• Explica con tus palabras, a partir de lo que has leído, en qué consiste la
física epicúrea, según Epicuro, ¿qué es lo que nos encontramos en la
naturaleza?, ¿con qué teoría filosófica defendida por los presocráticos
relacionarías estas ideas?
Me trajo Cleón una carta tuya, en la cual continuamente muestras un afecto hacia mí igual a mi interés por ti,
y das pruebas, no sin convencer, de recordar las ideas que conducen a una vida feliz, y me pides que te
remita una idea, breve y fácil de recordar, relativa a los fenómenos celestes, para recordarla fácilmente.
Pues dices que mis escritos plasmados en otros libros son duros de recordar, aun que, como aseguras, los
manejas continuamente. Recibí con gusto tu petición y por ella me sentí embargado de gratas esperanzas. De
acuerdo con estos mis sentimientos, una vez que ya escribí todas las demás obras, daré cumplimiento a esas
ideas, justo las cuales estimaste que habían de ser útiles también a otras muchas personas, y en especial a los
que últimamente gustan de la genuina ciencia de la naturaleza y a los que están enredados en ocupaciones
demasiado intensas de la vida diaria. Cáptalas muy bien y, guardándo las en la memoria, estrújalas
fuertemente junto con las de más que remití a Heródoto en el Compendio Pequeño.
Así pues, en primer lugar hay que pensar que el fin del conocimiento de los cuerpos celestes, explicados bien
en conexión con otros cuerpos o bien en sí mismos, no es ningún otro sino la imperturbabilidad y una
seguridad firme, justamente como es el fin del conocimiento relativo a las demás cosas. Ni hay que forzar
una explicación imposible ni hay que dar la misma interpretación a todas las cosas utilizando para ello
bien los razonamientos que se aplican a la vida o bien los que se usan para la solución de las demás
cuestiones de la naturaleza, por ejemplo, que el universo está constituido por cuerpos y naturaleza
intangibles, o que los elementos básicos de la materia son indivisibles, y todas las afirmaciones de ese tenor
que tienen una sola acomodación a las cosas que están a la vista. Vía de acceso que no les va a los cuerpos
celestes, sino que concretamente éstos tienen varias tanto causas de su origen como explicaciones de su
sustancia acordes con las sensaciones. Pues se debe dar cuenta de la naturaleza no de acuerdo con axiomas y
leyes vanas sino según demandan los hechos visibles, pues nuestra vida no tiene necesidad ya de
irracionalidad y vana presunción sino de que vivamos sin sobresaltos. Pues bien, todo marcha sin
sobresaltos en lo relativo a todas las cosas solucionadas de varias maneras de acuerdo con la explicación de
las cosas visibles si uno admite debidamente las explicaciones convincentes que hay sobre ellas. Pero si uno
admite una explicación que está acorde con la realidad visible y rechaza otra igualmente acorde, es claro que
huye de toda explicación racional de la naturaleza y que recurre al mito. Y es preciso aportar como
indicio del proceso desarrollado en el mundo celeste cualquier fenómeno acontecido ante nosotros, porque
éstos se observa a simple vista cómo acontecen, y no los fenómenos que acontecen en el mundo celeste, pues
estos últimos pueden originarse de varias maneras.
“El ser humano da el paso decisivo hacia esa felicidad, fijando él mismo su postura. Así
puede fluir con la vida”, señala el autor, quien va más allá de estoicos y epicúreos y
sostiene que no es la felicidad, sino el sentido, lo más importante de la existencia. El
sentido en toda su amplitud: a nivel individual y también colectivo. El disfrute a través de
la percepción de lo que vemos, oímos, tocamos, olemos, saboreamos… a través de las
relaciones sociales, de las conexiones ideológicas, de las búsquedas intelectuales, del
contacto con la naturaleza… “El planteamiento de objetivos ideales que conducen a la
realización de ideas, sueños y valores no puede ser sustituido por el planteamiento de
objetivos materiales, que conducen a un bienestar que podría ser de ayuda para la
realización vital, pero, sin embargo, rara vez puede ser satisfactorio”, sostiene Schmid.
Especialmente luminosa me parece la siguiente idea: “Una época saca fuerzas renovadas
gracias a muchos individuos y se prepara para un salto histórico. Una modernidad
transformada, diferente, significará un tiempo de búsqueda del sentido y no tanto de su
disolución”. El filósofo alemán se atreve incluso a indicar ese sentido en el presente que
vivimos: “La utopía de una sociedad ecológica y social que se haga realidad no sólo de
forma nacional sino global”.
En la senda del sentido, del proyecto vital, Wilhelm Schmid se cruza con Bertrand
Russell. “La conquista de la felicidad” (Austral, edición de 1999, con prólogo de José
Luis Aranguren) fue una obra que me cautivó cuando la leí hace algunos años y ahora he
vuelto a sentir lo mismo al repasar sus páginas, convenientemente subrayadas. El Nobel
inglés habla de la felicidad desde su particular percepción de la misma, desde sus
vivencias. Parte de las ideas de los clásicos -si llegamos a alguna conclusión es que los
pilares básicos se mantienen imperturbables a lo largo del tiempo- pero su manera de
exponerlas resulta espontánea, cercana. “Yo vivo y gozo de mis días: mi hijo me sucede y
goza de los suyos, y a él le sucede a su vez su hijo. ¿Por qué hacer de esto una tragedia?
