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autor : Paula Tomassoni

Para quedarse un rato más


Precipitaciones aisladas, de Sebastián Martínez Daniell, Buenos Aires, Entropía, 2010.

De todos los diálogos posibles entre un lector y una novela, el más incómodo es aquél en el que se pretende dar, justamente, comodidad: el narrador que explica, que allana, que
programa ordenar la sintaxis con sintaxis. En la otra punta estaría el escritor que deja esa incomodidad al lector. Y ese (éste) diálogo es el mejor de los posibles: un libro que
convoca desde la inteligencia, la sensibilidad, la experiencia

No es sorprendente que su autor, Sebastián Martínez Daniell, tenga esas consideraciones hacia el lector. Él es un lector, o, para pensar antropológicamente, él quiere que se sepa (se
crea) que es un lector. Eso nos dicen las fotos de Silvina Alonso, que aparecen en la solapa de ésta y de su anterior novela (Semana, 2004, Entropía). Esas imágenes son ya una
metáfora de la lectura como actividad. En Semana, Martínez Daniell posa en la foto con un dedo marcando algo sobre un libro y la mirada perdida en la distancia (Barthes decía
que se empezaba leer cuando se levantaba la vista de la página), en algún punto de la transitada avenida que oficia de fondo, en la que se destaca una gigantografía publicitaria con
un primer plano perfil derecho de un sabio griego. En Precipitaciones aisladas el fondo es un cielo azul y limpio junto al mar (¿de Carasia?) que se insinúa apenas en el marco
inferior de la foto. Martínez Daniell está parado, una mano sostiene el libro y la otra se mueve en un gesto que podría ser de afirmación, o de repetición, tal vez acompañando un
íntimo recitado. Ese lector que el autor dice ser es el que sus libros construyen. El que levanta la vista, relee, retrocede para avanzar. Que se sorprende, se deslumbra, sonríe, se
espanta, se enoja. Busca en el diccionario el significado de una palabra, inventa el de otra. Aquel que hace de la lectura, en términos de Napoleón Toole (narrador de la novela) una
“esforzada fotosíntesis”.

Carasia
Plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo. Evolucionemos: nada de esto hace hoy a un hombre. Para serlo, hay que crear un mundo. Un mundo total, con su geografía, su
clima, su sistema económico. Con las crisis psicológicas recurrentes en sus habitantes, su fauna alterada por la mano humana, sus costumbres alimenticias.

Macondo, Santa María, Comala. Ciudades legendarias construidas con palabras, que parecen escondidas en algún punto interior del territorio conocido. Carasia (el país en
Precipitaciones aisladas) es el exterior, lo otro, aquello. Una isla cuyo mar determina la existencia de sus habitantes. Con un clima extremadamente frío en otoño, aunque sugiera
estar ubicada cerca del Ecuador: “(Acá, en Carasia, el agua simplemente cae por los sumideros. No se da el lujo hemisférico de demorarse en remolinos.)”. Sus escenarios vienen
del cine europeo, de novelas europeas de hace un par de décadas.

Tres zonas de Carasia se deciden en el relato: la Capital, que es donde el narrador vive con Vera, su mujer; Limmerling, el Norte de la isla, el polo industrial; Limmermong, el sur
de la isla, un pueblo de pescadores adonde –según el relato de sus padres– Napoleón fue concebido, y adonde va a pasar unos días para pensar después de su separación. En
Limmermong los nombres propios tienen el peso de la Antigüedad: Rhea, Ginebra, Ulises (que es pescador y pasa sus días en el mar), hasta el punto en que resulta extraño la
aparición de una “Camila”.

En Carasia hay una Historia (que Vera está escribiendo en un Manual escolar), con una Guerra de Secesión, que enfrentó al Norte y al Sur por la redistribución de los tributos
federales.
En Carasia hay música y un idioma:
“Nos rodean y bailamos el vals. Un, dos, tres, un, dos, tres. Los ritmos ternarios no van con los carasios. Nuestra cadencia es otra. Basta escuchar cómo hablamos. La lengua carasia
es extensiva como la agricultura en los latifundios. Somos grandes terratenientes de palabras. Nuestros vocablos son largos y nuestra gramática de circunvalaciones sólo empeora
las cosas. En nuestra tierra, las misas aún se dan en latín. No es elitismo; es economía. En carasio, la lectura de un solo salmo dura horas. El Padrenuestro es una perorata
interminable y cacofónica. Podrían haber surgido grandes mimos de Carasia. Pero no es así: nos limitamos a ser parcos.”

