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Claude Jaeglé

RETRATO SILENCIOSO
DE JACQUES LACAN

Ediciones Nueva Visión


Buenos Aires
Jaeglé, C l a u d e
Retrato silencioso de Jacques Lacan - 1- ed. - Buenos Aires:
Nueva Visión, 2011
144 p.; 19x13 cm. (Claves)

ISBN 978-950-602-617-2

Traducción de Estela Consigli

1. Psicoanálisis. I. Consigli, Estela, trad. II. Título.


CDD'150.195

Título del original en francés:


Portrait silencieux de Jacques Lacan
©Presses Universitaires de France, 2010

Traducción de Estela Consigli

ISBN 978-950-602-617-2

Toda reproducción total o parcial de esta


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©2011 por Ediciones Nueva Visión SAIC. Tucumán3748, (C1189AAV)


Buenos Aires, República Argentina. Queda hecho el depósito que
marca la ley 11.723. Impreso en la Argentina / Printed en Argentina
Para Sophie, Diño y Tazio
PRÓLOGO

«Voy a emprender la difícil tarea de hacerles oír algo...»


Con las manos en los bolsillos, un hombre habla a su
auditorio echando bocanadas de humo de un cigarro
retorcido.
Una notable cortesía acompaña las primeras frases
que este hombre dirige a su público. No se contenta con
mirar a unos y a otros volteando la cabeza o la mirada.
No, es todo su torso el que gira de derecha a izquierda,
de izquierda a derecha, se vuelve para interactuar con
los oyentes ubicados detrás de él, luego se vuelve para
comunicarse con tal o cual parte del público, actitud
que destaca la consideración que el orador expresa al
auditorio, implicación corporal que encarna una ética
subyacente al acto de tomar la palabra en público: evi-
tar dirigirse a una asamblea asimilándola con una
multitud; preservar el lazo de individuo a individuo
reflejando la presencia de unos y otros con posturas
distintivas. Resulta de ello una especie de comunidad.
O un otro.
A veces, ese hombre une al auditorio en una sociedad
risueña, perpleja o meditativa. Un lazo de atención, de
admiración, confunde a los espectadores ante él, que
improvisa su pensamiento en voz alta. Luego, el orador
restaura el lazo individual por miradas dirigidas a uno
o a otro de los presentes, orienta su cuerpo con genero-
sidad, dándose todo el tiempo necesario para compar-
tir el silencio, para escuchar los murmullos y las risas
cuya manifestación disfruta.
La ruptura con esa cualidad personal de relación
y el pasaje a una actitud oratoria que reúne al público
en masa se observan sin cesar a través de la expresión
más banal, la más transgresora o la más humanitaria.
Y es este deslizamiento invisible el que Jacques
Lacan revela, no sin paciencia, en la anécdota de ese
estudiante situacionista que, más tarde, durante la
conferencia de 1972 en la Universidad de Louvain-la-
Neuve, acaba de derramar una jarra de leche sobre el
pupitre y las notas del psicoanalista para provocar
desorden en nombre de un propósito revolucionario:
denunciar la miseria de la situación social de los
estudiantes a quienes la Universidad engaña con el
espectáculo vanguardista de una conferencia de Lacan.
Al término de ese episodio - y una vez escuchado el
discurso del estudiante-, Lacan deplora el hecho de
que el contenido de esas declaraciones insurgentes con
tanto derrame de leche se dirija al Todo de la asamblea,
a toda la humanidad sufriente en nombre de toda la
humanidad sufriente. Por la forma del deseo que lo
anima, ese discurso, ciertamente admisible, apunta en
la misma medida a una totalidad cuyo reverso totalita-
rio nunca estuvo, para Lacan, tan lejos en la historia.
Este ilustra el motivo con un gesto de sus manos
dibujando un círculo o una esfera, es decir, una figura
envolvente. El tono desolado, de hartazgo, con el cual
Lacan designa esa estructura del discurso político le
da un estatus de vanidad, en el sentido pictórico del
término, en el que el gesto del psicoanalista no designa
una calavera sino una esfera de encierro y derrota de la
cual no escapan, para él, hasta las manifestaciones más
jóvenes de la palabra revolucionaria. El tacto con el
10
cual Lacan responde a ese gesto de ultraje no es menos
curioso y el público ya no sabe bien, en definitiva, si el
orador no acaba de mostrar con qué tipo de diálogos e
intención tranquilizadora conviene animar la presen-
tación de un enfermo.
En otro momento de esa conferencia, el espectador
puede inquietarse por el tipo de obediencia al que con-
duce la entonación furiosa que, súbitamente, adquiere
la voz del mismo hombre y envuelve a su público en un
clima de rabia enloquecedora: «La muerte -vocifera el
septuagenario- es del ámbito de la fe... Ustedes tienen
razón en creer que van a morir, por supuesto... eso los
sostiene. Si no creyeran en ella, ¿podrían soportar la
vida que tienen?». Ni un ruido ante el estrépito de ese
arrebato que vocaliza a la muerte en una declaración
furiosa.
Ni un murmullo, ni el menor asomo de una risa ante
esa severidad digna de una predicación. ¿Qué comuni-
dad puede engendrarse a través de ese furor grandioso
y esos reproches hastiados? El ser humano teme mucho
más vivir demasiado que morir, vocifera Lacan. Pero el
martilleo de su voz petrifica al público más allá de toda
comprensión. ¿Qué ha hecho el auditorio para ser fus-
tigado de tal modo? Detrás del objetivo establecido -«va-
lorar a Freud»-, ¿qué necesidad de pensamiento lleva a
Lacan a pasar de la gentileza más amable a ese
estrepitoso juicio final?1

1 «La conférence de Louvain 1972», una película de Franfoise

Wolf, en Jacques Lacan, DVD, Arte Vidéo, 2008, Arte France


Développement. Conferencia visible también en numerosos sitios
web, especialmente UbuWeb.

11

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Primera parte

LAS METAMORFOSIS DE LACAN


DURANTE EL SEMINARIO
UN ORADOR
LLENO DE SILENCIOS

Unos años antes, en 1969-1970, Lacan dicta un semina-


rio sobre El reverso del psicoanálisis en la Facultad de
derecho del Panteón. Salvo por los seminarios ofrecidos
en su domicilio a título privado, de 1951 a 1953, es el
tercer lugar de su enseñanza. Este último sigue al
Seminario de Sante-Anne, de 1953 a 1963, dictado para
unas decenas de oyentes, y al de la Escuela Normal
Superior, de 1964 a 1969. Los seminarios del último
período, en la Facultad de Derecho, reúnen hasta ocho-
cientas personas que se abren paso a codazos en la
entrada para encontrar un asiento no demasiado lejos
de la tribuna.
Las grabaciones primitivas de ese seminario dejan
oír el ruido de toses, murmullos, movimientos en los
asientos y el de cientos de oyentes presentes en el anfi-
teatro. Amplifican el ruido de dedos que trituran las
teclas de los grabadores, rozan los numerosos micrófo-
nos de los asistentes que viven esa enseñanza como un
acontecimiento cuya huella quieren conservar.
La voz de Lacan se escucha en la cinta como la de un
actor de preguerra. Una mezcla de distinción y de
amargura cáustica a la que el timbre nasal le introdu-
ce, a nuestro parecer, un anticuado aire aristocrático.
Un clima de afectación salpicado de sarcasmos. Un
15
tono de bajo con una precisión altiva. El tipo de voz que
se escucha en las grabaciones de Sacha Guitry, por
ejemplo. Ese seminario en pleno siglo xx está pronun-
ciado con la tonalidad del siglo precedente. El registro
vocal del psicoanalista no parece influido por la econo-
mía de esfuerzo y la sobriedad que implica la utiliza-
ción de micrófonos, amplificadores, o el hábito interio-
rizado de escuchar las emisiones televisadas donde los
invitados hablan como en nuestro living, inspirándo-
nos la idea de que la calidad de expresión, en el más alto
nivel, ya no está ligada al fasto retórico. Hasta el video
publicitario ha renunciado en nuestros días al tono
emocionante del antiguo anuncio susurrando los men-
sajes de venta como un secreto al oído. Lacan no está en
ese registro atenuado y habla desde lo alto de una vieja
majestad intelectual y elitista de la que se pretende
heredero. Algunas veces, lleva ese prestigio hasta acen-
tos sorprendentemente gaullianos y da tanto a pala-
bras simples como a nociones complejas una misma
grandeza derivada de un mundo retórico desaparecido.
Los restos de ese mundo nunca fueron disipados por
Lacan. Los honra en su voz y en su obra. Sus homenajes
al antiguo sofismo, su admiración por la retórica de
Perelman, los recursos poéticos de su pensamiento
como la cualidad oratoria de su seminario coexisten con
la profesión de fe epistemológica y las expectativas
refundadoras que pone en la lingüística y, más tarde en
la matemática. 1

1Sobre los sofistas, Jaques Lacan, Mon enseignement, París,


Seuil, 2005, pág. 96 [En español: Mi enseñanza, Buenos Aires,
Paidós, 2008]. Sobre Perelman, Ecrits, pág. 889, y especialmente la
nota 2 de Lacan: «Cf. las páginas que nos permitimos calificar de
admirables del Tratado de la argumen tación... » [en español: Escritos,
vol. I, Buenos Aires, Siglo X X I , 2005, pág. 867], También, Angele
Kremer-Marietti, «Perelman et Lacan: enjeu social et jeux de la
métaphore», en Perelman, le renouueau de la rhétorique, coordinado
por Michel Meyer, París, PUF, 2004. Sobre Lacan y la sofística,

16
Su auditorio está formado por psicoanalistas experi-
mentados o en formación, algunos de sus pacientes y
oyentes no psicoanalistas parisinos o de la provincia:
estudiantes, médicos, investigadores en ciencias hu-
manas, escritores, artistas, filósofos y muchos curiosos
activos o desocupados de todas las edades, asimilados
a un grupo que con Louis Aragón, autor admirado por
Lacan, llamaremos «esnobs», pues este término peyora-
tivo fue usado muy frecuentemente para denunciar la
moda del seminario y el público de Lacan. Al final de su
vida, Aragón, que también fue tratado de «esnob»,
reivindicó ese título para quienes «hacen avanzar el
arte, el pensamiento, la literatura» con innovaciones
catalogadas de «snobismo» por los representantes de
«la más baja literatura». Alexandre Kojéve, maestro de
Lacan, también veía en el snobismo la cara más
desarrollada de la humanidad, precisando que «ningún
animal puede ser esnob». 2
Ante todo, la enseñanza de Lacan está destinada a un
público profesional interesado en los desafíos del psi-
coanálisis y apasionado por la originalidad del comen-
tario que Lacan hace de los textos de Freud: «Lo que
decía concernía a su experiencia más directa, más
cotidiana, más urgente. Estaba pensado expresamente
para ellos, nunca estuvo pensado para nadie más». 3

Barbara Cassin, L'Effet sophistique, París, Gallimard, 1995, págs.


.'Í98 y siguientes.
2 «Vingt-six questions á Aragón», en Jean Ristat, Qui sont les

contemporains?, París, Gallimard, 1975, pág. 303. Alexandre Ko-


jfcve, nota de la segunda edición delntroduction á la lecture deHegel,
l'arís, Gallimard, 1947, pág. 436.
3 Jaques Lacan, Mon enseignement, ob. cit., pág. 79, [en español:
Mi enseñanza, ob. cit., págs. 81-82], Cada año, el seminario comien-
za en el mes de noviembre y dura hasta el verano, a un ritmo casi
Homanal. Se realiza a la hora del almuerzo y dura entre una hora y
mediay dos horas. En el último período, el seminario será quincenal.
17
Al escuchar en forma diferida estas grabaciones, la
primera sorpresa no proviene sin embargo de lo que
dice Lacan, sino de un fenómeno de gran rareza en el
marco oratorio, en el que todas las disciplinas se con-
funden: la frecuencia y la duración de los silencios de
Lacan, tan excepcionales, que constituyen no sólo una
característica de su fraseo, sino que además afectan
extrañamente a ese elemento de legitimidad que busca
todo especialista en lógica en el ritmo de encadena-
miento de sus proposiciones. Lacan no propone a su
público que le crea por ese efecto de evidencia al que son
propensos el pensador y el pedagogo que salta de una
ecuación a otra o fuerza la evidencia racional con la
fluidez de su razonamiento. Por el contrario, él abando-
na la atención de su auditorio a tiempos de latencia y de
irresolución, descubriendo los de su pensamiento en
acto, y descuida la relación de la brevedad de los lazos
entre argumentos con la prueba de una autoridad.
Ese silencio en el habla de Lacan no es propio de los
psicoanalistas.
Lacan no es representativo de un rasgo que caracte-
rice a sus colegas. Esas largas pausas cuando habla en
público no nacen automáticamente de la técnica de si-
lencio practicada por los analistas en la intimidad de
la cura, como si el clima de ésta pudiera comunicarse
naturalmente en la pedagogía pública de los didácti-
cos. La escucha de conferencias dadas por otros analis-
tas - l a s grabaciones de Frangoise Dolto, por ejemplo-
muestra que no hay nada de eso. En conferencia pública
y en su enseñanza teórica, los psicoanalistas, como la
mayoría de los oradores, a lo sumo hacen silencios de
tres o cuatro segundos y, más a menudo, encadenan
frase tras frase casi sin detenerse. La atención de un
auditorio cuyo rostro impasible parece esperar cons-
tantemente lo siguiente da la impresión de obligar al
pedagogo, investigador o conferencista a continuar sin
hacer esperar al público. Permanece grabada a fuego
la marca de la escuela que asocia el hecho de ser buen
alumno, de saber responder ante la clase o ante el
profesor, con el hecho de encadenar los elementos de
la respuesta sin la menor pausa hasta la conclusión.
La n o r m a c a t ó l i c a r e d o b l a esa n e c e s i d a d de
encadenar el habla condenando toda manifestación
de sí mismo en público, lo que delataría el placer
corporal de hablar, no disimulado por la humilde
tarea de llevar un razonamiento a su término o de
sostener la objetividad de una idea. La mayoría de los
oradores siente que callarse más de unos segundos
durante el discurso es como una falta o una debili-
dad. Ante el público percibido como jurado, todo ora-
dor encuentra inconcebible y angustiante dejar vacío
ese tiempo de palabra que su voz, supuestamente,
debe llenar.
En ese marco instituido, es sorprendente escuchar la
duración de los silencios que Lacan utiliza en su dis-
curso: un silencio normal, para él, es de diez segundos
(el doble de cualquiera en la misma situación), a menu-
do de doce, y los de veinte a treinta segundos no son
raros - l o que es enorme-. El joven Lacan quizás era
diferente. Los psiquiatras y psicoanalistas presentes
en los primeros seminarios habrán asistido, sin, duda
a un modo de expresión más ágil. No obstante, siempre
se le atribuyó lentitud en su hablar. 4 La grabación del
seminario sobre La angustia (1962-1963), ya tardía
puesto que Lacan tenía entonces sesenta y un años,
permite oír una voz más clara, con un ritmo que incluye
a veces largas aceleraciones. Pero esos silencios signi-
ficativos ya están allí, numerosos, formando un contra-
punto cautivante con la intensidad de su pensamien-

4Catherine Clément, Vie et légendes de Jacques Lacan, Le Livre


de Poche, «Biblio Essais», 1983, pág. 19.

19

í l l I T l I l l M l l l i l l l l l l l l l M l l i ! ílllll lililí IIIIIIII Mil II lililí IIIIIIII ir


to.r' También se escuchan en las apariciones mediáticas
de Lacan donde, opuestamente a la posición tradicio-
nal del intelectual víctima de los medios, se distingue
imponiendo largas pausas y un ritmo propio en el seno
de un dispositivo que supuestamente las prohibe. 6
A mi parecer, sería erróneo atribuir la ampliación de
esos silencios excepcionales únicamente al envejeci-
miento, a una disminución de la velocidad del pensa-
miento de Lacan, aunque tales argumentos se deban
tener en cuenta para el último período de su enseñan-
za.7 Asimismo, si se quiere considerar que, ante el au-
mento de la cantidad de oyentes, todo orador debe
tomarse pausas más largas en razón de un volumen de
interacciones más importante con su pública, hay que
señalar de inmediato que es justamente lo que no hace
la mayoría de los oradores franceses en el ámbito eru-
dito. El hecho de evitar el silencio considerado como
debilidad se impone de manera constante a la necesi-
dad de respirar y de dejar respirar al auditorio. Sabe-
mos también que, ante su público, el orador percibe

Encontramos, por ejemplo, un silencio de 25 segundos, seguido


5

de una serie de silencios de aproximadamente 9 segundos, en la


sesión del 21 de noviembre de 1962 (a partir del minuto 4). La
semana siguiente, el 28 de noviembre de 1962, desde el comienzo,
Lacan instaura entre las palabras de sus frases silencios de 10
segundos. Mucho antes, el texto del Seminario, libro I, Los escritos
técnicos de Freud (1953 1954), muestra un modo pedagógico en que
la prudencia, la atención al texto de Freud y a la situación de su
elaboración están siempre subrayadas no, con una referencia apre-
surada, sino prudente y detallada.
6 Radiophonie (1970), Entretien auec Franqoi.se Wolf (1972),
Interview surFrance Culture á l'occasion du28"congrés Internatio-
nal de psychanalyse (1973), Televisión (1975)... en cuanto a docu-
mentos sonoros y audiovisuales.
7 «Su seminario, desde la teoría de los nudos, ya no se componía

más que de largos silencios ante esquemas que ya no lograba


dibujar.» Gérard Haddad, Lejour oü Lacan m 'a adopté, Le Livre de
Pocbe, «Bibio Essais», pág. 371.
20

! 1 1 I I I I T TI 111 11 II 11 11 111 11 I I III 11 11 11 111II


como multiplicado por dos cada segundo de silencio que
osa tomarse por la sensación de espera que atribuye a
HU público,8
Es indiscutible que las pausas de Lacan son desco-
munales.
Esos largos suspensos impuestos a la mecánica gra-
matical, su paciencia sin límites en el momento en que
cualquier otro orador se siente obligado a encadenar, su
Calta de puntualidad a la cita de la conclusión van
mucho más allá de las licencias permitidas en la ense-
nanza. Un ritmo tal infringe las normas oratorias
i ustituidas. En el seno de un horario limitado, el orador
instaura duraciones ilimitadas. Esa libertad con res-
pecto a un tabú de la institución oratoria da a la
palabra lacaniana una primera calidad de aconteci-
miento - n o sin ambivalencia, como veremos-. Ese si-
lencio interroga la cadencia y la ocupación de los
intervalos gracias a los cuales muchas teorizaciones se
imponen al auditorio a través de una continuidad
lógica envolvente. Lacan no busca la seducción de esa
lluidez que capta la adhesión. Tal actitud da testimonio
de la excepcional disponibilidad de sí mismo que el
psicoanalista sabe establecer en presencia de su
auditorio y de su aptitud para retomar en público el
ritmo de una elaboración privada. Incluso después de
tantos años, esa alternancia entre el brío de fórmulas
saturadas de enigmas y el vacío de esos intervalos
mudos fascina al oyente.

8 Danielle Duez, La pause dans la parole de l'homme politique,

l'arís, Editions du CNRS, 1991. Agregamos a estos elementos la


observación de la lingüista Coco Noréen: «El francés tiene muchas
11 i (icultades para manejar el silencio, se trata de un rasgo cu Itur;11 ,
en Le linguiste est-il schizophréne?, entrevista de 2005 disponible
on la Web.
LOS VACÍOS
EN EL CORAZÓN DE LA TEORÍA

Lacan confía lo esencial de su producción teórica al


desarrollo vocal y público de pensamientos formulados
cu el marco privado. Basado en notas de lecturas y en
reflexiones acumuladas en los días que preceden a la
Hesión de su seminario, enuncia una idea en voz alta e
intenta escuchar lo que la entonación de esa idea per-
mite oír en ese efecto de resonancia intensificada que
engendra la presencia de un público. Como otros
pensadores, Lacan logra aprehender mejor su reflexión
HÍ la comparte con un interlocutor o un auditorio. «Sin
ese público, no puedo trabajar» escribía ya Freud a
Wilhelm Fliess.1 Pero lo más inaudito es que Lacan
retoma ante su público no sólo los pensamientos, sino
también los vacíos de pensamiento, la parte de los
intervalos silenciosos en los que se experimentan la
expectativa, la tensión, la inminencia de una intuición,
con los riesgos concomitantes de decepción o de redun-
dancia que marcarán ciertas fases de su seminario.
La dicción de Lacan no cesa de valerse de un freno
que redobla el de las pausas: la pronunciación insisten-
1 S. Freud, Lettres á Wilhelm Fliess, edición completa, trad. al
francés de F. KahnyF. Robert, París, PUF, 2006, carta 127, pág. 308,
Ion español: Cartas a Wilhelm Fliess, Buenos Aires, Amorrortu,
11)94, carta 127, pág. 259J.
23
te de las consonantes o de ciertas vocales que retarda la
de las sílabas, como si las retuviera en el borde de sus
labios y debiera masticar concienzudamente su mate-
ria antes de terminar de decirlas. En efecto, por su
carácter, a Lacan no le gusta, evidentemente, proferir
una palabra o un grupo de palabras en un solo bloque,
como si su persona se negara a separarse del sentido
que va a ser ofrecido al interlocutor. Esa resistencia a
otorgar el final que espera su público caracteriza gran
parte de sus textos cuya preciosidad se opone a una
entrega demasiado fácil de sí mismo. Sin embargo, La-
can sabe divulgar partes de su reflexión, como lo prueban
la paciencia y claridad de algunas de sus entrevistas - e n
las cuales explica por qué el estilo de sus Escritos es
complejo-. 2 Asimismo, el estilo retorcido de los Escritos
no puede hacer olvidar lo accesible de sus primeros
seminarios.
Esa pronunciación pesada, lánguida, y esos largos
silencios dan a veces la sensación de una voz inhumana,
como si Lacan imitara los gruñidos y resoplidos de un
animal y dejara asomar el aspecto totémico que actúa
en su discurso. Su voz deja oír mugidos, soplidos, ru-
gidos que sin cesar relacionan los elementos más
racionales de la lingüística, de la antropología y de la
filosofía con impresionantes sonoridades inarticula-
das. Rara vez Lacan hace una pausa sin emitir una
especie de ruidito con la garganta -mitad gruñido,

2 Le Triomphe de la religión, París, Seuil, 2005, pág. 86 [en

español: El triunfo de la religión, precedido de Discurso a los


católicos, Buenos Aires, Paidós, 2005, pp. 84-85], Retoma las
expresiones de una conferencia de prensa realizada en Roma en
1974. «En mis Escritos no tienen más que extractos, comprimidos»,
respondía ya en 1969 a dos estudiantes que le pedían «un truco» para
comprender ese enorme volumen de textos. En «Lettre á Roger
Dextre et Jean-Paul Sauzéde», publicada en La Main de Singe,
1991, n s l, pág. 15. Disponible en el sitio del Groupe de travail
Lutecium (en francés).
24
mitad risa- que vuelve sin cesar en todas sus grabacio-
nes como si debiera liberar las cuerdas vocales de un
nódulo de reproche que se vuelve a formar en cada
IVase, eliminar algo desgraciadamente tan penoso como
necesario para su pensamiento. A través de la agresi-
vidad de su pronunciación, muerde las nociones en su
voz, les da emoción y carne y las arranca de la imperso-
nalidad teórica. En cada sesión, Lacan mastica larga-
mente sus ideas antes de nutrir a sus alumnos que
esperan su turno para degustar los restos despedaza-
dos de una cita o de un concepto.

Kse ritmo desconcertante construye una desconexión


teórica que evita el efecto de frase, haciendo resaltar
especialmente los enunciados estrella de Lacan en la
memoria colectiva, a tal punto que el encadenamiento
lógico amenaza con cubrir lo que quizás intenta «hacer
oír» en las bambalinas de su teoría. Lo que explica esa
impresión de que, al hacer durar las sordas, las sibilan-
tes, golpear las oclusivas, Lacan prefiera a veces la
sonoridad de las ideas y los juegos de palabras que
resultan de éstas a su contenido intelectual inmediato.
Lo que explica esa sensación de que la dramaturgia
I iücaniana de la enunciación se impone al grave final
del enunciado. No obstante, hace falta mucha mala fe
para ignorar que esos enunciados y esos conceptos
existen y que es posible reunirlos en un rompecabezas
con piezas faltantes, variables o disgregadas que cons-
tituye su forma de transmisión del psicoanálisis. 3
La experiencia de esa escucha muestra que la teori-
zación Lacaniana es lo contrario de un asunto eficaz-
mente manejado, de una ilación memorable. El psicoa-
nalista no juega con la escalada hacia instantes privi-

3 Por ejemplo, Jean-Pierre Cléro, Dictionnaire Lacan, París,


Ellipses, 2008.
legiados, no magnifica los hitos doctrinales de una
jerarquía filosófica, sino que hace resonar en una espe-
cie de equidistancia de amplio espaciamiento sonoro
nociones cuyo núcleo de sentido se cierra y se abre sin
cesar. Al practicar saltos aleatorios en la escucha de
una sesión, sorprende encontrar a menudo un mismo
registro de entonaciones como si, después de largos
intervalos, el tono anteriormente escuchado retomara
casi sin cortes, siguiendo el hilo nunca abandonado de
una misma inspiración, descubriendo un espacio teóri-
co desprovisto de metamorfosis aparente, sin presun-
ción ni sobresalto, en un lento desplazamiento entre
estructuras y polos conceptuales casi cristalinos. Las
entonaciones de Lacan rebosan de matices e intensida-
des que, no obstante, manifiestan la relación sensible
que él mantiene con el pensamiento a pesar del peso de
un auditorio numeroso. Todo un teatro de sobreenten-
didos, toda una comedia de insistencias que no dejan de
conservar la promesa de una comprensión siempre
postergada, de mantener la escucha de un público
fusionado en una comunidad melómana y adivinatoria
que descifra el recitativo del maestro. Pero, de una
banda sonora a otra, ese clima de inminencia persiste
hasta el último segundo del seminario, sin que ese
último instante dé lugar a una intensificación distinta,
al forte triunfal de un advenimiento lógico.
Lacan evita imitar en su voz una plenitud que parez-
ca la de un centro, de una unidad, la de una sensación
aunque sea pasajera de una simbiosis entre la teoría y
su objeto. Constantemente, largas pausas hacen sentir
un vacío en el seno del razonamiento y se oponen al
canto continuo de una voz que olvida toda exterioridad
a sus propios efectos. Al cabo de un momento, el propio
Lacan termina por temer la pérdida de su público y
revitaliza su atención con violentos reinicios en locu-
ciones adverbiales: «En efecto...», «Por lo tanto...»,
26
Irrita de pronto lleno de furia y sacudiendo los brazos
como si soportara menos que cualquier otro la lentitud
del trayecto y aullara de impaciencia. Luego, vuelve el
mismo ritmo, el mismo ascetismo de pronunciación,
como si seleccionara en su voz las partículas de una
respuesta que no se termina nunca.

