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EN LA ESCUELA DE LA MISERICORDIA

DE SANTA FAUSTINA

Editorial Misericordia
Cracovia 2009
2

Título original
W szkole miłosierdzia świętej Siostry Faustyny

Texto
Las Hermanas de la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia
© Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia
ul. Żytnia 3/9, 01–014 Varsovia, Polonia

Diseño de la portada
Andrzej Oczkoś
En el diseño de la portada se ha usado un bajo-relieve del santuario de Cracovia-
Łagiewniki. Su autor es el Prof. Czesław Dźwigaj

Traducción
Ursula Bordas

Revisión de la traducción
Diácono Rafael de los Reyes

Nihil obstat
……

Imprimatur
………………………

Editorial Misericordia
de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia
ul. Siostry Faustyny 3, 30–420 Cracovia, Polonia
tel. (4812) 267 61 01; e–mail: misericordia@faustyna.pl
www.misericordia.faustyna.pl

ISBN 978-83-89731–…..
Introducción

La espiritualidad de santa Faustina se basa en el misterio de la misericordia divina. Al


conocer y contemplar a diario el misterio de la Divina Misericordia, uno empieza a tener una
actitud de caridad hacia el prójimo y la confianza que tiene en Dios aumenta. Esta confianza
puede ser comparada a la de un niño hacia sus padres y significa cumplir la voluntad de
Dios. En el corazón de la persona nace el deseo de reflejar el atributo más perfecto de Dios, o
sea, su Amor misericordioso por las criaturas. Por esta razón, santa Faustina le rogaba: Deseo
transformarme toda en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, oh Señor. Que este más grande
atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón al prójimo (Diario
163).
3

Hoy, muchos cristianos quieren seguir las huellas de Santa Faustina y aprender de ella la
actitud de confianza de niño hacia Dios y de caridad activa hacia el prójimo. En la Escuela de
la Misericordia a la que nos invita, la Hermana Faustina quiere profundizar en nosotros la
imaginación de la caridad y ayudarnos a formar nuestras vidas en este espíritu.
Las conferencias presentadas en este librito abarcan los temas del ciclo Espiritualidad y
Misión de Santa Faustina, que suele ser estudiado en el tercer año de formación de los
apóstoles de la Divina Misericordia de la asociación Faustinum. Esperamos que pueda servir
también a todos aquellos que se sientan atraídos por el misterio de la misericordia divina y
humana.
4

LA NOCIÓN DE LA MISERICORDIA

Para reflexionar sobre la misericordia en los textos y en la vida de Santa Faustina,


primero cabe definir la noción misericordia. Actualmente, esta palabra suele ser interpretada
de diversas maneras, a menudo, negativas, que la asocian con la indulgencia, la debilidad o
la injusticia. Santa Faustina quiere mostrarnos la riqueza y la belleza de esta noción al
invitarnos a su Escuela de la Misericordia cristiana. No lo hace mediante unas enseñanzas
sistemáticas, sino a través de las reflexiones que escribió en su Diario y a través del
testimonio de su vida.

1. La noción de misericordia según la teología


El uso corriente de la palabra misericordia suele indicar que sus sinónimos son el cariño,
la delicadeza, la bondad, la piedad, la suavidad, la benevolencia, la compasión, el amor al
prójimo o la amabilidad. En general, se considera que uno muestra misericordia a través de
obras o del perdón. En latín, la palabra misericordia resulta de la unión de dos palabras: miser
– que significa pobre, persona que necesita ayuda, y cor – que significa corazón y simboliza el
amor y la bondad.
Según Santo Tomás de Aquino, la misericordia es la compasión que experimenta nuestro
corazón ante la miseria de otro1. Define la misericordia como tristeza y compasión que
sentimos hacia la persona que está en la desgracia. Esta compasión incita a prestar ayuda y
remediar las carencias que producen el sufrimiento del prójimo 2. En esta óptica, en la
misericordia se distingue un elemento psicológico y otro moral. El elemento psicológico se
manifiesta cuando sentimos tristeza ante la miseria y las carencias de la otra persona,
mientras que el elemento moral se expresa en el deseo de poner remedio a dichas carencias.
Por esta razón, Santo Tomás de Aquino ve en la persona misericordiosa la actitud de una
compasión interior que hace que incluso se identifique con aquél que necesita ayuda 3.
La misericordia está estrechamente relacionada con el amor activo al prójimo, pero estás
nociones no son equivalentes. Según el padre Jacek Woroniecki, que comentó el concepto de
Santo Tomás, lo que diferencia a la misericordia del amor es el objetivo. El amor pretende
contribuir al bien del otro. En cambio, la misericordia trata de eliminar el mal que esta
persona sufre4. En la teología tradicional, la misericordia es una de las virtudes morales. Pero
entre todas las virtudes que hacen referencia al prójimo – dice Santo Tomás – la más excelente es la
misericordia, y su acto es también el mejor. Efectivamente, atender a las necesidades de otro es, al
menos bajo este aspecto, lo peculiar del superior y mejor 5.
El Santo Padre Juan Pablo II y los teólogos contemporáneos que siguen su pensamiento
definen la misericordia no tanto como una virtud, sino más bien como un estilo de vida cristiana
que se manifiesta y se realiza especialmente frente al sufrimiento, el perjuicio, la pobreza, el
mal físico y moral que experimenta el hombre. De ahí que la práctica de la misericordia no
pueda ser temporal u ocasional, sino que debe constituir una actitud constante que
podríamos llamar estilo de vida o actitud moral. La misericordia es una actitud moral hacia el
otro, especialmente, hacia el necesitado de ayuda material o espiritual. Esta actitud surge de
1
Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma teolgiczna w skrócie, Cracovia 1997, II–II, z. 30, a. 1.
2
Cf. ibid.
3
Cf. ibid, a. 2.
4
Cf. J. Woroniecki, Katolicka etyka wychowawcza. Etyka szczegółowa, Lublin 1986, parte 2, pág. 16.
5
Santo Tomás de Aquino, Suma teologiczna w skrócie, Op. Cit., II–II, z 30, a. 4.
5

la convicción de que si el hombre experimenta la misericordia de Dios, también él debería


mostrarla a los demás. Tal actitud requiere tener convicciones correctas y una voluntad
adecuada, así como sentimientos afectivos. Todos pueden y deben tratar de adoptar esta
actitud, aunque no todos puedan practicar obras externas de misericordia 6.
La misericordia, como estilo de vida o actitud moral, consta de tres elementos
principales:
– La capacidad de conmoverse profundamente frente al sufrimiento de alguien.
Significa salir al encuentro del desamparado e intuir sus preocupaciones y
decepciones.
– La disposición para compartir el destino del que sufre, para asumir el infortunio
del sufrimiento humano y las deficiencias del prójimo, tales como: el fracaso, las
enfermedades, la fatiga, la inseguridad, el abandono o el sentimiento de estar
perdido. Quien es misericordioso toma el sufrimiento del prójimo como si fuera el
suyo mismo.
– La voluntad de permanecer con el que sufre7.
Juan Pablo II escribe en Dives in misericordia que la misericordia es una fuerza unificante
y, a la vez, elevante que es capaz de restituir el hombre a sí mismo. El amor misericordioso es
siempre un amor creador (cf. DM 14). Asimismo, el Santo Padre indica que la misericordia se
funda en la común experiencia de aquel bien que es el hombre, sobre la común experiencia
de la dignidad que le es propia (cf. DM 6). Además, advierte de no limitar la misericordia al
ámbito de los pensamientos y de los sentimientos: El significado verdadero y propio de la
misericordia en el mundo no consiste únicamente en la mirada, aunque sea la más penetrante y
compasiva, dirigida al mal moral, físico o material: la misericordia se manifiesta en su aspecto
verdadero y propio, cuando revalida, promueve y «extrae el bien de todas las formas de mal» existentes
en el mundo y en el hombre (DM 6).
El Santo Padre afirma que un elemento principal de la actitud de misericordia es que
tanto la persona que muestra misericordia como la que la recibe gozan del mismo grado de
dignidad. Esta constatación representa una novedad en el enfoque cristiano de la
misericordia. Según Juan Pablo II, el bienhechor es a la vez receptor del bien. Transgrediendo
las opiniones comunes sobre la misericordia que señalan que la misericordia es un acto
únicamente del que la muestra, el Santo Padre subraya que el amor misericordioso, en las
relaciones recíprocas entre los hombres, no es nunca un acto o un proceso unilateral. Incluso en los
casos en que todo parecería indicar que sólo una parte es la que da y ofrece, mientras la otra sólo recibe
y toma (...), sin embargo en realidad, también aquel que da, queda siempre beneficiado. (DM 14).
Asimismo, subraya que la misericordia es auténtica cuando dándola sentimos
profundamente de que al mismo tiempo la experimentamos por parte de quien la recibe de
nosotros. Si falta esta bilateralidad, esta reciprocidad, entonces nuestras acciones no son aún
auténticas obras de misericordia (cf. DM 14).
La misericordia, comprendida de esta manera, conlleva muchas exigencias. En primer
lugar, requiere aceptar incondicionalmente al ser humano y ser sensible ante todo aquello
que pone en peligro su dignidad y desarrollo. Esta actitud constituye la fuente de las obras
de misericordia, que no tienen nada que ver con el formalismo. Y es que la misericordia no
sólo es un impulso emocional de compasión, sino una actitud que requiere también la
participación de la razón y de la voluntad. No se trata de un sentimiento temporal, puesto
que representa también una disposición constante que se caracteriza por la fidelidad. La
6
Cf. F. Greniuk, Czynić miłosierdzie drugim, w: Miłosierdzie w postawie ludzkiej, red. W. Słomka, Lublin 1989,
pág. 60.
7
Cf. A. Zuberbier, Red. Słownik teologiczny, t. 1, Katowice 1985, pág. 306–307.
6

misericordia aparece en el contexto de la miseria y la desgracia humana, se expresa por la


compasión y por una conmoción profunda. De estos sentimientos surge el acto de ayuda que
constituye una expresión concreta de amor.

2. La misericordia según santa Faustina


La actitud de misericordia representa el elemento principal de la espiritualidad de Sor
Faustina. En diversas ocasiones, Jesús la exhortaba a adoptar esta actitud al recordarle el
deber cristiano expresado en El sermón de la montaña: Bienaventurados los
misericordiosos,  porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5, 7). En las conversaciones con Santa
Faustina, Jesús se presentó Él mismo como ejemplo a seguir: Sé siempre misericordiosa como yo
soy misericordioso (D. 1695). Asimismo, le indicó que Él mismo era quien debía ser el motivo
de las obras de misericordia: Ama a todos por amor a Mí, – le dijo – para que Mi misericordia
pueda reflejarse plenamente en tu corazón (D. 1695). Las enseñanzas de Cristo son absolutamente
imperativas. Jesús no sólo le aconsejaba y recomendaba, sino que exigió de su Secretaria que
realizara obras de misericordia: Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia
Mí (D. 742). Además de pedirle actos concretos, le exigió que practicara continuamente la
misericordia, que convirtiéndose en estilo de vida llega a ser una actitud constante hacia el
prójimo. Ninguna circunstancia o incidente nos pueden excusar de este deber: Debes mostrar
misericordia siempre y en todas partes – le decía – (...), no puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni
justificarte (D. 742). Al oír los mensajes de Jesús, Sor Faustina hizo de la misericordia y de la
confianza el centro de su vida espiritual.
Según Sor Faustina, la misericordia representa una actitud hacia el prójimo que se debe
adoptar para toda la vida y con la ayuda de diversas habilidades morales. Entre estas, el
amor desempeña un papel importante, dado que incita a amar a Dios en el hombre y al hombre
en Dios8. La misericordia abarca todas nuestras relaciones con nuestro prójimo, penetra todo
contacto con cada ser humano: sus pensamientos, acciones, palabras y oraciones. Se
manifiesta cuando sentimos empatía hacia el prójimo en sus necesidades espirituales y
materiales, lo que puede incluso llevar a identificarnos en su sufrimiento. Experimento un
terrible dolor cuando veo los sufrimientos del prójimo – escribía en el Diario – todos los dolores del
prójimo repercuten en mi corazón, llevo en mi corazón sus angustias de tal modo que me agotan
incluso físicamente. Quisiera que todos los dolores cayesen sobre mí para llevar alivio al prójimo (D.
1039). Según Santa Faustina, la misericordia se manifiesta en la disposición de ayudar de
forma activa a los necesitados. Se expresa sobre todo en el respeto a la dignidad humana y la
aceptación incondicional del otro. Tal actitud tiene una fuerza capaz de elevar y levantar al
hombre del pecado más grande y de las profundidades de la miseria moral.
Otro rasgo que se destaca en los escritos de Sor Faustina es la conexión que existe entre
la misericordia cristiana y la divina. La misericordia de Dios es fuente y fundamento de la
actitud de misericordia hacia el prójimo. Por el pecado original, el hombre es egoísta y se
concentra en sí mismo, de ahí que no sea un ser misericordioso. Si se supera y se entrega al
otro, lo hace porque Dios es la fuente original de toda relación basada en el amor
misericordioso. Dios es la fuente de todo bien. Dios es misericordia y hace posible que el
hombre sea misericordioso con sus semejantes. Cada acto de misericordia brotará del amor de
Dios (D. 664) – escribía Santa Faustina, indicando que Dios, Quien es rico en misericordia,
constituye la fuente y la causa de la misericordia humana.
Asimismo, la misericordia de Dios representa un ejemplo para la misericordia cristiana.
Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo (Lc 6, 36) – escribe San Lucas. Vemos al Padre

8
R. Garrigou–Lagrange, Trzy okresy życia wewnętrznego, Poznań 1962, t. 2, pág. 177.
7

en el Hijo, por esto Sor Faustina constataba en su Diario: De Jesús aprendo a ser buena, de Aquel
que es la bondad misma, para poder ser llamada hija del Padre (D. 669). Cuando uno se acerca a
Dios, se acerca a Su misericordia. Asimismo, todo esfuerzo para conocer a Dios, representa
una llamada a imitar a Dios. El hombre siente en su interior el deseo de realizar obras de
misericordia, porque ha conocido a Dios misericordioso y ha visto que su grandeza se
manifiesta en la misericordia. La misericordia de Dios representa un modelo que inspira al
hombre continuamente. Por esta razón, Santa Faustina quería transformarse en misericordia
divina y ser un vivo reflejo de Dios. Con sus actos, quería reflejar con fidelidad la actitud de
misericordia de Jesús hacia las personas: Cualquier cosa que Jesús ha hecho – escribía – la ha
hecho bien. (...) En su trato estaba lleno de bondad y de misericordia. (...) He hecho un propósito:
reflejar en mí con fidelidad estos rasgos de Jesús aunque me costara mucho (D. 1175).
Uno puede ser misericordioso en la medida en la que va conociendo la misericordia de
Dios y la experimenta en su propia vida. La actitud de misericordia de Sor Faustina estaba
estrechamente relacionada con haber experimentado la verdad sobre la misericordia de Dios.
Ella quería transformarse en la misericordia divina para que la misericordia de Dios pudiera
pasar a través de su corazón y su alma hacia el prójimo (cf. D. 163).
Santa Faustina veía la misericordia como un don sobrenatural de la gracia, que le
permitía participar en la misericordia de Dios. Ser misericordioso – según la Santa – significa
participar en la misericordia de Dios que se derrama por todo el mundo a través de las
personas misericordiosas. Santa Faustina era consciente de que con sus buenos actos
cumplidos por amor a Jesús, participaba en la propagación de la misericordia de Dios al
mundo, porque Dios en se sirve de personas. Deseaba que mediante su corazón y su alma, la
misericordia divina pasara a las almas de sus otras personas. Con cada buena obra, quería
dar testimonio de la misericordia de Dios, hacerla presente y, de este modo, darla a conocer
al prójimo. También Jesús hablaba sobre la dependencia entre la misericordia humana y
divina: Has de saber, hija Mía, que Mi Corazón es la Misericordia Misma. (...) Hija Mía, deseo que tu
corazón [sea] la sede de Mi misericordia. Deseo que esta misericordia se derrame sobre el mundo
entero a través de tu corazón (D. 1777). Sin embargo, para que Dios participe en la misericordia
mostrada al prójimo, debe ser ejercida en el espíritu de Cristo. No se trata de una caridad
natural, sino de la misericordia que es mostrada al prójimo por amor a Jesús y en su espíritu.
Ello requiere mirar al hombre con los ojos de la fe, como a un ser creado a imagen y
semejanza de Dios y redimido con la valiosa sangre de Cristo.
Para Sor Faustina, la misericordia es un don sobrenatural de la gracia. Sabía que ella
misma no podía mostrar misericordia siempre y en todas partes, por esto con perseverancia
rezaba pidiendo gracias actuales. Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para
que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y
acuda a ayudarla. Ayúdame a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las
necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos. Ayúdame, oh Señor, a que mi
lengua sea misericordiosa para que jamás hable negativamente de mis prójimos sino que tenga una
palabra de consuelo y perdón para todos. Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y
llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargue sobre mí las tareas más
difíciles y más penosas. Ayúdame a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a
socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el
servicio a mi prójimo. Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta
todos los sufrimientos de mi prójimo  (D. 163).
La actitud de misericordia surge de la colaboración con la gracia de Dios, que de
antemano nos prepara obras buenas, para que las hagamos. Las personas desgracias,
necesidades, sufrimientos y dolores de las que nos encontramos a diario representan retos,
8

que Dios nos prepara, y que constituyen una ocasión para ser misericordiosos. La capacidad
de aprovechar cada ocasión para crecer en la misericordia es, al mismo tiempo, un don de
Dios que Sor Faustina pedía de un modo particular: Oh Jesús mío, enséñame a abrir las entrañas
de la misericordia y del amor a todos los que me lo pidan. Oh Jesús mío, mi Guía, enséñame que todas
las plegarias y obras mías tengan impreso el sello de Tu misericordia (D. 755).
En el enfoque de Santa Faustina, la misericordia es una actitud plena y para toda la vida,
que penetra todos los contactos con el prójimo. Se manifiesta cuando con empatía sentimos
con el prójimo y nos identificamos con él, estando preparados para ayudarle mediante la
acción, la palabra y la oración. No sólo se refiere a la dimensión corporal del ser humano,
sino también a la espiritual, por esto el deseo de salvar del pecado a las almas perdidas
ofreciendo nuestro propio sufrimiento y sacrificio, constituye la manifestación culminante de
la misericordia, cuyo modelo más perfecto Cristo nos dejó. En los escritos de Sor Faustina, la
misericordia cristiana es un valor extraordinario, al ser relacionada con la misericordia de
Dios. Las buenas obras humanas, los buenos pensamientos y palabras tienen su fuente y
modelo en Dios, que es la misericordia misma y, además hacen que la persona participe en la
misericordia de Dios. Este es el misterio fascinante de la vida cristiana que Santa Faustina
vivía a diario.
9

2. LA MISERICORDIA DE DIOS, FUENTE Y MODELO


DE LA MISERICORDIA HUMANA

Todo el bien que recibimos y que hacemos procede de arriba, del Padre de las Luces.
Desde el principio de la historia, Dios colma la humanidad con su misericordia. La fuente de
cada obra de misericordia humana reside en Dios y de Él emana, puesto que sólo Él es
bueno: Nadie es bueno sino sólo Dios – dijo Jesús a un joven rico (Lc 18, 19). Los actos de un
Dios que se compadece ante la debilidad humana, mostrados en la historia de la salvación, y
en particular el comportamiento misericordioso de Jesús ejemplificado con la pasión en la
cruz, constituyen un modelo para todos los cristianos.
Sobre estos fundamentos, se ha formado la actitud de misericordia de Sor Faustina. Para
ella, la misericordia de Dios era la fuente, el motivo y el modelo de la misericordia hacia el
prójimo.

1. ¿Qué es la misericordia de Dios?


La teología sistemática define la misericordia divina como un atributo de Dios que se
manifiesta cuando actúa «ad extra», es decir, hacia afuera: hacia personas afectadas por
males físicos y, particularmente, males morales, con el deseo de ayudarles. A través de la
misericordia de Dios, comprendemos su amor. Dios levanta al hombre y lo libera de los lazos
del mal y de la desgracia y, sobre todo, del pecado 9. Santo Tomás de Aquino define la
misericordia divina como perfección eterna del Creador, Redentor y Santificador dada a las
criaturas, y en particular, a las personas, mediante la cual Dios libera a las criaturas de la miseria y
destierra sus defectos10. Santo Tomás constata: Transmitir perfección pertenece a la bondad. Pero en
cuanto a las perfecciones presentes en las cosas, concedidas por Dios proporcionalmente, esto pertenece
a la justicia. Y en cuanto a las perfecciones dadas a las cosas por su bondad, esto pertenece a la
liberalidad. Y en cuanto a las perfecciones dadas a las cosas por Dios y que destierran algún defecto,
esto pertenece a la misericordia11.
La misericordia no es simplemente una expresión de la actitud de Dios hacia el mundo y
mucho menos una expresión de su debilidad, sino que un atributo de la naturaleza de Dios.
En cada obra de Dios, particularmente en su origen, se revela Su misericordia. Dios mostró
misericordia en todos sus actos desde el principio de la existencia del mundo. Todo lo bueno
creado por Dios tiene su origen en Su misericordia.
A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado. (Jn 1,
18). La verdad más profunda de Dios y de la salvación del ser humano brilla en la Persona de
Jesucristo. A través de Jesucristo, conocemos a Dios en el misterio de su propio Ser y en su
actitud hacia el hombre12. Jesús nos muestra los atributos de Dios de la forma más perfecta.
De un modo particular, en Cristo se hace visible Dios rico en misericordia. Jesús encarna y
personifica la misericordia. El mismo es, en cierto sentido, la misericordia (DM 2). A través de su
comportamiento y su actividad, Jesús nos ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está
presente el amor, el amor operante, el amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su
humanidad. Este amor se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la
9
Cf. B. Pylak, Maryjne implikacje ruchu Miłosierdzia Bożego, en: red. L. Balter, Wobec tajemnicy Bożego
Miłosierdzia, Poznań 1991, pág. 171.
10
Santo Tomás de Aquino, Suma teologiczna w skrócie, op. cit., I, z. 21, a. 3.
11
Santo Tomás de Aquino. Suma teológica, versión web. En: http://hjg.com.ar/sumat/
12
Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, 2.
10

pobreza; en contacto con toda la « condición humana » histórica, que de distintos modos manifiesta la
limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral (DM 3). Este amor se denomina
misericordia.
El misterio de la Redención es la perfecta manifestación de la divina misericordia. El
hombre no pudo por su cuenta redimir los pecados de su naturaleza humana. Por esto Dios
le dio su Hijo, para que fuera redimido por Él. Mediante este acto manifestó una misericordia mucho
mayor en comparación con la que hubiese mostrado si hubiese absuelto los pecados del hombre sin
pedir nada a cambio13. El misterio pascual constituye el punto culminante de la revelación y de
la manifestación de la misericordia, que es mayor que cualquier pecado del hombre.
La Iglesia es la depositaria y la dispensadora de esta misericordia, es fruto de la
misericordia divina, y gracias a su existencia y su actividad, la misericordia divina está
presente. En la Iglesia, a través de ella y, especialmente, en los Sacramentos, el Redentor
sigue cumpliendo su obra de misericordia. La Iglesia recuerda las palabras de Cristo a las
sucesivas generaciones de cristianos: Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo (Lc 6, 36).
Estas palabras nos llaman a practicar la misericordia siguiendo el modelo del Padre Celestial.
Asimismo, para los cristianos la vocación a ejercer la misericordia constituye una llamada a
realizar plenamente su condición humana. Al igual que la grandeza de Dios se manifiesta
especialmente en su misericordia, la grandeza del hombre se expresa en la actitud de
misericordia para con el prójimo. Mediante esta actitud, el hombre confirma su perfección
según el modelo de la perfección de Dios y se acerca a la misericordia de Dios, a la medida
en la que él mismo es misericordioso para con sus hermanos (cf. DM 14). Si existimos gracias
a la misericordia de Dios, si Él constantemente nos muestra su misericordia, entonces
nosotros también deberíamos ser misericordiosos con nuestros hermanos. Por esta razón,
Dios misericordioso es el modelo, el motivo y la fuente de la misericordia humana.

2. La misericordia de Dios, fuente de la misericordia humana


Te conocí, oh Dios, como una Fuente de Misericordia con que se anima y alimenta cada alma
(D611) – escribía Sor Faustina. Las obras de misericordia humana son una gracia de Dios que
surge de la fuente de la misericordia y que se halla en Dios. La misericordia es un rayo del
Amor verdadero que sale de Dios y llega hasta nosotros. Al llegar, inspira en nosotros el
anhelo de sacrificarnos para los demás. Sor Faustina era consciente de que el bien en su
corazón es un don de Dios y que de Él proviene. Oh Santa Trinidad, Dios eterno – decía – deseo
resplandecer en la corona de Tu misericordia como una piedra pequeñita cuya belleza depende de la
luz de Tu rayo y de Tu misericordia inconcebible. Todo lo que hay de bello en mi alma, es Tuyo, Oh
Dios: yo de por mí siempre soy nada (D. 617).
Santa Faustina sentía una intensa necesidad de darse a los demás (cf. D. 887), pero al
mismo tiempo, veía que la misericordia que descubría en su alma no era su propia
misericordia, sino que era la misericordia de Dios que a través de ella deseaba darse al
mundo: Oh Jesús – reconocía – el abismo de Tu misericordia se ha volcado en mi alma (D. 382). La
misericordia humana manifiesta la misericordia de Dios, representa su prolongación y
muestra la presencia de Dios que desea actuar mediante quien es misericordioso. Jesús trató
esta cuestión al decirle a Sor Faustina: Deseo que tu corazón sea la sede de Mi misericordia. Deseo
que esta misericordia se derrame sobre el mundo entero a través de tu corazón (D. 1777). Sólo
partiendo de la fuente de la misericordia, es decir, de Dios, el hombre puede volverse
verdaderamente misericordioso.

13
J. Krasiński, Miłosierdzie Boże w nauce Magisterium Kościoła, en: red. L. Balter, ... bo Jego miłosierdzie na
wieki, Poznań 1972, pág. 62.
11

La fuente de la misericordia reside en Dios, pero las personas misericordiosas son los
canales mediante los cuales Él quiere transmitirla al mundo. A través de ellos, la actuación
de Dios se completa en las almas humanas. Consciente de ello, Santa Faustina rezaba: Oh
Amor eterno que incendias en mí una nueva Vida, una Vida de Amor y de misericordia, apóyame con
Tu gracia para que responda dignamente a Tu llamada, para que se cumpla en las almas a través de mí
lo que Tú Mismo has establecido (D. 1365). Sor Faustina sabía que ella misma no era capaz de
ejercer la misericordia y que el bien que mostraba al prójimo es la misericordia del mismo
Dios que a través de ella se derrama al mundo. Quería ser misericordiosa con la misericordia
de Dios, quería que la misericordia de Dios se reflejara en su corazón y en la totalidad de su
comportamiento, por esto le rogaba: Que Tu misericordia, oh Jesús, quede impresa sobre mi
corazón y mi alma como un sello y éste será mi signo distintivo en esta vida y en la otra (D. 1242).

3. La misericordia de Dios, modelo de la misericordia humana


No conoce a Dios quien no sepa que Él es la misericordia infinita. Analógicamente a esta
constatación de Erasmo de Rotterdam, podemos decir que no puede ser misericordioso quien
no conoció ni experimentó que Dios es misericordia. El hombre se hace misericordioso en la
medida en que experimenta que Dios es misericordioso. De entre todas las perfecciones de
Dios, Sor Faustina alababa especialmente su misericordia. Oh Dios incomprensible, mi corazón
se deshace de gozo porque me has permitido penetrar los misterios de Tu misericordia. Todo tiene
comienzo en Tu misericordia y todo termina en Tu misericordia. (D. 1506). Toda gracia procede de la
misericordia y la última hora está llena de misericordia para con nosotros (1507). Definía la
misericordia como misterio y escribía: La misericordia es la flor del amor; Dios es Amor y la
misericordia es su acción, en el amor se engendra, en la misericordia se manifiesta (D. 651).
Comprendió que la misericordia es el mayor atributo de Dios (cf. D. 180) y la llamó la
corona de todas las obras de Dios (cf. D. 301, 505). Veía que la misericordia es infinita,
insondable, ilimitada y tan grande que en toda la eternidad no la penetrará ninguna mente
humana ni angélica (cf. D. 699). La Divina Misericordia es insondable e inagotable como Dios
Mismo es insondable. Aunque usara palabras enérgicas para expresar la Divina Misericordia, todo
esto sería nada en comparación con lo que es en realidad (D. 692). Santa Faustina indica que la
misericordia se expresa en la belleza del mundo creado y en la creación de los ángeles. Según
ella, la creación del ser humano es una manifestación particular de la misericordia divina,
puesto que Dios no nos necesitaba, pero Él mismo quiso concedernos la participación en la
felicidad eterna y nos dio la gracia de participar en su vida interior (cf. D. 1743). En la
Encarnación del Hijo de Dios y en la Obra de Redención, Santa Faustina percibía el amor y el
abismo de la misericordia más grandes. El hombre no resistió la prueba – escribía – habrías
podido castigarlo como a los ángeles rechazándolo eternamente, pero aquí se manifestó Tu misericordia
y Tus entrañas fueron sacudidas por una piedad y Tú Mismo prometiste reparar nuestra salvación.
No nos castigaste como lo habíamos merecido debido al inconcebible abismo de Tu compasión. Que sea
dorada Tu misericordia, Oh Señor: la glorificaremos por los siglos. Y los ángeles se asombraron de la
grandeza de la misericordia que manifestaste a los hombres (D. 1743).
Sor Faustina percibía la misericordia de Dios en la institución de la Santa Iglesia y en la
constitución de los sacramentos. No sólo contemplaba las manifestaciones de la misericordia
divina mostradas en la historia de la salvación, sino que también la misericordia en la que
ella misma participó y que experimentaba en su propia vida. Veía manifestaciones de
misericordia en todas partes y en todo. En los rayos de Tu misericordia se sumerge mi Alma todos
los días, no conozco ni un momento de mi Vida en que no haya experimentado Tu misericordia, Oh
Dios. (...) Mi alma está llena de la misericordia de Dios (D. 697). Conoció a Dios misericordioso,
12

que es el Padre que crea al hombre por amor, no lo abandona en las caídas, se preocupa por
él y lo sostiene, está dispuesto a perdonarle, se compadece ante la miseria humana y está
siempre allí donde el hombre esta desvalido. Dios misericordioso desea entregarse a las
personas constantemente, como nos lo recuerda Jesús: Me queman las llamas de compasión,
deseo derramarlas sobre las almas de los hombres (D. 1190). Los pecadores encuentran su
justificación en esta misericordia y los justos la confirmación de que Dios está lleno de una
gran compasión por las almas de los hombres.
Los niños suelen imitar a sus padres. De ellos aprenden a ser justos y honrados o
mentirosos y embusteros. Analógicamente, quien conscientemente vive la filiación divina,
aprende del Padre Celestial a ser misericordioso. Él es un modelo para los hombres. Por esta
razón, Santa Faustina escribía: De Jesús aprendo a ser buena, de Aquel que es bondad misma, para
poder ser llamada hija del Padre Celestial (D. 669). Asimismo, señalaba que deseaba vivir con el
mayor atributo de Dios, la misericordia. También Jesús la animaba a lograr su deseo: Observa
Mi Corazón misericordioso y reproduce su compasión en tu corazón y en tus acciones (D. 1688). Sé
misericordiosa con los demás como Yo soy misericordioso contigo (D. 1486). Jesús no le exigía
cualquier tipo de misericordia, sino una misericordia conforme a la de Dios: Deseo que tu
corazón sea formado a semejanza de Mi Corazón misericordioso (D. 167).
Cuando uno quiere vivir en la plenitud de su existencia, busca modelos, ejemplos
positivos, luces e indicaciones que le muestren en que dirección debe ir. Entonces, es
importante que haya alguien que con su comportamiento se convierta en una autoridad
moral y de quien pueda aprender a ser noble y honesto. En particular, los jóvenes buscan
guías espirituales que con su vida les puedan indicar cuales son los más grandes ideales de la
humanidad y que de esta manera puedan servirles como modelos. Sor Faustina era una
joven religiosa que también buscaba a su alrededor modelos ejemplares que le indicaran un
infalible camino hacia la santidad. Sin embargo, no encontró suficientes ejemplos y se dio
cuenta de que esta era la causa por la cual se atrasaba en su camino hacia la santidad. He
buscado ejemplos alrededor de mí y no he encontrado suficientes y he notado como si mi santidad se
retrasara; pero a partir de ahora he clavado mi mirada en Ti, Oh Cristo, que eres mi mejor guía (D.
1333). Después de buscar sin éxito, descubrió que el modelo inalcanzable e infalible es Jesús,
lleno de bondad y misericordia. Este modelo fascinó tanto a Santa Faustina que se convirtió
en la pasión de su vida. Ella quería reflejar este modelo.
Oh Jesús, comprendo que Tu misericordia va más allá de la imaginación y por tanto Te suplico
que hagas mi corazón tan Grande que pueda contener las necesidades de todas las almas que viven
sobre la faz de la tierra (D. 692). En esta plegaria, que muestra el carácter interior de Sor
Faustina, pide tener un corazón grande, que se pueda solidarizar no sólo con una persona
específica, con los amigos y allegados, sino con todas las personas en el mundo; quiere que
en su corazón quepan las necesidades, los sufrimientos y los dolores de todos. Esta oración
no es únicamente una expresión retórica, ya que está llena de extraordinarias consecuencias,
porque significa que quien la reza tiene fuerzas para sufrir con el otro. Implica
responsabilidad y capacidad de cargar con el peso del dolor con las personas que sufren.
La misericordia es un amor que plantea elevadas exigencias: no se contenta con
palabras. Quien quiere ser misericordioso, debe ser capaz de recibir y cargar con las
debilidades y los sufrimientos del otro (moral y físicamente). Este es el modelo que nos dejó
Jesucristo, dado que Él no sólo se solidarizaba con los pobres, sino que Él mismo se hizo
pobre. No sólo amaba a los pecadores, sino que murió por ellos, rechazado por «los justos»
de este mundo. Por esta razón, a veces las personas evitan ejercer debidamente la
misericordia o crean una concepción falsa de la misma. Prefieren no fijarse en las necesidades
del prójimo y no ver su sufrimiento, porque esto implicaría sufrir con él, involucrarse en sus
13