En Carasia hay una fauna, un gentilicio, un periódico. Y un estado climático que a veces llega a ser casi un personaje, y recurrentemente está explicado con tecnicismos y
minuciosidad.

Enciclopedia
Se podría escribir, sin mayores inconvenientes, el apartado correspondiente a Carasia en una Enciclopedia. La noción del género aparece constantemente desde distintas zonas de la
novela, y es difícil no leer en ellas la tradición de autores argentinos en cuyas obras el saber de la enciclopedia ha fundado significados. La referencia aparece desde el inicio
“África e inmediatamente Afrodita. Ése es el patrón gramatical.”

Las descripciones o las acotaciones respecto a algunos hechos, proponen la objetividad de la explicación, del conocimiento encamisado, del orden alfabético. Un lenguaje erudito,
en el que muchas veces se reconocen tiempos de textos antiguos.

Estas construcciones cierran (o abren) sistema al observar las ilustraciones de tapa. Aparecen superpuestas (con una zona translúcida) dos imágenes: la de mayor tamaño, en colores
varios (con predominio de tonos fríos), representa un antiguo y curioso mapa con montañas y ríos, y corresponde a Physical Geography, de George Aikman (Edimburgo, 1854); la
más pequeña (para la que se ha elegido un tono anaranjado y una ubicación de rotación hacia la izquierda, lo que la asemeja a las viejas estampillas postales) representa una
grotesca escena de pescadores y peces enormes que, al ser abiertos, muestran estar llenos de otros peces, y reproduce Grandibus exigí sunt pises piscibus esca, de Pieter Brueghel
“el Viejo” (Amberes, 1556). Ambas imágenes connotan la instancia de ilustración en enciclopedias antiguas, en contraste con su organización espacial, creativa y provocadora.

Historia de amor con intersticios


Y en beneficio de la literatura, la historia que se cuenta es una historia de amor, desempolvando los recursos que la crítica atribuía al viejo Flaubert al decir que su programa era
“escribir la vida corriente como se escribe la historia o la epopeya”. La relación de Napoleón y Vera, sus inicios, su matrimonio, separación, y un final predecible y sentimentalista,
bien podría ser el argumento de la próxima película de Jennifer Aniston para este verano. El cómo es el punto, otra vez, en esta línea de tiempo literaria cuyos extremos se juntan y
se funden para deshacerse y volverse a juntar. Los principios constructivos a través de los que esta historia es narrada son la delicia del lector. La repetición de un momento hilvana
el desorden cronológico en el que aparecen las escenas aisladas (como chubascos de verano), en un movimiento que cobrará sentido recién al final: “-Señor Toole, su mujer lo
espera”.

Y en esa historia, entregada a cuentagotas de precipitaciones aisladas, los intersticios: aquella realidad interior de Napoleón Toole que se hace tangible a través de su pensamiento.
¿Está loco, Toole? Un poco, tal vez, pero es un placer presenciar sus encuentros con el otro Napoleón, el famoso, en los rincones de su intimidad más humana (memorable el
momento en el que Bonaparte le explica a Toole, con pesar, que sus hijos están muertos). También el horror entra en esta historia llana por esos intersticios. Las ovejas negras que
aparecen entre las que cuenta para dormir le sugieren “que la mate. Que la ahorque de una buena vez y luego la ahogue empujando sus exabruptos garganta abajo”. Escenas
cotidianas llevan, en un juego con los planos de ficción, al personaje y al lector a momentos imaginados, enmarcados en la Historia (como aparecer con Vera viajando al Oeste
norteamericano en carreta) o en la Literatura (como la aparición, en su luna de miel, de los Fantasmas de las Vacaciones Pasada, Presente y Futura).

Es a través de esos intersticios y de los análisis y conclusiones del narrador desde donde se compone su punto de vista, que no es, en este caso, simplemente una figura retórica. El
punto de vista Toole es un modo de leer el mundo, de interpretarlo para vivirlo. Es un abrir constante de puertas que, riéndose de las líneas de tiempo y espacio, conectan todos los
potenciales. Carasia no es un mundo inventado, sino un mundo literario, es decir, que abre a quienes lo leen la visión de otros mundos tampoco fotografiables. Y eso gracias a un
autor generoso que confía en sus lectores.

Precipitaciones aisladas es uno de esos libros a los que se entra para quedarse un rato más. Quedamos a la espera, entonces, de las nuevas creaciones de Martínez Daniell. Total,
como reza el final de la novela,
“Nosotros tenemos tiempo. Podemos esperar a que crezcas.
Podemos quedarnos hasta el próximo incendio”.

(Actualización diciembre 2010- enero 2011/ BazarAmericano)

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