Si la palabra «cumple»* una función - c o m o se divierte


un día Lacan con esta expresión-, es antes que nada la
de llenar esos vacíos. La palabra se teje siguiendo el
ritmo de la lanzadera vocal para entrecruzar las ideas
y los sonidos de modo continuo y organizar sus contras-
tes. Una parte del sentido nace de esa persistencia
acústica que trama el fraseo. Al frenar la lanzadera,
Lacan teje a menudo una palabra de puntos abiertos.
I'ero, en tanto hecho esencial para lo que él denomina
una «ética del decir bien», vivir ese vacío es lo vivo de la
experiencia humana y lo vivo del sujeto para el psicoa-
nalista. De tal modo, los silencios del seminario están
habitados por emociones de delicadeza, de cólera, de
hartazgo, e inician al oído a una teatralidad contraria
n la pura objetivación teórica: climax en una palabra,
punto de detención en otra, estasis del discurso, efecto
susurrado, una pizca de sarcasmo, largo suspenso en
las alturas de una digresión, descenso abrupto hacia
una concepción desdeñable, suspiro, exasperación - y
tonalidad de las tonalidades: perseverancia-.
En los años setenta, el Lacan del último período
dejará oír exclamaciones violentas, martilleos vocales
ensordecedores -volveremos sobre esto-, pero estas
aristas no son representativas del estilo pionero de
años anteriores, más cuidado, más festivo.
Así como Freud tradujo a Charcot al alemán, Lacan
* Lacan juega con las expresiones francesas «remplir une
fonction» (cumplir una función) y «remplir un vide» (llenar un
vacío). (N. de la T.)
27

1111111111111111111111111111! 1111111111111111111111II11II11111111111
intentó decir a Freud en francés en el marco oral de la
sociedad francesa, es decir, en el seno de una cultura
que consideraba los actos de palabra según exigencias
de sobriedad, de humildad. Percibimos inmediatamen-
te cómo la intensificación sonora de los conceptos y la
teatralización de las ideas pudieron chocar o fascinar
al público de Lacan según percibiera su estilo como
ataque a ese marco o liberación de él.
Lacan agrega a ese golpe su preferencia por las fór-
mulas-impacto: «No hay relación sexual», por ejemplo,
no para decir que no hay actos sexuales, sino que no hay
armonía posible entre los sexos. Esa inclinación a la
condensación enigmática ha sido muchas veces cari-
caturizada.
La mayoría de las veces, el tono de cansancio, de
reproche y de amargura, poco agradable en su voz,
muestra que no siempre intenta seducir a su público
aunque, en la solemnidad lenta del seminario, por
contraste, sus bromas a menudo son graciosas, real-
mente hacen reír. Lacan juega muy bien al Gran Sardó-
nico. Pero sólo en voz alta. La recopilación de sus sen-
satas palabras escritas no es tan graciosa. 4
Fuera de esos momentos de complicidad, es asombro-
so que haya seducido a tanta gente con la malicia de ese
todo que amenaza por lo bajo, acusa y denuncia como si
arreglara cuentas con alguien. Lacan es un Merlín gru-
ñón tanto como un Merlín encantador. En medio de una
comunicación bastante apagada, por momentos, como
si se cansara de hablarle a un sordo que, de todos
modos, no va a oír, la palabra de Lacan se intensifica en
una especie de rabia para alcanzar un enunciado, para
emitir algo que se parezca a una fórmula. Pero no es de
buena gana, sólo Dios sabe, y la violencia con la cual

4 Jean Allouch, 132 bons mots avec Jacques Lacan, Toulouse,

Érés, 1984.

28

111111111111111111111111111111111111II111! 11111111III
pronuncia esa frase conclusiva impide tomarla por un
I icmpo de conciliación, de cierre o de descanso. Por lo
l auto, como lo vimos más arriba, es a menudo el ruido
enloquecedor de esa afirmación lo que cubre su sentido,
romo el silencio y los intervalos impedían antes englo-
bar el todo, hacer creer que éste exista y que una teoría
lo contenga.

2!)

t t t m r r r m 111 11 i i n T r n T r n i m m m u i n 111111111 n 11111111111111


PERSONAJES ORATORIOS

El psicoanalista

I'lstos primeros elementos engendran una figura carac-


terística del seminario, su primer personaje oratorio:
el psicoanalista - q u e se asemeja poco a sus pares en
materia de hablar en público-.
Su clamor es: «El inconsciente está estructurado como
un lenguaje». El clamor de un pensador, en el sentido
I impuesto por Gilíes Deleuze, es la exclamación primordial
i lo su pensamiento, la aprehensión original que identifica
apasionadamente a ese autor con un descubrimiento, con
un tema. «El inconsciente está estructurado como un
lenguaje» no es la culminación del trabajo de Lacan sino
la exclamación de un joven psicoanalista en su lectura
de Freud. Ese clamor es la chispa que enciende la
mecha de toda una vida de investigación, de toda una
obra con ramificaciones múltiples.
En el transcurso de su lectura de los tres primeros
libros fundamentales de Freud, Lacan tiene la sensa-
ción de hacer un descubrimiento flagrante: todo lo que
el fundador del psicoanálisis nombra con una palabra
que quedó en uso, el «inconsciente», pertenece al len-
guaje, está reunido en los materiales del lenguaje, es
cuestión de palabras, de habla, de discurso: «¿... en qué
:i 1

11 i 111 l i l i 11111IIIII111111IIIII • I I I I I I 11II1111111111111111IIII11II


ocupa su tiempo [Freud]? ¿Con qué trata? [...] Manipu-
la articulaciones de lenguaje, de discurso».1 El sueño,
como dice Freud en La interpretación de los sueños, es
lo que un individuo cuenta de su sueño. Lo que importa,
encuentra Lacan, es que la interpretación del sueño de
Freud se apoya en ese encastre en el lenguaje. Asimis-
mo, a los ojos de Lacan, el chiste y el lapsus, cuyas ma-
nifestaciones relata Freud, están descriptos antes que
nada como hechos de lenguaje. El ser humano se revela
un ser hablante al menos, si no más que un ser sexuado.
Para Lacan, el «inconsciente freudiano», aquel «del que
Freud habla», se manifiesta por estar inscripto en el
lenguaje, más que por provenir del ámbito de las
tendencias de vida, de muerte o de pulsiones cuya
connotación instintiva desvía al psicoanálisis de su
propio objeto: un inconsciente que tiene una estructura
ligada a la del lenguaje, a sus leyes lingüísticas y a sus
figuras retóricas. La originalidad de ese gesto es obser-
var a Freud no a partir del balance de su obra sino en
la captura inicial de su objeto.
Lacan, al mismo tiempo, está cautivado por la situación
de Freud: un descubridor que no pudo beneficiarse con
una herramienta científica esencial para el tratamiento
de su hallazgo, la obra de Ferdinand de Saussure y su
esquema de lectura de los actos de lenguaje. Lacan se
siente como la deflagración del encuentro entre esas dos
disciplinas, psicoanálisis y lingüística. Su tarea es retomar
el descubrimiento freudiano con los medios de la
lingüística para extraer nuevos conceptos de las
manifestaciones del inconsciente. La ciencia del lenguaje
fundada por Saussure y desarrollada por Jakobson y los
formalistas rusos podría permitir al psicoanálisis devenir
una ciencia del «inconsciente freudiano». Es, al menos, lo
que Lacan va a esperar durante largos años.
1 Jaques Lacan,Monenseignement, ob. cit.,págs. 30y 103 (1967),

[en español: Mi enseñanza, ob. cit., pág. 105].


«El inconsciente está estructurado como un lengua-
ir es, más que nada, algo que le sucedió a Lacan. Su
conmoción personal. «Es a partir de allí que se plantean
las preguntas», continúa diciendo al final de su vida.2
I Insta el fin, aludirá a ese enunciado primordial para
calificar el origen de sus trabajos y aquello a lo que los
psicoanalistas recurren cuando quieren demostrar que
•liguen su enseñanza. Con ese enunciado, Lacan «osó
atribuir importancia a lo que le ocurría a él...» en su
lectura de Freud. 3
I iOS registros del seminario y los documentos filma-
dos demuestran la pasión psicoanalítica de Lacan por
la aventura de pensamiento que se desprende de esa
conmoción. La escucha aleatoria de decenas de horas de
n 'gistro a partir de 19624 muestra que la voz nunca deja
do estar habitada por tal pasión. Esa voz jamás pronun-
cia un saber enfriado para la lección. Por supuesto,
I >acan recapitula, propone definiciones, pero esos tiem-
pos pedagógicos permanecen habitados por la tensión
de la búsqueda en marcha. En los últimos años, esa voz
fatigada revela tiempos de inmenso cansancio. El grito

" Entrevista con Franfoise Wolf en 1972.


1 Según una fórmula que Lacan aplica a Freud enLe Séminaire,Li.vre

I, /,c.s' Ecrits techniques de Freud, texto establecido por J.-A. Miller,


I'. u'ís, Seuil, pág. 8 (1953-1954), [en español: Seminario 1. Los escritos
h'enicos de Freud, Buenos Aires, Paidós, 1991, pág. 12].
1 Fecha más antigua de los documentos sonoros que pude obtener

|inr intermedio de Serge Hajlblum. Serge Hajlblum es uno de los


|iMÍ(50analistas que, en el seno del grupo Lutecium y del sitio web
imociado, han dado acceso a los registros sonoros de Lacan. Sitio
I uiecium: http: / /www.lutecium.org.
Por otra parte, la cásete de audio, llamada aún «K7» [N. de la
T en francés, «K7» se pronuncia igual que «cassette» y el
Henificado de este término es cajita] o «minicassette», se inventó
••ii 1961 y fue comercializada masivamente enlos años siguientes
ii I mismo tiempo que los grabadores compactos y livianos, lo que
oxplica la dificultad para encontrar documentos sonoros de años
anteriores.
33
se extingue en suspiros y repeticiones. Pero, en la ma-
yoría de las sesiones del seminario, la vitalidad del
pensamiento es constante.
En los documentos filmados, la implicación de ese
pensamiento se manifiesta en la implicación gestual
incesante de un individuo que, lejos de contenerse, se
consume sin control en su dinámica especulativa. Cier-
tos rumores, ciertos comentarios evocan un Lacan hip-
notizador de su público, en el sentido antiguo y peyora-
tivo del término: manipulador y corruptor de masas,
a la manera del Dr. Mabuse de Fritz Lang. A causa de los
largos silencios que realiza, Lacan observaría tranquila-
mente a su auditorio, lo miraría fijamente y lo haría
actuar por esa mirada, elemento esencial de ese tipo de
intención hipnótica, así como utilizaría una exhorta-
ción monocorde de la que lo menos que se puede decir es
que no caracteriza su voz. Su comportamiento es el de
un pensador que toma a su público como testigo, no el
de un orador motivado principalmente por apoderar-
se del auditorio gracias a técnicas de habla orientadas
en ese sentido. Los efectos de sugestión característicos
de la expresión apasionada de un autor no son
asimilables a una voluntad de dominio hipnótico. El
público de La-can, en el transcurso del seminario, no se
instala tampoco en una misma prescripción. Una vez
pasada la fase distendida de introducción, la mirada
de Lacan a menudo se vuelve a sus ideas, en la resonancia
de su comentario. Según mi conocimiento, nunca
renuncia a un aspecto de su pensamiento para ganar en
seducción, no se vale de ésta para obtener los favores de
su público o de la Institución. Le gusta seducir, dominar
la interacción, y no cree en el diálogo dentro del
pensamiento -sentimiento compartido por muchos otros
autores-. Demuestra al mismo tiempo una duda
angustiosa acerca de que el público pueda oírlo, y con
frecuencia no cree alcanzar su fin -transmitir la
experiencia característica del análisis-, y no confunde el
asombroso éxito de afluencia a su seminario con un
dominio regocijante de las masas. «No me hago ilusiones,
una nditorio, por muy calificado que esté, sueña mientras
yo estoy aquí luchando. Cada uno piensa en sus asuntos,
MU noviecita con la que se encontrará dentro de un rato.. ,»5
l\n la aclamación y el entusiasmo, Lacan, aunque halagado,
aunque cómplice de ese éxito por la elección de los
: 111fiteatrosque permiten tal afluencia, no deja de sentir lo
Iragico del «malentendido». 6
lis importante preguntarse sobre las divergencias
mcesivas con Freud acerca de las prácticas de la hip-
nosis, sobre su fe en la reabsorción de la sugestión
hipnótica en el dispositivo controlable de la transfe-
i eucia psicoanalítica. Lacan le hace eco: «Porque al fin
s al cabo somos hombres de ciencia y la magia no es una
práctica defendible». 7 Tal rechazo merece ser discuti-
do, y el debate con respecto a ese corte epistemológico
i pie supuestamente debe garantizar la honorabilidad
I II'iitífica del psicoanálisis pertenece de pleno derecho
n la historia del conocimiento. Pero la caricatura de
I ,acan como manipulador de masas rebaja el desafío a
la denigración.
Su rechazo a transigir con su concepción de forma-
• ion de los analistas y de la conducta de la cura provocó
i'i aves escisiones en el movimiento psicoanalítico. Lo

' .laques Lacan, Man enseignement, ob. cit., pág. 99 [en español:
Mi enseñanza, ob. cit., pág. 191 i.
' -laques Lacan, Autres écrits, París, Seuil, 2001, pág. 343, [en
• ipniiol: Escritos I, ob. cit. p. 240 ].
Ficrits, París, Seuil, 1966, pág. 306, [en español: Escritos, vol.
I iih cit., pág. 294]. Además, sobre el retorno de la cuestión de la
hipnosis en el movimiento psicoanalítico, Élisabeth Roudinesco,
Ih 'luiré de lapsychanalyse en Frunce, París, Fayard, 1994, tomo 1,
|M|!" 169,215y 218, tomo2,págs.413y565.[Enespañol:Labatalla
ih' ríen años. Historia del psicoanálisis en Francia, Caracas, Fun-
• I n montos, 1993],
35
menos que se puede decir es que no siempre controló ese
proceso con la habilidad de un fino manipulador. El
hecho de ocupar todos los puestos: jefe de la escuela,
maestro pensador, terapeuta, acarreó complicaciones
institucionales y una idealización del maestro corres-
pondientemente denunciadas. 8 Pero estos elementos
no pueden ser confundidos con el tipo de compromiso en
juego en la oralidad del seminario público. Los riesgos
están de su lado cuando experimenta un pensamiento
en voz alta ante su auditorio, y tales riesgos no son
principalmente los del poder. Aunque la puesta en
marcha de un pensamiento, en su dinámica oral, libere
una violencia flagrante, tal violencia es, en primer
lugar, la que soporta el orador en la íntima presión que
lo obliga a pensar.

8 Al respecto, véanse los análisis de Élisabeth Roudinesco en

Historie de la psychanalyse en France, ob. cit., tomo 2, págs. 307,


351, 352, especialmente [en español: La batalla de cien años.
Historia del psicoanálisis en Francia, ob. cit.] y Frangois Roustang,
Un destín si funeste, París, Minuit, 1977.
El hijo de la sorda

I letrás del personaje del psicoanalista aparece en la voz


de Lacan otro personaje que podríamos llamar el hijo de la
Horda. Su figura imaginaria se forma cuando, en lugar de
prestar atención a las palabras del psicoanalista, el
oyente se deja distraer del sentido percibiendo sólo la
Honoridad de la voz de Lacan. Como si el asistente oyera
. i un individuo que vive del otro lado de la pared, al tipo
II c• al lado. La voz de un hombre del que no se comprendieran
las palabras sino que produjera, por su sonoridad y sus
golpes de efecto, todo un clima de existencia.
Ese hombre es difícil de oír a causa de la sensación de
encierro martirizante dentro del cual parece prisione-
ro, y de su constante malhumor. Cada día, durante
i michos años, habla con alguien -cónyuge o pariente, no
lo sé-. Vive solo con esa persona, como un esposo
anciano con su esposa o un soltero con su anciana
madre, y pasa sus días intentando hacerse oír por ella.
Hay que repetirle todo a esa sorda, gritarle todo el
I lempo, masticar cada sílaba remarcando cada letra
romo dándole bocados sonoros a una enferma que
desparrama todo sin lograr tragar una migaja de la
burbuja teórica preparada para ella. Y cuando esa
37

• H I ^ M H H I 11 r 111111111111111 m 11 ii 11111 ii i r
sorda infernal termina por oír, ¿qué sucede? No com-
prende nada. Aprueba, eso sí, hay que verla, pobre,
imitando las palabras y los tics de su hijo, pero sin
enterarse a b s o l u t a m e n t e de nada. R e t o m a las
sonoridades simulando comprender, pero en un sentido
espantoso de aproximación. Resultan de ello silencios
c o n s t e r n a d o s , e x p l i c a c i o n e s sin fin: r e p r o c h e s
vehementes, gritos llenos de hartazgo, hiél filosa de
severidad, voz agotada, cólera vana a todo pulmón,
soplidos de desprecio hacia una presencia habituada a
soportar escenas interminables de reproche. Toda
deferencia aniquilada desde hace años en «la explosión de
una secreta discordancia afectiva». 1
El hijo de la sorda revela ese encierro insoportable:
estar obligado a gritar palabras nunca oídas y aguan-
tar esa situación como destino por el resto de sus días.
Es inútil hablarle a la sorda, el hijo de la sorda no cesa
de quejarse, pero una vez en su hogar, de regreso a su
universo de pensamiento, cualquier otro interlocutor
desaparece. El mundo interior, en su ambición más
grande, está como prometido a ese único intercambio.
Si bien un día Lacan apela en su auditorio a la
experiencia de «madres no afectadas por la sordera», 2
no pretendo que ,esta tenga que ver con el hecho de que
él haya o no vivido cerca de una madre o un padre
hipoacúsicos, en el sentido orgánico del término. El hijo
de la sorda designa más bien el registro de una voz
creada por un universo de malentendidos. Una voz for-
mada y deformada por la impotencia para hacerse oír,
por la confusión de funciones entre quien no oye y quien
no sabe hacerse oír. Como si, en el transcurso de su
seminario, Lacan reuniera, a través del núcleo de su pen-
1Ecrits, ob. cit., pág. 73 [en español: Escritos, ob. cit., pág. 81|.
2En Le Séminaire, Livre X, L'Angoisse, texto establecido por J.-
A. Miller, París, Seuil, 2004, pág. 315 [en español: SeminarioX. La
angustia, Buenos Aires, Paidós, 2006].

INI M 11II11111II1111111111II11111IIIIIII111 n 1111


mmiento, las tensiones de una interacción con un
MKIÍ torio tan sordo como exclusivo, tan limitado en su
i • K ni cha como estimado en su existencia. «La multitud que
ustedes hoy componen me emociona», dice Lacan con
nititud al numeroso público que vino a escucharlo a
I tesar de una huelga de subterráneos.3 Pero esa emoción
anuncia al mismo tiempo la fatalidad de no ser oído.
Lacan empeora ese fenómeno de sordera en pasajes
donde, como hemos visto, martillea con una misma
brutalidad de pronunciación las nociones importantes
v las palabras sin importancia de una frase. Subraya
n i todos los términos, los inviste de una vehemencia
i|iie los iguala en lugar de volverlos significativos por
ese juego de oposiciones y de modulaciones que hace
I ios i ble la comunicación cada tanto. Esa forma de
obreactuar cada palabra excesivamente da la sensa-
i ion de una culminación trágica que encierra una
causa inaudible en un orador estentóreo. Lleva la pala-
laa de Lacan a un gran desgaste en términos de expre-
sión y a una gran avaricia en términos de claridad. El
ector del público menos seducido por el seminario
detestará el intento de intimación que tal furor parece
imponer, aunque ésta traduzca una dinámica íntima
de exasperación que Lacan es el primero en sufrir.
Charles Mingus hablaba de «cólera creativa» para
designar el estilo volcánico del que hacía gala en escena
v en la vida. Su mujer, Sue Mingus, conocedora del
carácter desafiante del gran músico, llama «inteligen-
i'ia rabiosa» y «arrojo teatral» a esa dinámica de arreba-
lo. A sus ojos, la violencia de Mingus caracteriza el
modo de defensa de un hombre que sólo pide tranquili-
dad pero que siempre debe esperar lo peor.

El set también fue fantástico. Mingus atravesaba el

:l Séminaire RSI, noviembre de 1974.


39

11111111111 i 111! 111 M ¡! 111111! 111111111111111! 11111111 M 111


escenario insultando al trombonista, aullando detrás de
Dannie, pidiendo a Mac Pherson que saliera, vilipen-
diando a todo el mundo. Pero sucedía algo de lo cual
todos eran partícipes, mientras que Mingus rugía reco-
rriendo el estrado y fustigando a los músicos. Su furia,
su rabia intensa tan familiar, explotaron al máximo de su
potencia.4

Para el público del seminario, los beneficios de la aven-


tura encarnada por Lacan hacen que valga la pena de
soportar tales excesos. El modo furibundo es percibido
como uno de los mecanismos del combate lacaniano
para forjar su pensamiento y demoler las teorías
e n e m i g a s . Su « e x c o m u n i ó n » de las i n s t a n c i a s
internacionales del psicoanálisis da un claro testimonio
del hecho de que Lacan, para ellas, no ha sido oído, y que
así continúa. Para otros, esa ultranza no manifiesta
más que un odioso rasgo de carácter y revela un ejercicio
del poder que no merece ninguna justificación.
Algunos hijos de madre sorda no logran permanecer
calmos. A fuerza de insistir para ser comprendidos,
tienen la impresión de que su madre no sólo es sorda
sino que también simula serlo, a tal punto parece im-
posible que tantos esfuerzos para hacerse oír provocan
también muchos malentendidos. Tales accesos de cólera
caracterizan también a ciertos niños sordos que
expulsan su rabia y su impotencia ante las dificultades
de comunicación ligadas a su sordera.
De todas formas, en cualquiera de las sesiones del
seminario, el oyente encuentra la misma antífona: «¿Se
oye, allá en el fondo, en la última fila?», «¿Se oye?», «Si
no me oyen, díganme...», «¿Alguien escucha algo?», «Sin
e m b a r g o , estaría agradecido si alguno quisiera
ofrecerme un signo de escucha...», «Querría hacerles

4 Sue Mingus, Pour l'amour de Mingus, París, Éditions du Layeur,

2003, págs. 41, 48, 63, 64.


oír algo». Y para terminar: «Si no están totalmente
Hordos...».5
El l 2 de diciembre de 1972,6 al comienzo de la sesión,
el discurso de un orador de voz provocativa interrumpe
para denunciar el contenido del seminario y la obedien-
cia de los «pequeños holgazanes» que forman el público
de Lacan. No es la primera ni la última vez que Lacan
vive esos impromptus revolucionarios en la huella de-
i ida por los años post 68. Luego de algunos minutos de
bullicio y de injurias entre la tribuna y una parte del
auditorio, Lacan retoma la palabra en su ritmo habi-
tual, sin quejarse ni comentar el hecho. Las injurias
continúan entre partidarios y oponentes del rebelde
i|ue sigue murmurando insultos en la sala. Lacan no lo
I i ene en cuenta y desarrolla su concierto de pronuncia-
ciones altivas y significantes, instaura espacios cre-
cientes entre las palabras. Poco después, propone ama-
blemente retomar una frase desde el comienzo, sin el
menor nerviosismo, pues esa paciencia era su actitud
habitual en otros episodios del mismo género.
Pero, unos minutos más tarde, basta con que una
persona aislada lance sin reflexionar un «No se oye
nada» para que Lacan proponga inmediatamente sus-
pender la sesión. Injurias, ocupación física, amenazas
verbales, nada del delirio post 68 le hace perder la
cal ma y hace gala de una asombrosa sofisticación en ese
tipo de interacciones. Pero que el público declare de
man era explícita que no oye lo trauma inmediatamente.
Para comparar, en ciertos registros de su seminario,
escuchamos a Gilíes Deleuze que manda a pasear a un
estudiante que se queja de que no oye por estar muy

' Para estas tres últimas citas: D'unAutre á l'autre, pág. 243 [en
i<M|>nfLoI: Seminario 16 - De un Otro al otro, Buenos Aires, Paidós,
•1)08, pág. 222],
" La conférence de Louvain, D'un discours que ne serait pas du
ui'inblant, pág. 51.
41

M111 ¡ 1111111 f i T n 1111 r i r 11111111111111111111111111111111111111


alejado de la mesa del filósofo. Poco le importa a Deleu-
ze. «¡Es su problema saber parar las orejas y, de cual-
quier modo, cállese!» El filósofo está urgido por retomar
el hilo de su pensamiento y no se preocupa por que todos
oigan.
Lacan no comparte esa indiferencia y sufre sobrema-
nera.
Y a h a b l a de « d i s c u r s o a los s o r d o s » p a r a
caracterizar la posición de Freud. 7 En 1946 explica a
«aquellos que no quieren oírme...»: «Voy, pues, a
hablarles a los sordos, y les aportaré hechos que
interesarán, creo, su sentido de lo visible...». 8 Más
tarde, incluso en la cima del reconocimiento, Lacan
se describe en la posición de aquel que habla a una
pared cuando se dirige a la comunidad más atenta a
él: la de los psicoanalistas de su escuela. En 1971,
designa a su antiguo público como «gente un poco
sorda» o deplora nuevamente «la incapacidad total
en que me encontraba de hacerme escuchar por los
psicoanalistas», lo que habría motivado la publica-
ción a regañadientes de sus Escritos.9 El «Seminario
sobre la carta robada» designa al diálogo entre el
prefecto policial y Dupin como el diálogo «de un sordo
con uno que oye», denominación que representa a los
ojos de Lacan la verdadera complejidad «en la noción de
comunicación». 10 Al evocar la manera en que éste actua-

7 Ecrits, ob. cit., pág. 542 [en español: Escritos II, ob. cit., pág.

519].
8 Ecrits, ob. cit., pág. 188 (1946) [en español: Escritos I, ob. cit.,

pág. 188],
9 Le Séminaire, Livre XVIII, D'un discours qui ne serait pas du

semblant, París, Seuil, 2007, págs. 77 - 79 [en español: Seminario


18 .De un discurso que no sería del semblante, Buenos Aires, Paidós,
2009, págs. 71-73].
10 Ecrits, ob. cit., pág. 18. [En español: «El seminario sobre la
carta robada», en Escritos I, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 1988,
pág. 30],

42
I ii i con sus interlocutores, Jacques Nassif habla de «sor-
dos que le daban aún más energía para gritar y atro-
imr...».11 Esa sordera es una de las fuerzas dominantes
contra la cual Lacan se cree obligado a luchar.
I'or momentos, sin embargo, se encuentra con un
publico que lo escucha un poco: «Yo considero que us-
Inles me escuchan muy bien», expresa un día a su
II ud i torio. «Son amables, y más que amables, porque no
basta ser amable para escuchar tan bien.» 12 Esta decla-
i ación encantadora se produce no obstante en una
ronl'erencia de divulgación. No se trata del verdadero
publico de Lacan. En cuanto éste retoma su trabajo
¡inte su público del seminario, desconfía de él y lo
moviliza como a un sordo.
Use registro de la sordera es una llaga y un motor.
Kxcita a Lacan en su dinámica de exasperación y
rebelión permanente ante un interlocutor que oye mal,
cHa presencia vacía detrás de todo interlocutor singu-
lar al cual la voz se dirige. La sorda toma especialmen-
I e la figura de la propia comunidad psicoanalítica y de
la confusión teórica en la cual viven sus instituciones
en los años que siguen a la guerra. Lacan es el hijo
' • x asperado de esa sorda que no piensa reconocerlo en el
lugar que él reivindica. El mismo subraya su martirio
de no ser oído, pues su trabajo es inseparable de tal
queja.13

tilla engendra una variación del hijo de la sorda: el


hombre cansado, el hombre agotado.