asuntos y renunciar a la propia estabilidad y comodidad. La misericordia exige sobre todo


que se mantenga la dignidad del hombre a quien hay que mostrarle debido respeto.
Te suplico que hagas mi corazón tan Grande que pueda contener las necesidades de todas las
almas que viven sobre la faz de la tierra (D. 692). Quisiéramos preguntarle en este momento a
Sor Faustina: ¿Sabes verdaderamente lo que estás pidiendo? ¿Eres capaz de asumir las
consecuencias de esta plegaria? Sor Faustina sabía perfectamente lo que estaba pidiendo,
porque empezó esta oración con las siguientes palabras: Oh Jesús, comprendo que Tu
misericordia va más allá de la imaginación (D. 692). Podía asumir la responsabilidad que surgía
de esta oración, porque quería ser misericordiosa conforme a la misericordia de Dios y
porque en la práctica de la misericordia, Él era un modelo para ella. Él, que con su solicitud e
interés abarca a toda persona sin aplastarla con su poder, sino levantándola suavemente con
su misericordia.
Santa Faustina no se limitó a expresar su deseo de seguir a Jesús misericordioso. Quería
que la misericordia penetrara toda su vida y que reflejara a Jesús. Jesús mío, penétrame toda
para que pueda reflejarte en toda mi vida – rezaba – divinízame de modo que mis acciones tengan el
valor sobrenatural (D. 1242). Estos deseos iban acompañados de decisiones y acciones
concretas: Que mi corazón trate siempre de llevar a los demás la ayuda, el consuelo y todo alivio.
Tengo el corazón siempre abierto a los sufrimientos de los demás y no cerraré mi corazón a sus
sufrimientos, a pesar de que por eso, con sorna fui llamada basurero, es decir que cada uno tira su
dolor a mi corazón; he contestado que todos tienen lugar en mi corazón, y a cambio yo lo tengo en el
Corazón de Jesús. Las bromas referentes a las leyes de la caridad no estrecharán mi corazón. Mi alma
es siempre sensible a este aspecto y sólo Jesús es mi estímulo para amar al prójimo (D. 871). Podemos
claramente señalar que aunque a veces Sor Faustina sufría contratiempos, no dejaba de ser
buena, porque el motivo y el modelo de sus acciones misericordiosas era Jesús, quien le
decía: Has de ser un vivo reflejo de Mí a través del Amor y la Misericordia (D. 1446).
Dado que la misericordia está relacionada con la obligación de perdonar, a menudo es
difícil de ejercer. Santa Faustina pasó por esta dificultad, cuando después de que alguien le
hubiera hecho sufrir, quería comportarse de acuerdo con la justicia respecto a la persona que
la había herido. No obstante, pensó en la misericordia de Dios y decidió comportarse como
Jesús lo hubiera hecho en su lugar. Jesús le enseñaba: Sé misericordiosa con los demás como Yo
soy misericordioso contigo (D. 1486). En un instante, cambio su actitud, y dejó de ser severa con
esta persona que tanto sufrimiento le había causado. En el Diario, describe este suceso: Hoy
me visitó una persona seglar a causa de la cual tuve grandes disgustos, que abusó de mi bondad
mintiendo mucho. En un primer momento, apenas la vi se me heló la sangre en las venas, puesto que
se me presentó ante los ojos lo que había sufrido por su culpa, aunque con una palabra hubiera podido
librarme de esto. Y me pasó por la cabeza la idea de hacerle conocer la verdad de modo decidido e
inmediato. Pero en seguida se me presentó ante los ojos la Divina Misericordia y decidí comportarme
como se hubiera comportado Jesús en mi lugar. Comencé a hablar con ella dulcemente y, como quiso
conversar conmigo a solas, le hice conocer claramente y de manera muy delicada, el triste estado de su
alma. Vi su profunda conmoción, a pesar de que trató ocultarla (…) si no fuera por la gracia de Dios,
no sería capaz de portarme así con ella (D. 1694). En la última frase, la Hermana Faustina resalta
que únicamente gracias a la ayuda de Dios pudo actuar en el espíritu de la misericordia.
La misericordia divina es la fuente, el motivo y el modelo de la misericordia humana. A
través de las personas, se derrama al mundo para curar a los heridos, levantar a los caídos y
consolar a los tristes. El deseo más profundo de Santa Faustina era tener un corazón tan
misericordioso como el de Jesús, o mejor dicho, amar con el corazón misericordioso de Jesús,
participar en la misericordia de Dios y hacer que se haga presente en su entorno. Esta era la
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tarea y el objetivo de su vida: Oh Jesús, haz a mi corazón semejante al Tuyo, o más bien
transfórmalo en Tu propio para que pueda sentir las necesidades de otros corazones y, especialmente,
de los que sufren y están tristes. Que los rayos de Tu misericordia descansen en mi corazón (D. 514).
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3. LA ACCIÓN DE MISERICORDIA

Si el alma no practica la misericordia de alguna manera, no conseguirá Mi misericordia en el día


del juicio (D. 1317) – dijo Jesús a la Santa, indicando que la relación entre la salvación personal
del hombre y las acciones de misericordia hacia el prójimo es estrecha. A lo largo de la
historia de la Iglesia, ha sido creado un catálogo de acciones de misericordia ejercidas
respecto al alma y al cuerpo. Este catálogo pretendía indicar un camino a seguir a los
cristianos que quisieran ejercer la bienaventuranza de los misericordiosos. En las
conversaciones con Santa Faustina, Jesús indicó tres modos de ejercer la misericordia: con
acciones, palabras y la oración. Asimismo, subrayó que estos tres niveles abarcan la plenitud
de la misericordia y, que al mismo tiempo, representan una prueba irrefutable de amor hacia
Él: Te doy tres formas de ejercer misericordia al prójimo: la primera - la acción, la segunda - la
palabra, la tercera - la oración. En estas tres formas está contenida la plenitud de la misericordia y es
el testimonio irrefutable del amor hacia Mí. De este modo el alma alaba y adora Mi misericordia (D.
742).
Las formas de ejercer misericordia que Jesús indicó a Santa Faustina abarcan todos los
ámbitos en los que el hombre existe como ser corporal y espiritual. Asumen que no sólo es
importante preocuparse por el cuerpo del hombre, sino también por su alma y su eterna
salvación. Jesús señala que todas las necesidades del hombre son importantes. No se puede
quitar importancia a las necesidades corporales respecto a las espirituales, porque al alma del
hombre se puede llegar al satisfacer sus necesidades corporales. Subraya que la plenitud de
la misericordia se realiza con las acciones, la palabra y la oración, es decir, cuando abarca
todas las necesidades espirituales y corporales del hombre.

1. Las obras de misericordia


Al revelar la misericordia divina, Jesús exigía que las personas se guiaran por el amor y
la misericordia. Al convertirse en modelo de misericordia, Cristo proclama con su
comportamiento, más que con las palabras, la apelación a la misericordia que es una de las
componentes esenciales del Evangelio (cf. DM 3). Se trata no sólo de un mandamiento o una
exigencia moral, sino también de que Dios puede revelarse en su misericordia hacia el
hombre. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje mesiánico y constituye la esencia
del ethos evangélico (DM 3).
El hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a
« usar misericordia » con los demás (cf. DM 14). La Iglesia, como constata el Santo Padre en
Dives in misericordia, ve en estas palabras una llamada a la acción y se esfuerza por practicar
la misericordia (cf. DM 14).
La escena del Juicio final descrita en el Evangelio indica claramente que al final de
nuestra vidas seremos juzgados por las obras de misericordia. Así también la fe, si no tiene
obras, está realmente muerta (St 2, 17) – señalan claramente las Santas Escrituras – la fe exige
obras. Si no las hay, entonces las consecuencias son muy severas, como lo demuestran las
palabras de Jesús: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.
Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no
me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis (Mt 25,
41–43). Estas palabras de Jesús nos obligan a ser sensibles y cuidadosos respecto a las
necesidades del prójimo. ¿Por qué? Porque en el prójimo está Jesús; en él tocamos a Cristo.
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Lo que hacemos a los demás, lo hacemos a Jesús. Jesús se identifica tanto con cada necesitado
que afirma: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a
mí lo hicisteis (Mt 25, 40). A menudo, le buscamos lejos, mientras que está en el prójimo, en
aquel que está más cerca de nosotros. Pero no encontraremos a Jesús en los demás, si
primero no lo descubrimos en nosotros mismos.
Cuando mostramos misericordia a los demás, Cristo considera que se la estamos
mostrando a Él. Cuando miramos a alguien, miramos a Jesús; cuando le sonreímos,
sonreímos a Jesús; cuando le decimos algo bueno, se lo decimos a Jesús. Y al contrario:
cuando con indiferencia pasamos al lado de alguien o le hacemos daño, se lo estamos
haciendo también a Jesús.
El pensamiento tradicional moral y ascético subraya algunas manifestaciones (obras)
básicas de misericordia. Sobre la base de algunos textos bíblicos, y especialmente, del texto
de Isaías (cf. Is 58,6) y del Evangelio (cf. Mt 25, 35–46), se estableció un esquema que contiene
siete obras de misericordia espirituales y siete corporales. Las siete obras de misericordia
espirituales son: corregir al que se equivoca, enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que
lo necesita, soportar las injurias, perdonar con ganas, hacer oración por los vivos y por los
difuntos. Las siete obras de misericordia corporales son las siguientes: dar de comer al
hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al caminante, asistir al
preso, visitar a los enfermos, sepultar a los muertos.
Las fundamentales necesidades humanas, mencionadas en esta lista, siguen siendo
actuales. No han cambiado, aunque hayan cambiado las condiciones sociales y a veces la
manera en la que se manifiestan las mismas necesidades. También actualmente hay
hambrientos a quienes se debe dar de comer. Hay personas sin techo y vagabundos,
prisioneros, cuyo destino no puede sernos indiferente. Si no le damos al prójimo de comer,
ropa, cuidado cuando está enfermo, su vida física corre peligro. Pero además de la vida del
cuerpo, el hombre tiene también la vida psíquica y espiritual. Por esto, no basta con satisfacer
las necesidades básicas y vitales, porque no sólo de pan vive el hombre. La vida humana
significa algo más que comida y vestimenta. Además de satisfacer las necesidades materiales
del hombre, cabe atender las necesidades de su alma. Por otro lado, no nos podemos ocupar
únicamente del alma sin prestar atención al cuerpo.
Junto con el desarrollo de la civilización, aparecen nuevas necesidades humanas que
requieren ser distinguidas y satisfechas. Entre otros, cabe mencionar: la sensación de
aislamiento y soledad de muchas personas, enfermedades (p. ej. el SIDA), adicciones,
problemas en familias monoparentales y muchos más. Cuando el hombre permite que el
Espíritu Santo actúe en su alma y escucha su voz, entonces oye la llamada de Cristo, que le
pide ayuda a través del necesitado. Se trata de tener una sensibilidad profunda del corazón y
los ojos abiertos para no esquivar a Cristo que está esperando nuestra misericordia. Uno está
obligado a socorrer al necesitado. La misericordia no se limita a un marco concreto, sino que
incita a practicar obras voluntariamente. En este ámbito, las posibilidades son inagotables.
Asimismo, nos podemos plantear qué es lo que principalmente decide de la autenticidad
de las obras de misericordia. San Pablo indica que, según el hombre, uno puede ejercer
grandes actos de misericordia, pero sin lograr nada por haberlo hecho. Aunque repartiera
todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha (1 Cor
13, 3). Es decir, se trata de que la misericordia que mostramos al prójimo surja de nuestro
amor a Dios para que Él pueda revelarse al hombre en Su misericordia, y para que la
misericordia divina se pueda derramar a las personas a través de nosotros. Dios, siendo
misericordioso, se responsabiliza por del hombre. En cambio, el hombre no siempre se siente
plenamente responsable por otra persona. Desde tiempos remotos se repite la pregunta de
17

Caín: ¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano? (Gen 4, 9). La obra misericordiosa debe surgir
de la responsabilidad por el otro. La persona misericordiosa no dice como Caín: ¿Acaso yo
soy el guardián de mi hermano?, sino que se siente responsable por el hermano. La vida de su
hermano no sólo es un asunto del hermano, sino también suyo propio. Se siente responsable
por su prójimo, al igual que se siente responsable por sí mismo.
Únicamente Dios puede hacer que empecemos a sentir las necesidades del prójimo como
si fueran nuestras: no somos capaces de hacerlo por cuenta propia. Para que la obra
realmente sea misericordiosa, debe surgir de la unión íntima y misteriosa con Jesús, que
incita al hombre a que ayude al prójimo como si de Él mismo se tratara. Lo más importante
de cada obra de misericordia es la acción de Dios en nosotros. En cuanto mayor sea la unión
con Dios, más verdadera será la misericordia.
Incluso cuando la misericordia se expresa mediante una ayuda material, el impulso
original debe surgir de la vivencia de la comunión espiritual con Dios y con la persona que
sufre. Sucede así, porque en cada necesitado percibimos la presencia de Jesús que sufre.
Únicamente podemos compartir el sufrimiento y el dolor con quién sufre cuando vemos en
él a Cristo. Entonces, también se comprende que en las obras de misericordia para el prójimo
es fundamental que estemos presentes, a su lado. Estar presente no sólo es estar con alguien,
no es lo mismo que una cercanía normal. La presencia significa que existe una relación
personal, implica la creación de una comunión espiritual, exige respeto y permite al hombre
ser auténtico. Cabe destacar que el tipo de misericordia que consiste en estar presente, es la
que la Madre de Dios le mostraba a su Hijo en la cruz. No podía ayudarle de ninguna
manera, sólo podía estar con Él en una comunión espiritual profunda, sufriendo con Él de tal
modo que el sufrimiento de Jesús se convertía en el de ella misma. También Jesús siendo el
Hijo de Dios se hizo hombre para mostrar misericordia y redimir a las personas; siendo
desde siglos, existió en el tiempo para estar con el hombre y compartir su destino. La
verdadera presencia, que es misericordia, muestra al prójimo quién es en realidad, cuál es su
valor según Dios. Es decir, sirve para afirmar la dignidad del hombre como hijo de Dios.
Precisamente de esto se trata en la misericordia verdadera, como lo indica el Santo Padre
en la encíclica Dives in misericordia: la relación de misericordia se funda en la común experiencia de
aquel bien que es el hombre, sobre la común experiencia de la dignidad que le es propia (DM 6).

2. La acción de misericordiosa en la vida de Santa Faustina


La fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil (D. 742) – dijo Jesús a Sor Faustina, señalando
que el acto de misericordia es necesario en la vida cristiana. Sor Faustina era consciente de
que el amor no reside en las palabras, sino en las acciones. Sabía también que Jesús no quiere
cualquier acción, sino que surja de una unión tan profunda con Dios que a través de la
misericordia humana, la misericordia divina pueda derramarse al mundo. Sor Faustina
rezaba: Que este más grande atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pasa a través de
mi corazón al prójimo (D. 163).
Cuando el hombre permite que la misericordia divina actúe a través de él, los gestos que
antes parecían insignificantes, cobran de repente un valor substancial: tanto la mirada, la
sonrisa, la palabra, como el hecho de escuchar al prójimo y estar presente con él. Todo ello
hace que la misericordia de Dios esté presente. Por esto, Santa Faustina, que con mucho
realismo emprendía la práctica de cada obra de misericordia, rezaba: Ayúdame, oh Señor, a
que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que
busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarla (D. 163). Un pragmático que sólo se
interesa por los datos estadísticos se extrañaría que Sor Faustina pidiera unos ojos
18

misericordiosos, porque no se puede catalogar ni expresar en números la misericordia


mostrada con la mirada.
¿Qué significa tener unos ojos misericordiosos? Sobre todo, significa ver al hombre. De
hecho, ¿de qué modo se puede mostrar misericordia si no vemos al hombre, pasamos a su
lado con indiferencia, lo tratamos como una «cosa» o como si fuera aire? ¿Cómo podemos
conocer las necesidades de otra persona si no la vemos, y especialmente, si no las expresa en
voz alta? La mirada puede convertirse en la manifestación más bonita de la misericordia. No
se trata de como es la mirada, sino de qué esta impregnada. Mirando, podemos transmitir a
Dios. La mirada puede expresar indiferencia, desprecio, ironía. Puede también hacer
presente y transmitir la misericordia de Dios. Sucede así cuando miramos al hombre en la
dimensión de su dignidad como ser creado a imagen y semejanza de Dios, cuando lo
miramos con amor, al igual que una madre mira a su niño, cuando lo miramos con respeto y
atención. La mirada misericordiosa es la capacidad de ver la belleza en el prójimo, como
decía Sor Faustina es la capacidad de ver en el hombre la bondad que sostiene, levanta y
aumenta su estima. Con certeza, podemos decir que Jesús cuando vivía en la tierra, miraba
de este modo a las personas. ¡Cuánta ternura y cariño debía haber en su mirada cuando
estaba con los enfermos, los necesitados, menospreciados por los «grandes de este mundo»!
Con una mirada, profunda Jesús era capaz de transformar al hombre (por ejemplo, a Mateo,
el publicano). Cuando la luz de Dios penetre nuestros ojos, veremos a Jesús en cada persona
y ayudaremos a todos, tal y como lo deseaba Santa Faustina.
Ayúdame a que mis oídos Sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi
prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos (D. 163). Santa Faustina nos enseña que no
sólo tenemos que ver al prójimo, sino que también debemos saber escucharle. ¡Cuántas
personas desean que alguien les escuche! A veces, en la escucha silenciosa hay mucha
misericordia, presencia y compasión, así como una comunión espiritual con el dolor y el
sufrimiento del hermano. A veces, para ayudar a una persona, basta con estar y escucharla,
ofrecerle desinteresadamente tiempo y comprensión. Esta presencia con el otro lo libera de la
soledad y fortalece su sentimiento de que existe. Cabe saber escuchar de todo corazón, es
decir, escucharle con amor y benevolencia. Cuando escuchamos con el corazón, entonces
realmente podemos comprender lo que alguien dice, lo que sucede en su alma y cuales son
sus necesidades verdaderas. Aquel que es capaz de reconocer a Cristo en el desconocido, le
escucha con atención y no puede permanecer indiferente a sus dolores y gemidos.
Ayúdame, Oh Señor, para que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que
sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargue sobre mí las tareas más difíciles y más penosas (D. 163).
No basta con mirar y escuchar con misericordia cuando lo que se necesita son acciones,
cuando las circunstancias requieren una ayuda concreta. Pero hay que tener mucha intuición
para percibir las necesidades de una persona y ayudarle, sobre todo cuando no pide ayuda,
aunque la necesite.
Ayúdame, Oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer
a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi
prójimo (D. 163). La acción de misericordia va acompañado de dificultades, requiere ofrecerse
y renunciar a nuestra propia comodidad. Significa invención e iniciativa, que liberan de la
apatía y la pereza que se manifiestan cuando pensamos: «no es asunto mío», «no tengo que
hacerlo».
Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los
sufrimientos de mi prójimo. (…) Que Tu misericordia, oh Señor mío, repose dentro de mí. (D. 163).
Las acciones de misericordia sólo pueden surgir de un corazón misericordioso que, según el
lenguaje de la Biblia, representa el centro de la vida espiritual, tanto volitiva como
19

emocional. El corazón es el lugar en el que el hombre se puede encontrar con Dios, es


también la fuente de la cual brotan todos los impulsos, deseos, emociones, decisiones y la
comprensión que surge de la empatía. El valor del hombre se mide según el valor de su
corazón y al exterior se ve su grandeza o pequeñez. El valor del corazón del hombre emana
de su cercanía con Dios. El corazón misericordioso, según Santa Faustina, es un corazón
capaz de sentir empatía frente a los sufrimientos del prójimo. Esto implica ser atento,
interesarse por los demás, sentirse responsable por el prójimo y ser capaz de sostener sus
cargas como si fueran las nuestras propias.
La plegaria que acabamos de citar incluye un programa concreto del cual deben surgir
las acciones de misericordia. Toda la vida de Santa Faustina constituye una prueba
irrefutable de que realizaba fielmente este programa, hasta en los más pequeños detalles.
Continuamente, se esforzaba para que todas sus acciones estuviesen impregnadas del
espíritu de la misericordia. Los apuntes sobre las decisiones tomadas en ejercicios
espirituales, sus exámenes de conciencia, los recuerdos y los testimonios de las personas que
la conocieron personalmente dan prueba de ello. El día de sus primeros votos expresó el
deseo de anonadarse para Dios a través del amor operante, aunque este deseo pasó
desapercibido para las hermanas más cercanas. El 25 de octubre de 1935, escribió sus
propósitos de los ejercicios espirituales: Mi descanso más grato será en servir y ser disponible a las
hermanas. Olvidarme de mí misma y pensar en agradar a las hermanas (D. 504). En un examen de
conciencia decidió unirse con Cristo misericordioso y esforzarse para que sus actos
estuviesen orientados por la misericordia que nace del amor (cf. D. 241).
El valor de las obras misericordiosas depende de la medida en la que tenemos fe en la
presencia de Cristo en el prójimo. Sor Faustina se esforzaba a ver la imagen de Dios en cada
persona, ya fuese simpática o desagradable, buena o mala, y reconocía: Amo a todos los
hombres porque veo en ellos la imagen de Dios (D. 373). En diversas ocasiones, Santa Faustina
pudo comprobar que cada acto bueno es un acto hecho a Jesús. Lo comentaba en el Diario:
Una vez vino a la celda y estaba tan cansada que antes de comenzar a desvestirme tuve que descansar
un momento, y cuando estaba desvestida, una de las hermanas me pidió que le trajera un vaso de agua
caliente. A pesar del cansancio, me vestí rápidamente y le traje el agua que deseaba, aunque de la
cocina a la celda había un buen trecho del camino y el barro llegaba a los tobillos. Al entrar a mi celda
(…) oí esta voz: «Con el mismo amor con que te acercas a Mí, acércate a cada una de las hermanas y
todo lo que haces a ellas Me lo haces a Mí» (D. 285).
La vida de Sor Faustina estaba llena de acciones de misericordia. A menudo consistían
en pequeños gestos de amabilidad, ayuda y en brindar alivio a las penas de alguien. Estos
gestos exigen mortificarse, contenerse, vencer la fatiga y el cansancio. La actitud de Santa
Faustina es altruista, porque decidió no esperar la ayuda de nadie sino ayudar al prójimo.
Como recuerdan las hermanas: Lo que destacaba en la Hermana Faustina era su unión con Dios y
un gran, abnegado amor al prójimo.
Como religiosa, Santa Faustina no podía practicar grandes y espectaculares actos de
misericordia. Como persona consagrada, dependía de sus superiores y los actos de
misericordia los podía practicar sólo en los marcos de la obediencia. No obstante, sabía
aprovechar cualquier ocasión para mostrar misericordia, especialmente, en el entorno más
cercano, donde manifestaba la diligencia con sus Hermanas y el deseo de agradarles. Como
recuerda una de ellas: Amar al prójimo, esta es la virtud que de un modo particular resaltaba en la
Sor Faustina. Desde que la conocí, hizo todo para cumplir el mandamiento del amor. Abarcaba con el
amor al prójimo, a todos con los que se encontraba.
Sor Faustina no sólo destacaba por el espíritu de sacrificio, sino también por la voluntad
de evitar disgustos al prójimo. Supliqué al Señor que se dignara guardarme de que alguien sufra
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por mi causa, ya que mi corazón no lo soportaría (D. 1349). En particular, trataba de no hacer
sufrir a los demás: Guardémonos de agregar sufrimientos a los demás, porque eso no agrada al Señor
(D. 117).
Asimismo, trataba con sensibilidad y con mucho tacto a las personas que por falta de
una buena educación podían resultar difíciles en la convivencia cotidiana. En el Diario
encontramos unos apuntes que dan prueba de ello: Durante la meditación, la hermana que tiene
su reclinatorio al lado del mío, carraspea y tosa continuamente, a veces sin interrupción. Una vez me
vino la idea de cambiar de lugar para el tiempo de meditación, en vista que era ya después de la Santa
Misa; sin embargo pensé: si cambio de lugar la hermana se dará cuenta y sentirá, quizá, un disgusto
por haberme alejado de ella. He decidido continuar en la oración y en mi lugar ofreciendo a Dios un
acto de paciencia. Al final de la meditación mi alma fue inundada de tanta consolación enviada por
Dios cuanta pudo soportar mi corazón y el Señor me hizo saber que si me hubiera alejado de esa
hermana me habría alejado también de las gracias que descendieron sobre mi alma (D. 1311).
A pesar de que Santa Faustina sufrió mucho, era sensible con los sufrimientos de los
demás y con perspicacia se preocupaba por las necesidades de los enfermos, ayudándoles
como si se tratara de ella misma. Recuerdo que cuando estaba en el noviciado caí enferma - cuenta
una de sus Hermanas – Sor Faustina me rodeó de cuidados, servía y quería ayudar. Nunca encontré
a alguien que fuera así con los demás. También otras personas dan testimonio de que Sor
Faustina era sensible a los impulsos del Espíritu Santo y que era muy creativa al practicar la
misericordia. No se limitaba a hacer lo que le mandaban o lo que era imprescindible, sino
que trataba de dar más, dar sobradamente e incluso antes de que alguien le pidiera ayuda,
dado que Dios procede de este modo. Estaba enferma - recuerda otra de sus Hermanas - Sabía
que en la casa vivíamos en pobreza, así que no exigía nada. No obstante, la Sor Faustina trataba de
complacerme, contentarme. Al hacerlo, a veces se exponía a disgustos. A pesar de las observaciones
mordaces (…) iba a buscar un huevo, u otra cosa, para que la enferma recuperara las fuerzas. Otra
comenta: Señalaba que el amor entre hermanas debe ser práctico, nos decía que nunca pasáramos
indiferentes al lado de la celda de una hermana enferma o anciana (…), que nos paráramos y
preguntáramos si no necesita algo.
Santa Faustina siempre trataba de acoger abiertamente los dolores y las tristezas de los
hombres. Pedía a Jesús que hiciera que su corazón fuese sensible a cada sufrimiento
espiritual o corporal del prójimo (cf. D. 792). Esta capacidad de sentir empatía, de sentir con
el prójimo, era un rasgo característico de su misericordia. Las hermanas recuerdan que se
preocupaba mucho por la suerte de los demás y sabía estar con ellos en su sufrimiento.
Cuando veía que alguna de las hermanas estaba triste o deprimida, la animaba a que fuera a hablar con
las superioras para encontrar alivio en la conversación. Un ejemplo de la realización práctica de
sus propósitos: Deseo compartir los sufrimientos del prójimo, esconder mis sufrimientos en mi
corazón no sólo ante el prójimo, sino también ante Ti, oh Jesús (D. 57) – escribía en el Diario.
Otra hermana recuerda: Cuando un día tuve dificultades durante una estancia en Cracovia,
viendo que yo estaba deprimida, se me acercó durante los ejercicios espirituales, se sentó a mi lado y
pasamos todos los ejercicios juntas. Me consolaba, me aconsejaba de que lo ofreciera todo a Dios y que
rezara más. Quería ayudar a cada persona, hacer que su vida fuera más fácil o complacerle. Después
de oír estos testimonios, comprendemos lo verdaderas que eran las palabras de Sor Faustina:
Experimento un terrible dolor cuando veo los sufrimientos del prójimo. Todos los dolores del prójimo
repercuten en mi corazón, llevo en mi corazón sus angustias de tal modo que me agotan incluso
físicamente. Quisiera que todos los dolores cayeses sobre mí para llevar alivio al prójimo (D. 1039).
Sabía y quería compartir el destino del prójimo - sus tristezas y alegrías. La alegría de los
demás es mi alegría y el sufrimiento de los demás es mi sufrimiento (D. 633) – reconocía.
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Al trabajar en la cocina o en el jardín, Sor Faustina no solía tener contacto con el mundo
exterior. Su contacto con el mundo exterior era ocasional, cuando sustituía a alguna de las
hermanas cuyas obligaciones requerían un mayor contacto con personas que no pertenecían
a la congregación. A lo largo de su vida religiosa, pudo acercarse en dos ocasiones a la
miseria humana al cumplir la tarea que le había sido encargada. La primera vez fue en los
años 1931-32 cuando en Płock trabajaba en la panadería. El comentario de una de las
Hermanas muestra la actitud de Santa Faustina hacia las personas: Había oído que cuando
trabajaba en la tienda, Sor Faustina se ganó la simpatía de todos los clientes, porque era amable con
todos y siempre tenía buenas intenciones.
Sus turnos en la portería del convento le ofrecían la posibilidad de observar la miseria y
de practicar la misericordia en una dimensión más extensa. Las hermanas recuerdan que
cuando un pobre se acercaba a la portería, ella siempre le ofrecía su ayuda. Siempre que le
tocó hacer de portera, cuidó de que los que pedían algo nunca se fueran con las manos
vacías. Cuando era portera, ayudaba con ganas a los pobres - leemos en los recuerdos de las
Hermanas - Pude observar con qué alegría y ganas venía a la cocina para dar de comer a los pobres.
A veces, ya no había comida. Entonces, nos suplicaba que encontráramos algo, porque no podía
permitir que nadie se fuera sin recibir apoyo. Con mucha atención, ayudaba a los necesitados y lo
hacía con una profunda convicción de estar sirviendo al mismo Jesús. Sor Faustina hacía obras
de misericordia - recuerda otra de las Hermanas - sobre todo, cuidando de los pobres y ofreciéndoles
su ayuda en la portería, sonriendo y tratándoles a todos con amabilidad, nunca dejó a nadie sin ayuda.
Cuando en la cocina se impacientaban que continuamente viniera con ollas, decía que un pobre es
como el mismo Jesús, hay que darle una cucharada de comida.
La misericordia de Santa Faustina se expresaba en el modo de tratar a los necesitados.
Era consciente de que a veces se ofrece más sin dar nada que dando mucho pero de un modo
brusco (cf. D. 1282). En particular, cabe destacar su delicadeza y sutileza en sus relaciones.
Trataba de brindar ayuda sin humillar a nadie, sin ofender los sentimientos o la dignidad de
los demás. Por esto, con dulzura y respeto trataba a los pobres que en ella buscaban no sólo
ayuda material: Cuando los mismos pobres vienen a la puerta por segunda vez, los trato con más
dulzura y no les manifiesto que ya habían venido una vez para no incomodarlos y entonces ellos me
hablan libremente de sus dolencias y sus necesidades. (…) Los trato como los trataría mi Maestro (D.
1282). Asimismo, nos conmueve la delicadeza en su trato con los pobres: Hoy pregunté
imprudentemente a dos niños si de verdad no tenían nada de comer en casa. Los niños no me
contestaron nada, y se alejaron de la puerta. Comprendí que les era difícil hablar de su miseria,
entonces los alcancé apresuradamente e hice volver dándoles lo que pude (D. 1297).
Podemos observar que Santa Faustina no sólo ayudaba al prójimo en las necesidades
materiales, sino que también satisfacía un hambre más fuerte que el físico – el hambre de
amor. Este aspecto de la misericordia se expresaba en la aceptación incondicional del prójimo
y el respeto a su dignidad humana. La fuerza de esta misericordia levantaba y renovaba al
prójimo. De este modo, Dios muestra misericordia, por esto también de este modo Sor
Faustina quería amar, para ser la prolongación de la misericordia de Dios para con el
prójimo.
Los esfuerzos de Santa Faustina fueron premiados con el elogio de Jesús, que se acercó a
ella bajo la apariencia de un joven pobre. Sor Faustina reconoció en él a Jesús. Él le dijo que
quería recibir su misericordia: Hoy Jesús vino a la puerta bajo la apariencia de un joven pobre. Un
joven macilento, en harapos, descalzo y con la cabeza descubierta, estaba pasmado de frío porque hacía
un día lluvioso y frío. Pidió algo de comer caliente. Pero cuando fui a la cocina no encontré nada para
los pobres; sin embargo tras buscar un rato encontré un poco de sopa que calenté y puse un poco de
pan desmigajado. Se lo di al pobre que lo comió. En el momento en que le retiraba el vaso, me hizo
22

saber que era el Señor del cielo y de la tierra. Cuando entré en la casa pensando en lo que había
sucedido en la puerta, oí estas palabras en el alma: «Hija Mía, han llegado a Mis oídos las bendiciones
de los pobres que alejándose de la puerta Me bendicen y Me ha agradado esta misericordia tuya dentro
de los limites de la obediencia y por eso he bajado del trono para gustar el fruto de tu misericordia» (D.
1312). Este encuentro con Jesús convenció definitivamente a Sor Faustina de que para Él la
misericordia mostrada al prójimo es como un don que se ella le ofrece, y que al mismo
tiempo, muestra que alguien le ama verdaderamente.
23

4. LOS ACTOS DE MISERICORDIA PRACTICADOS CON LA PALABRA

Algunos filósofos definen el siglo XX como el siglo de la habladuría y el cotorreo.


