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Clase 3

La Cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de Francois


Rabelais (Mijail Bajtin)

Con este escrito nos posicionamos en un escenario antagónico respecto a los


idealismos filosóficos de la Antigüedad que veníamos recorriendo, y que a su vez
conforman el armazón de las Culturas Oficiales del Medioevo (la visión hegemónica
del Cristianismo, de la que resulta el orden jerárquico e inamovible del Orden Feudal) y
del Primer Momento de la Modernidad (La mirada racionalista y secular que despierta,
que renace, en los siglos XIV y XV). La Cultura popular es una Cultura Alternativa, una
Sensibilidad Otra a propósito de la seriedad de lo Instituido. Es la mirada del bajo
pueblo, del campesinado servil, que se considera tan matérico como las cosas que lo
rodean. Y esa simpatía con lo sensible se manifiesta en un lenguaje procaz, y en la
inclinación a abandonar la conciencia del deber en las situaciones festivas, en la que
el pudor que la tradición aconseja hacia el comportamiento pasional, instintivo, no solo
se deja de lado, sino que deviene en la alegría de exhibir lo escatológico, lo profano.
Es el Carnaval el que ofrece de manera emblemática el escenario en el cual se adopta
una concepción de la vida trans-personal, o supra-individual, en el que la muerte solo
es un momento del ciclo de renovación de las Formas de esa carne del Mundo que es
la Tierra. Y ese pertenecer a una Universalidad “negativa”, ya no espiritual y estática,
sino mundana y dinámica, no es sufriente, sino que convoca el placer, y la Risa.
Es tal cosmovisión la que se expresa en las estética de autores como Rabelais, y en
los más conocidos Shakespeare y Cervantes. Y que se prolonga en el género cómico,
celebrado en las Antiguas Grecia y Roma, menospreciado en los siglos XVI y XVII,
pero vuelto a poner en vigencia, aunque con vetas algo oscuras (el sujeto como títere
de conspiraciones, la identidad como mascarada
angustiosa) desde el Romanticismo del siglo XVIII y
hasta nuestros días.

Si se quisiera ilustrar aquello de lo cual toma distancia


el Realismo Grotesco, podría considerarse como
referencia esta figura del siglo XIII (este Dios
Geómetra). Allí se condensa la idea de que las
formas armónicas del mundo responden a una
inteligencia superior, y por eso organizadora. O
también recurrir a esas imágenes (posteriores,
renacentistas) que prosiguen, la de esos jóvenes esbeltos (el muy conocido David de
Miguel Angel, esculpido en marmol, y el estudio de la musculatura corporal que
propicia el libro de anatomía del médico Andrea Vesalio). Ambos, símbolos de una
existencia guiada por un plan compositivo en cuyos parámetros se reconoce la belleza
clásica.

Unos parámetros que continúan los mandatos de Unidad y Orden propios de la


Poética aristotélica, y que son la quintaesencia de la Cultura Oficial de los períodos
medieval y renacentista. En un recorrido muy rápido (puede consultarse Arte y Belleza
en la estética medieval” - Umberto Eco, 1999 (1987): http://jorgezuzulich.com.ar/wp-
content/uploads/2015/04/Eco-Arte-y-Belleza-en-la-est%C3%A9tica-medieval.pdf -,
particularmente la Introducción y los Apartados 2 -P.7/28- y 4, “Las estéticas de la
proporción” –P.42/52), podría señalarse que San Agustín considera, en el siglo IV de
nuestra Era, que Dios es la fuente eterna de los números; y tal vez rememorando al
viejo Pitágoras, homologa la Música al Orden Cósmico. Más tarde, Escoto Erígena
(siglo IX) piensa a Dios como un Concertista, y al mundo, su creación, como una
polifonía. También Honorio de Autun (siglo XI) se revela como un sordo, y adopta la
metáfora musical: el Universo es una cítara cuyas cuerdas, al sonar
complementariamente, armonizan lo disímil. Y la línea de pensadores religiosos que le
continúan (San Buenaventura, Grosetesste, San Buenaventura, Alberto Magno, todos
entre los años 1100 y mediados del 1200), no dejarán de señalar que Dios es bueno
porque lleva lo disperso a la unidad, o que la verdad es la completitud que se anuncia
en la belleza. Anticipando así el neo-aristotelismo de Santo Tomás de Aquino
(alrededor de fines del 1200): La belleza atrae la mirada, pero tal placer es intelectual,
porque lo que agrada es la constatación de la integridad, la proporción y la claridad. Ya
en pleno Renacimiento (mediados del 1400), León B. Alberti declara, novedosamente,
que la belleza es concordancia (concinittas…) de partes a partir del respeto de una
medida patrón.

En cambio, el grotesco, escéptico, tempranamente nihilista, juega a desbaratar la


armonía, como lo muestra este ejercicio sarcástico…

Gian Lorenzo Bernini, caricatura del Papa Inocencio XI, ca. 1676-1680.
Tinta sobre papel (11,4 x 18 cm). Museum der Bildende Künste, Leipzig.

…O como se deja ver en estos ejemplos últimos, en estas pinturas de El Bosco y Max
Ernst:

Max Ernst, La parole, 1922. Ilustración del Detalle de la tabla izquierda de El jardín de las delicias, ca.
libro de Paul Éluard Répétitions 1500. Museo del Prado, Madrid. La imagen representa la
creación de los animales, en torno a la Fuente de la Vida.

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