11 Jacques Nassif, L'Ecrit, la voix: fonctions et champ de la voix

17/ psychanalyse, París, Aubier, 2004, pág. 186.


12 Jacques Lacan, Morí enseignement, ob. cit., pág. 49 [en español:

l\h enseñanza, ob. cit., pág. 52].


1:1 En ese sentido, Freud decía: «Tengo que estar algo miserable

piii a escribir bellamente», Lettres á Wilhelm Fliess, carta 212, ob.


I I I , pág. 470 [en español: Cartas a Wilhelm Fliess, ob. cit.', pág. 4051.
43

l i l i l í i i 11 r r r m r 1111 TTI TT 11 M 11111 i


El público oye a este personaje suspirar parcialmen-
te al final de cada frase. Si algo le provoca terror a
Lacan es cerrar una frase, como si el final de un
enunciado llevara a una decepción fatal. La vida era
tan intensa en la enunciación que se mantenía abierta:
resonancia de las citas, densidad alusiva de los juegos
de palabras, sutileza del comentario, vitalidad de los
indicios, temporalidad suspendida de los silencios...
Lacan puede permanecer horas en el filo de la espada
y dar pasos cada vez más arriesgados sobre una proble-
mática vidriosa. Pero ¡qué desperdicio concluir! ¡Qué
chiste! El esfuerzo se produce en el transcurso del
fraseo, en el vacío de los intervalos, en el seno de una
emergencia que se mantiene viva, constantemente ines-
table, constantemente conmovida. Pero he aquí que la
estructura de la frase tiene la desgracia de conducir
hacia la forma conclusiva, pues la gramática ha esta-
blecido su pacto de matrimonio con el final. Y, algunas
veces, el seminario no da nada. Las hipótesis son
encantadoras; las bromas, irresistibles, pero el pensa-
miento se estanca, se vuelve farragoso, vicioso, no hay
nada que concluir y, de todos modos, el auditorio no oye.
Ciertos enunciados valen la pena de ser concluidos
cuando su contenido excesivo provoca una estupefac-
ción que excede al punto final: «La mujer no existe».
¿Cómo? ¿Qué? Lo contrario de un cierre. El comienzo
del embrollo. Suspiro del hombre agotado, seguido de
largo silencio. Luego, retoma. «El agotado es mucho
más que el cansado [...] Le pone fin a lo posible, más
allá de toda fatiga [...] La fatiga afecta a la acción en
todos sus estados, mientras que el agotamiento
concierne sólo al testigo amnésico» - o t r o nombre del
sordo, quizás-. 1 4

14 Gilíes Deleuze, «L'épuisé», nota final a Quad de Samuel Beckett,

París, Minuit, 1992, pág. 57 y siguientes.


44
Numerosos elementos dan a pensar que, sin embargo,
I .ncan ha sido oído: el interés apasionado del cual su
obra y su persona han sido el centro, la importancia de
un auditorio «estable en su enormidad» como él dirá un
día, el número de sus lectores, de sus alumnos, la
complacencia de su clientela destacan un reconoci-
miento evidente. El mismo afirma que si su enseñanza
OH pública, es porque la experiencia del análisis es
-comunicable en otra parte» fuera del círculo esotéri-
co.11"1 A pesar de su gloria tardía, Lacan no encuentra
losiego para su obsesión. Año tras año, los registros del
itominario hacen resonar una angustia trágica en su
voz: «Hablo sin la menor esperanza - especialmente de
hacerme oír» será la sentencia central de la carta de di-
solución de la Escuela freudiana de París.
En su artículo «Freud y Lacan», Louis Althusser
describe la tragedia de aquellos que «... llevan al punto
más sordo, es decir, al más escandaloso de sí mismos las
heridas, discapacidades o sufrimientos de combate por
la vida o la muerte humanas... acompaña(n) en silen-
cio, es decir, con voz ensordecedora, en la ignorancia de
la represión, la cadena del discurso verbal del sujeto
humano».16

n'Le Séminaire,LivreX, L'Angoisse, ob. cit., pág. 282 [enespañol:


SeminarioX. La angustia, ob. cit.J.
111 Louis Althusser, «Freud et Lacan», en Positions, París,
Kditions sociales, 1976, pág. 23.
Lucifer y su cigarro

I iiicifer es un principio energético en la voz de Lacan.


I Inn explosión sonora. El otro nombre de la arrogante
• 11 al ¡dad con la cual éste acoge el cortejo de las fuerzas
(|iie lo inspiran. La agresividad burlona con la que
ahorca la pronunciación de las ideas: «al modo como
acentué el uso de ciertas palabras».1
I ,n cultura oratoria francesa exige el ocultamiento
ile la persona detrás del interés de un «contenido», la
afectación de humilde renuncia a sí mismo en
beneficio del tema presentado. Quienquiera que no
iea, de un modo o de otro, pastor de la Iglesia o del
t ludo, debe hacer de su palabra en público un
incorpóreo. Sin tener en cuenta el recuerdo de las
normas religiosas en el origen de tal exigencia (la
leología del Verbo prohibe al laico aspirar a la efica-
i'ia de la Palabra divina o a la de sus representantes),
la educación francesa considera que quien hable en
publico con teatralidad - s o b r e todo si su estatus,
como el de Lacan, es marginal con respecto a la
1 Sesión del 13 de febrero de 1973 del seminario Encoré |en

i ipnñol: Seminario 20. Aún, Buenos Aires, Paidós, 1991, pág.


711.

<17

• H ^ ^ H I I M I I I I I
Institución- revela una pretensión diabólica con su
tono desenfrenado y su exageración herética. 2
Por su parte, el purismo científico instaura un lazo
entre la calidad de un contenido de investigación y la
impersonalidad del tono de quien la comunica a una
asamblea erudita. La intensidad oral del investigador
no debe dejarse sentir como influida por la percepción
de su trabajo. La impersonalidad del tono es la que se
encarga de eso de algún modo: la voz neutra del erudito
sugiere su pertenencia al mundo científico. Por ese
mismo camino, la voz encuentra la fuerza sugestiva que
le fue denegada.
Ese purismo muestra también un progresismo esen-
cial para el ceremonial de la historia de las ciencias:
cada progreso del conocimiento es un progreso para la
Humanidad.
En todos estos aspectos, Lacan se siente mal. Exce-
sivo, opone efectos sonoros en su «promoción del Verbo»
como condición del inconsciente, afirma que la palabra
«instaura en la realidad otra realidad», poniendo la
«función creadora de la palabra» humana en compe-
tencia con la exclusividad del poder creador del
Verbo divino. 3 La malicia intermitente de su voz, su
dicción a veces grotesca y su pesimismo fundamental
contradicen la identificación del saber con una
«santidad» de la ciencia. La enseñanza, agrega Lacan,
no proviene de la pura generosidad de transmitir.
Emociones menos confesables actúan en el núcleo de la
elaboración racional y sostienen su dinámica: «... el
discurso de la ciencia, en tanto se exige objetividad,

Temas desarrollados en la primera parte del libro L'Interview.


2

Artistes et intellectuels face aux journalistes, de Claude Jaeglé,


París, PUF, 2007.
3 Le Séminaire, Livre I, Les Ecrits techniques de Freud, ob. cit.,

pág. 263 [en español: Seminario 1. Los escritos técnicos de Freud,


ob. cit., págs. 343-346],

48

I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I 11 I I II I
ni'iilralidad, monotonía, hasta una especie de supli-
• lo, es también deshonesto, tan oscuro en sus inten-
• Iones como cualquier otra retórica». 4 Por su exclu-
ían del sujeto, la forma lógica del saber engendra un
•Ii una subjetivo del erudito que merecería ser más
• il,lidiado. Por su parte, dice Lacan en La angustia, el
|i nicoanalista se rehusa a «suprimirfse] del texto de la
experiencia» que interroga.
I.ejos de sofocar la teatralidad que engendra su
dinámica de pensamiento, Lacan dobla la apuesta del
wdjbat y ruge sin piedad con una vocalización que
IHacina por su ímpetu dramático. La lectura de los
Kur ritos de Lacan no permite experimentar las venta-
i! i ule una voz que asume lo demoníaco directamente en
111 lensamiento - s u «brujería teórica»-. 5 La escucha de su
/i'ntliophonie restituye esa tonalidad sarcástica que
mantiene a distancia a quien no se atreva a asumir la
liialeria del teórico del inconsciente. Televisión mues-
I ra la gestualidad y el énfasis sardónico. Más curioso
aun: hasta el rostro, mediador por excelencia de la
i oiitención cristiana, deja aflorar la violencia de los
afectos que habitan en Lacan.
-Formemos la hipótesis de que el psicoanalista se
limitaría a ser un filósofo del razonamiento si su escu-
• lia no hubiera heredado del cuerpo histérico (y no sólo
del cuerpo de la histérica) la capacidad demoníaca de
II .msformar las imágenes de la visión», escribe Pierre
h-dida. 6 Pero esa capacidad demoníaca es también
1 I ,ncan, Ecrits, ob. cit., pág. 892 (1960) [en español: Escritos II,

"Ii cit., pág. 870],


1 Según la expresión de Stuart Schneiderman en Lacan, maitre

trn'f, París, PUF, «Perspectives critiques», 1986, trad. fr. de


l'ni re-Emmanuel Dauzat. Stuart Schneiderman piensa que,
Iui t u Lacan, el diablo es más bien un estadounidense defensor de
ln t'nopsicología.
" I introducción a Charcot y Richer, Les Démoniaques dans l'art,
l'nrÍH, Macula, pág. V.
esencial para desbordar las imágenes de la visión por
el bramido sonoro que incomoda a las «buenas mane-
ras» de aquellas, según la expresión de Lacan para
designar la trampa de lo visible. Nadie duda de que esa
capacidad lo ayuda también en su maligna manera de
no querer esclarecer los enigmas que encadenan su
seminario. Esa vitalidad luciferina exige un desgaste
físico incansable, el recurso a partes odiosas del carác-
ter (por suerte, Lacan no está desprovisto de ellas) y
una facultad de soportar el odio enardecido por la
ofensa herética al perfil bajo en el reino de la voz
mesurada. El propio Lacan se asombrará de su payasa-
da al ver las imágenes de Televisión. En otra ocasión,
hablará de su «chifladura». 7
La intensidad vocal llamada aquí «Lucifer» no impli-
ca una posición antirreligiosa de Lacan. Su ateísmo,
como lo sabemos, no pretende la incredulidad. «Luci-
fer» designa la facultad de acoger en el marco oratorio
francés una ultranza verbal que permita captar por la
voz esa verdad característica de la experiencia analíti-
ca que Lacan quiere transmitir.
Un observador encontraba en Félix Guattari «el
mismo tipo de inteligencia que Lacan, una energía luci-
ferina. Lucifer era el ángel de la luz».8
Otro cuenta que escuchó «... en varias ocasiones, adver-
tencias que no eran otra cosa que "desconfíen, es el diablo".
O estar con alguien que me daba un papelito donde
representaba la tierra, el cielo y el infierno: el infierno, por
supuesto, estaba representado del lado de Lacan». 9 ¿Éste

Citado por Jean Allouch en Alió Lacan? Certainement pas,


7

París, Éditions EPEL, 1998.


8 Palabras de Jean-Pierre Muynard citado por Francois Dosse en

Gilíes Deleuze, Félix Guattari, biographie croisée, París, La Dé-


couverte, 2007, pág. 12.
9 Serge Leclaire en Alain Didier-Weill, Quartier Lacan, París,

Champs-Flammarion, 2004, p,ag. 40.


50
i leítería haber abjurado, en efecto, de su técnica sacrilega
ile sesiones cortas, de las torsiones histéricas de su
verbo, de la fascinación de sus discípulos? ¿O, de su
¡;ran desafío solemne a la Institución psicoanalítica, de
ni pretensión luterana de entrar cómodamente con el
mensaje freudiano y hasta de ese respeto mezclado con
temor que lo rodeaba?
Esa capacidad de Lacan orador para captar formas
• erbales demonizadas por nuestra cultura, para dejar
deformar su palabra, sus mímicas y su reputación para
alcanzar un clima sonoro adecuado, forma parte de su
inber de psicoanalista y de retórico. Lucifer es esa
plasticidad oral a ultranza que hace resonar tiempos
ile pensamiento fuera de las convenciones de una pala-
bra aceptable. Tal figura manifiesta el lazo entre una
novación de pensamiento y el universo fantástico de las
Ielisiones con las que ese pensamiento puede afearse,
inllarse, gesticular hasta lo grotesco. Es difícil com-
prender hasta qué punto Lacan ha sido maldito y cómo
II reputación continúa oliendo a azufre sin considerar
I i parte luciferina del orador público, olvidando su
rnmpromiso con sus pacientes y la empatia que demos-
i raba en la presentación de los casos.
I'ara ellos, Lacan era el diablo.»10

I i silueta de Lucifer se completa con un cigarro retor-


i ido (pie Lacan exhibe a menudo durante sus exposicio-
nes, haciendo de él un partícipe importante de su
"i a loria.
I )o modo emblemático, ese cetro bucal precede al
i nisrpo de Lacan en su avance hacia la tribuna de la
l hiiversidad de Louvain, cuerno de Belcebú que sale por
la boca.
¡Qué horror!
111 Itoné Tostain, citado por AlainDidier-Weill en Qucirtier La can,
uli eil„, pág. 212.
51

I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I l l l l l 111 I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I
Lacan fuma culebras de Davidoff, modula bastante
raro. Hay que hacer un esfuerzo para conseguirlas - n o
todos los comerciantes las venden-, y ese deseo malicio-
so de exhibir su contorsión... Esas culebras o serpien-
tes, cuyo nombre califica la silueta ondulada de un
cigarro que parece haber sido pisoteado por un automó-
vil antes de ser echado a la cuneta, que designa el
movimiento de su línea en arabesco formada a veces por
una curva, a veces por varias sucesivas - y la repulsión
que puede provocar en cualquier persona observando a
un hombre que tiene una serpiente en su boca y refleja
el rostro de Medusa-.
En el mundo de los cigarros, la «vitola de galera»
designa la forma típica de esos cigarros: diámetro,
longitud, peso, elementos que influyen en su sabor e
intensidad. Si bien todos los cigarros disponibles en el
mercado son enrollados de modo rectilíneo, en una
especie de rectitud más o menos gruesa que vale para
la aceptación de cierta normalidad, incluso entre los
viciosos del tabaco, la culebra es la única vitola manu-
facturada en esa forma barroca. Al contrario de lo que
creen algunos psicoanalistas, Lacan no retorcía sus
cigarros. Los fabricantes como Davidoff o Partagas lo
venden en atados de tres cigarros trenzados y enlaza-
dos por dos cintas cuyo nudo hay que desatar antes de
extraer una de las serpientes. En su caja de cigarros,
Lacan puede contemplar hebras de su teoría de los
nudos y encontrar con qué fascinar a su público.
Ese cigarro se caracteriza también por el hecho de
que la superficie de la capa (la hoja de tabaco que
envuelve al cigarro) está aplastada en ciertos lugares
por la torsión de las hojas. Hay que amar su imperfec-
ción abollada, su desprolijidad, su ajamiento, y querer
lo contrario de lo que busca el cliente habitual: la
regularidad perfecta de la vitola. Uno de los placeres
de la culebra proviene de esa contradicción a las nor-
52
mas del fumar rectilíneo y al prestigioso Perfecto que
caracteriza al habano de lujo. Hay que disfrutar de
tener en los labios la extravagancia y sacarle provecho
gracias a un estilo retorcido. «Dejémoslo torcido», co-
menta Lacan. 11
Cada fumador de cigarro se encuentra habituado a la
Corma de la vitola que exhibe ante sus ojos. Entre dos
bocanadas de humo, contempla sus detalles como los de
cierta ambición de sí mismo encarnada en el instante
presente: encender un placer, entrar en ensoñación, ob-
servar las volutas de humo, saborear el carácter ligero o
apacible de un aroma, la potencia del tiro, la regularidad
de la combustión -todos estos elementos que traducen el
tipo de transformación que el fumador está en condiciones
de aportar a su existencia al elegir un cigarro-.
El fumador ama también la sensación que resulta de
la elección de su vitola: afirmación grandilocuente del
corona gorda, elegancia esbelta del panatella, acceso
viril a los aromas del robusto, deleite dulce del derni-
lasse... La culebra se distingue por el gag formal de su
irregularidad y supone un fumador lleno de humor. A
I ,acan le gusta amplificar el pecado fumando esa con-
torsión endemoniada que agrega una sonrisa constante
a su personaje. El hecho de observar una culebra susci-
ta todo un conjunto de pensamientos ligados a la ambi-
güedad, a la desviación, al zigzag, ala afinidad por todo
lo arruinado, aplastado, retorcido, a las sinuosida-
des de la existencia y del sexo... y a todo lo que cada
fumador confunde con su acción de fumar, en términos
de meditación. Este elige tal forma menos azarosa-
mente aun si es, como Lacan, un fumador en público
categoría particular, diferente del fumador de club
o del fumador solitario que prefiere la tranquilidad

11 En Televisión, París, Seuil, 1974, pág. 64 [en español: Psico-

análisis, Radiofonía y Televisión, Barcelona, Anagrama, 1977, pág.


129].
53

1111:11
a cualquier otra condición para degustar una vitola.
Al contrario de lo que se ha dicho y repetido, la cu-
lebra, más que un dandismo moderno, expresa la antigua
rusticidad del sarmiento de viña o de la rama de olivo.
Una leyenda explica el aspecto descuidado de ese cigarro
por el hecho de que, en las fábricas cubanas, el torcedor
tenía el derecho cada tanto de dejarse para sí tres
cigarros de su producción. El origen de esa vitola
vendría de la forma desenvuelta en la que el obrero
ataba su posesión para marcarla, distinguirla de los
otros cigarros, antes de llevársela con naturalidad al
final de la jornada. Gesto familiar, placer de contra-
bando que da al cigarro el aspecto de una antorcha
torcida e invendible. Su sabor franco es menos complejo
que el aromático de los cigarros estrella y su encendido
rápido permite el acceso a aromas sin añadidos intro- •
ductorios. Lejos de confundirse con el refinamiento de
los guantes de Beau Brummell, ese cigarro es el vesti-
gio de una artesanía bucólica portadora de los atribu-
tos del sátiro, con flauta y cuernos incluidos. Pues es el
diablo, tengamos en cuenta, el que hereda los cuernos y
las patas de cabra del sátiro en la iconografía pictórica.
La extravagancia de la culebra atrae tremendamen-
te la mirada. El fumador lo sabe y busca esa curiosidad
de manera cierta, sabiendo que es imposible verlo
fumar sin plantearse preguntas: ¿qué es esa cosa in-
creíble en su boca? ¿Qué intención lúbrica tiene ese
fumador en la cabeza para exhibir una cosa semejante
entre sus labios? El cigarro satírico completa oportu-
namente la atracción de una palabra luciferina, de un
estilo que ostenta su materialidad retorcida. Lejos de
disimular sus herramientas retóricas, Lacan señala su
artificio en el exacto lugar de su pronunciación. Agrega
su presencia original en el círculo de psicoanalistas
fumadores de cigarros cuya congregación fundó Freud,
asociando el nacimiento del psicoanálisis con el placer

54

m " i " i 11111111111111111111111111111111111111111111' i > i 1111


del tabaco. No obstante, el cigarro de Lacan opone un
Hesgo ingenioso al del fundador. Hace pensar en esa
«gran libertad de comportamiento» que Lacan admira
en Ferenczi y que asocia a un pensamiento no «ortodóxi-
co». 1 2
Nuestro interés por el fumador es lo contrario de una
acusación de estafa. Lacan trabaja mucho: horarios
pesados, fines de semana de intensa preparación de su
Heminario, propensión a arruinar sus vacaciones por
trabajos de redacción...
Un día, para ilustrar el uso metafórico del lenguaje
y distinguir el referente de la cosa, Lacan muestra a su
público el cigarro retorcido que está fumando y lo llama
«eso».
«Lo que acabo de designar como "eso" no es mi ciga-
rro. Lo es cuando lo fumo, pero cuando lo fumo, no hablo
de él.»
Así como el concepto de perro no ladra, el referente
•cigarro» no se fuma. 13

12 Le Séminaire, Livre I, Les Écrits teclúnques de Freud, ob. cit.,

pi'ig. 233 (1953-1954) [en español: Seminario 1. Los escritos técnicos


tlu Freud, ob. cit., pág. 43],
1;i Le Séminaire, Livre XVIII, D'un discours que ne serait pas du

Hvmblant, ob. cit., pág. 45 [en español: Seminario 18. De un discurso


i/lie no sería del semblante, ob. cit., pág. 43]. Recordemos además
que veíamos a Lacan fumando su culebra en Télévision, en el ca-
pítulo «Racismo» que puede verse en el sitio UbuWeb, por ejemplo.
El apasionado
de los fonemas

Kl apasionado de los fonemas es el personaje oratorio


más feliz en la voz de Lacan. No caza mariposas, a la
manera de Nabokov, pero nunca se cansa de seguir la
pista de las especies acústicas originales, de seguir el
I i nyecto de entidades homofónicas divertidas, de estu-
diar la metamorfosis de una tonalidad en que la oposi-
< ion a otra tonalidad puede ensombrecer o iluminar el
destino de una significación. No le gusta clavar su
colección sobre la plancha de un libro, aunque lo hará
l irdíamente.
El apasionado de los fonemas hace resonar las con-
cordancias y las discordancias de una lengua por puro
placer de vivir y de estar en el mundo. Lacan juega
lucidamente con las sensaciones auditivas de su públi-
co, se deleita en la caza de una inflexión y de otra,
refuerza las consonantes, alarga las vocales, se deja
caer en el hueco de una sílaba antes de salirse de ella
por un impulso vocal. Aunque abusa de las consonan-
cias eufónicas, el apasionado de los fonemas no se
olvida de hacer discordancias ni esparcir cacofonías.
I,a puntuación de sus frases está hecha de intensos
57

M4t«i i í 1111111111 i i i 111111111111111 rrn TI TI 111111111111 rn 1111111


suspiros y conoce mejor que nadie el valor creador del
silencio en la percepción de las sonoridades. De ese
modo, juega a menudo con un resto inaudible en el seno
de sus frases, con una ambigüedad nocturna que flota
entre las palabras diurnas. A la manera de los actores
de teatro clásico, Lacan confiere a la enunciación una
potencia propia en la formación de pasiones amorosas,
de conflictos, en la estructura de los acontecimientos.
La pronunciación y la escucha son permanentes placeres
para él. A la edad de setenta años, se lanza al estudio del
japonés: «... esa lengua melodiosa, maravillosa, hecha de
flexibilidad y de ingenio... una lengua en que las inflexiones
tienen de absolutamente maravilloso que se pasean solas.
Lo que se llama monema, allí, en el medio, pueden
cambiarlo. Le encajan una pronunciación china...».1
Sería precipitado ver en esa predilección una heren-
cia del Wilz freudiano, del juego de palabras que liga
inmediatamente a Lacan a una filiación intelectual con
el maestro de Viena. En primer lugar, es un placer
sensual por esos fenómenos y una profunda cultura
poética lo que le interesa a Lacan en la pronunciación
de la lengua, en esa confusión de ser y de hablar que él
llama el «serhablante». Su afecto hacíalos surrealistas
no deja de nutrirse de la teatralidad sonora de sus
manifestaciones. Tales elementos preceden de lejos su
estatus de heredero de Freud. Hay que recordar la
dicción barroca de Salvador Dalí, el juego sonoro de los
poemas y el teatro de Picasso, las redondeces fonéticas
de Ubu, el desafío poético de los trabajos del Círculo de
Praga. Freud no adhirió en nada al surrealismo ni al
modernismo, a la inversa que Lacan. En las citas
literarias del primero, lo que a éste le interesa es la
intuición profética de un lema, la captura versificada

1 Le Séminaire, Livre XVIII, D'un discours qui ne serait pas du

semblant, ob. cit., pág. 91 (1971) [en español: Seminario 18. De un


discurso que no sería del semblante, ob. cit., pág. 84].
ilií una verdad psicológica, el tesoro de un proverbio que
lince alusión a sus propios descubrimientos. Freud es
mucho menos sonoro que Lacan. Confiesa a Fliess, en
piona redacción de La interpretación de los sueños: «En
Ins "proporciones de sonido" quedé atascado, siempre
me resultaron enojosas porque sobre ellas me faltan los
conocimientos más elementales gracias a la atrofia de
mis sensaciones acústicas». 2 Por el contrario, esas per-
cepciones están muy vivas en Lacan, como reverso de su
¡mgustia de no ser oído.
Su pasión por la lingüística, disciplina poco intere-
sada en la voz individual, no se impuso al placer de la
palabra que lo une a la cultura retórica. Lacan conserva
la fe en «ese maravilloso poder del organismo de signifi-
car profundamente», según la bella fórmula de Nietzs-
che.3 No puede pensar que un concepto exista sin
entonación, que un pensamiento no sea primero una
exclamación. Ciertos autores reprochan a Lacan la
falta de espacio que otorga a los afectos en su teoría.
I 'ero sus propios afectos ocupan todo el espacio en su
dicción de la teoría y no pueden ser separados de ella,
fin la misma medida, Lacan busca una formulación
científica del psicoanálisis que lo lleva a esperar mu-
cho de la referencia a la lingüística. Esa fidelidad a dos
disciplinas del lenguaje, retórica y lingüística, nor-

2 Freud,Lettres á WilheimFliess, ob. cit., carta 176, pág. 414. [En

español: Cartas a Wilheim Fliess, ob. cit., carta 174...,pág. 356].