Asimismo, se observa un fenómeno cada vez más frecuente que consiste en la
desvalorización de la palabra, que deja de ser la portadora de la verdad y del amor y se
convierte en una herramienta de manipulación y de mentira. Echamos de menos la palabra
que no nos muestra un mundo ilusorio, sino que presenta la verdad y que en lugar de
aplastar, levanta y consuela; que en lugar de matar, expresa misericordia. La palabra es la
forma más básica para comunicarse. No sin motivo Jesús señaló que la palabra es una de las
formas con las cuales se puede ejercer la misericordia. Con el ejemplo de su vida, Sor
Faustina nos muestra que la palabra humana es fundamental al ejercer la misericordia.

1. La palabra misericordiosa
Las palabras expresan el espíritu humano, los pensamientos, los deseos, las aspiraciones
y las emociones del hombre. Lo indica claramente Jesús, al decir: de lo que rebosa el corazón
habla su boca (Lc 6, 45). El habla verdaderamente perfecta es aquella que contiene la verdad,
es pronunciada en el amor y se convierte en portadora de misericordia. Las manifestaciones
tradicionales de la misericordia ejercida con la palabra son: corregir al que se equivoca,
enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita y consolar al afligido.

a. Corregir al que se equivoca

¿Acaso no sería cruel – escribe San Agustín – quien viendo que un ciego se acerca al borde de
un precipicio no gritara para advertirle, para protegerle de la muerte? ¿Y no sería todavía más cruel
quien pudiendo prevenir que su prójimo caiga en un abismo moral descuidara prevenirle por pereza?
Por vía judicial, la justicia humana castiga a quien no avisa a una persona de que su vida
corre peligro o que puede ser lastimada. No obstante, no existen sanciones legales cuando se
omite corregir a alguien que corre el peligro de cometer un pecado. La corrección es una obra
de misericordia, porque previene al prójimo de hacer el mal y le protege de sufrir daños
espirituales. La corrección es más bien una obra de misericordia que de justicia, porque sólo
la corrección que surge del amor puede conllevar los resultados esperados. La justicia sin
misericordia a veces puede herir, o incluso matar. Normalmente, la corrección consiste en
tocar los lugares y las heridas que duelen en el alma humana, de ahí que si alguien no sabe
corregir con amor y delicadeza, a veces puede perjudicar más mal que ayudar. Al corregir a
la gente, Cristo no sólo conocía sus palabras y acciones, sino que también sus pensamientos,
sentimientos e intenciones. Nosotros únicamente conocemos las acciones, por eso debemos
ser prudentes al juzgar a las personas y, más tarde, al corregirles. La corrección nunca será
una obra de misericordia si surge de la ira, el enfado, la venganza, de un deseo insano de
reprender a los demás. En cambio, contribuirá al crecimiento del prójimo cuando éste note
que la corrección resulta de una preocupación real por su bien y por su alma.

b. Enseñar a los que no saben

El periodo de la vida pública de Jesús duró tres años y estuvo dedicado a proclamar el
Evangelio, a enseñar sobre el Padre y sobre las exigencias de la vida evangélica. Hay muchas
situaciones en las que se puede enseñar a los que no saben. Esto se refiere tanto a la vida
24

religiosa y moral como a múltiples situaciones de la vida cotidiana (cuando alguien no sabe
algo, no es capaz o no sabe como hacerlo). La noción del catecismo de enseñar a los que no
saben no debe ser comprendida en el marco de la relación superior del «sabio» que instruye
al «incompetente». En el acto verdadero de misericordia se trata de enseñar y dar
indicaciones con humildad. Enseñar será misericordioso cuando se haga con verdadera
atención y cuidado, y con el deseo de ayudar al prójimo, y no con la presunción ni con el
deseo de mostrar superioridad.

c. Dar buen consejo a quien lo necesita

Durante su vida en la tierra, Jesús con frecuencia enseñaba, aconsejaba, disipaba las
dudas e indicaba el camino de la verdad. En la vida de cada persona aparecen preguntas e
incluso dudas. Dar buen consejo significa indicar el camino apropiado a alguien que,
atormentado por las dudas que surgen cuando hay que tomar decisiones, se encuentra en un
cruce sin saber que camino tomar. Significa también liberar a alguien de las indecisiones y de
dilemas difíciles, y proteger a alguien ante un fracaso innecesario que puede ser evitado
gracias a un buen consejo. A menudo, si las personas supieran darse buenos consejos, no
tendrían lugar tragedias que repercutan a lo largo de la vida.

d. Consolar al afligido

En momentos de dolor y sufrimiento, las palabras de consuelo son como un bálsamo


que alivia las heridas enconadas. También Jesús quería oír palabras de consuelo durante su
agonía en Getsemaní. La presencia y la oración de los discípulos de quienes confiaba le
fortalecería en la angustia interior, pero ante la dolorosa pasión no encontró el consuelo de
aquellos a quienes tenía por amigos suyos. Por esta razón, en el salmo de la Sagrada
Escritura Jesús dice: La vergüenza me destroza el corazón, y no tengo remedio. Espero compasión y
no la encuentro, en vano busco un consuelo (Sal 69, 21). Al llamar a Dios Padre de toda
consolación, la Sagrada Escritura nos anima a consolar a los demás: Dios de toda consolación,
que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda
tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios (2 Cor 1, 4). Ante el
drama del sufrimiento del prójimo, las palabras alentadoras pueden llevar el consuelo del
mismo Dios, que cuida misericordiosamente a quien sufre. La palabra misericordiosa puede
infundir ánimo, fortalecer la esperanza, calmar el interior de una persona, o a veces, incluso
rescatarla.

e. El elogio
La Iglesia no ha incluido el elogio en ninguna lista oficial de obras de misericordia.
Quizás esto esté relacionado con el carácter de la ascesis de los siglos pasados que promovía
la corrección del prójimo, que es lo opuesto al elogio. Se creía que el elogio puede provocar
orgullo. No obstante, la fuerza de un elogio equilibrado, razonable y sincero es inmensa,
demuestra que percibimos el bien en el prójimo y sus virtudes. Al hacer un elogio,
contribuimos a que se haga visible el bien que está en el hombre y que es un don de Dios. Al
honrar a otra persona, la aceptamos y percibimos la belleza de su interior. La aceptación del
prójimo a través del elogio requiere creer que Dios ha creado a nuestro prójimo como un ser
bueno y irrepetible. A veces, sólo gracias a un elogio, uno puede sentirse aceptado. Entonces
empieza a descubrir y a desarrollar lo que tiene de noble y bueno en sí mismo. Por esta
razón, el Santo Padre Juan Pablo II dice que la misericordia se manifiesta en su aspecto verdadero
25

y propio, cuando revalida, promueve y extrae el bien de todas las formas de mal existentes en el
mundo y en el hombre (DM 6).

f. La palabra de gratitud

En un sentido estricto la gratitud no está incluida en las obras de misericordia, pero es y


debería ser un modo de responder a la misericordia recibida. Jesús subrayó el significado de
la gratitud cuando curó a diez leprosos (cf. Mt 5, 11–19). También San Pablo dice: sed
agradecidos (Col 3, 15). Asimismo, San Tomás de Aquino constata: El deber de estar agradecido
es un tipo de deber que surge de la nobleza. Quien no tiene esta nobleza en sí mismo, no
comprende la cuestión de la gratitud. La falta de gratitud de una persona muestra la bajeza
de espíritu. La capacidad de usar palabras de gratitud es un buen criterio para definir el
valor personal de una persona, y al mismo tiempo, demuestra la capacidad de percibir y
aceptar los dones de misericordia.
Al hablar sobre el papel que desempeña la palabra en la práctica de la misericordia,
cabe mencionar aunque sea brevemente, el uso de la palabra se convierte en anti
misericordia. A diario, nos encontramos con situaciones en las que se juzga a las personas de
modo desfavorable, severo y despiadado, o incluso se juzga los motivos interiores de su
comportamiento. En este contexto, resultan significativas las palabras de Jesús que,
conociendo bien la imperfección del hombre, hace una advertencia de largo alcance: No
juzguen, para no ser juzgados, porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la
medida con que midan se usará para ustedes (Mt 7, 1-2). Comentando la prohibición de juzgar
dictada por Jesús, el padre J. Augustyn SJ escribe: Es una prohibición de pronunciar opiniones
inequívocas sobre los motivos interiores y más profundos de las elecciones y los deseos humanos, de
las evaluaciones y las actividades realizadas. No obstante, no se juzga al hombre si se define los frutos
de su actuación que son visibles a simple vista. Un robo es un robo, un asesinato es un asesinato y
una mentira es una mentira. Los frutos malos de los actos deberán ser llamados por su nombre y
condenados inequívocamente. Jesús nos ordena conocer por los frutos los actos deshonestos de los
hombres, para no contribuir a los actos indecentes ni multiplicarlos 14.
La misericordia nos exige no pronunciar opiniones innecesarias sobre el
comportamiento de las personas, aunque ello no debe llevarnos a pensar que el bien y el mal
son relativos, ni llevarnos a poner en duda el pecado. No todas las personas son malas. Al
juzgar al culpable hay que tener en cuenta las circunstancias atenuantes, elementos que
pueden limitar o reducir la responsabilidad de un apersona. Por ejemplo, cuando hay un
desconocimiento involuntario o un aflojamiento de la voluntad. A veces, es necesario
evaluar los actos de nuestro prójimo, y en particular, de nuestros padres, superiores o de las
personas que velan por el bien común. En estos casos, hay ser competente y haber analizado
detalladamente el asunto en cuestión.

2. La misericordia ejercida por Santa Faustina mediante la palabra


Sor Faustina rezaba: Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás
hable negativamente de mis prójimos sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos (D.
163). Santa Faustina experimentó personalmente que la palabra puede hacer mucho bien,
pero que también puede causar muchos daños. Ella varias veces tuvo que escuchar palabras
que eran reproches injustos, mentiras, palabras que expresaban ironía o malicia o que
dejaban entender que se sospechaba de ella. Sufrió el dolor y las heridas causadas por tales

14
J. Augustyn SI, Nie sądźcie, En: Pastores 13 (2001), pág. 95.
26

palabras, pero al mismo tiempo, estas vivencias personales le ayudaron a conocer la


importancia del habla y le hacían velar por la calidad de las palabras dirigidas al prójimo.
Sor Faustina era consciente de que la palabra puede expresar misericordia, pero que también
puede causar dolor y sufrimiento, o incluso puede provocar asesinatos. Oh Jesús, Misericordia
–escribía- tiemblo al pensar que debo rendir cuenta de la lengua, en la lengua está la vida, pero
también la muerte, a veces con la lengua matamos, cometemos un verdadero asesinato ¿Y podemos
considerar esto como una cosa pequeña? De verdad, no entiendo estas conciencias. Conocí a una
persona que, al enterarse por otra de cierta cosa que se decía de ella… se enfermó gravemente, perdió
allí mucha sangre y muchas lágrimas y luego vino una triste consecuencia, no causada por la espada
sino por la lengua. Oh mi Jesús silencioso, ten misericordia de nosotros (D. 119).
Observando las faltas que se cometen con la lengua, Sor Faustina subrayaba la
importancia del silencio y su relación con el amor. Según ella, la capacidad de estar en
silencio evita los chismes y las murmuraciones. Si las personas supieran estar en silencio no
sería tan maltratado el amor del prójimo, en una palabra, muchas faltas se evitarían. Los labios
callados son el oro puro y dan testimonio de la santidad interior (D. 552). Era consciente de que
cuando no se controla el habla, se puede hacer mucho en contra del espíritu de misericordia.
Por esta razón, al comulgar, pedía a Jesús que sanara su lengua: Siempre cuando recibo la Santa
Comunión, pido que Jesús se digne reforzar y limpiar mi lengua, para que yo no hiera con ella al
prójimo (D. 375). En otro lugar, escribe: Cuando recibo la Santa Comunión, pido y suplico al
Salvador que sane mi lengua para que nunca ofenda el amor del prójimo (D. 590).
Es decir, en primer lugar, en la vida de Santa Faustina la práctica de la misericordia
mostrada con la palabra estaba relacionada con la eliminación de los pecados de la lengua: la
malicia, la crítica, los juicios, las ambigüedades o las maldades. Esta dimensión de la
misericordia ejercida con la palabra puede ser llamada pasiva, pero sin ella la misericordia
auténtica no podría existir. Por esto, al reconocer el derecho del prójimo a que se hable bien
de él, Santa Faustina decidió no hablar mal de los ausentes y proteger la reputación del
prójimo (cf. D. 24). Era sumamente consecuente en el cumplimiento de estos propósitos, los
testimonios de sus Hermanas lo confirman: Cuando una vez en la presencia de la Hermana
Faustina dije algo negativo sobre otra persona, me corrigió: «no lo haga, hermana, si se quiere decir
algo, debe hacerse a la cara». Cuando a veces en su presencia alguien se expresaba de un modo crítico
sobre otras personas, nunca dijo palabras críticas, se quedaba callada y se iba.
Sor Faustina sabía que nuestro conocimiento de los motivos de las actuaciones del
prójimo es incompleto, se daba cuenta de que no tenemos acceso a toda la verdad y que
nuestro conocimiento sobre los otros es limitado. Por esto no emitía juicios que en la
dimensión humana a menudo resultarían ser equívocos e injustos: Oh, qué equivocas son las
apariencias y los juicios injustos (D. 236). Viendo que el bien y el mal aparecen a menudo juntos
en los actos humanos y creyendo que Dios permite que tengan lugar muchas situaciones
difíciles y de conflicto, constataba que nuestros juicios siempre deberían ser moderados: Oh
Jesús mío, Tú sabes lo difícil que es la vida comunitaria, cuántas incomprensiones y cuántos
malentendidos, muchas veces a pesar de la más sincera voluntad de ambas partes; pero este es Tu
misterio, oh Señor, nosotros lo conoceremos en la eternidad. Sin embargo, nuestros juicios deben ser
siempre benignos (D. 720). Sabía que la misericordia debería ser la respuesta a la miseria
humana o a la debilidad física o moral. De ahí que críticamente juzgaba las situaciones en las
que, en lugar de ser misericordiosos, se admitían sentencias injustas y nocivas: Oh Jesús mío,
¿cuándo miraremos a las almas por motivos más elevados? ¿Cuándo serán creíbles nuestros juicios?
Nos ofreces la oportunidad de ejercitarnos en las obras de misericordia y nosotros nos ejercitamos en
los juicios (D. 1269). Decidió no juzgar nunca a nadie, mirar con indulgencia a los demás y a sí
misma con severidad (cf. D. 253).
27

Asimismo, santa Faustina era consciente de que en muchas situaciones una palabra
buena y bondadosa resulta más eficaz e inspirante que una represión o una corrección
severa, por esto también sabía valerse de palabras de elogio, tal y como recuerdan algunas
Hermanas: Sabía ver y elogiar en la hermana los lados positivos, cuando intentaba mantener la
calma, la Hermana Faustina me decía: «qué dominio de sí misma tiene la hermana». Otra hermana a
quien le asignaron trabajar con Sor Faustina, añade: Alabó mi trabajo diciendo que quería que
viniera el día siguiente.
En las conversaciones con personas, Santa Faustina subrayaba la importancia de tales
rasgos como la sencillez, la claridad, la sinceridad, la naturalidad. Sin ellos, las relaciones
entre las personas no pueden existir. Asimismo, sin un contacto personal con la otra persona
y sin comprenderla en las cuestiones más fundamentales, no se le puede ayudar con
palabras de consuelo, apoyo o corrección. Por esta razón, Sor Faustina advertía: El espíritu de
Jesús es siempre simple, apacible, sincero; cada malicia, envidia, falta de bondad (...) es un diablito
inteligente (D. 633).
Al ser consciente de que la palabra puede ser portadora de misericordia o convertirse en
algo completamente opuesto, Santa Faustina se sentía responsable por el habla. Sabía
guardar silencio, pero también hablar cuando lo requerían las circunstancias. Afirmaba que
callarse cuando se debería hablar es una imperfección, y a veces incluso un pecado (cf. D.
553). Todas las hermanas coinciden en recordar que en las situaciones controvertidas y
desagradables sabía mantener el equilibrio y la calma, no sólo conteniéndose de requerir
justicia para sí misma, sino también de juzgar a aquellos que le habían causado sufrimiento.
Era capaz de defender e intermediar en nombre de las personas que eran tratadas
injustamente o que habían sido heridas. Las Hermanas recuerdan episodios como el
siguiente: un día mostrando gran coraje, Sor Faustina fue a la maestra para defender a una
novicia de la cual se había exigido demasiado y que era juzgada de un modo injusto. Por el
bien del prójimo, Santa Faustina sabía decir la verdad sin miedo, aunque a veces le costara:
Oh Jesús mío, Tú sabes que me he expuesto a mas de un disgusto por haber dicho la verdad. Oh
verdad, qué oprimida estás muchas veces y casi siempre andas con una corona de espinas. Oh verdad
eterna, sostenme para que tenga el valor de decir la verdad aunque tuviera que sellarla con mi vida (D.
1482).
Rezaba así, porque sabía que la verdad es el fundamento de la misericordia mostrada
con la palabra. Sin la verdad, la misericordia puede convertirse en indulgencia, ilusión, o
incluso en pecado. Sor Faustina indicaba que la palabra llena de misericordia, aunque sea
muy severa, no hace daño, sino que resulta transformadora: Una palabra dura pero que
proviene del amor sincero, no hiere al corazón (D. 633). Aunque subrayaba los fundamentos de la
verdad, no era una persona que quisiera corregir y reformar el mundo entero, señalando los
errores rudamente y sacando cada debilidad a la luz del día. Al escuchar las inspiraciones
del Espíritu Santo, Santa Faustina discernía cuando debía corregir e indicar los errores y
cuando era necesario guardar silencio y cubrir la debilidad humana, al igual que Jesús, que
transformó a la pecadora Magdalena en una santa no condenándola por ser adúltera, sino
protegiéndola ante el juicio duro de los fariseos.
Asimismo, Sor Faustina subraya que la fuerza de la misericordia ejercida mediante la
palabra crece según se estrecha la unión del alma con Dios. Cuando la palabra sale de un
corazón en el que vive Dios, por muy simple que sea, llega a lo más profundo del corazón y
lo transforma: Oh Jesús mío, yo sé que para ser un alma útil es necesario procurar la más estrecha
unión Contigo, oh amor eterno. Una palabra de un alma unida a Dios procura más bien a las almas
que elocuentes debates o prédicas de un alma imperfecta (D. 1595). Ella lo experimentó con
frecuencia a lo largo de su vida. Uniéndose a Jesús misericordioso, conscientemente se
28

esforzaba a llevar la misericordia a través de palabras que consuelan, corrigen o enseñan.


Cuando los pobres se acercaban a la puerta del convento, Sor Faustina no se limitaba a darles
comida y ropa. El fin principal de sus esfuerzos era el alma humana. Dedicaba mucho tiempo
a escuchar las quejas y los problemas, y proponía una solución de dichas dificultades desde
una perspectiva sobrenatural. De este modo, explicaba a las personas con las que se
encontraba cuales son las fundamentales verdades de la fe y llegaba eficazmente a las
conciencias corrompidas de las personas que habían cometieron algún delito. Consolaba a
numerosos corazones, a muchas personas les hizo ver las culpas que habían cometido y las
incitaba a la penitencia. También la superiora de Cracovia de aquellos tiempos recuerda su
actitud de misericordia mostrada con la palabra: Sé que los pobres al acercarse a la puerta le
contaban sus dificultades, (...) y que ella los consolaba y les daba buenos consejos. Cumplía este deber
con gran alegría, porque tales situaciones la brindaban la ocasión de evangelizar a los pobres.
Sor Faustina no pasaba indiferentemente al lado de su prójimo, sabía penetrar los
estados de las almas, y se daba cuenta de sus dudas y sus amarguras. Aliviaba los
sufrimientos del prójimo en el momento oportuno, corrigiendo y aconsejando. Hoy, mientras
hablaba con cierta persona – leemos en el Diario - he conocido que su alma sufría mucho, aunque por
fuera fingía que no sufría nada y que estaba alegre. Y he sentido una inspiración para decirle que lo
que la atormentaba era una tentación. Cuando le he revelado lo que la atormentaba, ha irrumpido en
llanto y ha dicho que precisamente por eso había venido a hablar conmigo, porque sentía que eso la
aliviaría. El sufrimiento consistía en que, por un lado, a esa alma la atraía la gracia de Dios, y por
otro, el mundo. Padecía una lucha tremenda hasta romper a llorar como una niña pequeña; se retiró
aliviada y en paz (D. 1031).
Al saber en que consiste el dolor del alma, Santa Faustina entendía perfectamente los
sufrimientos interiores de las almas que vivían en la amargura. Sabía darse cuenta de ello,
tratar seriamente este dolor, compadecerse y aliviar a través del consuelo. Hoy ha venido a
verme una señorita; me he dado cuenta de que sufría, no tanto del cuerpo, como del alma. La he
confortado como he podido, pero mis palabras de consuelo no han sido suficientes. Era una pobre
huérfana que tenia el alma inmersa en la amargura y en el dolor. Ha desnudado su alma delante de
mí y me ha revelado todo; he comprendido que en ese caso las palabras de simple consuelo eran
insuficientes. He rogado ardientemente al Señor por aquella alma y he ofrecido a Dios mi alegría, para
que se la dé a ella y a mi me quite toda sensación de gozo. Y el Señor ha escuchado mi plegaria; a mí
me ha quedado el alivio de que ella ha sido consolada (D. 864). Sor Faustina sabía que el consuelo
se convierte en herramienta de Dios, que se compadece ante la desgracia del hombre y que
quiere dar paz y consuelo a las personas: Hoy Jesús me ha ordenado consolar y tranquilizar a
cierta querida alma que se ha abierto ante mi contándome sus dificultades; esa alma es agradable al
Señor, pero ella no lo sabe. Dios la mantiene en una profunda humildad. He cumplido la
recomendación del Señor (D. 1063).
No sólo los pobres y las personas laicas fuera del convento recibieron el consuelo y los
consejos de Sor Faustina. A menudo, también las Hermanas (incluyendo a las del primer
coro) se dirigían a ella con diversos problemas, cuando se sentían abatidas, tenían dudas o
estaban tristes. En algunas situaciones, sabía protestar y corregir. Al tener el don de leer en
las almas, reconocía las necesidades interiores de las Hermanas y las consolaba con una
extraordinaria fuerza divina, como diversos testimonios han afirmado. Una de las Hermanas,
recuerda que en el noviciado durante un periodo sufrió una crisis de vocación grave; estaba
agotada por el trabajo y perdió la confianza en los superiores, y en consecuencia, quería salir
de la Comunidad. Sor Faustina, durante una estancia en Walendów, sintió su situación
interior y se encontró con ella, a pesar de la desgana que esta Hermana le mostraba.
Animándola, le decía que también ella tenía una vida difícil, pero que no se encerraba en sí
29

misma y que trataba de resolver las dificultades con los superiores. La hermana debe rezar con
insistencia – le aconsejaba la Hermana Faustina – y que no se deje sugerir por pensamientos
negativos. Por otro lado, prometía: Yo rezo por la hermana y rezaré. Después de esta conversación
– recuerda esta Hermana – me sentí extrañamente animada, recobré confianza hacia las superioras
y recobré nuevas fuerzas interiores.
A menudo, las hermanas que querían que sus dudas se disolvieran, se daban cuenta de
lo acertados y eficaces que eran sus consejos. Entró en mi [celda] por un momento una de las
hermanas, y tras una breve conversación sobre la obediencia me dijo: «Ah, ahora comprendo cómo se
comportaban los santos. Gracias, hermana, una gran luz ha entrado en mi alma, he sacado mucho
provecho» (D. 1594).
Las hermanas recuerdan también que con palabras la Hermana Faustina con habilidad
creaba un ambiente amistoso en la comunidad. Poseía un don particular de transmitir un
contenido serio y edificante de forma atractiva. Durante el recreo, le gustaba hablar sobre
temas religiosos y contar lo que llevaba en el corazón. En el tiempo libre – recuerda una de las
hermanas – esperábamos a que viniera, porque aportaba mucha alegría. Yo tenía la sensación de que
intentaba darlo todo de sí misma para que los ratos libres se nos hicieran más agradables. Siempre
decía algo edificante. Con frecuencia, estas conversaciones se convertían en discusiones
animadas, durante las cuales la Hermana Faustina daba su opinión valientemente,
manteniendo su punto de vista. Si en su presencia alguien decía algo con torpeza sobre
cuestiones religiosas, reaccionaba con rapidez, defendiendo las verdades que habían sido
puestas en duda. Varias veces me quedé asombrada – recuerda una de las hermanas – cuando en
los debates con las hermanas del primer coro, la Hermana Faustina tomaba la palabra sin cuidar de
que podía exponerse a problemas, porque normalmente las hermanas del segundo coro no tenían la
valentía de expresar su opinión en casos similares.
Los recuerdos de las alumnas arrojan luz sobre la cuestión de la misericordia ejercida
por santa Faustina: Aprovechaba cada ocasión – cuenta una de ellas – para enseñarnos sobre las
verdades de la fe, la bondad y el amor de Dios, y sentía una alegría especial cuando podía hablar de
estos temas. Cuando se trataban asuntos cotidianos, hablaba poco. En cambio, cuando podía
corregirnos en cuestiones relacionadas con las verdades de la fe, hablaba con ganas y entonces tenía
mucho que decir. Nos asombraba que una hermana del segundo coro fuera tan sabia. Siempre sabía
consolarnos en nuestras cruces y preocupaciones, [nos enseñaba] cómo llevarlas por el amor de Dios.
Nos perdonaba las molestias y los disgustos y nos explicaba cómo hay que comportarse cuando se ama
a Dios. Cuidaba de que en su presencia nadie hablara mal sobre el prójimo. Cuando a veces oía que las
muchachas murmuraban de alguien, inmediatamente les interrumpía con una jaculatoria: «Jesús
silencioso y de corazón humilde» – y entonces teníamos que responder a coro: «Haz nuestros
corazones según Tu corazón». Cuando entre las muchachas surgían malentendidos, era capaz de
hablar de tal modo que todas las aversiones desaparecían.
Cabe añadir que la Hermana Faustina sabía ser agradecida por el bien recibido y con
una palabra de agradecimiento correspondía a los benefactores. Cuando alguien le hacía un
favor – recuerda una de las hermanas – daba las gracias con alegría, expresando de esta manera su
agradecimiento. Me gustaría mencionar un detalle. Cuando en la última etapa de su vida, la hermana
Faustina estaba en el hospital de Prądnik, le envié una tableta de chocolate a través de la superiora. Me
escribió una carta muy bonita, dándome las gracias con alegría por haberme acordado de ella.
Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa (D. 163). Esta oración se cumplió
plenamente en la vida de la Hermana Faustina – con palabras de consuelo, de consejo y de
confortación, o sea, con las palabras que mantenían la esperanza y mostraban la verdad.
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5. LAS ACTOS DE MISERICORDIA PRACTICADOS CON LA ORACIÓN

A la luz de las palabras que Jesús dirigió a santa Faustina, se puede afirmar que la
misericordia cristiana consta de la acción, la palabra y la oración. Hay situaciones en las que
no se puede mostrar misericordia con acciones o palabras (por ejemplo, debido a las
limitaciones que conlleva una enfermedad, la distancia o el tiempo). A veces, sucede que la
palabra o la acción resultan ser medios insuficientes o ineficaces para ayudar al prójimo, en
particular, en el aspecto espiritual. Por esta razón, Jesús incluyó la oración en las formas de
ejercer la misericordia, indicando que es una forma segura e infalible, gracias a la cual
podemos ayudar a nuestros hermanos, porque los sumergimos en Dios, que es la fuente más
grande de misericordia.