Por el contrario, si yo viviera eternamente, los goces de la vida acabarían por perder
fatalmente su sabor. Siendo como es, la vida conserva perennemente su frescura”, se
plantea.
Imposible apresar aquí todas las enseñanzas de este hombre para el que el control de los
pensamientos, de los contratiempos del día a día, era fundamental. “Nada es tan agotador
ni tan inútil como la indecisión”, nos dice. “Nuestras acciones no son tan importantes
como nos figuramos; nuestros éxitos o nuestros fracasos tienen una importancia relativa
(…) El yo es una parte del mundo muy pequeña. El hombre que pueda dirigir sus
pensamientos y esperanzas hacia algo que trascienda de sí mismo, puede hallar una paz
en las inquietudes de la vida que es imposible para el egoísta puro”.
“Todavía es posible la felicidad”, afirma Russell. Hay que leerlo, hay que seguir sus
palabras para darse cuenta de hasta qué punto consagró su vida a vivir de acuerdo a sus
creencias. “Lo que contribuye a la felicidad es observar a la gente y encontrar placer en
sus rasgos individuales, procurar ayudar en sus intereses a las personas con quienes nos
ponemos en contacto, sin el deseo de influir en ellas ni de asegurarnos su admiración”,
leo en la página 148 y animo a todo el que haya llegado hasta aquí a buscar el libro y
trazar a lápiz sus particulares rutas con entusiasmo, siempre con entusiasmo, la palabra
mágica.
Ya que de forma entusiasta y placentera he iniciado este paseo por el Jardín de Epicuro
no quiero acabarlo sin abrir otra puerta, la de “La historia más bella de la felicidad”
(Anagrama, 2005), un libro-diálogo en el que Alice Germain conversa con tres
pensadores: André Comte-Sponville, Jean Delumeau y Arlette Farge. Un atractivo
itinerario, una guía, un compendio, un interesantísimo punto de partida o de llegada en
torno a ese “misterioso Grial que buscamos desde que el hombre es hombre y que
continúa escapándosenos”, como dice en el prólogo Germain.
Filósofos, creyentes e historiadores descorren las cortinas para ofrecer un panorama
múltiple, para dar idea de hasta qué punto el objeto de la felicidad se ha ido colocando en
un lugar o en otro según las épocas. Y si bien llegamos a constatar de qué modo clásicos
como Epicuro se adelantaron a su tiempo planteando principios que hoy siguen
plenamente vigentes; también percibimos -el libro nos conduce hasta ahí- que, entre las
direcciones que podría adoptar este siglo XXI, con tanto que ofrecer por delante, la más
deseable tendría que venir de la colocación del “tener” en su justo lugar, del abrazo al
“ser” de una vez por todas. “Hay que acceder a ser más, a una existencia enriquecida”,
leemos. Realmente no es nada nuevo. Ya lleva delante de nuestros ojos mucho,
muchísimo tiempo. Ya lo han enunciado una y otra vez los filósofos. Ya es hora de que
ocupe el primer plano de nuestras vidas, de que salte por encima de los conceptos de
posesión, de éxito y de competencia, como decía Bertrand Russell.
Puede que el trecho aún sea largo y doloroso, pero conviene ir visualizándolo. Para
acabar aquí y ahora, sigo a Comte-Sponville: “La felicidad no es la meta del camino; es el
camino mismo”, señala, aludiendo a los baches y dificultades que han de encontrarse.
“Pero si no amamos la dificultad, o si no la aceptamos, ¿cómo podríamos amar la vida?”,
se pregunta antes de lanzar un fortalecedor puente con el pasado. “No hay felicidad sin
coraje y esto da la razón a los estoicos. Pero hay todavía menos sin placer, lo que da la
razón a Epicuro, y sin amor, lo que da la razón a Sócrates, que no se creía experto en el
amor, a Aristóteles (“amar es regocijarse”), a Spinoza (“el amor es una alegría”), y a
Freud (“se está enfermo cuando se ha perdido “la capacidad de amar”)…”
Quedémonos pues con el amor, y también con la acción, con el placer... Partamos de las
semillas que otros han ido sembrando a lo largo de la Historia y dejemos que broten en
cada uno de nosotros. Encendamos esos faros que parten de nuestras lecturas y
vivencias, de nuestros deambulares y rodeos, de nuestras pérdidas y encuentros.
Intentemos seguir frecuentando, cultivando el Jardín.
• ¿Crees que con los tiempos que corren necesitamos volver al jardín epicúreo?
¿Por qué?
• ¿Cuál es tu opinión acerca de Epicuro? ¿Qué has aprendido?