También sorprende ver, en Psicopatología de la vida cotidiana ,que
los ejemplos más fónicos no vienen de Freud sino de Ferenczi.
Víanse pág. 73 y siguientes en la edición NRF, Gallimard, París,
••< !onnaissancedel'inconscient», 1977 [enespañol: Sándor Ferenczi,
()l>ras Completas, Psicoanálisis, Tomo I, cap. XXIV, «Conocimiento
del Inconsciente», Espasa-Calpe, Madrid, 1981, págs. 273 y sig.].
11 Nietzsche, «De l'origine du langage», enRhétorique etLangage,

< 'liatou, Editions de la Transparence, 2008, pág. 77 [en español: El


libro del filósofo, seguido de Retórica y lenguaje, Madrid, Tauros,
1974],
59

MMflllMIflllllHlllIlHIffiMn^
malmente excluyentes una de la otra, es esencial para
Lacan. Se niega a disociar esos saberes y reúne en una
misma fraternidad de término, «lingüista», a todo eru-
dito que, en el transcurso de los siglos, se haya apasio-
nado por el estudio del lenguaje. Hasta que, excedido
por el desprecio de los lingüistas universitarios, - e s -
pecialmente el de Georges Mounin-, Lacan exclama,
loco de rabia: «... la lingüística, les voy a decir, me
importa un bledo. [Estallido de risas en la sala.] Lo que
me interesa directamente es el lenguaje...». 4 Y conti-
núa haciendo tronar su locuacidad contra los lingüis-
tas durante todo el resto de la sesión, revelando hasta
qué punto el impulso colérico beneficia a su inspira-
ción.
Las últimas imágenes de Televisión, emisión reali-
zada en 1973, hacen eco de ese placer oral de modo casi
testamentario. Lacan podría falsear ese archivo con
una sobria declaración televisiva que hiciera olvidar su
«chifladura» oratoria. En lugar de posar de ese modo
buscando su redención, Lacan se pone a marcar el
compás con ambas manos para luego formular un
descenso enigmático de su voz que sólo deja evidenciar
su placer de escandir el ritmo de la aliteración: «De lo
que perdura de pérdida pura a lo que sólo apuesta del
padre a lo peor». La profunda satisfacción que se lee en
su rostro es la de un hombre que tiene marcada la
última imagen del gozo de lo pronunciado.

Esa preferencia por la sonoridad puede dar a Lacan la


imagen de un loco literario. Es sorprendente compro-
bar hasta qué punto los textos de André Bretón y de

4 D'un discours qui ne serait du semblant, sesión del 10 de febrero

de 1971. Esta declaración se encuentra en la pág. 45 de Le Séminai-


re, Livre XVIII, que retoma el texto (sin hacer oír las risas que lo
acompañan) [en español: Seminario 18 .De un discurso que no sería
del semblante, ob. cit., pág. 42].
Michel Foucault sobre la «homofonía escénica» de Jean-
l'iurre Brisset parecen describir la manera en que
Lacan teatraliza el juego de las asociaciones y de las
liomofonías, como si éstas pudieran transmitir la es-
1nictura del inconsciente a la manera en que el lengua-
|0 de Brisset comunicaría los orígenes de la gramática.
Ejemplo del lenguaje de Brisset que hace pensar en
I iiican: «He aquí los sucios presos; fueron apresados en
I i suciedad de los precios, están en la sala de subastas.
I /os presos eran también los prisioneros que había que
nhorcar. Esperando el día de las plegarias, que tam-
liién era el de los premios, los encerraban en una sala,
niiu sala con agua, donde les tiraban suciedades. Allí
IOH insultaban, los llamaban sucios. Los presos tenían
ptvmio. Lo devoraban y, para tenderles una trampa, les
nlVecían prenda y premio. Es una estafa, respondía el
unbio, no acepten premios. ¡Oh hombre, es una estafal».5
Lacan llama a este delirio «desvío del significante» e
imita sus trazos con su manera de poetizar la teoría en
el lenguaje sin sentido del inconsciente. En sus últimos
iiominarios, sus propios excesos neológicos y su tenden-
cia a los juegos de palabras dan a veces una apariencia
dfli rante que ya no parece imitar sino estar contamina-
da por ese desvío, ese «cáncer verbal del neologismo». 6

1 ("itado por Michel Foucault, «Sept propos sur le septiéme ange»,

/)//» et écrits I, 1954-1975, París, Gallimard, «Quatro», 2001, pág.


«86.
" Ecrits, ob. cit., pág. 167 [enespañol:Escritos, ob. cit., pág. 166|.

61

i I í ¡ I l ¡ I M I I 1 I I I I I I I I I I ¡ i I I I I I l i II I I I I I I I I I I I | | | | I I
El vociferador

l'U vociferador, el Gran Maestro del Golpe de Efecto, es


un personaje ya conocido. Reaviva la atención de su
auditorio por aullidos grandiosos en modestas locucio-
nes: «Sin embargo...», «En efecto...», «Por lo tanto...». 1
Kl vociferador engaña con el protocolo científico que
pretende utilizar. En lugar de hacer de la confirmación
razonada de una hipótesis lo esencial de su discurso,
pone toda su autoridad en el fasto de un truco de ilu-
sionista: intensificar de modo paroxístico una muleta
gramatical que hace creer al auditorio que ha perdido
una fase crucial del razonamiento, pues en el momento
ilu ese formidable alboroto que subraya el pasaje de una
i • I apa, el público busca en vano el elemento de resolución
i pie justifique tal suceso.
En una versión favorable, el vociferador es un peda-
rogo astuto: la cólera de una voz superyoica bramando
i propósito de cualquier cosa despierta oportunamente al
público adormecido. La función paternal declina en
' íccidente. Es importante restablecer su tono y su
firmeza. Es también un maestro zen que lanza una
1 l'or ejemplo, la sesión del 12 de diciembre de 1972 del seminario
Aún.
bofetada sonora a su discípulo, jugando con un efecto
rítmico a modo de golpes de bastón.
Una mirada menos complaciente verá un desvío
autoritario en esa manera de disimular la duda y el
lapsus con el bramido. Como efecto desolador, ésta fija
al público en una masa por la intensidad marcial de ese
acento puesto en cualquier palabra. La omnipotencia
de la voz del maestro se desarrolla libremente en lugar de
que éste muestre el ejemplo de renunciar a la descarga
pulsional -condición de la civilización según Freud-.
La voz tonante del vociferador da la orden de escuchar
y de obedecer, solamente, «... sin más autoridad que la
de ser la voz estentórea». 2 Ella ya no construye relacio-
nes de ideas más o menos interesantes en el seno de una
aventura de pensamiento que se sigue libremente, sino
que inflige la dureza de una relación de fuerza contra la
posibilidad de dudar de las palabras de maestro. En
lugar de revelarse por un silencio, el vacío teórico se
enmascara con la explosión de un estrépito. En los años
setenta, Lacan se abandonará más a menudo a esas
frases de martilleo sonoro. Eructa enunciados enteros con
un rostro endurecido por la severidad y la cólera, liberando
la oscuridad devoradora que habita la voz del maestro
cuando éste se abandona a la tiranía. Es fácil imaginar
con qué evidencia algunos se despidieron de esas
sonoridades marciales, huyendo de la obediencia que nace
de tal escucha y de la «imagen del Castigador» que Lacan
tan bien describió como algo que resuena en el niño «más
lejos que ningún estrago». 3 Del mismo modo, la duración
excesiva de ciertos silencios de Lacan puede relacionarse
con esa omnipotencia ejercida sobre el auditorio obligado
a una espera desmesurada. 4 En cualquier momento, la

Ecrits, ob. cit., pág. 684 [en español: Escritos, ob. cit., pág. 650],
2

Ibíd., pág. 104 [ibíd., pág. 110],


3
4 Paul Ricoeur criticaba la palabra de Lacan por ser «perversa-

mente suspensiva». Citado por Elisabeth Roudinesco enHistoire de


64
vocalización que dinamiza al pensamiento contra la
frialdad lógica puede destruir la vitalidad que lo motiva
por una exageración mortífera. Se traiciona la «ética de
la voz» cada vez que el placer del objeto-voz se
desencadena fuera del logos: grito agudo de la diva,
canto mortal de la Sirena, bramido del tirano... 5 Lacan
losiona esa ética cuando aplasta el sentido de su discurso
ron esas vociferaciones.

Kn medio de sus reproches, no obstante, el auditorio es


raramente consciente de que lo que denuncia en el
orador a veces surge de la propia presencia del público.
I a tensión que crean los cientos de miradas que escru-
tan, evalúan, fomentan el rumor, la tensión que emana
de los sentimientos compartidos de admiración y de
rechazo de la multitud, puede engendrar sin saberlo
ana reafirmación defensiva y caricaturesca del tono
(leí orador. Esas tensiones apelan también al recurso
preventivo, a la coquetería en la indumentaria o a un
protocolo de caprichos, amuletos contra la fuerza ame-
nazadora que, mezclados con el éxito, destruyen a
menudo sus ventajas: «vestimentas extravagantes con-
feccionadas según sus directivas: pieles, trajes de telas
extrañas, cuellos duros sin solapas o cuellos altos,
chalinas, zapatos hechos a medida y de materiales
inesperados...». 6 Numerosos testimonios de escritores
y artistas corroboran la violencia de esos métodos.
Asimismo, el gesto indiscreto de una asamblea que se

la psychanalyse en France, París, Fayard, 1994, tomo 2, pág. 400 [en


impañol: Historia del psicoanálisis en Francia, ob. cit.].
5 Michel Poizat, Vox populi, vox Dei. Voix et pouvoir, París,
Métailié, 2001, pág. 134.
9 Élisabeth Roudinesco, «La liste de Lacan. Inventaire de choses

ilÍHparues», Revue de la BNF, 14, 2003. Retomado en Eric Marty


(coll.), Lacan et la littérature, París, Manucius, «Le marteau sans
iimítre», 2005.

65
atreve sin vergüenza a instalar decenas de micrófonos y
poner otros tantos grabadores a su alrededor no puede
dejar de afectar al orador. Ser grabado basta para
transformar a cualquier individuo de manera incontrolable.
Cualquiera que tenga la ambición de una obra literaria,
artística o científica puede sentirse de pronto incapaz de
explicar, incluso para sí mismo, las metamorfosis que le
hace sufrir el más amplio reconocimiento.

E L NOBLE DE TÍTULO COMPRADO

El noble de título comprado - o incluso el marqués- da


testimonio de una pertenencia aristocrática en la voz
de Lacan. El acceso al título señorial se efectúa por
abundante altivez. El noble de título comprado produ-
ce acentos tan engreídos como el noble de origen.
«Voy a contarles una pequeña historia», propone Lacan
a su auditorio el 27 de enero de 1954. Con el propósito de
ilustrar el fenómeno del «reconocimiento» en el trabajo
analítico, el psicoanalista cuenta que una mañana, al
despertarse en el dormitorio de su casa de campo, distingue
en los flecos de la cortina «el perfil de un rostro a la vez
agudo, caricaturesco y envejecido que representa
vagamente para mí el estilo del rostro de un marqués del
siglo xvm. He aquí una de esas necias fabulaciones a las
que se entrega nuestra mente al despertar. [...] Las
necedades -marqués del siglo xvm etc.- desempeñan un
papel muy importante, porque si yo no tuviese
determinados fantasmas sobre el tema que representa el
perfil, no lo habría reconocido en las franj as de mi cortina».7
«La ley del lenguaje -escribe Proust- es que uno se
expresa siempre como la gente de su propia clase men-
7 Le Séminaire, Livre 1, Les Ecrits tech.ni.ques de Freud, ob. cit.,

págs. 45-46 [en español: Seminario 1. Los escritos técnicos de Freud,


ob. cit., pág. 62],

66
l a I y no de su casta de origen». 8 La voz del noble de título
comprado se relaciona con la famosa afirmación de
I iiican según la cual el analista toma la autoridad de sí
mismo («y de algunos otros», agregará más tarde). En
cualquier caso, Lacan comunica sus investigaciones de
una manera tan vanidosa que su auditorio parece
aplastado por un alud discursivo.

Kl marqués es inseparable del ebrio, figura sorpren-


dente que parasita como un pelo en la sopa el final de
ricrtas frases del noble de título comprado cuando éste
vocifera sin gracia contra un enemigo. La afectación de
Lacan se convierte entonces en un gruñido previo al
i'Hputo, pues el psicoanalista carraspea todo lo que su
voz puede encontrar de acentos viscosos para ensuciar
al adversario. El desprecio con el que el noble de título
comprado condena una ideología, una institución o a un
colega condensa su dicción en una pasta grosera mono-
logada en voz baja, como si Lacan vomitara sus ideas. 9

L A CHILLONA

AHÍ como el ebrio representa una inflexión hacia abajo


mi la voz del marqués, la chillona entabla una inflexión
Inicia arriba. Es una vocalización muy aguda de burla,
una voz que emite un comentario mundano en pleno
irminario, cuando se le canta, y se sirve de la voz de
l.acan. Éste deja cacarear tal figura en su garganta
cuando desacredita una idea, no a través de la discu-
ion, sino pervirtiéndola con esa voz mundana histéri-

" Citado por Gilíes Deleuze en Proust et les signes, París, PUF,
-tjuadrige», 1964, pág. 102.
" Por ejemplo, El reverso del psicoanálisis, sesión del 17 de di-
i leinbre de 1969. Los mismos acentos que en la sesión del 18 de
niurzo de 1970.
67

i i 111111111111111111 r n n i i i r n ri 11 ri 111111 n 111111111111111111111111"


ca que, al tomar esa idea como propia, la descalifica
inmediatamente. Cualquier idea que connote el Anti-
guo Régimen por ese tono melindroso es indefendible en
la Francia republicana. Nadie quiere identificar su
punto de vista con el maullido preciosista de una
aristócrata o con el de una perfecta burguesa contem-
poránea. Si Lacan quiere terminar con una concepción,
la disfraza de voz engreída de idiota destinado a la
guillotina. Por su manera de juzgar -fenómeno raro en
el registro oratorio de un académico-, la chillona capta el
registro más agudo de la tesitura Lacaniana.
En 1969, en Vincennes, la chillona humilla a un
oponente de la sala al retomar una de sus viriles ideas
revolucionarias con un acento de exagerado refina-
miento. De esa forma, la voz aguda de Lacan invierte a
la vez el sexo del oponente y su pertenencia al llano. El
revolucionario viril se encuentra metamorfoseado en
aristócrata prendado de frases revolucionarias. Heri-
do en su sensibilidad, el camarada protesta: «No hay
que burlarse de alguien que plantea una pregunta. No
se imposta una vocecita como lo hiciste ya tres veces». 10
En 1971, la chillona comenta la furia de Lacan a pro-
pósito de los lingüistas. El psicoanalista estima que,
hasta en el número de puestos universitarios que se le
han atribuido, la lingüística debe mucho al interés que
Lacan le demuestra en su teoría. Pero -¡ingratos!-
ciertos lingüistas consideran que ese interés de Lacan
por la lingüística es el de un ignorante: «¡Y bueno, ya es
bastante!», exclama la voz aguda de la chillona, y ese
timbre inesperado hace estallar de risa al público que
oye los elementos de tal controversia en una sonoridad
que ridiculiza a los interlocutores. 11
10 Palabras reproducidas en Magazine littéraire, «Spécial La-

can», ne 121, febrero de 1977.


11 De un discurso que no sería del semblante, sesión del 10 de

febrero de 1971, 42 min. 5 s.

68
Una última vez, durante la emisión de Televisión,
¡irchivo de la última aparición audiovisual de Lacan, la
chillona se hace presente sin ningún respeto por el
protocolo de presentación de un gran hombre pertene-
ciente a la historia de las ideas. En la segunda parte de
lu emisión, Lacan afirma que no es sino al precio de un
engaño consentido que cada mujer permite a la fantasía
del hombre encontrar su momento de verdad, hasta el
fracaso sexual «pautado como una partitura». Esa con-
cesión que una mujer asume por amor a un hombre,
prosigue Lacan, consiste en asimilarse a la fantasía de
aquel para darle una apariencia de realización. Pero la
voz de Lacan adopta de pronto una sonoridad hueca y
i;rita alocadamente que ese engaño no es esa «mentira»
'pie, por ingratitud, se atribuye alas mujeres, imitando
11 na voz engreída que se pretende versada en psicología
femenina en un salón.12 Luego, dejando esa alocada fe-
minidad, recobra su registro masculino y continúa
como si nada.
Del ebrio a la chillona, vemos la diversidad de las
alianzas que Lacan hace pasar en su voz haciendo eco
(lu la diversidad de sustentos que utiliza, desde las
eHieras del Vaticano hasta las del partido comunista,
l as formulaciones carnavalescas de su voz atraviesan
ni transición las categorías sociales y los sexos.

E L DOMADOR DE PULGAS

MI domador de pulgas reaparece a menudo en la obra de


Macan. Es un cómico animalista. Se presenta a su

1 •' líl pasaje corresponde a la pág. 64 del texto Télévision, ob. cit.

h'ii español: Psicoanálisis, Radiofonía y Televisión, ob. cit., pág.


I«H|. El registro se puede consultar en línea, en el sitio UbuWeb
• ipocialmente. La chillona se oye en la segunda parte, en el capítulo
1 Jue puis-je savoir? Que dois-je faire? Que puis-je espérer?».

69
público acompañado de un bicho que embrutece su
discurso.
Es el apresuramiento de un ratón condicionado por
la intención neurobiológica de dirigirse «hacia su plato
de comida cuando se le presenta la carta* donde puede
leerse su menú». Es el «perro atado a la mesa» de
Pavlov, la prueba por la «Medusa» de la teoría de los
estadios, la «imagen del yo en el camarón», la explota-
ción marxista «de la golondrina por la golondrina», esas
parejas de animales que copulan tan raramente que nos
prueban que la copulación «lejos está de las intenciones
de la naturaleza». O esas dafnias que tienen «la curiosa
costumbre... de taponarse la conchilla en un momento
de sus metamorfosis con pequeños granos de arena». O
«esos animalitos que participan» en las corridas de
toros. «... ellos no son totalmente inofensivos, como
saben.»13
Insistentemente, el animal juega el papel de un
cobayo impávido y neurótico que soporta hasta lo bur-
lesco el delirio que un erudito le pide confirmar a través
de su comportamiento. Como lo haría en el circo o en el
music hall, Lacan asume con la más seria dignidad la
presentación de sus compañeros de espectáculo y el
papel absurdo que les hace jugar. Luego, continúa con
su discurso sin cambiar de voz.
En 1970, al comenzar una sesión, el público molesto
oye el silbido de un individuo que, al recorrer el pasillo,
parasita de modo insolente el seminario en curso.
Lacan deja transcurrir unos cuantos segundos de si-

* Lacan juega aqiií con dos de los varios sentidos en francés de


«carte»: plano y menú (N. de la T.).
13 Sucesivamente: Écrits, ob. cit., págs. 262, 273,277 [en español:

Escritos I, ob. cit., págs. 264, 441, 254]; El reverso del psicoanálisis,
sesión del 18 de marzo de 1970; La angustia, sesión del 5 de junio
de 1963; Los escritos técnicos de Freud, sesión del 2 de junio de 1954.
I«• i icio como si disfrutara de esas modulaciones sono-
i lis. Luego interroga con delicadeza: «¿Es un pájaro?».14
El domador de pulgas agrega una variante simpáti-
ca al registro amenazador del Gran Sardónico. Ambos
personajes aseguran numerosas escenas cómicas que
lineen placentero el hecho de estar en el seminario a
pesar de la visión trágica que Lacan propaga a través
ile los temas de la «falta en el ser» y de la «aniquilación
mi bélica» de la realidad.

EL CARTERISTA

El carterista - o el escamoteador-es otro personaje feliz


en la voz de Lacan. Aparece en la huella del apasionado
ile los fonemas y se confunde con él. El carterista se
reconoce por su elegante manera de robar al pasar un
e n ti do que descansa burguesmente en el bolsillo de
una frase honesta. Aparece en Televisión para comen-
lar la frase de Boileau: «Lo que se concibe claramente se
explica con claridad». Lacan interpreta este adagio
• orno «un chiste que nadie comprende». De algún modo,
mi carterista comenta la técnica de un colega. En 1969,
bacán ya decía de Freud que «se lo puede leer y no
comprender nada».15 En ese pasaje de Televisión, el
vocabulario de Lacan connota el estilo de un arrebatador
oportunista, la savia inspiradora de aquel para quien
la ocasión hace al ladrón: «... no tanto servirse de la
enhorabuena» de lalengua como de estar atento a su
ii/iareamiento en el lenguaje». Continúa con una
Inmadura de pelo de Corte de los Milagros: «La
interpretación debe estar presta...». Este lema es
luí inulado con una voz llena de deseo de la solicitud y

" El reverso del psicoanálisis, sesión del 8 de abril de 1970.


"' Ije Séminaire, LivreXVI, D'un Autre á l'autre, ob. cit., pág. 218
U«n (iHpañol: Seminario 16. De un Otro al otro, ob. cit., pág. 20(11.
7 I
destreza características de la escucha psicoanalítica.
Lacan explica que no se trata de atrapar el sentido, sino
de «acercarse a él lo más posible...», de jugar con su
equívoco. 16 Su gesto rasante sustenta tal distinción.
Luego viene el enunciado final y el placer con el cual el
carterista va de una sonoridad a otra como deslizándo-
se entre la multitud y las conversaciones, escamotean-
do en el lenguaje una cartera, una moneda, una carta... *
Instancia de la letra, sí, pero de la letra robada.
Significante escamoteado al significado.
Como el carterista, el psicoanalista permanece im-
pasible cuando obtiene algo del discurso del paciente.
Este comprueba, más tarde, una vez terminada la
sesión, que le falta algo en lo que dijo. En general, el
psicoanalista está lejos. Y se guardó el dinero.

Entre el comienzo de una sesión del seminario y su


mitad, el auditorio parece cambiar de composición.
Habiendo comenzado con un público percibido en su
calidad social (analizantes, analistas, filósofos, es-
critores, etc.) y recibido con amabilidad, Lacan pare-
ce volverse hacia un público más fundamental, diri-
girse a los interlocutores subyacentes a su obra. La
mirada del psicoanalista cambia, su rostro se tensa,
su voz se vuelve más severa y oímos pasar por ella
todos los personajes que él encarna o interpela en su
universo de teorización: hijo de la sorda, domador de
pulgas, vociferador, chillona, Gran Sardónico, carte-
rista...
La experiencia del seminario va a depender de la
manera en que cada asistente oye esas voces heterogé-
neas e inseparables en la voz de Lacan. Esas voces, es
* Alusión al Seminario sobre la carta robada de Lacan («lettre»,
en francés, designa a la vez carta y letra) (N. de la T.).
16 Télévision, ob. cit., pág. 40 [en español: Psicoanálisis, Radio-

fonía y Televisión, ob. cit., págs. 134-135],

72

ilriHIÉMMiUÉMigililriÉriMlItfÉ^Miiliil^lBl^l^^ílil^i-lll LÍLII WM IHiMlMl


decir, esas fuerzas o afectos que designo como perso-
najes oratorios cuando vienen a modular la voz de
Lacan y el carácter de su presencia, corresponden a
los vectores de su pensamiento. En el público, cada
uno se embarca en las metamorfosis del psicoanális-
is. Para algunos, el clima del seminario y el estilo de
bacán dan ganas de permanecer muy cerca de su
persona. Para otros, esas serán razones evidentes
para huir. A menudo, alguno vivirá ambas experien-
cias en el transcurso de su vida. Tal antagonismo se
disimula también en la tribuna: mientras Lacan
dicta su seminario, de manera casi semanal durante
más de veinticinco años, la dactilógrafa que recoge
mis palabras a su lado durante doce años - j o v e n que
MC convertirá también en psicoanalista- aprovecha
IOH largos silencios de Lacan para observar la atribu-
lada asamblea que, a su parecer, escucha esa verbo-
i rea con demasiada fascinación. Sin duda es penoso,
«MI efecto, soportar a una pareja cuando uno se en-
i o entra durante tantos años en el medio de sus
retozos, entre las sábanas del intercambio amoroso
entre público y orador, sin ser uno ni otro. Una
• nsación de obscenidad puede invadir al tercero
11uc no se siente de la partida.
101 prestigio de Lacan intensifica los efectos de su
palabra como si toda pausa o alusión de su parte sólo
i l uviera saturada de sentido para quien la sepa escu-
• liar. Cada oyente quiere, pues, formar parte de la co-
munidad que parece comprender y adherir a sus
reacciones. En ciertas sesiones, a fuerza de silencios y
i Ir enigmas del Gran Maestro del Golpe de Efecto, el
auditorio queda cautivo de una sensación de inminen-
• ia jamás coronada; una nueva pausa comienza y, de
pronto, Lacan hace una pequeña broma o esclarece una
ilusión. Entonces, el auditorio exulta literalmente de
comprensión al escuchar toda esa chatarra teórica
73

^ ^ • B ^ ^ ^ H M ^ ^ H ^ H M ^ M I I II • 1111111
pronunciada con énfasis,17 lo que quizás asombra. Ma-
ría Pierrakos reconoce haber observado también en
Lacan un auténtico investigador que da a probar a su
público audaces hipótesis de pensamiento, por más
complejas que sean.18

17 Seminario RSI, sesión del 19 de noviembre de 1974, por

ejemplo, donde el vociferador, Gran Maestro del Golpe de Efecto,


está muy presente.
18 María Pierrakos, La «Tapeuse» de Lacan, souvenirs d'une

sténotypiste fachée, réflexions d'une psychanalyste navrée, París,


L'Harmattan, 2003.