1. La oración como acto de misericordia


Sin cesar, estamos llamados al encuentro misterioso con Dios en la oración, que
acompaña a toda la historia de la salvación como una llamada recíproca entre Dios y el
hombre (cf. CIC 2591). Según el Catecismo de la Iglesia Católica la oración es la elevación del alma
hacia Dios o la petición a Dios de bienes convenientes (CIC 2590). Existen diversos tipos de
oración: la bendición, la petición, la intercesión, la acción de gracias, la alabanza y la súplica.
En la oración, el hombre tiene la posibilidad de presentar a Dios su propia necesidad de
obtener ayuda y socorro, si considera que su vida depende de Dios y está bajo sus riendas.
No sólo deberíamos rezar por nosotros mismos y nuestras necesidades, sino que también por
nuestro prójimo, como lo requiere el amor. Como constata Santo Tomás, la necesidad obliga a
cada uno a orar por sí mismo; la caridad fraterna nos exhorta a hacerlo por los demás. Pero la oración
más grata a Dios no es la que eleva al cielo la necesidad, sino la que la caridad fraterna nos
encomienda15.
La oración por los demás, o sea, la intercesión, ha sido incluida por la Iglesia en la lista
oficial de obras de misericordia. Es una obra de misericordia, mediante la cual podemos
contribuir al bien de otras personas al implorar la gracia de Dios para ellas. Con la oración,
pedimos ayuda a Dios y le rogamos que actúe cuando nuestra actuación y nuestra ayuda no
son suficientes para remediar las necesidades del prójimo. Esto hace referencia a las cosas de
este mundo, pero, sobre todo, afecta a los bienes espirituales. Estando con una persona que
sufre, podemos compadecernos de ella y ser cordiales. Sin duda alguna, esta ayuda le
resultará muy necesaria, ¿pero somos capaces de hacerle más fuerte y valiente en el
sufrimiento? Sólo Dios puede multiplicar las fuerzas, nosotros solos no somos capaces de
hacerlo, pero con la oración contribuimos al aumento de la fuerza interior de esta persona.
Podemos corregir a alguien cuando se desvía del camino de la salvación. ¿Pero somos
capaces de convertir su alma y transformar el interior de esta persona? Dios puede servirse
de nosotros, pero la conversión y la transformación del alma humana son obras de Dios, a las
cuales podemos contribuir a través de la plegaria.
Dios desea que recemos por los demás, porque a través de la oración quiere concederles
muchas gracias. A menudo, el bien espiritual, y en particular, la salvación del prójimo,
dependen de nuestra oración. La plegaria es una obra de misericordia, porque manifiesta la
preocupación y la responsabilidad por el prójimo que no nos es indiferente. Al contrario, es

15
Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, t. II, z. 83, a. 7. http://hjg.com.ar/sumat/
31

tan importante que hablamos con Dios sobre sus asuntos explicando sus necesidades a Aquél
que lo puede todo.
La oración ensancha nuestros corazones, ayuda a mirar las necesidades de las personas
con los ojos de Dios, enseña a abrazar a todos con el amor – a los que son propicios y a los
enemigos, a los simpáticos y a los antipáticos; ayuda a los pecadores y a los santos, a los
experimentados y a los tentados, a los enfermos y a los que dudan. La plegaria abre
inmensos e ilimitados horizontes para ejercer la misericordia. Nadie es autosuficiente, y
humildemente debemos reconocer que vivimos diversas carencias, somos unos pobres que
alargan la mano para mendigar los dones de Dios, porque sin ellos no existe la plenitud de
nuestra existencia. Continuamente, nuestra pobreza espiritual atrae a la misericordia.
Cuando rezamos mutuamente unos por otros, ayudamos a Dios a completar lo que
necesitamos, pero no hemos recibido. Con nuestra oración, ayudamos a la misericordia de
Dios a derramarse sobre el mundo entero y las almas de nuestros hermanos.
Las obras de misericordia practicadas con la oración representan una petición a favor de
otras personas y nos acercan a la oración de Jesús. Rezar como Cristo significa adorar al
Padre. Cumplir su voluntad significa rezar como Jesús por los demás. Entre otros, Jesús nos
ha dejado un modelo de oración en la oración sacerdotal, en la cual no sólo expresaba su
única relación filial con el Padre, sino que rezaba por los discípulos y por la futura Iglesia. La
agonía de Jesús se convierte en oración. Sus últimas palabras en la cruz constituyen la obra
más magnánima de misericordia y representan una petición por aquellos que se han
convertido en los verdugos en su pasión. Asimismo, con estas palabras Jesús ruega al Padre
que les perdone.
Jesús siempre reza por nosotros. Después de su Ascensión, sentado a la derecha del
Padre, como Sumo Sacerdote, intercede por la Iglesia ante el Padre. Pues no penetró Cristo en
un santuario hecho por mano de hombre (...), sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el
acatamiento de Dios en favor nuestro (Heb 9, 24). Estamos presentes en la oración de Jesús. Él
vive para interceder en nuestro favor (cf. Heb 7, 25). En el Cuerpo Místico de Cristo, el
Espíritu Santo derrama el amor en los corazones de los hombres, para que recemos a Dios
unos por los otros. La oración de intercesión es como la oración de Jesús en sus miembros,
puesto que Jesús reza con nosotros y en nosotros. Interceder, pedir en favor de otro, es, desde
Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios (CIC 2635). La intercesión
cristiana participa en la intercesión de Cristo y manifiesta la comunión con los hermanos.
La lucha por la victoria del bien en el hombre y en el mundo requiere oración. La oración
es el medio más sencillo mediante el cual Dios y su amor misericordioso se hacen presentes
en el mundo. Dios confió a los hombres su propia salvación. Confió al hombre a cada
persona y a todos. La Iglesia es consciente de ello y lo refleja en la oración de intercesión, que
es la oración para implorar la misericordia. El Espíritu Santo hace que recemos, Él es la
primera causa de nuestra súplica, Él nos incita desde el interior a que recemos por los demás.
A través de nuestra plegaria por los demás, Dios se manifiesta como Misericordia, como
Amor que sale al encuentro del hombre que sufre, como Amor que alza, levanta de la caída e
invita a la confianza. La persona que reza, que reza por los demás, confiesa esta verdad, y de
cierto modo, hace presente a Dios que es el amor misericordioso en el mundo. La oración por
los demás es como un eco, es la respuesta a la revelación de Dios que es misericordia y que
mediante la plegaria de los hermanos por los demás quiere derramar su misericordia.
Las primeras comunidades cristianas vivieron profundamente esta forma de compartir.
La intercesión de los cristianos no tiene límites, como escribe San Pablo. Ellos pueden rezar
por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad (1 Tm 2, 1–2), por los
perseguidores, por la salvación de los que rechazan el Evangelio (Cf. CIC 2636). La oración es
32

una obra de misericordia excepcionalmente eficaz, dado que se funda en la actuación y la


fuerza del mismo Dios. Jesús nos anima a que pidamos: Pedid y se os dará (Lc 11, 9); Cuando
pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán (Mc 11, 24). Debemos recordar
que la fuerza de la oración está en Dios y no en nosotros, de ello se desprenden su valor y su
eficacia.
Como a Dios le importa el hombre, le escucha y atiende también sus peticiones. Como
un buen Padre, quiere que le contemos todo lo que está relacionado con nuestra vida. Quiere
que le pidamos el pan de cada día y la salud, la prosperidad y la alegría de la vida. Se
conmueve cuando oye que gritamos de dolor y cuando le pedimos que alivie el sufrimiento
si supera nuestras fuerzas. Desde hace siglos, la providencia de Dios a previsto e incluido en
sus planes la oración del hombre.
Cabe abordar la cuestión de las oraciones que aparentemente Dios no ha escuchado o
que no ha cumplido según nuestras expectativas. Las palabras de Jesús anotadas en el
Evangelio indican claramente que Dios escucha cada plegaria de un modo que sobrepasa
nuestras esperanzas, también cuando una súplica concreta no ha sido cumplida. No hay
oraciones no escuchadas, como mucho puede haber peticiones incumplidas. La oración de
petición de Jesús en el Huerto de Getsemaní fue escuchada por el Padre, aunque no le
quitara el cáliz del sufrimiento. No obstante, Dios le dio a Jesús fuerza para cumplir su
voluntad y premió la obediencia de su Hijo con el triunfo de la Resurrección. Si Dios no nos
da lo que le pedimos, es porque nuestros deseos no contribuirían a nuestro bien, y Él, como
Padre, no nos puede dar lo que no es bueno. Cuando no nos da lo que le pedimos, nos da lo
que le deberíamos pedir.
En la oración, no se trata de exhortar a Dios para que cambie sus designios
inmemoriales, sino de elevar nuestra voluntad a la de Dios, para querer, en el tiempo
histórico, lo que Él hace tiempo decidió concedernos. Cuando nuestras oraciones son
escuchadas, no significa que la voluntad de Dios sea favorable a la nuestra, sino que en un
momento dado nosotros empezamos a desear lo que Dios ha deseado para nosotros desde
siempre16. Desde tiempos inmemoriales, Dios desea la salvación del hombre. De ahí que la
plegaria que toma en consideración el bien espiritual del prójimo y su salvación, siempre sea
escuchada. Con la oración todo se puede conseguir, a condición de que surja de la búsqueda
del reino de Dios. Si gracias a nuestra oración, alguien después de muchos años se convierte,
es porque Dios ha convertido su alma y que en la eternidad a decidido que la gracia de la
conversión le sea concedida, gracias a nuestra oración de intercesión.
La Iglesia entera ha sido llamada a la oración. La plegaria que más importancia tiene es
la súplica que implora la misericordia. El Santo Padre Juan Pablo II la definió como una de
las tareas principales de la Iglesia. En su encíclica Dives in misericordia, escribe: Sin embargo,
en ningún momento y en ningún período histórico — especialmente en una época tan crítica como la
nuestra — la Iglesia puede olvidar la oración que es un grito a la misericordia de Dios ante las
múltiples formas de mal que pesan sobre la humanidad y la amenazan. Precisamente éste es el
fundamental derecho-deber de la Iglesia en Jesucristo: es el derecho-deber de la Iglesia para con Dios y
para con los hombres. La conciencia humana, cuanto más pierde el sentido del significado mismo de la
palabra «misericordia», sucumbiendo a la secularización; cuanto más se distancia del misterio de la
misericordia alejándose de Dios, tanto más la Iglesia tiene el derecho y el deber de recurrir al Dios de
la misericordia «con poderosos clamores» (DM 15).

16
Cf. R. Garrigou–Lagrange, Trzy okresy życia wewnętrznego, Niepokalanów 1998, pág. 375.
33

2. Los actos de misericordia practicados mediante la oración en la vida de Sor Faustina


La oración y el silencio refuerzan el alma (D. 944). Sor Faustina sabía cual es el valor y el
significado de la plegaria. Para ella, la oración no sólo era el acto más íntimo del encuentro
del humano «yo» con el divino «tú», no sólo constituía un medio para conocer el misterio
insondable de Dios, sino que ella sabía que la oración es la fuerza del hombre, la fuente de su
santificación y de su salvación que garantiza la victoria en la lucha y da fuerzas en la
debilidad. Ella misma experimentó que hay momentos en los que sólo en la plegaria se
puede encontrar alivio y una calma profunda (por. D. 860). Por esta razón, indicaba que en
cada circunstancia se debe rezar. Todos debemos rezar, sin excepciones. Las almas hermosas
deben rezar para no perder su belleza, mientras que las almas que aspiran a la perfección
deben rezar para alcanzarla y las almas pecadoras deben rezar para poder levantarse. Toda
gracia desciende a través de la oración – constataba Sor Faustina (Cf. D. 146).
Santa Faustina se distinguía por un espíritu profundo de oración. La presencia
misteriosa de Jesús en su alma resplandecía al exterior en el recogimiento y su afán de rezar.
Lo recuerdan las hermanas: Lo que era distintivo en su comportamiento era el recogimiento; amaba
la oración y rezaba mucho con recogimiento. Aprovechaba cada momento libre para rezar,
llenaba las horas de trabajo con la oración y se unía con Dios mediante jaculatorias. Cuando
trabajábamos, a menudo rezábamos el rosario o los pequeños oficios 17 de la Madre de Dios – recuerdan
las Hermanas – Además, los pensamientos y las conversaciones [de Sor Faustina] hacían referencia
a Dios. Otra Hermana añade: Me llamó la atención su recogimiento tan sereno. Era alguien que
mientras hablaba con gran interés, al mismo tiempo trabajaba. Rezaba trabajando. Durante mi
estancia en Vilna – recuerda otra Hermana – me llamó la atención que Sor Faustina aprovechara
cada instante para visitar la capilla. No permanecía allí durante ratos largos, sino que se quedaba unos
minutos, a veces sólo sonreía e iba a trabajar.
De este espíritu de oración surgían los actos de misericordia que Santa Faustina
expresaba mediante la oración. Cuando no podía ayudar al prójimo, cuando la palabra
resultaba ser una medida insuficiente, cuando la distancia limitaba su actuación, le quedaba
la oración. En su Diario escribía: Jesús, Tú Mismo me mandas ejercitar los tres grados de la
misericordia. El primero: la obra de misericordia, de cualquier tipo que sea. El segundo: la palabra de
misericordia; si no puedo llevar a cabo una obra de misericordia, ayudaré con mis palabras. El tercero:
la oración. Si no puedo mostrar misericordia por medio de obras o palabras, siempre puedo mostrarla
por medio de la oración. Mi oración llega hasta donde físicamente no puedo llegar (D. 163). Sor
Faustina no se encerraba en el mundo de sus propias experiencias religiosas, no reservaba
exclusivamente para sí misma la felicidad de tener a Dios, sino que a través de la oración
deseaba llevar la misericordia de Dios a las almas en todo el mundo. Pedía de esta manera:
Oh fuente de vida, insondable Misericordia Divina, abarca al mundo entero y derrámate sobre
nosotros (D. 1319). Mediaba entre el cielo y la tierra, suplicando a Dios que se compadeciera
de la humanidad perdida: Oh Dios de gran misericordia, bondad infinita, hoy toda la humanidad
clama, desde el abismo de su miseria, a Tu misericordia, a Tu compasión, oh Dios; y grita con la
potente voz de la miseria. Dios indulgente, no rechaces la oración de los desterrados de esta tierra. Oh
Señor, bondad inconcebible que conoces perfectamente nuestra miseria y sabes que por nuestras
propias fuerzas no podemos ascender hasta Ti, Te imploramos, anticípanos Tu gracia y multiplica
incesantemente Tu misericordia en nosotros (D. 1570).
Con su oración, abarcaba las necesidades de la Iglesia, al Santo Padre, confiaba a Dios las
intenciones de los sacerdotes, alcanzando para ellos la fuerza apostólica y pidiendo por ellos
para que vivieran en santidad: Oh Jesús mío, Te ruego por toda la Iglesia: concédele amor y luz de
17
Nota del traductor, en polaco: godzinki.
34

Tu Espíritu, da poder a las palabras de los sacerdotes para que los corazones endurecidos se ablanden y
vuelvan a Ti, Señor. Señor, danos sacerdotes santos; Tú Mismo consérvalos en la santidad (D. 1052).
Con la oración, pedía por la patria cuidados especiales: Jesús Misericordiosísimo (...) Te
ruego bendigas a mi patria. Jesús, no mires nuestros pecados, sino las lagrimas de los niños pequeños,
el hambre y el frío que sufren. Jesús, en nombre de estos inocentes, concédeme la gracia que Te pido
para mi patria (D. 286). Con seriedad y siendo consciente de su deber, reconocía: Polonia,
patria mía querida, oh si supieras cuántos sacrificios y cuántas oraciones ofrezco a Dios por ti. Pero
presta atención y rinde gloria a Dios, Dios te enaltece y te trata de manera especial, pero has de ser
agradecida (D. 1038).
Santa Faustina rezaba por su Congregación, por las superioras, y también por las
Hermanas, en especial por las que pasaban por dificultades que podían causar que cayeran
en faltas. Se sentía responsable por el estado espiritual de las Hermanas, cuando divisaba un
peligro o faltas evidentes, no criticaba ni rumoraba, no corregía «a la fuerza», sino que rezaba
discretamente. A veces, los resultados eran admirables. Varias veces, Sor Faustina me pedía que
rezáramos juntas por algunas de las Hermanas, que en su opinión necesitaban mejorar y oración –
recuerda una de las Hermanas – Muchas veces, rezábamos una novena en esta intención. Y habían
resultados de estas oraciones, porque en una serie de casos el comportamiento de las personas en
cuestión había cambiado radicalmente y de una manera esencial. En un caso particular, creo que sin la
oración de Sor Faustina, una de las Hermanas habría perdido la vocación o se habría convertido en
una caricatura de monja, y sin embargo, precisamente esta Hermana se corrigió y murió luego como
una religiosa ejemplar y piadosa.
La transformación del prójimo no depende de nuestra actuación o de que enseñemos a
alguien el camino que debería seguir, sino que depende de Dios. El Espíritu Santo
transforma los corazones y Él nos concede las fuerzas para que nos podamos levantar.
Nosotros podemos contribuir a que la gracia de Dios fluya a las almas a través de nuestra
oración. Sor Faustina nos enseña esta actitud con las personas y los problemas que les
atañen. Cuando alguna vez, estando ella presente, critiqué a alguien – recuerda una de las
Hermanas – nunca se sumaba a las críticas, sino que decía: «Rece, hermana». Estas instrucciones
surgían de la convicción de que las personas por las que rezamos no las podemos juzgar u
odiar, puesto que con la plegaria tomamos conciencia de que Jesús ha amado a esta persona,
ha muerto por ella y está en ella.
La oración de intercesión a Dios por los demás no sólo significa ayudarles en las
tentaciones, sufrimientos o necesidades terrenales. A veces, la oración por los demás significa
salvarles de los peligros que resultan de la pérdida de la salvación. Has de saber – decía Jesús
a Sor Faustina – que la gracia de la salvación eterna de algunas almas en el último momento
dependió de tu oración (D. 1777). Como seguía a Jesús que murió rezando por los pecadores,
también ella rezaba continuamente por los pecadores. Oh Jesús, qué lástima me dan los pobres
pecadores. Oh Jesús, concédeles el arrepentimiento y la contrición. Recuerda Tu dolorosa Pasión (D.
908). Jesús, Verdad Eterna, Vida nuestra, Te suplico e imploro Tu misericordia para los pobres
pecadores. Oh Sacratísimo Corazón, Fuente de Misericordia de donde brotan rayos de gracias
inconcebibles sobre toda la raza humana. Te pido luz para los pobres pecadores. Oh Jesús, recuerda Tu
amarga Pasión y no permitas que se pierdan almas redimidas con tan Preciosa, Santísima Sangre
Tuya (D. 72).
Era consciente de que a menudo los últimos instantes de la vida deciden sobre nuestra
salvación, por esto continuamente rezaba por los agonizantes. El Diario está lleno de
testimonios que muestran la intensidad y la eficacia de la misericordia que Sor Faustina
mostraba con la oración a las personas, especialmente, a los pecadores y a los agonizantes:
Rogué ardientemente por una muerte feliz para cierta persona que sufría mucho. Llevaba dos semanas
35

entre la vida y la muerte. Tenía lástima de esa persona, y le dije al Señor: «Oh dulce Jesús (...) Te
ruego llévala a Tu casa, que descanse en Tu misericordia». Y estaba extrañamente tranquila. Un
momento después vinieron a decirme que esa persona que sufría tan terriblemente, ya había expirado
(D. 985). Una mujer que había sido alumna de la Comunidad, recuerda: Trabajando con ella,
sabíamos que cada día antes del mediodía se rezarían las «los pequeños oficios», y por la tarde, el
rosario. Asimismo, cada hora nos sugería jaculatorias. Cuando le preguntábamos porque con tanta
frecuencia reza en intención de los agonizantes, contestaba que esto igualmente es poco, que hay que
rezar continuamente por los moribundos, porque cada segundo muere alguien en la tierra y necesita
ayuda. Durante su estancia en Prądnik, velaba frecuentemente a los agonizantes y les
prestaba ayuda con la oración.
La oración de Sor Faustina abarcaba a todas las personas que acudían a ella con sus
problemas y preocupaciones. A menudo, le pedían que rezara, creyendo en la eficacia de su
intercesión. Trataba seriamente sus compromisos de oración; el siguiente testimonio da
prueba de ello: Saliendo de Vilna para hacer la probación, me dirigí a Sor Faustina pidiéndole que
rezara por mis alumnas, para que nada empeorara cuando volviera donde ellas estaban. Me dirigí con
esta petición precisamente a Sor Faustina, porque tenía confianza en ella y creía en la eficacia de su
oración. A su vez, ella me pidió que rezara por ella. Después de unos meses, cuando incluso ya me
había olvidado del acuerdo, me encontré un día con Sor Faustina y me dijo seriamente que ya no va a
rezar más por mis alumnas. Me sorprendió y me edificó el hecho de que tratara tan seriamente sus
promesas. Cuando después del noviciado volví a Vilna, el estado de mis alumnas era muy satisfactorio
y, en gran parte, lo atribuí a la eficacia de las oraciones de Sor Faustina.
A menudo, Santa Faustina sabía reconocer el estado interior de las almas con las que se
encontraba y su actitud hacia Dios. No juzgaba ni criticaba a las que estaban lejos de Dios,
sino que les daba lo que más necesitaban y lo que más les podía ayudar – la oración. Una vez,
fui con ella a la clínica para hacer un examen médico – recuerda una de las Hermanas. Estuvimos
esperando mucho, porque había unos 20 pacientes. Entramos al gabinete las últimas. El médico estaba
nervioso, trató a Sor Faustina con descortesía. Después de salir de la clínica, hice un comentario
bastante severo sobre su comportamiento. Entonces, ella me dijo: «Rece por él, hermana, porque este
hombre no es creyente». Las reacciones de este tipo de Santa Faustina surgían de su convicción
de que la gracia de Dios, que se logra a través de la oración, es la mejor medida para que las
personas se transformen.
El amor de Santa Faustina llegaba más allá del mundo visible, alcanzaba las almas que
sufren en el purgatorio. Para ellas, deseaba mostrar misericordia con oraciones premiadas
con indulgencia (Cf. D. 692). Sabiendo como añoraban a Dios, rezaba constantemente por las
almas para aliviarles el sufrimiento.
Sor Faustina convirtió su vida, oculta en Dios por la misericordia practicada a través de
la oración, en una gran llamada, a la cual Juan Pablo II exhorta a toda la Iglesia. Siguiendo la
tradición de los profetas del Antiguo Testamento, alzaba las manos hacia Dios como si fuera
Moisés, rogándole misericordia para la humanidad. Contribuía a la transformación de los
corazones, acercaba las almas a Dios, les ayudaba a volver a la casa del Padre a través de su
persistencia fiel y su intercesión ante Jesús. Con su oración, nos enseñó que las personas que
rezan cambian el mundo y que siempre se puede practicar la misericordia rezando por los
demás.
36

6. LA MISERICORDIA PRACTICADA A TRAVÉS DEL SUFRIMIENTO

El sufrimiento es el dolor de los enfermos, el miedo de los moribundos, la tragedia de


los abandonados y de los sin hogar, de millones de discapacitados, de las víctimas de guerras
y de la violencia y de miles de personas hambrientas y que buscan amor. El sufrimiento está
presente en la vida de toda persona. Se define como la falta del bien, como un mal físico
subjetivamente doloroso y duro que experimentamos (por ejemplo, el hambre o el dolor) o
espiritual (por ejemplo, el odio) o la falta de valores físicos o espirituales (por ejemplo, la
falta de bienestar, la minusvalidez, la muerte de un allegado, la falta de seguridad o de
justicia). Los sufrimientos físicos tienen lugar cuando son acompañados de sensaciones
sensoriales, mientras que los sufrimientos espirituales suceden cuando se viven a través de la
conciencia o los sentimientos18. El sufrimiento que está estrictamente relacionado con la
existencia humana provoca a veces la rebeldía, la desesperación y la sensación del absurdo,
pero, sobre todo, provoca la pregunta: ¿Por qué? Es una pregunta sobre el sentido de lo que
parece ser un absurdo absoluto. A lo largo de la historia, esta pregunta atañe a todas las
generaciones. Representa un tópico constante en las diversas concepciones de la vida y
aparece en la religión o la filosofía.

1. El sentido cristiano del sufrimiento


Respondiendo a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento, el Antiguo Testamento
indica que es una prueba de fidelidad a Dios, una purificación, un ennoblecimiento, es la
expiación de los pecados cometidos y también de los pecados del pueblo. El libro de Job trata
la dramática cuestión: ¿Por qué los justos tienen que sufrir? A la luz de este libro, resulta que
el hombre no siempre puede comprender la intención de Dios y, por esta razón, el
sufrimiento sigue siendo un misterio.
Jesucristo resuelve el problema del sufrimiento. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma
del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad (Vaticano II –
GS 22). El escándalo de la cruz representa la clave para resolver el gran misterio del
sufrimiento, que orgánicamente forma parte de la historia de la humanidad. No constituye
una respuesta que de modo racional alumbre todas las oscuridades. El hecho de que Dios-
Hombre sufrió en la cruz, compromete al cristiano a cargar con los pesos de los demás y a
actuar activamente cuando en su poder está disminuir o eliminar el sufrimiento. Pero incluso
si hacemos todo lo que podemos, siempre existirá un sufrimiento que no podremos
remediar. En esta situación, entre las oscuridades del dolor y de la muerte, la cruz representa
nuestra fuerza. Mirando a Jesús crucificado, podemos estar llenos de esperanza a pesar de
todo, porque en Él Dios responde a la pregunta más difícil de la vida, explica el sentido del
sufrimiento.
En la persona de Jesucristo, Dios entró en nuestra humanidad, en nuestra existencia
marcada por el sufrimiento. Se solidariza con cada persona que sufre y, al mismo tiempo,
está presente en ella. A todos los que están aplastados por el peso de la cruz, les dice que la
cruz se acabará y les muestra el valor de la gracia de Cristo que permite sobrellevar el
sufrimiento con paciencia y fortaleza. Seguir a Jesús siempre está relacionado con la cruz: El
que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga (Mt 16, 24).
Jesús era quien reducía el dolor de los demás, sin embargo Él mismo no huyó del rechazo, el

18
Cf. Z. Pawlak, red., Katolicyzm A–Z, Poznań 1989, pág. 51.
37

desprecio, el miedo y la muerte humana. Viviendo plenamente nuestra naturaleza, salió al


encuentro del sufrimiento consciente y voluntariamente, asumiendo y cargando con el
escándalo de la cruz.
La obediencia de Jesús al Padre expresada al aceptar el sufrimiento se convirtió en la
fuente de la salvación de toda la humanidad. Nos lo recuerda Juan Pablo II en su Carta
Apostólica Salvifici Doloris al hablar sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano:
Salvación significa liberación del mal, y por ello está en estrecha relación con el problema del
sufrimiento. Según las palabras dirigidas a Nicodemo, Dios da su Hijo al «mundo» para librar al
hombre del mal, que lleva en sí la definitiva y absoluta perspectiva del sufrimiento.
Contemporáneamente, la misma palabra «da» («dio») indica que esta liberación debe ser realizada por
el Hijo unigénito mediante su propio sufrimiento (SD 14).
La redención de Cristo es completa, pero a la vez permanece abierta a la participación de
los fieles. Los sufrimientos de los cristianos representan la continuación de los sufrimientos
de Cristo, como lo indica San Pablo: Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por
vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que
es la Iglesia (Col 1, 24). Ante el misterio de la cruz, el cristiano no adopta una actitud de
rechazo o de resignación pasiva, sino una actitud abierta y consciente de que participa en el
misterio pascual de Jesús. El sufrimiento no le hace abismarse en la inercia o la esterilidad,
sino que le llama a que participe en la redención. Lo pone en relieve el Santo Padre Juan
Pablo II: No sólo se ha cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento
humano ha quedado redimido. Todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está
llamado también a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención. (…)
Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento
redentor de Cristo (SD 19).
El sufrimiento de Jesús abarca los sufrimientos de todas las personas. Al mismo tiempo,
cada persona participa a través de su sufrimiento en los sufrimientos de Jesús. Cada uno
puede encontrar en los sufrimientos de Cristo su propia, viva participación. El cristiano
puede pasar de la angustia en silencio debido al dolor, por el llanto y, finalmente llegar a la
aceptación y comprensión del sufrimiento que libera y salva. El dolor del cristiano se
convierte en un dolor salvífico, porque en los sufrimientos de Cristo vemos nuestros propios
sufrimientos que adquieren un contenido y un significado nuevos. El bautismo inyecta en el
alma de cada persona una vocación personal y una llamada a reproducir en su propia vida,
la vida, el amor y los sufrimientos de Cristo. La redención, obrada en virtud del amor satisfactorio
– escribía el Santo Padre – permanece constantemente abierta a todo amor que se expresa en el
sufrimiento. En esta dimensión — en la dimensión del amor — la redención ya realizada plenamente,
se realiza, en cierto sentido, constantemente. (...) Cristo se ha abierto desde el comienzo, y
constantemente se abre, a cada sufrimiento humano. Sí, parece que forma parte de la esencia misma
del sufrimiento redentor de Cristo el hecho de que haya de ser completado sin cesar (SD 24).
Al salvar el mundo a través del sufrimiento, Jesús llenó de sentido el sufrimiento de
cada persona y le concedió un valor salvífico: Se convierte en fuente de alegría la superación del
sentido de inutilidad del sufrimiento, sensación que a veces está arraigada muy profundamente en el
sufrimiento humano (por ejemplo, como una carga para los demás). La fe en la participación en los
sufrimientos de Cristo lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre «completa lo que
falta a los padecimientos de Cristo»; que en la dimensión espiritual de la obra de la redención sirve,
como Cristo, para la salvación de sus hermanos y hermanas (...), realiza incluso un servicio
insustituible (SD, 27).
Jesús aceptó el sufrimiento por amor al Padre y a los hombres. El amor era la fuente de
su muerte en la cruz. El amor lo llevó a la crucifixión a la cruz. La cruz constituía una
38

consecuencia directa del exceso del amor de Dios, de su misericordia para con los hombres.
Cristo ha revelado al Dios de amor misericordioso, precisamente porque ha aceptado la cruz como vía
hacia la resurrección (Dives in misericordia 8). En la cruz más luminosa relució la misericordia
divina. El misterio pascual constituye el punto culminante de la revelación de la misericordia
de Dios (Cf. DM 8). De ahí que cada sufrimiento humano, unido con al de Jesús, deje de ser
un peso absurdo y se convierta en una obra de misericordia. En la obra de la redención, la
verdad que brilló con más fuerza es la que afirma que el sufrimiento ofrecido por los demás
se convierte en misericordia que lleva a la salvación.
Cada vez que contemplamos la cruz, recordamos que se puede hacer el bien a través del
sufrimiento. El dolor, las lágrimas, la debilidad y la fragilidad de la condición humana
pueden ser incluidas en el servicio de la salvación de los hermanos y, por ello, se convierten
en un acto de misericordia insustituible. La misericordia verdadera requiere la capacidad de
admitir el sufrimiento, mediante el cual se admite la anonadación gradual de sí mismo para
contribuir al crecimiento de la vida de Dios en las almas.

