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Resumen
Introducción
Marco Teórico
Todas las posturas y propuestas que intentan definir la violencia implican el uso de la
fuerza, aunque la percepción de la intencionalidad de esta fuerza varía según los autores
(Fernández et al, 2015). Además, la violencia no solo implica el aspecto físico al agregar
algunas acciones no discursivas. En este sentido, la violencia también está presente en
palabras y cánticos humillantes siempre y cuando estos no sean argumentativos, en caso de
serlo pasan a ser parte de la persuasión (Fernández et al, 2015).
Por su parte, la palabra “agresión” procede del latin aggredi que significa caminar o
dirigirse en contra de alguien (Marin & Martínez, 2012). Si bien tiene una cierta similitud
con el término violencia, la agresión implica un procedimiento o acción enérgica empleada
fundamentalmente para dominar o destruir al otro (Fernández et al, 2015). Estas acciones
agresivas pueden ir desde un comportamiento hostil hasta lo que se conoce como asertividad.
A manera de ejemplo un león puede ser agresivo contra otro que esté en su territorio a través
de la hostilidad, al igual que un vendedor puede ser agresivo en su forma de presentar sus
productos para conseguir las ventas. Con este ejemplo se puede observar como la agresividad
posee dos formas, cómo se puede manifestar sin que lleguen a ser consideradas como
violentas.
Además de la relación entre hostilidad y asertividad, la agresión posee dos dimensiones
dependiendo del objetivo con el cual se realizan. La primera de ellas es la agresión hostil que
se expresa en una agresión contra alguien sin pretender un beneficio como tal pero sí con la
intención de dañar al otro (Hernandez et al, 2003; Marin & Martínez, 2012). En segundo
lugar encontramos la agresión instrumental, mediante la cual se busca directamente la
obtención de un beneficio a cambio de las acciones hostiles o agresivas sin tener un blanco
específico (Hernandez et al, 2003; Marin & Martínez, 2012). Como se puede suponer, una de
las principales diferencias entre la agresión se ejerce ante la presencia de estímulos o
contingencias específicas en el entorno de los individuos (Fernández et al, 2015).
Cabe aclarar que desde la psicología se han señalado varios factores tanto personales
como ambientales y culturales que influyen en la presencia de conductas violentas. Entre
estas se encuentran la personalidad de tipo A, la baja tolerancia a la frustración, el narcisismo,
la teoría de la ley térmica y factores micro y macro culturales (Marin & Martínez, 2012).
Una de las corrientes más fructíferas para el estudio de la violencia son las teorías
psicosociales. Desde estas teorías se postula que el contexto social y ambiental determinan la
medida en la cual se presentan las conductas violentas en los sujetos (Hernandez et al, 2003).
En primer lugar se tienen las teorías del aprendizaje que sostienen que con el modelamiento y
el reforzamiento se pueden integrar conductas violentas en el repertorio conductual del
individuo. A ello se suma el principio de maximización de la utilidad esperada de Beck,
según el cual la conducta violenta se regirá por las probabilidades de obtener máximas
recompensas (Hernandez et al, 2003). En segundo lugar, la teoría de la influencia social y
comportamiento colectivo pretende estudiar cómo los contextos grupales afectan la aparición
de conductas violentas. Desde estas posturas se afirma que la violencia puede ser producto de
la pérdida de la identidad individual generando así cierta impunidad (Zimbardo, 1970 citado
en Hernández et all, 2003). En tercer lugar, el interaccionismo simbólico y el comportamiento
colectivo. Estas teorías abordan la conducta colectiva en tres aspectos fundamentales: se
entiende que el orden social no es estático y siempre está cambiando, los individuos
construyen sus acciones a través de representaciones simbólicas, y enfatizan en la
construcción de significados colectivos a través de la interacción social de los individuos
(Hernández et all, 2003). Finalmente el modelo de la inquietud social postula que sin
inquietud social la vida de los individuos sigue las normas sociales dictaminadas y no se
producen comportamientos colectivos. En el momento en el cual se genera inquietud social se
crea el comportamiento colectivo que rompe con el orden normativo fomentando cambios
sociales, revoluciones o mostrando la inconformidad de grupos particulares (Hernández et all,
2003).
Ya explorado el concepto de violencia falta hacer hincapié en su relación con el
deporte. Para empezar, desde la sociedad internacional de psicólogos del deporte ( por sus
siglas en inglés ISSP) se define la violencia como “la aplicación de un estímulo aversivo
físico, verbal o gestual de una persona hacia otra” (Tenenbaum et al 1997, en García,
Martínez y Gonzáles 2017; Sánchez et al, 2007). Ahora bien, en el deporte se pueden
observar tres tipos de actos violentos entre los cuales encontramos las agresiones entre los
jugadores, las agresiones al árbitro, y el lanzamiento de objetos por parte de los aficionados
(Marin & Martínez, 2012).