74

lili || IÉ lÉiiiÉÉrtiUMÉiii «ni <11 fá-Hf Wtá • l i l i l i IT Í I lili íl 11III11 flMfell


EL « C A R I S M A »
DE LACAN

\ no a año, el público que convoca ese seminario, cada vez


ni!IH numeroso, se interesa enormemente por escuchar a
bncan. La intensidad, la originalidad de su comentario
obre Freud, la suma de temas barajados por su método
n iundador de amplio espectro filosófico apasionan más
nllá de los círculos del psicoanálisis. No todas las épocas
rii/,an de la sensación con la cual ese auditorio concurre al
i ilunario: la de asistir en carne y hueso a un momento
I M : I,ó rico del pensamiento, a la manifestación de un maes-
i ro, a una teatralidad magistral. Sus primeros públicos se
n • nten pioneros. Antes de volverse uno de los más apasio-
IIIidos críticos de Lacan con la publicación de El antiedi-
/"I, escrito con Gilíes Deleuze, Félix Guattari es un
||iraniano entusiasta y lo llaman «Lacan», a tal punto
abruma a sus allegados hablando sin cesar del
I ni i coanalista. Cuando Guattari persuade a uno de sus
miigos, estudiante de filosofía, de presenciar el seminario
• n 1956, éste se muestra a su vez exaltado: «Realmente
'itiodé impresionado porque escuché a alguien
• 'iiupletamente diferente a los profesores de la Sorbona
'|iic yo conocía y que no eran poca cosa: Vladimir
lankélévitch, Jean Wahl, Ferdinand Alquié...». 1

1 ' '.laude Vivien citado por Francois Dosse, Gilíes Deleuze, Félix
75
Ese fenómeno se repite con muchos otros asistentes
de ese período, el del primer Lacan, maestro jovial de
Sainte-Anne y viento de libertad para su auditorio.
Ningún registro permite oír la voz de ese hombre joven,
elegante, todavía lejos de la multitud y de los maternas,
que Wladimir Granoff describe entonces como «suma-
mente seductor». 2
Años más tarde, en 1964, cuando Michéle Montrelay
descubre el seminario, siente «una potencia de vida, de
acción... Y además, hay que decirlo, lo que se llama el
"genio»", ese daimon, ese espíritu que lo traspasaba,
que atravesaba su palabra». 3
El propio Lacan había descubierto en el seminario de
Alexandre Kojéve, dedicado a la fenomenología de He-
gel, el acontecimiento que puede volverse una enseñan-
za oral cuando es animada por una gran personalidad
del saber. Ese aura de una voz erudita no puede reem-
plazarse por una publicación escrita. Al haberlo expe-
rimentado con otros, Lacan sabe que una enseñanza de
ese tipo no por eso deja de constituir una verdadera
obra y que un público cultivado, aunque sea restringi-
do, puede conferirle ese estatus en la memoria colecti-
va.

Ojalá los escritos permaneciesen, lo cual es más bien el


caso de las palabras: pues de éstas la deuda imborrable
por lo menos fecunda nuestros actos por sus transferen-
cias.4

A la manera en que un pintor o un escritor pone sus

Guattari, biographie croisée, París, La Découverte, 2007, pág. 53.


Sobre Félix Guattari, ibíd., pág. 51.
2 En Alain Didier-Weill, Quartier Lacan, ob. cit., pág. 52.
3 Ibíd., pág. 184.
4 Jacques Lacan, Ecrits, ob. cit., pág. 27 (en español '.Escritos, ob.

cit., pág. 38],


76
I iics en la forma emblemática de un antecesor con el fin
ilc comenzar su propia aventura formal, Lacan retoma
ln dramaturgia pedagógica de Kojéve y emprende una
obra de pensamiento apoyada en el comentario del
li'xto freudiano. No obstante, tanto como se pueda
luzgar, el estilo del discurso de Lacan difiere del de su
un i estro. La manera en que Raymond Aron evoca en sus
Memorias un «virtuosismo dialéctico» de Kojéve que no
lirne «nada que ver con la elocuencia» muestra que
I nean no se contentó con plagiar el estilo del filósofo.
Animismo, Dominique Auffret describe el encanto po-
iln'oso de Kojéve, alianza de rigor y de júbilo expresada
'ti una «lengua voluntariamente popular, de gran sim-
plrza...», en un «ritmo veloz...». El filósofo está «inmer-
u en un gran dominio de la argumentación. En la
I MI labra de Kojéve no hay paréntesis. Es totalmente
iijcno a eso, sólo la longitud puede perjudicar su discur-
rí ,.». 5 Lacan improvisa a un ritmo completamente
il líbrente, con un lenguaje redundante y afectado,
nln'iendo grandes vacíos en el seno de una palabra que
i'vita la precipitación lógica: «el pensamiento es dema-
siado rápido para no ser engañado». 6
Mientras que Kojéve profesa ante un público tan
prestigioso como restringido, Lacan deja multiplicar
ii auditorio año a año, atrayendo hacia su persona y su
i iruela una importante comunidad de discípulos que
lineen del seminario uno de los escenarios más grandes
(le la era estructuralista.

I,n sociología reconoce no definir bien la noción de


i irisma» que Max Weber puso en circulación para

' Dominique Auffret, Alexandre Kojéve. Laphilosophie, l'EtaL, la


lln tic l'Histoire, París, Grasset, 1990, pág. 240; Raymond Aron,
Mcnutires, París, Julliard, 1983, pág. 94.
" Ecrits, ob. cit., pág. 790 [en español: Escritos II, ob. cit., pág.
íftll.
77

IIIIIIIIIIIIMIIIIIIIIIIIIIIIIIII
teorizar una de las formas de dominación que se ejerce
en las sociedades. Para éste, el poder carismático es
comprensible no tanto por causas identificables en un
individuo como por sus efectos de dominio sobre una
comunidad. El carisma, más que el atributo de ese
personaje, es el poder que sus discípulos le confieren
por su percepción. Gracias a una calidad de presencia,
de autoridad, de encanto, a una fuerza de carácter
percibida como extraordinaria, un individuo ejerce un
poder de atracción tan flagrante como misterioso que
merece ser analizado. La seducción que un grupo expe-
rimenta por una gran personalidad, la devoción que
este individuo suscita hasta la alienación y el culto
marcan esa eficacia del carisma.
Cuando asiste al seminario de Lacan, Claude Lévi-
Strauss tiene la sensación de continuar su experiencia
chamánica:

Lo sorprendente era esa especie de irradiación que


emanaba a la vez de la persona física de Lacan, de su
dicción, de sus gestos. He visto en acción a numerosos
chamanes en las sociedades exóticas. Y encontré en él
una especie de equivalente de la potencia chamánica.7

Por su parte, Wladimir Granoff denuncia en el caris-


ma una noción «ignominiosa». Ese concepto «odioso» no
hace más que cultivar y revelar la ignorancia con la que
cultivamos nuestra manera de investir objetos. En
materia de transmisión del saber, por ejemplo, Granoff
distingue al «profesor», que se contenta con dictar
cursos año tras año sin pasión, del «docente», nombre
que le da a aquel que transmite con su palabra la fuerza
del deseo y de los afectos que lo unen a su objeto de

7 Citado por Elisabeth Roudinesco, Historie de la psychanalyse

en France, ob. cit., tomo II, pág. 371 [en español: La batalla de cien
años: Historia del psicoanálisis en Francia, ob. cit.].
78
enseñanza. Para Granoff, la noción de carisma sacrali-
7,a en una ceguera despreciable la manera en que ese
deseo y sus afectos habitan la voz, los gestos del orador
y singularizan su expresión de una manera fascinante
para su público. 8
Los músicos, naturalmente, tendrán algo para decir
en materia de escucha extática, a tal punto la experien-
cia musical concierne a la potencia sonora que actúa
bajo el lenguaje hablado. «Foucault [...] me decía hasta
<|ué punto Lacan era para él una música, que había que
oírlo o escucharlo para entrar con facilidad en el desa-
rrollo de su discurso.» 9
Las técnicas oratorias y las del arte dramático agre-
dan que simples mecanismos de alternancia entre
palabra y silencio, gestos e inmovilidad, cautivan la
¡itención. Las rupturas de ritmo (hablar rápido, dete-
nerse, acelerar, dilatar) y las rupturas de tono (pasar
de un sentimiento a otro) magnetizan la escucha. Lacan
nctúa incesantemente tales modulaciones, tanto más
fascinantes puesto que corresponden a intensidades
luténticas de su pensamiento, a conmociones íntimas
<|ue se esfuerza por vocalizar en público, con una
expresividad cautivadora para unos, repulsiva para
<1 uienes se niegan a abandonarse al placer autohipnótico
i 11 el cual la seducción oratoria no puede ejercerse, sin
duda.
Uno de los elementos de influencia del orador depen-
de también de un fenómeno intensificado por el hecho de
i .scuchar en posición inmóvil, lo que redobla la pasividad
de oír. Cuando un discurso dura más de unos minutos
• inte un público pasivo, aquel que escucha con atención
MC encuentra en el mismo estado que quien habla. El

H Wladimir Granoff en Alain Didier-Weill, Quartier Lacan, ob.


ni.., pág. 67.
" Testimonio de Francine Pariente sobre Michel Foucault, publi-
cado en la revista Le Nouvel Áne, ng 8, febrero de 2008, pág. 49.
79

¡ I I II I I IIIIIIII!III11III II I I I III I I I II I I I I I I II II I I II II I
deseo, la fuerza que domina al orador y conduce sus
entonaciones dominan a su vez al auditorio. El placer
del orador, su fatiga, su alegría, su cólera se convierten
en sentimientos que experimenta el público con
aprobación o rechazo. Al auditorio le falta el aire que el
orador no toma si éste respira mal durante su discurso,
sufre la ausencia o el exceso de sus movimientos. La voz
del orador y su comportamiento visible transmiten al
cuerpo del oyente la configuración misma de lo que lo
mueve. La fuerza que lo obliga a hablar obliga a su
público a pensar como él. En su inmovilidad aparente,
el auditorio incorpora esos impactos cuya fuerza varía
según los individuos, pero que, poco a poco, concentra
al público en una experiencia común.
En una situación ideal, la limitación a esos fenóme-
nos de dominio puede ejercerse de ambos lados de la
tribuna: límite que el orador impone a sus artimañas
seductoras cuyo impacto percibe en el público más allá
de lo razonable; límite al exceso de sumisión que se
impone el auditorio a pesar de su placer de escucha y de
proximidad.
En la realidad, esa moderación se pone a prueba de
la dificultad, para el orador, para escapar a las fuerzas
que lo habitan sin saberlo y que lo obligan a enfrentar
nuevamente a su público con la misma intención, la
misma violencia de afectos, y de la dificultad para el
oyente para resistir a los fenómenos de identificación y
de transferencia sobre los cuales Lacan ha hablado
especialmente a propósito del «sujeto supuesto saber»,
otro nombre del analista en el dispositivo de la cura. De
ambos costados de la tarima, cada uno se enfrenta con
un límite cuyo trazado no es el mismo para cada
individuo. La sensación de seducir y de ser seducido
más allá de las necesidades pedagógicas no siempre
afecta al orador y al público en el mismo momento.
Cada oyente debe encontrar el espacio de deliberación
que lo hace permanecer en su asiento a manera de
aprobación de un estilo excesivo del que piensa
discriminar las ventajas con toda lucidez o levantarse
en señal de ruptura con manejos fusionistas cuya con-
secuencia política no es tolerable.
En su conferencia de Louvain y en varias ocasiones
más, Lacan denuncia con el nombre de «predicación
política» el peligro de fascinación que ejerce el discurso
totalizador sobre el ser humano, la seducción por el
sentido envolvente, la elevación de tono que acompaña
a la reivindicación política de las más grandes espe-
ranzas a pesar del desastre histórico que, a menudo,
resulta de esas promesas grandiosas. Eso no impide al
propio Lacan hacer ilusionar a su público con una
nueva teoría psicoanalítica que abarca todos los aspec-
tos de la vida: amor, lenguaje, religión, literatura,
política, estética... Eso no impide, en ciertas circuns-
tancias, estructurar a través de su voz una comunidad
carismática. Esa situación de un hombre de saber que
analiza los efectos de dominación a través del discurso
que parece a veces el ejemplo exacto de lo que denuncia
no es propia de Lacan.
«Estaba allí un señor que tenía un inmenso carisma,
que era bello, joven, desenvuelto [...] y que tenía el don de
la palabra [...], que seducía a todo el mundo [...] con esa
manera tan sutil e inteligente de mantener en su auditorio
la sensación de que eran iniciados, fundadores de una
nueva religión escuchando al profeta que les ofrecía la
Buena Nueva.» El mismo testigo detalla que «era un ser
muy generoso, seductor y carismático y, al mismo tiempo,
aterrador en ciertas relaciones profesionales».
En una conferencia, Nathalie Heinich evoca así la figu-
ra de Pierre Bourdieu, con quien ella comenzó su carrera
de socióloga antes de distanciarse de ese maestro.10

1,1 Nathalie Heinich, «Conférence d'Agora», 19 de septiembre de

•81
En su ensayo sobre el «fenómeno Bourdieu», ella
insiste sobre los aportes innovadores de Bourdieu a la so-
ciología y sobre su ambición de dar a esa disciplina un
estatus científico. Agrega que al interesarse por
numerosos temas ligados al arte y a la cultura, Bour-
dieu contribuyó enormemente a una extraordinaria
inventiva en su campo de investigación y a la manera
en que él «pudo enfrentarse a su época, y al modo
espectacular en que su época lo recibió y lo engrande-
ció». Estos elementos parecen describir al mismo tiem-
po el fenómeno lacaniano. Asimismo, la estructura de
la relación profética, organizadora de un pequeño gru-
po de adeptos alrededor de un maestro carismático que
amplía poco a poco su auditorio a los no iniciados, es un
elemento que concierne directamente a la dimensión de
ese fenómeno.
Los detalles que ella enumera en cuanto a la satisfac-
ción de trabajar con Bourdieu y a la manera en que, más
tarde, su relación con él se derrumba recuerdan lo que
existió entre Lacan y sus discípulos. Su análisis de los
elementos de estupefacción, de radicalización y de os-
curidad engendrados por la forma de discurso de
Bourdieu hacen pensar inevitablemente en la oscuri-
dad y en la radicalidad sorprendente de los enunciados
lacanianos. 11 También el estilo de Bourdieu, en su
descripción -«frases muy largas, sintaxis muy comple-
ja, vocabulario rico en neologismos»- recuerda los re-
proches al estilo de Lacan y al mimetismo que engendró
en sus discípulos. «Los bourdieusianos escriben como
Bourdieu: hay un mimetismo del que yo misma fui
víctima.»

2008, a propósito de su libro Pourquoi Bourdieu, París, Gallimard,


col. «Le Débat», 2007. El texto de esta conferencia está disponible
enlínea: www.agorange.net / ConfJHeinicli.pdf.
11 Nathalie Heinich, Pourquoi Bourdieu, ob. cit., pág. 160 y

siguientes.
En lo que ella llama la «tristeza del rey», Nathalie
I leinich hace pensar en el hartazgo del maestro de la
calle de Lille en la cima del reconocimiento, en su «dura
vivencia de la grandeza». Ella agrega: «A veces, tenía-
mos la impresión de que él consideraba a quienes
estaban con él como imbéciles - p o r eso la sensación de
inmensa soledad que emanaba de él-». Esta observación
sobre Bourdieu parece escrita para Lacan, quien, en
Televisión, dice «hablar para que los idiotas me
comprendan». 12
Nathalie Heinich evoca esas analogías entre Bourdieu
y Lacan y cuenta que, en 1976, la publicación del libro
de Franfois Roustang, Un destin si funeste, centrado
en las relaciones entre maestro y discípulos en el
ambiente psicoanalítico, favoreció a una toma de con-
ciencia del fenómeno sectario entre ciertos colaborado-
res de Bourdieu.
El distanciamiento del ex discípulo del maestro
provoca en respuesta una crítica de su influencia como
I irania. Así como Nathalie Heinich encuentra razonable
evocar los análisis filológicos de Victor Klemperer,
observador de la lengua nazi, como una de las herra-
mientas para describir los fenómenos de lenguaje que
participan en el proceso sectario, incluso alguien del
entorno de Bourdieu, Jacques Nassif, viejo amigo de
bacan, declara sobre éste que recurrió «a las recetas
más descaradas del "Fülirer"». 13
Sin duda, es inútil ofender a tal punto la memoria de
I tacan para señalar las disfunciones institucionales y

12 Ibíd., pág. 26 y Lacan, Télévision, ob. cit., pág. 9. [En español:

/'sicoanálisis, Radiofonía y Televisión, ob. cit., pág. 84],


1:1 Jacques Nassif, L'Ecrit, la voix: fonctions et champ de la voix

i'/1 psychanalyse, ob. cit., pág. 34; Victor Klemperer, LTI. La langue
ilu TroisiémeReich, París, Pocket, 1998. En su conferencia, Nathalie
II einich reconoce el carácter provocador de su referencia a Klempe-
i cr, también citado en Pourquoi Bourdieu, pág. 31.

83
la desviación autocrática que marcaron la historia de
su escuela. Michel Foucault, poco susceptible de indul-
gencia hacia Lacan y hacia el psicoanálisis, se negaba
a evocarlo en términos de terror:

Aquellos que lo escuchaban querían precisamente escu-


charlo. Sólo aterrorizaba a quienes tenían miedo. La
influencia que se ejerce nunca puede ser un poder que
se impone.14

14 Michel Foucault, Dits et écrits II, 1976-1988, ob. cit., pág. 1024.

84

^ • ^ ^ • • • • • H H • lili1; 11 ¡ I I M I M»
Segunda parte

LOS SILENCIOS CONTRA LA


PRECIPITACIÓN
LA EXTRAÑA EXIGÜIDAD
DEL TEMA DE LA VOZ
EN LA TEORÍA DE LACAN

lül 22 de mayo de 1963, Lacan inicia una sesión del


seminario La angustia dedicada a la voz. Retoma el te-
ma en la sesión del 25 de junio del mismo año.
Eso será todo.
En un cuarto de siglo, tres horas específicas, sola-
mente, son las que Lacan consagra al vector dominante
de los intercambios entre un paciente y su analista.
Tres horas apenas, en años y años de seminario, para
esbozar un estatus de la voz en una enseñanza eviden-
ciada justamente como obra oral.
A esas dos sesiones se agregan fragmentos importan-
tes aunque dispersos en otros seminarios: afirmaciones
sobre la reversibilidad del silencio y del grito en De un
Otro al otro, sobre la palabra del psicótico en Las
psicosis... Lacan repite allí un mismo principio estruc-
tural: el «nivel sensorial del fenómeno» de la palabra es
subalterno con respecto a la cadena de significantes. La
dimensión simbólica del lenguaje domina al elemento
sensible. No hay ninguna necesidad de tratar la sono-
ridad de la voz por ella misma. Aunque no deja de
evocar de modo conmovedor el grito del presidente
Schreber como algo por lo cual la palabra llega a
combinarse con una función vocal absolutamente a-
significante, y que empero contiene todos los signifi-
87

i I i 11111 ! l i 1111111111111! 1111111! I I I 1 1 1 1 1 1 1 1 11111 lililí


cantes posibles, es precisamente lo que nos estremece
en el alarido del perro ante la luna». 1 Esa empatia
trágica parece anunciar un desarrollo. El hecho desga-
rrador de ese aullido precipitará nuevas y conmovedo-
ras observaciones que introducen en la función oral.
Pero no. Nada. Como si fuera imposible para Lacan
asumir la dimensión oral más allá de un grandioso
panorama en un abismo que se vuelve a cerrar inmedia-
tamente. Esa exigüidad del tema de la voz es un enigma
- s i no una omisión voluntaria-.
El dispositivo clásico de la cura moviliza el cuerpo
del paciente sobre el diván, lo hace de modo que
analista y paciente no intercambien ninguna mirada;
el silencio se instala; la voz del paciente se eleva; el
analista le opone su silencio, fragmentos vocales de
reanudación o de interpretación. Cada uno presta
oídos a lo que el otro dice o calla. La propia presencia
de los cuerpos se vuelve algo que se escucha: un gesto
es un ruido; la inmovilidad, un silencio. No por ello
la reducción esencial de esa liturgia terapéutica a lo
s o n o r o y a lo oral, las f u e r z a s de e v o c a c i ó n
características de la «voz alta», los afectos de
denominación que designa a los seres, las experien-
cias, la utilización establecida de una palabra viva
para dirigirse a los ancestros, a los muertos, la
vocalización de sufrimientos y de deseos reducidos
hasta entonces al silencio son menos ignorados en la
obra lacaniana, mientras que la vista y la mirada,
aun destituidas por el dispositivo de la cura, lo que
pretendía Freud, son objeto de largos desarrollos.
En La voz en el cine, Michel Chion traslada el
dispositivo de la cura freudiana al más general de la

J. Lacan, Le Séminaire, Livre III, Les Psychoses, texto estable-


1

cido por J.-A. Miller, París, Seuil, 1981, pág. 155 y siguientes (1955
-1956) [en español: El seminario III, Las psicosis, Buenos Aires,
Paidós, 1990, pág. 702],
88
«voz acusmática», aquella que se oye sin ver la fuente de
la que proviene. Tal dispositivo amplía intensamente
la voz y el poder de análisis a la manera de un «Amo
acusmático» que, en ciertas películas, permanece disi-
mulado detrás de una tela, una cortina, una puerta o,
en el dispositivo freudiano, en la trastienda con respec-
to a la visión del paciente. 2
En su descubrimiento del inconsciente freudiano co-
mo hechos del discurso, Lacan ve lenguaje por todas
partes pero escasamente oye a los pacientes de Freud
decir sus sueños, lapsus y chistes en voz alta. Las
palabras de la talking cure son sin sonoridad, como
silenciadas por las leyes insensibles del lenguaje. En
los testimonios que se relacionan con su clínica, ya
sea en la cura o en la presentación de enfermos,
Lacan, sin embargo, presta oídos claramente y oye
los afectos que modulan la voz del paciente. «En
psicoanálisis - d i c e en una entrevista- no se pide
más que una cosa al enfermo, una sola cosa: que hable.
Si el psicoanálisis existe, si tiene efectos, es únicamente
en el orden de la confesión y de la palabra.» 3 Pero esa
palabra, ya sea silenciosa o modulada en voz alta, esas
tensiones dolorosas y liberadoras características de la
situación de la confesión vertida en el oído de otro sólo
se vuelven, en la teoría lacaniana, un soporte de
manifestación que el psicoanalista, archilector de la
cadena significante, transforma inmediatamente en
texto, en una materia cuya pronunciación y sonoridad
son aplastadas por el imperio de la decodificación
estructural de la que son objeto.
En los Escritos, el lector puede filtrar cientos de
2 Michel Chion, La Voix au cinéma, París, Cahiers du cinéma/
Éditions de l'Étoile, 1982, pág. 27.
3 Entrevista con Madeleine Chapsal publicada en L'Express del

31 de mayo de 1957, n s 310. Disponible en línea en el sitio www.ecole-


lacanienne.net.

89
páginas seguidas sin encontrar el menor término refe-
rido a la voz.4 Cuando una forma aproximada aparece
- c o n el término «palabra», por ejemplo-, sólo es una
oportunidad más para tratar la estructura del lengua-
je en sí mismo como condición del inconsciente, al igual
que otras apariciones como las de «discurso», «signos»,
«escritura»... No importa, para la teoría lacaniana, que
el significante sea acústico, gestual o visual. La noción
de voz no tiene allí ningún arraigo fonético o sonoro
privilegiado. Para Lacan, la voz es lo que, en cualquier
significante —gesto, imagen, sonoridad-, no participa
de la significación. En ese sentido, existe una voz
gestual tanto como una voz sonora o visual, noción de
interés indiscutible pero que no deja de hacer de la
phoné la gran perdedora.
Hay que reconocer a Lacan haber agregado el objeto
voz junto al objeto mirada a la lista de los objetos
pulsionales enumerados por Freud. Pero la primacía
absoluta del significante sobre el fenómeno sensorial de
la voz no basta para explicar, creo yo, el minúsculo
espacio dejado a ésta con respecto al otro registro
sensorial tratado por Lacan: el de la vista. En la con-
cepción lacaniana, la vista es un elemento no menos
subalterno en la relación del sujeto humano con el
significante. Sufre en la misma medida de la carencia
que implica todo objeto pulsional. Como la voz, la vista
es una materia que sólo tiene valor en un sistema de
oposiciones característico de las leyes del lenguaje y no
en tanto fenómeno propio.
Para explicar el lugar bastante más amplio que
Lacan le da a la vista en su obra, a pesar de todo, basta

4 Ecrits, ob. cit., pág. 284, «connotación oral» del fenómeno de la

presencia y de la ausencia en Freud; pág. 533, aparición esporádica


de la «dimensión voz» a propósito de la alucinación verbal; pág. 772,
una mención aislada de la voz a propósito de la psicosis... [en
español, Escritos II, ob. cit., págs. 274, 511 y 734 respectivamente],

90

11 I I I I 11 I 11 I I I ¡I I I I I ! I I 11 I I I I I ¡ II I I I ! I !! I I I I I ¡I II I I I I I I
con decir que él era sin duda más sensible al elemento
plástico que al acústico. En tal caso, ¿por qué razón
mantiene durante tanto tiempo el seminario? ¿Por qué
no prefiere el aspecto visual de lo impreso y el objeto
libro en detrimento de la publicación oral? Es a ésta, en
realidad, que él se muestra más ligado.
A fuerza de decir que la definición lacaniana de la voz
opera un rebasamiento de su materialidad sonora, se
descuida la experiencia sonora de la teoría lacaniana
en sí misma y la manera en que su vocalización procede
por intensidades específicas en el seno del desarrollo
teórico.
Si, como dice Stanley Cavell, la censura de la voz en
la tradición filosófica corresponde a una represión de la
confesión y de la autobiografía en nombre de las
exigencias de la racionalidad, es aún más sorprendente
que el maestro de una disciplina que promulga la
confesión autobiográfica pase por alto el registro oral
esencial para su elaboración.
Lacan declara un día: «Cada progreso de la ciencia
ha borrado de ella un rasgo antropomórfico». 5 Sin duda,
podemos lamentar que al querer convertirse en ciencia,
el psicoanálisis lacaniano no haya podido evitar el
mismo escollo.