2. La misericordia mostrada a través del sufrimiento en la vida de Santa Faustina


Los sufrimientos y contrariedades al inicio de la vida religiosa me habían asustado, me habían
quitado el valor (D. 56) – escribía Sor Faustina en el Diario, demostrando que también ella se
planteó la pregunta sobre el sentido del sufrimiento y su lugar en la vida humana. Tuvo que
solucionar el enigma de la cruz para no caer bajo el peso de los sufrimientos que siempre
abundaban en su vida.
Ya al principio de su vida religiosa, Santa Faustina enfermó de tuberculosis. En su caso,
esta enfermedad no fue diagnosticada apropiadamente en un estado inicial. Al no ser
tratada, la tuberculosis provocó un progresivo debilitamiento total del organismo y fue la
causa de sufrimientos físicos muy agudos y dolorosos que Santa Faustina soportaba
cumpliendo sus duros deberes cotidianos al mismo tiempo. El inicio no diagnosticado de la
tuberculosis no sólo determinó su estado de salud posterior, sino que le causó adicionales
sufrimientos morales que tenía que soportar. De hecho, desde aquel tiempo las Hermanas
pensaban que se quejaba exageradamente de sus dolores y que no quería trabajar a
propósito. Debido a su delicada salud – leemos en los recuerdos de archivo – [Sor Faustina]
tenía dificultades con las Hermanas que le reprochaban que no sabía trabajar eficazmente, de la
misma manera que lo hacían las otras Hermanas que estaban sanas. Ella lo sabía, pero nunca se
quejaba ni se justificaba. Así empezó el martirio que ella ocultaba en silencio, sobre el cual
escribía en el Diario: cuando Dios no nos envía ni muerte ni salud, y eso se prolonga durante años,
las personas que nos rodean se acostumbran y tratan a uno como si uno no estuviera enfermo.
Entonces empieza una serie de martirios silenciosos; solamente Dios sabe cuantos sacrificios le ofrece
tal alma (D. 1509). Cuando su enfermedad era menos aguda, Santa Faustina se levantaba
para ir a trabajar. Para las Hermanas a su alrededor, esta era una señal ilusoria de que estaba
sana, mientras que para ella era otra ocasión para hacer un sacrificio: Cuando uno está débil y
enfermo hace continuos esfuerzos para lograr hacer lo que todos hacen normalmente; sin embargo no
siempre es posible poder hacer “lo normal” (D. 1310).
Los testimonios de las hermanas completan esta imagen: No se rendía ante la enfermedad y
cuando no estaba enferma en la cama, hacía los trabajos habituales, intentando cumplir sus deberes lo
mejor posible. Su serenidad y equilibrio con los que afrontaba las dificultades relacionadas con la
enfermedad eran sorprendentes. Nunca se quejaba, aunque muchas veces evidentemente estaba
agotada. Hacía que las Hermanas a su alrededor no notasen cuánto sufría e incluso sus superiores no
se daban cuenta de su estado [de salud].
39

En otoño de 1934, ya se sabía que Sor Faustina padecía una tuberculosis muy avanzada.
Según el médico, la enfermedad estaba minando su salud desde hacía mucho tiempo. La
tuberculosis atacó primero los pulmones y después afectó el sistema digestivo. Los dolores
que sentía requerían de ella un comportamiento heroico, porque se manifestaban en forma
de dolores agudos y no le permitían alimentarse de un modo normal: Todos los platos más
picantes me causaban tremendos dolores; pues más de una noche me retorcía entre terribles dolores y
lágrimas a favor de los pecadores (D. 1428). Siento unos extraños dolores agudos en todo el tórax –
escribía en el Diario – ni siquiera puedo mover la mano. Hubo una noche cuando tuve que
permanecer acostada sin ningún movimiento, me parecía que si me moviera se desgarraría todo en los
pulmones. Esa noche parecía no tener fin; me uní a Jesús crucificado y rogué al Padre Celestial por los
pecadores. Se dice que la enfermedad de los pulmones no causa dolores tan agudos, sin embargo yo
experimento continuamente estos dolores agudos (D. 1201). En otro lugar, leemos: Continuos
sufrimientos físicos. Estoy en la cruz con Jesús. Estos dolores son tan violentos y fuertes que hasta
quedo inconsciente. Tras su ataque, cuando me desmayo y me cubro de sudor frío, entonces empiezan
a ceder poco a poco. A veces duran hasta tres horas o más (D. 1633).
Incluso en los últimos meses de su vida, cuando Santa Faustina estaba completamente
agotada por la enfermedad, hacía esfuerzos heroicos para participar en la vida de la
Congregación y, conforme a las posibilidades, intentaba no ser una carga para nadie, y no
pedía las facilidades que corresponden a los enfermos ni hacía reproches a nadie. Todavía
participo en la vida comunitaria de toda la Comunidad – anotaba – Estoy haciendo (...) grandes
esfuerzos, que sólo Tú conoces, oh Jesús. Hoy, en el refectorio pensé que no iba a resistir durante todo
el almuerzo. Cada comida me causa dolores tremendos (D. 1554). Las hermanas que la visitaban
comentaban que las edificaba el dominio de sí misma y la fortaleza con los que soportaba la
enfermedad. Durante la última etapa de la enfermedad – recuerdan – estaba muy tranquila, tenía fe
en Dios, no tenía deseos especiales y se abandonaba a la voluntad de Dios. Ninguna de las hermanas
que la visitaban oyó que hablara de sí misma o que se quejara. No pedía nada para sí misma. Cuando
alguien le preguntaba cuánto sufría, respondía: «Sí, mucho, pero me siento a gusto con el
sufrimiento».
Además de los sufrimientos físicos, Santa Faustina sufría debido a los problemas de la
vida cotidiana: el trabajo, choques de caracteres, el nivel de vida espiritual, la educación y el
comportamiento de las personas que la rodeaban. A veces sentía el peso de la vida
comunitaria con sus malentendidos e incomprensiones, críticas, juicios erróneos e injusticias.
Oh Jesús mío – apuntaba en el Diario – Tú sabes lo difícil que es la vida comunitaria, cuántas
incomprensiones y cuántos malentendidos, muchas veces a pesar de la más sincera voluntad de ambas
partes; pero éste es Tu misterio, oh Señor, nosotros lo conoceremos en la eternidad (D. 720). Sor
Faustina no ocultaba que el sufrimiento que le causaban los demás a veces era muy difícil de
llevar y que le había herido profundamente en más de una ocasión. Jesús, cuando quiere
purificar un alma, utiliza los instrumentos que Él quiere – escribía – Mi alma se siente
completamente abandonada por las criaturas. A veces la intención más pura es interpretada mal, (...)
este sufrimiento es muy doloroso, pero Dios lo admite y hay que aceptarlo (D. 38). Discretamente,
añade en otra nota: A veces parece que una Hermana del segundo coro es de piedra, mientras que
ella también es un ser humano, tiene el corazón y los sentimientos... (D. 1510).
La vida de Santa Faustina se iba apagando, según se multiplicaban sus sufrimientos.
Experimentó todo tipo de amargura: la amargura de los sentimientos heridos, los
sufrimientos del cuerpo dolorido, y también, los tormentos del espíritu agonizante y
sumergido en la oscuridad. En particular, las llamadas noches oscuras que vivió ya en el
noviciado, fueron momentos de sufrimientos espirituales muy dolorosos. Describió esta
experiencia como el tormento que sufren los condenados. Los sufrimientos de la pasiva noche
40

del espíritu se intensificaron en los últimos años de su vida. Las tinieblas del alma – escribía –
(...) El Señor se ha escondido y yo estoy sola, completamente sola. Mi mente está tan ofuscada que
alrededor de mi veo sólo fantasmas. (...) Me han oprimido unas tentaciones terribles contra la santa fe.
(...) No creía que existieran sufrimientos de este tipo. La nada es la realidad. (D. 1558). En otro lugar,
con sencillez y sinceridad escribe sobre sus grandes sufrimientos interiores y sobre sus
dolorosos tiempos de aridez espiritual: Hoy me siento tan abandonada en el alma que no sé
explicármelo. Me escondería de la gente y lloraría sin cesar; nadie comprenderá al corazón herido del
amor, y cuando éste experimenta abandonos interiores, nadie lo consolará (D. 943). Aunque Sor
Faustina no mostraba sus sufrimientos, especialmente los interiores, algunas Hermanas que
la observaban atentamente, veían su lucha interior: En las dificultades interiores o exteriores
siempre mantenía la calma. Se podía deducir que tenía dificultades interiores para un mayor
recogimiento. A veces, parecía que estuviera decaída de ánimo, pero nunca se quejaba.
Sor Faustina no se limitaba a aceptar los sufrimientos que Dios permitía que se
manifestaran en ella y que tenía que soportar, sino que con toda la libertad interior aceptaba
sufrimientos adicionales, asumiendo las tentaciones y los pecados de otras personas para
alcanzar la gracia de la conversión para ellas. Una vez me cargué con una espantosa tentación que
atormentaba a una de nuestras alumnas en la casa de Varsovia – leemos en el Diario – Era la
tentación del suicidio. Sufrí durante siete días y después de siete días Jesús le concedió la gracia y
entonces terminó mi sufrimiento. Es un gran sufrimiento. A menudo me cargo con tormentos de
nuestras alumnas. Jesús me lo permite, y los confesores (D. 192). En otro pasaje del Diario, Sor
Faustina escribió: Una vez vi a un siervo de Dios en el peligro del pecado grave que iba a ser
cometido un momento después. Empecé a pedir a Dios que me cargara con todos los tormentos del
infierno, todos los sufrimientos que quisiera, pero que liberase a ese sacerdote y lo alejara del peligro de
cometer el pecado. Jesús escuchó mi súplica y en un momento sentí en la cabeza la corona de espinas.
Las espinas de la corona penetraron hasta mi cerebro. Esto duró tres horas. El siervo de Dios fue
liberado de aquel pecado y Dios fortaleció su alma con una gracia especial (D. 41).
Siguiendo el modelo de Jesús, cuya misericordia culminó al ofrecer su vida por los
hombres, Santa Faustina fue capaz de ejercer la misericordia en su grado supremo al
ofrecerse a sí misma como sacrificio por los pecadores, y en particular, por los que han
perdido la esperanza en la misericordia de Dios. Apuntó este acto el Jueves Santo de 1934. Se
comprometió a asumir todas las angustias, inquietudes, sufrimientos y miedos de los
pecadores y proporcionarles los consuelos que surgen de estar cerca de Dios. A principios de
septiembre del año 1937, es decir, un año antes de su muerte, renovó el acto del ofrecimiento
al Padre Celestial en la unión con Cristo. Quería ser una hostia expiatoria que se abandonara
completamente a la voluntad de Dios. Terminó este acto con las siguientes palabras:
Compasivísimo Jesús, concédeme la gracia de olvidarme de mi misma para que pueda vivir totalmente
por las almas, ayudándote en la obra de salvación (D. 1265).
A esta gran variedad de sufrimientos se sumaban los sufrimientos místicos. Gracias a
ellos, Sor Faustina participaba vivamente en la Pasión de Jesús. Jesús dejaba en ella señales
invisibles de sus heridas y le hacía sentir directamente el dolor de su agonía. De ahí que
muchas veces sintiera los dolores de los estigmas ocultos: Padezco sufrimientos en las manos,
los pies y el costado – constataba – en los lugares que Jesús tenía traspasados. Experimento
particularmente estos sufrimientos cuando me encuentro con un alma que no está en el estado de
gracia (D. 705). Desde por la mañana sentía en mi cuerpo el tormento de sus cinco llagas. El
sufrimiento duró hasta las tres. Aunque por fuera no había ninguna huella, no obstante las torturas
no eran menos dolorosas (D. 1055). Asimismo, Santa Faustina sentía el dolor de la corona de
espinas (Cf. D. 759) y, en particular, durante la Cuaresma y cada viernes vivía física y
espiritualmente la pasión de Jesús en su propio cuerpo. Ahora, en esta Cuaresma – leemos en el
41

Diario – a menudo siento la Pasión del Señor en mi cuerpo; todo lo que sufrió Jesús, lo vivo
profundamente en mi corazón, aunque por fuera mis sufrimientos no se delatan por nada, solamente el
confesor sabe de ellos (D. 203).
Si miramos panorámicamente la vida de Santa Faustina, constataremos que estuvo
constantemente llena de sufrimiento. ¿Pero cómo en una sola vida puede caber tanto
sufrimiento? ¿Es posible que una persona pueda cargar con tanto? ¿Cómo se puede explicar
que supiera sufrir tanto que no abandonó el Calvario y se entregó a sí misma para ser
crucificada? El sufrimiento es una gran gracia – respondía brevemente – A través del sufrimiento
el alma se hace semejante al Salvador, el amor se cristaliza en el sufrimiento (D. 57). Para Sor
Faustina el sufrimiento no representaba un peso absurdo del cual uno debe escapar, sino un
don que nos hace parecernos más a Jesús y que purifica el amor. Ella sabía que el amor
verdadero a Dios se mide según nuestra capacidad de sufrir por Él. De ahí que con la
naturalidad de un niño declarara: Comprendo bien, oh Jesús mío, que como una enfermedad se
mide con el termómetro y la fiebre alta nos indica la gravedad de la enfermedad, así en la vida
espiritual el sufrimiento es el termómetro que mide el amor de Dios en el alma (D. 774). Comprendía
que en la dimensión terrenal el amor siempre está relacionado con el sufrimiento. Ella vivió
esta verdad: El amor y el sufrimiento están unidos en mi corazón (D. 1050). Sabía también que el
amor verdadero requiere renunciar a uno mismo en favor del prójimo. El amor tiene que
nutrirse del sacrificio. Por esta razón, reconocía: El núcleo del amor es el sacrificio y el
sufrimiento (D. 1103).
La vivencia del amor del Crucificado era tan profunda e intensa que sentía que debía
responderle asemejándose a Él a través del sufrimiento. Yo quiero parecerme a Ti, oh Jesús, a Ti
crucificado, maltratado, humillado. (...) Te amo, Jesús, con locura. Te [amo] anonadado, como Te
describe el profeta, que por los grandes sufrimientos no lograba ver en Ti el aspecto humano. En este
estado Te amo, Jesús, con locura. Dios Eterno e Inmenso, ¿qué ha hecho de Ti el amor….? (D. 267).
Santa Faustina comprendía que quien ama quiere asemejarse a la persona amada y si su
Amado sufre, entonces también ella debe sufrir para ser como Jesús. De ahí que
conscientemente y de buen grado se enfrentara a los sufrimientos, participando de los
sufrimientos de Jesús: Oh Cristo doliente, salgo a Tu encuentro; siendo Tu esposa tengo que ser
semejante a Ti, El manto de la ignominia que Te ha cubierto tiene que cubrirme también a mí. Oh
Cristo, tú sabes con qué ardor deseo hacerme semejante a Ti Haz que toda Tu Pasión sea también mía,
que todo Tu dolor se vierta en mi corazón. Confío que suplirás esto en mí de modo que Tú consideres
oportuno (D. 1418).
Hay que estar muy cerca de la cruz para no caer bajo el peso del sufrimiento, para que el
dolor no se convierta en un grito de protesta y desesperación. “Quién entienda el misterio de la
cruz, no caerá bajo el intenso dolor de su corazón traspasado” – dice la letra de un canto religioso
polaco. Sor Faustina comprendía que el sufrimiento sin Jesús puede destruir al hombre, pero
ella comprendió el misterio de la cruz, que se convirtió en su fortaleza en medio de los
mayores sufrimientos. Por esto, escribía: Jesús, sería verdaderamente tremendo sufrir si no
estuvieras Tú, pero justamente Tú, Jesús, tendido en la cruz; me das fortaleza y siempre acompañas al
alma que sufre. Las criaturas abandonan al hombre que sufre, pero Tú, oh Señor, eres fiel. (D. 1508).
Para ella, la cruz era la bandera triunfante que le daba la certeza de la perseverancia, y era la
fuente de su fortaleza. De esta fuente sacaba fuerzas espirituales: Oh Jesús Hostia, si Tú no me
sostuvieras, no sabría perseverar en la cruz, no lograría soportar tantos sufrimientos, pero la fuerza de
Tu gracia me mantiene en un nivel más elevado y hace meritorios mis sufrimientos. Me das fuerza
para avanzar siempre y conquistar el cielo por asalto y tener amor en el corazón por aquellos de los
cuales recibo hostilidad y desprecio. Con Tu gracia se puede todo (D. 1620).
42

Sor Faustina no amaba los sufrimientos por si mismos; ella sabía que el verdadero valor
de la cruz es la presencia de Jesús en ella. Sin Jesús, la cruz es sólo un disparate y una
maldición. Comprendía perfectamente la locura de la cruz y la amó en consideración a Jesús.
Participaba de la cruz, porque sabía que es el lugar en el cual era más probable encontrar a
Jesús, el medio más perfecto para unirse con Él. Oh Jesús mío – escribía – qué bueno es estar en
la cruz, pero Contigo. Contigo, amor mío, mi alma está continuamente tendida en la cruz y se llena de
amargura. El vinagre y la hiel rozan mis labios, pero está bien, está bien que sea así, ya que Tu
Corazón divino, durante toda la vida, siempre bebió amargura y a cambio del amor recibiste la
ingratitud. Estabas tan dolorido que de Tus labios se escapó esta queja dolorosa con la cual buscabas a
quien Te consolara y no lo encontraste (D. 1609).
Como comprendía el valor del sufrimiento, Santa Faustina se disponía a recibirlo, en
cada aspecto y momento, sin reservas ni limitaciones, ni siquiera sin rebelarse. Oh Dios mío –
escribía – aunque los sufrimientos son grandes y se prolongan, los acepto de Tu mano como un
magnifico regalo. Los acepto todos, también aquellos que otras almas no han querido aceptar. Puedes
venir a mí, oh Jesús, con todo, no Te negaré nada; Te pido una sola cosa, dame la fuerza para
soportarlos y haz que sean meritorios. Aquí tienes todo mi ser, haz conmigo lo que quieras (D. 1795).
Jesús no sólo enseñaba a Sor Faustina a sufrir, sino también a transformar el sufrimiento
en bien y a practicar la misericordia a través del sufrimiento. Le indicaba que el sufrimiento y
el sacrificio pueden convertirse en un tipo de misericordia que definió como la misericordia
espiritual: Es grande la deuda del mundo contraída Conmigo, la pueden pagar las almas puras con
sus sacrificios, practicando la misericordia espiritualmente (D. 1316). Jesús le enseñaba que los
perdidos y las almas perdidas y confusas se convierten gracias a los sufrimientos silenciosos
de las almas puras. El sufrimiento es el precio que se paga por el regreso de los hijos
pródigos a la casa del Padre. Con la oración y el sacrificio salvarás más almas que un misionero
sólo a través de prédicas y sermones (D. 1767) – le decía Jesús. Cuando le parecía que el
sufrimiento parecía inútil y que ella misma se convertía en una carga para los demás, Jesús le
recordaba el valor irreemplazable del sufrimiento del cual gozan otras almas. No vives para ti,
sino para las almas – le enseñaba – Otras almas se beneficiarán de tus sufrimientos. Tus prolongados
sufrimientos les darán luz y fuerza para aceptar mi Voluntad (D. 67). Le recordaba
constantemente: Necesito tus sufrimientos para salvar las almas (D. 1612).
Sor Faustina comprendía perfectamente las palabras de Jesús y uniéndose a la obra
salvífica de Jesús, sufría para salvar las almas: Hoy vi a Jesús doliente que se inclinó sobre mí y
dijo murmurando silenciosamente: «Hija Mía, ayúdame a salvar los pecadores». De súbito entró en
mi alma un fuego de amor por la salvación de las almas. Cuando volví en mí, sabía cómo salvar las
almas y me preparé a mayores sufrimientos (D. 1645).
Sor Faustina nos revela los motivos de sus sufrimientos. Su anonadación espiritual
gradual y física debía convertirse en fuente de vida para las personas que están
espiritualmente muertas debido al pecado. Esta noche he sufrido tanto que pensaba que se
acercaba ya el fin de mi vida – escribía en el Diario – Los médicos no lograron definir qué
enfermedad era. Sentía como si tuviera arrancadas todas las entrañas, sin embargo tras unas horas de
tales sufrimientos estoy sana. Todo esto por los pecadores. Qué Tu misericordia, oh Señor, descienda
sobre ellos (D. 999). A Santa Faustina el sufrimiento le permitía implorar la misericordia para
las almas: Hoy me siento peor otra vez. La fiebre alta empieza a consumirme. No puedo tomar
alimentos, deseaba beber algo para reanimarme, pero resultó que ni siquiera había agua en mi botellón.
Oh Jesús, todo para impetrar misericordia para las almas (D. 1647). Para ella, el sufrimiento se
convirtió en una oportunidad para practicar el mayor y más magnífico acto de misericordia
que consiste en alcanzar la vida divina para los demás, al precio de su propia anonadación
personal.
43

Los testimonios de las Hermanas confirman que Santa Faustina comprendía la finalidad
del sufrimiento y que era capaz de transformarlo en obras de misericordia: Cuando ya estaba
gravemente enferma, le pregunté una vez si le dolía algo. Me contestó: «Me duele mucho, como si
alguien me cortara por dentro con un cuchillo». Cuando expresé mi asombro de que a pesar de ello
estaba muy tranquila, respondió: «Yo tengo otros fines, superiores». Poco antes de su muerte, al sufrir
grandes dolores, pidió una inyección sedante, pero un instante después renunció a ella. Durante la
enfermedad no se quejaba de sus sufrimientos, pero si alguna de las Hermanas le preguntaba si sufría,
le contestaba afirmativamente, pero decía que lo soportaba para Jesús misericordioso. A su vez, Jesús
le enseñaba que su sufrimiento es efizar: Hija Mía, tus sufrimientos de esta noche han obtenido la
gracia de la misericordia para un gran número de almas (D. 1459).
El sufrimiento es un elemento de la vida humana que provoca pavor. Uno trata de
evitarlo. Para muchos, el sufrimiento es una maldición. No obstante, Sor Faustina lo recibía
como un tesoro y sabía incorporar sus grandes y pequeños sufrimientos en la obra de la
misericordia, tal y como escribía: El sufrimiento es el tesoro más grande en la tierra (D. 342). Oh
Jesús, Te doy gracias por las pequeñas cruces cotidianas, por las contrariedades con las que tropiezan
mis propósitos, por el peso de la vida comunitaria, por una mala interpretación de [mis] intenciones,
por las humillaciones por parte de los demás, por el comportamiento áspero frente a nosotros, por las
sospechas injustas, por la salud débil y por el agotamiento de las fuerzas, por repudiar yo mi propia
voluntad, por el anonadamiento de mi propio yo, por la falta de reconocimiento en todo, por los
impedimentos hechos a todos [mis] planes. Te doy gracias, Jesús, por los sufrimientos interiores, por
la aridez del espíritu, por los miedos, los temores y las dudas, por las tinieblas y la densa oscuridad
interior, por las tentaciones y las distintas pruebas, por las angustias que son difíciles de expresar y
especialmente por aquellas en las que nadie nos comprende, por la hora de la muerte, por el duro
combate durante ella, por toda la amargura (D. 343).
Santa Faustina descubrió la paradoja evangélica del crecimiento espiritual, según la cual
la vida nace de la muerte. Sus más profundos deseos espirituales se hicieron realidad: Sé que
un granito de trigo para transformarse en alimento debe ser destruido y triturado entre las piedras de
molienda, así yo, para que sea útil a la Iglesia y a las almas, tengo que ser aniquilada (D. 641). Era
capaz de recibir el sufrimiento y la muerte, lo que fructificó en forma de preciosas y heroicas
obras espirituales de misericordia. Practicando la misericordia a través del sufrimiento y la
anonadación espiritual gradual, no sólo daba vida a los demás, sino que alcanzó el amor
supremo, porque nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos (Jn 15, 13).
44

7. ESPECIAL IMPORTANCIA DE LA MISERICORDIA EJERCIDA PARA


CON LAS ALMAS PERDIDAS

Una expresión especial del amor misericordioso de Santa Faustina hacia el prójimo era
su interés por la salvación de las almas. Al practicar la misericordia, se concentraba en la
misericordia hacia los pecadores que corrían el peligro de perder su salvación. Esto resultaba
tanto del carisma de la Congregación a la que pertenecía, como de la misión que había
recibido de Jesús.

1. Jesús, modelo de la misericordia ejercida con los pecadores


A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado (Jn 1,
18). La revelación de Dios referente a su relación con el hombre y el mundo, se manifestó
plenamente en la persona de Jesucristo. En Él, Dios que es rico en misericordia, se hizo
visible (Cf. Dives in misericordia- DM 2). Jesús proclamaba a Dios, que es Bondad y
Misericordia y que con anhelo espera el regreso de los hijos pródigos. Nos llamó a todos a
imitar la misericordia del Padre. Proclamaba que la misericordia tiene primacía sobre el
sacrificio y las ofrendas, llamaba bienaventurados a los misericordiosos. No sólo enseñaba
sobre la misericordia, sino que la ejercía y la hacía presente.
Jesús mostraba la misericordia que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su
humanidad, se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza;
en contacto con toda la «condición humana» histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación
y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral (DM 3). Para los pobres, carentes de
medios de subsistencia, privados de libertad, que viven con el corazón afligido o sufren a
causa de la injusticia, Jesús se convirtió en signo visible del Padre misericordioso (Cf. DM 3).
Muchas personas enfermas, sufrientes y necesitadas imploraban la piedad de Jesús y luego
experimentaban su compasión y ayuda eficaz. A las llamadas de los infelices, Jesús siempre
respondía: curaba, resucitaba a los muertos, daba de comer o consolaba. Viendo la miseria
humana, se compadecía y ayudaba incluso sin que nadie se lo pidiese. Varios tipos de
miserias humanas le inspiraban compasión: el tormento y el abandono, las enfermedades, los
sufrimientos y la muerte.
No obstante, la misericordia de Jesús estaba especialmente dirigida a aquellos que se
perdieron por los caminos de la vida, permaneciendo en el pecado, lejos de Dios. Definió su
misión con las siguientes palabras: El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba
perdido (Lc 19, 10). Él amó a los pecadores y vino al mundo para salvarlos. Su
compenetración con los pecadores y los rechazados era tan grande que se decía de Él: Es un
glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores (Mt 11, 19). En especial, mostraba la
misericordia, que es la cercanía salvífica con Dios, a los excluidos de la sociedad, a los que
han sido rechazados debido al pecado, el mal y a comportamientos inmorales. Se sentaba en
la mesa con los publicanos, tenía palabras de perdón para las prostitutas y los pecadores
públicos, aunque este comportamiento le desacreditaba ante los grandes de este mundo. De
hecho, para los fariseos su actitud contradecía lo convencional, era inapropiada y
escandalosa. Jesús no rehusó enseñar y perdonar a los rechazados por sus pecados o
despreciados por la sociedad. Hasta exhortó a un publicano, Mateo, a que le siguiera,
haciéndole discípulo suyo (Cf. Mt 9, 9). Nos presenta precisamente al publicano, al cobrador
de impuestos, como un modelo de la verdadera actitud en la oración, contraponiéndolo con
45

el fariseo que se da importancia y es orgulloso. El publicano humilde que reconoce y confiesa


que es un pecador es el ejemplo de la actitud que debemos siempre adoptar en nuestra
oración. Lc 18, 10–13)19.
Cuando los fariseos preguntan a los discípulos: ¿Por qué su Maestro come con publicanos y
pecadores? (Mt 9, 11), Jesús les responde: No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino
los enfermos (Mt 9, 12). Jesús compara su misión con la de un médico, que busca a los
enfermos, los recibe y los cura. Los publicanos y los pecadores pertenecían a este grupo. El
hecho de que Jesús ayude con su misericordia a los pecadores, forma parte de la esencia de
su misión, porque Él no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores (Cf. Mt 9, 13).
La misericordia de Jesús practicada con los pecadores alcanzó su plenitud en su pasión y
muerte. Dios no tenía que salvar al hombre, pero en el exceso de su amor decidió liberarle de
las cadenas con las que el pecado lo mantenía atado. Por amor al hombre pecador, Aquel que
no conocía el pecado, era puro e inocente, se convirtió en pecado. Aunque el hombre rechazó
a Dios, Él nunca rechazó al hombre, incluso cuando éste se convirtió en su enemigo. La obra
del Salvador aporta la plenitud de la revelación de la misericordia de Dios, representa el
punto culminante de esta revelación y de la actuación de la misericordia (Cf. DM 7). Su obra
muestra que Dios ama a los pecadores y les justifica sin querer nada a cambio, porque para
salvar a los pecadores su Hijo quiso sufrir la pasión y la muerte en la cruz. El hombre no
podía reparar por los pecados cometidos ni expiar por ellos, por esto Dios le entregó a su
Hijo para que fuera Él quien reparara la deuda, los redimiera. Ello daba prueba de una
misericordia más grande que si los pecados fueran redimidos sin ninguna reparación 20. Como
constata San Pablo: la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores,
murió por nosotros (Ro 5, 8). De este modo, se mostró fiel al amor hacia el hombre y su
misericordia se reveló como mayor a cualquier mal, porque la misericordia se manifiesta más
plenamente ante el pecado. Juan Pablo II trata esta cuestión: Es ésta [la misericordia] la
dimensión indispensable del amor, es como su segundo nombre y a la vez el modo específico de su
revelación y actuación respecto a la realidad del mal presente en el mundo que afecta al hombre y lo
asedia, que se insinúa asimismo en su corazón y puede hacerle «perecer en la gehenna» (DM 7).
La obra de la Redención, que fue la revelación culminante de la misericordia, liberó al
hombre del mayor mal, es decir, de la condenación eterna como consecuencia de haber
rechazado a Dios mediante el pecado. La redención representa la más hermosa e importante
manifestación del amor misericordioso de Dios para con el hombre. Por esta razón, el acto de
misericordia más importante que una persona puede mostrar a otra es ayudarle en el camino
de la salvación, en especial, a aquellos que por el pecado corren mayor peligro de perderla.

2. Carisma y misión de la Congregación de Hermanas de la Madre de Dios de la


Misericordia
La verdad salvífica del Evangelio de diversas maneras se hace realidad en el mundo,
según los dones que Dios otorga. De este modo, la misión de Jesús, que curaba a los
enfermos, ayudaba a los pobres y defendía a los oprimidos, continúa en el mundo. Esta
misión de Jesús es realizada a través de muchas personas de buena voluntad y
congregaciones religiosas. El Santo Padre, Juan Pablo II, trata esta cuestión en la Exhortación
Apostólica Vita consecrata. En el testimonio espléndido y variado de múltiples institutos
religiosos se refleja la multitud de dones otorgados por Dios a los fundadores y fundadoras que,
abiertos a la acción del Espíritu Santo, han sabido interpretar los signos de los tiempos y responder de

19
Cf. Jezus Chrystus, jedyny Zbawiciel świata, wczoraj, dziś i na wieki, Katowice 1997, pág. 86.
20
Santo Tomás de Aquino, Suma teologiczna w skrócie, op. cit.., II–II, z. 46, a. 1.
46

un modo clarividente a las exigencias que iban surgiendo poco a poco. Siguiendo sus huellas muchas
otras personas han tratado de encarnar con la palabra y la acción el Evangelio en su propia existencia,
para mostrar en su tiempo la presencia viva de Jesús (VC 9). Este apostolado surge siempre de un
don particular, concedido por Dios al fundador de una orden religiosa, y como tal es
aprobado por la Iglesia. Entonces, se convierte en el carisma de toda la congregación para
cumplir un servicio particular en la comunidad de todo el pueblo de Dios. En la Iglesia,
existe una gran diversidad de familias de órdenes religiosas, es decir, existe una diversidad
de carismas.
En la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, leemos: Pongan, pues,
especial solicitud los religiosos en que, por ellos, la Iglesia demuestre mejor cada día a fieles e infieles,
el Cristo, ya sea entregado a la contemplación en el monte, ya sea anunciando el Reino de Dios a las
multitudes, o curando enfermos y heridos y convirtiendo los pecadores a una vida correcta, o
bendiciendo a los niños y haciendo el bien a todos, siempre obediente a la voluntad del Padre que le
envió (LG 46). Cada comunidad es llamada a seguir a Jesús en su actitud para con el hombre,
a reflejar y prolongar la misericordia que Él mostró a los pobres, a los enfermos, a los
infelices, a los que sufren y a los pecadores. Teniendo en cuenta la riqueza de las obras
misericordiosas de Jesús, existe una gran variedad de obras de misericordia y carismas de
órdenes religiosas en la Iglesia que inspiraron a sus fundadores a prolongar la misericordia
de Jesús en cada etapa de la historia.
En el contexto de esta reflexión, cabe formular una pregunta sobre el carisma de la
Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia a la cual pertenecía
Santa Faustina. ¿Qué tipo de servicio cumple esta congregación en la Iglesia? La respuesta a
esta pregunta se encuentra en las primeras constituciones de la congregación, en las que
podemos leer que el objetivo de la comunidad es no sólo el trabajo orientado a su propia
santificación a través de la práctica de las virtudes cristianas y los consejos evangélicos, sino que
también, con la ayuda de la gracia, es entregarse con todas las fuerzas (…) al trabajo para que mejoren
las muchachas y mujeres perdidas que han sentido el deseo de abandonar el camino de las malas
acciones y volver al servicio de Dios²³. Es decir, el objetivo de la congregación a la que fue
llamada Sor Faustina es salvar a los pecadores, a las almas perdidas de muchachas y mujeres
descuidadas moralmente, que por su propia voluntad desearan mejorar su vida.
La formación de las Hermanas surgía del espíritu de la misericordia, estaba orientada a
la cooperación con Jesús, el Salvador de las almas. Nuestra obra es la obra del mismo Salvador –
enseñaba la maestra del noviciado21. Todo corazón bueno y noble al ver el sufrimiento del
prójimo quiere brindarle alivio. Pero – continuaba la maestra – ¿qué es el sufrimiento del cuerpo
en comparación con el tormento de un alma condenada y qué es el alivio temporal del dolor corporal
limitado dado en un tiempo efímero, en comparación con la ayuda que le ofrecemos al alma del
prójimo, cuando le ayudamos en la salvación a través de nuestro trabajo, nuestra oración, [nuestro
sacrificio]? «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó
para los que le aman» (1 Co 2, 9). Se puede decir lo mismo, pero en el sentido opuesto, sobre los
tormentos infernales, puesto que ni el ojo ni el oído han oído o visto jamás cosas semejantes. ¿Cómo se
puede valorar este favor que les prestamos a las almas que están expuestas a semejantes peligros? 22
Las Constituciones subrayaban que al entregarse a la obra de la salvación de las almas, las
Hermanas cumplen el servicio más digno y rinden el mayor homenaje posible a la majestuosidad de
Dios, porque lo que más desea Dios es que las almas se conviertan, y en particular, las almas
pecadoras, por las cuales se encarnó. (...) Es la tarea más gloriosa, porque une estrechamente con Jesús,
con su Santísima Madre, con los Apóstoles y con tantos santos que entregaron su vida, sus trabajos,
21
Notatnik s. Ireny Krzyżanowskiej, En: Archivos de la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia
22
Ibid.
47

sus sufrimientos y su muerte para salvar las almas de la muerte del pecado, para darles la vida en la
gracia y en la gloria. (...) Es una obra que incluye en sí, al más alto nivel, todas las otras buenas obras
a las que uno se puede dedicar23.
El espíritu de la Comunidad se basa en «el amor ferviente» que se manifiesta al desear
ardientemente la gloria de Dios y la salvación de las almas, hasta sacrificarse a sí misma. Este
es el espíritu de Cristo. Con este deseo, Él descendió a la tierra. La gloria de Dios a través de la
salvación de las almas – aprenden las Hermanas – es (...) la tarea y el único objetivo principal de
Cristo en la tierra, para los que dedicó su trabajo, sus enseñanzas, su sufrimiento y su pasión. Para
alcanzar dicho objetivo se sacrificó su vida24.