Hay dos teorías centrales desde las cuales se estudia la violencia en el deporte. La
primera de ellas nace en la escuela de Leicester y la segunda es el modelo psicosocial de John
Kerr (Hernández et al, 2003).
En primer lugar, la teoría de la escuela de Leicester, la cual es presentada por Norbert
Elias y Eric Dunning (1992). Esta teoría se centra en el proceso civilizador para explicar la
violencia en el deporte. En este sentido, se sugiere que los valores creados mediante la
socialización en grupos particulares ha propiciado cambios en las normas de los deportes
marginando las normas anteriores (Hernandez et al, 2003). Por supuesto, Elias y Dunning
entienden el deporte como una actividad de grupos organizada y centrada en la competición
entre al menos dos partes (1992). Este enfrentamiento constante se hace siguiendo unas reglas
definidas, creadas por ensayo y error, con el fin de poner límites a la violencia permitida y la
duración de los encuentros entre otros(Elias y Dunning, 1992). Desde esta postura la agresión
y la violencia nacen cuando la competición hace que se rompa el equilibrio entre la rivalidad
amistosa y la rivalidad hostil. En este sentido, el proceso civilizador hace referencia al control
de la violencia física en el deporte (Hernández et al, 2003).
Este proceso civilizador tiene cierta influencia en las relaciones sociales al señalar la
existencia de lazos funcionales y lazos segmentarios. En este sentido ambos se dan en las
sociedades y se retroalimentan constantemente, sin embargo son los lazos funcionales en los
cuales se presenta el proceso civilizador pues buscan limitar y contener los niveles de
violencia (Hernández et al, 2003).
La segunda postura es el modelo psicosocial de Jhon Kerr el cual es bastante
importante para la psicología ya que no solo permite estudiar los motivos por los cuales se
produce la violencia, también nos permite realizar intervenciones relacionadas con la
violencia en el deporte (Hernández et al, 2003). Este modelo psicosocial se nutre de la teoría
de la inversión de Apter la cual es motivacional y de personalidad, y del modelo de la
manipulación del tono hedónico de Brown desde el cual se postula que las adicciones a
sustancias y a las conductas siguen el mismo camino (Hernández, 2003).
La teoría de inversión de Apter se centra en la inversión de pares de estados
metamotivacionales, los cuales son estados cognitivos que permiten interpretar motivos y
causas en un momento en particular (Hernández, 2003). Hay cinco conceptos clave para
entender esta teoría: estados metamotivacionales, biestabilidad, tono hedónico, arousal y
marcos protectores.
Siguiendo esta teoría existen cuatro pares de estados emocionales que coexisten en
sistemas biestables y la inversión hace referencia a los cambios presentes en uno de estos
estados metamotivacionales (Hernández, 2003). El arousal hace referencia a la excitación y
se diferencia en arousal sentido y arousal deseado. Por su parte, el tono hedónico es la
interpretación que se hace del arousal sentido y este puede ser positivo si se tiene una
sensación placentera o negativo si se tiene una sensación displacentera (Hernández, 2003).
Por ejemplo, un individuo con un alto arousal deseado y un bajo arousal sentido siempre va a
tener un tono hedónico negativo y gracias a esto buscará nuevas situaciones en las cuales
logre equilibrar su arousal deseado y su arousal sentido (Hernández, 2003). Los marcos
protectores son emociones negativas que pueden llegar a ser experimentadas como positivas
si se está en un estado motivacional particular. Particularmente solo dos pares de estados
metamotivacionales se relacionan con la violencia, los cuales son el par télico/paratélico y el
par negativismo/conformidad (Hernández, 2003). El estado télico se caracteriza por una alta
planificación y seriedad de la persona; el estado paratelico es impulsivo y se orienta hacia la
sensación sin medir consecuencias; el estado negativista fomenta la rebeldía, la obstinación y
la necesidad de romper las reglas; y el estado conformista se caracteriza por un seguimiento
obstinado de las reglas y un aumento de la cooperación (Hernández, 2003).
Kerr en su modelo relaciona los estados paratélico y negativista con las acciones
violentas en el deporte desarrolladas por los deportistas como por los aficionados. Además,
menciona, a manera de ejemplo, que los hooligans con sus acciones violentas pretenden
escapar del aburrimiento buscando un estado metamotivacional donde el arousal sentido sea
equivalente al arousal deseado (Hernández, 2003). Kerr manifiesta que todos somos
vulnerables a las adicciones que van mejorando nuestro tono hedónico y gracias a ello se
adquieren nuevos compromisos con la violencia que permite elevar el arousal (Hernández,
2003). Por supuesto, las propuestas de intervención de Kerr se basan en tres puntos
fundamentales: reubicación en actividades socialmente aceptables, buscar nuevas formas de
activación y regeneración de viejas actividades reforzantes (Hernández, 2003).
Propuesta de intervención
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