5 Stanley Cavell, Un ton pour la philosophie. Moments d'une


autobiographie, trad. fr. S. Laugier y É. Domenach, Paría, Bayard,
2003, pág. 111 (1994) y J. Lacan,Écrits, ob. cit., pág. 86 [en español:
Escritos I, ob. cit., pág. 921.

91

• W R I W H T H i m T - m ' í l T 111111 • 1111111111111111111 Mil


LA VOZ DEL SHOFAR

Lacan muestra en esas dos sesiones de 1963 que la


vocalización es a veces el único elemento que permite
captar su pensamiento. La lectura de sus libros da a
menudo la impresión de que muchos puntos doctrinales
tienen la misma importancia. Visiblemente, todo
cuenta, y el lector, paralizado ante tantas alusiones
literarias, filosóficas y psicoanalíticas, se detiene a
analizar cada enigma del pensamiento lacaniano con
un mismo esfuerzo de atención.
La escucha del seminario revela otra economía teóri-
ca: aquí, un acento de burla indica el menosprecio con
el cual hay que escuchar ese análisis al que el lector
prestaba gran atención; allá, una modulación de defe-
rencia inspira un profundo respeto por un tema que
parecía menor; una crítica, mesurada en la lectura, es
una rabia descontrolada en la escucha; un breve pasaje
disimulado en el texto se revela portador de una carga
trágica cuya brevedad, insignificante a primera vista,
es un grito de dolor o de exasperación que no puede ser
minimizado... No sólo el pensamiento-en-voz-alta del
seminario instaura un clima de elaboración que le es
inseparable, sino que, además esa dramatización, es a
veces el único «discurso» que hay que retener en tanto
experiencia de una idea que quedará sin definición
93

m m líiiimiiiii • i• • n 11 ri 111111111111111111111111
estable porque Lacan no intenta o no puede todavía
abordarla de otro modo. El ritmo de elaboración oral
protege también la teorización de un cierre apresura-
do, y es ése el ritmo que permite con frecuencia una
comprensión del sentido, mientras que el estilo de los
Escritos tendrá más bien el efecto opuesto por razones
de las que el propio Lacan se lamentó.

Esa sesión del 22 de mayo de 1963 aumenta lentamente


su potencia. No permite más que un enfoque deshilva-
nado, inacabado, del objeto voz, muy poco abordado por
Lacan - l o que las páginas siguientes, también deshil-
vanadas, no tratan de disimular—.
Durante unos quince minutos, Lacan se dedica a
retomar ideas pronunciadas en un mismo tono mono-
corde. Largas pausas atascan ese ritmo. El drama del
deseo, explica el psicoanalista, permanecería oscuro si
la experiencia de la angustia no permitiera extraer de
ella el sentido por la manera en que se anuda a éste. El
afecto de angustia señala la presencia de un vacío en el
seno del objeto del deáeo. Ese vacío inimaginable, causa
del deseo, habita permanentemente los objetos de elec-
ción codiciados por ese deseo, y conduce a éste a un
callejón sin salida en una angustia concomitante. La-
can prosigue la experiencia de esa angustia en cada
etapa en que la pulsión toma del cuerpo su objeto (etapa
del ano, del pene, de la boca, del ojo...) y llega a una
última fase en esa sesión, la de la oreja. Abordar el
objeto voz es abordar el campo del deseo ligado a la voz
y, en consecuencia, el tipo de angustia correlativa a ese
deseo de apelar a la oreja de otro - l o que, por otra parte,
Lacan llama la «pulsión invocadora»-.
En la concepción lacaniana, la voz es un objeto
pulsional, es decir, el objeto de una pulsión específica
que lleva al sujeto a movilizar su voz para apelar a «Otro».
El deseo de capturar a ese destinatario engendra la
94
formación y la emisión de la voz que se desprende así
del sujeto para insertarse en la oreja de ese otro e
instaurarlo como aquel que el deseo pretende. Lacan
reivindica en sus preámbulos que su «método no se
distingue del objeto abordado». 1 Por eso creo que es aún
más importante escuchar lo que explica Lacan acerca
de la voz en paralelo con lo que su propia voz deja oír.

Cuando Lacan se propone tratar sobre la estructura


del objeto voz para volver a la época de oro de los pri-
meros tiempos de la exploración freudiana, retoma el
hilo de un estudio de un contemporáneo de Freud,
Theodor Reik, consagrado al ritual. 2 Lacan rompe así
el clima de esos preámbulos con un ligero tono de
amonestación al pronunciar una palabra: «shofar».
El «shofar» o «shofár» es un objeto del ritual judío,
especie de instrumento de música en forma de cuerno
en el cual sopla el oficiante en ocasión de ciertas fiestas
o reuniones solemnes. Reik le consagró uno de sus
estudios de psicoanálisis aplicado. Lacan retoma el
ejemplo de ese instrumento que emite una sonoridad
remarcable para abordar la estructura de la voz como
objeto pulsional. La descripción de la «voz del shofar»,
según la expresión de Lacan, concierne también la
manera en que la conciencia de un individuo o de una
comunidad se forma como voz, pues el pueblo judío oye
el sonido del shofar en el momento en que Dios instaura
su pacto con Moisés.
Una primera pregunta es inseparable de la sonori-
dad del shofar: ¿a quién se dirige su llamado?

1 L'Angoisse, sesión del 22 de mayo de 1963,6 min., 18seg.;y pág.

282 de Le Séminaire, Livre X, L'Angoisse, texto establecido por J.-


A. Miller, París, Seuil, 2004, [en español: SeminarioX, La Angustio,
ob. cit.].
2 Theodor Reik,LeRituel. Psychanalyse des rites religieux, París,

Denoél, 1974, pág. 240 y siguientes (1928).

I | I | | | I I I I I i I I I I I II I I I I I I I ¡ I I I I I I I II I I I II I I I
Lacan nombra ese shofar con un tono ligeramente
irritado que anuncia la reanudación de su clima de
elaboración teórica. Tal entonación apela al socio agra-
decido de su creación - l a sorda, el duro de oído-, ha-
ciendo sufrir a su público un ligero endurecimiento de
relación que impone el desacuerdo esencial de su
teorización.
En los minutos que siguen, Lacan intensifica la
dinámica amarga del reproche de la que se nutren su
voz y su pensamiento a la vez. Para hacerlo, deplora la
pérdida de esa fecundidad que demostraba la genera-
ción de pioneros que, en torno a Freud, rivalizaba en
brío e inventiva. ¿Qué sucedió después de esa antigüe-
dad admirable? «Repetición», «desgaste del método»,
«aberración» del trabajo de los continuadores. Tales
recriminaciones favorecen a la cadena de reacciones
propicias a la atmósfera de pensamiento lacaniano. No
basta con decir lo que pudo haber preparado los días
precedentes. Hay que recrear cierto estado de sí-mis-
mo, convocar socios útiles, emitir tensiones vocaliza-
das sin las cuales esas nociones se convertirían en la
repetición de ideas desafectadas en lugar de surgir
como fuerzas, reacciones, recuperación de un deseo
irascible de pensar.
Esas condiciones inspiradoras demuestran la ventaja
epistémica del reproche y de la cólera en Lacan. La
pedagogía lacaniana no existe sin ese reverso de oscuri-
dad, es imposible aislar con pesar un Lacan buen clínico,
buen teórico, de su personaje malicioso, un maldito rabioso.
A la manera en que Wittgenstein comprueba en sus
Observaciones diversas que su ideal es cierta frialdad,
Lacan parece demostrar que su ideal es cierta cólera,
cierto aire sombrío y peleador. Culmina el acceso a ese
dinamismo conflictivo desbaratando su admiración
inicial por Reik con un reproche vehemente hacia él.
Apenas llamado al recuerdo y a la admiración, Reik ya
os condenado por haber convertido su estudio en una
mezcla innombrable», un «uso analógico del símbolo»,
que hunde su texto en la peor confusión. Lacan no
mastica sus palabras para denunciar en Reik a un
hombre desprovisto de los «sustentos teóricos» de los
cuales el propio Lacan se ofrece como garante ante ese
tipo de desvíos.
¿Por qué no? Sin duda es verdad. Sin duda es esen-
cial para Lacan quejarse en voz alta. Ese modo de
proclamar su amargura tan velozmente como su admi-
ración permite a su pensamiento moverse en una suce-
sión de afectos que componen la proporción de estima y
de odio adecuada a su reflexión. El exceso denunciado
en Reik autoriza por represalia legítima el exceso de
ambición sin el cual Lacan no podría proceder. En esas
Cases de reproche, Lacan pronuncia además ciertas
sílabas como si crecieran en palabras-cactus: escasas,
hirientes, rebosantes de savia amarga. Esa especie
exclamativa que lastima el oído señala la aridez del
pensamiento que viene.
Todo el mérito de esa sesión se debe no obstante al
hecho de que Lacan, lejos de amplificar sus discordan-
cias, economiza sus tensiones de modo llamativo. Lejos
de complacerse arreglando cuentas, regula ese clima de
hostilidad en beneficio de su reflexión. La vehemencia
y el reproche sólo asoman en su voz, mezclados con
notas de benevolencia y de estima cuya alternancia
modula el discurso en un permanente clima que man-
tiene en vilo al auditorio. Las frecuentes acentuaciones
marcan un pizzicato que juega con numerosas conso-
nantes. Deforman la acústica de las sílabas sin hacer
perder el equilibrio a un orador que, desde ese momen-
to, no abandona el filo de la espada hasta el fin de la
sesión.
Lacan modera un poco su voz cuando alude a la
exigencia científica que permite elegir en el texto de
97

i | | M i i i l l I i i i M 11 i l 1111 i i i i i i i i i i i i i i i i 'I
Reik lo que merece ser retenido. Esa moderación
sonora de la voz en el momento de nombrar lo serio de
la ciencia se relaciona quizá con el menosprecio
teórico de la voz que hace presentable al psicoanáli-
sis. Un largo silencio de transición del orador nos
introduce finalmente en el corazón de su discurso
como si uno se detuviera en el umbral de una sala de
dimensiones gigantescas: la Biblia.

98
r
UNA PERCEPCIÓN VISUAL
DE LA VOZ

Explorando el texto bíblico por sobre el hombro de Reik,


Lacan describe la sonoridad del shofar, análoga a la de la
voz, como inseparable de un sentimiento conmovedor
surgido «de las sendas misteriosas del afecto auricular»,
martilleando violentamente esta palabra al pasar.1
Reik escribía: «La ley es entregada en el monte Sinaí
entre relámpagos y truenos mientras ensordecen los
sonidos terribles del shofar».2 Es decir que una ambi-
güedad caracteriza inmediatamente las sonoridades
potentes y roncas de ese instrumento que resuenan
mientras se promulga la ley divina. No podemos saber
si emanan de la voz de Dios o si son manifestaciones
sonoras que acompañan su presencia sin que deban ser
identificadas.
Lacan describe a su vez ese «diálogo atronador entre
Moisés y el Señor», «una especie de enorme tumulto»,
«tormenta de ruidos», para declarar al instante con la
más extremada prudencia que allí, en el texto bíblico,
«se menciona el sonido del shofar», incluso llamado por

1 L'Angoisse, sesión del 22 de mayo de 1963, 19 min., 22 seg., y

pág. 284 de Le Séminaire, LivreX, L'Angoisse, ob. cit. [en español:


Seminario X, La Angustia, ob. cit.].
2 Theodor Reik, Le Rituel. Psychanalyse des rites religieux, ob.

cit., pág. 249.


99

¡ I I I I I II I I I I I I I I I I I 1I I I I I I I I I I I I I I I I I M I I M I I I l l l l l l l l l
Lacan «voz del shofar». Decir que el sonido del shofar
«se menciona» suspende cualquier pretensión de loca-
lizar su origen con certeza. Esa dificultad para discer-
nir el origen de la voz constituye una de las experien-
cias esenciales que se le asocian, como demuestra la
serie de descripciones y de atribuciones irresolubles de
la voz en los pasajes bíblicos explorados por Lacan
después de Reik.
Parece captarse la voz del general De Gaulle en la de
Lacan cuando ,este, en un tono enfático, explica que en
otros pasajes del texto bíblico el sonido del shofar se
escucha cada vez que se trata de «refundar», de «reno-
var» la alianza con Dios «en ciertas renovaciones»
periódicas o históricas. 3 Sorprende oír a Lacan ejercer
la pompa instauradora y solemne de esa voz de hombre
de Estado para evocar la función instauradora y refun-
dadora del shofar en la historia del pueblo judío. Tam-
bién en su combate contra las instituciones psicoanalí-
ticas, Lacan hace pensar en la actitud del general,
reivindicando la soberanía de la Francia freudiana
contra una subordinación al dominio integrado del
atlantismo egopsicológico de la IPA. 4
Siguiendo a Reik, Lacan enumera los usos ocasiona-
les del shofar en las fiestas judías con la función de
repetir y rememorar el pacto de la Alianza o, por el
contrario, de marcar la excomunión de un miembro de
la comunidad hebraica. En esa ocasión, al mencionar
con pudor el nombre de Spinoza y su excomunión en
1956, Lacan no puede dejar de asociar la resonancia del

3 39 min., 36 seg. de la sesión del 22 de mayo de 1963; y Le

Séminaire, Livre X, L'Angoisse, ob. cit., pág. 287 [en español:


Seminario X, La Angustia, ob. cit.].
4 Michéle Montrelay cuenta que, en el momento de la publicación

de los Ecrits, Lacan envió un ejemplar dedicado de su libro a «De


Gaulle, a quien admiraba». En Alain Didier-Weill, Quartier Lacan,
ob. cit., pág. 183.

100

II l i l i l í ! I l i l i II l i l i l í l i l i I I I l l l f f i l i l i l í I
shofar con su propia excomunión de las instancias
internacionales del psicoanálisis. No es insignificante
preguntarse si esa sonoridad es la de Dios, y Lacan no
miente con sus modulaciones enfáticas o arrogantes.
Reik, sin embargo, termina afirmando que la voz del
shofar es la de Jehová.
Un hecho esencial: Lacan, a la inversa, mantiene la
ambigüedad al retomar tal afirmación como lo que «nos
dice Reik». 5 Precaución que conserva la duda en cuanto
a la posibilidad de atribuir un origen preciso a esa voz.
Asocia la experiencia esencial de la duda a la de la voz
y a su estructura. La voz bíblica es una «voz acusmáti-
ca»: no da la visibilidad de su fuente. El hecho de
emanar de una zona misteriosa la hace aun más impre-
sionante, más ubicua, y su descripción permite afian-
zar la de la conciencia como una serie de mandamientos
confundidos con una voz que, en nosotros, habla y gruñe
sin que sepamos bien realmente quién nos gruñe cuan-
do escuchamos sus exigencias. Toda voz potente oída
sin que su fuente sea visible se inserta en nosotros como
voz de una exigencia espectral que puede surgir en
cualquier momento, como la voz de la conciencia y del
superyó.
En otro momento, más tarde en esta sesión, Lacan
acepta no obstante que el sonido del shofar pueda ser
oído como «bramido o rugido de Dios» pues el texto
bíblico lo llama así en ciertos pasajes. Esa eventuali-
dad no es definitiva ni excluyente. Hay tanto interés en
admitirla en un momento como en rechazarla en otro.
Lo esencial es haber dudado, continuar haciéndolo,
atravesar la experiencia de esas voces en esa inestabi-
lidad constante y extraer el beneficio de cada hipótesis.
En el seminario Las psicosis, Lacan ya había señala-
L'Angoisse, ibíd., 41 min., 35 seg., y pág. 287 de Le Séminaire
5

IdureX, L'Angoisse, ob. cit., pág. 287 [en español: SeminarioX, La


Angustia, ob. cit.].
101

^ • M i ^ V ^ B H 11 • r 11111 ii 111111111H 11
do ese desafío de la duda en torno a la pregunta ¿Quién
habla? como esencial para la comprensión de la para-
noia. ¿Quién habla? ¿De dónde viene la voz? ¿Soy yo el
que habla? ¿Es una alucinación?
Esa duda caracteriza también la voz como no ligada
realmente a un órgano específico del cuerpo, a una
localización evidente, a la inversa de la visión asociada
precisamente con los ojos. El hecho de hablar con voz de
cabeza, con voz de garganta, con voz de pecho, demues-
tra esa imprecisión de un lugar de la voz en nuestra
percepción. 6
En ese sentido, toda voz puede llamarse «acusmáti-
ca», es decir, imposible de ver. Nuestra voz es a la vez
lo que parece instaurar nuestra presencia para noso-
tros mismos cada vez que nos oímos hablar, pero tam-
bién lo que queda, marcado de extrañeza, de alteridad,
de invisibilidad, lo que no deja de acompañarnos como
voz de otro, voz no-tan-nuestra, y que vibra en el cuerpo
sin identificase con él de modo claro. Asimismo, nues-
tra voz oída fuera de ese cuerpo, en la experiencia del
eco o de la voz grabada, despierta una sensación de
extrañeza que nos paraliza y nos molesta como si reve-
lara lo que ya presentíamos de 1 a experiencia de nuestra
voz en el seno del cuerpo.
De pronto, la voz de Lacan se vuelve apasionada
cuando comparte lo que parece lo esencial de su discur-
so: la dimensión oral es aprehensible en sí misma, como
dimensión propia, sólo «a partir del momento en que
percibimos en qué se zambulle corporalmente la posibi-

6 Muchos órganos están implicados en el habla: cuerdas vocales,

sistema respiratorio, laringe, faringe, lengua, mandíbula, labios,


deformaciones del conducto oral porlosarticuladores... EnL'Ombilic
etlavoix, Denis Vasse relaciona el primer grito del recién nacido con
la ruptura umbilical. Según él, con el primer grito, la apertura del
flujo oral viene a relevar el cierre del ñujo sanguíneo que existía
entre la madre y el feto.

102
lidad de esa dimensión pasible de emitirse». 7 El texto
del seminario no permite oír la intensificación de la voz de
Lacan en el momento en que, conmocionado, percibe «en
qué se zambulle corporalmente» la voz (en el abismo).
Esa formulación extraña y poco feliz parece la de un
niño petrificado por lo que acaba de ver, a tal punto que
balbucea: «¿Has visto... en qué... se hunde... la voz...?».
Ese «en qué» utilizado por Lacan, en lugar de un
«dónde», parece dar testimonio de una estupefacción,
de una repugnancia, de una mirada horrorizada por la
visión de un cuerpo absorbido por otro cuerpo «en que»
el primero desaparece. Una visión tal deja poco lugar a
los matices descriptivos y al establecimiento de una
duración sensible. No es una falta de sensibilidad a lo
oral o a lo sonoro lo que caracteriza a Lacan, sino el
hecho de que su percepción sonora de la voz parece
sofocada por la visión de un precipicio que lo devora
de manera trágica. ¿Es quizás porque el fenómeno
oral es percibido por Lacan como visión de una voz
tragada por un cuerpo, y no como la escucha de un
flujo de sonoridad que atraviesa los cuerpos, que el
psicoanalista consagra tantas páginas a la vista y
tan pocas a la voz y al oído? En cualquier caso, un
niño describe esa visión terrible con una angustia
cuya vibración habita todavía en la voz del adulto.
En mi opinión, la teoría es secundaria con respecto a
un fantasma como ése.
«Tengo una enfermedad: yo veo el lenguaje -escribe
Roland Barthes-. Lo que debería simplemente escu-
char, una pulsión extraña, perversa, puesto que el
deseo se equivoca allí de objeto, me lo revela como una
"visión" [...] en la que imagino ver lo que escucho. La

7L'Angoisse, ibícl., 47 min., 15 seg. Le Seminaire, LiureX, ob. cit.,

pág. 288. El texto no retoma este pasaje con esta formulación


original. [En español: Seminario X, La angustia, ob. cit. |.

KM

II | | | M I II I I I I I I I I I I I I M I I I I I I H I I I I I I l"IH I M I I II I
escucha deriva en scopia: me siento visionario y espía
del lenguaje.» A pesar de esa percepción, Barthes es
uno de los pocos teóricos del lenguaje que describe la
voz con una sensualidad constante. 8
Lacan tiene una visión atronadora no sólo del len-
guaje, sino de la voz en sí misma. Para describir el
fenómeno oral, a menudo captado por un término pasi-
vo, «oír», Lacan utiliza un verbo activo, «se zambulle»,
como si la voz estuviera dotada de un poder para
aniquilarse. En el intervalo entre la garganta donde
ella se forma y la oreja «en que» se introduce, ella ya no
sólo se deja emitir sino que además adquiere el poder
ciego de precipitarse. Lacan ve la voz hundiéndose en
un cuerpo como una cosa que se arroja por un precipi-
cio. El fenómeno oral es para él ese hundimiento de una
cosa en el vacío de un cuerpo que la absorbe y la
aniquila.
La escucha de esa sesión deja oír cómo la teorización
de la voz se une en él a una experiencia íntima de la
percepción visual del fenómeno oral. Hace misteriosa
la confianza otorgada a la publicación oral de su obra
puesto que su palabra está destinada a la nada de su
absorción en la oreja del Otro. Los avatares sucesivos
de la voz se mezclan en su experiencia de orador: la voz
como deseo y poder de hacer entrar su cuerpo en el de los
espectadores por sus orejas y, de tal modo, habitarlos,
acosarlos, permanecer allí incorporado el mayor tiempo
posible por medio de la transferencia. La voz como
peligro concomitante de no ser nunca oído, es decir, de
desaparecer en el vacío del público en lugar de encontrar
allí refugio y celebración, pues la sordera es la
aniquilación de lo sonoro en el abismo del Otro.

8 Roland Barthes par Roland Barthes, en CEuvres completes,


París, Seuil, 2002, tomo IV, pág. 755 (1975) (palabra resaltada por
R. B.) [en español: Roland Barthes por Roland Barthes, Ed. Paidós
Ibérica, 2004],

104

IIIII11II111111 M M III111111! I! I! 1111111111! M M M


Kawada Junzo recuerda que, en el sentido etimo-
lógico, la persona occidental existe per sona, por
sonidos, «es decir, por los sonidos de su voz; final-
mente, no es otra cosa que un desdoblamiento del
sujeto emisor de la voz», o aun el «sujeto emisor de la
voz que lanza [un] llamado». 9 Frente a la imagen
habitual de la voz como saliendo del cuerpo, Lacan
muestra de manera angustiada que, al entrar en la
oreja del otro, es toda la persona del emisor la que se
zambulle y puede desaparecer allí. La persona de
Lacan no permanece indemne a tal sensación y su voz
se deforma en un trémolo.

El shofar, retoma con más calma, es un objeto que


emite la voz. Existen otros objetos de ese tipo: la tuba,
la trompeta, el tambor... Cualquier instrumento de
viento haría lo mismo, así como las percusiones del
teatro no evocadas en ese momento. Al recordarlas,
Lacan se encuentra nuevamente con la angustia de
«precipitación» ligada a la emisión de la voz. Los
tambores del no no sólo acompañan el pasaje de una
fase dramática a otra. Para Lacan, la voz de esos
tambores precipita ese pasaje. Esa «precipitación»,
más que una noción de ritmo, designa la eliminación
fatal de la materia narrativa hacia un vacío «en que»
cada escena cae, una tras otra, en el transcurso de la
representación.
Por sus propios silencios, Lacan intenta ciertamente
retardar esa precipitación de las ideas en el transcurso
del seminario. Si su facultad para infringir el tabú de
las pausas de larga duración en el marco oratorio es tan
prodigiosa es, sin duda porque su necesidad de suspen-
der una caída tal, su angustia de precipitarse por
9 Kawada Junzo, La voix. Étude d'ethno-linguistique compara/i
ve, París, Éd. de l'EHESS, 1998, págs. 201 y 236 (1988). Trad. IV. de
Sylvie Jeanne.
IOS

11111 HTTI Til IIIIIII m 11 11111111111 II


pensamientos encadenados, es de prodigiosa intensi-
dad. Por lo tanto, su silencio, como lo enunció en otra
parte, se puede asimilar a un grito por sobre el vacío, a un
grito ante la precipitación de los encadenamientos
lógicos - u n a «escansión de abismo»-. 10

El shofar permite identificar un «lugar de la voz» que


asocia el vacío del instrumento con el de la oreja. La
expresión «lugar de la voz» muestra que Lacan concibe
su estructura de modo topográfico y no acústico. La voz
pasa por ese «lugar» como una silueta que entra y
desaparece en una caverna en «forma separada», agre-
ga Lacan, dando aun más soledad y latitud a la voz con
respecto a cualquier órgano de origen, fonatorio o ins-
trumental. Oreja y tambor, oreja y trompeta, shofar y
oreja son lugares intercambiables de la voz que va de
uno a la otra a insertarse. Así, la voz, más que como la
puesta en acto vocalizadora de un sujeto que toma la pa-
labra, se precisa como la emisión instrumental de un
objeto separado. Lacan lo llama «objeto a» y lo asimila
al vacío de su lugar de emisión (el shofar) y de su lugar
de recepción (la oreja).
«No vayamos demasiado rápido», propone Lacan
antes de hacer un silencio.11

El interés por el shofar es el de obligarnos a percibir la


diferencia entre el mensaje articulado del mandamien-
to de Dios y la sonoridad concomitante que acompaña

10 Expresión de Lacan a propósito del caso Aimée, en Écrits, ob.

cit., pág. 66 |en español: Escritos, ob. cit., pág. 741.


11 Las tres últimas citas de Lacan corresponden a la grabación y

no al texto publicado del seminario, cuyo montaje y reescritura


eluden ciertos términos y reorganizan la ilación de los enunciados de
otra manera. «No vayamos demasiado rápido» no corresponde al
desarrollo, sino que anuncia un silencio de transición para frenar su
precipitación.