3. La misericordia practicada con las almas perdidas en la vida de Sor Faustina


De entre las diversas maneras de seguir a Jesús en su actitud misericordiosa con el
hombre, la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia ha
recibido un distinguido don: la invitación a colaborar con el Salvador en la obra de salvar a
las almas perdidas, es decir, a las muchachas y a las mujeres que necesitan una renovación
moral. A esta Orden, que poseía tal carisma, Jesús llamó a Sor Faustina, y cuando ella quiso
trasladarse a otra congregación religiosa más estricta se lo impidió, diciéndole: Te llamé aquí y
no a otro lugar y te tengo preparadas muchas gracias (D. 19).
Santa Faustina resultó ser la hija más fiel de esta Comunidad, y tras haber pasado unos
años en la vida religiosa, expresaba su felicidad y su alegría por haber sido llamada por Jesús
a esta Orden que está tan estrechamente entrelazada a la misión salvífica de Cristo: Qué
alegría siento, porque Jesús me llamó a nuestra Comunidad, que está estrechamente unida con la obra
y la misión de Jesús – que consiste en salvar a las almas 25. Con todo su corazón, Sor Faustina se
involucró en la obra apostólica de la Congregación. Con un entusiasmo apasionado y un
afán incansable, realizaba el carisma de la Comunidad. Deseo cansarme, trabajar, anonadarme
por nuestra obra de salvación de las almas inmortales – escribía en el Diario – (...) Por la fidelidad a
la Congregación deseo ser útil a toda la Iglesia (D. 194). A una Hermana con la que trabó amistad,
la Hermana Ludwina, le escribía: Nosotros debemos recordar que nuestra misión [es] noble (...).
En todo nuestro interior debemos tener los rasgos de Jesús, es decir, la anonadación de sí mismos por
amor a Dios en favor de las almas inmortales y, en particular, [debemos cuidar de] las almas que
Jesús nos ha confiado26.
Los rasgos característicos de la actitud misericordiosa de Sor Faustina eran amar a las
internas, que eran muchachas extraviadas que en las casas de la Congregación buscaban
apoyo y ayuda en el camino de conversión, así como asumir la responsabilidad por su
salvación. Escribía a una Hermana: Nuestro deber es rezar con fervor por nuestras internas, por
estas almas que Dios nos ha encomendado. Sabemos que ellas necesitan nuestra plegaria 27. Decidió
encomendar cada día de su vida fervorosamente la obra de la Congregación (Cf. D. 861).
Santa Faustina se sentía distinguida y era un honor para ella participar en la solicitud
que Jesús mostraba con misericordia a las almas extraviadas mediante la realización de la
misión carismática de la Congregación. Oh gran Amante de las almas – escribía – oh Jesús mío,
Te agradezco por esta gran confianza, ya que Te has dignado confiar estas almas a nuestro cuidado (D.

23
Konstytucje Towarzystwa Matki Bożej Miłosierdzia, op. cit.., pág. 46.
24
Złote ziarna nowicjuszki, En: Archivos de la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia, pág. 219.
25
List Siostry Faustyny do s. Ludwiny, Vilna, 26 de Agosto de 1934; En: Listy Sługi Bożej s. M. Faustyny
Kowalskiej profeski wieczystej Zgromadzenia Sióstr Matki Bożej Miłosierdzia. Opracowanie krytyczne, texto
mecanografiado, pág. 82.
26
Ibid, s. 82.
27
Ibid, 30 octubre de 1934, pág. 79.
48

245). Se compadecía de sus caídas y pecados, cargaba con sus tentaciones, las liberaba de las
redes de la esclavitud. A las cuatro, al venir a la adoración – escribió en el Diario – vi a una de
nuestras alumnas ofendiendo terriblemente a Dios con los pecados impuros de pensamiento. Vi
también a cierta persona por la cual pecaba. Un temor atravesó mi alma y pedí a Dios, por los dolores
de Jesús, que se dignara sacarla [de] esa horrible miseria. Jesús me contestó que le concedería la gracia
no por ella, sino por mi plegaria; entonces comprendí cuánto deberíamos rogar por los pecadores y
especialmente por nuestras alumnas (D. 349). En otro lugar, apuntó: Una vez me cargué con una
espantosa tentación que atormentaba a una de nuestras alumnas en la casa de Varsovia. Era la
tentación del suicidio. Sufrí durante siete días y después de siete días Jesús le concedió la gracia y
entonces terminó mi sufrimiento. Es un gran sufrimiento. A menudo me cargo con tormentos de
nuestras alumnas. Jesús me lo permite, y los confesores (D. 192).
Sor Faustina decidió proteger con la oración y el sacrificio a cada alma que había sido
confiada al cuidado de la Congregación (Cf. D. 245). Lamentaba que las casas de la
Congregación eran a menudo demasiado pequeños para admitir a todas las muchachas que
se presentaban. Hoy vino a la puerta cierta alma pidiendo ser recibida (...) – escribía en el Diario –
sin embargo no fue posible acogerla. Aquella alma necesitaba mucho nuestra casa. Mientras hablaba
con ella se ha renovado en mí la Pasión de Jesús. Cuando se alejó me sometí a una de las mas grandes
mortificaciones, pero la próxima vez no dejaré que se vaya un alma como ésa. Sin embargo, durante
tres días sufrí mucho por esa alma. Cuánto deploro que nuestros institutos sean tan pequeños y no
puedan albergar a un mayor número de almas queridas. Jesús mío, Tú sabes cuánto sufro por cada
ovejita extraviada (D. 1305). De hecho, los recuerdos de las Hermanas subrayan este afán
apostólico de Sor Faustina. Asimismo, ponen de relieve que estaba completamente
involucrada en la misión de la Congregación: La salvación de las almas le importaba mucho. Se
interesaba por la vida de las internas y cuando se daba cuenta de que alguna no comulgaba durante un
periodo largo de tiempo, le preguntaba por el motivo, la animaba para que recibiera al Señor que nos
ama tanto.
Al ser una hermana del segundo coro, Sor Faustina no se ocupaba de educar a las
muchachas, como ocurría en el caso de las Hermanas dedicadas a la enseñanza. Pero tenía
contacto con ellas cuando le eran asignadas en el trabajo del jardín o en la cocina. Estas
situaciones le permitían influir directamente sobre las alumnas y orientar sus almas hacia
Dios. Las hermanas subrayaban que aunque Sor Faustina no tenía estudios ni experiencia
pedagógica, procedía acertadamente con las muchachas y era respetada por ellas. Lo
recuerda una de las Hermanas: Quisiera hacer hincapié en la gran y positiva influencia que (...)
tuvo sobre nuestras internas. Se trataba de muchachas que a menudo resultaban difíciles. Siempre la
trataban con amabilidad y respeto, por lo visto notaban en ella el espíritu de Dios.
Siguiendo el ejemplo de Jesús misericordioso, que con bondad se compadecía de los más
grandes pecadores, Sor Faustina trataba a las muchachas con paciencia, amabilidad e
indulgencia, por lo que sedujo y cautivó sus corazones para Dios. Era muy benévola con
nosotros – recuerda una antigua interna – Se interesaba por si pasábamos hambre. Era más
exigente consigo misma. Cuando quisimos felicitarle por su santo, o por las fiestas, no permitía que le
besáramos en la mano. Teníamos que trabajar con ella, pero no nos hacía trabajar excesivamente.
Decíamos de ella: Sor Faustina es una monja de pura cepa.
Al trabajar con las muchachas, Sor Faustina ejercía una influencia positiva sobre ellas, no
sólo a través del ejemplo de su propia vida, sino también con las instrucciones sobre la vida
de Dios, sobre las virtudes, la grandeza de la misericordia divina, animándolas de este modo
a que transformaran sus vidas. Lo recuerda una antigua interna: [Sor Faustina] varias veces
contaba a las muchachas lo hermosa que es la virtud de la pureza. Ella apreciaba mucho la pureza.
Decía que la Virgen Santísima es un modelo de esta virtud. Cuando a veces alguna de las muchachas
49

usaba una palabra menos modesta, siempre la corregía. Decía: «No os dais cuenta de lo importante que
es la virtud de la pureza». O decía en tono de broma a la chica: «Tú irás detrás de Jesús no con una
azucena, sino con un “hemerocallis” 28». (...) Frecuentemente, nos contaba sobre Santa Teresita del
Niño Jesús y San Estanislao Kostka, incitándonos a seguir sus ejemplos. Nos hablaba mucho sobre la
divina misericordia, que abarca a cada persona y perdona sus pecados. Subrayaba que no hay en la
tierra ningún criminal tan grande que Dios no le pueda perdonar sus faltas. Sin embargo, no nos
proponía ninguna específica fórmula de oración a la divina misericordia.
Dando ejemplo de oración continua y de unión con Dios, animaba a las muchachas a la
oración y a la vida sacramental. A menudo, acudía a la adoración durante el día y cuando había
adoración perpetua, nos decía: «Queridas muchachas, no podemos estar todo el tiempo en la capilla,
pero procurad ir de una en una. Id a la capilla aunque sea por poco tiempo, adorad a Jesús y decid
alguna jaculatoria, por ejemplo: Jesús, te amo, en ti confío». Asimismo, nos incitaba a comulgar
frecuentemente, decía que su mayor alegría sería que las muchachas comulgaran a diario. Cuando se
acercaba el primer viernes del mes, nos preparaba para la confesión y la comunión. Cuando a veces
surgía algún malentendido entre nosotras, sabía hablar de tal modo que todas las aversiones
desaparecían. Nos hablaba sobre la necesidad de reparar los pecados del mundo entero a través de la
Comunión del primer viernes de cada mes. Varias veces, sus palabras bondadosas vencían la
resistencia de las muchachas que no siempre querían comulgar. En especial, nos conmovía cuando
explicaba que Jesús ama tanto que incluso descendería del cielo y moriría por una sola alma.
Estos testimonios muestran que Sor Faustina sabía ganarse a las chicas más tercas y
rebeldes, con las que nadie podía. Con suavidad y bondad, llegaba a sus almas y permitía
que la gracia de Aquel que era «Amigo de publicanos y pecadores» penetrara los corazones
endurecidos y obstinados para purificarlos y transformarlos. Una de nuestras internas en Vilna
– recuerda una de las Hermanas – me dijo que durante su estancia en Vilna era una niña mala,
tozuda y obstinada. No quería recibir los santos sacramentos. Sor Faustina se ocupó de ella de un
modo particular. Se acercaba a ella, trataba de complacerla para luego, a su debido tiempo, cautivar su
alma para Dios. Cuando llegaron las Navidades, los parientes visitaban a las chicas y les traían
regalos, pero Antośka no recibió nada, porque era huérfana y no tenía familia (...) [Sor Faustina] pidió
a la superiora que le permitiera hacerle un paquete de regalo. Pidió a la chica que fuera a la salita de
encuentros, donde le dio el paquete y le deseó unas felices fiestas. La chica estaba tan conmovida por el
afecto que le había mostrado Sor Faustina, que fue luego a confesarse y cambió su estilo de vida. Las
chicas que se comportaban de una manera desagradable, con las que nadie quería trabajar,
cambiaban completamente bajo su influencia; tal era su influencia sobre sus almas: silenciosa,
pero eficaz.
Los comentarios que han sido expuestos hasta ahora indican de qué modo Santa
Faustina practicaba la misericordia con las chicas y las mujeres de las que se ocupaba la
Congregación, que representaba la misión carismática de la misma. Hemos mostrado la
práctica de la misericordia con las almas pecadoras que estaban al alcance directo de sus
actividades, y también lo que se podía observar desde fuera. Del análisis del Diario se
desprende que Sor Faustina recibió el carisma de salvar no sólo a las chicas y mujeres
extraviadas moralmente, sino a todas las almas perdidas que corren el peligro de perder la
salvación. Cumplía su misión al proclamar el misterio de la divina misericordia con la
acción, la palabra y la oración. De esta manera, extendía el alcance de las actividades de la
Congregación para que abarcara también las almas que se encontraban fuera de su asistencia
directa.
28
Nota del Traductor: Sor Faustina utilizó el nombre común “smolinos”, o sea “lirio de día” en español, una flor
que no es blanca como la azucena. En polaco, el nombre común se refiere al hecho de que el polen de esta flor
ensucia la nariz al ser olida.
50

Cuánto deseo la salvación de las almas (D. 1784) – le decía Jesús – Mi Corazón esta colmado de
gran misericordia para las almas y especialmente para los pobres pecadores (D. 367). Mira Mi
Corazón lleno de amor y de misericordia que tengo por los hombres y especialmente por los pecadores
(D. 1663). Estas palabras muestran hasta que punto Jesús ama a los pecadores, aunque a
menudo desprecien su amor y como hijos pródigos malgasten toda la fortuna de su bondad.
Al igual que durante la vida terrenal de Jesús, los pecadores representan «el grupo
privilegiado», constituyen un «objeto» especial por el que Dios misericordioso se preocupa.
Dios se compadece de las almas enfermas debido al pecado, al igual que una buena madre
tiene compasión por su hijo enfermo. Por esta razón, Jesús dice a Sor Faustina: Soy más
generoso para los pecadores que para los justos. Por ellos he bajado a la tierra…. Por ellos he
derramado Mi sangre; que no tengan miedo de acercase a Mí, son los que más necesitan Mi
misericordia (D. 1275). Oh, si los pecadores conocieran Mi misericordia no perecería un número tan
grande de ellos (D. 1396). Dios, que es la plenitud de la existencia y de la felicidad, echa de
menos al hombre, le busca, escucha atentamente los latidos del corazón del pecador,
esperando que empiece a latir para Él. Persigo a los pecadores con Mi misericordia en todos sus
caminos y Mi Corazón se alegra cuando ellos vuelven a Mí. Olvido las amarguras que dieron a beber a
Mi Corazón y Me alegro de su retorno (...) Di a los pecadores que siempre los espero, escucho
atentamente el latir de sus corazones [para saber] cuándo latirán para Mí (D. 1728).
Enseñándole místicamente su Pasión, Jesús le mostraba al mismo tiempo el elevado
precio de la salvación y el gran amor de Dios por las almas, la grandeza de la dignidad y el
valor de cada alma que no ser comparado con nada. Jesús se presentó delante de mí
inesperadamente – escribía en el Diario – despojado de las vestiduras, cubierto de llagas en todo el
cuerpo, con los ojos llenos de sangre y de lágrimas, la cara desfigurada, cubierta de salivazos. De
repente el Señor me dijo: (...) Mira lo que ha hecho Conmigo el amor por las almas humanas (D. 268).
Todo esto por la salvación de las almas (D. 1184).
La amistad entre Jesús y Sor Faustina era algo maravilloso. Jesús le hablaba sobre su
deseo de «salvar a las almas» y le pedía ayuda, la invitaba a participar en la misión que había
recibido del Padre y por la que había entregado su vida. Deseo la salvación de las almas;
ayúdame, hija Mía, a salvar las almas (D. 1032) – le decía. Ayúdame a salvar los pecadores (D.
1645). No dejes de rogar por los pecadores. Tú sabes cuánto sus almas pesan sobre Mi corazón (D.
975). Santa Faustina no era insensible a las súplicas, penas y preocupaciones de su mejor
Amigo, Jesús. Le respondía en la oración conforme a su petición. Oh Cristo, dame las almas.
Envía sobre mí todo lo que quieras, pero a cambio, dame las almas. Deseo la salvación de las almas (D.
1426). Jesús y Santa Faustina tenían la mirada fija en la misma dirección, tenían un objetivo,
«salvar a las almas», al cual subordinaban todo lo demás. La vida de Sor Faustina estaba
centrada en las vidas de las almas, vivía para las almas inmortales. No vivo para mí, sino para
un gran número de almas (D. 382), admitía. Siento plenamente que vivo por las almas, para
conducirlas a Tu misericordia, oh Señor (D. 971). El deseo de salvar a las almas se convirtió en
un fuego siempre vivo, que nunca se apagaba, que mitigaba con el sacrificio, con la
anonadación de sí misma. Jesús, deseo la salvación de las almas (...).En el sacrificio desahogaré mi
corazón (D. 235). Ardo del deseo de salvar a las almas; recorro el mundo entero a lo largo y a lo ancho
y penetro hasta sus confines, hasta los lugares más salvajes para salvar a las almas (D. 745).
Jesús le enseñaba que la conversión de cada alma requiere sacrificio (Cf. D. 961). Quiero
enseñarte a salvar las almas con el sacrificio y la oración (D. 1767), le decía. Sor Faustina sabía que
hay un solo precio con el cual se compran las almas, y éste es el sufrimiento unido al sufrimiento [de
Jesús] en la cruz (D. 324). Por esta razón, su vida estaba llena de sufrimiento. Ofrecía este
sufrimiento por los pecadores para implorarles la gracia del cambio de vida. Eran
sufrimientos morales y espirituales relacionados con la misión que le fue confiada, dolores
51

de estigmas, experiencias dolorosas de las noches oscuras del espíritu, así como ataques de
tuberculosis que consumían sus pulmones y el sistema digestivo. Cuando los sufrimientos
eran muy agudos, solía decir que ofrecía sus sufrimientos por los pecadores: Jesús, hoy ofrezco
todo por los pecadores. Que los golpes de Tu justicia se abatan sobre mí, y el mar de la misericordia
alcance a los pobres pecadores (D. 927). En otra nota, escribió: Mi alma está en un mar de
sufrimientos. Los pecadores me han quitado todo; pero está bien así, he dado todo por ellos para que
conozcan que Tú eres bueno e infinitamente misericordioso. Yo en todo caso Te seré fiel bajo el arco
iris y bajo la tempestad (D. 893).
Poco a poco, maduraba en ella el deseo de ser una hostia expiatoria. No era suficiente
ofrecer a Dios sus mortificaciones, oraciones y sufrimientos como sacrificio para seguir a
Jesús en su mayor obra de misericordia, es decir, la muerte en la cruz. Por esta razón, el
Jueves Santo de 1934, Sor Faustina redactó un acto voluntario de ofrecerse a Dios por los
pecadores, en particular, por los que habían perdido la esperanza en la divina misericordia.
Conforme a este acto, se comprometió a cargar con todos los tormentos, inquietudes,
sufrimientos y miedos que sufren los pecadores y a darles el consuelo que ella recibía a
través de su contacto íntimo con Dios. Mi nombre es hostia, es decir, victima (D. 485), decía sobre
sí misma, identificándose de un modo muy auténtico.
La conversión de las almas constituía el contenido principal de la misión de Sor
Faustina. Ella realizaba esta misión al cumplir con sus deberes cotidianos, en secreto y a
hurtadillas, sintiéndose feliz de poder sufrir para Dios y las almas. De este modo, practicaba
la mayor misericordia y la más difícil, que, siguiendo el ejemplo de Jesús, consiste en
entregar la vida por los pecadores.
52

8. LA ACTITUD DE MISERICORDIA Y LA ASCESIS

En el contexto de las reflexiones que han sido presentado hasta ahora, la misericordia
parece ser la actitud cristiana más sublime. Es una actitud cristiana que pide mucho de
aquellos que desean que se manifieste completamente en sus vidas. Requiere hacer esfuerzos
espirituales, renuncias y una disposición que se logra cuando trabajamos constantemente
para alcanzarla y mantenerla. En la religión cristiana, este trabajo se denomina ascesis.

1. Noción y objetivo de la ascesis


Habitualmente, la palabra «ascesis» se comprende en un significado estrecho y negativo
y, a veces, incluso falso, que la asocia con la renuncia que priva al hombre de la libertad a la
que tiene derecho y limita su derecho a disfrutar alegremente de la vida. En este enfoque,
únicamente se subraya el aspecto de la renuncia a algo, sin indicar el objetivo y los frutos de
dicha renuncia. De hecho, la palabra «ascesis» (en griego, askesin), significa: ejercitar,
entrenar, practicar, renunciar a algo. Se usaba para definir los ejercicios y las renuncias que
hacían los griegos para ser más fuertes y hábiles en las competiciones atléticas. La filosofía
estoica concedió a esta noción un sentido moral: lograr la perfección ética y no estar apegado
al mundo para conseguir la libertad y el dominio de sí mismo29.
La religión cristiana asimiló esta noción de los griegos y completó su contenido y los
objetivos con elementos sobrenaturales de la revelación. Así pues, la ascesis en la tradición
cristiana significa un esfuerzo sistemático y perseverante del hombre, que persigue el fin de
alcanzar la perfección. El objetivo de la ascesis es eliminar los síntomas más destructivos del
egoísmo, poner orden en la naturaleza desfigurada por el pecado original y formar
capacidades espirituales positivas. Todas estas acciones tienen un objetivo: la unión con Dios
en el amor. La ascesis es necesaria porque la acción de la gracia de Dios en el alma del
cristiano no es automática, sino que requiere colaboración, que abarca la eliminación de los
obstáculos que la obstruyen. Este esfuerzo es necesario para que Dios pueda actuar en el
alma. El sentido de la ascesis consiste en colaborar con Dios en la purificación del alma de los
restos del pecado y de las pasiones que impiden que se refleje en ella la imagen de Dios 30.
Después del pecado original, el alma del hombre es como un espejo al revés, que en
lugar de reflejar a Dios, refleja la imagen de una materia deforme. Las pasiones perturban la
armonía original que existía en el hombre. Por esta razón, el hombre tiene una inclinación
hacia lo que es de corta duración y en lugar de escoger al Creador, se escoge a sí mismo; en
lugar del Modelo Original, opta por imágenes falsas 31. Durante su vida terrenal, el hombre
está indeciso interiormente y continuamente corre peligros. Se deja arrastrar por las
añoranzas, las elevaciones más altas del alma son paralizadas por las pasiones más viles,
desea la libertad, pero este deseo es aniquilado por su propia debilidad y las situaciones de la
vida de cada día. La existencia del hombre está tejida de esta batalla de fuerzas antagónicas.
Esta contradicción y la tensión entre el cuerpo y el alma están presentes en cada persona.
El hombre, es hijo de Dios, pero perdura en él el germen del pecado que puede abismarle en
la esclavitud. El objetivo de la vida del hombre es lograr que su espíritu que no se deje llevar
por fuerzas fortuitas. Por esta razón, la ascesis nos incita a estar continuamente alerta y a la
«lucha contra el cuerpo» (Cf. Ro 8, 1–12), que conlleva la purificación, la transformación de la
29
Cf. Z. Pawlak, red., Katolicyzm A–Z, Poznań 1989, pág. 19.
30
Cf. Pełna jest ziemia Twego Ducha, Panie, Katowice 1997, pág. 163.
31
Cf. ibid.
53

naturaleza del hombre, de tal modo que el hombre se convierta en una criatura nueva que
lleva a Jesús en el corazón. Del lado negativo, «vista desde abajo», la ascesis es una lucha
incesante. Del lado positivo, significa recibir los dones de Dios y representa la renovación de
la armonía original en el hombre y de la belleza de la imagen de Dios que el hombre tenía al
principio. El alma, purificada de la fealdad del pecado y santificada por la gracia, mediante
la pureza recupera su forma original, de tal modo que Dios vuelve a encontrar en ella su
propia imagen.
La ascesis no tiene nada que ver con el desdén consciente por el mundo, con la traición y
la evasión de las tareas terrenales. Una falsa ascesis que califica cualquier placer de
ignominioso y que considera que la vida del cuerpo es despreciable, es una deformación de
la naturaleza que al ser creada por Dios, es buena 32. Dios representa la fuente de la vida
espiritual y concede sus gracias a los hombres que, compuestos de cuerpo y alma. La
intención de Dios no es «liberar» el alma del cuerpo, sino santificar ambos elementos y
divinizar al hombre en su totalidad33.
La ascesis ejercida por motivos falsos o sin ningún motivo justo, no nos lleva a los
resultados pretendidos. Si renunciamos a muchas cosas para considerarnos mejores que los
demás, esto sólo significará que nos queremos halagar a nosotros mismos. La ascesis se
aparta de su objetivo, si hace que nos convirtamos en unos extravagantes. Nos
perfeccionamos no sólo ayunando, sino también comiendo cuando deberíamos comer. Nos
santificamos no sólo con la oración, sino también con el sueño, durmiendo en obediencia a
Dios, que nos ha hecho de este modo. Por otra parte, no sólo la soledad contribuye a nuestra
unión con Dios, sino que, ante todo, el amor sobrenatural por nuestros amigos, parientes,
compañeros de vida y colegas en el trabajo 34 y por todas las personas que Dios pone en
nuestro camino.
La ascesis no es verdadera si hace que seamos crueles consigo mismos y con los demás.
También se pueden hacer inmensos esfuerzos para ganar dinero o alcanzar una habilidad
física y, sin embargo, no tienen nada que ver con la ascesis cristiana, que debería tener un
carácter sobrenatural y cuyo objetivo debe ser ante todo Dios. La ascesis verdadera es la que
está dirigida por el espíritu de Dios. El alma del hombre debería entregarse a la gracia que no
puede infundirnos otro deseo que el de cumplir la voluntad de Dios, sin reparar en si esto
nos resulta agradable o no.

Diversas razones demuestran que tenemos el deber de ejercer continuamente la ascesis


en nuestra vida:
– Ante todo, el deber común de aspirar a la santidad. Este deber resulta del acto del
bautismo y ha sido confirmado por el mandamiento de Cristo: Sean perfectos como es perfecto
el Padre que está en el cielo (Mt 5, 48).
– La necesidad de renunciar al apego a las cosas materiales para tratarlas sin
demasiada preocupación, de un modo ordenado: Pues, de igual manera, cualquiera de
vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 33).
– La necesidad de renunciar a uno mismo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a
sí mismo (Lc 9, 23)35.
A los motivos mencionados, cabe añadir la necesidad de mortificarse debido a los
efectos del pecado original que debilitó nuestra naturaleza e hizo que fuera propensa a
32
Cf. T. Merton, Nikt nie jest samotną wyspą, Kraków 1989, pág. 238–239.
33
Cf. ibid., pág. 232.
34
Cf. ibid., pág. 233.
35
Cf. Z. Pawlak, red., Katolicyzm A–Z, op. cit., pág. 19.
54

repetir malas acciones, y que en definitiva deforma la conciencia y hace que resulte difícil
evaluar nuestro comportamiento moral. Asimismo, cabe añadir la necesidad de seguir los
pasos de Jesús crucificado, es decir, el motivo del amor de Dios.
La ascesis no es un objetivo en si mismo, sino un medio para alcanzar la santificación.
Por ello, debería aplicarse con prudencia y cautela. Y aunque existe sólo un ideal de
santidad, es decir, la perfección de Dios realizada en Cristo, el modelo de la perfección es
individual para cada persona. De ahí que también la orientación de la ascesis sea un poco
diferente para cada persona.
La ascesis empieza cuando nos damos cuenta de nuestra condición humana, de la
fragilidad de la naturaleza humana, cuando conocemos nuestras virtudes, defectos y puntos
débiles que debemos aprender a dominar. Cabe empezar por eliminar los pecados, corregir
las perversiones, domar los deseos codiciosos, debilitar y controlar los impulsos. Sin
embargo, en la ascesis no se trata de reprimir ciegamente o de aniquilar las disposiciones
innatas, lo que conduciría a perder nuestra personalidad natural. Se trata más bien de
cambiar los objetos y objetivos de las aspiraciones del hombre por objetos y objetivos cuya
calidad sea cada vez mayor36.
Asimismo, la ascesis prepara al hombre para aceptar de la vida con sus acontecimientos
inesperados y dolorosos; a recibir con paciencia las dificultades que no ha escogido, sino que
han aparecido con las circunstancias; a elevarse por encima de los sentimientos egoístas; a
aguantar la ingratitud humana y muchos otros obstáculos que están relacionados con la vida
cotidiana. Estas situaciones representan ocasiones para negarse a sí mismo. Esta renuncia
siempre tiene un fin y un sentido determinado. La ascesis no se limita únicamente a controlar
y a disciplinar nuestra naturaleza, sino que nos prepara para adquirir las virtudes y a
entregar todo nuestro ser a Dios. Gracias a la ascesis, aprendemos a dominarnos de tal modo
que podemos servir al hombre en el espíritu de la misericordia y ofrecernos completamente a
Dios. El objetivo de la perfección de la renuncia cristiana es que nos entreguemos
completamente a Dios, en unión con Cristo que se sacrificó para salvar al mundo.