106

i,iii ii i iiii li ii i ii iiiiii i


su revelación. Lacan va al máximo de lentitud de su
dicción para esclarecer esos matices. Es decir poco <|IH>
espera incesantemente a su público, que evita perderlo
en esa visita guiada de la nada, lo orienta con tacto
entre las formas del deseo que disimulan ese vacío.
Aunque avance, el psicoanalista vuelve incesante-
mente al proceso de imposibilidad de decir que carac-
teriza el estatus de la voz del shofar. Esa voz recibe una
nueva atribución: ya no es solamente la que acompaña
el pacto que Dios hace con Moisés, sino también la que
tiene la función de recordar ese pacto durante las
fiestas judías. Una cosa no impide la otra, se dirá: hay
una revelación inicial de la Alianza, luego recordato-
rios. Excepto que, con el recuerdo, vuelve la cuestión
angustiante de la atribución. Ya no a quién se dirige el
llamado del shofar, sino quién recuerda el pacto al
emitir ese sonido. ¿Es Dios quien llama al pueblo judío
a recordar el pacto con su voz? ¿O es el pueblo que, al
finalizar un período de ayuno, recuerda a ese dios
posesivo un pacto que él descuida? ¿O son los fieles que
quieren recordar ese pacto para ellos mismos? Difícil
de creer, pues esos mismos fieles no han dejado, en el
período anterior al ritual, de recordarlo y de arrepen-
tirse. ¿Por qué una nueva ocasión de recordar lo que no
han dejado de recordar?
Lacan intensifica esa complejidad: el día de Rosh
Hashana, el recuerdo es también recuerdo de algo que
precede al sonido del shofar: se trata del sacrificio de
Abraham y del carnero que sustituyó a su hijo Isaac. El
sonido del shofar se vuelve así el mugido del carnero
agonizante. Este último avatar interpretativo da la
posibilidad de otra hipótesis: si la agonía del carnero
totémico es asimilable a la del padre sacrificado, el
bramido trágico del shofar puede comprenderse como
el de la agonía del padre y del propio Dios. Nuevamen
te, hay que renunciar a lo que se había decidido: la voz
107

WIMIIMLlMMlHMHMlHMai^^ '' .
del shofar no podía ser la de Dios. Ahora, es posible e
incluso esencial que lo sea.
Aquí no termina: ¿el shofar se utiliza para emitir el
sonido del recuerdo o para recordar el sonido? Ninguna
complacencia teórica en ese quiasmo. La reversibilidad
de los términos es la misma que habita en la dimensión
oral. Una vez más, lo esencial concierne a la experien-
cia de esas vacilaciones sucesivas que se mezclan con el
fenómeno oral: sonoridad animal y divina, mugido de la
agonía, llamado a Dios, recuerdo del pacto, recuerdo
comunitario, sonido del recuerdo, recuerdo de ese soni-
do... En todo ese pasaje, la paciencia de Lacan contras-
ta con la tensión que acompañaba a la voz como hundi-
miento y deglución.
El ejemplo del shofar es el de una maleabilidad del
objeto voz, el de una ejemplaridad de lo que es la voz
como «forma separable», objeto separado. De esta mane-
ra es como el psicoanálisis lacaniano aprehende el
fenómeno y no en la oposición clásica entre interioridad
del sujeto y exterioridad de la voz saliendo de él.
Pensamos la voz como'una entidad íntima que llega al
exterior y que a la vez queda unida a nuestra persona.
No, dice Lacan, la voz se separa de nosotros, por el
contrario, y es lo que nos inquieta en la más mínima
grabación. Nuestra voz se revela en estado separado,
como un resto en una banda magnética, un desecho. La
voz de Lacan se vuelve rugosa y vehemente para decir
que lo que caracteriza sobre todo a esa dimensión oral
es su «referencia al Otro» (pronunciada con hosquedad)
y la manera en que la voz separada de su lugar de origen
se inserta en el lugar enigmático del Otro, allí donde
Lacan ve hundirse y desaparecer el objeto oral.12
Lacan dedica la última media hora de esa sesión al

12L'Angoisse, ibíd., lh., 1 min., 30 seg. LeSéminaire,LiureX, ob.


cit., pág. 290 [en español: Seminario X, La Angustia, ob. cit.].

108
objeto anterior, el ojo, para explicar el lugar de lo oral
en su oposición con lo visual, pues esa oposición vuelve
a ubicar esos fenómenos sensoriales en el sistema sig-
nificante que los abarca. Lacan se muestra en ese mo-
mento más virtuoso, más seductor, porque parece
dominar esa temática sin tener que sufrir la angustia
que la anterior reactivaba en él. Luego de haber sido
impresionado por el reto oral, es como si aprovechara
ahora para impresionar al auditorio con el reto visual.
El tono de maestría se libera entonces de modo devora-
dor. Lacan disfruta sin piedad de los temas de la visión
ciega y del lunar.
Cada uno de esos objetos pulsionales - v o z , ojo.. . - n o s
enseña cómo el deseo se estructura en cada parte del
cuerpo y cómo la angustia revela el callejón sin salida
del deseo. El hijo de la sorda sabe acerca de eso, él, que
no puede separar el deseo insaciable de hablar a su
público sobre la angustia recíproca de no ser oído.
Llenar la sala con un público cada vez más numeroso y
sufrir siempre más la angustia de su vacío.
Es lamentable que al final de la sesión Lacan no
quiera hablar más que unos segundos de la «apertura»
que la función oral provoca en la forma visual del deseo,
por su dimensión distinta. La voz no es sólo lo que
desaparece visiblemente en un agujero. La voz hace
también un agujero útil en lo visible porque perfora su
totalidad ilusoria, la trampa de la «forma correcta»,
satisfactoria. Esa apertura que perfora las trampas de
lo visual es muy interesante, pero en Lacan es apenas
una respiración, una breve pausa en la angustia de
hablar en dirección al vacío.

109

111111111111111II11 l i l i l í l i l i 11111111111111111111111 ii 111111 11 M Mi


DEL V A C Í O A LA N A D A

Quince días más tarde, el 5 de junio de 1963, Lacan


retoma el tema de la incorporación de la voz al final de
su sesión.
Evoca especialmente las grabaciones de voces de
niños reunidas por Román Jakobson. Es entonces
cuando Lacan declara que supone que en su público
tiene «suficientes madres no afectadas por la sordera»
para saber que los niños muy pequeños, en cuanto
poseen algunas palabras, monologan de modo casi
onírico antes de dormirse. 1 ¿Sería que, en el público
del seminario, el hijo de la sorda sigue temiendo un
quorum de madres afectadas por la sordera? ¿Qué
hay que concluir? Nada, pues la voz de Lacan grita
i n m e d i a t a m e n t e p i d i e n d o que presten «mucha
atención. Aquí no hay que andar demasiado rápido». 2
No hay precipitación. El silencio del orador no revela
esta vez el vacío, sino el rechazo a ir demasiado
rápido.

1 L'Angoisse, ibíd., 50 min., 57 seg.; Le Séminaire, LivreX, ob. cit.,

pág. 315 [en español: Seminario X, La Angustia, ob. cit.].


2 Sesión del 5 de junio de 1963,1 h., 1 min., 40 seg.; Le Séminaire,

Livre X, ob. cit., págs. 316, 317 [en español: Seminario X, La


Angustia, ob. cit.].

111

I I I I I I I nTTTTTTTTTTlUTUm 1TTTTTITI I l III


Para comenzar, dice Lacan frustrando cualquier valo-
ración específica de la voz, el lenguaje no es la vocaliza-
ción. Existen otros medios para recibir el lenguaje: el
de los sordos, por ejemplo - l o que es verdad, pero el te-
ma de la sordera comienza a volverse obsesivo-. En esa
sesión, la vocalización se reduce de entrada - e n el
sentido militar del t é r m i n o - a través de la soberanía de
las leyes del lenguaje y del contraejemplo del lenguaje
de los sordos. Lacan no ahorra en excepciones emble-
máticas, llegando a citar el caso legendario de Helen
Keller, la norteamericana sorda, muda y ciega que, a
pesar de su discapacidad, logró obtener su título uni-
versitario. Eso implicó demostrar la humildad a la que
son convocadas las pretensiones sensoriales del ptibli-
co. La vocalización no es más que la experiencia ordina-
ria por la cual se recibe el lenguaje, no su estructura
esencial.
Casi de mala gana, Lacan admite, sin embargo, que
no es por accidente que el lenguaje se asocia para
nosotros a una sonoridad. Falsa apertura y engaño
luciferino. Hay que oír con qué altivez Lacan agrega de
inmediato que «creeremos» progresar en la comprensión
del lenguaje si intentamos precisar lo que es esa
sonoridad. No se contenta con rechazar una hipótesis
errónea, sino que, además, ruge de desprecio por la idea
en sí misma de dar a los matices sonoros de la voz su
lugar en un pensamiento del lenguaje.
Con un tono desinteresado revelador de su desprecio
hacia lo que concede, Lacan finge luego apoyarse no
obstante en lo que la fisiología del oído describe como
instrumentación de la resonancia: maquinaria de reso-
nadores diversos, pasaje de la resonancia de la rampa
del tímpano a la vestibular en el caracol del oído
interno... Todos elementos de la ingeniería corporal
que permiten a Lacan decir que la resonancia en la
oreja no es más que la de un aparato. El es el aparato
112

1111111111111111111111II11! 1111II11II M 1111111 M 111111II1111! 11


K

auricular, que resuena con su propia frecuencia. Nada


más. A través de sucesivas observaciones que ubican a
la resonancia no del lado de una experiencia personal
sino del lado impersonal del aparato auditivo, Lacan
continúa vaciando la sensorialidad del oído de todo
valor y de toda importancia. El amante de los fonemas
ha desaparecido. El resonador es llamado «tubo», «con-
ducto cerrado», «flauta u órgano», «tubo con teclas»...
Todos esos chirimbolos no tienen importancia. La mo-
dulación de la voz lacaniana desenviste permanente-
mente la descripción de lo sonoro. El tema de esas reso-
nancias se trata con una ausencia de resonancia
característica en su voz, y Lacan llega incluso a discul-
parse por haber tomado ese desvío indigno por la
fisiología del oído.3

Por el contrario, su voz se vuelve fría para decir que la


forma orgánica de la oreja connota una forma más
esencial, siempre creadora de un vacío.
Desde el punto de vista de esa forma topológica, la
oreja es como un «pot» (recipiente). Lacan no utiliza la ex-
presión «sourde comme un pot»,* pero el oyente no
puede evitar la asociación al pasar. Ciertamente, los
recipientes difieren unos de otros, explica Lacan con la
voz burlona de Lucifer, pero el vacío que los habita es
siempre el mismo. Es ese vacío el que se impone en el
seno del tubo con todo lo que llega a resonar allí. Es el ver-
dadero mediador de los acontecimientos sonoros que
llegan allí a encontrarlo. El vacío reina en el seno de las
ondas y de las sonoridades. La descripción fisiológica
de la oreja como vacío espacial e instrumental no es más
que una metáfora del vacío topológico del Otro.
3 La misma sesión, 1 h., 7 min., 50 seg.; Le Séminaire, Livre X, ob.

cit., pág 317 [en español: Seminario X, La Angustia , ob. cit. |.


* En francés, esta expresión es equivalente a la castellana «sordo
como una tapia» (N. de la T.).
113

|¡ 111II111111 lili 17IT1TTTTTT1 TI ITTI TI 1111111II11111II111111II11111111111T


Lacan prosigue ese desmantelamiento de lo vocal y
de lo sonoro. En efecto, la voz responde verdaderamente
a lo que se le dice, concede, pero no puede hacerse cargo
de ello ni asegurarse en el Otro alguien que responda,
una garantía. Nuevamente, ¿quién habla? ¿Quién emi-
te la voz del shofar? ¿Quién puede hacerse cargo de
ella? Por el vacío de su estructura, el Otro permanece
sordo a esta pregunta. En todo lo que un individuo
puede decir, esa incertidumbre provoca un elemento de
alteridad, un resto exterior a lo que dice. Ese resto como
tal en la palabra, ese resto como objeto separado - y no
como sonoridad-, eso es la voz, prosigue Lacan. Por eso
la sensación extraña, una vez más, con la cual oímos
nuestra propia voz cuando nos llega de una grabación
o del eco. Su forma desprendida, separable, como sin
origen, se revela una experiencia inquietante que se
impone siempre a la de la voz como sonoridad.
A medida que avanza esa sesión del seminario, la voz
de Lacan adquiere cada vez más acentos de predica-
ción. Sucede que, con el tema topológico del vacío,
comienza a resonar el tema moralizador de la nada. Los
temas parecen prevenirse de las ocasiones en que unos
dan lugar a otros en el tráfico de las connotaciones.
Poco a poco, un clima de sermón se refuerza en la voz de
Lacan, haciendo pensar en el que Bossuet utilizaba
para censurar a su auditorio en nombre de la vacuidad
de la existencia y de «la nada de las grandezas huma-
nas». Extraña conversión de una definición teórica del
«objeto voz» en voz que asesta una amonestación y cierra
la boca de nuestras ilusiones sensoriales como si fuera
a azotar los cuerpos del auditorio por su afición a las
sonoridades que los afectan. Ese tono de sermón sor-
prende cuando Lacan continúa sosteniéndolo para des-
cribir la voz superyoica que emana del vacío del Otro,
«imperativa, en tanto reclama obediencia o convic-
ción». Lacan podría desliar esos elementos con el tacto

114

111111II! 1111111 IIIIIHIMIIII UN


• r ~

pedagógico del que, por otra parte, es capaz, pero no


puede evitar confundir la sonoridad predicativa de la
denuncia cuando evoca teóricamente el superyó con su
propia utilización superyoica de la voz. Esta vez, el
concepto de perro se pone a ladrar. La confusión entre
un vacío topológico y una nada moralizadora hace
surgir un sacerdote en la voz del psicoanalista. La
inflexión Lacaniana redobla esa confusión en lugar de
disiparla. No cualquier pensamiento de vacío equivale
a un pensamiento de la nada. La obra de Lacan es el
ejemplo de una creación constante con el vacío. La
producción teórica y formal con el vacío concierne en
mayor o en menor medida a todas las artes plásticas, la
poesía, la física, la mística - s i n hablar del trapecio
volador ni del psicoanálisis-. Todo pensamiento del
vacío no implica flagelar al auditorio que lo está cono-
ciendo con un clima de castigo. En Lacan, esa severidad
parece imantada por la necesidad de revitalizar su
pensamiento en las fuentes del reproche y de la quere-
lla, atrayendo hacia sí las formas oratorias que culti-
van esos afectos en el género epidíctico y en la memoria
de un católico letrado. Eso no impide que sea turbador
oír ese tono de sermón en el momento en que Lacan
instaura la culpa en su relación con el vacío.
Con respecto a Bossuet, Paul Valéry designa un
elemento que también es fundador del arte oratorio de
Lacan: «especula con la expectativa que él crea, mien-
tras que los modernos especulan con la sorpresa. Parte
poderosamente del silencio...». 4 Bossuet también pu-
blicaba a regañadientes sus sermones, de los cuales
una parte era improvisada. Así como con los libros del
seminario sólo tenemos una huella degradada de lo que
fueron los actos oratorios de Lacan, sabemos que los

4 Paul Valéry, «Sur Bossuet», en CEuvres, París, Gallimard,


«Bibliothéque de la Pléiade», 1957, tomo I, pág. 498.

115

Mil! I II II I I III I MU IIM IIM II I III l i l i l í l l l l l l l i l l l i l i III


textos de los sermones corresponden más a un borrador
que a un testimonio de las actuaciones oratorias legen-
darias de Bossuet. Sin embargo, esos borradores dejan
una huella magnífica del arte literario y de la renom-
brada elocuencia del clérigo, a los cuales el estilo de
Lacan no es comparable. La inclinación de éste a pasar
de la tomadura de pelo más áspera a un preciosismo
enmarañado con arcaísmos excede hasta el misterio el
equilibrio de una tradición clásica. Su afición por los
neologismos y por las palabras compuestas lo acerca
más a Raymond Queneau o a Joyce que a Bossuet.
Ya habíamos visto al predicador en la Conferencia
de Louvain, abrumando al público con el tema de la
muerte. Vemos que ese personaje estaba ya diez años
antes y que se ligó a Lacan de manera duradera.
El domador de pulgas vuelve al final de la sesión con
una dafnia, especie de camarón que tiene la costumbre
de «taponarse la conchilla» con granos de arena en
ciertos momentos de su metamorfosis - e n los cuales
incorpora esos granos en su conducto auditivo para
asegurar su equilibrio-. El domador de pulgas divierte
a su público recordando que ciertos investigadores
científicos reemplazan esos granos por granos de metal
y juegan luego con un imán para estudiar lo que resulta
para el a n i m a l , v i s i b l e m e n t e s a t i s f e c h o . La
incorporación de esos granos de arena, que vienen del
exterior, sirve a la estructura de la dafnia para
mantener su equilibrio físico. Es por esa imagen de
incorporación de granos de arena, precisa Lacan, como
se puede comprender la in-corporación de granos de
voz en el sujeto. Como la arena, la voz no se asimila, se
incorpora (sigue siendo un objeto separado dentro del
cuerpo) y modela nuestra vida. Volviendo a poner los
pies sobre la tierra, Lacan trae nuevamente el sonido
del shofar como esa voz de la culpa que viene a
incorporarse en el vacío de nuestra oreja a condición de

116

I I | | | | I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I 11 11 I I 11 I 111 I ¡ I! I
que «el deseo del Otro haya tomado forma de
mandamiento», como lo hace la voz de Dios en la oreja
de Moisés. La angustia característica de ese vacío
busca resolverse en la forma de la culpa o del perdón.
Cuando Lacan anuncia que lo que se presenta detrás de
los temas anteriores es la noción de sacrificio, estamos
en el centro del embrollo institucional que hace que el
mismo que enseña las razones del sacrificio provoque
las manifestaciones de éste entre sus fieles. Lo que
tampoco termina de sorprender es la manera en que
Lacan desenviste la sonoridad de la voz en su teoría, en
el mismo momento en que ésta constituye políticamente
su público a través de esa tonalidad de predicación.
Esta sesión cautivante termina con el registro del ojo
y de lo visual. El registro sonoro sale ganando, no
obstante, gracias a los aplausos del público.

117

MI! 11111111111 i 111111111111111111111111111111111! 1111111111111! I! 11111


EPÍLOGO

Así como es imposible leer a Antonin Artaud de modo


lineal y ponderado una vez que se han escuchado sus
grabaciones, se torna imposible leer a Lacan de modo
lineal y ponderado una vez que se ha oído el ritmo
característico de su teorización.
El efecto de opacidad tan frecuentemente reprocha-
do a los textos de Lacan se aligera al encontrar la
respiración y los silencios que acompañan su fraseo. Es
importante cruzar la lectura y la escucha de su obra,
conjugar el texto con la voz para oír cómo el psicoana-
lista hace vibrar la letra en su interpretación de la
teoría.
Lacan se dedicó a deshacer «la ilusión de que las
diversas etapas del pensamiento se engendran una a la
otra. El menor examen prueba que no es en absoluto así,
y que todo ha procedido, por el contrario, por ruptura,
por una sucesión de pruebas y comienzos, que han dado
cada vez la ilusión de que se podía influir sobre una
totalidad».1 La lectura aislada de los Escritos y del
Seminario cambia su sentido al reintroducir las
ilusiones de un encadenamiento y de una sistema-

1 J. Lacan, Mon enseignement, ob. cit., pág. 117 [en español: Mi

enseñanza, ob. cit., págs. 121-122].

119

I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I II I I I I I I I I I II I ¡ I I I I I I I I
tización contra los cuales Lacan luchaba en su discur-
so. Sin duda, no se opuso a quienes, en su escuela,
estaban interesados en una construcción sistemática
de sus ideas. ¿Por qué prohibirles un formalismo que
era una forma de interés gratificante para el psicoaná-
lisis y para el propio Lacan? ¿Por qué prohibirles la
construcción de un modelo con el que Lacan soñaba sin
querer sacrificarse a él?2 No obstante, una forma como
ésa no es la de su obra.
Aunque Lacan ha desarrollado una lógica del signi-
ficante con el interés de elaborar herramientas de
enseñanza, nada en su dicción de la teoría revela un
lugar preponderante reservado al concepto: los enun-
ciados, los aforismos, las secuencias razonadas, las
fases expresionistas, los conceptos, los juegos de pala-
bras tienen allí el mismo acento en tanto medios para
hacer «oír algo», para hacer resonar interrogaciones y
pensamientos en el vacío en torno al cual se anuda la
trama subjetiva. Lejos de estabilizarse en definiciones
permanentes, sus conceptos conservan una parte de
imprecisión, de variabilidad, que hace difícil la com-
prensión sistemática de su obra. El léxico de Lacan se
cuenta, demanda un relato de la aparición y de la
variación de sus términos: surgimiento original, fron-
teras vacilantes, definiciones sucesivas... Esos térmi-
nos deben escribirse entonces para evitar confundir los
efectos de sentido que Lacan extrae de las diferentes
grafías de una misma palabra. Esta vez, sólo la lectura
permite revelarlos, así como también una percepción
visual de la palabra sin duda esencial para el ejercicio
analítico, con un riesgo evidente de perder la dimen-
sión sonora.

2 Barbara Cassin demuestra esta ambivalencia diciendo que

Lacan comprueba que no es un filósofo sino muy «a su pesar». L'Effet


sophistique, ob. cit., pág. 400.

120

I | | M ¡ | ¡ | I I I I I I I 11 I I Illllll! Illlilliiiiii
Si bien una de las paradojas de Lacan puede ser la de
haber mantenido la teatralización de su pensamiento a
la vez que lo orientaba hacia la impersonalidad aparen-
te de la matematización, es justamente su voz la que
permite recordar que cada uno de sus conceptos no es
impersonal ni insonoro en su origen ni en su funciona-
miento. Hasta el final, sostiene el ruido dramático de
su elaboración. En cualquier caso, revelar la actitud
pasional bajo el rigor objetivado de la teoría y mostrar
la intensidad en el momento de su transmisión oral,
más que el hecho de un impostor, es el de un hombre
honesto. Oír esa manera de escandir y dramatizar los
espacios de pensamiento comunica los signos vitales de
la apuesta Lacaniana en la historia del psicoanálisis.
«Uno asiste realmente a los pensamientos.» 3
Lacan explica un día que no es un don que les falta a
los novatos, sino «un tono que les falta, en efecto, más
a menudo de lo que debería». 4 Con ese «tono», su tonali-
dad propia, el ser humano encuentra un lugar en la ley
común del verbo a través del juego poético de una voz
que permite habitar el imperativo de una existencia en
el lenguaje y hacer actuar en éste las modulaciones de
su deseo.
«¿Tendríamos el tono de Freud -pregunta L a c a n -
sin sus cartas? Sí, a pesar de todo, pero ellas nos
enseñan que ese tono nunca sufrió inflexión alguna y
que no es más que la expresión de lo que orienta y vi-
vifica su investigación.» 5
Buscando compartir ese tono con otro, Freud escribe

3 Henri Michaux, Conaissancepar lesgouffres, París, Gallimard,

1967.
4 «Champ et fonction de la parole et du langage», Ecrits, ob. cit.,

pág. 322, nota 1 [en español: «Función y campo de la palabra y del


lenguaje», Escritos, ob. cit., nota 70, pág. 309].
5 Le Séminaire, Livre III, Lespsychoses, ob. cit., 243 [en español,
Seminario 3, Las psicosis, ob. cit., pág. 307],
121

I II I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I II I I I I I I I I I
a Fliess: «Pero es que, en el intento de comunicártelo, se
me aclaró el asunto por primera vez». 6 Toda una tradi-
ción hace de la relación epistolar con Fliess el soporte
esencial del autoanálisis de Freud, aislando el fenóme-
no transferencial con respecto a la dinámica propia de
la voz. Año a año, sin embargo, Freud continúa solici-
tando la presencia de su amigo para hablar a viva voz.
Ciertamente, la transferencia existe desde que la ela-
boración psíquica es movilizada por otro. Eso puede
suceder con cartas e incluso con pensamientos. La
lectura de las cartas moviliza también elementos de
vocalización: tensiones de la glotis, contención de la
respiración, suspiros, percepción de las sonoridades de
la lectura muda... Pero Freud repite en esa correspon-
dencia que escribir es un último recurso: «Tu carta me
alegró sinceramente y me hizo lamentar una vez más lo
que siento como la gran laguna de mi vida: no poder
comunicarme contigo de otra manera». Pues, en resu-
men, «... pero epistolarmente no se puede». 7
«... Pero epistolarmente no se puede» vuelve sorpren-
dente el reducido espacio que ocupa la voz en su obra
como en la de Lacan. No obstante, éste nunca habló de
extraer una ética del escribir bien en relación con su
trabajo, sino de «extraer una ética que yo situaba del
bien-decir». 8 El obstáculo al que teme en sus alumnos es

6 Freud, Lettres á Wilhelm Fliess, ob. cit., carta 78, pág. 188 [en
español, Cartas a Wilhelm Fliess, 1887-1904, ob. cit., carta 78, pág.
150],
7 Ibíd., carta 64, pág. 167. Luego, carta 145, pág. 35 [en español,

ibíd., carta 145, pág. 300],


8 J. Lacan, Televisión, ob. cit, págs. 52, 39 y 65 [en español:

Psicoanálisis, Radiofonía y Televisión, ob. cit., pág. 118]. «Esa ética


de la que hablaba del decir bien», «No hay más ética que la del decir
bien», «La ética es relativa al discurso». Y también, Télévision.
Psychanalyse Iy II, dos emisiones preparadas por J.-A. Miller bajo
la dirección de Benoit Jacquot, 1973, en la serie «Un certain regard»
del Servicio de Investigación de la ORTF (Office de Radiodiffusion-

122
la «sordera» y no la facultad de apropiación teórica,
siempre demasiado rápida e incómodamente miméti-
ca. Freud ya se quejaba de ese fenómeno a propósito de
uno de sus primeros alumnos, el Dr. Gattel: «Adopta
una creencia con relativa ligereza. Se aferra enseguida
a ella con uñas y dientes». 9 Asimismo, retomar el tono y
el estilo de Lacan no es encontrar la propia tonalidad.
La transmisión de un saber por la palabra asocia ese
saber a un tono, a un modo de sugestión inevitable y a
un arte.10 El público cree que presta atención a un
sentido pero se encuentra confinado por una música,
un ritmo, un flujo sonoro que lo penetra en cuerpo'y
alma. Aunque la modulación del tono exprese un senti-
miento poco auténtico, vuelve la voz irresistible a la
escucha. El oído es tanto más cautivo de ese fenómeno
puesto que está desprovisto del medio de interrumpir
su sonoridad, a la manera en que los párpados se
cierran a la vista. Si el orador actúa su discurso con una
implicación sensible, captará la atención y la memori-
zación de su auditorio, minuto a minuto, por mucho
tiempo. Por su voz, pondrá a ese público en la sucesión
de los estados que él mismo experimenta con más o
menos conciencia.
Una voz necesita mucho tiempo para componerse en
la garganta de un individuo. Pero cada vez que entra en la
oreja de otro, toda su estructura se difunde de modo
instantáneo en el cuerpo de quien la oye. Resulta de ello
una modificación del estado del oyente: su respiración,
sus sentimientos, sus pensamientos, su lazo con el

Télévision Frangaise), programa del INA (/nstitut Nacional de


l'Audiovisuel), VHS SECAM, 95 min.
9 Freud, Lettres á Wilhelm Fliess, ob. cit., carta 144, pág. 349 [en

español, Cartas a Wilhelm Fliess, ob. cit., carta 114. pág. 297].
10 «Comprobemos simplemente que algo concerniente al arte

tiende a instaurarse en todas partes donde la voz está implicada»,


Michel Poizat, Voxpopuli, voxDei. Voix etpouvoir, ob. cit., pág. 76.
123
orador, su lazo con la comunidad que escucha al mismo
tiempo que él... Esa sugestión, esa ligera ansiedad
natural que la voz de otro despierta en cada uno de
nosotros, es aceptada por la cultura cuando proviene de
las palabras murmuradas en una canción de cuna para
el recién nacido, de las palabras del cuento que preparan
al niño para el sueño, de las palabras amorosas que
envuelven a los amantes en un transe recíproco, de las
palabras de la compasión o de la amistad... El hecho de
que una voz actúe por sus sonoridades es una experien-
cia tan antigua como la humanidad. La cultura tolera
también el timbre sugestivo de las voces en una mezcla
de estima y de sospecha en el hombre político que se
dirige a una multitud o que participa en una emisión
televisiva. Pero con éste nace la relación denunciada
desde hace siglos entre la voz y los riesgos de
manipulación. Nietzsche intentó decir que no es la
enseñanza de la elocuencia lo que lleva a la manipula-
ción, sino la ausencia de cultura retórica, por el contra-
rio, lo que vuelve fácil de manipular por medios grose-
ros a un público. El rechazo a la manipulación nunca
dejó de reivindicarse como rechazo a la elocuencia.
Por esa razón, el mundo erudito se resiste por prin-
cipio a la idea de que el tono de voz pueda mejorar o
perjudicar la calidad de un razonamiento. La ciencia
no se concibe como lo que le sucede personalmente al in-
vestigador durante su trabajo científico, sino como el
método que permite llevar ese trabajo a cabo a pesar del in-
vestigador como persona. Para evitar los riesgos de
sugestión no científica que puedan afectar a esa exigen-
cia - p a r a creer que se los evita, al menos-, la comuni-
dad científica se cuenta a sí misma el mito de la voz
desafectada: un día, al escribir los resultados de sus
experiencias y sus razonamientos siguiendo protocolos
de redacción escrita, haciendo de la objetivación de
fórmulas, de la impersonalidad de los enunciados, de los

124
giros de la voz pasiva una regla implacable, los seres
humanos, y sólo ellos, escaparon a las influencias de la
palabra. Despojaron a la voz do su potencia sugestiva.
En los congresos, coloquios, seminarios, los investiga
dores de todas las disciplinas han adoptado un código
expresivo cuya sobriedad ostentosa demuestra que 80
alcanzó el umbral epistemológico. En ese mundo apar
te, sólo la confirmación razonada de las hipótesis y el
rigor de los protocolos experimentales requieren la
atención del auditorio. Prudencia y duda. Método,
hechos, razonamiento. Gracias a esta ascesis, los cien-
tíficos son los únicos seres humanos en la tierra que
escapan a la capacidad de sugestión de las voces en el
marco de su trabajo. En los congresos, a causa de esa
impersonalidad de un estilo oratorio que se limita a leer
ítems proyectados en una pantalla gigante, los biólogos,
geólogos o físicos a veces se aburren, pues ninguno
siente el poder sugestivo de las voces. En sus
conversaciones privadas, esos mismos investigadores
se muestran a menudo apasionados sobre temas cientí-
ficos, pero en el ambiente público la mayoría de ellos
elimina esos picos expresivos como si nunca hubieran
existido. Si un investigador agrada por la cualidad de
su presencia en un congreso, ya sea que aporte humor
o sensibilidad a su discurso, los demás juzgan simpáti-
co ese elemento, pero superfluo con respecto al valor del
trabajo presentado.
No obstante, esperar de la voz desafectada que expre-
se una parte de la calidad científica de un individuo
restituye a la voz un poder de influencia. El tono
desafectado sugiere claramente la pertenencia del ora-
dor al mundo científico. Pero con tanto desdén - h a y que
decirlo- que es inútil tenerlo en cuenta. ¿Por qué, en
esas condiciones, toda una comunidad experimenta la
necesidad de imitar la voz desafectada como señal
sólida de adhesión? ¿Por qué los jóvenes investigadores
125

' I I ' ' I I I I I I I I I I I I I I l'l I I I I I I I I I I I I I | | | | | | | | | | | | |


comprenden hasta qué punto esa entonación es impor-
tante en el ritual que los integra a su institución? Si el
rigor demostrativo basta, ¿por qué los investigadores
no se limitan a leer publicaciones y a verificar los
protocolos sin decir una palabra? ¿Por qué tantos
seminarios en voz alta?
Sin duda, porque la transferencia a través de la voz
es irreemplazable. Tomar conciencia de una nueva ley
(bíblica, científica) implica oír voces, enfrentarse a
ellas, interiorizarlas, mezclarlas con la propia voz.
Para que alguien oiga, el hijo de la sorda tiene que
pagar el precio, la palabra debe ser emitida:

E n esto lo escrito se distingue de la palabra, y es preciso


restablecer allí la palabra, enriquecerla mucho, pero
naturalmente, no sin inconvenientes, en principio, para
que sea escuchado. Se pueden escribir, pues, cantidades
de cosas sin que lleguen a ningún oído. Sin embargo,
están escritas. 11

Ciertos individuos atraen la atención más que otros.


Un día, su entorno se lo hace notar: cuando ellos de-
fienden una idea, son escuchados más que otros
partidarios de la misma idea. Cuando bromean, hacen
reír más que otros. Cuando enseñan o animan un
seminario privado, atraen más gente, a tal punto que,
año a año, como en el caso del doctor Lacan, se necesitan
salas más grandes para acoger su público. Ese aura se
elogia cuando favorece a una pedagogía, pero se denun-
cia si engendra un éxito demasiado grande, una in-
fluencia demasiado grande a través del Verbo. Se acon-
seja al orador hacer como si no se percatara de su
encanto o como si éste le molestara - l o que Lacan no

11J. Lacan, Le Séminaire, LivreXVIII, D'un discours qui ne serait

pas du semblant, ob. cit., págs. 61-62 (1971) [en español: Seminario
18. De un discurso que no sería del semblante, ob. cit,. pág. 57].

126
omite--. El mundo erudito no sabe cómo tratar su propio
carisma. La palabra le resulta detestable. Connota una
variable seductora que no puede formar parte de los
parámetros del conocimiento. ¿Cuál es la verdad de un
deseo de verdad tal?, se preguntaba Lacan.

El 12 de diciembre de 1972, invita a su seminario del


Panteón, Aún, a un filósofo especialista en el lenguaje,
Frangois Récanati. La grabación permite escuchar la
voz de Lacan, es decir, proyecta en nuestro oído el mun-
do de Lacan,. sus ritmos, las coordenadas de su carácter,
la sonoridad de sus obsesiones, la disonancia de sus
placeres y de sus contradicciones del día. Luego, es el
turno del invitado para entablar la comunicación
consagrada a los temas de la repetición y de la identi-
dad.
El mundo de nuestras percepciones cambia impre-
vistamente de estructura al escuchar esa nueva voz.
¿Qué engendra ésta? Un pudor, una prudencia, una
minimización inmediata de las pretensiones de la voca-
lización como tal. El invitado comenta con elegancia,
con erudición, enunciados que, según él, retoman lec-
turas. Pero es como si se excusara constantemente de
ocupar nuestro tiempo de escucha, como si se apurara
como un intruso obsesionado por la cortesía de concluir
cuando apenas acaba de comenzar. Habla «ganar
tiempo», dice en varias ocasiones, y no se permite el
lenguaje de Lacan ni su expresionismo. Sin duda, no es
el estilo personal de ese joven investigador y, al no ser
ése su seminario, trata de no ocupar la escena de modo
evidente. Comprendemos esa discreción. Pero el efecto
paradójico que resulta de esa aceleración del ritmo es
una brusca desaceleración de nuestra escucha, una
normalización instantánea de nuestro universo a través
del imperativo sonoro de los criterios tradicionales de
la voz erudita: sobriedad de la enunciación, reverencia

127
hacia el saber escrito considerado como desafectado de
los lazos con la experiencia personal del investigador;
prueba de la seriedad del enunciado al borrar toda
teatralidad de la enunciación.
Es asombroso comprobar cuánto nos sigue sacudien-
do, por contraste, la crudeza de las entonaciones de
Lacan en el seno del lenguaje erudito, como un riesgo
asumido con pasión; hasta qué punto el vigor sin conce-
sión de un registro que va del tacto al humor, de la
amabilidad al furor, promulgando un mundo sonoro
específico en un universo académico a menudo proclive
a silenciar las sonoridades del pensamiento. Si busca-
mos vivir la historia de un suceso de pensamiento, es
importante reconstituir su ruido, sus exclamaciones
primordiales como vectores de la identidad de naci-
miento y de proliferación. Los clamores de un pensa-
miento, evidentemente, no se miden por el solo hecho de
que sean emitidos por la voz de un investigador. La
discreción eventual de éste, su silencio aparente, no
dicen nada del estruendo de sus ideas. Pero cuando uno
de ellos, por su modo de creación, exterioriza esas voces
en sus cuerdas vocales, es lamentable, si no dudoso,
subestimar su testimonio.
Cuando, a edad avanzada, Lacan insulta el hecho de
publicar con el término «poubellication»,* no se refiere
tanto al mundo de la edición como a la aceptación de dar
forma de desecho libresco a una existencia todavía
capaz de vocalización. Lacan retrasará el mayor tiem-
po posible esa degeneración oponiendo incesantes ma-
niobras de procrastinación a la publicación tardía de
sus Escritos. Por el contrario, no experimenta la sensa-
ción de pérdida fatal que atestiguan ciertos actores de
teatro y directores teatrales ante el fenómeno de des-
aparición ligado al espectáculo en vivo. Una vez termi-

* Juego de palabras con «publication» (publicación) y «poubelle»


(cesto de basura) (N. de la T.).
128

• H H H H I M M B H H i I IT i • II TI! M • • • 111ITPI lili w m m


nadas las representaciones de una obra no queda nada
perenne, se quejan, salvo la esperanza de haber marca-
do la memoria del público. Como discípulo de Kojéve,
Lacan confía en la fuerza de la transmisión oral, y es
justamente a la voz que él confió la publicación esencial
de su obra. La frecuente torpeza que pesa en su estilo
escrito demuestra hasta qué punto los tiempos de re-
dacción son fastidiosos para él, y no movimientos de
libre emergencia del pensamiento. Jacques Nassif des-
cribe al «hombre Lacan... que sabía expresarse oral-
mente con simpleza o sobriedad, pudor o cortesía,
permaneciendo lo más cerca posible de un pensamiento
para nada oscuro ni tortuoso, y el hombre de pluma,
siempre con dificultad para lograr expresarse de un
modo que no fuera complicado ni recargado». 12 En 1973,
en el congreso de la Grande-Motte, Lacan bromea y
reconoce que, en efecto, mientras más corrige un texto,
más incomprensible resulta.
Al final de su vida, como buen perdedor, fatigado,
concede que «el análisis no es una ciencia», a pesar de
su ambición por conquistarle ese estatus. 13 Lacan fra-
casó en explicar la práctica analítica dentro de las
normas del saber científico. Su aventura no alcanzó
todas las metas que se había fijado. ¿Quizás fue con la
esperanza de hacer que el psicoanálisis se pareciera a
una ciencia, sin embargo, que Lacan mencionó tan poco
la voz en su trabajo? ¿Se había vuelto imposible para él
tratar el tema sin comprometerse con un punto de vista
12 Jacques Nassif, L'Ecrit, la uoix: fonctions et ehamp de la voix

en psychanalyse, ob. cit., págs. 183 y 185.


13 Entrevista de Jacques Lacan en France Culture, julio de 1973,

en ocasión del 28? Congreso Internacional de Psicoanálisis, en


París. Publicada en Le Coq-Héron ne 46-47, París, 1974. «El análisis
no es una ciencia, es un discurso sin el cual el llamado discurso de
la ciencia sería insoportable para el ser que accedió a ella desde hace
más de tres siglos; por otra parte, el discurso de la ciencia tiene
consecuencias irrespirables para lo que se llama humanidad.»
129

l#|-M1ll m i l i I I I I n TI TI IIII í 11111III IT 1111111111111111111111111111111


presaussuriano? ¿Se trataba de evitar la mala compa-
ñía de la hipnosis, de la sugestión por la voz, de las «vías
misteriosas del afecto auricular»? ¿O es su visión trá-
gica acerca de la voz lo que lo cerraba a esas dimensio-
nes sonoras? 14
Según numerosos testimonios, Lacan se mostraba a
menudo cálido y atento con sus pacientes. También era un
gran seductor en las relaciones privadas y utilizaba su
ascendiente señorial para obtener adhesiones institu-
cionales de parte de sus alumnos y colegas.
A la distancia, en la voz de los seminarios tardíos
cuyas grabaciones poseemos, se oye más bien lo contra-
rio: Lacan se muestra allí a menudo desagradable. Es
poco decir que ya no trabaja en la difusión de un retrato
atractivo y a veces olvida toda amabilidad en las ten-
siones de su pensamiento en acto - l o contrario de un
protocolo de seducción-. Con los años, la vitalidad de la
exclamación inicial penetra con menos frecuencia la os-
cura tonalidad de sus corolarios: el callejón sin salida
del deseo, el drama de la subjetividad atada a la falta,
la inadecuación de un lenguaje presente «en alguna
parte del cerebro, como una araña...». 15 ¿Qué aconteci-
miento de su existencia, qué mito sombrío y personal se
impusieron, a partir de un momento determinado,
borrando la elocuencia del pensador de los comienzos
bajo la tensión de un Lacan severo, exasperado al
extremo de resultar odioso, y haciendo derivar su
pensamiento en dogma? La presión que su propia

14 Gérard Haddad piensa que las elaboraciones del objeto voz en


el transcurso del seminario La angustia son «a veces confusas y
contradictorias, sin duda porque el adelanto que ellas encierran
todavía no está organizado, [...] el psicoanalista proyectaba
retomarlas al año siguiente antes de ver su entusiasmo deshecho
por su exclusión». En Le Peché originel de la psychanalyse, París,
Seuil, 2007, pág. 271.
15 Mon enseignement, ob. cit., pág. 46 (1967) [en español: Mi
enseñanza, ob. cit., pág. 49],
130
comunidad institucional ejercía sobre él no es sin duda
ajena a ese oscurecimiento, así como la confusión de
papeles que jugó en ella y la maraña resultante desató
pasiones y rupturas. Sin embargo, la negritud de su
pesimismo no deja de sorprender. El de Freud estaba
lleno de lamentaciones por el destino humano, pero
también lleno de aliento por los esfuerzos civilizadores
a los que la humanidad debía consentir. El pesimismo
de Lacan parece sin salida, e incluso el «patético
llamamiento del Amor», frecuentemente evocado por
ese compañero de ruta del surrealismo, no es un acon-
tecimiento liberador, sino el apogeo perturbador de un
engaño.16
Tenemos hoy la voz de Lacan en «estado de resto, en
la cinta del grabador».
En La última cinta de Beckett, Krapp escucha su voz
grabada: «Difícil creer que yo haya sido alguna vez ese
cretino. ¡Qué voz! ¡Jesús! [...] Nunca se escuchó un
silencio tal. La Tierra podría estar deshabitada». Lacan
podría escuchar su voz grabada asombrándose no de su
estupidez, como el personaje de Beckett, sino de su extra-
vagancia, su payasada, como lo hizo al ver la grabación
en Televisión. Con respecto a lo demás -silencio, soledad
del locutor en un mundo sin nadie que responda-,
Lacan no necesita en absoluto diferenciarse de Krapp
ni de los paseantes agotados del lenguaje que son los
personajes de Beckett, lingüista determinante.
La voz grabada de Lacan nunca tendrá el tenor de la
que su público pudo oír en una escucha directa, en
presencia del cuerpo del orador. No obstante, esa voz
grabada permite acceder al tono de Lacan, a la manera
en que su cuerpo la habita, a «lo que orienta y reaviva
su búsqueda», a su teorización como fuerza sonora:
adversidad por el contacto, trabajo duro de construc-

wEcrits, ob. cit., pág. 147 |en español: Escritos, ob. cit., pág. 14<S |.
131

— I M I • I L I L I R I RI I L L I L I L L I L L I I L I L I I L L I L I I I I I I I I I L I I I I
ción, pasión por apoyar, atacar, guiar... Esa escucha
hace presente la «caracterología del propio psicoana-
lista», 17 su aspereza, su lucha, su bravura.
Es asombrosamente extraño ver a Lacan citado en
una nota de Bachelard en La Terre et les revertes de la
volonté, a propósito de una definición general del
carácter, en el momento mismo en que Bachelard, sin
pensar visiblemente en Lacan, evoca al individuo que
excava en los materiales con sus manos en la misma forma
en que Lacan excava y modela las sonoridades con sus
labios. Bachelard define una dinámica de la hostilidad,
de la cólera, una «psicología del contra» que recuerda el
clima de trabajo en el cual Lacan evolucionó. El filósofo
explica también que, para quien ama enfrentarse a
materiales difíciles, duros, «lo lento [se] imagina en una
exageración de la lentitud», «el ser que imagina no [goza]
de la lentitud, sino de la exageración de la lentitud». 18
Sería poco decir que, con la voz de Lacan, surgió en
primer lugar para nosotros ese acontecimiento de
lentitud exagerada. Primero, parecía que prodigiosos
silencios descubrían vacíos en la teoría, que dejaban
resonar su detrás de escena; luego, esos silencios
conjuraron aparentemente una angustia de precipitación
ante los encadenamientos de pensamiento.

En 1963, en una carta dirigida a Louis Althusser,


Lacan evoca el final que debió poner a un período de
«ese seminario en el que yo trataba desde hace diez años

17 Le séminaire, Livre I, Les écrits techniques de Freud (1953 -

1954). ob. cit., pág. 231 [en español: Seminario 1, Los escritos
técnicos de Freud, ob. cit., pág. 302]. «... el carácter es la reacción al
desarrollo libidinal del sujeto, la trama en la que ese desarrollo está
atrapado y limitado; por otro, se trata de elementos innatos...», pág.
229 (fr.), pág. 300 (esp.).
18 Gastón Bachelard, La Terre et les reverles de la volonté, París,

José Corti, 2004, págs. 31, 33 y 61 (1947).

132
de marcar los caminos de una dialéctica cuya invención
fue para mí una tarea maravillosa». 19 Nada es com-
prensible en la aventura lacaniana y nada es leal a ella
si no se vuelve a esa excitación inicial, ese estado de
gracia original, esa «tarea maravillosa» de releer «Freud,
un lingüista» y de explorar la subjetividad a través de
la experiencia apasionante del psicoanálisis. En Télé-
vision, en términos equivalentes a una «gaya ciencia»,
Lacan asimila su experiencia al «placer de descifrar».
Dos años antes, con un maravilloso acento de júbilo,
había declarado: «Nunca me releo pero, cuando lo hago,
no saben cómo me admiro». 20
Según Michel Foucault, Lacan deseaba «que la lectu-
ra de sus textos no fuera solamente una "toma de
conciencia" de sus ideas. Quería que el lector se descu-
briera a sí mismo, como sujeto de deseo, a través de esa
lectura [...], que la oscuridad de sus Escritos fuera la
complejidad misma del sujeto, y que el trabajo necesario
para comprenderlo fuera un trabajo que hay que realizar
en uno mismo». 21 La escucha del pensamiento-en-voz-
alta de los seminarios permite experimentar ese trabajo
como potencia de vivir y crear en la sonoridad. Aun a
distancia, el oyente experimentará en la misma medida
la seducción y el rechazo - q u e entonces no están ligados
solamente a una época y a un público sino que pertene-
cen a la sustancia de esa voz, a su carácter y a su
perseverancia-. El tiempo no lo debilita. La retirada,
la atención y la distracción del oyente permiten irse a
gusto por la tangente de esa voz tanto como zambullirse

19 Carta del 21 de noviembre de 1963, accesible en http:/ /

www.lutecium. org/ Jacques JLacan / Years /1963_fr. html.


20 Le Séminaire, Livre XVIII, D'un discours qui ne serait pas du

savoir, ob. cit., pág. 93 (1971) [en español: Seminario 18, De un


discurso que no sería del semblante, ob. cit., pág. 85].
21 Michel Foucault, Dits et écrits II, 1976-1988, ob. cit., pág. 1024

(1981).

133

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en ella, por el contrario, como en una «obra total»:
pensamiento, musicalidad, dramaturgia, interpreta-
ción...
Esa voz, sin embargo, no permite acceder al Todo
lacaniano por ser escuchada en una ocasión solemne. La
lectura de Lacan agregada a la voz de Lacan no
constituirá en absoluto una suma suficiente. Habría
que agregar su voz durante las presentaciones de enfer-
mos, su voz en los congresos, su voz que inaugure una
reunión; agregar gestos, cigarros, cartas, grabaciones
inéditas, cantidad de testimonios, sin que estemos
jamás seguros de que un resto de voz a último momento
no venga a comprometer la totalidad del edificio y lo
vuelva defectuoso.
«Dejémoslo torcido.»

134

l l l l l l t l II l i l i l í II l l t i 11 ll 1111111 • 11 r n i m i i m i m u m m
AGRADECIMIENTOS

El presente ensayo debe mucho a la cordial solicitud de


Serge Hajlblum, psicoanalista, ex paciente de Lacan, y
a las conversaciones que pude mantener con él en los
primeros tiempos de la concepción de este libro. A cau-
sa de su desaparición física, acaecida a ñnes del año
2008, lamentablemente no pudo conocerlo.
Mi agradecimiento a Bertrand Roger por su lectura
cuidadosa, sus valiosas sugerencias y su apoyo, con lo
cual mi trabajo se ha beneficiado desde hace años.
Agradezco, finalmente, a Roland Jaccard por su
cálida complicidad y por la libertad con la que he
podido escribir cada uno de mis ensayos para su
colección.

135

^ l l l lili IIIIIIITIIIIII1IIIIIIIIIMIII || MI IIIIIHM MU IIIIIHI


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ÍNDICE

Prólogo 9

Primera parte
L A S METAMORFOSIS DE LACAN
DURANTE EL SEMINARIO

U n ORADOR LLENO DE SILENCIOS 15


El público del seminario y los «esnobs». La
excepción de los silencios.

L o s VACÍOS EN EL CORAZÓN DE LA TEORÍA 23


La dicción de Lacan. Agresividad de la
pronunciación. Omisión de la frase. La
experiencia sonora de la teoría. Un
discurso de tejido abierto. Decir Freud
en francés. El Gran Sardónico. El Merlín
gruñón.

PERSONAJES ORATORIOS 31
El psicoanalista 31
El hijo de la sorda 37
Lucifer y su cigarro 47
El apasionado de los fonemas 57
137

i 1111111111 llllllllllllllllllllllllllll11TÍTIIIIIIIII11111III1111111111
El vociferador 63
El noble de título comprado. El marqués.
El ebrio. La chillona. El domador de pulgas.
El carterista.

E L «CARISMA» DE LACAN 75
Una teatralidad magistral. El heredero
de Kojéve. Ambivalencias del «carisma».
Bourdieu y Lacan.

Segunda parte
L o s SILENCIOS
CONTRA LA PRECIPITACIÓN

L a EXTRAÑA EXIGÜIDAD DEL TEMA


DE LA VOZ EN LA TEORÍA DE LACAN 87
El seminario sobre La angustia. Exigüidad
del tema de la voz. La voz acusmática.
El objeto voz. La superación de la
materialidad sonora. «Cada progreso
de la ciencia...»

L A v o z DEL SHOFAR 93
El pensamiento-en-voz alta del Seminario.
La sesión del 22 de mayo de 1963. La voz,
objeto pulsional. El «shofar» o «shofár».
Admiración y agresión de Reik. La dinámica
del reproche. Palabras-cactus. La exigencia
científica y la moderación de la voz
(primera edición).

U N A PERCEPCIÓN VISUAL DE LA VOZ 99


El origen de la voz. De Gaulle en la voz
de Lacan. La experiencia de la vacilación
en la percepción de la voz. Voz bíblica y voz

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acusmática. Visión ensordecedora de la voz.
Barthes: «Yo veo el lenguaje». Aniquilación
de lo sonoro en el abismo del Otro. Los
tambores del teatro No y la precipitación
de la voz. La voz, «forma separable».

D E L VACÍO A LA NADA 111


La sesión del 5 de junio de 1963. El lenguaje
de los sordos. La resonancia en el vacío
de la oreja. La oreja como un recipiente.
Desmantelamiento de lo sonoro. Acentos de
predicación. Bossuet.

EPÍLOGO 119
El tono de los novatos y el tono de Freud. «Esto
sólo funciona oralmente.» La exigencia
científica y la moderación de la voz (segunda
edición). El mito de la voz desafectada. Un
riesgo asumido con pasión.
«El análisis no es una ciencia.» Cerca de la
hipnosis. La voz grabada.

Agradecimientos 135

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