2. La ascesis que condiciona la práctica de la misericordia en la vida de Sor Faustina


Hay almas – dijo Jesús a la Hermana Faustina – que llenan de alegría Mi Corazón. En ellas
están grabados Mis rasgos y por eso el Padre Celestial las mira con una complacencia especial. Ellas
serán la maravilla de los Ángeles y de los hombres (D. 367). He aquí el ideal de la perfección que
Jesús le enseñó. No consiste en rezar oraciones específicas, ni significa realizar cierto número
de ayunos a la semana, tampoco está orientado a aislarse del mundo o a llevar a cabo
grandes obras. Lo esencial de este ideal es reflejar los rasgos de Cristo, reflejar en sí la imagen
viva de Jesús, es decir, convertirse en «vera ikona», en el reflejo verdadero y resplandeciente
de Cristo misericordioso.
El Espíritu Santo, que actuaba con su inmensa fuerza en el alma de Sor Faustina,
inspiraba en ella el deseo de unirse con Dios, de divinizarse y participar plenamente en la
vida divina, por esto rezaba: Diviniza todo mi ser (D. 1523); Jesús mío, transfórmame en Ti,
porque Tú puedes hacer todo (D. 163); Jesús, haz a mi corazón semejante al Tuyo, o más bien
transfórmalo en Tu propio [corazón] (D. 514). Este deseo de transformarse en Jesús no era un
deseo impreciso. Sor Faustina sabía que la persona que sigue el modelo de Jesús es aquella
que es misericordiosa y reproduce verdaderamente la imagen de Jesús en su vida. Es la que
ama a los débiles, sufre con los que sufren, se compadece de los que lloran, intercede por los
pecadores. Es aquella que ama sin garantías ni premios, hasta entregar su vida. Este es el

36
Cf. ibid.
55

ideal de la perfección de Sor Faustina, lo que viene confirmado por su declaración: Oh Jesús
mío, cada uno de Tus santos refleja en sí una de Tus virtudes, yo deseo reflejar Tu Corazón compasivo
y lleno de misericordia (...) Que Tu misericordia, oh Jesús, quede impresa sobre mi corazón y mi alma
como un sello y éste será mi signo distintivo en esta vida y en la otra (D. 1242).
Jesús enseñaba a Sor Faustina que la perfección no consiste en cumplir las leyes
formalmente. Le decía que al querer alcanzarla no podemos limitarnos a cumplirla al pie de
la letra, porque ella misma no hace crecer en el amor (Cf. D. 1637) y que el objetivo de todas
las privaciones es lograr el espíritu de Jesús, el espíritu de amor y de misericordia (Cf. D.
1478). Por esto, Jesús le pedía: Hija Mía, observa Mi Corazón misericordioso y reproduce su
compasión en tu corazón y en tus acciones (D. 1688). Deseo que tu corazón sea formado a semejanza
de Mi Corazón misericordioso (D. 167). Sé misericordiosa con los demás como Yo soy misericordioso
contigo (D. 1486): este es el fin que Jesús indicó a Sor Faustina. Esta es la cumbre espiritual
que Santa Faustina deseó alcanzar, la tarea que quiso cumplir en su vida.
Los santos deseos siempre son obra del Espíritu Santo, pero por sí mismos no dan
prueba de la perfección. En cada alma y, en particular, en la que quiere llegar a alcanzar
mucho, aparece una tensión permanente, tiene lugar una lucha en la que se enfrentan el bien
y el mal, se desarrolla un enfrentamiento doloroso entre el ideal escogido y la debilidad real.
Sor Faustina reconoce haber vivido esta tensión en el Diario sin perturbarse y sin sentir una
falsa vergüenza. [Jesús] – escribía – Te agradezco por esta gran gracia, es decir, de darme a conocer
lo que soy por mi misma, miseria y pecado, nada más. Por mi misma puedo hacer una cosa solamente,
es decir, ofenderte, oh Dios mío (D. 363). Esta autocrítica no era suficiente, de ahí que Jesús la
completara, diciendo: Si te revelara toda la miseria que eres, morirías del horror (D. 718). Le
indicaba errores evidentes: Me extraña que no (...) hayas renunciado todavía completamente a tu
propia voluntad (D. 369), le enseñaba lo que no le gusta en su alma (Cf. D. 293), le concedía la
gracia de conocerse a sí misma, o sea, de ver sus concretos defectos e imperfecciones (Cf. D.
274).
Sor Faustina sentía la debilidad de la naturaleza humana que después del pecado
original es más propensa al mal que al bien. También ella a veces caía y se tropezaba, pero se
daba cuenta de ello y lo reconocía. Continuamente descubro faltas en mi comportamiento (D. 900),
escribía. Jesús mío, a pesar de Tus gracias, siento y veo toda mi miseria (D. 606). Como percibía su
debilidad, rezaba sin cesar para que Dios le diera fuerzas. Oh Jesús – rezaba – mantenme a Tu
lado, mira lo débil que soy, por mi misma no avanzaré ni un paso (D. 264). Como era consciente de
que el mal es tentador, desconfiaba de sí misma, se controlaba y se evaluaba. Cuando comencé
a reflexionar profundamente sobre mí, no noté estar apegada a alguna cosa, pero, como en todas mis
cosas, también en ésta tenia miedo de mi misma y no me fiaba de mi misma (D. 338). Sor Faustina
mostraba mucha vigilancia espiritual, prudencia interior y control de si misma: Oh Jesús mío,
soy tan propensa al mal y eso me obliga a vigilarme continuamente (D. 606).
Como en el caso de cualquier otra persona, los grandes y extraordinarios “locos”
impulsos de su corazón, suscitados por el Espíritu Santo, chocaban con la debilidad más
ordinaria, con momentos en el que predominaban su amor propio, su propia voluntad o su
egoísmo. También en ella existía el conflicto entre el alma y el cuerpo, la tensión dramática
que surge de la lucha entre el bien y el mal. ¿Cómo resolver este problema de la vida? ¿Cómo
lograr la unión con Dios? ¿Cómo transformarse en Él si la voluntad humana se inclina hacia
la fealdad terrenal y la ilusión de la felicidad? Ahora comprendo bien – contestaba – que lo que
une más estrechamente el alma a Dios es negarse a sí mismo, es decir, unir su voluntad a la voluntad
de Dios (D. 462).
Sor Faustina descubrió que el camino hacia la pureza del alma y hacia la unión con Dios
pasa por la renuncia, la resignación de la propia voluntad, la abnegación de sí mismo, es
56

decir, la ascesis, cuyo fruto maduro es cumplir la voluntad de Dios y vivir la plenitud de la
misericordia practicada para con el prójimo. Emprender el esfuerzo de la ascesis significa
luchar consigo mismo, valiente, inflexiblemente y sin cesar contra nuestra naturaleza
corrompida que como constata Sor Faustina, gracias a la gracia de Dios se ennoblece, pero no
muere (Cf. D. 1340). Comienzo el día luchando y lo termino luchando – decía – en cuanto aparto
una dificultad, en su lugar surgen diez por superar, pero no me aflijo por ello, porque sé muy bien que
éste es el tiempo de la lucha y no de la paz (D. 606). Cuando me acuesto me siento como un soldado
que vuelve del campo de batalla (D. 1310). Ni en los momentos de calma y recogimiento
abandonaba esta batalla, siempre estaba alerta y preparada para rechazar los ataques del
enemigo del alma. A pesar del silencio del alma – escribía – estoy llevando a cabo una lucha
continua con el enemigo del alma. Cada vez descubro sus nuevas asechanzas y la batalla arde de
nuevo. Me ejercito en tiempo de paz y vigilo que el enemigo no me sorprenda sin estar yo preparada
(D. 1287).
La ascesis, además del empeño por luchar y la vigilancia espiritual, se manifestaba en
Santa Faustina bajo la forma del esfuerzo, sistemático y controlado, para trabajar en su
propia perfección, negándose a sí misma y renunciando a su propia voluntad. En el Diario,
apuntó unos propósitos específicos:
I. Negación de la razón, es decir, someterla a la razón de aquellos que aquí en la tierra
sustituyen para mí a Dios.
II. Negación de la voluntad, es decir, cumplir la voluntad de Dios que se me revela a
través de la voluntad de aquellos que aquí sustituyen para mí a Dios y que está expresada en las
reglas de nuestra Congregación.
III. Negación del juicio, es decir, aceptar inmediatamente sin pensar, sin analizar, sin
razonar cualquier orden que recibo de aquellos que sustituyen para mí a Dios.
IV. Negación de la lengua. No le daré la mas pequeña libertad; en un solo caso se la daré
total, es decir en proclamar la gloria de Dios (D. 375).
Conscientemente, Sor Faustina perseguía el fin de alcanzar el auto-dominio y para ello
emprendía propósitos concretos: procuraré mantener el silencio interior y exterior para que Jesús
descanse en mi corazón. Mi descanso más grato será en servir y estar disponible para las hermanas.
Olvidarme de mí misma y pensar en agradar a las hermanas. No me justificaré ni excusaré de ningún
reproche que me hagan, permitiré juzgarme por cualquiera y en cualquier modo. (...) En todos los
sufrimientos del alma o del cuerpo, en las tinieblas o en el abandono me callaré como una paloma sin
quejarme (D. 504). Para entrenar la voluntad y someterla a la razón, emprendía también
mortificaciones voluntarias: La coronilla a la Divina Misericordia con los brazos en cruz. Los
sábados una parte del rosario con los brazos en cruz. A veces alguna plegaria postrándome en cruz.
Los jueves la Hora Santa. Los viernes una mortificación mayor por los pecadores moribundos (D. 246).
Aprendía a dominar los sentimientos de su alma y conscientemente sometía su extremada
emotividad a la disciplina de la voluntad y de la razón. No es cosa fácil soportar alegremente los
sufrimientos y sobre todo los no merecidos – escribía en el Diario – La naturaleza corrupta se rebela
y aunque la voluntad y el intelecto están por encima del sufrimiento siendo capaces de hacer el bien a
aquellos que les hacen sufrir, sin embargo el sentimiento hace mucho ruido y como un espíritu
inquieto asalta la voluntad y el intelecto, pero al ver que nada puede hacer por si solo, se calma y se
somete al intelecto y a la voluntad (D. 1152).
En la vida comunitaria, Santa Faustina trataba de dar siempre la prioridad a los demás,
aprendía a escuchar pacientemente, sin interrumpir ni mostrar falta de interés, mortificaba
su curiosidad al nunca preguntar cosas que no debía saber (Cf. D. 789), trataba de cargar con
las dificultades del trabajo pesado, de estar siempre dispuesta a sustituir a los demás y
ayudarles en sus responsabilidades y tareas. (Cf. D. 65). Se abstenía de acusar y juzgar a los
57

demás, se ejercitaba en la dulzura y la paciencia (Cf. D. 253). Gracias a la negación de sí


misma, era capaz de dominar los impulsos de impaciencia. Como ejercitaba la voluntad,
soportaba las debilidades de los demás y muchas veces logró evitar que alguien pudiera
sentirse herido u ofendido. Gracias a las mortificaciones, podía ser verdaderamente
misericordiosa en las circunstancias más insignificantes s de la vida. Por ejemplo: Durante la
meditación, la hermana que tiene su reclinatorio al lado del mío, carraspea y tose continuamente, a
veces sin interrupción. Una vez me vino la idea de cambiar de lugar para el tiempo de meditación, en
vista que era ya después de la Santa Misa; sin embargo pensé: si cambio de lugar la hermana se dará
cuenta y sentirá, quizá, un disgusto por haberme alejado de ella. He decidido continuar en la oración y
en mi lugar ofreciendo a Dios un acto de paciencia. Al final de la meditación mi alma fue inundada de
tanta consolación enviada por Dios cuanta pudo soportar mi corazón y el Señor me hizo saber que si
me hubiera alejado de esa hermana me habría alejado también de las gracias que descendieron sobre mi
alma (D. 1311).
Jesús, queriendo que Santa Faustina se asemejara a él, la ponía en situaciones difíciles en
las que podía vencer su propia naturaleza, dominar los impulsos vengativos, proceder con
suavidad y bondad con aquellos que no se habían comportado bien con ella, es decir, ser
verdaderamente misericordiosa. Esta misericordia transformaba las almas, porque estaba
arraigada en el misterio de la cruz, lo que le permitía superarse a sí misma y sobreponerse a
la inmensa dificultad de la ascesis, cuyos frutos eran obras de misericordia maduras. Hoy me
visitó una persona seglar a causa de la cual tuve grandes disgustos, que abusó de mi bondad
mintiendo mucho – leemos en el Diario – En un primer momento, apenas la vi. Se me heló la sangre
en las venas, puesto que se me presentó ante los ojos lo que había sufrido por su culpa, aunque con una
sola palabra hubiera podido librarme de esto. Y me pasó por la cabeza la idea de hacerle conocer la
verdad de modo decidido e inmediato. Pero en seguida se me presentó antes los ojos la Divina
Misericordia y decidí comportarme como se hubiera comportado Jesús en mi lugar. Comencé a hablar
con ella dulcemente y, como quiso conversar conmigo a solas, le hice conocer claramente y de manera
muy delicada, el triste estado de su alma. Vi su profunda conmoción, a pesar de que trató de ocultarla
(D. 1694).
La misericordia verdadera tiene que pasar por el sufrimiento, por la muerte de sí mismo.
Como si no explicar, por ejemplo, la capacidad de amar a los enemigos, cuando todo parece
ser cuesta arriba, tanto la razón que pedía justicia, los llanos de dolor y el sentimiento de ser
perjudicado. Si el alma no estuviera ejercitada en el auto-dominio, entonces la victoria
pertenecería a la naturaleza humana y de sus agitados impulsos. Santa Faustina escribía: Oh
Jesús mío, Tú sabes qué esfuerzos son necesarios para tratar sinceramente y con sencillez con aquellos
de los cuales nuestra naturaleza huye, o con los que hicieron sufrir consciente o inconscientemente,
esto es imposible humanamente. En tales momentos más que en otras ocasiones, trato de descubrir a
Jesús en aquellas personas y por este Mismo Jesús hago todo para ellas. En tales acciones el amor es
puro. Este ejercitarse en la caridad templa el alma y la refuerza (D. 766).
La vida de Santa Faustina está llena de ejemplos que dan prueba de que en realidad no
existe la misericordia sin ascesis, sin renuncia, sin la negación de sí mismo. Es conocido el
episodio en el que cansada y enferma cumple la petición de una Hermana: le trae un vaso de
agua caliente (Cf. D. 285). Lo hace porque es capaz de olvidarse de sí misma y de su propio
cansancio que sentía en aquel momento. Si no hiciera esta renuncia, si considerara que tenía
derecho al descanso y que a aquella hermana podía ayudarla otra persona, no hubiese
practicado esta obra de misericordia. ¡Cuántas situaciones parecidas se desaprovechan,
cuántas obras de misericordia no se cumplen debido a la pereza, la indiferencia, la
comodidad o la satisfacción exclusiva de las necesidades de uno! Lo señala Sor Faustina con
dolor: [Jesús,] Nos ofreces la oportunidad de ejercitarnos en las obras de misericordia y nosotros nos
58

ejercitamos en los juicios (D. 1269). A veces, no nos ejercitamos en las obras de misericordia
porque nos resulta difícil renunciar a nosotros mismos, porque no sabemos salir fuera del
círculo de nuestros propios asuntos y problemas y nos pasamos el tiempo buscando lo que es
más provechoso para nosotros.
Sor Faustina es para nosotros una maestra de la misericordia, porque no tenía miedo de
ser crucificada y no huía de la dificultad, sabía aceptar el último lugar, y estaba ejercitada en
renunciar a sí misma a favor de los demás. Por esta razón, sus ojos eran misericordiosos y no
juzgaban al prójimo según las apariencias; su oído era misericordioso, acostumbrada a
escuchar confidencias y las penas de los demás, su lengua era misericordiosa y sabía
controlarse y no decir palabras que pudieran humillar y herir; sus manos eran
misericordiosas, capaces de enfrentar dificultades porque se olvidaban de su propio
cansancio y dolor. Y su corazón se volvió misericordioso a semejanza del corazón de Jesús:
abierto a todos, asumía el dolor y el sufrimiento de los demás; tenía un corazón
misericordioso, lleno de Dios y de almas.
¿Cómo volverse verdaderamente misericordioso? Pues, donde la misericordia es
auténtica, allí debe haber también sacrificio (D. 1358) – sugiere Sor Faustina. Las almas pueden
ser útiles a los demás únicamente por medio del sacrificio (Cf. D. 1358). Mis relaciones con el
prójimo pueden traer gloria a Dios a través del sacrificio de mi misma (D. 1358). Es decir, no hay
misericordia si uno no está dispuesto a sacrificarse, a morir y a practicar la ascesis. La
misericordia es el camino por el cual pasó Jesús. Él nunca nos prometió soluciones fáciles y
experiencias agradables, sino que habló de la cruz a través de la cual se alcanza la libertad y
la alegría en el servicio a los demás.
Sor Faustina comprendió el sentido de la misericordia. Se olvidó de sí misma y vivió
para las almas, ofreciéndoles sus sufrimientos, sus mortificaciones y su vida para hacer que
los extraviados volvieran a Dios. En el último periodo de su vida, decía: Oh Señor mío, te
agradezco por hacerme semejante a Ti en el anonadamiento (D. 1616). Al renunciar a sí misma, lo
logró todo: la unión con Dios, la santidad personal, la plenitud de la misericordia, la libertad
y la alegría verdadera (Cf. D. 462).
Oh Jesús mío, haz mi corazón semejante a Tu corazón misericordioso (D. 692); [Jesús,]
divinízame – los deseos más profundos de Sor Faustina se hicieron realidad, el objetivo de su
vida fue alcanzado, el esfuerzo que representa la ascesis fue coronado al lograr la semejanza
a Jesús gracias a la misericordia.
59

9. LA ACTITUD DE MISERICORDIA Y LOS SACRAMENTOS

De entre los diversos medios que Dios nos ha concedido para santificar nuestras
almas, los sacramentos son los más importantes. Instituidos por Jesús, los sacramentos son
signos eficaces de la gracia por los cuales nos es dispensada la vida divina. Dan fruto en
quienes los reciben con las disposiciones requeridas (Cf. CIC 1131). En los sacramentos, es
Cristo quien actúa. De ahí que constituyan un encuentro personal con Jesús vivo, que nos
colma de su presencia y de sus dones. Los sacramentos son indispensables en el desarrollo
de la vida cristiana, son también necesarios para crecer en la actitud de misericordia,
constituyen su fuente y consolidación. De los siete sacramentos, vamos a tratar en esta
sección sobre los Sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía en el contexto de la actitud de
misericordia.

1. El Sacramento de la Penitencia
A través del sacramento de la penitencia, la misericordia de Dios ayuda a todos los que
han caído y que después del santo Bautismo han pecado gravemente. La misericordia de
Dios les concede el perdón y la posibilidad de recuperar la gracia. La Iglesia, como
comunidad que media para que Dios derrame su misericordia, ofrece y administra el
sacramento de la penitencia, a través del cual contribuye a purificar y a salvar a los
pecadores. En este sacramento, los pecadores reciben el perdón y se encuentran con el amor
misericordioso de Jesús. El sacramento de la penitencia no sólo borra los pecados, sino que
también nos hace recuperar la gracia santificante o la aumenta; cura el alma de las heridas y
de cualquier resto de los pecados; nos da fuerza para combatir las tentaciones y evitar
nuevas caídas. Incluso si sólo confesamos los pecados veniales, la sangre de Cristo lava y
purifica nuestras almas, las nutre y fortalece para que superen las tentaciones, les concede
fuerzas para que luchen contra las debilidades, destruye también las raíces del pecado y
elimina sus efectos.
La Iglesia recomienda confesarnos frecuentemente pero sin caer en la rutina, para así
perfeccionar continuamente en nosotros mismos la gracia de nuestro bautismo, combatiendo
nuestros defectos y los pecados veniales. Pero también debemos abrirnos a la acción del
Espíritu Santo que inspira en nosotros la práctica fervorosa del amor y la misericordia
cristiana.37 Este sacramento representa una ayuda especial para perseverar en la gracia, en la
práctica del bien; proporciona la curación absoluta del alma y ayuda a recobrar las fuerzas
perdidas. El sacramento de la penitencia es el modo más perfecto de purificar el alma y, al
mismo tiempo, es el lugar en el que más se puede vivir la misericordia de Dios. En la
penitencia, el Padre misericordioso recibe al hijo que ha vuelto, Cristo toma en sus brazos la oveja
perdida y la lleva al rebaño, y el Espíritu Santo santifica su templo o la habita más plenamente 38.
Mientras más profunda sea la conciencia de los pecados cometidos, más grande será la
gratitud por el perdón, y más se experimentará la misericordia de Dios. Ante la presencia del
Padre amoroso, llegamos al convencimiento de que también nosotros debemos amar en vez
de someternos a nuestros deseos egoístas; que también nosotros debemos perdonar; y que
habiendo recibido el don de la misericordia, deberíamos mostrar misericordia hacia el
prójimo.

37
Cf. M. Rusecki, red., Być chrześcijaninem dziś, Lublin 1994, pág. 451.
38
Obrzędy pokuty, Katowice 1981, nº 6d.
60

El sacramento de la Reconciliación forma parte integral de la identidad de la Iglesia y


nos muestra la obra de misericordia más difícil: el perdón. El perdón que recibimos en el
sacramento de la Penitencia nos recuerda constantemente que debemos perdonar a los que
nos ofenden y persiguen. Cristo, con quien nos encontramos en el sacramento de la
Penitencia, es quien perdonó a Pedro por haberle traicionado; quien perdonó a los discípulos
por haberle abandonado; y quien perdonó los pecados de sus verdugos. Jesús que nos
enseñaba sobre el perdón con su ejemplo y sus palabras, vuelve a dar esta lección cada vez
que nos confesamos, no sólo exhortándonos a perdonar, sino también capacitándonos para
perdonar.
El cristiano debe aplicar en sus relaciones con el prójimo lo que recibe de Dios en el
sacramento de la Penitencia. Por consiguiente, las diferencias causadas en las relaciones con
los demás, la rotura de los vínculos sociales, los fracasos en el cumplimiento de deberes, la
falta de bondad y de respeto, el rechazo a prestar auxilio, – todo esto crea una inmensa lista
de deudas que deben ser soldadas entre las personas, al igual que el hombre paga las deudas
que tiene con Dios. De lo contrario, queda bloqueado el torrente de misericordia que fluye de
Dios y que de acuerdo con su voluntad debería fluir por la comunidad humana para que esta
regrese a Él39.
El cristiano está llamado a perdonar constantemente. Perdonar no es un signo de
debilidad, sino de fuerza; no es un fracaso, sino una victoria; no es una renuncia, sino una
esperanza; es un signo de valentía40 y una expresión de la imitación de la misericordia de
Dios. El resultado del perdón es el amor a los enemigos. Jesús, que nos recibe en el
sacramento de la Penitencia, no nos niega su amor, aunque lo hayamos ofendido, insultado,
aunque le hayamos causado dolor y sufrimiento. Nos ama, aunque siempre acudimos a la
Confesión como deudores y verdugos suyos. La actitud misericordiosa de Jesús para con
nosotros, que le hemos ofendido, nos incita a mostrar un amor que representa un reto y que
contradice a la naturaleza humana. Este amor consiste en amar a nuestros enemigos y
opresores. A veces parece imposible de realizar, porque la naturaleza exige justicia. La
misericordia de Jesús que experimentamos en el sacramento de la Penitencia, nos ayuda a
superar los esquemas del mero pensamiento humano y a buscar caminos de reconciliación
con las personas de las que nos hemos separado.
Nos damos cuenta de lo importante que es la Penitencia en el proceso del crecimiento en
la actitud de misericordia. En este sacramento, nosotros mismos recibimos misericordia. Esta
experiencia nos debe inspirar continuamente a realizar este acto tan difícil de misericordia,
que es el perdón. Además, debe también inspirarnos a aceptar al otro tal y como es, con sus
debilidades y con la fealdad de sus pecados, porque así nos recibe Dios y su amor
incondicional erradica el pecado de nuestros corazones, los transforma y los orienta hacia el
bien, ennobleciendo nuestras almas. En el sacramento de la Penitencia, nuestras actitudes
egoístas son purificadas y pueden transformarse en actitudes cada vez más altruistas y
misericordiosas. En este sacramento, Jesús cura las heridas de nuestros pecados, de nuestro
egoísmo y egocentrismo, para que, siendo espiritualmente más «sanos», podamos llegar a
dar frutos creciendo en la conversión. En la penitencia, nuestras almas se fortalecen para que
mediante la renuncia a nosotros mismos, crezcamos a través de las obras de misericordia.
El sacramento de la Reconciliación es uno de los medios de santificación más
importantes. No obstante, debemos recordar que los efectos de los sacramentos y sus frutos
dependen de la disposición del que los recibe. De la medida en que nos abramos a recibirlos
y la conciencia que tengamos, dependerá el efecto que cause la gracia que recibimos. Para
39
Cf. Bóg Ojciec Miłosierdzia, Katowice 1998, pág. 130.
40
Cf. Jezus Chrystus, Jedyny Zbawiciel świata, wczoraj, dziś i na wieki, Katowice 1997, pág. 102.
61

que el sacramento de la Penitencia conlleve el crecimiento de la vida interior y el crecimiento


en la actitud de misericordia, es necesario que el hombre esté preparado y comprometido, y
en particular, que evite la rutina y el hábito, porque estos reducen la eficacia de los medios
de santificación por muy grandes que estos sean.

2. El sacramento de la penitencia en la vida espiritual de Santa Faustina


Lo que más deseaba Sor Faustina era unirse a Dios a través del amor. Al acercarse a Él,
se conocía mejor a sí misma. Conociendo la santidad divina, percibía cada vez más sus
propios pecados. Contemplando la pureza del amor de Dios, distinguía las imperfecciones
más pequeñas de su alma, que se podían claramente distinguir en los rayos de la luz de Dios.
Dios exige una gran pureza, pues les envía un conocimiento mas profundo de la miseria - constataba
- Iluminadas con la luz [que viene] de lo alto, conocen mejor lo que agrada a Dios y lo que no le
agrada (D. 112). Como se llegó a conocer a sí misma y deseaba alcanzar una gran pureza del
alma, sintió la necesidad de purificarse frecuentemente confesando arrepentida todas sus
faltas ante Dios, incluso las más pequeñas. Hay momentos – escribía – en los cuales me envuelve
una muy viva presencia de Dios y el Señor me muestra su santidad y entonces veo el mas pequeño
polvillo en mi alma y, antes de cada Santa Comunión, desearía purificar mi alma (D. 1611).
Paradójicamente, se puede constatar que los santos son los mayores pecadores, porque están
tan cerca de Dios que bajo la luz divina ven incluso sus faltas más pequeñas. Al conocerse
bien a sí mismos, sienten la necesidad de confesarse con la mayor frecuencia posible.
También Sor Faustina sentía un deseo frecuente de confesarse, en particular, cuando
estaba enferma en el hospital. Entonces, tenía menos ocasiones para confesarse que durante
el ritmo normal de la vida religiosa. El anhelo de recibir el perdón de Dios crecía tanto en
ella, que en una ocasión vino a verla Jesús mismo para que pudiera confesarse ante Él.
Cuando reflexioné que hacia tres semanas que no me confesaba – apuntaba en el Diario – irrumpí
en llanto, viendo la fragilidad de mi alma y ciertas dificultades. No me había confesado porque así
fueron las circunstancias: Cuando había confesión, yo estaba en la cama aquel día. A la semana
siguiente la confesión fue por la tarde y por la mañana yo había salido al hospital. Esta tarde, en mi
habitación aislada entró el Padre Andrasz y se sentó para que me confesara . (…) Me alegré
grandemente porque deseaba muchísimo confesarme. Como siempre revelé toda mi alma. (…) De
repente un gran resplandor comenzó a salir de su persona y vi que no era el Padre Andrasz sino Jesús.
(…) Noté que Jesús confiesa como los confesores, sin embargo, durante esta confesión mi corazón
intuía extrañamente algo (D. 817).
El pasaje que acabamos de citar no sólo muestra la viva necesidad del alma que necesita
purificarse y lavarse, al igual que el cuerpo necesita frescura y baños, sino que también
indica claramente una verdad que consiste en que cada sacramento es un encuentro con
Cristo vivo que se manifiesta y actúa a través de visibles signos de la gracia invisible. En el
sacramento de la Penitencia, el sacerdote constituye este signo. Por esta razón, en otra nota
Santa Faustina escribió: Oh Cristo, Tú y el sacerdote son uno, me acercaré a la confesión como a Ti
y no a un hombre (D. 1715). Jesús también le enseñaba que el sacramento de la Penitencia es
un encuentro personal del hombre con el Salvador misericordioso, del enfermo con el
Médico Divino, del débil con el Amigo Todopoderoso. Hija Mía – le decía – como te preparas
en Mi presencia, así te confiesas ante Mí; el sacerdote es para Mí sólo una pantalla. No analices nunca
de qué clase de sacerdote Me estoy valiendo y abre el alma al confesarte como lo harías Conmigo, y Yo
llenaré tu alma con Mi luz (D. 1725).
Esta fe en la presencia de Jesús vivo en el sacramento de la Penitencia y la conciencia del
encuentro real con Él permiten vivir en plenitud el milagro de la misericordia que tiene lugar
62

en la santa confesión. Cuando te acercas a la confesión – decía Jesús a Sor Faustina –debes saber
que Yo Mismo te espero en el confesionario, sólo que estoy oculto en el sacerdote, pero Yo Mismo actúo
en tu alma. Aquí la miseria del alma se encuentra con Dios de la misericordia (D. 1602). Los grandes
milagros suceden en el confesionario y no en otro lugar, porque como decía Jesús, aunque un
alma fuera como un cadáver descomponiéndose de tal manera que desde el punto de vista humano no
existiera esperanza alguna de restauración y todo estuviese ya perdido. No es así para Dios. El milagro
de la Divina Misericordia restaura a esa alma en toda su plenitud (D. 1448). No existe ningún
milagro mayor que devolver la vida a un alma que ha muerto debido al pecado y devolver la
vida de la gracia. Y aunque humanamente parecía que ya no haya esperanzas, en el
sacramento de la Penitencia se abre una vida nueva ante el pecador, porque Dios ha vuelto a
depositar su confianza en él y no ha renunciado a él, del mismo modo que no troncha una
caña medio rota, ni apaga una mecha que arde débilmente. En el sacramento de la
Reconciliación, el hombre se sumerge en la pasión de Cristo, es lavado en la Sangre y el Agua
que lo limpia de las acciones muertas, cura las heridas del pecado y ennoblece su alma para
que, abundando en la gracia de Cristo, esté preparada para hacer obras buenas. Cuando te
acercas a la confesión, a esta Fuente de Mi Misericordia, siempre fluye sobre tu alma la Sangre y el
Agua que brotó de Mi Corazón y ennoblece tu alma (D. 1602) - le decía Jesús.
También santa Faustina nos habla sobre los efectos de la confesión: Sobre la confesión. De
la confesión deberíamos obtener dos beneficios: 1. nos confesamos para ser sanados; 2. para ser
educados; nuestras almas necesitan una continua educación, como el niño pequeño (D. 377). ¿Sobre
que sanación se trata? Cuando reconocemos que somos culpables, nos conocemos mejor a
nosotros mismos y aumenta nuestra humildad. Cuando nos damos cuenta de nuestros
hábitos pecaminosos, podemos más fácilmente erradicar los malos hábitos y bloquear la
pereza espiritual. Asimismo, la confesión abre la posibilidad de tener dirección espiritual. En
el sacramento de la Penitencia, experimentamos el servicio de sanación de Jesús que nos cura
del egoísmo, del orgullo, de la vanidad, y colmándonos de misericordia nos incita a que
también nosotros seamos misericordiosos con nuestros hermanos.
Sólo quien realmente se siente pecador, experimenta la Divina Misericordia. Sor
Faustina, aunque era santa, o quizás precisamente por serlo, conocía su propia
pecaminosidad. Gracias a ello, se le manifestaba la grandeza de la misericordia divina
concedida en el sacramento de la Penitencia. Cuando me aleje de la rejilla [del confesionario] –
apuntó en el Diario – despertaré en mi alma una gran gratitud hacia la Santísima Trinidad por este
extraordinario e inconcebible milagro de la misericordia que se produce en el alma; y cuanto más
miserable es mi alma, tanto mejor siento que el mar de la misericordia de Dios me absorbe y me da una
enorme fuerza y fortaleza (D. 225). Esta experiencia del milagro de la misericordia de Dios que
sobre todo muestra su omnipotencia a través del perdón, daba fuerzas a Sor Faustina para
perdonar a los demás: Me das fuerza para avanzar siempre (...) tener amor en el corazón por
aquellos de los cuales recibo hostilidad y desprecio (D. 1620). Esto no significa que no pasó por la
dificultad del perdón, que no sintiera el peso de convivir con personas orgullosas, vanidosas
y mal educadas. La vida comunitaria – escribía en el Diario – es difícil de por sí, pero es dos veces
mas difícil familiarizarse con almas soberbias. Oh Dios, concédeme una fe mas profunda para que en
cada hermana siempre pueda ver Tu santa imagen que tiene grabada en su alma (D. 1522). En otra
nota, apunta: Oh Jesús mío, Tú sabes qué esfuerzos son necesarios para tratar sinceramente y con
sencillez con aquellos de los cuales nuestra naturaleza huye, o con los que hicieron sufrir consciente o
inconscientemente, esto es imposible humanamente (D. 766). Estas observaciones críticas, pero
realistas, hacen hincapié en la grandeza de la gracia divina que actuaba en el alma de Sor
Faustina y que le ayudaba a practicar una misericordia que es «humanamente imposible».
63

A pesar de experimentar sentimientos negativos en relación con el prójimo, Sor Faustina


emprendía el esfuerzo de perdonar, porque era consciente de que en cuanto más
perdonamos al prójimo, más nos asemejemos a Dios (Cf. D. 1148). Sabía que quien sabe
perdonar, se prepara muchas gracias de parte de Dios (D. 390). Decidió que perdonaría tantas
veces, cuantas mirase a la cruz (Cf. D. 390). En el ámbito de la misericordia, Jesús le puso el
listón muy alto. Le enseñaba que el perdón no es suficiente y que el Evangelio llama a amar a
los enemigos. Ten un gran amor para aquellos que te hacen sufrir, haz el bien a quienes te odian (D.
1628) – le decía. ¿Rezas por los enemigos?, ¿deseas el bien a quienes te han entristecido o te han
ofendido de cualquier modo? (D. 1768) – le preguntaba. En una ocasión, le aconsejó: Después de
sufrir un disgusto, piensa qué cosa buena podrías hacer para la persona que te ha hecho sufrir (D.
1760).
Cuando Santa Faustina observaba que no sentía amor por los enemigos y se preocupaba
por ello, Jesús le decía: El sentimiento no siempre está en tu poder; si tienes el amor lo reconocerás
por si tras experimentar disgustos y contrariedades no pierdes la calma, sino que rezas por aquellos
que te han hecho sufrir y les deseas todo lo bueno (D. 1628). A menudo, su lucha por amar a los
enemigos era heroica. Oh Jesús mío, qué difícil es soportar este tipo de sufrimientos: si alguien, mal
dispuesto contra mí, me causa alguna molestia, me duele menos, pero no puedo soportar si alguien me
muestra su amabilidad y pone trabas a cada paso. Qué gran fuerza de voluntad es necesaria para amar
a tal alma para Dios. A veces uno tiene que llegar hasta el heroísmo para amar a tal alma como Dios
manda (D. 1241).
Las memorias de una de las superioras, la Madre Borgia, muestran que los esfuerzos de
Sor Faustina eran eficaces en la práctica de la misericordia expresada a través del perdón y el
amor a los enemigos: A las personas [Sor Faustina] no guardaba sentimientos hostiles. Trataba a
sus «enemigos» de la misma manera que a las otras personas, ayudándoles en sus diversas
necesidades. Otras Hermanas añaden que Sor Faustina siempre trataba a las personas
desagradables con el mayor amor y amabilidad, del mismo modo que se comportaba con los
demás. Recuerdo – añade una de las Hermanas – dos momentos en los que Sor Faustina soportaba
disgustos con una calma realmente heroica. (...) En dichas situaciones, admiraba la calma y el auto-
dominio de Sor Faustina, aunque se veía que sufría interiormente. (...) Perdonaba de buen grado las
molestias y los disgustos, aguantándolos con calma y con equilibrio de espíritu.
En resumen, en la vida de Santa Faustina los frutos de la experiencia de la Divina
Misericordia en el sacramento de la Penitencia fueron obras maduras de misericordia
practicadas mediante el perdón y el amor a los enemigos.

3. El sacramento de la Eucaristía
El Concilio Vaticano II señala cual es el significado de la Eucaristía: Nuestro Salvador, en
la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su
sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa
amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad,
vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da
una prenda de la gloria futura (CIC 1323). La Eucaristía no sólo es fuente y cima de toda la vida
cristiana (Cf. CD 11), sino que es también la síntesis de nuestra vida y nuestra fe, cuyo fruto
debería ser la misericordia. De hecho, la Sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual
de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo (Cf. Decreto Vaticano II
Presbyterorum Ordinis 5). El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular
(CIC 1374). La Eucaristía es el mayor de los sacramentos, puesto que en ella Jesús no sólo
concede sus gracias, sino que también se entrega para nosotros. Eleva la Eucaristía por encima
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de todos los sacramentos y hace de ella como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden
todos los sacramentos (CIC 1374). Nada puede compararse con la fuerza santificante de la
Eucaristía que además desempeña un papel irreemplazable en la práctica de la misericordia.
Por esta razón, desde siglos la Eucaristía es considerada la escuela del amor cristiano
misericordioso.
Durante la celebración de la Santa Misa oímos: «Tomad y coman, esto es mi Cuerpo». (Mt
26:26), Jesús entrega su Cuerpo sacrificándose por nosotros y, al mismo tiempo, este Cuerpo
se convierte en ofrenda, en nuestro alimento. En cada Misa, oímos: «Haced esto en memoria
mía» (Lc 22:19). Con estas palabras Jesús nos llama no sólo a renovar el misterio de este
sacrificio sin derramamiento de sangre, sino a hacerlo nuestro para que se haga realidad en
nuestra vida. Estas palabras constituyen una llamada a hacer lo mismo que Jesús, a tener las
mismas aspiraciones y deseos que Cristo – Él que se humilló y sacrificándose por nosotros
entregó su vida.
Tanto Jesús en la cruz como en la Eucaristía se ofrece completamente. Todas las fibras
de su Cuerpo, todos los sentimientos de su alma son ofrecidos al Padre. Esto también
representa un modelo para la misericordia humana que debe abarcar al hombre en su
totalidad, es decir, su cuerpo, espíritu, sentimientos, corazón y pensamientos para que todo
su ser esté al servicio de la misericordia. De hecho, la misericordia se manifiesta en grado
supremo al entregar la vida como ofrenda. Quien atentamente escuche las palabras de Jesús:
Tomad y comed, esto es mi Cuerpo, comprenderá la plenitud de la entrega de Dios al hombre en
la Eucaristía. La Eucaristía es para todos: tanto para los débiles como para los fuertes en la fe,
tanto para los enfermos como para los sanos, tanto para los ricos como para los pobres. La
entrega plena de Jesús al hombre constituye la cima de su amor y, al mismo tiempo,
representa un modelo inagotable para la misericordia humana. Jesús nos enseña que el
hombre debe convertirse en un don para los demás, en un pan que se puede comer siempre
que se tenga hambre, sin limitaciones. La Eucaristía enseña a estar siempre disponible, a ser
activo en una forma libre y creativa, a ser abierto y desinteresado. Asimismo, nos indica que
debemos obsequiar sin esperar gratitud ni reciprocidad.
Gracias a la Eucaristía, el hombre se convierte en lo que lo nutre. Mientras que la comida
corporal se transforma en la persona que la ha tomado, en la Eucaristía sucede al revés 41.
Jesús lo transforma y asemeja a sí mismo a quién se alimenta de su Cuerpo. La vida divina
presente en Él nos penetra y se convierte en nuestra vida, de tal manera que empezamos a
vivir por y en Cristo, de acuerdo con su promesa: El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí (Jn 6, 57). En la Santa Comunión, Jesús “nos asimila”, asemeja nuestros
sentimientos, deseos y nuestro modo de pensar al suyo, nos deja tener las mismas
aspiraciones que Él42, porque el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él (1 Co 6, 17).
La Eucaristía, haciendo presente a Jesús misericordioso, se convierte en una fuente de la
cual sacamos agua y en la que nos llenamos para ser misericordiosos con los demás. El
encuentro con Jesús misericordioso hace que aparezca en nosotros la misericordia. Gracias a
la Eucaristía, la misericordia se desarrolla, se consolida y se hace más fuerte. En el
sacramento de la Eucaristía tiene lugar la unión con Jesús que es misericordia. En la
Eucaristía estamos sumergidos en Él, su misericordia nos llena y Jesús se entrega a nosotros.
En breve, Jesús representa un modelo para nosotros, dado que nosotros también debemos
entregarnos al prójimo mediante la práctica de la misericordia.
En la Eucaristía, no sólo se realiza la comunión con Cristo, sino también la comunión con
el prójimo. El pan eucarístico marca y une a los miembros de la Iglesia. El sacramento de la
41
Cf. R. Cantalamessa, Eucharystia nasze uświęcenie, Varsovia 1994, pág. 39.
42
Cf. ibid., pág. 40.
65

Eucaristía realiza en la invisible dimensión espiritual de nuestras almas lo que los signos del
pan y el vino expresan visiblemente en la dimensión de tiempo y espacio en que vivimos, es
decir, la unidad de numerosos granos de trigo y de racimos de uvas 43. Después de la
Resurrección y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, Cristo empieza a vivir en su
Cuerpo Místico del cual todos somos sus miembros. Como lo indica Santo Pablo, nosotros
somos miembros del Cuerpo Místico: vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y cada uno de vosotros
sois parte de ese Cuerpo (1 Co 12, 27). A través de la Eucaristía no sólo nos unimos a Cristo - la
Cabeza, sino con todo su Cuerpo, es decir, con la Iglesia, con todos sus miembros. De este
modo, la Eucaristía es la Comunión de los Santos en un doble sentido: la comunión en las cosas
santas y la comunión de los santos, es decir, de las personas consagradas por el Espíritu
Santo44. De este modo, queda claro por qué la Eucaristía es el sacramento de la misericordia.
Del mismo modo que el amor une debido a su naturaleza, la Eucaristía, que es el sacramento
de la misericordia y un lazo de amor, aviva nuestra solidaridad con los hermanos y nos une
con ellos a través de Cristo que se entrega a nosotros. Estamos en comunión con Jesús, y a
través de Él, con los hermanos. Nuestra unión con Jesús crece y madura en la Eucaristía. Es
Él quien vive en nosotros y actúa a través de nosotros, de ahí que sea la fuente de nuestras
obras de misericordia, porque a través de Él dichas obras se realizan. Podemos unirnos a
Cristo sólo si estamos unidos a los hermanos. Por otro lado, sólo podemos unirnos a nuestros
hermanos si estamos unidos a Cristo. El sacramento de la Eucaristía permite que esta unidad
bi-dimensional sea posible45. En cuanto más estemos unidos a Dios, más nos unimos a todas
las personas que están unidas con Él; de la misma manera, cuanto mayor sea la unión con
Jesús, más eficaces y auténticas serán las obras de misericordia. Cabe recordar que al recibir a
Cristo en la Comunión, también lo recibe el hermano que está a nuestro lado. Él nos une los
unos a los otros en el momento en que nos une con Él mismo. Al participar en la Eucaristía,
debemos interesarnos por nuestros hermanos, ya que no podemos rechazarlos sin rechazar a
Cristo46, no podemos ser indiferentes y dejar de mostrarles misericordia sin romper o
debilitar nuestros lazos con Jesús.
En la Santa Comunión, nos encontramos con Cristo que es la persona más cercana. El
pecado hace que en gran medida nos separemos del prójimo. Las consecuencias del pecado
son opuesta a las del mensaje de la Eucaristía, que es el sacramento de la unidad y de la
unión. La Voluntad de Dios nos pide que no seamos desconocidos unos para los otros, sino
que nos acerquemos siempre los unos a los otros, haciéndonos amigos y en consecuencia
siendo personas misericordiosas. Esta transformación no se puede lograr solamente con el
esfuerzo humano, puesto que implica una transformación real que se efectúa en el alma y
consiste en una divinización de la naturaleza humana 47. Sin embargo, se puede lograr gracias
al poder de la Eucaristía. Por esto las obras de misericordia tienen que estar arraigadas en la
vida sacramental, tienen que inspirarse en Jesús presente en los sacramentos y surgir de la
unión con Él. Entonces, las obras de misericordia no son practicadas por la persona, sino por
Cristo que vive en la persona y que actúa a través de ella. Gracias a esta divinización, que
consiste en la presencia de Dios en nosotros a través de la Eucaristía, las obras más pequeñas
de misericordia adquieren un valor inmenso y se reflejan en las almas, porque son obras
divinas, cuya fuente es Dios mismo que vive en el corazón del hombre.

43
Cf. ibid., pág. 52.
44
Cf. Pełna jest ziemia Twego Ducha Panie, Katowice 1997, pág. 138.
45
Cf. ibid., pág. 137.
46
Cf. R. Cantalamessa, Eucharystia nasze uświęcenie, op. cit, pág. 53.
47
Cf. J. Salij, Dylematy naszych czasów, Poznań 1994, pág. 92.
66

Tales son las posibilidades espirituales inagotables presentes en la Eucaristía. Sin


embargo, debemos recordar que los frutos de la Eucaristía dependen de la disposición del
hombre. De ahí que debamos recibir a Jesús vivo no sólo con nuestro cuerpo, sino con
nuestra alma, es decir, concientes de lo que estamos haciendo, sin caer en la rutina, con fe y
sabiendo que estamos participando en un misterio extraordinario y grandioso.

4. La actitud de misericordia y la Eucaristía en la vida de Santa Faustina


Tú sabes que mi corazón no conoce a nadie fuera de Ti Has abierto en mi corazón un abismo
insaciable de amor por Ti (D. 832) – leemos en el Diario de Sor Faustina. El texto citado
confirma los Santos necesitan únicamente a Dios. Él es el único a quien buscan y a quien
añoran, le desean como tierra reseca y sin agua, le esperan como los centinelas a la aurora. Todos
los santos aman la Eucaristía con locura, porque en ella se encuentran con Dios vivo, reparan
las fuerzas con Él y lo poseen mediante la fe. El amor a la Eucaristía es un rasgo característico
de la espiritualidad de Santa Faustina. La Eucaristía le ayudaba a ser misericordiosa.
Oh, qué grande es Tu nombre, oh Señor, es la fortaleza de mi alma. Cuando las fuerzas faltan y
las tinieblas se agolpan en el alma, entonces Tu nombre es el sol cuyos rayos iluminan, pero también
calientan y el alma bajo su influencia se vuelve bella e irradia el resplandor de Tu nombre (D. 862) –
escribía Sor Faustina. Si el nombre de Jesús tiene tanta fuerza, ¿con qué se puede comparar la
acción de la Eucaristía en el alma del hombre? Solamente en la eternidad conoceremos qué gran
misterio realiza en nosotros la Santa Comunión (D. 840) – contestaba. De hecho, la Eucaristía no
sólo es el sol que da luz (Cf. D. 147), no sólo hace que florezca el alma y participe en la
belleza de Dios, sino que completa también las deficiencias humanas (Cf. D. 392) y concede
todas las fuerzas para cumplir lo que Dios manda (por. D. 91). A veces, si no tuviera la
Eucaristía, no tendría la fuerza para seguir el camino que me has indicado (D. 91) – confesaba Sor
Faustina. En otra nota, añade: Me veo tan débil que si no tuviera la Santa Comunión, caería
continuamente; una sola cosa me sostiene y es la Santa Comunión. De ella tomo fuerza, en ella está mi
fortaleza (D. 1037).
Cualquier persona que es sincera y honestamente quiera cumplir con los requisitos
evangélicos, en cierto momento debe detenerse ante «cierto umbral» pues no puede cruzarlo
por su propia cuenta. Tiene que admitir su propia debilidad y expresar la necesidad de
recibir ayuda. Este es el punto de partida para que Dios pueda actuar en el alma humana. Sor
Faustina vivió esta experiencia. A pesar de múltiples esfuerzos, conoció profundamente su
propia incapacidad de mostrar misericordia, de amar al prójimo como Dios manda. No
obstante, resolvió este problema, porque vio que los límites del hombre son superables y que
se puede amar a semejanza de Dios, siempre y cuando saquemos nuestras fuerzas del poder
de la Eucaristía: Oh Jesús, Amor mío – admitía – Tú sabes que en las relaciones con el prójimo, sólo
desde hace poco me guío exclusivamente por Tu amor. Solamente Tú conoces mis esfuerzos
encaminados a alcanzar este fin. Ahora me resulta más fácil, pero si Tú Mismo no hubieras encendido
este amor en mi alma, no habría logrado perseverar en él. Es gracias a Tu amor Eucarístico que me
inflama cada día (D. 1769).
Gracias a los sinceros esfuerzos de Sor Faustina, el Espíritu Santo que concede el
conocimiento le mostró el secreto de la Eucaristía y la esencia de la misericordia. Al ver su
propia incapacidad para mostrar misericordia, la Hermana se abría a la acción de Dios, que
en la Eucaristía es donde se manifiesta más intensamente. Esta acción transformaba su alma,
la transformaba desde el interior, la divinizaba de tal modo que podía repetir las palabras de
San Pablo: no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí, yo practico la misericordia, pero en
realidad es Cristo que la ejerce a través de mí. Dulcísimo Jesús – rezaba – (...) divinízame para
67

que mis obras Te sean agradables. Que eso pueda ser obtenido por el poder de la Santa Comunión que
recibo diariamente. ¡Cuánto deseo ser completamente transformada en ti, oh Señor! (D. 1289). Deseo
transformarme toda en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, oh Señor (D. 163).
Opuestamente a las existentes concepciones falsas sobre la misericordia, Santa Faustina
muestra que no se puede ser misericordioso sin Jesús, que hay que unirse con Él para estar
cerca de los demás y que debemos absorber a Dios en nosotros primero, para poder
entregarlo a las almas después (Cf. D. 193). Deseo transformarme en Jesús para poder dedicarme
perfectamente a las almas – escribía – Sin Jesús no me acercaría a las almas, porque sé lo que soy yo
por mí misma (D. 193). Para que el hombre pueda ser realmente misericordioso, debe hacer
sitio en su interior para Jesús, para que las obras misericordiosas sean obras divinizadas y
para que Dios actúe a través de él. Esto es imposible si el alma no se alimenta de la
Eucaristía. Sor Faustina escribía sobre esta cuestión con precisión: Oh Jesús, cuando vienes a mí
[en] la Santa Comunión (...) procuro acompañarte durante el día entero. (...) Trato entonces de
facilitar a Jesús el paso a través de mí a otras almas (D. 486). Para ver al prójimo y ser como un
pan de cada día para él, saciando el hambre de sus necesidades; para conocer sus
preocupaciones y dolores, cabe tener una mirada transformada por Cristo. Sino, el prójimo
parecerá un ser insignificante, alguien a cuyo lado pasamos con indiferencia y frialdad, sin
reconocer en él a Jesús. Primero hay que vivir de Ti para conocerte en los demás (D. 503) –
constataba Sor Faustina.
La misericordia debe desarrollar su fortaleza en la Eucaristía, de lo contrario será vacía,
sin profundidad ni expresión y sin la energía divina que puede hacer lo que humanamente
es imposible. Esta energía divina hace que los esfuerzos del hombre en favor del prójimo
adquieran una dimensión infinita. Santa Faustina nos advierte que no optemos por la
misericordia superficial que se limita sólo a lo exterior. Toda obra misericordiosa debe surgir
de la profundidad más secreta del alma, habitada por Dios. De ahí que las obras de
misericordia deban manifestar al exterior la unión interior con Dios, deben provenir de
nuestro amor por Él: Después de la Santa Comunión – escribía – al introducir a Jesús a mi corazón,
le dije: Amor mío, reina en los más secretos rincones de mi corazón, allí donde se engendran mis
pensamientos más secretos, donde sólo Tú, Señor, tienes acceso; en este más profundo santuario donde
el pensamiento humano no es capaz de llegar. Permanece allí sólo Tú y que de Ti provenga todo lo que
haga por fuera (D. 1721).
San Pablo dice: El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él (1 Co 6, 17) [Jesús,] mi
espíritu se ha fundido con el Tuyo (D. 503) – reconocía Sor Faustina, sabiendo que cuando esto
suceda, el Espíritu de Jesús dirigirá al hombre de tal modo que éste sentirá las necesidades
de los corazones de los demás, en especial, de los que sufren y están tristes, y los rayos de la
misericordia descansarán en el hombre misericordioso (Cf. D. 514). Sin esta unión interior
con Jesús habrá pocas obras de misericordia, o serán muy pobres y escasas, al igual que el
sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece unido a la vid (Cf. Jn 15, 4).
Cuando somos un solo cuerpo y un solo espíritu con Jesús, se realiza nuestra comunión
con todo el organismo sobrenatural de Cristo, con todos sus miembros. Entonces, se cumple
el designio de Dios contenida en el misterio de la Eucaristía. El hombre y Cristo y el prójimo
se convierten en una unidad. A través de Cristo, uno se une con sus hermanos, sufre y siente
con ellos. En la vida de Sor Faustina, se realizó el vínculo con el Cuerpo Místico de Jesús, que
surge de la Eucaristía. Lo comenta en el Diario: Experimento un terrible dolor cuando veo los
sufrimientos del prójimo. Todos los dolores del prójimo repercuten en mi corazón, llevo en mi corazón
sus angustias de tal modo que me agotan incluso físicamente. Quisiera que todos los dolores cayesen
sobre mí para llevar alivio al prójimo (D. 1039).
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Gracias a la Santa Comunión, una transformación en el hombre tiene lugar y hace que él
descubra que se convierte en pan y que sienta la necesidad de darse y ser un don para los
demás. Es decir, realmente se convierte en lo que recibe, es misericordioso: Siento como una
necesidad de darme a los demás (D. 887) – dijo Sor Faustina. El ardiente amor de Dios
incesantemente ve la necesidad de darse a los otros con la acción, la palabra y la oración (D. 1313) –
apuntaba en otra nota.
La grandeza de las obras no es lo que decide sobre el valor de la misericordia humana,
sino el grado de unión con Dios juega este papel, puesto que como señala Santa Faustina una
palabra de un alma unida a Dios procura más bien a las almas que elocuentes debates o prédicas de un
alma imperfecta (D. 1595). En otra nota constataba que hay gestos pequeños del hombre y que
parecen insignificantes, en los que vive Dios y a través de los cuales pasan los rayos de la
misericordia como si de una hostia se tratara (Cf. D. 441). Yo, observándome a mí misma y a los
que están cerca de mí –observaba en el Diario – he comprendido qué gran influencia ejerzo sobre
otras almas, no a través de algunas hazañas heroicas, porque ellas son llamativas por sí mismas, sino
por los actos pequeños como el movimiento de la mano, la mirada y muchas otras cosas que no
menciono, pero que sí actúan y se reflejan en otras almas, lo que he observado yo misma (D. 1475).
La contemplación de la Eucaristía lleva al hombre a compartirse con los demás y a ser un
don para ellos, pero, más importante aun, le conduce también a la cima de la misericordia, es
decir, a ofrecer su vida por los demás. De hecho, cada Santa Misa es un recuerdo del
Sacrificio del Calvario que en la Santa Misa se hace presente. Sor Faustina comprendía
perfectamente esta dimensión de la Eucaristía: Deseo transformarme en la hostia expiatoria
delante de Ti, pero en una hostia no consagrada delante de los hombres (D. 483) – confesaba. Mi
nombre es hostia, es decir, victima (D. 485) – se definía. Transfórmame en Ti, oh Jesús, para que sea
una victima viva y agradable a Ti (D. 908) – suplicaba a Jesús. La dimensión de sacrifical de la
Eucaristía, que para muchos es sólo una expresión verbal, se hizo realidad en su vida y se
cumplió: Sé que un granito de trigo para transformarse en alimento debe ser destruido y triturado
entre las piedras de molienda, así yo, para que sea útil a la Iglesia y a las almas, tengo que ser
aniquilada, aunque por fuera nadie se dé cuenta de mi sacrificio. Oh Jesús, deseo estar escondida por
fuera, como esta hostia en la cual el ojo no distingue nada, y yo soy una hostia consagrada a Ti (D.
641).
Todo lo bueno que hay en mí – reconocía Santa Faustina – es gracias a la Santa Comunión, le
debo todo (D. 1392). Su espíritu misericordioso se formó gracias a la Comunión sacramental
con Cristo. Gracias a la Eucaristía, Jesús puso su morada en ella para que pudiera reflejar la
Divina Misericordia en toda su vida. El Pan de los Ángeles la divinizó, para que sus obras
tuvieran un valor sobrenatural y para que mostrara amor, compasión y misericordia a cada
alma, sin excepciones (D. 1242).
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10. LA CONFIANZA Y LA MISERICORDIA

Al invitarnos a su Escuela, Sor Faustina nos enseña cómo darle sentido a los
acontecimientos excruciantes, cómo ver el sentido de la aparente desesperanza del dolor
humano y cómo transformar el dolor en misericordia para que las almas puedan
beneficiarse, en particular, las más extraviadas, de las que Dios misericordioso cuida
especialmente. Con su vida, Sor Faustina nos ha mostrado la belleza de la misericordia
cristiana, su fuerza y nobleza, que como toda belleza, surge de la dificultad y del esfuerzo al
luchar espiritualmente en la ascesis para brillar plenamente con la luz de la divinidad en la
persona misericordiosa. El punto culminante de esta misericordia es dar de sí lo más valioso
y apreciable por los demás, la vida. Observando la vida de Santa Faustina, podemos
constatar que la misericordia es preciosa aunque difícil, es la cima de la vida cristiana y una
medida de perfección a semejanza de Dios.
Jesús pidió a Sor Faustina que practicara la misericordia siempre y en todas partes, en
este ámbito le exigió lo máximo posible. Ella misma se sentía muy débil frente a estas
exigencias y a veces incluso incapaz de cumplirlas. Escribía: Toda mi alma está atenta para
escuchar los deseos de Dios. Cumplo siempre lo que Dios quiere de mí a pesar de que alguna vez mi
naturaleza tiemble y siente que su grandeza supera mis fuerzas (D. 652). En otra nota, constata que
la práctica de la misericordia con el prójimo es muy difícil. Asimismo, muestra las etapas de
su desarrollo y el proceso en el que madura en esta actitud. Este proceso pasa por una fase en
la que hay que luchar y esforzarse mucho para lograr cierta facilidad y ligereza en la práctica
de la misericordia. Oh Jesús, (...) – escribía en el Diario – Tú sabes que en las relaciones con el
prójimo, sólo desde hace poco me guío exclusivamente por Tu amor. (...) Ahora me resulta más fácil,
pero si Tú Mismo no hubieras encendido este amor en mi alma, no habría logrado perseverar en él (D.
1769). Con humildad, reconocía su debilidad y subrayaba que sin la ayuda de Dios no podría
ser misericordiosa a semejanza de Jesús.
Deseo que tu corazón sea la sede de Mi misericordia Deseo que esta misericordia se derrame sobre
el mundo entero a través de tu corazón (D. 1777) – le decía Jesús, exigiendo el máximo posible de
ella. Sabemos que Santa Faustina cumplió con estas exigencias tan difíciles de Jesús, dado
que Él en persona deseó ser el objeto de la misericordia que ella mostrara y elogió su calidad
(Cf. D. 1312). A través de la beatificación y canonización, la Iglesia, que actúa en nombre de
Jesús, confirmó el carácter heroico de las virtudes de Sor Faustina, incluida la mayor virtud,
el amor, cuyo fruto es la misericordia (Cf. D. 949).
Una vez, Sor Faustina rezó de la siguiente manera: Oh Amor eterno que incendias en mí
una nueva vida, una vida de amor y de misericordia, apóyame con Tu gracia para que responda
dignamente a Tu llamada, para que se cumpla en las almas a través de mí lo que Tú Mismo has
establecido (D. 1365). Hoy sabemos que en ella se cumplió lo que Dios quiso y que en las
almas humanas se sigue cumpliendo. Dignamente, ella misma respondió a la llamada de
Jesús quien deseó que fuera un vivo reflejo de su misericordia (Cf. D. 1446). Como estamos
seguros de que en la vida de Santa Faustina todo se cumplió (Cf. Jn 19, 30), de que todo
alcanzó la plenitud que Dios pretendía, podríamos planearle la siguiente pregunta: Santa
Faustina, ¿Cómo lo lograste? ¿De qué modo alcanzaste la plenitud de la misericordia?
¿Cómo hiciste el esfuerzo heroico de amar a los enemigos? ¿De dónde sacaste la valentía de
ofrecer tu vida por los demás? ¿De qué modo de la fuente de Dios sacabas una vida nueva,
en el espíritu de la misericordia? El alma (...) gracias a esta confianza llega allí a donde Dios la
70

llama (D. 145) – responde a estas preguntas con la sencillez que la caracteriza, indicando que
la actitud de misericordia y la confianza son nociones relacionadas entre sí.
Sor Faustina tuvo la valentía de persistir en los actos heroicos de misericordia a los que
Jesús la invitaba, dado que confiaba en Él completamente, no hacía caso de sus propias
fuerzas, sino de la gracia divina a la cual tenía acceso a través de la confianza. Aunque ella
misma sentía que era «nada», sabía que con Jesús era una potencia. Por esta razón, en lugar
de observar su propia debilidad, se fijaba en la fuerza de la gracia de Jesús. Sé bien lo que soy
por mi misma – admitía – pero sé también lo que es la gracia de Dios que me sostiene (D. 652).
Debido a ello, en todas las situaciones con confianza esperaba la ayuda de Dios. Esta
confianza hacía que fuera capaz de mostrar obras de misericordia muy difíciles. La
misericordia que ella mostraba era la misericordia de Jesús que a través de ella era trasmitida
al prójimo, gracias a que aprendió a acercarse a la fuente de la Divina Misericordia a través
de la confianza. La misericordia de Santa Faustina constituye un fruto de la confianza que
tenía en Dios. Gracias a la confianza, logró tener fuerzas sobrenaturales para ser
misericordiosa.
El alma mas querida para Mí es la que cree fuertemente en Mi bondad y la que Me tiene
confianza plenamente; le ofrezco Mi confianza y le doy todo lo que pide (D. 453) – dice Jesús. En el
contexto de estas palabras, preguntamos: ¿Qué le pedía Sor Faustina a Jesús, cuáles eran sus
deseos? Oh Jesús, comprendo que Tu misericordia va mas allá de la imaginación y por tanto Te
suplico que hagas mi corazón tan grande que pueda contener las necesidades de todas las almas que
viven sobre toda la faz de la tierra (D. 692) – rezaba – Oh Jesús, haz a mi corazón semejante al Tuyo,
o más bien transfórmalo en Tu propio [Corazón] para que pueda sentir las necesidades de otros
corazones y, especialmente, de los que sufren y están tristes (D. 514). Oh Jesús mío, enséñame a abrir
las entrañas de la misericordia y del amor a todos los que me lo pidan. Oh Jesús, mi Guía, enséñame
que todas las plegarias y obras mías tengan impreso el sello de Tu misericordia (D. 755). Le pedía a
Jesús que hiciera que fuese misericordiosa. Como pedía con confianza, recibió lo que pedía
de acuerdo con la promesa de Jesús de que al alma que confía, le dará todo lo que le pide.
El ejemplo de la vida de Sor Faustina indica que cuanto mayor sea la confianza
albergada en Dios, mayor será la capacidad de mostrar misericordia. Cuanto mayor sea la
confianza, tanto más estrecha será la unión con Dios. Por consiguiente, mayores serán la
eficacia y la calidad de la misericordia mostrada al prójimo. Sor Faustina fue una maestra de
la misericordia, porque aprendió a confiar perfectamente en Jesús. Dios la llamó a la cima de
la misericordia cristiana y ella la alcanzó, porque depositaba toda la confianza en Él. Cuanto
mas confíe un alma, tanto más recibirá (D. 1578) – le prometía Jesús. Sor Faustina, a la que llamó
hija de plena confianza (D. 718), fue la primera persona que se benefició de esta promesa. Le
fueron concedidas tantas gracias, porque confiaba plenamente. Durante todos los momentos
de su corta vida, Sor Faustina fue testigo de la misericordia viva de Jesús.
Cuando un alma se acerca a Mí con confianza, la colmó con tal abundancia de gracias que ella no
puede contenerlas en sí misma, sino que las irradia sobre otras almas (D. 1074) – decía Jesús. Santa
Faustina se acercaba a Él con confianza, contestándole de este modo a su llamada.
Recordamos su llamada, tan parecida a la de Job, repetida en los momentos difíciles de
desesperación: Aunque me mates, yo confiaré en Ti (D. 77). Esta confianza imperturbable que se
quemaba en las cenizas de los sufrimientos alcanzó su punto culminante y proporcionó a Sor
Faustina tantas gracias que no cabían en ella, pero de acuerdo con la promesa de Jesús,
resplandecía iluminando otras almas. La gracia divina que rebosaba de ella adoptaba la
forma de la misericordia mostrada al prójimo. Tu empeño debe ser la total confianza en Mi
bondad, el Mío, darte todo lo que necesites (D. 548) – le enseñaba Jesús. En el contexto de estas
palabras, nos acordamos de la plegaria de Sor Faustina: Deseo transformarme toda en Tu
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misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, oh Señor. Que este más grande atributo de Dios, es decir su
insondable misericordia, pase a través de mi corazón al prójimo (D. 163). Hoy sabemos que estas
súplicas se hicieron realidad en su vida, gracias a la confianza que albergaba en Dios.
Sor Faustina nos muestra el secreto de su alma: la misericordia mostrada al prójimo
depende de la confianza en Dios. La confianza es un instrumento que da acceso a la Divina
Misericordia. Cuanto mayor sea la confianza, tanto más perfecta será la misericordia
mostrada al prójimo. Con su vida, Sor Faustina ha mostrado la grandeza de la confianza que
da fruto en la grandeza de la misericordia practicada con el prójimo.
Asimismo, cabe señalar que en la relación de la misericordia y la confianza existe
también una dependencia inversa: la práctica de la misericordia inspira confianza en Dios.
Esta relación también se puede observar en las relaciones entre las personas: cuanto mayor es
la benevolencia, mayor es la confianza. Cada manifestación de la bondad estrecha las
relaciones recíprocas y fortalece los lazos. Cuantos más actos de amor se cumplan, más
fuertes serán los vínculos y mayor será confianza entre las personas. La práctica de la
misericordia fortalece las relaciones personales no sólo entre las personas, sino también entre
el hombre y Dios. Cada obra de misericordia practicada con el prójimo es una obra de la
virtud - el amor de Dios, que invita al hombre a participar en su vida interior. Por
consiguiente, la relación entre el hombre y Dios se estrecha.
Esta verdad es claramente visible en la vida espiritual de la Sor Faustina. Cada acto de
misericordia brotará del amor de Dios (D. 664) – apuntaba. Ama a todos por amor a Mí (D. 1695) –
le recordaba Jesús. Cada obra de misericordia que mostró fue dictada por el amor a Jesús y
fortalecía este amor. Los buenos pensamientos, palabras y obras de Sor Faustina tenían dos
dimensiones: representaban una ayuda concreta a los necesitados y, al mismo tiempo, eran
una referencia personal a Jesús. Santa Faustina veía a Jesús en los necesitados. De ahí que
cada obra de misericordia de Sor Faustina fortalecía su amor a Dios, estrechaba su relación
con Él, contribuía a profundizar su relación recíproca personal y, al mismo tiempo, fortalecía
la confianza. Al igual que un niño confía plenamente en sus padres, ella confiaba en el Padre
celestial.
En resumen, la actitud de confianza y misericordia crea una estructura de la vida
espiritual extremamente coherente que abarca todas las dimensiones de la vida espiritual en
cuanto se refiere a su relación con Dios y con el prójimo. Surge del misterio de la Divina
Misericordia. Cuando el alma conoce este misterio, adopta la actitud de confianza en el
Padre Celestial, al igual que un niño confía plenamente en sus padres. Asimismo, aparece en
el hombre el deseo de asemejarse a Él y de reflejar la misericordia de Dios en su corazón y en
sus obras.
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ÍNDICE

Introducción…….………………………………………………………………………
1. La Noción de la Misericordia. .………………………………………………………..
2. La Misericordia de Dios, Fuente y Modelo de la Misericordia Humana….…….………
3. La Acción de Misericordia………………………………….…………………….……
4. Los Actos de Misericordia Practicados con la Palabra …………………………..……
5. Los Actos de Misericordia Practicados con la Oración ….……………………….……
6. La Misericordia Practicada a través del Sufrimiento ………………………………….
7. Especial importancia de la misericordia ejercida para con las almas perdidas ………
8. La Actitud de Misericordia y la Ascesis………………………………………………..
9. La Actitud de Misericordia y los Sacramentos…………………………………….…..
10. La Confianza y la Misericordia………………………..…………………….……….

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